Las secuelas de Cromañón
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La tragedia de Cromañón ocurrió el 30 de diciembre de 2004, pero las secuelas del incendio siguen afectando a los sobrevivientes y a sus familiares. Desde ese día, 18 personas que estuvieron en Cromañón se han quitado la vida, y a pesar de no poder concluir si todos se suicidaron por lo que pasó esa noche, lo cierto es que un evento como ese te pesa, te cambia. Y ser sobreviviente se vuelve, en muchas formas, un tormento.
La noche del incendio, Claudia Perla tenía 24 años, su esposo Martín 30 y su hijo Nahuel apenas 6. Martín fue al concierto de Callejeros ese día en Cromañón, así como lo había hecho las dos noches anteriores. Era muy fan de la banda e incluso conocía a algunos de los integrantes. A la medianoche de ese día, el cuñado de Claudia le tocó la puerta, preguntándole si había visto lo que estaba pasando en el lugar donde estaba Martín.
Desesperada, Claudia trató de comunicarse con él, pero no atendía el teléfono. Entonces, salió a buscarlo en los hospitales que habían habilitado para socorrer el desastre. A unos diez minutos de la discoteca, Claudia encontró a Martín en el hospital Durand con su nombre escrito en una cinta blanca que llevaba en el brazo..
“Me dijo apenas me vio, ‘menos mal que no llevé a Nahuel, porque no hubiese podido salir,”’ dijo Claudia.
Y es que Nahuel había estado en Cromañón la noche anterior. Sí, tenía solo 6 años, pero le gustaba ir con su papá a los recitales. El día anterior el humo dentro del lugar le había dado tanta tos que él y Martín se tuvieron que salir un rato. Por eso, Claudia prefirió que no fuera al día siguiente.
Martín estuvo internado casi dos semanas. Todo ese tiempo estuvo entubado, con oxígeno. Nunca en su vida había fumado, pero el monóxido de carbono le había dejado los pulmones como si hubiese fumado toda su vida. En el incendio se quemaron los páneles acústicos de Cromañón y se desprendieron gases de cianuro. Tiempo después un médico forense dijo que la mayoría de las personas que murieron ese día fue por envenenamiento.
Martín tendría que haberse quedado más tiempo en el hospital, pero se negaba, quería irse a su casa. Insistió tanto que logró que lo dejaran salir, pero Claudia no durmió durante esa semana porque se quedaba despierta viendo si Martín respiraba.
Y volver a casa no fue fácil. Martín empezó a tomar antidepresivos y ansiolíticos, pero al año decidió dejarlos. Según Claudia, Martín no se sentía del todo bien con los medicamentos y pensaba que tenía que resolver el problema sin ellos.
“Él estaba todo el día encerrado, estaba muy perdido, estaba medicado, y fue… fue jodido. No dormía. Y ya nunca más volvió a ser él,” dijo Claudia, “Era alguien como muerto en vida porque nada lo alegraba, ni sus gestos eran los mismos”.
Sobre todo, Martín se ponía mal cuando se acercaba la fecha en diciembre. Los aniversarios eran –y todavía son– una fecha particularmente difícil para los sobrevivientes, para los familiares y los amigos de las víctimas.
“Le agarraba mucha angustia, lloraba. Como que todo el tiempo se acordaba de ese día”, dijo Claudia. “Mucho tiempo después me contó que él para salir…la gente le pedía ayuda, lo agarraba de las piernas, lo agarraban de las manos, le pedían por favor que los ayudara. Me dijo ‘yo tuve que pisar gente para salir de ahí adentro, yo no sé si esa gente pudo salir o murió’. Y yo siento que él en algún punto sentía culpa de haber podido salir y… eso lo torturaba mucho”.
En 2009 nació Mía, la segunda hija de Claudia y Martín. Para entonces, Nahuel ya estaba grande y tener un bebé en la casa ayudo a Martín un poco. Se sentía como que había recobrado interés por vivir.
Pero la convivencia entre Claudia y Martín se volvió muy difícil. Antes de Cromañón, Martín había tenido una leve adicción, que después de todo lo que pasó había empeorado. Por eso, Martín se fue a vivir solo a una casa que una hermana tenía desocupada. Pero Claudia seguía preocupada.
“Yo no quería dejarlo solo porque más allá de que ya no quisiera seguir más con él como pareja, para mí es, es un pedazo mío,” dijo.
Martín volvió, pero sólo vivieron juntos por un tiempo. En febrero del 2015, después de una pelea, Claudia se fue con los niños a la casa de su hermano. Unos días después, recibió una llamada preocupante de Martín. Entendió poco, no sabía si Martín estaba alcoholizado o qué tenía, pero era difícil comprender lo que decía. Le dijo a su hija Mía que la quería y cortó la llamada.
Cuando Mía le pasó el teléfono de vuelta a Claudia, Martín ya no estaba en la línea. A los cinco minutos la llamó un amigo de Martín preocupado por unos mensajes que le habían llegado de él. Le preguntó a Claudia si estaba cerca de su casa, o si había alguien que se pudiera acercar. Claudia llamó a su cuñado, que vivía cerca, pero ya era demasiado tarde. Martín se había suicidado.
Después del entierro, mientras Nahuel buscaba una foto de su papá, encontró una caja de zapatos en donde había un diario, una agenda y cartas de despedida para la familia.
“Me decía básicamente que esta era la única forma para dejarnos ser felices,” dijo Claudia. “Y que yo iba a poder. Que si yo había podido cuidarlo a él, él estaba seguro y tranquilo de que iba a poder cuidar y hacer el bien a sus hijos. Que yo era el motor de la familia. Que se arrepentía de todo el mal que nos había hecho. Me pedía disculpas. Todo el tiempo me pedía disculpas y ponía que era la única manera que él tenía de irse y dejarnos vivir en paz”.
Por favor, si tienes depresión o pensamientos suicidas, busca ayuda. Habla con tus amigos y familiares, y considera buscar ayuda profesional. Y si crees que un ser querido está en una situación así, pregúntale, escúchalo y apóyalo.
Esta entrada del blog fue escrita a partir de la reportería de Ariel Placencia, Anto Beccari y Federico Pissinis.