Transcripción – Postal de San Salvador

Transcripción – Postal de San Salvador

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[Daniel Alarcón, host]: Bienvenidos a Radio Ambulante de NPR. Soy Daniel Alarcón.

En mayo del 2015, viajé a El Salvador por primera vez. En esa época, según cifras oficiales, El Salvador era el país más violento del mundo. Era muy común ver titulares como este, que salió en el International Business Times:

“El Salvador: el país más violento del mundo que no está en guerra”.

Se hablaba mucho de un estado de guerra, sin guerra oficial.

Como en cualquier conflicto armado, hay dos lados: en esta caso, las maras o pandillas y la policía. Y como en la mayoría de conflictos, los que en muchos casos se llevan la peor parte son los civiles, la gente que no tiene nada que ver. Es que la violencia desmesurada de El Salvador afecta todos los aspectos de la vida cotidiana. Y no siempre de la manera que se esperaría.

Entonces, la pregunta que tenía era esta: si no era una guerra lo que estaba pasando en El Salvador, ¿qué era exactamente?

Todos con los que hablé habían sido tocados, directa o indirectamente, por este caos y violencia, y los salvadoreños de todas las clases sociales habían aprendido a lidiar con ese constante sentimiento de inseguridad.

Y de la gente que conocí, de los testimonios que escuché, el que más me afectó fue el de Iris.

Por razones de seguridad, hemos decidido no usar su apellido.

[Iris]: Yo vivo en las orillas de la capital. Es una zona semi rural, podría decirse. Y la zona en donde yo vivo es como un trifinio.

[Daniel]: Y esta es una palabra que yo nunca había escuchado.

[Iris]: Un trifinio es un punto de 3 fronteras. Así conocemos esa palabra acá. Entonces el rollo es que yo vivo en un punto en que la zona que yo vivo exactamente es urbana, y alrededor hay bastantes zonas rurales que son comunidades y en las cuales lideran dos pandillas, o sea las principales de acá.

[Daniel]: La Mara Salvatrucha 13, y el Barrio 18. Dos de las pandillas más temidas de América Latina.

[Iris]: Estoy en un punto en medio, donde cuando entro a mi casa paso por una línea del tren todos los días. Este, ese territorio es MS. Al término de mi colonia ya es liderado por la pandilla 18.

[Daniel]: En ese año, 2015, se calculaba que había unos 500 o 600 mil salvadoreños involucrados de alguna manera u otra con las maras. Digamos que un 10% de la población. Esa cifra la dio el mismo Secretario de Defensa, David Munguía Payés.

Pongamoslo así: casi el 10% de un país estaba dedicado a la extorsión, la criminalidad, el narcotráfico y la violencia. Lo cual significa que una gran parte de la población, gente que no tiene nada que ver con esto, sin embargo tiene que convivir con la maldad. No tienen ni opción, ni salida.

Gente como Iris.

[Iris]: Se escucha siempre: si vos no te metés con nadie, no tienen por qué hacerte algo… Parte cierto, parte no.

[Daniel]: Y ella, como muchos salvadoreños, vive tratando de evitar problemas. Y por lo general lo ha logrado. Tiene un buen trabajo, le va bien en la carrera. Los mareros no le prestan mucha atención, y ella misma tiene una teoría de por qué.

[Iris]: Quizás porque de alguna manera yo ya salí del…  como el mercado que quieren los pandilleros. Te lo digo porque les gustan las chicas tipo de 17, 15 años, y yo ya tengo 25, entonces como que ya no soy muy atractiva, más que uso lentes, entonces es como que menos…y un poco gordita también, entonces como que tienen un perfil ya.

[Daniel]: Se viste bien, cuida su apariencia. Desde que era muy joven había algo que le gustaba mucho hacer: teñirse el pelo.

[Iris]: Yo comencé con un color café chocolate, le dicen. Después pasé por rubio, rubio platino, rubio con verde, después llegué a rojo borgoña, a rojo cereza, todavía más fuerte, a rojo intenso.

[Daniel]: Es parte de su look, parte de su identidad. Esta historia se trata de eso. Porque la violencia, la inseguridad que producen las maras, no solo se trata de lo que se lee en los titulares. Balacera aquí, atraco allá. No. También tiene que ver con los detalles, con roces. Instancias en las que la maldad se aparece delante tuyo, o a tu lado.

Instancias como esta.

[Iris]: Yo iba en un Coaster, o sea un microbús, y una muchacha se sentó a la par mía. Una muchacha un poquito más gordita que yo. Andaba las cejas súper delgaditas, el pelo bien maltratado, pintado.

[Daniel]: Color rubio. La boca delineada con rojo, pantalones de lycra estampados con piel de leopardo. Según Iris, este tipo de vestimenta, en El Salvador, es un código.

[Iris]: Y por la forma como comenzó a hablar sabía que no era una muchacha normal, sino que quizá a lo mejor era la mujer de un pandillero.

[Daniel]: Iris me aclaró que no se considera de esa gente prejuiciosa, que juzga a los otros por su apariencia. Pero, me dijo, una vez que has aprendido a leer estos códigos, ya difícilmente los ignoras. Entonces Iris iba muy alerta, tensa, incluso más de lo normal.

Y aquí hay otro detalle para tomar en cuenta: los buses en El Salvador son peligrosos, porque las pandillas han infiltrado el transporte. Los pasajeros corren el peligro de ser asaltados, robados. A veces las pandillas exigen renta de las compañías de transporte. Y si no pagan, las maras pueden matar a los choferes. En otros casos, los mismos choferes son cómplices de los pandilleros. Es una situación complicadísima.

Entonces, una muchacha, con pinta de marera, se sienta al lado de Iris, y claro, ella se preocupa.

[Iris]: Poco a poco me fue haciendo plática. Me dijo. Y me dijo que… que yo, de quién era jaina.

[Daniel]: ¿Qué significa eso?

[Iris]: Jaina es ser mujer de un pandillero. Y yo le dije que no. Luego me preguntó dónde vivo. No le contesté. Porque una de las formas en cómo un pandillero detecta si eres contrario o no, es por los territorios, ¿ya? Entonces yo hasta hace un año, yo no manejaba eso.

[Daniel]: Pero desde que Iris se monta en un bus cada día, para viajar una hora y media al centro de la capital, ahora sí le toca entender estos códigos. Y bueno, por si había alguna duda sobre la identidad de la chica a su lado…

[Iris]: Ella me enseñó una cicatriz que andaba en el estómago. Y me dijo: “Mirá, estas son heridas de guerra. Y estas se hacen en la calle y nos demuestran el valor que tenemos nosotros», me dijo.

[Daniel]: “Nosotros”. Es decir, la mara. Y luego, la muchacha vino con esto:

[Iris]: Me dijo: “Mirá. Cambiate el pelo. Porque si yo te vuelvo a ver en esta ruta o uno de los motoristas te ve en esta ruta, ya vas a quedar fichada, porque aquí todos nos conocemos. Y como no me quieres decir dónde venís, cuidate. Y cambiate el pelo”.

Y yo me quedé helada.

Fue como que, por Dios, o sea, ¿qué hago?

Había un rumor acá, ¿verdad?, que si tú andabas de pelo rojo eras de determinada pandilla, y si tú andabas de pelo rubio pertenecías a otra pandilla.

[Daniel]: Algo que Iris no había tomado en cuenta cuando decidió teñirse el pelo. No le respondió a la muchacha. No le preguntó por qué, no intentó argumentar.

No dijo nada.

Iris tenía un periódico en la mano, y lo miraba, nerviosa.

[Iris]: “Dame ese diario”, me dijo. Y lo sacó. Y lo primero que decía, primera plana decía: “Policías muertos en”… no me acuerdo en qué. Y comienza ella, y comienza a reír. Y le dice al motorista: “Ey, mirá vos”, le dijo. “Qué original. Ya mataron a otro cerote”, le dijo. “Que es la verdad, para que sepan quién manda”, y comenzó ella: siguió, siguió, siguió. O sea yo venía helada, helada, helada y arrepentida de haberme subido en ese microbús.

[Daniel]: Era una muchacha, marera, con ganas de intimidar.

[Iris]: “Cómo ves la cejas”, me dijo. “Yo las veo bien”, le dije yo. “Le van con su cara», le digo. O sea… Y me dijo: «Así te las deberías hacer vos”, me dijo.

[Daniel]: Y luego le preguntó dónde se bajaba. “La plaza”, dijo Iris, aunque se iba para su casa. Se refería a un centro comercial lleno de gente. Pensó, “pues, ahí estaré más segura”. Y añadió un detalle más: “Voy a encontrarme con mi novio”, dijo Iris. “Para ir al cine”. Pero…

[Iris]: Yo no tengo novio.

[Daniel]: Y la muchacha dijo, “bueno, pues yo te acompaño”.

[Iris]: Cuando me dijo, “me voy a bajar con vos”, se me fue el aire.

Se me fue el aire.

[Daniel]: Iris metió la mano dentro del bolso.

[Iris]: Y marqué el número de mi mamá. O sea, marqué el número de mi mami, porque igual yo dije, “si no deja bajarme, o algo, por lo menos que escuche… Por lo menos que escuche qué está pasando”. ¿Ya?

Sentí como… acechado. Acechado porque el motorista era pandillero. O sea iban hablando iguales. Entonces yo marqué el número de mi mamá, y no le pude dar “send”. No le pude dar “send”. Quizá los nervios y todo. Y de repente me dijo: “¿Y qué tanto te buscás?”, me dijo. Y yo le dije: “No nada le dije, solo estoy viendo si ando monedas”, le dije yo. “Solo estoy viendo si ando monedas”. Y me dice: “Ah ya, entonces nos bajamos en la plaza”, me dijo.

[Daniel]: Venían para el bulevar. Estaba muy congestionado. La mujer le dijo al chofer:

[Iris]: “Ey men, a saber qué pasa ahí vale”, le dijo. “¡No te hagás! Acordate lo que vimos hace rato”, le dijo. “Ah simón”, le dijo. “El descabezado”, le dijo.

[Daniel]: Ese día un marero había asesinado a un chofer de otra línea de bus, de otra ruta. La muchacha se lo contó a Iris, orgullosa.

[Iris]: “No sé de qué me está hablando”. “No, es que mirá, fijate, sacá la cabeza, sacá la cabeza por la ventana», me dijo. «Ahí adelante”, me dijo, “hay un bus de la 113″, me dijo, «en donde le han disparado a un motorista», me dijo. «Yo conozco el cabrón que le disparó”, me dijo. “Ah ya”, le dije. O sea, sí verdad. Entonces pasamos la escena y yo me quedé viendo al bus, y en efecto, estaba la… estaba el señor medio a la ventana del bus, el motorista, y abajo un gran charco de sangre. Rojo, rojo, rojo.

[Daniel]: En esas, comenzó a llover. A pringar, como se dice en El Salvador. Una llovizna.

[Iris]: Y te digo, yo amo el invierno. Amo la lluvia. Y creo que nunca dí más gracias en serio que lloviera. Porque me dice: “Puta, mirá”, me dice. “Ya está lloviendo”, me dijo. “Sí, ya está comenzando a pringar”, le digo. Y me dijo: “Ya no me voy a bajar con vos”, me dijo.

[Daniel]: Ya estaban cerca del destino, de La Plaza, el centro comercial.

[Iris]: No sé cómo es que agarré mis cosas, y traté de ni siquiera tropezarme con ella, pues, y de ni darle la espalda, ¿ya?

[Daniel]: Y la muchacha tuvo un último mensaje para Iris:

[Iris]: “Te cuidas entonces, mami», me dijo. «Que no te vaya pasar nada, y me le das saludos a tu novio”. Y yo: “Que le vaya bien”.

[Daniel]: Esto sucedió un par de meses antes de que yo conociera a Iris. Cuando hablamos ya tenía el pelo teñido de negro. Le pregunté si le había costado hacer ese cambio.

[Iris]: Me dolió. O sea, me dolió. Me costó volver a verme de cabello negro, tantos años que la había querido tener tinturado, ¿verdad?. Y pues, ¡ni modo! O sea una cuestión externa vino. Ni siquiera es mi gusto. Ahora, pues, ni modo, ya me acostumbré. Es como que, ah ok, ya me toca retoque, lo tengo que hacer.

[Daniel]: Un pequeño acto de expresión, prohibido por las maras. Cuando uno compara esto con lo que se lee en los periódicos, no parece tan importante. Pero sí lo es. Cuando las maras se imponen hasta en los aspectos más intrascendentes de la vida cotidiana, es una manera de decirle a la población: “Oye, nosotros somos los que mandamos acá. No ustedes. No el gobierno. No la policía. Nosotros”.

Y no es la única vez que a Iris le ha tocado entender esto.

Le pregunté qué piensa de las maras. Iris es una chica educada, tranquila. Mientras me contaba la anécdota de la marera en el bus, me pidió permiso hasta para repetir las palabras vulgares que la chica le había dicho a ella. Y sin embargo, esta fue su respuesta:

[Iris]: Que los quemen a todos. Ya. O sea, como salvadoreños no son mis hermanos. Yo fui criada bajo el evangelio, bajo el cristianismo, y no los veo como hermanos. Nunca los voy a ver como hermanos. Así que si los pueden envolver en una sola hoguera puro holocausto, ¡que les den! Que les den fuego.

[Daniel]: Es un argumento que escuché una y otra vez. Que los maten. Que maten a sus familias. A sus novias. A sus hijos. Que los maten a todos.

No es difícil entender esa rabia. No sólo oí las historias de Iris, sino la de muchos otros, y confieso que en un momento dado empecé yo también a sentir la furia. ¿Pero realmente se pueden crear políticas a partir de la ira?

Cada vez que oía cómo se proponía esta solución, me sentía completamente desanimado. Dejando de lado la ética, el asesinato colectivo sencillamente no es posible, ni en términos políticos ni prácticos.

Repetí este argumento varias veces y después, cuando ya estaba solo, volvía a recordar las conversaciones y me deprimía aún más.

Quizás eso es lo que se tiene que entender sobre la situación en El Salvador hoy en día. Una ciudadana normal, que ni siquiera es sangrienta por naturaleza, propone que la única solución es un genocidio. Y para disuadirla, terminamos hablando de por qué esa solución no es práctica.

Una pausa y volvemos.

 

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[Iris]: Hace menos de 15 días, más o menos, tuve la oportunidad de escuchar la historia nuevamente.

 

[Daniel]: Esta es Iris. Hace poco retomamos nuestra conversación, esta vez por Whatsapp.

[Iris]: Y bueno, al estar escuchando todo mi relato, lloré en algunas partes nuevamente porque recordar ese sentimiento de estar acorralado o de no volver a ver a tu familia es bien fuerte, porque sabés que lo viviste, porque sabés que estuvo ahí.

[Daniel]: Quería ver cómo seguía, qué había sido de su vida, y qué sentía ahora, al escuchar esa reacción tan fuerte hacia los mareros…

[Iris]: Cuando llegué a esa parte justamente solo dije: “Wow”. Estaba tan enojada. Estaba tan llena de ira. Y me cuestioné.

[Daniel]: Me dijo que no era mala persona. Que cree en Dios. Está en contra de que los ciudadanos tomen la justicia por sus propias manos, algo que, según ella, solo generaría odio. Y esa idea de exterminarlos a todos…

[Iris]: No serviría de nada. Y yo no quiero parecer que hablo con rabia o que hablo con odio, porque la verdad, no. Sino que hablo con bastante dolor… porque creo que esa es la palabra. Esa es la palabra.

(SOUNDBITE DE NOTICIERO)

[Presidente Salvador Sánchez]: El año pasado realizamos cambios en la política de seguridad.

[Daniel]: Este es el presidente, Salvador Sánchez Cerén…

(SOUNDBITE DE NOTICIERO)

[Presidente Salvador Sánchez]: Ahora podemos ver los buenos resultados y decir con certeza que la población va recuperando la esperanza de poder vivir en paz y tranquilidad.

[Daniel]: Y sí. Desde que publicamos este episodio en el 2015, la tasa de homicidios se ha reducido…

(SOUNDBITE DE NOTICIERO)

[Presidente Salvador Sánchez]: Gracias a las medidas de seguridad y el esfuerzo conjunto de todos, hemos reducido en un 53% los homicidios [aplausos].

[Daniel]: 53%. Suena muy impresionante. Pero no es tan simple. Según nuestros amigos de El Faro, las cifras que cita Sánchez Cerén esconden una realidad un poco más compleja. Sí, en el 2016 hubo una gran reducción en la tasa de homicidios. Pero eso se debe, en parte, a una ola de violencia sin precedentes que estremeció al país el año anterior.

Es decir, si se compara el 2016 con el 2014, la reducción ya no es de un 53%. Sino de menos del 15%.

Pero de todas maneras quería ver si lo otro que decía el presidente era cierto: que la población va recuperando la esperanza de poder vivir en paz.

Le pregunté a Iris si ahora se sentía más segura, y me contó algo que no esperaba.

[Iris]: Yo he podido tinturarme de nuevo el cabello de rojo, de hecho me lo tinturé hace un par de meses, unos dos meses.

[Daniel]: Y para Iris eso demuestra que las cosas se han calmado, por lo menos un poco. Aunque a ella en estos dos años no le ha pasado nada que haya puesto su vida en peligro, sus hermanos no han tenido tanta suerte. Un día, por ejemplo, su hermano llegó golpeado, sangrando, porque le habían robado el celular. Esas son cosas que se viven en El Salvador cada día.

[Iris]: Es que en realidad regresar en este país a tu casa en la noche es un logro diario, es un milagro. Es algo que vos das gracias a la vida, a Dios, y a quien tú querrás. Entonces en la calle, básicamente, solo se siente como un sentido de supervivencia.

[Daniel]: Desde que el gobierno empezó a tomar medidas para mejorar la seguridad, Iris dice que ahora ve más policías en las calles, en los buses. Y eso puede hacerla sentir un poco más segura que antes…

[Iris]: Pero tú sabes que pasando ciertas líneas de donde está todo ese circuito pues ya nadie te cuida, entonces de alguna forma inseguro se sigue sintiendo. Se sigue sintiendo.

[Daniel]: Y más cuando hay territorios todavía controlados por pandilleros. Jóvenes que se ponen en la entrada de una colonia para vigilar quién llega. Iris dice que esta situación es muy delicada…  

[Iris]: Es un tema que a pesar que todos lo sabemos, pero nadie lo dice. Y nadie lo dice porque son secretos a voces. Porque es algo que se metió, estuvo y comenzó ahí, y se normalizó tanto que ahora es tan natural que todos nos callemos. Y no digamos lo que pasa.

[Daniel]: Me dio un ejemplo muy reciente. A una familiar la había golpeado su esposo, y lo primero que sugirió Iris fue: llamemos a la policía. Pero su familia le dijo que no, que no podían.

[Iris]: Si vos llamás a la policía… vienen los muchachos.

[Daniel]: Es decir los mareros…

[Iris]: Y al siguiente día te vienen a buscar para que te vayas de la colonia porque los policías no pueden entrar acá.

Es bien feo, porque el país que uno quiere, el país que uno aprendió a conocer desde que está pequeñito uno va viendo que ya no le da las mismas libertades que antes le daba. Que como cuando eras niño mirabas y decías: “Pulla, o sea yo voy a ir de aquí a allá, voy a hacer esto, voy a hacer lo otro. Ahora ya no poderlo hacer”. Eso es bastante difícil. Créanmelo. Es muy difícil y aunque no lo reconozcan oficialmente pero pasa, pasa. Y aunque la gente tengamos miedo de decir qué está pasando, así ocurre, así sucede.

 

[Daniel]: Esta historia fue escrita por mí y editada por Camila Segura y Silvia Viñas. Ana Prieto hizo el fact-checking. La mezcla y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri.

Un agradecimiento enorme a Iris por compartir su historia con nosotros. Una versión en inglés de esta entrevista se publicó en la revista del New York Times. Tendremos un link en nuestra página web.

Estuve en El Salvador con Luis Trelles, productor de Radio Ambulante, quien me ayudó a procesar bastante de lo que vimos y escuchamos en esos días.

Gracias también a los buenos amigos de El Faro, el excelente periódico digital publicado en El Salvador, en especial a Sergio Arauz, Oscar Luna, José Luis Sanz, Oscar Martínez, y Karla del Carballo. Un abrazo especial a Malu Nochez, quien nos asesoró en esta historia.

Además de los que ya he mencionado, el equipo de Radio Ambulante incluye a Jorge Caraballo, Patrick Moseley, Laura Pérez, Ana Prieto, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org.  

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Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Créditos

PRODUCCIÓN
Daniel Alarcón


PAÍS
El Salvador


PUBLICADO EN
04/10/2018


EDICIÓN
Camila Segura y Silvia Viñas


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri


ILUSTRACIÓN
Laura Pérez

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