Cuy al ajillo – Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
Hoy les traemos un capítulo sabroso, servido en dos platos: vamos a escuchar dos historias de comida. De las cosas que nos unen y nos separan cuando nos sentamos en la mesa. Porque todos tenemos ese plato que nos transporta a la infancia o al lugar donde fuimos felices. Pero esa misma receta, que hasta podría emocionarnos, a otra persona la puede horrorizar.
Eso le pasó a mi amigo Fidel Dolorier, cuando se mudó de Perú a California en 1987. Cualquier peruano que oiga nombrar ese año se podrá imaginar lo que dejó Fidel al subirse al avión: un país inestable, un país azotado por el terrorismo y la violencia política.
Un país que Fidel comenzaba a añorar desesperadamente.
[Fidel Dolorier]: Yo no podía regresar a Perú por muchos años, porque estaba de ilegal y realmente extrañaba fuertemente. Estaba muy deprimido, triste, y una de las maneras, digamos, de… de llenar ese vacío era con… con la comida peruana, ¿no?
[Daniel]: Para muchos peruanos la comida no es sólo una fuente de nutrición. En nuestra identidad colectiva, ocupa ese lugar en donde un argentino tal vez pondría el fútbol, o un brasileño el carnaval: un sitio en común, en donde se mezclan emociones y recuerdos, orgullo y nostalgia. Una de esas cosas que pueden patear fuerte en el corazón de un inmigrante, sobre todo si acaba de llegar a un país que recién empieza a entender.
[Fidel]: Y bueno, mis platos favoritos… son todos en realidad. Tú me dices comida peruana y te como lo que sea. No tengo ningún aspaviento.
[Daniel]: Pero Fidel tenía un problema: a fines de los 80, la cocina peruana todavía no era famosa en el mundo, y en Estados Unidos era casi imposible conseguir sus ingredientes. Y peor aún: él no había puesto una olla al fuego en su vida.
[Fidel]: Cuando yo llegué a este país no sabía ni hacer arroz. O sea, era un desastre. Me botaban de la cocina cuando yo crecía porque, you know, éramos tres hermanos varones, tres hermanas mujeres, más mi mamá y mi abuela en la cocina. Entonces no solo estorbábamos, pero también había una cuestión así medio sexista, ¿no?: «Los hombres no pertenecen a la cocina».
[Daniel]: Las llamadas a su Ayacucho natal, en ese entonces, valían un dólar cada minuto. Un dólar que a Fidel no le sobraba.
[Fidel]: Entonces yo: «Mamá, rapidito (risa): ¿cómo se hace el arroz?». Y así poco a poco aprendí.
[Daniel]: Los ingredientes de sus platos favoritos se los pedía a sus amigos que viajaban desde Perú. Al principio, se los quitaban en la aduana, pero fue diseñando un sistema para que no los encontraran. Con el tiempo, se transformó en un experto contrabandista de ajíes, olluco, maca y todo lo demás.
[Fidel]: Ahora ya tengo mi método, ¿no? Este… no lo puedo decir (risa). Pero es casi cien por ciento (risa) exitoso.
[Daniel]: También esperaba cualquier oportunidad para ir a la casa de otros peruanos. En esas reuniones todo giraba en torno a las ollas.
[Fidel]: Lo esperabas con ansias, ¿no? Estabas realmente emocionado porque sabías que se iba a comer rico. Y a nosotros los peruanos siempre nos… nos critican porque fiesta que vamos, nos vamos todos a la cocina, a conversar, a hacer… a hacer bulla y estar picoteando de… de las ollas… ¿no? Nos movemos socialmente y emocionalmente alrededor de la… de la comida.
[Daniel]: Pero había un plato que no encontraba en ninguna casa amiga y que hubiera sido una locura esconder en una maleta. Una receta típica de la zona andina que, con el paso del tiempo, se fue transformando en una obsesión: Fidel estaba como loco por comerse un cuy chactado.
Y se estarán preguntando: ¿Qué es un cuy? Esta es una cuestión clave en esta historia. Si le preguntas a un gringo, te va a decir que el cuy, o guinea pig, es una mascota: un roedor chiquito, peludito, hasta tierno, ¿no? El tipo de animal inofensivo y fácil de cuidar que le regalarías a un niño.
Un ayacuchano como Fidel, en cambio, te va a decir que sí, que puede vivir en casa con los niños… hasta que crezca lo suficiente.
[Fidel]: Es un animal andino, ¿no?, que recién se domesticó hace cinco mil años antes de Cristo. Y es, digamos, una fuente de proteínas magnífica en los Andes, donde no hay mucha fuente de proteína.
[Daniel]: ¿Qué nos lleva a ver a algunos animales como comida y a otros no? Esa es una pregunta difícil, que ha desvelado a antropólogos y estudiosos de la cultura. Pero que estaba lejos de desvelar a mi amigo Fidel.
[Fidel]: Sucedió que un día estaba caminando por… por una calle y veo un… una tienda de… de animales, ¿no?, para adoptar. Entonces veo en la ventana y veo que hay un cuy.
[Daniel]: Imaginemos a Fidel: está parado frente a una tienda de mascotas, en un país que apenas conoce. Uno en el que el cuy, un animal que proviene de su región y que él ha comido toda su vida, es tratado como si fuera un perrito. Mira a través del vidrio. Lo ve allí, en su jaulita, listo para llevar…
[Fidel]: Entonces me acerco, lo miro, el cuy me mira, nos miramos, y el cuy se esconde porque parece que reconoció algo. Dijo: «Este es un peruano».
[Daniel]: Peor para el cuy: era un peruano con nostalgia. Entonces Fidel entra al local y ve a la señora que atiende. Parece tan amable, tan dispuesta a ayudarlo.
[Fidel]: Me dice: «Oh, can I help you?» ¿Te puedo ayudar? Y yo: «Sí, mira, este… ese animalito», le digo, este… «¿está en venta?”.
[Daniel]: La mujer mira a Fidel: sus ojos parecen calibrar la situación…
[Fidel]: Habrá visto, no sé, una mirada diabólica en mí, y me dijo: «Oh, are you peruvian?». ¿Es usted peruano?
[Daniel]: Por un momento, Fidel cree que es el inicio de un diálogo. Uno que podría tratar del origen del cuy o quizás de las diferencias culturales.
[Fidel]: Le dije: «Sí», ¿no?, pensando que iba a generar una conversación, algo ¿no? Y me dijo: «No, no», me dice, «no, no está en venta» (risa). Me negó el acceso a mi cuy.
[Daniel]: Fidel le podría haber dicho muchas cosas: que en la región andina el cuy se ha comido durante milenios, desde mucho antes de su domesticación. Que en su ciudad, Ayacucho, el cuy chactado, que sería como un cuy roasted, es uno de los platos típicos en celebraciones familiares, reencuentros de amigos, bodas y hasta el carnaval. Que en la medicina tradicional andina se usa para hacer diagnósticos: primero te frotan el cuy, y luego el curandero lo abre y revisa el estado de sus órganos, para saber si tiene algún daño.
Incluso su carne contiene una enzima, la asparaginasa, que podría ayudar a prevenir la leucemia. Pero Fidel no le dijo nada… sólo se rió.
[Fidel]: Me dio risa en ese momento, porque realmente entendí, ¿no?, que obviamente (risa) estaba ella defendiendo la integridad física del pobre animalito, ¿no? Ya me veía… no sé… con la sangre en la boca, ¿no?, (risa)
[Daniel]: Tardaría algunos años en sacarse la espina de comer un cuy chactado. En un viaje a New York, un amigo lo llevó a un mercadito ecuatoriano, en la zona rusa de Brooklyn, en donde al fin pudo comprar un par de cuyes congelados. Se los llevó de vuelta a California, donde estaba viviendo, y entonces hizo una fiesta con otros inmigrantes, a la cual tuvo la decencia de invitarme.
Algo tan pequeño como eso, un plato de comida que otros no se atreverían a probar, puede difuminar, por una noche, los siete mil kilómetros que hay entre un grupo de personas y el lugar donde dejaron sus recuerdos.
[Fidel]: Tiene que también algo que ver con… con… con la madre, me imagino, ¿no?. Porque crecimos viendo a la mamá cocinar, estando cerca de ella, en el calor de la cocina, los olores. Todo eso te… te trae a un mundo de memorias, ¿no?, que… que uno lo… realmente lo… lo atesora y lo… lo trata de gozar lo más que se pueda.
[Daniel]: Pero la cultura siempre encuentra la manera de abrirse paso. Hoy, si eres peruano, vives en Estados Unidos y tienes una charla con un desconocido, lo más probable es que termines hablando de comida. Es más: puede que ya ruegues para que te hablen de otra cosa. Sólo en San Francisco, hay al menos 25 restaurantes de comida peruana.
[Fidel]: No ofrecen cuy, hoy, para no herir la susceptibilidad local. Pero sin embargo la gente está familiarizada. O sea, hablo con cualquier, ahora, persona, sabe del lomo saltado, del ceviche, del ají de gallina, etcétera, ¿no? En ese sentido, culturalmente sí (risa), ¿no? la comida ha penetrado, ha ayudado a penetrar más que… más que… más que antes, ¿no? Antes era… éramos Machu Picchu nada más, o éramos Sendero Luminoso, ¿no? (risa). Ahora es, este… (risa) comida.
[Daniel]: Todavía, claro, ocurren situaciones como la que vivió Fidel en la tienda de mascotas. En 2015, alguien llamó al 911, en Brooklyn, para denunciar un caso de abuso animal: un hombre, dijo, estaba asando lo que creyó que eran ardillas en pleno Prospect Park. El caso llegó a los medios locales: en la noticia, se ve la foto de un señor ecuatoriano, solo y sonriente, asando un cuy en un palo.
Una foto que, tal vez, impresionaría al hijo de Fidel. Mi amigo, que hace 30 años quería comer un cuy para recordar a su madre, hoy tiene un hijo vegano militante. En Lima, no mucho tiempo atrás, si alguien decía que era vegetariano o vegano, lo más probable es que le ofrecerían pollo. Y si no aceptaba pollo, pues… pescado. Pero hoy las cosas han cambiado mucho: hay restaurantes veganos, raw, y de cualquier otro tipo. La cultura, como dijimos, encuentra la forma de abrirse paso en todos lados.
Una pausa y volvemos con el segundo plato.
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[Daniel Alarcón]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.
Antes de la pausa, escuchamos una historia de amor: la de Fidel y el cuy chactado, el plato peruano que lo hacía sentir cerca de su familia.
Pero ahora vamos a escuchar una historia de odio. Del odio a un ingrediente que ha unido durante generaciones a la familia de nuestra productora Lisette Arévalo.
Aquí Lisette.
[Lisette Arévalo]: Hay varias cosas que seguramente no saben del ajo:
Primero: el liquidito pegajoso que sale de un diente de ajo se usa para hacer pegamento.
Segundo: En promedio una persona come 302 dientes de ajo por año.
Tercero: La palabra Chicago —sí, la ciudad— viene del ajo.
‘Shikaakwa’ es la palabra indígena que significa ajo… y que en el siglo 17, crecía de manera salvaje en la parte sur del lago Michigan.
Y cuarto, y lo más importante de esta historia… Todos en mi familia lo odian. Y cuando digo todos, quiero decir todos.
Mi primer recuerdo del odio hacia el ajo es de cuando tenía 5 años e íbamos a un centro comercial con mi mamá. Había una plazoleta de comidas grandísima donde vendían carnes, ceviches, pizzas, pollo al horno, de todo… Y cada vez que pasábamos por ahí, mi mamá me agarraba de la mano, se tapaba la nariz y apresuraba el paso, huyendo.
No entendía muy bien por qué lo hacía pero siempre la imitaba, como una especie de juego, caminando lo más rápido que podía. Hasta que una de esas veces le pregunté qué pasaba y me respondió “es que apesta a ajo”. En ese tiempo, ni siquiera sabía qué era un ajo ni a qué olía, pero igual asentí como si supiera de lo que hablaba.
La respuesta de mi mamá fue tomando sentido a medida que yo iba creciendo. Primero porque era repetida por mis abuelos, mis tías, mis tíos, mis primos, mis tías abuelas… Y segundo, porque aprendí a identificar ese olor tan particular que, realmente, sí me parecía que apestaba. Poco a poco fui desarrollando una especie de “superpoder familiar”. Era capaz de oler el ajo a varios metros de distancia en un restaurante, en un plato de comida… o hasta en una persona.
Estaba claro: me había unido al clan.
Y aunque el ajo siempre ha sido un tema sensible para mi familia, nunca supe por qué ni cuándo exactamente comenzó este odio. Entonces decidí averiguarlo…
Cuando le pregunté a mi abuelo, José Antonio Gross, esto fue lo que me dijo:
[José Antonio Gross]: Yo pienso que desde que nacimos supimos que no había que comer ajo pero no sé de cuándo viene todo eso…
[Lisette]: Y es que mi abuelo también se acuerda que desde que era muy chiquito sus tías, su mamá y su abuela siempre repetían que el ajo estaba terminantemente prohibido, que era algo que la familia Godoy nunca podría comer. Y todo el mundo… pues lo aceptó.
Pero bueno, si no podía averiguar el porqué, quería por lo menos saber quién comenzó todo esto, quién dijo “en esta familia no se come ajo, y punto”.
Después de que indagué por todos lados, la única que tuvo una posible respuesta fue mi tía abuela Gloria.
[Gloria]: Eso viene de la familia Godoy, de la abuelita… Hortencia, y de la mamá… de la Viviana Molina de… Becerra.
[Lisette]: Entonces: mi bisa-bisa-bisa abuela, Viviana Molina, parece ser la que empezó todo… Se lo pasó a su hija, mi bisa-bisa abuela Hortencia Becerra… que a su vez se lo pasó a sus hijos: Neptaly Godoy y Celina Godoy… Que se lo pasaron a sus hijos: mis abuelos… que además son primos: José Antonio Gross y Norma Godoy. Y, claro, finalmente a mi mamá, a mis dos hermanas y a mí
Pero el odio no acaba ahí… Porque así como mis abuelos nos lo pasaron a nosotras, sus hermanos y hermanas lo pasaron a sus hijos y a sus nietos… Es algo que está presente en toda mi familia extendida… Si no me creen, a ver… escuchemos a algunos de mis familiares. Aquí, en orden: Michelle, Alejandra, Josette, Alex, Paul, y Chaby.
[Michelle]: El ajo sabe… bueno a mí me sabe como a indigestión.
[Alejandra]: Es un olor que te sale del estómago y te sale por la piel.
[Josette]: Huele a axila.
[Alex]: Alpargata quemada.
[Paul]: Siento como agrio, fermentado, como un ácido, una especie de azufre.
[Chaby]: Es bien fuchi, fuchi, fuchi.
[Lisette]: A medida que hablaba con mis familiares sobre el ajo, caí en cuenta de que ha sido una parte fundamental de nuestras vidas por generaciones. Aunque lo odiemos, es una de esas pocas cosas que nos unen y nos definen como familia. Se ha prohibido en el catering de los matrimonios, en las fiestas de quinceañeras, en las celebraciones de cumpleaños.
Y es que el odio al ajo es tan importante para nosotros que hubiera podido afectar hasta mi árbol genealógico… Voy a dejar que mis abuelos expliquen:
[José Antonio]: Si hubiera comido la Norma ajo… y esto lo voy a decir la verdad… yo no me hubiera enamorado de ella (risas). Imagínese, ¿cómo? Pues, con el olor a ajo, no… ni siquiera le hubiera permitido que esté al lado mío.
[Lisette]: ¿Y usted abuelita? ¿Si mi abuelito olía a ajo?
[Norma]: Igual… yo no le recibía ni en la puerta.
[Lisette]: Afortunadamente esto no pasó… Pero reducir las posibilidades amorosas solo a no-comedores de ajo, no es la única medida extrema de mi familia. El tío de mi abuelo, por ejemplo, hacía esto:
[José Antonio]: Mi tío Lizardo Godoy era tan especial en su comida que para irse a la costa —donde sí se come con ajo aquí en el Ecuador—, él llevaba su propio sartén, su propia olla… llegaba y les decía: “A mí me cocinan en esta olla”.
[Lisette]: Su propio sartén y su propia olla… Y la verdad es que no lo culpo de ser tan paranoico. La forma como se habla del ajo en mi familia ha influido en cómo nos comportamos desde siempre. Mi mamá, por ejemplo, estaba preocupada por su vida amorosa cuando era una adolescente. Y mi bisabuela decía que tenía que tener más cuidado de no comer ajo por accidente.
[Gina]: Mi abuelita decía: no tienen enamorado porque comen con ajo. Dejen de comer con ajo y van a ver cómo se consiguen enamorado. Entonces “Uy”, yo decía, “¡qué asco! ¡Cómo me olerán!”
[Lisette]: Le pedí a mi mamá que me describiera cómo le huele el ajo a ella…
[Gina]: Es una cosa penetrante… que, o sea, me llega hasta el cerebro… es un rechazo. No sé. Es como cuando uno huele thinner que es algo fuerte que se te va arriba. Así huelo yo. No soporto…
[Lisette]: Thinner… disolvente de pintura. Para mí el olor a ajo es más a como huele un vagón de metro… repleto de gente… en el verano… sin aire acondicionado. Un disolvente de pintura, un tren repleto, una axila, una alpargata quemada… es como si todos oliéramos algo distinto cuando olemos un ajo. Como si nuestras narices se acordaran de lo que más nos desagrada.
Como se pueden imaginar, nuestra aversión al ajo realmente reduce nuestras opciones cuando vamos a un restaurante… Porque el ajo está en todo. O sea, no puedo comer lo obvio: camarones al ajillo… pan de ajo… ni hummus… claro… pero es que el ajo es tan común que requiere esfuerzo evitarlo: se usa para condimentar el pollo, la carne, el pescado, hasta se encuentra en algunas vinagretas para ensaladas… Y ojo a esto: ¡Incluso existe el helado de ajo!
Este es un periodista dando la bienvenida a una tienda en Gilroy, California, considerada una de las capitales del ajo del mundo.
(SOUNDBITE ARCHIVO)
[Periodista]: Hello everybody Chris Bate is here reporting live from Garlic World and we’re going to buy and consume some garlic ice cream.
[Lisette]: ¡Garlic World! El mundo del ajo. Ajolandia. Imagínense. Mi peor pesadilla. Es en esa tienda y en un festival anual que se celebra todos los años en Gilroy donde se vende este famoso helado de ajo… Y a la gente le encanta…
(SOUNDBITE ARCHIVO)
[Mujer]: Let me tell you this garlic ice cream is amazing.
[Hombre]: It’s sensational, how about that!
[Lisette]: How about ¡Qué asco!
Ah, pero eso no es todo. No falta el que siempre dice: “¡Pero no sabes de lo que te pierdes! Si el ajo es bueno para prevenir cáncer gástrico, para curar la gripe, tratar la artritis, el insomnio, el asma, la neumonía…”. O en palabras de este supuesto “especialista” de metabolismo en Internet…
(SOUNDBITE ARCHIVO)
[“Especialista”]: Ajo, milagroso. Señores, el ajo es milagroso. Tiene unos efectos más que comprobados científicamente y a través de miles y miles de años se ha sabido que el ajo es muy, pero muy beneficioso.
[Lisette]: En fin… No. Hay. Lugar. Seguro.
Mi tío José sabe de lo que estoy hablando.
[José]: Bueno, una vez entré a un sitio que recomendaron en la radio, una hamburguesa maravillosa, a la parrilla y todo. Y el dueño era argentino sin embargo dije, “bueno los argentinos no ponen ajo pero voy a preguntar”… Así que le pregunté al señor y me dijo que no, que le pone muy poquito en un montón de carne… que ni se va a sentir…
[Lisette]: Pero, por supuesto, se sentía… Y simplemente la rechazó.
[José]: Delante de él le boté a la basura la hamburguesa y le dije: McDonald’s vende —en esa época, dos mil millones de hamburguesas había vendido, anunció eso— y ellos no ponen ajo, le dije… y ustedes vienen a dañar su producto.
[Lisette]: Okay, lo admito, es una reacción un poco extrema.
Pero también soy culpable de irme de restaurantes porque el lugar entero olía a ajo… o de aguantar mi respiración en un ascensor en el que va alguna persona que acaba de comer mucho ajo…
En fin, creo que ya entendieron: todos nosotros real… realmente lo odiamos.
Y ya que mi familia no me podía responder por qué somos así, encontré tres posibles explicaciones para esto:
Uno: tenemos… oigan bien esta palabra: aliumfobia. Existe. Es la fobia de oler, estar cerca o comer ajo. Más o menos cabemos en esta descripción pero cuando se habla de síntomas más fuertes, como mareo, sarpullidos, pérdida del control, miedo a morir… pues… no. Así que puede que esto no lo explique del todo.
Dos: Memoria genética o epigenética… esto es… la manera en que los traumas o las aversiones pueden modificar los genes de las personas y cómo esto puede pasar de generación en generación.
Entonces… en el caso de mi familia… De pronto mi bisa-bisa-bisa abuela Viviana se enfermó por haber comido ajo… o alguien le tiró encima una cantidad de dientes de ajo… o lo comió alguna vez y no pudo deshacerse del desagradable olor en su piel. Pudo haber pasado cualquier cosa que le hizo odiar el ajo de tal manera que afectó su código genético. Y como resultado nosotros lo odiáramos.
Y bueno, la última posible explicación es que… somos vampiros. Y pues… eso sí que no puedo ni confirmarlo ni negarlo… Solo diré que siempre nos han dicho que el tono de nuestra piel es súper pálido.
Cuando le cuento a la gente sobre esto, la primera reacción es: ¿pero cómo haces? Hay ajo en todo. Y sí, como ya lo he dicho antes, es verdad… Así que cuando salimos a comer hacemos de todo para evitar que lo pongan en nuestros platos: anunciamos casi a gritos que en esta mesa no se come ajo, les decimos a los meseros que por favor nos digan qué platos no tienen, pedimos hablar con el chef o con el dueño. Pero no siempre funciona y nos meten un poquito de ajo a escondidas de vez en cuando… Así que como familia hemos encontrado una solución más segura: mentimos. Esta es mi mamá.
[Gina]: Cuando yo voy a un restaurante les digo que tengo alergia porque ahí sí me respetan. Porque cuando piensan que es solo por capricho que no como ajo, ahí me ponen un poco o qué sé yo…
[Lisette]: A ninguno de nosotros nos han hecho exámenes para ver si realmente somos alérgicos. Bueno, excepto a mi cuñado canadiense… Y esto sí que es absurdo… resultó ser muy alérgico. No sé cuáles son las probabilidades, pero en la familia lo interpretamos como una señal de que él y mi hermana estaban hechos el uno para el otro.
Entonces claro, viniendo de un linaje de personas que no comen ajo, resultó extraño que yo termine enamorándome de alguien que sí lo ha comido toda su vida. Cuando estábamos de novios, no pude dejar de preguntarle a Agustín, si eventualmente dejaría de comerlo… me dijo que no sabía.
[Agustín]: Pero sé que voy a bajar la cantidad. Porque somos pareja, y no puedo yo comer ajo, si tú no comes ajo, porque a ti te va a hacer daño el ajo, y yo voy a oler a ajo… Entonces nos conviene alejar un poco el ajo de nuestras vidas.
[Lisette]: Ya han pasado 4 años desde que le pregunté esto a Agustín. Y la verdad es que en mi mente sabía que esto no era una negociación. Que tenía que elegir: o el ajo o yo. Regresé de estudiar afuera, nos mudamos juntos, nos casamos y tengo que decir que eligió bien: el ajo no ha entrado a esta casa. Y eso no es todo: poco a poco él también ha desarrollado ese “superpoder” de oler ajo a distancia y cuando termina comiendo algo que tiene ajo, le cae súper mal… Y eso ha pasado con varias personas que se unen a nuestra familia, ya sea por noviazgo o por matrimonio.
Es más, a veces hasta terminan odiando el ajo más que nosotros. Como el esposo de mi prima Alejandra, por ejemplo.
[Alejandra]: Y ahora él ya no come ajo. Peor que yo. Entra a un restaurante y es como mi mamá ahora huele y es “huele a ajo”, o “tu comida huele ajo”… O si comí algo en el colegio por casualidad y nos dieron y tenía ajo y yo ya me comí… Llego a la casa y me dice “¡apestas!”
[Lisette]: Es como si de esa manera se sintieran parte de nuestra familia, como la última prueba que deben pasar para ser aceptados. Y creo que por eso es que ha durado de generación en generación.
Lo conversé con mi cuñado canadiense, Matthew, quien llegó a Ecuador y a formar parte de nuestra familia hace más de 10 años.
Le pregunté si, luego de una década conviviendo con nosotros, tenía alguna teoría de lo que nos pasa. De qué significa el ajo en nuestras vidas.
[Matt]: El ajo es una suerte de manera de pertenecer a la familia. Permite que la persona pertenezca a un tribu. Ah, y por otro lado es un tema de conversación constante. Es una manera de conversar, siempre que lleguemos a un restaurant, siempre que vayamos a cualquier sitio es la primera cosa de que podemos conversar.
[Lisette]: Y tiene razón.
Debo confesar que muchas veces me daba vergüenza contar esto a personas fuera de mi familia. Me acuerdo que cuando era chiquita y mi mami llamaba a las casas de mis amigas a pedirles que no me dieran comida con ajo, me mortificaba.
Muchas veces comía lo que me servían por no hacer problema, por no quedar mal, por no tener una conversación eterna de lo extraña que es mi familia. Pero después de hablar con ellos para esta historia, de escuchar sus anécdotas, de ver cómo a pesar de cualquier posición política o desacuerdo, estamos unidos por el odio al ajo… eso ha cambiado para mí. Entonces ahora digo, a mucha honra, soy Lisette Arévalo y no como ajo. Y si ustedes son como nosotros, pues, no están solos… ¡Bienvenidos a mi familia!
[Daniel Alarcón]: Este episodio fue producido por Lisette Arévalo y Nicolás Alonso. Lisette es productora y vive en Quito, Ecuador. Nicolás es editor y vive en Santiago de Chile.
Este episodio fue editado por Camila Segura, Nicolás Alonso y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música original de Rémy.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Aneris Casassus, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Jorge Ramis, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.
Emilia Erbetta es nuestra pasante editorial.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.