Transcripción – Escuchadme, terráqueos

Transcripción – Escuchadme, terráqueos

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[Daniel Alarcón, host]: Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.

Hace unos años —ya casi cinco— le regalé una grabadora a mi hijo León. Nada muy avanzado en términos tecnológicos, más bien una máquina simple, con tres botones. Era de plástico rojizo, color cereza, y pequeña, del tamaño de un lápiz labial. Ya no recuerdo de qué marca era, pero sí que cabía cómodamente en su mano.

León habrá tenido unos ocho años, por ahí. Radio Ambulante era algo nuevo en nuestra casa, o sea que seguro que de ahí le salió la idea. Nos veía con micrófonos y tal, y, claro, quería hacer los mismo.

Y, bueno, durante varias semanas, llevaba esta máquina a todas partes. Todos los días al colegio, siempre en su bolsillo, en la mochila.

Siendo niño, se le pasó la fiebre. Siempre pasa con cualquier juguete. Le comenzó a interesar menos y un día pasó de la mochila a un cajón y ahí la encontré, varios meses después, olvidada y abandonada.

Y fue entonces que, por pura curiosidad, la conecté a mi compu, a ver exactamente qué había grabado mi hijo en esas semanas que estuvo obsesionado con la maquinita.

(SOUNDBITE DE NIÑOS JUGANDO)

[Daniel]: Muchos sonidos del recreo.

Un poco de tra-la-lá.

(SOUNDBITE DE LEÓN CANTANDO)

[Daniel]: Encontré algunos ejercicios periodísticos. Como esta entrevista con un profesor, donde León y sus cómplices van directo a la yugular:

[Niño]: OK, I’m going to start recording you.   

[Niño]: Who is your favorite kid? Who is your favorite kid!

[Daniel]: “¿Cuál es tu niño favorito?”, le insisten. “¡Quién es!”

No solo entrevistaba a profesores, también a compañeros.

[León Armeni]: Hello this is León Armeni, and this… this is my friend Donovan.

[Daniel]: Aquí le pide a un amigo que detalle todas las veces que se ha accidentado.

[Donovan]: Hello. Today we are going to be talking about some of the recent and not so recent injuries. Back to you.

[Daniel]: Luego vienen dos minutos describiendo raspones, choques, picaduras, caídas, fracturas, contusiones, cortadas. En fin.

[Donovan]: And I banged the side of my head on the bar of a tennis thing.

[León]: Tennis?

[Donovan]: Yeah. And then it was gushing blood. After that, another one…

Todo —ya se habrán dado cuenta— está en inglés. Obvio. Hasta los cuatro o cinco años, León sólo hablaba español. Pero vivíamos en California y cuando entró al colegio rápidamente pasó al inglés, como tantos niños inmigrantes en Estados Unidos. Lo mismo me pasó a mí.

Me encantó encontrarme con estos audios, artefactos de un momento, de saber cómo y de qué hablan los niños cuando no hay adultos ahí cerca, vigilándolos.

OK, pero quiero mencionar un detalle más. Nuestro hijo más chico tenía en ese momento menos de un año y él también aparece en estas grabaciones. Queríamos que León siguiera practicando su español y entonces para motivarlo le dijimos que Eliseo —su hermanito— no entendía inglés. Solo español. Exclusivamente.

Con menos de un año —inglés, español, francés, griego— o sea entender entender, pues, no. Pero aunque lo que le contamos a León era inexacto, era bien intencionado: queríamos que no perdiera su idioma natal.

Bien, entonces ese detalle es importante para entender este audio que encontré en la grabadora, en la que León entrevista a Eliseo.

[León]: Este es Eli. Va decir una cosa. ¿Qué es tu color favorite? ¿Favorito?

[Eliseo]: Uh.

[León]: ¿Orange?

[Eliseo]: Ya.

[León]: ¿Te gustan los carros?

[Eliseo]: Ya.

[León]: Sí. ¿Te gustan muchos los carros?

[Eliseo]: Ya.

[León]: Son muy chéveres, ¿sí? ¿Cuál es tu carro favorite? Favorito. ¿Este o el arrow max? ¿El arrow max? Ah, ¿el Dodge? ¿O te gusta este más? ¿Cuál te gusta?

[Eliseo]: Este.

[León]: Ah, ¿este? ¿Te gusta este? Ah, él le gusta el carro que es para muy off-road y va a ir… from para ir the car.

[Eliseo]: Papa. Papa.

[León]: ¿Te gusta el…?

[Eliseo]: Papa.

[León]: ¿Dónde está papi?

[Eliseo]: Ya.

[León]: ¡Está en la casa!

[Daniel]: Amo este audio. Como padre, me fascina que nuestra regla —hay que hablarle a Eliseo en español— funcionó, que mi hijo mayor obedeció, incluso cuando claramente le era más simple hablar en inglés. Me encanta que Eliseo —monosilábico— responde y León está convencido de que su hermano de nueve meses le está comunicando una preferencia entre dos marcas de auto. Me encanta la palabra “favorite”, favorite, en inglés. Me encanta que León mismo se corrige.

Yo crecí en Estados Unidos, en una casa peruana, y mis padres eran muy disciplinados con el tema del idioma. En casa, se hablaba español. Punto. Entre mis hermanas y yo —y con los primos que crecieron con nosotros, claro—, toda esa generación: puro inglés. Era el idioma que nos rodeaba.

Mi español era simple. Lo que necesitaba para pedir más arroz en la cena o pedir permiso para levantarme de la mesa. No era un español particularmente sofisticado y tampoco tenía que serlo. Cada vez que viajaba a Lima de visita mis primos se burlaban de mí, de mi acento y de mi falta de vocabulario. Pero luego, después de unas semanas, el español me renacía y volvía al final de las vacaciones hablando bien.

Nunca duraba.

Del 89 al 95, no viajé al Perú. Mis padres sí iban, pero nosotros —los hijos — no, por la situación, porque no se consideraba seguro. Eran los años crudos del terrorismo. Durante siete años casi no vi a mis primos, a mis tíos, no tuve mucha posibilidad de reencontrarme con el idioma. Además era adolescente y pasaba menos tiempo en casa y más con mis amigos gringos. Casi nunca hablaba español.

Mi vocabulario empezó a desaparecer. Mi gramática, siempre intuitiva, se podría por el desuso. No es difícil identificar mi punto más bajo: fue en 1999. Vivía en Nueva York, en un departamento que compartía con varios amigos y vino una prima y su novio de visita. Recuerdo que tuvimos que instalarlos en la sala, en un sofá-cama. Me trajeron un regalo. No recuerdo qué era, pero lo que les dije cuando acepté ese regalo, eso nunca se me ha olvidado.

Quise decir: “¡Muchas gracias! ¡No tenían por qué!”.

Pero dije: “¡Les agradezco mucho! ¡Aunque no tengo por qué!”.

Me miraron con caras perplejas y yo me sonrojé. Sabía que había dicho algo mal, pero no tenía muy claro cómo arreglarlo, porque no tenía las palabras.

No soy el único. Eso de hablar bien el español es complicado. Desde ese momento decidí que tenía que ponerme a estudiar, pero en serio, para no pasar otra vergüenza como esa.

Cuando volvamos de la pausa: aprender a hablar bien español no es solo para latinos en Estados Unidos, claro. Para mucha gente en Latinoamérica, perfeccionar el idioma determina su futuro económico y su estatus.

Ya volvemos

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[Latino USA]: Hola, soy María Hinojosa. Del programa Latino USA, en NPR. ¿Qué les parece? Hay casi 60 millones de latinos y latinas en los Estados Unidos. Nosotros documentamos esas historias y esas experiencias cada semana. Encuéntranos en NPR One o en donde escuchas tus podcasts.

[Hidden Brain]: ¿Por qué usar tenis rojos te hace parecer más influyente? ¿Qué le pasa a la relación con tus vecinos cuando vives cerca a un parque? ¿Es posible usar un método de entrenamiento para perros… para entrenar médicos? Las respuestas a estas y otras preguntas en Hidden Brain. Un podcast en inglés de NPR.

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.

Ya dije que el punto más bajo de mi relación con el español fue 1999. Pues, decidí que tenía que hacer algo al respecto. Fui a Lima y rápidamente me di cuenta de varias cosas: primero, que la jerga que hablaba era la de mi papá, o sea de los años sesenta, de Arequipa, una ciudad al sur del Perú. En otras palabras hablaba como un viejito. Entendí, por ejemplo, que no todos conocían palabras que se usaban normalmente en mi casa: arreconchumate, entendiquichu, etcétera.

Y segundo, no dominaba en absoluto el español formal. Para nada. Nunca había sido un problema, porque en Perú no usamos el “Usted” para hablar con la familia. Pero en Lima intentaba hacer un poco de periodismo, investigando un tema algo delicado, para lo que tuve que hablar con políticos y profesores y académicos, gente seria. Gente que me veía a mí —con esa cara de niño— y luego me escuchaba hablar como un viejito y, pues, me miraban raro. Tenía la sensación constante de estar quedando mal. Era una sensación de impotencia, de no tener las herramientas necesarias para demostrar que no era un imbécil.

Pero de pura terquedad no me rendí, me tragaba la humillación y seguía. Me mudé a las afueras de Lima, donde viví poco más de un año. Leí mucho. Escuchaba RPP, la emisora nacional más importante. Jugaba fútbol con mis primos y en la cancha pude actualizar mi vocabulario de insultos. Aprendí a dominar los múltiples usos y variaciones de la palabra “huevo”, esencial para cualquier peruano. Y, bueno, para el final de ese año hablaba como un limeño más. Y me sentí muy orgulloso.

Pero esta idea de “hablar bien” nunca dejó de ser una preocupación para mí. Tal vez fue por eso que años después —en un triste barrio limeño cerca del mercado central — me llamó la atención un librito impreso en papel periódico. Se llamaba “Discursos y brindis”. Claves para hablar en público, dice en la portada. Discursos para cada ocasión.

La portada era optimismo puro: brillante y colorida, con imágenes de ganadores. Un recién graduado con diploma en mano, una pareja de novios con copas listos para el brindis, un hombre en traje azul y corbata roja delante de un micrófono, sonrisa pícara, como si acabara de contar un chiste verde.

Me pareció tan extraño —así a primera vista— que lo compré. Y años después, sigue siendo uno de mis libros favoritos. O sea, ¿quién no le tiene miedo a hablar en público?

La introducción tiene fotos borrosas de los grandes oradores de la historia: una imagen de un busto de Sócrates, una foto de Martin Luther King, otra del exvicepresidente gringo Al Gore.

Y tiene tips, bastante específicos. Como por ejemplo:

[Hombre]: “Practicar la voz, los silencios, las miradas, los movimientos, las manos, los gestos de la cara”.

[Daniel]: Estoy citando el libro, por si no queda claro.

No son malos los consejos: evitar demasiado café antes de un discurso, no abusar del alcohol o de los tranquilizantes. Sí, bastante práctico. Llevar siempre un pañuelo, por si estornudas o lloras. OK. No hablar demasiado rápido —algo que me dicen constantemente aquí en Radio Ambulante.

Y esto, que me parece clave, algo que siempre tenemos presente cuando editamos guiones:

[Mujer]: “El objetivo del discurso es ganarse al público con las ideas, no tratar de asombrarlo con nuestro vasto dominio del idioma. Hay que huir de un lenguaje rebuscado o frases complicadas”.

[Daniel]: Uff. Sí. Cien por ciento de acuerdo. Pero, más allá de la introducción, ¿qué tal los discursos? A ver, qué tal este: “Discurso por el fin de una carrera política”.

[Hombre]: “Hoy no pretendo captar votos. En cambio, voy a dar mi voto de gratitud. Hoy, pues, abandono el ajetreo político, pero me llevo muchos recuerdos de una carrera profesional que ha supuesto continuos retos y ha sido un estímulo al mismo tiempo. La política ya forma parte de mi pasado. Ahora lo que me interesa es el futuro. Después de todo, ahí es donde voy a pasar el resto de mi vida”.

[Daniel]: Este es el “Discurso en honor al onomástico de una madre”.

[Mujer]: “Querida madrecita, recibe el afectuoso y sincero saludo de tus hijos, de tus nietos, de todos aquellos familiares que ven en ti a la mujer abnegada que supo salir adelante en todas sus adversidades”.

[Daniel]: Este está chévere: “Discurso de homenaje de un niño a autoridades de educación”.

[Hombre]: “Honra para este pueblo y aliento para sus hijos es la visita que nos hacen dos altas personalidades de la instrucción que laboran por el engrandecimiento intelectual de la provincia, dentro de cuya jurisdicción se halla este pueblo, que tiene sus esperanzas puestas en ellos, porque en sus manos ha de estar confiada durante este año la sagrada misión de la enseñanza. ¡Que viva la instrucción! ¡Que viva la patria!”.

[Daniel]: También hay este: “Discurso de un huérfano en el día del padre”.

[Hombre]: “El día del padre es la más gloriosa de todas las fechas clásicas. Es el día sin parangón en los calendarios del globo, por estar destinado a él, porque un padre es el que meció en su infancia a los grandes genios que han transformado al mundo, todos los triunfos que registra la historia. Yo, ya que no tengo el orgullo de poder posar mis labios en la frente de quien me dio las alas, deseo en cambio de ello guardar un minuto de silencio en este acto, en homenaje a todos los padres que yacen en su morada eterna. Acompañadme, señores, todos, a reclinar la cabeza”.

[Daniel]: Me encanta lo barroca que es cada frase. Me encantan las cuerdas flojas gramaticales, la grandiosidad de cada emoción. Todo es muy conmovedor, porque he escuchado discursos como estos. Algunos los han dado miembros de mi propia familia. La portada del libro quizás no lo muestra, pero este libro es muy latinoamericano. Es decir, no me imagino usando un discurso como este en Estados Unidos.

[Mujer]: “Palabras de elogio a un pescador fallecido”.

“Ya no nos encontraremos a Juan sentado en la orilla. No lo oiremos contar historias de pescadores. No volverá a lanzar el anzuelo. Y aunque su cesta de pescar esté vacía hoy, nuestros ojos están llenos… de lágrimas”.

[Daniel]: Pero este, tal vez es el más útil de todos: “Palabras de un miembro institucional en la inauguración de un radio receptor”.

[Hombre]: “Paralelo al avance del tiempo, surgen los inventos y también las necesidades de la humanidad. A esta modalidad de la época moderna, viene a suplir el aparato receptor que queda instalado en los salones de este club en el que no solo los componentes de la institución captarán y recogerán las informaciones del mundo, sino también el pueblo entero participará de las noticias que nos traigan las ondas etéreas directamente a nuestros oídos de todo acontecimiento que tenga lugar en las diversas y accidentadas superficies del globo que nos cobija a los microhumanos terráqueos”.

[Daniel]: Usé este mismo discurso cuando compramos un nuevo micrófono para el estudio aquí en Radio Ambulante.

Hay docenas de discursos que inauguran cosas. Pero las cosas más rebuscadas: una librería escolar, un torneo de fútbol, una competencia ecuestre, incluso una granja comunal.

Hay un discurso bastante genérico, pero en última instancia conmovedor, que celebra la compra de un “objeto de recreo”. Lo cual me cae como anillo al dedo porque justo mi hijo me pidió un objeto de recreo para su cumpleaños.

Hay “Peroración de un joven agradeciendo a un caballero benefactor”. O, un “Discurso en un teatro para presentar a un grupo cómico”. El autor del libro —obviamente anónimo— pensó en todo, porque además incluye: “Respuesta a un discurso en un teatro para presentar a un grupo cómico”. Y sigue y sigue y sigue.

De vez en cuando, cuando me siento nostálgico, abro este libro y me siento como en casa. No es poesía, no exactamente. Pero tampoco se puede decir que no es poesía, ¿me entienden?

Mientras más pienso en estos discursos, más me he dado cuenta que esto es mucho más que un librito de autoayuda. Mira, el Perú es un país definido y dividido por el idioma. Hay quince familias diferentes de idiomas. La lengua indígena más hablada —quechua— es la lengua materna de unos cinco millones de peruanos. De hecho, ha sido una lengua oficial desde 1975. Pero en la vida real, eso no significa mucho.

En Perú, sólo hay un idioma que importa, un idioma que significa progreso y posibilidad y acceso y dinero: el español. En Perú, la forma en que hablas importa casi tanto como tu apariencia.

Y en realidad, de eso se trata este libro. Es sobre la división cultural, lingüística y étnica entre el mundo andino y el criollo, entre las montañas y la costa, entre los pobres y los ricos. Para muchos peruanos —en especial para los de ascendencia indígena— tener el dominio del español formal significa la posibilidad de salir adelante. Y eso es lo que todos quieren, ¿verdad? Así que tienes un libro como este.

No es un pequeño artefacto divertido, lo que es en realidad es un intento de curar una herida nacional. No hay un discurso que aborde esto, claro.

No hay un: “Discurso calmante sobre la identidad bifurcada de un país fracturado por su propia historia complicada e inquietante”.

No hay un: “Tributo a la posibilidad de crear una nación a partir de tribus culturales dispares, a menudo en conflicto, que constituyen, por ahora, un país imaginario”.

No hay un: “Homenaje al quijotesco intento de ocultar durante 200 años las fallas intrínsecas de este proyecto nacional”.

Ninguno de esos discursos están en este librito mágico. Lo sé. Porque los busqué.

[León Armeni]: Este episodio fue producido por Daniel Alarcón y editado por Camila Segura. La mezcla y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Los amigos que leyeron los discursos son: Benny Chueca, Eduardo García Peña, José Gallegos, Elsa Macpherson y Natalie Macpherson.

Gracias a Doug McGray, que editó la primera versión de este ensayo para PopUp Magazine. Gracias a Sabrina Duque por su traducción.

El equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Andrea López Cruzado, Miranda Mazariegos, Diana Morales, Patrick Mosley, Ana Prieto, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas, Silvia Viñas y Joseph Zárate. Carolina Guerrero es mi mamá y la CEO.

Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina y Estados Unidos. Desde Nueva York, soy León Armeni. Gracias por escuchar.

Créditos

PRODUCCIÓN
Daniel Alarcón


EDICIÓN
Camila Segura


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri y Rémy Lozano


ILUSTRACIÓN
Samuel Castaño


PAÍSES
Estados Unidos y Perú


PUBLICADO EN
03/11/2019

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