Una carta para mamá | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Una advertencia: este episodio contiene descripciones de maltrato infantil y abuso de sustancias. No es apto para niños.
Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón.
Casi todos los días nos llegan propuestas de historias de América Latina. Pero el 23 de abril de 2021 nos llegó una propuesta un poco diferente a las que normalmente recibimos. Una muy personal. Parecía más bien una carta, enviada desde una ciudad argentina.
La primera línea decía:
“¡Hola! No puedo creer que estoy escribiendo este mail. Mi nombre es Carla y vivo en Argentina…”.
[Carla]: Crecí siendo mamá de mi mamá alcohólica y narcótica. Llegando del colegio para encontrarla en el piso desmayada por su mezcla de relajantes musculares con vodka.
[Daniel]: No voy a contar ahora todo lo que Carla nos dijo en su carta, eso lo hará ella misma. Pero sí les puedo adelantar que a todos en el equipo nos impactó su sinceridad y la lucidez con que analizaba lo que había vivido… También su valentía de querer contarlo.
[Carla]: Y viví mucha violencia, abusos y maltratos tanto de su parte como de su entorno. La situación llegó a tal extremo que después de años de intentar alejarme y no poder, y el dolor que me causaba, logré irme definitivamente.
[Daniel]: Sin embargo, al final de su carta, Carla nos dijo algo que nos sorprendió. Que, unos meses antes, había decidido volver a hablar con ella. Quería entender por qué. Por qué el alcohol, por qué la violencia. Por qué tanto dolor.
Carla necesitaba comprender lo que pasó, y también sus sentimientos hacia su madre. Necesitaba saber, sobre todo, si le sería posible perdonarla.
[Carla]: Mucha gente no lo entiende, me juzgan por volver a relacionarme con quien me violentó por años. Yo misma lo hice al principio.
[Daniel]: Y de eso se va a tratar esta historia: de los límites del perdón y la reconciliación. ¿Se puede sanar una relación entre dos personas —una hija y una madre—, que han vivido cosas que parecen irreparables? ¿Puede, alguien que ha sido violento, cambiar?
Acompañamos a Carla a averiguarlo.
Una breve pausa y volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, Fernanda Guzmán y Nicolás Alonso investigaron esta historia. Fernanda nos sigue contando.
[Fernanda Guzmán]: Cuando leí la carta de Carla, sentí algo extraño: yo también tengo una historia muy difícil con mi mamá, y, de cierta forma, era como estar leyendo una versión alternativa de mi vida. Con sus grandes diferencias, claro. Pero podía entender perfectamente esos sentimientos que describía, esas preguntas. Yo misma me las había hecho muchas veces.
De inmediato, supe que era una historia que quería producir. Sobre todo, porque toca uno de los grandes lugares comunes que repetimos a diario: “Madre solo hay una”, “No hay nada más fuerte que el amor de una madre”. Es algo que no se puede cuestionar, que parece automático: a la madre hay que quererla, no importa qué. Hay que estar junto a ella. Pase lo que pase. Es un mensaje que nos llega de todas partes.
Pero para muchas personas la relación con sus madres es algo bastante más complejo que eso. Y para Carla fue así desde que era una niña. En sus primeros años de vida, veía muy poco a su mamá. Ella trabajaba hasta muy tarde, en una planta de gas.
Pero aún así, hacía esfuerzos por estar presente en su vida.
[Carla]: Yo me daba cuenta de que ella llegaba súper cansada… pero a pesar de todo, llegaba, hacía la cena y nos contaba un cuento… nos contaba todo el cuento hasta que nos durmiéramos. Y como que ese era el momento que ella nos mostraba que estaba ahí.
[Fernanda]: Su padre siempre fue muy distante, tanto con ella como con su hermano mayor. Pero su mamá tenía esos detalles de cariño que fueron quedando grabados en su memoria. Mucho tiempo después, cuando Carla intentara entender cómo se había derrumbado todo, volvería a recordarlos.
[Carla]: En general súper cariñosa, súper. Como que todo lo que he recibido yo de cariño físico ha sido por ella. Hasta ahí mi mamá estaba dentro de todo bien.
[Fernanda]: Carla no sabría decir con exactitud cuándo su mamá dejó de estar bien. Pero sí está segura de algo: que cuando tenía unos diez años, empezó a tener la extraña sensación de que su madre ya no estaba con ella. No del todo.
Lo sentía en las noches en que se sentaban a ver televisión en familia.
[Carla]: Y mi mamá simplemente estaba ahí. Pero su mirada era el televisor… Pero era como a la nada en realidad. Y yo me acuerdo que me quedaba mirándola a veces porque a mí me sorprendía… Así como que no sé por qué yo la miraba mucho a mi mamá cuando era chica.
[Fernanda]: La miraba comer, le observaba la cara, los ojos.
[Carla]: Yo como que quería… no sé buscarle la mirada. Y justamente por querer buscarle la mirada es que me daba cuenta que su mirada no estaba.
[Fernanda]: Pero eso no era todo.
[Carla]: Cuando se… se reponía, digamos, como que se volvía a conectar, me gritaba. Y le molestaba muchísimo. “¿Qué me mirás? No me estés mirando”.
[Fernanda]: Carla no sabía qué responder. A veces, le parecía como si su madre tuviera varias personalidades. Y para una niña de diez años, solo había una explicación para esos cambios abruptos.
La escribía todo el tiempo.
[Carla]: Mi mamá está loca, mamá está loca, mi mamá está loca. En todos mis libros hay «mi mamá está loca» porque a veces tenía esta personalidad súper tierna y bien así mamá, mamá. Pero otras veces era como: «Salí de acá y no me hablés y no quiero saber nada con vos…”
[Fernanda]: Tampoco podía encontrar refugio en su padre, enfermo de diabetes y, a veces, también agresivo con ella. A él le irritaba que hablara o que hiciera ruido. Ella iba por el departamento tratando de no despertarlo de la siesta, no molestar a su madre en la cocina. No cruzarse con nadie.
[Carla]: Siempre me sentía una molestia, que yo era un estorbo, que estaba todo el tiempo molestando, y yo digo bueno: ¿para qué, entonces, estoy acá?
[Fernanda]: El día en que su papá fue hospitalizado en terapia intensiva, luego de sufrir un infarto por la gravedad de su diabetes, la situación se volvió aún peor. A partir de ese momento, el silencio de la casa empezó a volverse más espeso, cargado de angustia. Su padre estuvo casi dos semanas internado en el hospital. Su hermano mayor se pasaba todo el día en la calle. Solo le quedaba su madre.
Pero a ella la veía cada vez más lejos de este mundo.
[Carla]: Las pocas veces que la veía mi mamá estaba como más perdida de lo normal, más en crisis y era razonable. Era entendible, toda la situación era muy estresante.
[Fernanda]: Era entendible que estuviera así… además de la casa, los hijos, le tocó empezar a ser la enfermera de su esposo, que salió del hospital muy delicado y, luego de un tiempo, tendría que empezar a hacerse diálisis por las tardes, día por medio.
Pero para Carla, el estrés no venía solo de su familia. La acababan de cambiar a una escuela nueva. No tenía amigos, las materias eran pesadas… cuando estaba allí, lo único que quería era regresar a su casa. Pero cuando volvía, le daban ganas de correr hacia cualquier otro lugar.
Una tarde, al regresar de la escuela, Carla abrió la puerta y encontró a su madre tirada en el piso.
[Carla]: En ese momento yo pensaba muerta y me desesperaba. Entonces como que iba corriendo y veía que alrededor ella tenía como un charco, que en ese momento yo pensaba que era agua. Un charco cerca de su cabeza.
[Fernanda]: Asustada, trató de hacer que su mamá reaccionara.
[Carla]: Y… y ahí empezar a cachetearla… A sacudirla, tratando de ver si se despertaba o si había forma de que reviviera. Porque yo pensaba que estaba muerta, porque no la sentía ni respirar. Y de repente, cuando se despertaba me… lo primero que me decía: “Te odio, te debería haber abortado».
[Fernanda]: Esa escena se convirtió en algo cotidiano: regresar de la escuela y encontrar a su mamá desmayada. Y también los insultos.
[Carla]: Yo… Como no tenía otra forma decía: «Sí, ma, tenés razón. Sí, bueno, pero ya está, ya está. Tenés razón, no lo hago más». O cosas así, como admitir una culpa, de algo que nada que ver con lo que… que yo estaba haciendo.
[Fernanda]: Cuando le decía esas cosas, su mamá parecía tranquilizarse. Entonces Carla aprovechaba y la arrastraba por el pasillo hasta su habitación. A duras penas lograba acostarla en la cama, la cubría y la dejaba dormir.
Le pregunté a Carla si recordaba qué solía pensar en ese momento, luego de dejar a su madre durmiendo, mientras la tarde pasaba. Qué explicación se daba, a sus diez años, para esos desmayos y para la furia que seguía.
[Carla]: Que estaba poseída, yo nunca había visto algo así como lo que veía en ella: que se iba, que era otra… Su cara cambiaba por completo, su mirada hacia mí cambiaba. No me miraba como una hija, ni me trataba como una hija. Me miraba como una… una, no sé… no sé, como una desconocida, una enemiga.
[Fernanda]: Pero al despertar… era, de nuevo, su mamá.
[Carla]: Yo en ese momento entendía como si ya se le hubiese ido el… rkk demonio que tenía. Que lo que le hacía falta era dormir y se le… se le iba el demonio, y ella se levantaba al baño y me hablaba como normal… así como cansada… así como con dolor de cabeza, se notaba, porque se agarraba la cabeza. Y como si no hubiese pasado nada, que eso a mí me hacía peor. No se charlaba… no se hablaba.
[Fernanda]: Aunque su mamá sí le decía algo: que no le dijera nunca nada de esto a sus abuelos ni a nadie que las visitara. Carla solo pensaba en una cosa.
[Carla]: Mi cabeza en ese momento estaba nada más el que yo la tenía que salvar y poner bien.
[Fernanda]: Como nos contó Carla en su carta, los roles entre ellas fueron cambiando. Aunque era solo una niña, le tocó empezar a ser, de alguna manera, la mamá. Trataba de protegerla, de hacerla sentir bien. Pero, con el tiempo, fue entendiendo mejor lo que le pasaba a su madre: comenzó a darse cuenta de que, cuando la recogía, no podía caminar bien. Que decía cosas sin sentido, se tropezaba…
[Carla]: Desde chicos sabemos cómo es una persona borracha porque lo vemos todo el tiempo. Sabemos cómo se mueve, cómo habla, más o menos sabemos qué es un borracho. Entonces como que yo la veía así pero al mismo tiempo no identificaba bien. Y ya después me empecé a dar cuenta, obviamente por eso, porque me daba cuenta que era alcohol lo que tenía. Pero tampoco entendía por qué tanto, por qué tan así.
[Fernanda]: Con el tiempo, encontró algunos mecanismos para sobrevivir a lo que le pasaba. Echarse la culpa, acostar a su madre, esperar a que volviera a ser, otra vez, ella. Pero un día, a los 11 años, eso ya no fue suficiente.
Su mamá, borracha, tomó un cuchillo de cocina y empezó a amenazar con que se iba a matar y con que le haría daño a ella.
[Carla]: Y yo me acuerdo de gritarle: «¡MAAAAAAAA!». Así, pero con un… un grito así que se me desgarraba la garganta de la desesperación. Y me acuerdo de que hasta me caí del… de la fuerza que hizo mi cuerpo. No sé, al gritar, me caí al piso.
[Fernanda]: Y el grito pareció sacar del trance a su mamá.
[Carla]: Fue: «¡Carla, Carla, Carla!». Y se acercó así me abrazó, me abrazó y me dijo: «Ya está, ya está, ya está. Perdón, perdón. Era un chiste, era un chiste, era un chiste». Así como que volvió, su mirada volvió como unos segundos y al rato se volvió a ir.
[Fernanda]: Pero esos segundos no alcanzaron para que soltara el cuchillo. Y, de inmediato, volvió a amenazar a Carla con lastimarla.
Ella corrió a llamar por teléfono a su hermano.
[Carla]: Le dije: «Vení por favor, que la mamá está haciendo tal cosa». Y él no sé cómo, pero llegó en, nada, cuestión de minutos.
[Fernanda]: Su hermano pudo quitarle rápidamente el cuchillo. Carla durmió aterrada esa noche. Y la noche siguiente y muchas más, durante años.
Creo que no tiene mucho sentido seguir contando en detalle todo lo que sufrió Carla en su adolescencia, mientras su madre seguía descendiendo en un espiral de alcohol y violencia del que ella nunca, jamás, pensó que volvería. Y del que nunca entendió las razones.
Basta decir que a los 18 años, mientras ahorraba para poder irse de casa, llegó el momento en que entendió que no podía retrasar más su salida de allí. Una madrugada, luego de regresar del lugar en que trabajaba, se encontró lo de siempre: el alcohol, los gritos. Su madre se tiró encima suyo y, una vez más, Carla pensó que iba a morir. Cuando finalmente logró soltarse, Carla no solo llamó a su hermano, sino también a la policía, que pronto llegó al departamento a ver qué pasaba.
Esa noche, su papá estaba otra vez hospitalizado. Su hermano la convenció de no poner cargos contra su madre, pero fue un punto final.
[Carla]: Y ella al otro día se despertó y: «¿Cómo estás Carlita? ¿Cómo te fue ayer en el trabajo?» Yo no… la miraba así, con miedo, no la podía creer. Y me acuerdo que se acercó un poco más, me dice: «¿Qué te pasa?» Y yo así: «No, no te acerques, no te acerques». Así, muerta de miedo. Ahí, ya ahí fue como se marcó mucho más la necesidad urgente de irme de mi casa. Mi casa nunca fue un hogar.
[Fernanda]: Empezó a buscar a dónde irse. Pero, aún así, Carla no dejaba de preocuparse por su madre. Le decía que iba a ser lo mejor para ambas, la trataba de involucrar en su mudanza. No tenía mucho dinero, pero le alcanzaba para arrendar algo pequeño. Le daba miedo que su madre tuviera una gran crisis por su partida, pero tampoco sentía que tuviera otra opción. En ese punto, ya era un asunto de supervivencia. Cuando llegó a su nuevo departamento, pequeño y casi sin muebles, se sintió, por primera vez en mucho tiempo, en un lugar seguro.
[Carla]: No quería más miseria, ni más tristeza. Así que mucho color en mi casa. Puro incienso, puro incienso, puro sahumerio. Y música, todo el tiempo sonando mi música. Y ahí me di cuenta también que yo no sabía quién era yo y eso fue como ¡guau! Yo no sabía quién era yo en cosas básicas, como no sé… cómo era yo con las demás personas, o cómo era yo pensando qué quiero yo. Eso fue muy loco para mí: pensar en mí, porque mi vida realmente había sido todo el tiempo pensar en mi mamá.
[Fernanda]: El día que Carla se fue, su mamá se sintió más perdida que nunca. Hacía años sentía una fuerte desconexión con el mundo que la rodeaba. Apenas si recordaba qué había hecho en los días, en las semanas, en los meses anteriores. Pero sabía que Carla se había ido, y que lo había hecho para alejarse de ella.
[Jaquelina]: Una angustia y una desesperación. Se me vino el mundo abajo, pero yo no le podía decir a mi hija que no se fuera, porque yo sé el infierno que ella estaba viviendo acá.
[Fernanda]: Esta es Jaquelina, la mamá de Carla.
Cuando empecé a producir esta historia, le pregunté a Carla si le parecía bien que hablara con su mamá. Me dijo que sí, y me dio su número de teléfono. Me parecía importante entender en qué momento la vida de Jaquelina había empezado a torcerse.
Le escribí por WhatsApp y me dijo que la llamara un jueves por la tarde. Cuando nos conectamos, una de las cosas que me explicó fue que, en un momento dado, ya tomaba hasta desaparecer.
[Jaquelina]: Llegué a un punto en que me pasaba, me levantaba, hacía de comer, me acostaba porque estaba borracha todo el día, me levantaba, hacía la cena, me volvía a acostar y eso era. Era toda mi vida…
[Fernanda]: Según Jaquelina, el alcohol se volvió un problema después de quedarse sin trabajo, cuando Carla era una niña, con su esposo enfermo y una angustia que empezaba a crecer en ella como una fuerza.
Aunque, en realidad, su angustia venía de mucho antes. Cuando Jaquelina nació, su mamá tenía 18 años. Al año siguiente nació su primera hermana, con parálisis cerebral. Luego vendrían seis más.
[Jaquelina]: Y yo tuve que ser la… la hermana mayor, la que cuidaba a los otros y así sucesivamente. Y mi mamá siempre estaba embarazada, teniendo hijos, teniendo hijos. Y con un hombre muy violento.
[Fernanda]: Jaquelina nos contó de la violencia de su padre contra su madre y… bueno, una infancia como la que ella tuvo deja sus cicatrices.
Ella intentaba proteger a sus hermanos de lo que se vivía en su casa.
Cuando su hermana con parálisis cerebral falleció, a los 8 años, su madre cayó en una depresión de la que ya no saldría. Pasaba días enteros en la cama y Jaquelina tenía que hacerse cargo de todo: limpiar la casa, cocinar, cuidar a sus hermanos. Cuando ocupó ese nuevo rol, como reemplazo de su madre, también heredó las golpizas de su padre.
Ya, entonces, Jaquelina empezaba a replicar esa violencia.
[Jaquelina]: Yo tenía problemas de… de que era violenta. O sea, era de golpear a los chicos en la calle. A mis propios hermanos los tenía que cuidar, entonces también los podía golpear. Me golpeaban a mí, así que yo golpeaba a mis hermanos. Y así fue una cadena… permanente.
[Fernanda]: Cuando cumplió 14 años, sus padres la llevaron con un psiquiatra que le recetó lexotanil, un fuerte ansiolítico que empezó a tomar de manera regular. Así comenzó su relación con los narcóticos.
[Jaquelina]: Llegó un momento que ya por cualquier cosita me… me medicaba…
[Fernanda]: Empezó a tomar pastillas descontroladamente, mientras se acostumbraba a hacer de mamá de sus hermanos y de su propia madre. Sentía que tenía que protegerlos, pero, al mismo tiempo, era cada vez más agresiva.
A los 23 años, cuando quedó embarazada de su primer hijo, decidió que lo criaría sola. El padre no tenía interés en estar presente, ni ella quería que estuviera. Tenía la sensación de que así, sola con el bebé, iba a poder darle lo que ella no tuvo. Una infancia sana, sin violencia.
[Jaquelina]: Y dije: “A mí mi hijo nunca en la vida me va a ver depresiva como yo la he visto a mi mamá. Mi hijo jamás va a ver una cosa así”. Y después de los años, mirá lo que me pasó, caer en una adicción tan profunda que no solo me vio depresiva, me vio en situaciones mucho peores, más dolorosas.
[Fernanda]: Casi dos años después, conoció a quien sería su esposo y se olvidó de su plan de vivir sola con su hijo. Decidió formar una familia y, por un tiempo, esa vida pareció funcionar. Jaquelina sentía que nunca había sido tan feliz.
[Jaquelina]: Empecé a conocer, a ver que… que había otra forma de vivir. Que no eran gritos y peleas y discusiones todo el tiempo y toda esa violencia que se vivía en mi casa.
[Fernanda]: No tardó en embarazarse. Entonces llegó Carla.
[Jaquelina]: Y el embarazo fue hermoso porque mi marido estaba al lado mío, porque la estábamos esperando. Todos estábamos felices.
[Fernanda]: Esa felicidad alcanzó a durar varios años. El punto en que empezó a ser evidente para ella que su familia se desmoronaba, fue cuando hospitalizaron a su esposo en 2006.
Pero ella ya venía mal desde antes, desde el momento en que la despidieron de su trabajo en la planta… Era principios de los 2000, y la crisis económica más fuerte en la historia de la Argentina empezaba a desplegarse.
Jaquelina salía temprano a la calle a buscar empleo, pero se quedaba todo el día sentada en una esquina, sola. No sabe explicar bien por qué. Solo que sentía pánico de ir a las entrevistas. Y en esa época fue que empezó a tomar….
[Jaquelina]: Empecé gradualmente, que era para almorzar y relajarme.
[Fernanda]: Nunca le había gustado mucho el alcohol, pero sentía que algo en ese pequeño ritual la tranquilizaba. Con el tiempo, empezó a necesitarlo cada vez más.
[Jaquelina]: Nunca pensé que no lo iba a poder manejar, decía: “Bueno, mañana tomo menos”, y así. Y no lo dejaba. Y era una desesperación por llegar y tomar.
[Fernanda]: Conseguía algunos trabajos para juntar algo de dinero que le permitiera pagar los gastos médicos de su esposo, los útiles del colegio y comprar comida. Pero cada vez se gastaba más plata en alcohol. Cuando lograba mantenerse un rato sobria, le caía toda la culpa.
[Jaquelina]: Vergüenza, depresión. Mucha angustia. Que todo el mundo estuviera enojado conmigo, mis hijos, mi marido… Me… me ponía muy mal, pero eso me llevaba a volver a tomar.
[Fernanda]: Las botellas las escondía en rincones de la casa donde le parecía que Carla y su hermano nunca iban a revisar. Y trataba de no hablar mucho, para que no se le sintiera el olor. Por las mañanas lograba disimularlo, pero por las tardes, cuando Carla volvía de la escuela, ya estaba desmayada. A Jaquelina le desesperaba su propio olor.
[Jaquelina]: Tenés ese olor a alcohol que te sale por los poros, que es un olor muy particular cuando ya tenés tiempo de alcoholismo. Que por más que te bañes, por más que hagas… te perfumés y todo, eso se mezcla y es un olor que te queda en la memoria. Yo lo tengo grabado: es el olor a la decadencia, el olor a la tristeza. La pena que sentís.
[Fernanda]: Trataba de convencerse de que Carla, siendo tan pequeña, no notaba nada. Pero ya sabemos que Carla sí se daba cuenta.
Cuando Carla se fue de su casa, a los 19 años, no cortó del todo su relación con Jaquelina. Seguía yendo a visitarla, de vez en cuando. Se daba cuenta de que su madre no estaba mejor, pero al menos ahora se podía ir si se sentía en peligro.
Carla se pagaba su departamento trabajando en call centers, juntando para llegar a fin de mes. Jaquelina trataba de convencerla de que volviera; le decía que le daba miedo de que le pasara algo por estar sola, pero Carla no quería. De hecho, quería alejarse cada vez más. Esa sensación fue creciendo durante esos años. Irse lejos de su familia, de su ciudad, de su país. Lejos de todo.
[Carla]: Yo estaba buscando un hogar. Creo que crecí buscando un hogar, siempre.
[Fernanda]: Cuando cumplió 24, al fin se decidió: iba a buscar su hogar en Santiago de Chile, una capital donde nadie la iba a conocer y podía empezar una nueva vida. Pero las cosas no salieron como esperaba. Cuando ya estaba a punto de irse, una amiga se unió al plan y Carla no supo cómo decirle que no. Alquilaron dos habitaciones en el centro de Santiago, que Carla empezó a pagar por ambas. Vendían golosinas en la calle, pero, a los pocos meses, apenas tenían para comer. Entonces su amiga le dijo que volvería a Argentina para enviarle el dinero que le debía.
Carla se quedó esperándola, pero nunca volvió. En ese punto, había bajado mucho de peso y se sentía tan débil que se mareaba en plena calle.
Desesperada, tuvo que pedir ayuda. Una amiga le pagó un pasaje en avión para regresar a Argentina, y sus papás le dijeron que podía volver a vivir con ellos. Al menos por un tiempo, hasta que se acomodara y pudiera encontrar otra vez un trabajo. Cuando se bajó del avión, vio a sus padres esperándola entre la gente. Ella se acercó a su madre.
Y ahí sintió el olor.
[Carla]: Después de no verme por un montón de tiempo, completamente ebria. Así que fue como bienvenida a tu vida… ¡A tu vida! A este agujero que no podés salir más.
[Fernanda]: Pero Carla ya no era una niña y no aguantaría mucho en el agujero.
Una noche, estaban preparando ravioles con Jaquelina, y su madre le dijo que tenía que salir para verse con un cliente del trabajo.
Carla intuyó de inmediato de qué se trataba.
[Carla]: Ese día me cansé porque ya pasaba muchas veces eso que se hacía la boluda, y es cómo, ¿me estás tomando el pelo?
[Jaquelina]: Y mi hija me siguió.
[Carla]: Y en otra situación no la hubiese seguido, pero ese día sentí como que no, porque me dio bronca. Así que la esperé.
[Jaquelina]: Cuando vio que yo estaba comprando alcohol y estaba tomándolo. Y me miró como diciéndome: yo sabía que estabas haciendo esto.
[Carla]: Y cuando me vio yo simplemente la vi con la lata de cerveza y le dije: ¿No era que ibas a ver a una clienta?
[Jaquelina]: Yo me enojé con ella: “¿Por qué te metés en mi vida, por qué, qué me tenés que perseguir? Pendeja, ¿qué tenés que hacer…?”
[Fernanda]: Carla dejó a su mamá gritando y corrió al departamento. Se sentía distinta a otras veces, más herida, sobre todo porque esa tarde la habían pasado muy bien juntas. Había sentido que tenían, de nuevo, una conexión especial.
[Carla]: Siempre ha sido lo que yo más he querido tener: ese contacto, esa conexión con mi mamá. Y… y como que me… me dolió un montón.
[Fernanda]: Jaquelina llegó poco después y la pelea siguió en la casa. Pero esta vez era Carla la que estaba furiosa.
[Carla]: Como que ella atinó como a tocarme, porque yo la estaba empujando. Y en mi cabeza algo hizo. En un microsegundo, mini segundo hizo un click, que me escuché a mí misma decirme: «No, esto no va a volver a pasar».
[Fernanda]: Como un flash, a Carla se le vino la imagen de esa noche, a los 18 años, en que tuvo que llamar a la policía.
[Carla]: Y algo en mi cabeza me dijo: «No, yo me voy a defender. Esta vez yo me voy a defender. No se lo voy a permitir». Y fue como… eso… ese pensamiento, ese recuerdo, todo eso que pasó en ese segundo, me sacó completamente de mis casillas. Y ahí entonces empecé a golpear.
[Fernanda]: A golpear a su mamá, a las paredes, a todo lo que estaba cerca. A Carla todavía le cuesta entender cómo reaccionó ese día.
[Carla]: Yo no me puedo reconocer. Yo sentí realmente que si yo me había ido de mi cuerpo y fue una cosa que yo no estaba ya. Mi cuerpo se movía solo, fue una cosa que me cegué completamente.
[Fernanda]: Fue la única vez que su padre se metió a separarlas. Carla tenía una sensación extraña: como si hubiera recibido al fin una herencia violenta que, durante años, no había podido tocarla.
[Carla]: Así que temblando, sintiéndome súper mal, porque era como que… algo se había apoderado de mí y yo… Hasta incluso al mismo tiempo tenía miedo. Porque yo: «¿Qué pasó?, ¿qué hice?, ¿por qué hice todo esto?”.
[Fernanda]: Asustada, Carla se puso a empacar todas sus cosas. Cerró la puerta del departamento al salir, y se dijo a sí misma que era la última vez.
No volvería a poner, nunca más en su vida, un pie allí.
Se instaló en la casa de su novio de entonces, que también vivía con sus padres. Se sentía en shock, pero poco a poco fue retomando su vida. A Jaquelina y a su papá los bloqueó de todas las redes sociales. No volvió a llamarlos ni a escribirles. Y cuando la llamaban, no contestaba.
Había decidido sacarlos de su vida para siempre, pero la ciudad en donde vivía tampoco era tan grande. Le daba tanto miedo volver a verlos, que tomaba diferentes caminos para ir y regresar de su trabajo.
Pero estaba claro que, tarde o temprano, se los iba a encontrar. Y pasó un día en que fue a una marcha sobre un tema ambientalista de su ciudad….
[Carla]: Y me di cuenta de que ellos me estaban siguiendo, que… que pasaban cerca mío, por adelante. Y era muy amenazante porque incluso mi papá se paró delante mío y se puso a leer el cartel que yo tenía y yo quedé congelada de miedo… Y siguió caminando. Y para mí era peor porque ni siquiera me enfrentaron, me… me acecharon.
[Fernanda]: Decidió ir al juzgado y poner una orden para que sus padres no pudieran acercarse a ella. Tuvo que contarlo todo, una y otra vez: las borracheras, los gritos, las amenazas. Los funcionarios no podían creer que estuviera poniéndole una orden de restricción a su madre. Le cuestionaban por qué no lo había hecho antes, por qué ahora, cómo podía hacer eso.
Igual le notificaron a sus padres.
[Jaquelina]: Llego un día a mi casa y debajo de la puerta habían dejado la orden. Yo en ese momento me enojé tanto, tanto, tanto. Estaba furiosa.
[Fernanda]: Según Jaquelina, el motivo por el que fueron a la marcha ese día fue porque sabían que Carla estaría ahí, habían escuchado que podía haber disturbios y querían asegurarse de que no le pasara nada.
Por eso se enojó tanto cuando le llegó la orden.
[Jaquelina]: Estaba tan furiosa en algunos momentos que… que yo decía… Si mis hermanas me preguntaban: “¿Y la Carla?”. “Yo tengo un solo hijo”.
[Fernanda]: Carla se enteraba por familiares que su madre decía eso y le dolía. Por un lado, había decidido borrarla de su vida y sabía que era lo mejor. Pero, por otro, no podía dejar de pensar en cuánto había cambiado su madre por su adicción al alcohol y en lo distinta que había sido antes de eso.
Así pasaron casi dos años sin volver a saber nada de ella.
Hasta que llegó la pandemia y con ella el encierro. Carla seguía viviendo con su novio, pero la relación se había deteriorado mucho. Cada vez lo sentía más posesivo y violento. Era como si su vida fuera un círculo. Otra vez, tenía que seguir escapando. De otra casa, de otra persona.
En un último intento de refugiarse, se fue a la casa de unas tías y luego, algo más recompuesta, a un departamento compartido que vio en un anuncio de Facebook. Recién empezaba el mes de octubre de 2020 y, aunque no entendía bien por qué, pensaba cada vez más en su mamá. En todo lo que siempre había querido decirle.
Un día, sin detenerse demasiado, tomó el computador y empezó a escribir. A escribirle a ella. No sabía si era una carta o algo que quedaría ahí, para siempre en su disco duro, pero le salieron tres páginas dirigidas a su madre.
[Carla]: Me acuerdo que temblaba muchísimo. Estaba como súper nerviosa.
[Fernanda]: Pero al mismo tiempo fue una catarsis…
[Carla]: Como liberada porque, por primera vez, no tuve tapujos en decirle nada. Como que le dije todo sin pensar: «Ay, no, pero si le digo esto puede provocar una recaída. O, si le digo esto, por ahí le hace entrar en una crisis y no sé qué…»
[Fernanda]: Lo que quería era sacar todo lo que llevaba asfixiándola durante años. Al final, añadió una última línea…
[Carla]: «Esta es tu chance para que la cosas cambien en serio, pero en serio. O sea, realmente no va a haber otra oportunidad”.
[Fernanda]: Adjuntó el documento en un mail, escribió el correo de Jaquelina y sin darse tiempo para arrepentirse, apretó “enviar”.
[Carla]: Entonces le mandé el mail y esperé un ratito y le escribí por WhatsApp: «Te mandé tal cosa a tu mail. Por favor, léelo».
[Daniel]: Carla sabía que podían ser sus últimas palabras para su madre. Si Jaquelina no decía algo que cambiara las cosas, que empezara a reparar todo lo que la había hecho sufrir, nunca volvería a hablar con ella.
Una pausa y volvemos.
[Reveal]: La desaparición de 43 estudiantes conmocionó a todo México en 2014. En su nueva investigación, Reveal presenta detalles hasta ahora desconocidos de esta historia. Escucha After Ayotzinapa, la nueva serie de Reveal.
[Daniel]: Antes de la pausa, escuchamos cómo Carla se decidió a darle una última oportunidad a su madre, Jaquelina, casi dos años después de ponerle una orden de restricción. Le escribió todo lo que nunca le había dicho, sobre su alcoholismo y sus agresiones, y se quedó esperando su respuesta.
Fernanda Guzmán nos sigue contando.
[Fernanda]: Cuando el mensaje de Carla entró en el teléfono de Jaquelina, ella estaba sentada, a media luz, en su taller de costura. Había sido un día difícil, como muchos otros. O más difícil: llevaba todo el día luchando por no tomar.
Tenía su celular en la mano porque todas las tardes, desde hacía meses, se conectaba por WhatsApp con un grupo de alcohólicos anónimos que le contaban sus experiencias. Cómo, por culpa de esa enfermedad, se habían quedado sin trabajo, sin familia, sin amigos. Y cómo luchaban a diario para intentar recuperar algo de todo lo que habían perdido.
Y Jaquelina también contaba su historia: cómo perdió a su hija.
[Jaquelina]: Y las primeras veces, lo único que me pasó a mí, que le pasa a muchos, es que queremos hablar y lloramos. No soy de mucho llorar, pero yo llegaba ahí y era llorar y llorar y llorar y llorar todo el tiempo. Y a veces podía hablar y a veces no.
[Fernanda]: Ese día, después de más un año sin tomar alcohol, había estado más cerca que nunca de recaer. La ausencia de Carla le dolía cada vez más. Pero sabía que tenía que resistir, y lo único que la calmaba era conectarse con su grupo de Alcohólicos Anónimos.
A principios de 2019, después de la desaparición de Carla de su vida, Jaquelina había comenzado, poco a poco, a salir de su infierno.
[Jaquelina]: Para mí fue tocar fondo y sentir que estaba perdiendo lo que más amaba en el mundo. Que es mi hija y que… y todo el daño que había… le había hecho.
[Fernanda]: No es que reaccionó de inmediato cuando Carla se fue. Estuvo unos seis meses más hundida en el alcohol, encerrándose sola en el sótano de su casa, donde tenía todas sus botellas. Angustiada, tomando hasta perder la consciencia. Hasta que una mañana, sin previo aviso, algo se sintió diferente.
[Jaquelina]: Me levanté un día y dije: “No, no quiero más esto”. Es como que hubo un click, no quiero caer en lo… en lo espiritual, pero creo que fue… fue un milagro, porque yo me desperté con esa idea: “Yo no quiero más esto para mí”.
[Fernanda]: Le sorprendió sentir esa fuerza, que había perdido hace tanto.
[Jaquelina] : Yo pensaba que no iba a poder salir nunca porque yo no me imaginaba mi vida de otra manera. Me desperté y le dije a mi marido que estaba acostado al lado mío, le digo: “Voy a ir a AA. No, no voy a seguir más así”. Y mi esposo, que ya también varias veces me lo había pedido: “Bueno, te acompaño”. Me acompañó y ahí fue que yo dije: “Bueno, basta”.
[Fernanda]: Y ahí empezó su proceso para salir de 20 años de alcoholismo.
[Jaquelina]: Iba y volvía, iba y volvía. Trataba unos días de… de estar bien y volvía a recaer y entonces cada vez las recaídas son peores. Al principio es todo como si fuera una vorágine, luchando todos los días para… tan, tan metida en eso de: “por 24 horas no voy a tomar, por 12 horas no voy a tomar” y así, que… que no podía ver otra cosa.
[Fernanda]: Así, todos los días, durante meses. En el grupo de Alcohólicos Anónimos la contenían y le advertían que era normal que se sintiera peor que nunca, no solo por el síndrome de abstinencia. Al dejar de tomar después de años, muchos alcohólicos empiezan a tener conciencia real, por primera vez, del daño que su enfermedad generó a su alrededor.
Jaquelina empezó a obligarse a hacer cosas que la sacaran de allí: a cuidar a sus nietos, los hijos del hermano de Carla, que nunca antes habían podido dejarle a cargo. A meterse a cursos de autoayuda online, a leer.
[Jaquelina]: Y después cuando, ya como que la sangre se limpia y también la cabeza, empezás a tener una vida que ya sabés lo que estás hablando, ya sabés las cosas que están pasando.
[Fernanda]: Como dijimos antes, el día en que Carla le escribió su mail diciéndole todo lo que nunca le había dicho, Jaquelina había estado sintiendo una ansiedad que hace tiempo no tenía. En la reunión de Alcohólicos Anónimos no había podido hablar.
Se sentía triste, cansada, enojada. Le habían dicho muchas veces que el objetivo de su proceso no podía ser recuperar a su hija, porque eso era algo que no estaba en sus manos. Algo que la podría llevar a una recaída.
Ella decía que sí, porque sabía que era verdad. Pero no podía evitarlo. Casi todos los días pensaba en si algún día podría recuperar a Carla.
Eran las 9 de la noche cuando le llegó el mensaje a su WhatsApp.
[Carla]: “Te mandé tal cosa a tu mail. Por favor, leelo”.
Palabras que la hicieron explotar en llanto.
[Jaquelina]: No lo podía creer, no lo podía creer. Era… Era lo que siempre… lo que tanto estaba esperando… y se había dado así en el momento que peor estaba yo, ahí se dio que ella se contactó conmigo y…
[Carla]: Y me dijo: «Bueno hija, ahora… ahora mismo me meto».
[Fernanda]: En un primer momento, Jaquelina ni siquiera atinó a responder nada más. Salió corriendo, a los gritos, a avisarle al papá de Carla. Luego se tomó unos minutos para leer lo que su hija le había escrito.
Carla, mientras tanto, seguía viendo a su mamá “en línea”.
[Carla]: Otra vez ansiedad, otra vez, eh, nervios por esperar qué me va a decir. Porque yo le decía cosas muy fuertes y cosas como que yo sabía que ella pensaba que yo no me acordaría…
[Fernanda]: Carla no sabía cuánto había cambiado la vida de Jaquelina en esos casi dos años. Ni siquiera sabía que ya no tomaba alcohol. No sabía qué esperar. Tal vez una reacción agresiva, como tantas otras en el pasado, pero recibió algo muy distinto.
[Carla]: Ahí empiezan una serie de audios. Me contestó como llorando, se le escuchaba la voz temblorosa y todo. ¡Ay! Me contestó así como: «Hija, tenés razón, te pido perdón».
[Fernanda]: Esos audios se han perdido, pero en ellos, Jaquelina le contó todo sobre sus años de silencio.
[Carla]: Y la escuché como re distinta, como más bajada a tierra. No la recordaba, de hecho, así. Y ahí me empezó a contar, que ella estaba yendo a… a Alcohólicos Anónimos. Y que le estaba ayudando un montón, que hacía mucho tiempo que iba.
[Fernanda]: Se quedaron horas así, sin querer terminar la conversación.
[Jaquelina]: Hasta la 1 y media de la mañana, creo, mandándonos audios una a la otra contándonos qué habíamos hecho, como si… no sé, como si no hubiera pasado nada.
[Fernanda]: Antes de despedirse, Jaquelina le dijo una cosa más a su hija: que sí, que quería tomar la oportunidad, su última oportunidad, de recuperarla. Carla aún se acuerda de las palabras que le dijo su madre:
[Carla]: “Nuestra relación está en terapia intensiva, pero vamos a ver, que entre las dos la vamos a curar y la vamos a sanar”. Me pareció tal cual.
[Fernanda]: Pero Jaquelina no era la única que había cambiado en esos dos años. Esa noche, Carla también le contó todas las cosas que eran distintas en su vida. Que la relación con su novio había terminado mal pero se había ido a tiempo, que ahora vivía con amigos, que tenía otros intereses, otros gustos. Y, también, otras reglas. Si quería intentar retomar la relación, le dijo a su madre, iban a ir de a poco, yendo juntas a terapia y conversando, por un tiempo, solo por teléfono. Si las cosas iban bien, podrían verse.
[Carla]: También es como que le tuve que poner muchos límites a que ella entendiera que yo no iba a hacer todo de golpe, no podía y no debía.
[Jaquelina]: Yo… Yo quería aceptar cualquier… lo que fuera que ella me hubiera pedido lo hubiera aceptado porque yo lo que quería era verla. Y esa noche me acuerdo que me acosté y creo que dormí de corrido sin… casi… como un bebé dormí.
[Fernanda]: Pero unos días después, sería Carla la que rompería sus propias reglas. En ese momento, trabajaba como vendedora y recibió un pedido de alguien que vivía justo al lado del departamento de su madre. No pudo resistirse.
[Carla]: Le dije: «Tengo que hacer tal cosa y paso justo cerca de tu casa. ¿Querés que… querés bajar y nos saludamos?”.
[Fernanda]: Jaquelina salió corriendo y se subió al ascensor.
[Jaquelina]: Bajaba despacito, nunca había bajado tan despacito…
[Jaquelina]: Cuando llegué y la veo a ella venir en la bicicleta, cuando bajé… Ay por Dios, la quería abrazar, la quería besar. Ya ni me importaba ni el covid, ni el contagio ni nada…
[Fernanda]: Carla dejó su bicicleta tirada y recibió el abrazo.
[Jaquelina]: Un abrazo fuerte, fuerte. Me parecía que… que la tenía que agarrar fuerte para que no se me fuera a escapar. La miraba por todos lados, le miraba las manitos… Le contaba los deditos de la mano, como cuando nació, así igual, igual, igual que cuando nació.
[Fernanda]: Cuando lograron soltarse, Jaquelina convenció a Carla de subir a almorzar en familia, por primera vez en muchísimo tiempo. Era el mediodía de un sábado y su hermano justo iba de visita.
[Jaquelina]: Hicimos un almuerzo así improvisado que fue lo mejor de mi vida…
[Fernanda]: Carla apenas podía creer que la persona que veía era su madre.
[Carla]: Yo sentí como que ella estaba al fin actuando como madre. Al mismo tiempo igual yo hoy entiendo que decir eso es como, bueno… ¿cómo actúa una madre? En realidad cada madre actúa como le sale, porque las madres también son mujeres y son personas y bueh… Pero actuando como lo que yo esperaba de una madre.
[Fernanda]: Cuando escuché a Carla decir eso, reconocí que por mucho tiempo yo también esperé que mi mamá tuviera esa forma de ser conmigo. Y me pregunté cuántas mujeres no pueden cumplir con la presión de ser una madre ideal: proteger, cuidar, ser cariñosas siempre. Y muchas veces no piden ayuda, porque creen que ese es su rol y están obligadas a enfrentarlo solas. Hasta qué punto cargar con eso las puede llevar a lugares más oscuros, de los que les es más difícil salir.
Es algo que yo había pensado poco con respecto a mi propia madre, y que me ayudó a entender un poco mejor mi relación con ella.
Pero volvamos a Carla.
Ese día había roto su primera regla para sanar la relación con Jaquelina, y no tardó en romperlas todas. Quería recuperar el tiempo que habían perdido, y su madre le juraba que todo sería distinto, así que un mes después tomó la decisión de volver a vivir junto a ella.
Era febrero de 2021. Carla me contó que, desde el principio, las cosas fueron totalmente diferentes. Veían series juntas, a veces cocinaban, conversaban sobre sus vidas y sus problemas personales durante horas.
Y hablaban del pasado, aunque no profundizaban tanto. Era como si temieran que, de hablarlo mucho, volviera a hacerse realidad. Pero eso hacía sentir cada vez más incómoda a Carla. Le parecía que si no lo enfrentaban, una parte de ella nunca podría perdonarla de verdad.
Era algo en lo que pensaba todo el tiempo.
[Carla]: Sabía que un día, cuando ya estuviera yo lista le iba a decir de irnos a un parque, a un lugar específico… o sea yo ya tenía todo planeado y sabía las cosas que le iba a decir.
[Fernanda]: Aunque la idea de esa conversación también la asustaba…
[Carla]: El miedo más grande en ese momento para mí era lastimarla. Hacerla abrir un… Una puerta oscura, así… hacia recordar todo lo que hizo y todo lo que no hizo. Y no quería que ella pensara que yo le estaba reclamando.
[Fernanda]: Y que eso pudiera provocarle una recaída… Pero sentía que era algo que tenía que hacer, aunque fuera difícil.
Fue por esos días, en abril de 2021, cuando nos envió la carta en que nos contaba su historia. Y nos dijo, cuando empezamos a hablar con ella, que quería tener una conversación con su madre. Una que la ayudara a reparar las heridas, los silencios, todo lo que no podía terminar de cerrar.
Cuando le propusimos hacerlo para este episodio, Carla le preguntó a Jaquelina si estaría dispuesta. Después de pensarlo un poco decidieron hacerlo y le pusimos fecha y hora. Cuando llegó el día, Carla y Jaquelina prepararon café y se sentaron en la mesa de la cocina. Querían sentir que era una tarde como cualquier otra que pasaban juntas.
Entonces la conversación empezó.
[Carla]: ¿Estás lista?
[Jaquelina]: Sí.
[Carla]: ¿Tenés ganas? (risas)
[Jaquelina]: Sí. Estoy lista.
[Carla]: ¿Estás segura de que quieres hacer esto?
[Jaquelina]: Si
[Carla]: ¿De contar la historia y todo eso?
[Jaquelina]: Sí, sí, no hay problema.
[Carla]: Bueno.
[Fernanda]: Lo que van a escuchar son fragmentos de una conversación que duró casi dos horas. Una en la que Carla no se guardó ninguna pregunta.
Y Jaquelina ninguna respuesta.
Una de las primeras cosas que quiso saber Carla fue qué había pensado cuando leyó su carta. Qué le había sorprendido. Y Jaquelina le dijo solo una cosa: que pensara que no la quería, que la hubiera odiado tanto.
Pero también le dijo que lo entendía, porque las adicciones funcionan así: te haces daño a ti mismo, pero caen todos los que están alrededor. Y que lo que Jaquelina sentía, en ese momento, era rabia con el mundo.
[Carla]: ¿Y sabes por qué estabas enojada con el mundo?
[Jaquelina]: Eh… sí. Porque me sentía sola, porque tenía miedo. Porque los graves problemas míos, por ejemplo, vienen por miedos. Miedo a no poder salir de una situación, de… de sentirme con demasiadas cosas de las que soy responsable y no poderlas manejar. Y bueno y no… no pude con todo. Es más, yo me acuerdo exactamente el día que empecé a tomar. Hice canelones caseros, y digo: “los voy a tomar con un vino”. El peor momento de mi vida y fue muy mala idea empezar a almorzar con vino y siempre buscando excusas…
[Carla]: ¿Y cuántos años teníamos? Éramos re chicos entonces, si vos estabas haciendo eso.
[Jaquelina]: Yo tenía 34 años, y vos tenías seis, no? No, o sea, no es que empecé ahí ya…
[Carla]: Pero vos lo recordás como el momento…
[Jaquelina]: Claro, porque en el momento yo dije: bueno, voy a tomar un vasito de vino y después voy a tomar otro y así… Cuando quise acordar que ya lo tomaba después, porque necesitaba dormir o porque necesitaba relajarme, o qué sé yo. Cuando quise acordar ya era incontrolable, y no sé en qué momento fue a la mañana hasta la noche y todo el tiempo…
[Carla]: Hmm
[Jaquelina]: Por más que yo… que vos decías: “Que no me querés, ¿cómo me podés odiar tanto?”. No es que te odiara, no es que te odiara. Era mucho más fuerte la adicción. Fue como en las películas de terror cuando estás poseída.
[Carla]: Bueno, es lo mismo que yo pensaba con vos.
[Jaquelina]: Para mí el alcohol fue eso. Yo estaba poseída.
[Carla]: Yo pensaba exactamente lo mismo. ¿Qué es lo que sentís que vos cambiaste?
[Jaquelina]: Cambié… cambié todo, cambió mi vida. Yo pienso, yo disfruto. Yo antes no disfrutaba porque era una ansiedad terrible. Yo no estaba en ningún lado, no estuve nunca en ningún lado. Estaba acá, estaba allá, pero mi cabeza estaba apuntando a una botella. Ese miedo, esa tensión, ese… esa ansiedad, eso ya no lo tengo. Y eso para mí es el paraíso. Eh…
[Carla]: Porque no tenés nada que ocultar.
[Jaquelina]: Porque no tengo nada que ocultar. O sea me siento por primera vez limpia, limpia. Soy esto. Poder sentir amor. Puedo sentir el amor que siento por vos cuando te abrazo, cuando te beso, puedo sentirlo. No sabés la cantidad de gente a la que yo quiero, pero la quiero de verdad. Y yo no sé dónde había tanto amor dentro mío, porque estaba adormecida totalmente.
[Fernanda]: Carla le dijo que ella sí recordaba ese amor. El que había sentido cuando era una niña. Aunque eso, recordarlo, no lo hacía menos doloroso.
[Carla]: Siempre que yo entraba en una crisis de angustia muy grande, como que yo decía: “Es que no puede ser, porque yo te juro que yo conozco a esa persona. Yo sé que teníamos una conexión especial”.
[Jaquelina]: Sí…
[Carla]: Que después aprendí gracias a lo de los grupos de familiares y amigos, de que es muy normal que tengas mensajes muy confusos, porque tenés una persona que por un lado puede ser tremenda mamá… Me acuerdo que siempre me decía que luchara por mi sueños, que me acuerdo que siempre me apoyaba y cosas así. Y, al mismo tiempo, es la misma persona que parecía que se levantaba con el objetivo de hacerme daño Decís “¿Qué carajo, entonces qué, soy yo?”. Y ahí lo primero… el peor error. Porque si esa persona sí era buena y de repente empezó a ser una mierda conmigo, es porque soy yo el problema. Bueno, después aprendí que no, pero eso me llevó un millón de años, un montón de tiempo.
[Fernanda]: Jaquelina escuchó a su hija con atención. Varias veces en la conversación hablaron sobre lo difícil que es lidiar con ese tipo de sentimientos, entender qué se genera en ti cuando te hace daño alguien que te quería. O te quiere. Y qué es lo mínimo que se necesita para poder perdonar. Carla, en un momento, creyó encontrar una respuesta:
[Carla]: En vos nosotros vemos ese esfuerzo de que no haya que venir y decirte: ma, me hiciste esto, esto, esto. Vos ya sabías que estabas haciendo algo malo. O sea siempre tuviste… Justamente eso te hacía estar tan culposa y todo. Para mí esa es la diferencia que hace que vos te quieras acercar a una persona. Para mí, hablando del perdón… eso es como una de las cosas principales. Lo primero que para mí alguien tiene que hacer es eso: demostrarte que reconoce tu dolor, mínimamente. De ahí en adelante, bueno ya verás. No es suficiente con eso. Pero que la otra persona diga: sé de lo que… soy consciente. Porque eso es lo que más duele. Eso es lo que a mí más me dolía. Yo no necesitaba que vos vinieras y me dijeras perdón, perdón, perdón, como me hacías siempre. Yo necesitaba que real me mostraras que eras capaz de entender y empatizar con lo que habías hecho.
[Fernanda]: Carla reconocía eso en Jaquelina. Y ese era el motivo que permitía que pudiera acercarse a ella, intentar entenderla, reencontrarse.
Y también quería saber qué pensaba Jaquelina de la nueva relación que estaban construyendo.
[Carla]: ¿Qué es lo que puede hacer ahora en este momento que todo lo que pasamos, a pesar de todo eso, de tanto dolor y de tantas cosas, igual ahora estemos mejor?
[Jaquelina]: Ustedes me quieren mucho, dios me ha bendecido con ustedes, porque si no otros me hubieran dado una patada.
[Carla]: Igual te dimos una patada.
[Jaquelina]: Sí.
[Carla]: Pero después dijimos: bueno, no.
[Carla]: El amor, entonces.
[Jaquelina]: El amor.
[Carla]: Pero es mutuo, porque vos nos mostraste tu esencia. Porque si… es lo que yo te decía antes, si vos hubieses sido siempre una mala… entonces para qué, es mucho más fácil. No se puede querer lo que no se conoce.
¿Y cómo crees que es lo que sentís ahora vos por mí, hoy en día?
[Jaquelina]: El amor que sentía desde que naciste. Así, el mismo amor, el mismo profundo, profundo amor. Que sos mi nena.
[Carla]: Bueno… me vas a hacer llorar.
[Fernanda]: Durante la conversación, Carla se emocionó varias veces con las palabras de Jaquelina. Con el amor que ahora era capaz de expresarle.
Aunque si le había pedido esta conversación era, en parte, porque sentía que no todo estaba bien. Habían recuperado la relación, sí, y convivían de una manera que nunca habían logrado antes. Pero, a veces, cuando Jaquelina se acercaba a abrazarla, una parte de Carla sentía un fuerte rechazo. No lo podía evitar. Y sabía que Jaquelina se daba cuenta.
Por eso, había una pregunta que se había estado haciendo desde que volvió a vivir con su madre. Una de la que ella misma dudaba la respuesta.
[Carla]: ¿Vos sentís que yo a vos te he perdonado así del todo?
[Jaquelina]: No.
[Carla]: ¡Qué fácil te salió! (Risa).
[Jaquelina]: (Risa) No.
[Carla]: Ah, bueno. ¿Y por qué?
[Jaquelina]: Eh… porque siento que ha sido tanto el daño… Pero yo el pasado no lo puedo cambiar y esa la tengo clara. Yo puedo cambiar lo que soy ahora, de ahora en más. Y de ahora en más yo soy tu mamá que te protege, aunque tengas 26 años, igual te protege y te cuida. Yo soy esa mamá, ahora. Si yo me enrosco con el pasado voy a quedarme estancada y… y voy a tener una recaída no sé en qué… Hasta en los mismos errores, porque no es sólo el alcohol. El alcohol no es el… el verdadero problema. Detrás del alcohol hay un montón de cosas.
[Carla]: Pero agarrame la mano. (Risa).
[Fernanda]: Carla le había preguntado a su madre todo lo que nunca se había atrevido, y había logrado encontrar respuestas. Pero cuando la conversación ya iba llegando a su final, seguía sin haberle dicho todo. Hasta que al fin lo hizo.
[Carla]: Es que… yo me di cuenta hace muy poco. Pero yo pensaba que yo te había perdonado, que estaba todo bien, y con el tiempo me di cuenta que no te había perdonado.
[Jaquelina]: Yo ya lo sé, no me perdonás del todo y…
[Carla]: Pero yo no lo hago intencional.
[Jaquelina]: No, yo te entiendo.
[Carla]: Entonces, yo también… yo no quiero estar así, idiota, a veces. No quiero contestar mal, no quiero que te me acerqués y me produzca rechazo. No lo hago a propósito y me hace sentir re mal sentirme así.
[Jaquelina]: Yo te entiendo.
[Carla]: Pero a mí me hace sentir mal. A mí no me gusta porque yo no soy así. Yo no soy una persona arisca ni así, pero hay días que no, que no lo hago intencional. Mi cuerpo rechaza eso. Te venís y te me acercás mucho y no lo hago a propósito. Pero es que todavía mi mente tiene que procesar que… vos estuviste encima mío, me ahorcaste ... Entonces, ahora tengo que tratar de convencer a toda mi mente y a todo mi cuerpo de que estoy viviendo con una persona que me hizo eso y convencer que está bien que se acerque esa persona… y que todavía… y no lo puedo hacer, a veces no lo puedo hacer.
[Jaquelina]: Pero yo sé que es eso y vos tenés tus tiempos y yo no te voy a presionar.
[Carla]: Bueno, pero igual a mí… Yo ya voy a ver cómo… Pero para mí era muy importante hacerte todas estas preguntas que te estoy haciendo ahora.
[Jaquelina]: El perdón es algo muy trabajoso, no es que un día dijiste me levanto y voy a perdonar. No, porque en tu cabeza siguen habiendo recuerdos.
[Carla]: Si bien vos sos el recuerdo de todo lo lindo que estoy viviendo y todo lo lindo que logramos, también sos el recuerdo de todas las cosas feas que me pasaron. Entonces es como difícil. Es mucho trabajo. Hay una parte de mí que es una nena que tiene miedo porque ya muchas veces confié en vos y muchas veces volvieron a pasar cosas y nunca podía confiar, que es algo que toda la vida me quedó.
[Jaquelina]: Eso te tenés que perdonar vos también por sentir esas cosas. No está mal, es un proceso y va a costar y es un proceso. Y va a llegar el momento en que ya, sin que te des cuenta, eso se te va a ir.
[Carla]: Ojalá… ojalá que sí, supongo que sí.
[Jaquelina]: Yo quiero que te sientas así: que siempre te voy a proteger y que siempre voy a estar con vos. Siempre vas a poder contar conmigo, pase lo que pase vas a poder contar conmigo siempre, incondicional.
[Carla]: Bueno, ojalá también pueda creer eso alguna vez.
[Fernanda]: Cuando le dijo eso, y vio que Jaquelina la entendía —que, desde el principio, la había entendido— se sintió liberada. Como si algo que llevaba meses separándolas, al fin empezara a ceder. Aunque fuera un poco.
[Carla]: ¿Qué cosas de las que estamos viviendo ahora como en nuestra nueva vida, te gustan?
[Jaquelina]: Verte todas las mañanas en mi casa.
[Carla]: Aaay, qué tierna (se besan).
[Jaquelina]: Con tu matecito, que vas y venís.
[Carla]: ¿Hay algo que vos me quisieras preguntar o decir?
[Jaquelina]: No.
[Carla]: Y bueno.
[Jaquelina]: ¡¿Qué me querés preguntar?! (risas)
[Carla]: No, nada (ríen). Besos… abrazos… tengo que traducir lo que está pasando. Bueno. Bueno… entonces ya no hay nada más que decir… y a mí me sirvió un montón esto.
[Daniel]: Carla y Jaquelina siguen viviendo juntas, trabajando en su relación un día a la vez.
Jaquelina aún asiste a Alcohólicos Anónimos, y tiene, por primera vez, un grupo de amigas. Dice que, con ellas, se siente como si fuera, otra vez, una chica de 13 años.
Carla planea independizarse en cuanto le sea posible, y esta vez su mamá está contenta con ese plan. Dice que, estén donde estén, seguirán juntas.
Esta historia fue producida por Fernanda Guzmán y Nicolás Alonso. Fernanda es asistente de producción y vive en Ciudad de México. Nicolás es editor y vive en Santiago de Chile.
Este episodio fue editado por Camila Segura y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Aneris Casassus, Emilia Erbetta, Xochitl Fabián, Camilo Jiménez Santofimio, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.