Transcripción – Pánico

Transcripción – Pánico

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Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón.

Si las estadísticas son correctas, muchos de ustedes han sentido algo así:

[Collage de voces]: Lo peor de una crisis de pánico es que uno pierde el control.

Se siente una presión en el pecho que dificulta respirar.

No puedes respirar bien.

Taquicardia.

Comienzan unas palpitaciones fuertes.

El corazón se desboca.

Pensé me estaba dando un paro cardíaco.

Un ataque cardíaco.

Como una sensación helada.

Como un frío.

Escalofríos.

Estoy confusa.

Dolor de cabeza.

Me cuesta pensar.

Me temblaban las piernas, las manos, la mandíbula.

Sientes que vas a morir.

Que me iba a morir en cualquier momento.

Y voy a volverme loca.

Que me estaba volviendo loco, ¿no?

O de que me estaba volviendo loco…

[Daniel]: Y creo que no me equivoco cuando digo que muchas personas les da vergüenza contarlo, y por eso terminan sintiendo que son los únicos desgraciados del planeta que han pasado por esto.

Esta es Ana Prieto, periodista argentina.

[Ana Prieto]: El ataque de pánico es una especie de apocalípsis interno. Es una especie de terrorista interno que te convence que estás muy cerca del fin, de que te vas a morir o de que estás a punto de volverte loco. Para siempre. De manera irreversible.

[Daniel]: Durante una época Ana llegó a tener ataques de pánico hasta 4 veces por semana. Imagínense, 4 veces por semana, lidiando con este terrorista interno.

Hoy, “Pánico”, un episodio de nuestros archivos. Nuestra editora principal Camila Segura nos sigue contando.

[Camila Segura, productora]: Todo esto comenzó una noche en el 2007, en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Ana había ido a cubrir una charla y tenía solo como hora y media para ir a la conversación, tomar notas y después redactar algo para el periódico en el que trabajaba.

(SOUNDBITE GRABACIÓN)

[Presentador]: Bueno, hola a todos. En nombre de los escritores: gracias, y pedimos un aplauso para los autores, por supuesto.

[Camila]: Ese día el conferencista llegó 15 minutos tarde y ella estaba muy nerviosa por el poco tiempo que tenía. Empezó a tomar notas.

[Ana]: Pero la mano me temblaba tanto, la mano derecha, que no me… no me… no me salían bien las palabras. Recuerdo muy bien que parecían patas de araña, cada letra parecía una araña aplastada.

[Camila]: Trató de concentrarse pero no pudo.

[Ana]: Y no, no había caso, me temblaba la mano y ahí fue cuando me empecé a asustar un poco, ¿no?

[Camila]: Sentía  mucho ruido en su cabeza y su propia voz a todo volúmen diciéndole:

[Ana]: “Necesito que esta charla termine para escribirla”, pero ni siquiera sabía qué tenía que escribir porque no la había estado escuchando.

[Camila]: En un momento dado se dio cuenta de que eran las 8, y que solo tenía media hora para escribir la nota. La charla no se había terminado pero se paró y se fue a la sala de prensa, un lugar chiquito donde hacía mucho calor. De los únicos 5 computadores no había ni uno libre. Le tocó esperar y conversar tonterías con una colega que estaba ahí.

[Ana]: “Hola, linda, ¿cómo estás, ¿cómo te va, bien?, ¿bien? ¿Ya terminás?”. Y yo: “¡Sí!” [risas]. Estaba tan nerviosa, no podía… recuerdo haberla envidiado mucho, recuerdo haber envidiado mucho la paz que tenía esa chica para mí.

[Camila]: Finalmente pudo sentarse en uno de los computadores. Escribió la nota con algo de dificultad, pero bueno.

[Ana]: Puse send, “ting”, y dije: “Bueno, genial. Listo. Terminó”. Ahí me sonó el celular y eran dos amigas mías que acababan de entrar a la Feria del Libro.

[Camila]: Ana se quería ir pero no veía a sus amigas hacía rato. Ellas  viven en Mendoza y habían ido a Buenos Aires a la Feria así que sintió que debía verlas. Dijo, “bueno, nos encontramos, salimos y vamos a tomarnos una cerveza” .

[Ana]: El problema es que cuando salí de la sala de prensa, fue justo en el momento en que se abrían las puertas para que empezara lo que se llama “La noche gratis de la Feria del Libro de Buenos Aires”.  

Yo estaba ahí parada y recuerdo que de pronto la gente empezó a entrar en hordas.

[Camila]: Le empezó a doler mucho la cabeza, pero se aguantó. Caminó rápido para que la horda no la alcanzara. Sus amigas estaban en el pabellón amarillo, un galpón enorme con miles de personas.

[Mariana]: Todos cada vez más apretado, viste, cómo te da eso de la muchedumbre, ¿no?

[Camila]: Esta es Mariana, una de las amigas de Ana. Finalmente se encontraron.

[Mariana]: Pero nosotras, yo te digo, yo y mi amiga, en ese momento estábamos completamente felices, de vacaciones, en una fiesta del libro así que ni nos molestaba el asunto.

[Camila]: Recuerden que venían de Mendoza, donde no hay este tipo de ferias tan grandes. Y Ana llegó justo cuando comenzaba un show en medio de toda la gente amontonada que había en el pabellón:

[Mariana]: Aparece como un carruaje con unas poetas que estaban como en pleno trance poético destinado a hacer una performance.

[Ana]: Era una poeta disfrazada de hada o de algo con un gran vestido amarillo, brillante, con miriñaque.

(SOUNDBITE RECITAL)

[Poeta]: Eres dócil a los soplos de la tierra…

[Ana]: Era un despropósito, era un absurdo, era… para mí era un show espantoso.

(SOUNDBITE RECITAL)

[Poeta]: Eres dura como la piedra de la estatua…  

[Mariana]: Yo estaba fascinada. Yo decía, “¿Por qué no pasa esto todo el tiempo en mi provincia?”. Me pareció genial.

[Ana]: Para mí era una especie de monstruo, era una mujer monstruosa. Yo no me estaba sintiendo bien. Era todo muy horrible.

[Camila]: Había muchísimas personas alrededor de ellas, sin contar las miles que había en el pabellón.

[Ana]: Y esas 300 personas ponían cara de qué bello este poema. Incluso mis amigas, a quienes empecé a odiar profundamente, estaban mirando: qué genialidad la poesía y la lírica de esta chica del vestido amarillo.

Y yo empecé: “Vámonos, vámonos, vámonos, por favor vámonos. No me estoy sintiendo bien”, y es que realmente ahí ya me estaba sintiendo muy, muy mal.  

[Mariana]: Ella empezó realmente a insistir: “Me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir”…  

[Ana]: Vámonos, vámonos, vámonos, por favor vámonos.

[Mariana]: Y nosotras no podíamos dejar de estar ahí porque estábamos fascinadas con lo que estábamos viendo.

[Ana]: Vámonos, vámonos, vámonos, por favor vámonos.

[Mariana]: Aparte imaginate, habíamos hecho 1.100 kilómetros. O sea estaba sucediendo algo que nos parecía interesante y, claro, una amiga: “¡Me quiero ir, me quiero ir!” –“¡No seas corta mambo!”

[Ana]: Vámonos, vámonos, vámonos, por favor vámonos.

[Camila]: Esa necesidad de huir, ese sentido de la urgencia, así comienza el ataque de pánico.

[Ana]: Y recuerdo haber visto a la gente alrededor, y era como si los estuviera viendo a través de un vidrio, como si estuvieran cerca mío, pero lejos mío. Y algo empezó a pasar con el audio de todo, empezó a ser muy fuerte, muy fuerte, muy fuerte. Todo me empezó a aturdir.

[Camila]: Todo el sonido se empezó a mezclar.

[Ana]: Desde mis amigas diciéndome: “Esperá un rato, Ana, en seguida nos vamos, ya termina, ya termina”. Hasta la poeta recitando. Hasta la gente que pasaba comiendo. Hasta las personas que estaban dando vueltas a las páginas del libro que acababan de comprar. Todo fue como: “bum”.

Como si estallara en mi cabeza todo ese sonido. Y ahí realmente fue cuando estalló el pánico de verdad.

[Camila]: Ana no pudo esperar más.

[Mariana]: Pero claro dijo: “Me voy y me voy”. Y en un momento miro para el costado y se la había tragado la multitud y había desaparecido. Anita que es pequeñita se había ido rapidísimo entre toda la gente y la perdí de vista y no supe más de ella.

[Camila]: Sabía que para llegar a la salida de la Feria iba a tener que atravesar la horda.

[Ana]: La atravesé mirando al suelo, mirando al suelo, mirando al suelo. Y la situación era tan desesperante, me sentía tan mal, sentía que la muerte era inminente, que me iba a morir adentro de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires esa misma noche. Que iba a caer dura, era una certeza tan, tan grande y yo no quería, no quería de ningún modo que eso ocurriera.

[Camila]: Finalmente logró salir y decidió tomar el metro pues era la forma más rápida de llegar a su casa.

[Ana]: Cuando bajé al subte había alguna gente en el andén. Yo seguía con la cabeza muy enredada, muy acelerada. Las manos me temblaban. Y me acuerdo que necesitaba decir algo como para sentir que estaba en el mundo, porque seguía sintiéndome como escindida.

[Camila]: Seguía sintiendo que estaba viendo el mundo a través de un vidrio y que todo el audio del planeta se había distorsionado.

[Ana]: Y además sentía que se me iba bajando la presión y dije: “Bueno, necesito algo con azúcar”. No tenía nada con azúcar en el bolso. Había ahí una señora con su hija y le digo: “¿Tienen un caramelo?” [risas]. Pobre señora, me miró aterrada, y me dio un chicle dietético. Y me lo metí a la boca, lo empecé a masticar y recuerdo que estaba masticando muy fuerte, muy fuerte.

[Camila]: En esas llegó el metro. Entró, se sentó…

[Ana]: Y sucedió algo muy extraño en ese momento. Fue que entró un muchacho haciendo magia, trucos de magia con cartas. Y lo empecé a mirar con todo el desinterés del mundo, y de pronto empezó a hacer unos trucos realmente increíbles. Y con muchísima gracia. Con tanta gracia que en un momento me hizo reír.

Y ahí volví a la… volví, volví. Volví. Me conecté otra vez con… con el mundo viendo… viendo a ese chico haciendo cosas fascinantes. Y… Y ahí volví, volví a ser yo.

[Camila]: Cuando llegó a su casa estaba ya sin ningún síntoma físico pero seguía muy angustiada por lo que le acababa de pasar. Sus amigas la llamaron.

[Mariana]: Y ahí fue cuando me dijo, por primera vez: “Me fui porque si no me iba a morir”. Y  esa frase fue la que me hizo entender el estado en el que estaba ella.

[Camila]: Ana vivía en esa época con un novio con el que llevaba 3 años. Él estaba trabajando y llegó un poco más tarde. Cuando llegó, Ana trato de explicarle lo que le había pasado, pero ni ella misma sabía que había sido un ataque de pánico. No hablaron mucho más del tema. Comió algo y se acostó a dormir. Pensó que al día siguiente se iba a sentir mejor. Pero no.  Desde ese día empezó una época de pánico constante.

[Ana]: No solamente porque empecé a tener ataques de pánico de pronto 2, 3, 4 veces por semana sino porque estaba todo el tiempo con miedo a que me fuera a pasar. Ese era sobre todo el problema. Que tenía miedo al miedo.

[Camila]: Nada cambiaba con los días. Empezó a pensar que ese estado de ansiedad disparada iba a ser su nueva normalidad. Estaba siempre preocupada, angustiada. Le empezó a cambiar la cara.

[Ana]: El ceño fruncido, una mirada de perturbada, como pensando siempre en algo muy importante y muy grave. No me relajaba, era un estado constante de nerviosismo.  

[Camila]: Pero también era buena disimulando cuando le tocaba, sobre todo cuando tenía que interactuar con personas que le importaban. Pero en su caso, además, estaba el hecho de que su novio parecía no entenderla. Trataba de explicarle de todas las maneras posibles.

[Ana]: Desde tratar de explicarle que no era intencional, que no lo podía controlar, explicarle con lujo de detalles cómo se sentía un ataque de pánico pero no, no había manera de que lo entendiera y no es culpa de él. Las personas que no atraviesan los ataques de pánico, sea quien sea, les cuesta mucho comprender este estado y empatizar con la persona. Y bueno es una pena porque yo a veces lo que sentía era como una especie de lástima o como que me estaba tratando como de pobrecita loca, y eso era doloroso y era muy enojoso para mí.

Además, te convencen un poco. Llegas a creértelo, que sí, que estás desequilibrada, que el problema es… probablemente no tenga solución y que si vos tuvieras un poco de voluntad, lo podrías arreglar.

[Camila]: Y como uno siente que una parte de uno se ha roto, entonces…

[Ana]: Es obvio que quien va a tener la razón es la otra persona, la que está entera.

[Camila]: Y entonces Ana, a pesar de que su pareja no la entendía, lo justificaba.

[Ana]: Pensando y sí, ¿cómo va a empatizar con alguien que está tan fallada como yo?

[Daniel]: Una pausa y volvemos…

 

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Ana trabaja como periodista freelance, y normalmente lo hace desde su casa. Estar ahí la hacía sentir más segura. Pero de vez en cuando tenía que salir y cada salida era una pequeña tortura.

Aquí Camila…

[Camila]: Una noche su novio cuadró para ir al teatro con unos amigos. El teatro quedaba en el centro y era fin de semana. Iba a haber mucha gente en la calle. Y claro también en el teatro. Nada de eso le gustaba.

[Ana]: Pero bueno, me armé de coraje, digamos  y dije, “Bueno vamos”.

[Camila]: Ana quería irse en taxi. Odiaba la idea de irse en metro, ensardinada bajo tierra. Pero su novio no quería.

[Ana]: Lamentablemente no había manera de explicarle esto a mi pareja, o si se lo expliqué igual no lo entendía; o sea, estás conmigo, estás yendo al subte, no pasa nada. Pero bueno, yo lo que sentía era una profunda soledad y un profundo terror.

[Camila]: El trayecto fue incluso peor de lo que temía.

[Ana]: Eran solamente 20 minutos y sin embargo me acuerdo que me puse a llorar. No armé escándalo ni me puse a llorar a cantaros, pero me acuerdo que tenía los ojos totalmente inyectados en lágrimas y una que otra caía y me la limpiaba rápidamente, y estaba absolutamente aterrada. La sensación era: voy a estallar, voy a estallar, me tengo que bajar, me tengo que bajar.

[Camila]: Pero no se bajó y logró llegar. En un estado terrible. Disimulando el temblor físico. Se dió cuenta, además, de que la sala donde iban a estar sentados quedaba en el subsuelo así que nuevamente tenía que estar bajo tierra.

[Ana]: Y para aumentar el horror teníamos los asientos más alejados de la salida de emergencia.  

[Camila]: Si se quería salir en la mitad de la obra iba a tener que molestar a mucha gente y eso también la angustiaba. Pero ya no había nada que hacer.

[Ana]: Yo callada. Me siento. A sufrir en silencio, a contar hasta 10 y a contar hasta 1. De 10 a 1, de 1 a 10 hasta que empezara la obra, mientras todo el mundo estaba charlando lo más feliz, la gente estaba afuera pasando un buen rato.  

[Camila]: Además de la angustia sentía rabia: rabia de que todos fueran capaces de disfrutar pero no ella.

Finalmente empezó la obra. Era un monólogo. Y casualmente se trataba de un náufrago que estaba solo, en una isla, y tenía muchas fobias y le daban constantes ataques de pánico.

[Ana]: Y yo creo que fui la persona que más se rió durante esa obra porque era la que más se identificaba con el actor.

[Camila]: Y bueno, así se salvó esa noche. Pero ya en la casa, la lógica de Ana era esta: irme en el metro, fue una mierda; esperar a que comenzara la obra, fue una mierda. Y claro, cada vez que saliera no se iba encontrar con una obra de teatro sobre el pánico que la hiciera reír.

Vino una época donde disminuyó bastante su vida social.

Pero la angustia seguía. Una tarde cualquiera fue al kiosco que estaba a la vuelta de su casa, un lugar donde iba varias veces por semana a comprar cualquier cosa que necesitara. No se sabía el nombre de la kioskera, pero con tantas visitas se reconocían. Y ese día Ana apareció…

[Ana]: Con esta cara constante de horror que tenía impresa y la mujer me dijo algo así como: “Ya está, todo va a estar bien”. Me dio como un mensaje positivo absolutamente inesperado, porque claro con ella yo no tenía ninguna necesidad de disimular mi estado. Fue bastante movilizante que ella, de la nada, me dijera algo así.

[Camila]: Movilizante porque para Ana este gesto de la kioskera fue un signo de alarma. Había gente que se estaba dando cuenta de lo mal que estaba y tenían que darle algún tipo de ánimo.

Empezó a tratar de obligarse a salir porque sentía que si estaba rota tenía que repararse, y una de las formas de hacerlo era saliendo.

Pero por más de que se obligaba a “estar bien”, los ataques de pánico seguían. Un día le empezó uno pero esta vez empezó a sentir que le dolía el pecho y el lado izquierdo del brazo.

Pensó que era el corazón.

Tenía un hospital cerca así que decidió irse para allá.

[Ana]: ¿Y cuál es la manera más rápida de ir al hospital? Porque barajé todas las posibilidades: ir a pie, ir en taxi, ir en bicicleta.

[Camila]: Es la lógica de alguien que está teniendo un ataque de pánico.

[Ana]: Y la más rápida realmente era ir en bicicleta, porque para ir en taxi debía llamarlo por teléfono y se iba a demorar y yo me estaba por infartar. Así que no podía esperar un taxi. Pero, por otro lado, mi problema era que si me iba en bicicleta me iba a agitar, y si me agitaba me iba a dar un infarto. O sea, no había salida, pero decidí lo más rápido y me fui en bicicleta.

[Camila]: Cuando llegó había muchísima gente enfrente de ella, pero como dijo que le dolía el pecho le dieron prioridad. Le mandaron a hacer un electrocardiograma y la vio una médica.

[Ana]: Y la médica me dijo: “Tu electrocardiograma está perfecto. Decime qué te  pasa”. Y yo le dije: “No, bueno nada”, y le empecé a explicar lo que acabo de explicar acerca de cuál era la manera más práctica de llegar y la mujer me miraba, me dejó que le tirara toda la chorrada y me dijo: “A mí me parece que lo que vos tenés es angustia y que en realidad deberías ver a un psicólogo”. Y ahí me puse a llorar, “buahhh”.

[Camila]: Lloraba mucho en esa época, pero además:

[Ana]: Que alguien, viste, me mirara a los ojos y me dijera, “estás angustiada, hacé algo por tu angustia, no es un infarto lo que tenés”, fue también un alivio.

[Camila]: Este evento fue muy importante. Lo que le dijo la médica reforzó por completo la idea de que tenía que hacer algo, de que podía hacer algo. De que no estaba condenada a estar así para siempre. Y eso la alivió un poco. Es más, cuando salió del hospital, fue la primera vez en mucho tiempo que pudo pensar en algo que no fueran sus síntomas físicos, su pánico.

[Ana]: Y al salir ahí recuerdo que de pronto me distraje con algo. “Oh, qué lindo día”. “Oh, nunca había caminado por esta calle”. Unas tonterías así, pero fue como salir un rato de ese estado permanente de introspección y horror.

[Camila]: Aparte de lo que había hablado con su novio, poco o nada había hablado de esto con otra gente. Ni siquiera con sus papás. Pero esa misma noche los llamó y les contó todo lo que le estaba pasando. Su mamá le dijo que no se preocupara y al día siguiente le consiguió una cita con un psiquiatra.

[Ana]: Yo llegué, me hizo un cuestionario, me dijo: “Tenés ataques de pánico. Bueno, yo tengo ataques de pánico a cada rato. Te juro que no es grave. La estás pasando muy mal pero no es grave. Vas a salir”. Y me hizo reír un poco y… y dije:“Pucha, wow, hay gente que lo reconoce, no estoy sola en el universo”.

[Camila]: Le recetó un ansiolítico que debía tomar ese mismo día. También la remitió a una psicóloga. Ana compró el ansiolítico y se fue para su casa.

[Ana]: Y esto lo recuerdo muy bien, muy bien. Tomé el ansiolítico y recuerdo que tenía que trabajar, ¿no? Y bueno me senté a hacerlo. Y de pronto, como a la media hora, me sentí absolutamente distinta. Fue como si algo faltara, algo se había ausentado de mi alrededor. Algo no estaba más conmigo. Era esa ansiedad feroz, esa especie de sombra monstruosa y gigante que estaba proyectándose encima mío desde hacía un mes y medio, de pronto desapareció, no estaba más.

[Camila]: No entendía cómo había sobrevivido ese mes y medio sin haber tomado esa pastillita. Pero bueno, no fue solo la pastilla. A los 4 días empezó terapia con la psicóloga.  

La terapia que es muy común para estos casos se conoce como terapia cognitiva conductual, y lo primero que hizo la terapeuta fue preguntarle cuáles eran los miedos que tenía.

[Ana]: Yo tenía miedo a que me estallara el corazón como una granada, a que… a que se me rompiera una vena en el cerebro y muriera de un derrame cerebral. Tenía miedo de volverme loca. Esos eran como mis 3 miedos más patentes.

[Camila]: Tomaron cada uno de esos miedos y los racionalizaban. Le hizo un gráfico de un corazón, explicándole por dónde entraba y salía la sangre y haciéndola entender que el corazón no era algo que pudiera estallar. Le mandó exámenes médicos para que Ana viera que tampoco tenía el colesterol alto ni las arterias taponadas, y por lo tanto el miedo de que el corazón dejara de funcionar tampoco eran racional. Y así con cada uno de los miedos. Pero la idea de que se iba a morir no importaba cómo seguía.

[Ana]: Entonces me hizo imaginarme que me moría en plena calle. Porque además yo estaba segura de que además me iba a morir en plena calle y nadie me iba a ayudar. Entonces me hacía cerrar los ojos e imaginar que eso ocurría.

[Camila]: Entonces iba caminando por una calle céntrica de Buenos Aires llena de gente.

[Ana]: Y “puf” me desplomaba, no importaba por qué. Ella me hacía cerrar los ojos y relatarle todo con lujo de detalles. Me preguntaba cómo estaba yo vestida, quiénes pasaban al lado mío, qué era lo que yo sentía.

[Camila]: Y así hasta que llegaba la ambulancia. Pero era demasiado tarde.

Ana ya se había muerto.

Y describía cada detalle de la escena.

[Ana]: Y entonces mis padres se enteraban y mis hermanas, y había que organizar el funeral y hacía toda, toda, toda la escena. Hasta qué flores y qué invitados iban a verme en el cajón. Y ese ejercicio una y otra y otra vez. Hasta que de tanto contarlo ya empezó a ser absurdo porque yo seguía saliendo a la calle y eso seguía sin ocurrirme.

Camila: Y al final ya Ana solo podía reírse de todo.

Ana: De los invitados y decía: “Puta, a qué está viniendo esta compañera mía de sexto grado a quien no soporté nunca. ¿Qué hace en mi funeral?”. Y entonces me empezaba a reír y se descomprimía, y perdía ese miedo.

[Camila]: Se demoró más de un año en mejorarse, en volver a ser ella misma. Durante la terapia empezó a escribir un libro sobre el pánico, y sin duda ese proceso la ayudó mucho. Y ahora, lleva ya casi 8 años sin tener un ataque de pánico.

Y no es que haya dejado por completo de ser ansiosa pero hoy en día, cuando empieza a sentir los síntomas, ya no se asusta.

[Ana]: Es tan simple como eso. Al no asustarme, no se desarrolla. Cuando me empiezo a asustar digo: “Tranquila”. Y no, no es un proceso ni siquiera que me lleve ni un minuto, ¿no? Es como que ya está afuera de la ecuación.

[Camila]: Es decir, Ana ya no le tiene medio al miedo.

 

[Daniel]: El libro de Ana Prieto se llama ‘Pánico: 10 minutos con la muerte’. Vive en Buenos Aires y es fact-checker de Radio Ambulante.

Gracias a Camilo Montilla del estudio Sónica en Bogotá.

Camila Segura es la editora principal de Radio Ambulante, y vive en Bogotá. Esta historia fue editada por Silvia Viñas, y por mí. El diseño de sonido es de Martina Castro y Andrés Azpiri.

El equipo de Radio Ambulante incluye a Jorge Caraballo, Patrick Moseley, Laura Pérez, Barbara Sawhill, Ryan Sweikert, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, y Luis Fernando Vargas. Maytik Avirama es nuestra pasante editorial. Andrea Betanzos es la coordinadora de programas. Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web. Ahí nos puedes envíar tus preguntas a través de radioambulante.org/pregunta. Tu inquietud podría ser el punto de partida para un nuevo episodio.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Créditos

PRODUCCIÓN
Camila Segura


PAÍS
Argentina


PUBLICADO EN
12/05/2017


EDICIÓN
Silvia Viñas y Daniel Alarcón


DISEÑO DE SONIDO POR
Martina Castro y Andrés Azpiri


ILUSTRACIÓN
Laura Pérez

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