El reloj y la linterna – Transcripción

El Reloj y la linterna - María José Mesías - atentado en la AMIA

El reloj y la linterna – Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. 

Buenos Aires. Lunes 18 de julio de 1994. Horacio Paz escuchaba la radio en la fábrica de plásticos donde trabajaba. En su muñeca izquierda llevaba un reloj Citizen Quartz del 74, que antes había sido de su padre. De niño siempre había soñado que fuera suyo.

[Horacio Paz]: Una vez le dije a mi papá: ese reloj cuando te mueras me lo voy a agarrar. Y mi papá se lo sacó y me dijo: “Tomá, qué vas a esperar que yo muera. Te lo regalo el reloj». Y yo usé desde que tenía, sí, 17, 18 años, usé ese reloj.

[Daniel]: Era una mañana fría de invierno, y él apenas lograba oír algo sobre el ruido de las máquinas. Pero la fábrica no era su único trabajo. Tenía 29 años, y además era bombero. Y no cualquier bombero… Era miembro del Grupo Especial de Rescate, debía estar atento a cualquier emergencia que ocurriera en la ciudad.

Su reloj marcaba las 9.53 cuando todo comenzó. 

[Horacio]: Estaba poniendo a punto una máquina para sacar una producción y entonces escucho la voz, que preocupado el tipo empieza a contar lo que pasó. Primero dicen que hubo un derrumbe. 

[Daniel]: En ese mismo momento, no muy lejos de la fábrica, otro miembro del Grupo Especial de Rescate, Fernando Souto, iba en un minibus con un grupo de bomberos jóvenes. Tenía 21 años. Siempre había admirado la valentía de los hombres que enfrentaban el fuego y ahora él era uno de ellos. 

[Fernando Souto]: Y estaba viniendo de una instrucción, me acuerdo que por la autopista, en un móvil con varios, varios bomberos. Escuchamos, se sintió la explosión… muy lejana. Pero lo escuché.

[Daniel]: El doctor Carlos Russo, en cambio, no escuchó nada. A las 9.53, estaba de turno en el Hospital Pirovano, en el barrio de Coghlan, al norte de la ciudad. La mañana de ese lunes no debería haber estado trabajando. 

[Carlos Russo]: Mi guardia era los martes. Pero ese día estaba haciendo un reemplazo en el hospital.

[Daniel]: Lo que sí escuchó fue cómo la línea de emergencias médicas empezó a estallar. Tenía 41 años y vivía atento a esas alertas.

[Carlos]: 30 llamados, 40 llamados al 107 avisando que pasó esto, que pasó esto, que pasó esto.

[Daniel]: No estaba muy claro qué había pasado. Se hablaba de un derrumbe en la calle Pasteur 633, casi 9 kilómetros al sur del hospital, donde estaba la Asociación Mutual Israelita Argentina: la AMIA.

Unos minutos antes de las 9.53, el empleado de mantenimiento Martín Cano recorría los seis pisos de la AMIA con un carrito de café. Repartía el desayuno a más de 80 personas que trabajaban en el lugar. Dentro de su recorrido, tenía que pasar por la administración, el instituto científico judío, la biblioteca, el museo y otras oficinas encargadas de manejar casi todas las relaciones y actividades de la comunidad judía en el país. 

Trabajaba ahí hacía un año, pero era la primera vez que le tocaba hacer de camarero, cubriendo a un compañero que estaba de vacaciones. Tenía 20 años y todos los días se levantaba a las 5 de la mañana para llegar a tiempo a su trabajo. Eran casi dos horas de viaje desde su casa en Merlo, en el conurbano bonaerense: un bus, un tren y una caminata de 10 cuadras. Entraba a las 8 de la mañana pero prefería salir con mucho tiempo de anticipación.

[Martín Cano]: Llegué más temprano que nunca. Ese día llegué 7 y 10 pasadas.

[Daniel]: Apenas llegó fue a cambiarse al subsuelo, en donde estaban los vestuarios. La cocina también había sido trasladada allí, porque llevaban un tiempo refaccionando el primer piso y todo el sistema de calefacción del lugar. 

Martín se hizo un café, preparó el carrito de desayuno y salió junto con su compañero Buby a recorrer el edificio. Para las nueve y media, ya estaban de vuelta en el subsuelo y se quedaron hablando con Cacho, otro empleado de mantenimiento, sobre los partidos de fútbol del día anterior.

Martín acomodaba la vajilla sucia, que lavaría para servir el almuerzo. 

[Martín]: Guardo la… el carrito en un costado. Saco la vajilla y empiezo a poner todo en la pileta. A todo esto van pasando esos minutos. Apoyo los vasos y cuando apoyo los vasos siento que se apaga todo. 

[Daniel]: Eran exactamente las 9.53 minutos.

[Martín]: Una explosión tremenda que me tira para atrás.

[Daniel]: Cuando abrió los ojos, ya no podía ver nada. Todo era oscuridad. 

Una breve pausa y volvemos.

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora Aneris Casassus nos sigue contando.

[Aneris Casassus]: Volvamos con Horacio Paz, el bombero que esa mañana estaba trabajando en la fábrica de plásticos. Cuando escuchó que en la radio hablaban del derrumbe de un edificio en el barrio de Once, lo primero que hizo fue mirar la hora en el reloj de su padre. Luego corrió hasta el teléfono para llamar al cuartel y avisar que iba saliendo para allá. Estaba a unas 15 cuadras. Llegó rápido. Casi no se usaban celulares en esa época, pero logró localizar rápidamente a los diez suboficiales que tenía a su cargo. 

[Horacio]: Teníamos una cadena de llamados bastante efectiva y rápida. Entonces yo enseguida, algunos ni los tuve que llamar porque muchos llamaban y entonces ya les decíamos, venite, venite y bueno…

[Aneris]: Todos sabían que algo muy grave había pasado en el edificio de la AMIA. Decenas de vecinos estaban reportando un estruendo enorme. Otros hablaban de un derrumbe. Enseguida, los hospitales públicos se empezaron a organizar para mandar sus ambulancias y médicos hasta el lugar.  

Cerca del mediodía, los bomberos del grupo de Horacio ya estaban en el cuartel, listos para salir. El camión ya había partido hacia la AMIA con otra dotación de bomberos, así que Horacio y los demás tuvieron que subirse a un minibús para intentar llegar al lugar. Pero el tránsito estaba cortado. Solo se podía llegar hasta la avenida Corrientes, a unas dos cuadras y media del edificio de la AMIA, y de ahí avanzar caminando. 

Cuando se bajó del minibus, por primera vez Horacio dimensionó el desastre. Incluso a esa distancia, las calles estaban llenas de escombros, vidrios y gente que gritaba y corría de un lado a otro.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Aneris]: Horacio caminó las dos cuadras y media, apenas creyendo lo que veía, y cuando llegó a la AMIA ya no había edificio. Solo una montaña inmensa de escombros. La prensa ya estaba reportando desde el lugar.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Periodista]: Estamos en Tucumán y Pasteur, detrás de una ambulancia que está llegando para socorrer a más heridos, la gente impactada en el Once. Destrozado totalmente AMIA. 

[Aneris]: Horacio se acercó lo más que pudo, y vio a decenas de personas caminando sobre la montaña de escombros, desesperadas.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Familiar]: Yo trabajaba y estaba… está mi hija abajo, bajó a buscar un café. 

[Periodista]: ¿Qué cantidad de gente trabajaba en este lugar señora?

[Familiar]:  Un montón, en este momento no sé, un montón.  No sé… ¡Yo quiero a mi hija!

[Aneris]: Al instante, Horacio entendió que sería muy complicado trabajar en el área. 

[Horacio]: Un lugar contaminado por un montón de gente que tenía la intención y la voluntad de ayudar. Por ahí en vez de ayudar no ayudaba.

[Aneris]: Familiares de trabajadores de la AMIA y vecinos del barrio sacaban con sus manos los escombros y los cargaban en baldecitos. Baldes de unos 10 litros para 2 mil metros cuadrados de edificio convertidos en trozos. Estaban tan desesperados por rescatar a las víctimas, que se negaban a retirarse. Y eso, claro, era peligroso: en cualquier momento lo que quedaba del edificio se podría derrumbar.

Mientras algunos bomberos trataban de sacar a los vecinos y familiares, otros asistían a la gente que había quedado herida mientras pasaba por afuera del edificio. Horacio y su grupo analizaban detenidamente la escena: en medio del caos, necesitaban encontrar un hueco para entrar en la montaña de escombros. Una hendidura, el espacio para construir un túnel. Si había sobrevivientes allí abajo, era su tarea llegar hasta ellos. 

Era una misión peligrosa, pero tenían que intentarlo. Total, para eso era el Grupo Especial de Rescate. Estaban atentos a los movimientos de los perros que habían ido con ellos.

[Horacio]: Si algún perro de rescate marca algún lugar. Y entonces ahí es donde dice a ver puede haber gente, esa gente está bajo, tres, cuatro metros de escombro. ¿Cómo hago para sacarla? 

[Aneris]: Además de los perros, se ayudaban con cámaras que metían a través de unos tubos metálicos. Eran sus ojos allí abajo, donde no podían llegar. 

[Horacio]: Bueno, eso llevó un tiempito, una hora, una hora y pico hasta que algún compañero mío pudieron… este… limpiar y encontrar el hueco del ascensor.

[Aneris]: Dentro del desastre, era una buena noticia: podían abrirse paso por ahí para entrar en la montaña de escombros, y llegar hasta el subsuelo. La única manera de saber qué había allí abajo era atreverse a bajar por él. 

A unos metros de Horacio y los bomberos, el doctor Carlos Russo ya estaba trabajando en el lugar. Apenas oyó las alertas de la línea de emergencias, salió del hospital en una ambulancia directo a la AMIA. Siete cuadras antes de llegar, empezó a ver escombros desparramados por las calles.

[Carlos]:  La confusión total, la sensación esa de muerte, de gente gritando, llanto, corridas. El olor que hay en el lugar. Es tan grande esa situación que lo que provoca no es una reacción muy grande, sino una parálisis. Te quedás un ratito como paralizado, como decís ¿qué hago acá?, ¿por dónde empiezo? ¿cómo manejar esto? 

[Aneris]: Entre la montaña de escombros estaba la cabina del ascensor, y una persona luchaba por salir de ella. Alrededor, todo era polvo y caos. Carlos miraba cómo la gente buscaba a sus familiares, mientras en frente, algunas personas ya se aprovechaban del pánico para saquear. 

[Carlos]: Había negocios, no me acuerdo si eran zapatería, joyería, vendían ropa, con gente robando todo lo que había adentro.

[Aneris]: Carlos se quedó mirándolos, en shock. Pero fue solo un momento. No tenía tiempo que perder: cientos de heridos esperaban su atención.

Mientras tanto, Horacio y sus compañeros del Grupo Especial de Rescate ideaban un plan para descender por el hueco del ascensor. Sabían que el ascensor corría por la parte central del edificio. Podían descender con una escalera extensible, pero no era tan fácil: para lograrlo, primero tenían que ir descubriendo el agujero que había quedado tapado por la explosión. Bajaron unos 8 metros, moviendo escombro tras escombro, hasta que llegaron al subsuelo y encontraron un pasillo. O lo que había sido, hasta hace muy poco, un pasillo.  

[Horacio]: Porque imaginate, se había caído el edificio, no era que entramos caminando. Había que entrar arrastrándose y limpiando cosas. 

[Aneris]: Pedazos de mampostería, ladrillos, hierros y chapas tirados por todos lados. Iban abriendo un túnel de no más de 70 centímetros de alto, apuntalando con tacos y maderas para evitar que todo se viniera abajo. 

[Horacio]: Es un trabajo de… de arqueología para que aparezca lo que estaba antes estructuralmente ordenado. 

[Aneris]: Quitaban los escombros y, cada tanto, descansaban sentados en ese túnel. Avanzar un metro les podía llevar una o dos horas. Pero si iban más rápido podían quedar sepultados. Mientras trabajaban, no paraban de gritar. Querían saber si había algún sobreviviente… Pero no oían nada.

Unas horas antes, cuando Martín Cano, el empleado que repartía el café esa mañana en la AMIA, abrió los ojos, todo era oscuridad. La explosión lo había arrojado contra una pared. No podía moverse: su cuerpo estaba atrapado por los escombros, del tórax hacia abajo. Tenía las manos libres, pero la izquierda no respondía. Intentó sacarse las piedras de encima con la derecha, pero era imposible. Entonces empezó a gritar. Enseguida, escuchó los gritos de sus compañeros, Cacho y Buby, con quienes había estado hablando de fútbol mientras acomodaba la vajilla, justo antes de que todo se fuera a negro.

No alcanzaba a verlos, pero podían hablar. También estaban atrapados en el subsuelo de la AMIA. La cabeza de Martín había quedado justo debajo de la mesada donde minutos antes estaba apoyando los platos. Eso había impedido que su cráneo también quedara bajo los escombros. 

[Martín]: Mi amigo Cacho me decía “No toques nada, no toques nada”. Por las dudas que se me caiga algo en la cabeza.

[Aneris]: Estaban muy confundidos, ninguno entendía qué era lo que acababa de pasar. Gritaban pidiendo auxilio, pero nadie respondía. El silencio y la oscuridad eran tan densos que Martín sentía que estaba en una cueva.  

Por un instante, en medio de la confusión, Martín pensó que él era el responsable de la explosión que había volado todo el edificio.

[Martín]: Y yo la verdad, pensé que toqué una llave de gas. No sé. Viste que yo era pibe… Uno pensó si toqué algo… “No, no tocaste nada”, me decía mi compañero. 

[Aneris]: Su compañero Cacho no paraba de hablarle y darle ánimos.  

[Martín]: “Martín no te duermas, Martín no te duermas” me decía. “Ya vamos a salir, quedate tranquilo, ya van a bajar los bomberos, tienen que venir a rescatarnos”.

[Aneris]: Le decía que tenía que resistir, sobre todo, por Daniel, su bebé de tres meses. Martín pensaba en el beso que esa mañana le había dado a su hijo y a Lorena, su mujer, antes de salir para el trabajo. Ambos dormían. Habían pasado apenas unas horas, pero ya todo parecía tan lejano. 

También pensaba en Antonia, su mamá, que había muerto 10 años antes.

[Martín]: Pensé mucho y le pedí a ella que yo me quería salvar. Yo quería salir de ahí abajo para… para ver crecer a… a mi hijo.

[Aneris]: Era difícil calcular el tiempo allí abajo. Los minutos parecían horas. Las horas parecían días. El frío era cada vez más intenso. Solo los tranquilizaba seguir hablando entre ellos, pero pronto dejaron de escuchar a Buby.  

[Martín]: Le dijimos “Buby, Buby” y ya no… no respondía a las dos o tres horas, pienso yo ¿no? Porque era todo oscuro, no se veía nada. 

[Aneris]: Martín pensó lo peor. Pero Cacho intentó calmarlo.

[Martín]: “Se habrá dormido”, decía él. ¿Qué va a decir? ¿Qué va a decir si él tampoco lo veía?

[Aneris]: Martín se convenció de que lo que le decía Cacho era cierto: de que Buby se había dormido y en cualquier momento respondería. 

Él mismo se sentía cada vez más agotado.

[Martín]: Cada hora que pasaba los dolores eran más, más fuertes, lloraba y lloraba, por momentos gritábamos…  Y por momentos yo sé que me dormía a veces, porque ya uno como que le falta el aire en el sentido de tanto gritar.

[Aneris]: Cada vez que despertaba, Martín sentía que hacía más frío. Le dolía todo el cuerpo y se había orinado encima. Tenía una piedra clavada en su espalda y no podía hacer nada para sacarla. Por momentos, creía que nunca podría salir de allí abajo. Y ahí era cuando volvía a escuchar la voz de Cacho, animándolo, hablándole de su bebé o intentando retomar la charla sobre los partidos del día anterior. Habían perdido por completo la noción del tiempo pero Martín calculaba que podrían haber pasado ya ocho horas bajo los escombros. 

Buby no había vuelto a hablar. Atrapados e inmóviles, solo se tenían el uno al otro. Hasta que, de repente, empezaron a escuchar algo…

Un golpe, primero, o algo que parecía un golpe. Y luego otro golpe… Y unos instantes después, a lo lejos, unas voces… 

[Martín]: Cuando dijo “¿hay alguien ahí? ¿Hay algún sobreviviente?”. Y empezamos a gritar como locos, como locos los dos. Yo más que él creo. A mi me salieron fuerzas, no sé de adónde. 

[Aneris]: No paraban de gritar, entre la desesperación y la euforia. Y las voces les gritaban de vuelta. Querían saber sus nombres.

[Martín]: “Sí, quién… ¿sus nombres?”. “Martín y Cacho”. Y cuando dijo “bueno, ya en un ratito estamos con ustedes, ya ya vamos a ir a sacarlos”. Me volvió el alma al cuerpo, me volvió el alma al cuerpo. Ahí, sí, ya me apareció la imagen del bebé otra vez. Digo acá lo voy a volver a ver.

[Aneris]: Del otro lado de la oscuridad, el bombero Horacio Paz y sus compañeros también estaban eufóricos: habían encontrado sobrevivientes. Pero no podían verlos: el túnel avanzaba muy lentamente, y delante suyo sólo había más escombros. Debían seguir rompiendo para llegar hasta ellos lo antes posible, pero no podían tomar ninguna decisión a la ligera. Cualquier movimiento errado podía provocar un nuevo derrumbe, poniendo en riesgo no solo a los sobrevivientes, sino también a ellos mismos. 

Analizaron si realmente era viable el rescate. A algunos les parecía imposible, pero el oficial al mando decidió que sí, que debían intentarlo. Así que le pidieron por radio a sus compañeros en la superficie que les trajeran más herramientas.

Al primero que lograron ver fue a Buby. Estaba atrapado entre los restos de una cocina industrial y cientos de escombros de mampostería. 

Horacio recuerda perfectamente ese momento. 

[Horacio]: Se ve que el golpe lo había lastimado mal y entonces no habló, pero recuerdo, recuerdo su cara, su cabello, sus bigotes, la mirada lastimada de ese pobre hombre. Y recuerdo su vestimenta, su camisa, el moño.

[Aneris]: La camisa blanca, el moño negro al cuello. El uniforme de camarero. Horacio y los demás bomberos tardaron casi dos horas en liberar a Buby de los escombros. Estaba vivo pero muy herido. Por el hueco del ascensor bajaron una camilla. Otros bomberos, que estaban arriba, arrojaron cuerdas para atarla. Y empezaron a tirar. Así, casi inconsciente, Buby se fue elevando por el hueco del ascensor para salir por última vez de la AMIA. 

Una vez que lograron sacar a Buby, Horacio y los otros bomberos volvieron de inmediato al túnel. Ahora tenían que llegar hasta Martín y Cacho. No los podían ver, pero, por sus gritos, se dieron cuenta de que el que estaba más cerca era Martín. Debían seguir abriéndose paso con cuidado para llegar hasta él. Pero sus gritos eran cada vez más desesperados… 

Agua. Martín gritaba que lo estaba tapando el agua.

[Martín]: No lo podía creer. Decía yo tantas horas aguanté y están a medio metro de… de.. de mí ya los bomberos y que me filtre el agua de una manera tremenda, me… me empieza a tapar porque me tapó… nada… en segundos. En segundos me tapó el agua.

[Aneris]: Incapaz de moverse, sentía cómo el agua iba subiendo rápidamente por su cuerpo… Los caños que abastecían a la cisterna del edificio se habían roto por el derrumbe o por los trabajos de los bomberos, y el agua se estaba filtrando por entre los escombros. 

Martín gritaba desesperado. Ya casi le llegaba hasta el cuello.

[Martín]: Ahí pensé sí que me moría. Ahí sí que me pensé que me moría.

[Aneris]: Pero no podía hacer más que seguir gritando.

Mientras todo eso pasaba bajo tierra, Fernando Souto —el bombero que iba en un minibus por la carretera cuando sintió la explosión—, llevaba horas intentando ayudar con las tareas de rescate desde la superficie. 

[Fernando]: Y cuando llegamos la situación era peor de lo que se veía. Era mucho peor.

[Aneris]: Peor de lo que se veía por televisión. Junto a los bomberos principiantes que venían en el minibus, retiraban los escombros que podían y buscaban víctimas. Pero en un momento perdió a su superior y a sus compañeros de vista. Entonces empezó a recorrer la zona para tratar de encontrarlos.

[Fernando]: Subí por la montaña de escombros. Uno llegaba a la parte media y de repente esa montaña empezaba a bajar. Empiezo a bajar y de repente me encuentro con que estoy ya adentro de… de la AMIA, en lo que vendría a ser el teatro. 

[Aneris]: Lo que quedaba del teatro que funcionaba en la planta baja del edificio. Había encontrado una entrada distinta al hueco del ascensor por el que, horas antes, Horacio y los demás bomberos habían descendido.

Una vez adentro, lo que vio lo dejó sin palabras. 

[Fernando]: Todas las butacas apiladas como si fuera un hongo contra la pared y contra el teatro, se veía la onda expansiva perfecta.

[Aneris]: La onda de una explosión que tenía que haber sido muy potente. Se quedó un segundo observando, y empezó a buscar sobrevivientes. Hasta que notó que había bomberos trabajando detrás del teatro, en las bambalinas.

[Fernando]: Entonces voy para allá. Subo a la tarima del teatro y por ahí atrás había una… una escalera que bajaba. Y era como un sótano pero largo, el cual tenía un metro de agua por lo menos.

[Aneris]: Uno de sus compañeros del Grupo Especial de Rescate, que se llamaba Javier Revilla, estaba tratando de conectar una máquina con un motor y una manguera. 

[Fernando]: Muy nervioso, muy agitado. El trabajo que estaba haciendo… no era concordante con la cara que tenía, con él… la premura que tenía. 

[Aneris]: No se llegaba a ver a Martín ni a Cacho, sepultados bajo los escombros, ni a los bomberos del grupo de Horacio, que estaban en el túnel. Estaban todos separados por escombros. Pero desde ahí, con la manguera, Javier pensaba chupar el agua que Martín ya tenía casi al nivel del cuello. 

Fernando siguió caminando por un pasillo destruido.  

[Fernando]: Y en un momento llego a una pared y en esa pared estaba la pared rota, la pared… Entre la pared y el techo había un agujero. Miro, me subo a unos muebles, unos mobiliarios que había ahí y del otro lado había varios bomberos hablándole a una pared…

[Aneris]: El grupo de Horacio…

[Fernando]: Le hablaban a una pared de escombros y a un tanque cisterna. Desesperados, pero desen… desencajados. Y ahí escuché que del otro lado de la pared se… había víctimas y se estaban ahogando. Claro, el agua que tenía yo de este lado también la tenían ellos.

[Aneris]: Desde el túnel, Horacio le suplicaba a Javier, el bombero que estaba instalando la máquina, que la enchufara de una vez. Pero el lugar donde estaba Javier tenía por lo menos un metro de agua. 

Horacio insistía a los gritos…

[Horacio]: Nosotros no veíamos eso. Nosotros escuchábamos solo a Martín, que rogaba que el agua no le llegue al cuello y nosotros no lo veíamos a Javier y le gritábamos desde nuestro túnel “enchufá”. Y él decía “ya va”. Y Martín gritaba y nosotros le decíamos “enchufá”. Y él decía “ya va”. Y cada uno en un compartimento aislado, sin saber lo que el otro hacía. Martín pensando seguramente “estos bomberos, ¿por qué no me sacan el agua?”. Nosotros pensando “¿por qué Javier no saca el agua? Y Javier pensando “estos tipos no saben que yo estoy con el agua hasta la cintura y tengo que enchufar un alargue”. 

[Aneris]: Horacio seguía gritando que enchufara la máquina…

[Horacio]: En ese momento fue “dale gordo, dale gordo, enchufá, enchufá, enchufá” y el gordo dijo “má sí, enchufo la puta madre que los parió!” 

[Aneris]:Y cuando dijo eso, la enchufó.

[Horacio]: Y el “¡que los pariooooó!” Fue así. 

[Aneris]: Javier recibió una fuerte descarga eléctrica que casi lo mata. Sus compañeros lo auxiliaron enseguida y lo llevaron hasta una ambulancia que lo dejó en el hospital. Pero la máquina funcionó y el agua empezó a bajar. Casi al mismo tiempo, Aguas Argentinas cortó todo el suministro en el área, y los caños rotos de la AMIA dejaron de filtrar. Para Fernando, que esas dos cosas pasaran a la vez, fue un milagro.

[Fernando]: Yo creo que cinco minutos más y…  y hubieran muerto .

[Aneris]:Con el agua ya casi tocándole la nariz, Martín notó cómo, de golpe, empezaba a bajar. Y, otra vez, el alma le volvió al cuerpo. 

[Martín]: Y la verdad, la verdad, dije “no es mi día este, no me voy a ir”, dije. 

[Aneris]: Superada la amenaza del agua, Fernando se sumó a las tareas del grupo de Horacio para abrir el túnel y llegar hasta donde estaban Martín y Cacho. Calculaban que estaban a unos tres o cuatros metros entre sí. Debían analizar muy bien cada decisión que tomaran. Si intentaban liberarlos a la vez, podían desbalancear un enorme tanque de agua que sostenía todo. Y no era el único peligro: para llegar a Martín tenían que romper una pared, sin tocar ninguna viga de lo que quedaba de la estructura del subsuelo. 

Estudiaron la situación durante cinco o diez minutos.

[Fernando]: Si rompíamos la pared no sabíamos si se nos venían todos los escombros para nuestro lado. Entonces decidimos entrar por abajo. Empezar a… a tratar de llegar a Martín por abajo.

[Aneris]: Excavaron un túnel diminuto por debajo de la pared. Fernando, que era el más delgado, metió su brazo por allí y logró sacarlo del otro lado.

[Fernando]: Meto la mano y lo toco. Lo toco a… a Martín. Me acuerdo que me agarró la mano y no me la quería soltar por nada.

[Aneris]: Cerca de las 8 de la noche, después de 10 horas bajo los escombros, Martín volvía a sentir el contacto físico de una persona. La persona que quizás lo sacaría de ahí. Estaba empapado, muerto de frío… no aguantaba más. Pero Fernando no le dejaba de hablar. Le preguntaba por su familia, le hablaba de fútbol, quería mantenerlo activo para que no se durmiera.

Martín usaba la poca fuerza que le quedaba para responder.

[Martín]: No paraba de… de hablarme del bebé, de todo, de todo lo que se venía. Que vas a jugar a la pelota con… con Dani, por mi hijo, y todo eso es como que, por momentos, me hizo olvidar hasta del… del dolor. 

[Aneris]: Tenían casi la misma edad, pero en aquel momento, enterrado bajo los escombros, Martín vio en Fernando la figura de un padre.

[Martín]: Sentía que me quería como un hijo. No sé. Y a cada rato me daba la mano. Quedate tranquilo. Ya estamos,  ya te estamos sacando. 

[Aneris]: Poco a poco, los otros bomberos habían ido ensanchando el túnel para que Martín pudiera pasar. Pero no sería tan sencillo: Martín tenía atrapadas sus piernas entre los fierros que sostenían la mesada. Primero tenían que removerlos cuidadosamente para luego poder liberarlo.

Estaban en eso, cuando se dieron cuenta de que el aire del túnel empezaba a cambiar. Estaban respirando polvo. Cada vez más polvo. 

Arriba la gente corría despavorida.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Periodista]: ¡Atención! ¡Cuidado, cuidado! ¡Cuidado, cuidado, cuidado! Terrible, por Dios. Terrible. Lo que ha sucedido, terrible. Se ha producido un nuevo derrumbe… no alcanzaron a… Por Dios. Por Dios… 

[Rescatista]: ¡Atrás, atrás, che, atrás!

[Periodista]: Mantengan la calma… 

[Rescatista]: Mantengan la calma… 

[Periodista]: Piden las autoridades que mantengan la calma… 

[Recatista]: ¡Silencio!

[Periodista]: Piden silencio para poder detectar a las víctimas… 

[Aneris]: Abajo, Horacio, Fernando y los demás seguían inmóviles.

[Fernando]: Y de repente aparece un… un jefe, un subcomisario en… ahí abajo y grita “todo el mundo afuera, hay un derrumbe, todo el mundo afuera, salgan todos, salgan todos, salgan todos”.

[Aneris]: Se había derrumbado parte de lo que quedaba del edificio. Y no tenían más opción que acatar la orden de su jefe: tenían que salir o podían morir todos. 

Pero Martín y Cacho seguían atrapados. 

[Aneris]: Apagamos todos los equipos. Los martillos, las… las… las herramientas hidráulicas, los grupos electrógenos. Y quedamos con las linternas. Digamos, no había más luz en el… en el subsuelo. Y ahí Martín empezó a los gritos “¡Mátenme! ¡No me dejen!”.

[Aneris]: A través del agujero por donde le sostenía la mano, Fernando le pasó a Martín una linterna. En medio de la oscuridad, mientras salían del túnel, los bomberos podían ver la luz tenue de aquella linterna. 

[Fernando]: Y en esa, en esa huída nuestra, la verdad que nos sentíamos unos cobardes. 

[Aneris]: Fue en ese momento cuando Horacio decidió volver a donde estaba Martín. Se sacó el reloj Citizen Quartz del 74 que había heredado de su padre, el que de niño siempre había soñado tener, y se lo pasó a través del agujero.

[Horacio]: Y le dije “este reloj me lo regaló mi papá”. Dije “voy a volver por el reloj, gil, no por vos”. “Gil”, le dije, me acuerdo. 

[Daniel]: Martín agarró el reloj, que se había convertido en una promesa. 

Los bomberos dieron media vuelta y se fueron. 

Una pausa y volvemos. 

Hola, Ambulantes. Después de meses de trabajo intenso, estamos de vuelta con esta nueva temporada: la número 11, una que no habría sido posible sacar adelante sin el apoyo de Deambulantes, nuestro programa de membresías. Tu apoyo es crucial para seguir contando historias de la región. Durante los próximos tres meses haremos una campaña en la que necesitamos que 2000 personas más se sumen a Deambulantes. Nos encantaría que fueras una de ellas. Si logramos alcanzar nuestra meta, podremos producir más episodios, con la calidad que nos caracteriza. Únete hoy a radioambulante.org/deambulantes. En nombre de todo el equipo, ¡muchas gracias!

Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. 

Antes de la pausa, escuchamos cómo Horacio y Fernando, bomberos del Grupo Especial de Rescate de Buenos Aires, tuvieron que abandonar a Martín y a Cacho bajo los escombros del edificio de la AMIA. Pero les prometieron que volverían y, como símbolo de esa promesa, le dejaron a Martín un reloj que había sido del padre de Horacio. Atrapados, sin poder moverse y muertos del frío, a Martín y a Cacho no les quedaba más remedio que confiar en que cumplirían su palabra.

Aneris Casassus nos sigue contando.

[Aneris]: Mientras Fernando, Horacio y el grupo de bomberos salían lo más rápido posible del túnel, el doctor Carlos Russo seguía asistiendo a los heridos en la superficie. En total, eran más de 300, y la cifra de muertos no dejaba de aumentar. Mientras lo hacía, parte de él todavía seguía en shock. Todo lo que veía a su alrededor le recordaba a lo que había pasado solo dos años antes en la Embajada de Israel en Buenos Aires. 

[Carlos]: Estas escenas, tanto en la Embajada como la AMIA superaban la, la, lo que vos podías ver. Y te encontrás con todo un edificio derrumbado, con gente gritando, todo un caos. Es muy difícil, ¿viste?, de… de asimilarlo fácilmente.

[Aneris]: Dos años atrás, el 17 de marzo de 1992, la embajada había estallado. 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Periodista]: Vemos móviles de los bomberos, ramas, árboles caídos. Evidentemente es una explosión de grandes dimensiones. Y ya lo pueden ver, como si hubiera caído una bomba de un avión. 

[Aneris]: La bomba, se supo después, no había caído de ningún avión. Una camioneta Ford F-100 conducida por un suicida y cargada de explosivos se había lanzado contra el edificio de la embajada, en el barrio de Retiro. La explosión también alcanzó a un asilo de ancianos, una iglesia católica y una escuela. Dejó al menos 22 muertos y 242 heridos.  

El doctor Carlos Russo tenía muy frescas esas imágenes, porque esa vez también había ido a socorrer a las víctimas. Los medios ya habían empezado a tejer vinculaciones entre un hecho y otro. Era inevitable. Dos explosiones, solo dos años de diferencia, y en ambos casos el blanco era la comunidad judía. Los sobrevivientes también lo relacionaron enseguida, y se lo decían a las móviles de televisión que estaban ese día en la AMIA. 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Sobreviviente]: Increíble yo no puedo entender qué es lo que tienen contra nosotros… Yo ya había pasado una explosión en la Embajada de Israel pero no imaginé que me iba a salvar por segunda vez. Pero esto es injusto. La gente tiene que entender que somos iguales a todos, con nuestros preceptos y nuestras condiciones. 

[Aneris]: Ese mismo día, el fiscal a cargo de la investigación empezó a hablar de “atentado terrorista”. 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Periodista]: El fiscal Germán Moldes estimó hoy que el atentado terrorista pudo haber sido provocado por la explosión de un auto bomba… 

[Aneris]: Por eso, Fernando había visto las sillas del teatro de la AMIA contra la pared, como si una fuerza invisible las hubiera arrojado. Pero ahora ni él ni Horacio tenían tiempo para estar pendientes de las noticias. Acababan de salir del túnel y ya querían volver a buscar a Martín y a Cacho. Tras el segundo derrumbe, su superior no quería que regresaran; temía que no pudieran salir de allí abajo. Pero ellos insistían. Mientras Horacio trataba de convencerlo, dos o tres bomberos se escabulleron por el hueco del ascensor para ir ganando tiempo. Finalmente, Horacio consiguió la aprobación para que todos continuaran con el operativo en el túnel. Asegurarían bien el camino para poder salir rápido en caso de un nuevo derrumbe.  

Tardaron unos 20 minutos en volver, que para Martín fueron una eternidad. Durante ese rato, repetía una y otra vez, como un mantra, las últimas palabras que le habían dicho Fernando y Horacio al dejar el túnel. 

[Martín Cano]: Nosotros vamos a volver. No, no te vamos a dejar acá. Te vamos a rescatar

[Aneris]: Pensaba en su bebé, tenía que seguir resistiendo por él. Aferrado a un reloj y a una linterna, sepultado bajo toneladas de escombros, creía que aquellos bomberos cumplirían su promesa. Era todo lo que le quedaba: confiar en dos hombres a quienes nunca les había visto el rostro. Que solo eran voces en la oscuridad. 

Horacio recuerda muy bien el momento en que regresaron. Se acercó al agujero en la pared por el que le había pasado el reloj. 

[Horacio]: Le dije “viste gil que iba a volver, acá estamos. Quedate tranquilo que de acá salís caminando”, le decía. 

[Aneris]: Enseguida siguieron cavando para llegar hasta él. Estaban cada vez más cerca. Ya le podían ver la rodilla y la entrepierna por el agujero. Martín parecía más tranquilo. El que empezaba a decaer ahora era su compañero Cacho, el mismo que lo había alentado por horas. Se notaba ahora una debilidad en su voz. Era diabético y es probable que para ese momento sus niveles de glucosa no estuvieran nada bien. 

Los bomberos trabajaban por sectores. Unos apuntalaban el túnel principal, otros se abrían paso para llegar hasta Martín por debajo de la pared, y un tercer grupo cavaba otro túnel para intentar llegar hasta donde estaba Cacho. Tenían que trabajar con una precisión milimétrica: el espacio para manipular las herramientas era mínimo y debían cortar los fierros de la mesada que mantenían aprisionadas las piernas de Martín.  

Martín no sentía sus pies hacía mucho rato. 

[Martín]: No quería mirar nada. Me daba miedo mirar. Les dije a ellos… ¿tengo los pies? Porque yo no me quería mirar los pies. Y eran dos pelotas de fútbol y todo hinchado. No sabés lo que era eso.

[Aneris]: En la desesperación de esas horas, Martín llegó a pedirle a Horacio que por favor se los cortara. Entonces Horacio agarró el cuchillo que siempre llevaba en su uniforme. 

[Horacio]: Y yo le tantié el tobillo y le apoyé la punta de mi puñal y se lo hinqué un poco. Para ver si era verdad que no sentía. Y entonces él me dijo, “pará animal ¿qué hacés?” que esto que el otro, le digo “ahh la sentís la pierna entonces… no… no rompás que la sentís”.

[Aneris]: Martín se rió con la respuesta, y eso lo tranquilizó un poco. Todavía tenía reflejos en sus piernas aprisionadas. Los bomberos siguieron ampliando el agujero con martillos neumáticos y expansores hidráulicos con cizallas, unas tijeras enormes para cortar hierros y chapas. 

[Horacio]: Como el espacio era tan chiquito, trabajábamos acostados y entonces en una de esas roturas de la pared, con la punta, le pegamos en un tobillo.

[Aneris]: Se lo quebraron accidentalmente, pero eso les permitiría maniobrarlo mejor. Una vez que el hueco fue lo suficientemente grande, uno de los bomberos se metió por ahí y logró destrabar las piernas de Martín. Luego lo arrastraron hasta el túnel principal y lo ataron a una camilla. 

No saldría caminando como le había prometido Horacio, pero ya era seguro que saldría. Solo le faltaba algo muy difícil: despedirse de Cacho, su amigo, la voz de contención que lo había ayudado durante todo ese tiempo… 

[Martín]: Y lo último que le dije “chau Cachito”. Me acuerdo que lo saludé nomás. 

[Aneris]: Aunque estaba débil, Cacho no perdía el optimismo.

[Martín]: “Viste Martincito, que te van a sacar a vos y después ya me van a sacar a mí”. 

[Aneris]: Fernando se emociona al recordar esa escena.

[Fernando]: Una sensación de… de separación increíble cuando… cuando Martín se despedía de… de Cacho.  Le daba ánimo, le decía “nos vemos, nos vemos en el hospital, viejo. Vas a estar bien. Vas a salir. Te van a sacar…”

[Aneris]: Atado a la camilla, los bomberos izaron a Martín por el hueco del ascensor. Ni bien salió sintió el aire fresco y la niebla espesa de la noche. 

[Martín]: Lo que veo, la primera imagen, es ver una montaña de escombros con la puerta del ascensor. 

[Aneris]: Una montaña que lo había mantenido sepultado durante más de 12 horas. 

[Martín]: Y ya al rato ahí ya es como que ya me iba durmiendo. No sé, ya se ve que yo ya me… con el oxígeno ya me estaba durmiendo por los dolores que tenía. 

[Aneris]: Mientras los médicos le ponían oxígeno y le daban los primeros auxilios, Martín escuchó los aplausos de todos los rescatistas que trabajaban en el lugar. Alcanzó a decir su nombre y a pedir que le avisaran de inmediato a su familia que estaba vivo. Nadie recuerda muy bien cómo fue que pasó, pero cuando Martín salió rumbo al Hospital de Clínicas, Horacio ya tenía de vuelta el reloj Citizen Quartz de su papá en la muñeca izquierda.

A esa hora, pasadas las 10 de la noche, los medios ya hablaban de una pista firme en la que trabajaba el servicio de inteligencia israelí. Al día siguiente, el presidente Carlos Menem anunciaría que el principal sospechoso era Hezbollah, una organización terrorista musulmana chií libanesa, entrenada por Irán en El Líbano como respuesta a la invasión de Israel a ese país en 1982.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Carlos Menem]: Me… me comunican desde la Mossad, desde Israel, de que se atribuyó el atentado un grupo terrorista que tiene su asiento en el sur del Líbano, en Sidón… 

[Aneris]: Se trataba del mayor ataque contra la comunidad judía desde la Segunda Guerra Mundial. No estaba claro qué podía tener que ver Hezbollah con Argentina, un país en donde vive la mayor comunidad judía en Latinoamérica, pero que está a 13 mil kilómetros de El Líbano. Las sospechas, con el tiempo, apuntarían a que el gobierno de Carlos Menem había suspendido un acuerdo de tecnología nuclear con Irán.

En cuestión de horas la noticia del atentado ya daba la vuelta al mundo. Todos los servicios de inteligencia estaban alerta. Debajo de la montaña de escombros todo seguía igual. Ya era la madrugada del martes, y el grupo de Horacio y Fernando cavaba incansablemente para llegar hasta Cacho. Arriba, los canales seguían transmitiendo todo lo que pasaba.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Periodista]: Casi las 2 de la mañana. Decenas de personas trabajando en una tarea en la cual cada segundo puede costarle la vida a una persona que se encuentra, todavía, debajo de la losa.

[Aneris]: La explosión había dejado a Cacho atrapado justo detrás de una enorme cisterna de cemento, un tanque de agua que sostenía lo que quedaba del subsuelo. Y los bomberos, otra vez, tenían que tomar una decisión difícil: una opción era arrastrarse por el hueco de 30 centímetros, del tamaño de una regla estándar de colegio, que había entre las patas de la cisterna y el piso. Pero si no salía bien, el resultado sería trágico.

[Horacio]: Tenías que entrar arrastrándote y si eso se caía, se caía arriba del operador. 

[Aneris]: Otra opción era atravesar la cisterna por dentro.

[Horacio]: Discutimos y dijimos mejor vamos a romper esta pared, que era una pared lateral de la cisterna. Entramos a la cisterna y rompemos la otra pared que da donde estaba Cacho.

[Aneris]: Horacio era el más indicado para ese trabajo. 

[Horacio]: Había que tener una condición específica para trabajar ahí. Había que ser chiquito. Y entonces cuando hicieron la rifa yo y algún otro más nos compramos todos los números porque mido 1 metro 65. 

[Aneris]: Por eso, sus compañeros del cuartel le decían “el enano”. Romper las paredes de la cisterna, trabajando con muy poco espacio, era un esfuerzo extenuante: tenía que hacerlo en lapsos de 15 minutos máximo.

[Horacio]: Yo me tiraba en ese túnel, en el túnel principal y dormía. Y dormía veinte minutos, veinticinco. O sea, dormía profundamente, dormía hasta que me despertaban y me decían “andá”, entonces volvía a trabajar otra vez. 

[Aneris]: Llevaban casi 20 horas ahí abajo, y apenas tenían fuerzas para mantenerse en pie. Fernando recuerda que Cacho estaba cada vez peor.  

[Fernando]: Se notaba que estaba muy cansado, muy… muy deteriorado. Le hacíamos jodas para… para tratar de… de mantenerlo despierto.

[Aneris]: Le decían que cuando salieran de ahí irían todos a tomar una cerveza. Le hablaban de Atlanta, su equipo de fútbol, y de su familia. 

Después de varias horas de trabajo adentro de la cisterna, Horacio estaba cerca de romper la segunda pared. Debía calcular muy bien los últimos movimientos. Ya le había roto el tobillo a Martín y no quería lastimar a Cacho, que tenía la espalda apoyada sobre la pared que quería abrir. 

[Horacio]: Mi cálculo fue bastante bueno y lo primero que yo veo cuando termino de… ese túnel y de romper ahí la cisterna, lo primero que veo cuando miro por ese agujerito para abajo es la pelada de Cacho a unos 20 centímetros. O sea, salí joya, arriba de él. 

[Aneris]: Horacio metió la mano por el agujero y le tocó la cabeza calva.

[Horacio]: Y entonces yo le toqué la pelada, en broma, así le digo “qué hacés pelado, Cacho”, que esto, que lo otro. Y él como ya había escuchado tantas horas que todos a mí me decían enano, enano de acá, enano de allá. Entonces él “Hola enano”, que esto… y me pasó la mano un poquito así, yo le toqué la mano. 

[Aneris]: Después de tantas horas conversando a través de una pared, era como si le estuviera dando la mano a un amigo. Ya estaban más cerca de sacarlo, pero para este punto Cacho estaba muy débil.

Después de pasar la mañana del martes atendiendo heridos en la superficie, el doctor Carlos Russo escuchó que en el subsuelo necesitaban a un médico. 

[Carlos]: Y bajé yo con otro compañero mío médico como voluntarios a asistirlo.

[Aneris]: Guiado por los bomberos, Carlos bajó con su colega por el hueco del ascensor, avanzó por el túnel y atravesó la cisterna hasta donde estaba Cacho. Le colocaron un suero y midieron sus niveles de azúcar en la sangre. Temían que, después de tantas horas mojado bajo los escombros, estuviera entrando en hipotermia.

[Carlos]: Sostener lo mejor posible su estado general mientras tanto los bomberos seguían trabajando en desatraparlo de donde estaba. 

[Aneris]: Era un trabajo codo a codo con Horacio y los demás bomberos.

[Horacio]: Él le controlaba todo, le controlaba la presión y la temperatura y… O sea… Y cuando Cacho estaba mal él también lo asistía. 

[Aneris]: Lo que más le preocupaba a Carlos eran las piernas de Cacho. Tenía los dos muslos atrapados y malheridos por los escombros. Si no le ligaban bien las piernas antes de liberarlo, la infección podía avanzar hacia el resto del  cuerpo, poniendo su vida en peligro.

Había otra alternativa, pero les parecía inviable. 

[Carlos]: Imaginate lo que es hacer una amputación en ese lugar. Es una…  un desastre dentro del desastre. Dificilísimo.

[Aneris]: Pasaron varias horas más en que los bomberos siguieron abriendo el hueco para sacar a Cacho, mientras los médicos controlaban su estado de salud. Entre medio, Carlos tuvo que socorrer de emergencia a Horacio, luego de que le explotara una manguera hidráulica y le entrara líquido en los oídos.

Estaban exhaustos, pero no querían irse. Cada tanto, hablaban por walkie talkie con los jefes del operativo que estaban en la superficie.

[Carlos]: Muchas veces nos decían bueno, mandamos un equipo de… de reemplazo. ¿Quieren reemplazarse? Tanto los bomberos como nosotros los médicos. Ninguno quiso, eran muchas horas, era mucha tensión, pero estábamos bien y el equipo estaba trabajando bien. Cambiar todo, eh… no hubiera sido lo ideal. Nadie quería irse de ese lugar sin terminar la tarea.

[Aneris]: De algo estaban seguros: saldrían de ahí todos juntos.

Cerca de las 10 de la noche del martes, 36 horas después de la explosión, los bomberos lograron por fin liberar a Cacho. Enseguida, Carlos le aseguró la ligadura en las piernas para evitar que avanzara la infección. Horacio recuerda muy bien lo que le dijo mientras lo preparaban en la camilla. Las últimas palabras que le diría.

[Horacio]: Yo lo cargué y le dije “¿viste gil que te… que te íbamos a sacar? dame la dirección de tu casa porque vamos a ir a tomar cerveza”. Y… y bueno, mientras terminábamos todas esas tareas de alistamiento, inmovilizándolo en la camilla para transportarlo por el túnel e izarlo por el ascensor, yo le dije “y ahora te vamos a sacar nosotros”, le digo “porque salimos con vos”.

[Aneris]: Ya no tenían nada más que hacer ahí abajo.

[Horacio]: Cacho fue el último de los que nosotros teníamos ahí. Y que, sin saber, también fue el último de la AMIA. 

[Aneris]: Lo subieron por el túnel y el resto del grupo que quedaba abajo salió tras él. La televisión registró la salida del último sobreviviente, que había permanecido durante un día y medio bajo los escombros.

[Horacio]: Yo me acuerdo que le dije “saludá que… que hoy es tu cumpleaños”, le digo, “sos famoso”. Y él me dice “no, qué cumpleaños”, dice, “si yo cumplo años”, no sé, ponele que cumplía años en octubre. Me dice “yo cumplo años en octubre” y entonces yo le dije “saludá gil que hoy naciste de nuevo, saludá”.

[Aneris]: Cacho estaba atado a la camilla pero alcanzó a mover un poco uno de sus antebrazos para saludar con la mano. Y otra vez se oyeron los aplausos de todos los rescatistas que estaban en el lugar. Los bomberos lo llevaron hasta la ambulancia que lo trasladaría al Hospital de Clínicas. 

Fernando, el bombero más joven, no podía creer lo que habían logrado. 

[Fernando]: El primer rescate fue una esperanza. El segundo era algo increíble. Y el tercero era un milagro. 

[Aneris]: Carlos, el médico, recuerda que una mujer se acercó a él. 

[Carlos]: Una señora se acercó a decirme “muchas gracias, muchas gracias por todo lo que están haciendo”. Nunca supe quién era. Ese agradecimiento sonó… Te suena tan bien, tan, tan reconfortante, que… que, bueno, hicimos lo que teníamos que hacer.

[Aneris]: Una vez que Cacho partió rumbo al hospital, los bomberos y el médico se abrazaron. Según Horacio, por un momento parecieron los jugadores de un equipo de rugby. Uno que había regresado de abajo de la tierra.

[Horacio]: Lloramos mucho, ahí mismo, al pie de la AMIA. Ahí dejamos de lado nuestras miserias, nuestras peleas cotidianas, nuestras diferencias de opiniones. Yo recuerdo ahí, mientras estábamos todos abrazados, yo recuerdo haberle dicho: “Listo, vamos a casa”. Y nos volvimos al cuartel, a nuestra casa.

[Aneris]: Cuando Martín despertó, estaba bajo los fluorescentes blancos de una sala de terapia intensiva, y no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que lo rescataron de entre los escombros. Su familia lo había buscado desesperadamente por distintos hospitales de Buenos Aires, atentos a las listas de heridos y muertos que daban los canales de televisión. Fueron doce horas de agonía para su padre y para Lorena, su mujer, hasta que vieron su nombre en la pantalla del televisor. Era uno de los sobrevivientes que había sido trasladado al Hospital de Clínicas, a dos cuadras de la AMIA. 

El primero que llegó a verlo fue su padre. Y apenas entró, Martín le preguntó cómo estaban sus dos compañeros, Cacho y Buby. Habían sobrevivido juntos allí abajo pero nadie le decía nada de ellos.

[Martín]: Lo primero que pregunté fue por Cacho. Porque yo estaba todo el día con Cacho y estuve todo el día ese día con Cacho también. Pero no me querían decir nada.

[Aneris]: No le querían decir una de las noticias más tristes de su vida: que ni Cacho ni Buby habían podido sobreponerse a las heridas que sufrieron en el derrumbe. Ambos habían llegado con vida al hospital, pero murieron después de unas horas. Tenían 56 y 62 años. 

[Martín]: Hasta que después, bueno, me tuvieron que decir ¿no?, que pasó lo peor… 

[Aneris]: El nombre de Cacho era Jacobo Chemauel; el de Buby, Naón Bernardo Mirochnik. Cacho amaba el fútbol; Buby cantar tangos. En esta grabación, la voz cantando que van a escuchar es justamente él.

(SOUNDBITE TANGO BUBY)

[Aneris]: Eran muy queridos entre los empleados de la AMIA, y fueron dos de las 85 víctimas fatales que dejó el atentado terrorista más feroz de la historia argentina. 

Martín quedó devastado. Habían sobrevivido juntos durante horas, lo habían ayudado a resistir, y ahora solo quedaba él. Lo único que pudo consolarlo fue volver a ver a Lorena y a su hijo de tres meses.

Con las piernas fracturadas, apenas pudo sostenerlo en brazos. Pero lo hizo, tal como le había dicho Cacho que haría, cuando todo era oscuridad.

Trece días después Martín volvería a casa en silla de ruedas, sin poder caminar y con una larga terapia de rehabilitación por delante. Le costaba convivir con los ruidos: se asustaba si a su mujer se le caía al suelo la tapa de una olla mientras estaba cocinando. Y por las noches no podía dormir, lo atormentaba la oscuridad y un zumbido constante en sus oídos. 

[Martín]: Quedó ese zumbido por un par de meses… Y eso era la bomba. Lo recuerdo… después de 27 años, está… está igual ese sonido.

[Aneris]: Después de un año y medio de rehabilitación, Martín volvió a trabajar en la AMIA, en un edificio provisorio, mientras reconstruían la sede de la calle Pasteur 633. Le tomó años acostumbrarse a las ausencias. 

[Martín]: Yo charlaba con esa gente cuando iba por los pisos a repartir café y ya los conocía, que tenían muchos proyectos y nunca pudieron llegar a lograrlos, ¿no?, por todo lo que pasó esto, mucha gente que quedó malherida. Mucha gente que se fue también, por el miedo.

[Aneris]: Martín siguió trabajando ahí 25 años más, yendo todos los días al mismo lugar donde el 18 de julio de 1994, a las 9.53, una bomba lo dejó al borde de la muerte. Tuvo otros cuatro hijos y en el 2017 debió afrontar otro de los momentos más difíciles de su vida: la muerte de su mujer Lorena. Dos años después se retiró, para pasar más tiempo con su familia. Sigue viviendo en Merlo, donde trabaja como remisero y tiene una pequeña librería. 

Después de su experiencia en el atentado de la AMIA, el doctor Carlos Russo decidió especializarse en la atención médica de emergencias y catástrofes. 

[Carlos]: Fue una situación tan extrema que me llevó a decir “esto lo tengo que seguir haciendo y tengo que seguir perfeccionándome en todo esto”, que es lo que hice de ahí en adelante, en el resto de mi vida. 

[Aneris]: Ha participado en los operativos de las mayores tragedias del país y en misiones internacionales en la Franja de Gaza y Haití, entre otras. 

Fernando, el bombero más joven, actualmente es Jefe de la Comandancia de Protección Urbana y tiene a su cargo todos los cuarteles de bomberos de la ciudad de Buenos Aires. También ha intervenido en los principales operativos de rescate en todo el país.

Una sola vez, 24 años después del atentado, se volvió a encontrar con Martín en la puerta de la AMIA, para un reportaje de televisión.

[Fernando]: Y cuando me escucha me dice “tu voz la conozco”. Disculpá que me quiebro un poco…

[Aneris]: Se abrazaron y Martín le dijo que, durante todos esos años, jamás había podido olvidar esa voz.

Horacio también siguió trabajando muchos años más como bombero. Se jubiló en 2016 y ahora vive en El Alcázar, un pueblo en la provincia de Misiones. Le pregunté si aún conservaba el reloj Citizen Quartz del 74 que le dejó a Martín esa noche bajo los escombros. Y me dijo que no. 

[Horacio] Paz: Lo perdí de forma tonta, estúpida. Fue un momento… un momento medio oscuro, esa es la palabra, de mi vida, ¿no?, con poca, con poca luz. 

[Aneris]: Me contó que unos diez años después del atentado, no recuerda si en 2004 o 2005, estaba con problemas de dinero y dejó el reloj como parte de pago de una deuda. Le dijo al prestamista que al día siguiente volvería con la plata para recuperar el reloj que había sido de su padre. Pero cuando al día siguiente volvió al lugar, ya no encontró a nadie allí. 

[Horacio]: Entonces yo en ese momento mi primer pensamiento fue: perdí mi reloj. Pensé en forma egoísta, dije “perdí mi reloj”. Y después agarré y dije, al tiempito nomás, así, en esos días, cuando calmé un poco mi… mi locura, dije, “no, este reloj no era mío”. 

[Aneris]: De cierta forma, ya no era de nadie.

[Horacio]: Este reloj tuvo una misión fundamental en la vida que fue llevar luz, llevar esperanza. 

[Aneris]: Y la cumplió.

[Daniel]: Con el transcurso de los años, la justicia argentina ha determinado que ambos actos terroristas, el de la embajada y el de la AMIA, fueron ejecutados por Hezbollah, utilizando coches bomba. 

Ambos actos aún están impunes. La investigación por el ataque a la AMIA se ha transformado en uno de los casos judiciales más complejos de la historia Argentina. 

En 2004, 22 imputados por colaborar materialmente en el atentado fueron absueltos por falta de pruebas e irregularidades. Actualmente, hay órdenes de captura internacional contra varios exfuncionarios del gobierno y de la fuerza militar iraní, así como contra un miembro de Hezbollah.

En agosto del 2021, Irán nombró ministro del Interior y vicepresidente de Asuntos Económicos a dos de esos acusados. El gobierno argentino lo calificó como una “afrenta” en contra de las víctimas y de la justicia.

Cada 18 de julio, a las 9.53, suena una sirena en Pasteur 633. 

(SOUNDBITE SIRENA)

Una sirena que sigue pidiendo justicia por las 85 víctimas de la AMIA. 

Aneris Casassus produjo esta historia. Es productora de Radio Ambulante y vive en Buenos Aires, Argentina.

Este episodio fue editado por Nicolás Alonso y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri.

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio,  Rémy Lozano, Jorge Ramis, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Elsa Liliana Ulloa, David Trujillo, Camila Segura y Luis Fernando Vargas.

Emilia Erbetta es nuestra pasante editorial.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

 

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

 

Créditos

PRODUCCIÓN 
Aneris Casassus


EDICIÓN
Daniel Alarcón y Nicolás Alonso


VERIFICACIÓN DE DATOS
Desirée Yépez


DISEÑO DE SONIDO/MEZCLA
Andrés Azpiri


MÚSICA
Andrés Azpiri


ILUSTRACIÓN
María José Mesías


PAÍS
Argentina


PUBLICADO EN
09/28/2021

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