Transcripción: Instrumentos de guerra
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Daniel Alarcón: Soy Daniel Alarcón, productor ejecutivo de Radio Ambulante. Antes de comenzar quiero agradecer a dos fundaciones cuyo apoyo ha sido esencial: la Fundación de Sara y Evan Williams y la fundación Panta Rhea.
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Christian Martinez: Nosotros estábamos acostumbrados a viajar mucho y siempre habían retenes militares por parte de la guerrilla, por parte del ejército nacional, por parte de los paramilitares. Pero siempre que nos detenían, nosotros decíamos que éramos músicos, y ellos nos dejaban pasar. Pero ese día fue diferente.
Daniel Alarcón: Este es Christian Martínez. Cuando tenía 21 años tocaba como bajista en la orquesta tropical de su pueblo natal Aguachica, a unos 600 km al norte de Bogotá. La orquesta tenía 16 músicos y tocaban en fiestas por toda la zona. En esa época — estamos hablando del 2003 — la guerra entre el ejército colombiano, la guerrilla y los paramilitares seguía en pleno auge.
Un día la banda de Christian fue a tocar a las fiestas patronales de un pueblo en las montañas a cinco horas de Aguachica.
La fiesta terminó a eso de la una de la mañana, y todo un éxito. Apenas se acabó, se montaron en el bus para para volver.
Pero no llegarían esa madrugada. Algo pasó.
Christian Martinez: Nos pusimos de acuerdo y prometimos que esto tenía que quedar entre nosotros. Que nunca podíamos hablar de esto.
Daniel Alarcón: Bienvenidos a Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Hoy, Instrumentos de guerra.
Recuerden: estamos en el norte de Colombia, en una carretera solitaria, a la una de la mañana.
Aquí Christian.
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Christian Martinez: Yo estaba cansado del viaje, del toque. Muchos compañeros ya estaban durmiendo. Otros estaban todavía despiertos, pero las luces del bus estaban apagadas. Y a mitad de camino, después de un par de horas, el bus se detuvo.
Yo entre dormido escuché las voces de unas personas que se montaron al bus. Esas personas eran uniformados, que estaban con armas, y dijeron que eran de la guerrilla, que eran del Ejército de Liberación Nacional, el ELN. Y nos estaban pidiendo identificación.
Y ellos dijeron, “bueno, bájense del bus, porque esto es una requisa.” Ahí fue cuando yo me puse más nervioso, porque anteriormente solamente nos pedían la identificación y pasábamos.
Pero esta vez nos hicieron bajar del bus, poner las manos en alto, nos requisaron los cuerpos, requisaron dentro del bus, requisaron los instrumentos.Entonces las cosas se veían más complicadas de lo que yo pensaba.
Y yo pues estaba pensando en que no tenía que haber ningún problema porque yo sabía que nosotros no portábamos ningún arma, no teníamos drogas, solamente los instrumentos.
Después que nos requisaron ellos dijeron, “Ahora súbanse al bus porque ustedes tienen que ir con nosotros”.
Ahí fue cuando yo sentí que el mundo se me había hundido porque eso sonaba prácticamente a un secuestro.
Mis manos se me colocaron frías. Todos estábamos súper pálidos. Nos subimos al bus y nos dijeron que nos teníamos que cubrir los ojos, que nos colocáramos unas camisas, camisetas, cualquier cosa, para que no viéramos el camino donde íbamos a ir.
Yo escuchaba a mis compañeros orando en voz alta, todos estábamos prácticamente que llorábamos, que nos hacíamos en los pantalones. Yo creo que el bus se tuvo que haber desviado por otra vía, porque cuando el bus se detuvo después de unos 30 minutos de camino, estábamos prácticamente en la selva.
El bus se detuvo, nos hicieron quitar las camisetas de los ojos y nos dijeron, “Bueno, ahora prepárense porque tienen que caminar. Tienen que caminar por el monte con nosotros, y tienen que traer sus instrumentos”.
Y yo pense, “¿Qué?”. Y allí fue cuando ellos nos dijeron que su comandante estaba de cumpleaños y nosotros teníamos que tocar la fiesta.
Por un lado me alegraba escuchar que estábamos siendo secuestrados solamente para tocar. Pero a su vez, todavía seguíamos secuestrados.
Empezamos a bajar los instrumentos del bus, pero luego surgió otro problema: si estábamos en la oscuridad, en lo alto de la montaña, ¿cómo hijuemadres íbamos a cargar todas las cosas? Y allí fue cuando escuche a unos guerrilleros decir, “Hey, pásame el tambor que yo lo llevo”. Entonces con el arma a un lado empezaron a cargar las congas, los platillos etc, y nosotros los seguíamos.
Todos caminamos en una fila. Estaba haciendo frío y no había luz, en lo absoluto. Solamente un guerrillero que nos estaba liderando con una linterna.
Caminamos por el monte como aproximadamente unos 20, 25 minutos, cuando a la distancia se alcanzaba a escuchar la música. Y cada vez que nos acercábamos más pues se escuchaban las voces y se veía un poco de luz. Hasta que finalmente llegábamos al campamento.
El campamento era una finca. Había una fiesta con comida, porque estaban hasta cocinando sancocho, se alcanzaba a oler la sopa de pollo.
La fiesta estaba pues amplificada con sonido. Tenían hasta parlantes y micrófonos yun mixer. Tenían preparado ya el lugar donde íbamos a tocar y nosotros nos dirigimos directamente a ese lugar, afinamos los instrumentos, conectamos los instrumentos y nos dedicamos a tocar.
Queríamos hacer un buen show porque queríamos que estuviesen contentos con nosotros. No queríamos ponerlos de mal genio porque sabíamos que nuestras vidas estaban en sus manos.
Cuando empezamos a tocar, nosotros estábamos disimulando el temor. Estábamos pretendiendo que estábamos bien, pero estábamos muy mal.
Yo me sentía súper nervioso, las manos frías, sudando frío, pálido. Un compañero estaba que se vomitaba del susto. Fue como una pesadilla.
Pero empezamos a tocar y algo pasó.
La gente empezó a disfrutar de nuestra música y empezó a bailar y a sonreír. Y nosotros nos miramos y empezamos a sonreír también por primera vez. Se nos olvidó dónde estábamos, con quiénes estábamos, qué tan mal nuestra noche había sido y por un momento empezamos a disfrutar el instante.
Todo estaba muy bien, cuando se escucharon los disparos… ¡Papapapa!
¡Wow! Muchacho, cuando yo escuche esos tiros yo lo que quise fue tirar ese bajo para el cielo y empezar a correr. Pero yo no pude porque así me quedé yo, congelado; y muchos de los músicos de la banda también se quedaron pasmados. Unos se agacharon, y yo lo primero que pensé fue que el ejército se metió. Fue una emboscada del ejército y estábamos en medio de la balacera, y nos iban a matar acá. “¡Nos mataron!” dije yo.
Pero no, lo que había pasado era que un guerrillero que estaba bailando borracho agarró su arma y empezó a hacer tiros al aire, así de locura.
Nosotros ya no queríamos seguir tocando porque ya la cosa estaba fea. La verdad es que todo fue una experiencia muy extraña. Ellos tenían las armas y ellos nos hacían hacer lo que ellos quisieran. Pero a su vez ellos nos estaban tratando como invitados; nos ofrecieron comida, nos ofrecieron licor –hasta nos pagaron dinero después que tocáramos el toque. Entonces fue como dormir con el enemigo.
Entonces cuando estábamos comiendo aprovechamos la oportunidad de hablar para preguntarle a nuestro director qué estaba pasando. Y el director nos dijo que no nos preocupáramos, que ellos estaban contentos, que solamente querían que siguiéramos tocando y que posiblemente después de una tanda nos podíamos ir.
Un compañero de la banda se le ocurrió la idea de que empezáramos a tocar, después de comer, canciones no tan alegres, como más aburridoras, para que ellos se sentaran, para formar un ambiente así pesado y los guerrilleros empezaran a darle sueño y a sentarse y nos dejaran ir.
Nos montamos a la tarima y empezamos a tocar esas canciones. El plan estaba funcionando. Yo veía a la gente así como acatada, como que ya no querían bailar, como que los borrachos se empezaron a sentar.
Después de seguir tocando un par de canciones más, nuestro director nos dijo que paráramos, que ya no teníamos que seguir tocando más, que ellos querían seguir escuchando otra música de la que ellos tenían en CD. Entonces dejamos de tocar, empezamos a empacar los instrumentos, y a retirarnos.
Caminamos el mismo recorrido. Todavía estaba oscuro, pero el cielo se veía como amaneciendo un poco. Yo escuchaba los cantos de los pájaros en los árboles y no se oía casi nada más, todos estábamos con un silencio profundo. Yo creo que la gente estaba orando. Fue como un momento como de reflexión, para serte sincero. Solamente caminamos y después de unos 30 minutos llegamos al lugar donde estaba el bus.
Nos montamos al bus, montamos los instrumentos y nos fuimos.
Ya después de que estábamos relativamente lejos de esa zona fue cuando todos empezamos a gritar y a reírnos y a decir, “¡somos libres! ¡somos libres!” Fue un momento de alegría que nos dimos cuenta que gracias a Dios habíamos salido sanos y salvos, que estuvimos muy cerca de estar conversando, comiendo y tomando con la muerte.
Y el director nos dijo que teníamos que prometer que lo que había pasado tenía que quedarse allí, que esto no podíamos hablarlo ni comentarlo con nadie más en nuestras casas o nuestros amigos.
Donde nosotros vivíamos, nuestro pueblo, había más presencia paramilitar que guerrillera, y los paramilitares eran los enemigos de la guerrilla. Entonces si los paramilitares escuchaban que nosotros habíamos estado tocando para la guerrilla ellos iban a pensar que nosotros éramos guerrilleros, o que éramos colaboradores de la guerrilla, y nos iban a tratar como guerrilleros. Nos podían hacer daño, nos podían matar. Entonces todos pues nos pusimos de acuerdo, y prometimos que esto tenía que quedar entre nosotros. Que nunca podíamos hablar de esto a nadie más.
Sin embargo, después de muchos años ahora quiero hablar de esto por muchas razones. Quiero compartir mi historia porque quiero que la gente que esté por fuera del país sepa que la mayoría de los Colombianos, como yo, no quieren ser parte de este conflicto. No elegimos patrocinar a ninguna de las partes involucradas, pero aún así estamos bloqueados en el medio de esta guerra. Y por ese motivo, vivimos con el miedo de hablar, porque hablar en contra de la guerrilla, los paramilitares, o en contra de la corrupción gubernamental, presenta un gran peligro para todos nosotros. Estoy cansado de esta situación. Y estoy cansado de que seamos silenciados por el miedo.
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Daniel Alarcón: Christian Martínez sigue tocando música y ahora vive en los Estados Unidos. La canción que están escuchando se llama “Muerte” y la compuso él. En la página de Radio Ambulante, tendremos enlaces para que puedan llegar a más música de Christian.
Una versión en inglés de esta historia salió originalmente en uno de nuestros programas y podcasts favoritos: Snap Judgment. La productora, Nancy López, formó parte del equipo cuando lanzamos Radio Ambulante hace más de tres años. ¡Muchas gracias, Nancy! Y gracias a Glynn Washington, el productor ejecutivo de Snap. En nuestra página pueden encontrar un enlace a la historia en inglés.
Esta versión en español fue producida por la periodista de radio independiente Jennifer Dunn, que también es la esposa de Christian. La historia fue mezclada por Martina Castro, y editada en equipo entre Camila Segura, Silvia Viñas, Martina y yo, Daniel Alarcón.
El equipo de Radio Ambulante además incluye a Luis Trelles, Claire Mullen, Caro Rolando, Diana Buendía, David Pastor, Claudia Giribaldi, Dennis Maxwell, Clara González Sueyro, Vanessa Baerga, y Alejandra Quintero Nonsoque. Carolina Guerrero es la directora ejecutiva.
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Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Para escuchar más, visita nuestra página web, radioambulante.org. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.
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