Bajo las baldosas | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Hola. Antes de empezar quiero compartirte un dato: 900 horas. Ese es el tiempo aproximado que nos toma producir un episodio de Radio Ambulante. 900 horas de reporteo, escritura, edición, corroboración de datos y diseño sonoro, entre otras cosas. Ahora imagínate la cantidad de tiempo, esfuerzo y recursos que requiere armar una temporada completa.
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Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón.
Lo que estamos escuchando es una excavación arqueológica en Santiago de Chile, a inicios de marzo del 2023. Bajo un sol muy fuerte, todavía de verano, un grupo de arqueólogos y arqueólogas se asoma a un pozo cuadrado, de un metro por un metro.
No están en el desierto ni en una zona rural, sino en un barrio periférico de Santiago, en el patio de una casa humilde a 10 kilómetros del centro, unos 30 minutos en auto.
Llevan horas trabajando allí. Llegaron temprano con sus herramientas: martillos, palas, pinceles, cordones… Primero delimitaron el lugar donde querían cavar, después rompieron las baldosas con un gran taladro, y entonces, con unas pequeñas palas, comenzaron a remover la tierra.
Es un equipo de cuatro profesionales. Al frente está la arqueóloga Flora Vilches. Con ellos, merodeando entre los escombros, las baldosas rotas y los montículos de tierra, hay tres personas más: el artista Francisco Medina Donoso, Pancho, que circula con una grabadora, la escritora Nona Fernández, que en un cuaderno toma nota de todo lo que pasa y la fotógrafa Paz Errázuriz, encargada del registro fotográfico de la excavación.
Guiados por Flora, Pancho y Nona también excavan. Llevan gorros para protegerse del sol. Se sumergen en el pozo hasta las rodillas. Las excavaciones se extienden por varios días. Son jornadas largas, de más de ocho horas, en las que además de cavar, comen, descansan, y conversan.
En esas conversaciones, un tema se impone sobre los otros: el Palacio de la Moneda, la Casa de Gobierno, una construcción de estilo neoclásico del siglo XVIII clavada en el centro caótico y gris de Santiago.
La Moneda es mucho más que un edificio. Es el corazón del poder político chileno y fue el blanco de los primeros ataques de las Fuerzas Armadas el 11 de septiembre de 1973. Esa mañana, La Moneda fue atacada por tierra y aire durante seis horas: fue el primer gesto de la dictadura de Augusto Pinochet.
Ese día, mientras las fuerzas armadas tomaban el edificio, el presidente Salvador Allende emitió un último mensaje al pueblo chileno:
[Soundbite de archivo]
[Salvador Allende]: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo…
[Daniel]: Poco después, encontrarían el cadáver de Allende en su despacho con un disparo en la cabeza. Hay quienes dicen que fue un suicidio. Otros que fue asesinado.
Desde ese día, La Moneda es el símbolo de un trauma colectivo: más de cincuenta años después, lo que pasó durante la dictadura en Chile sigue envuelto en dolor y silencio.
De todo eso hablan mientras cavan. Porque algo conecta a La Moneda con ese patio de baldosas grises y paredes color vino tinto. Están ahí desde hace días pensando en eso. A Nona Fernández le obsesiona especialmente cómo el destino puede unir dos espacios tan distintos.
[Nona Fernández]: La Casa de la Moneda, que se construye por orden monárquica, como que iba a ser un gran palacio. O sea, después pasa, claro, a ser el Palacio Gobierno, con la República, y después nosotros estamos aquí en este patio, buscando, buscando pedacitos.
[Daniel]: Pedacitos del Palacio de la Moneda, eso buscan. No tienen para guiarse más que un dato: alguien le dijo a Pancho que podrían encontrar ahí los escombros del edificio más emblemático del país.
No sabían si era cierto, pero tenían que intentarlo.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Lucía Cholakian Herrera y Emilia Erbetta produjeron esta historia. Lucía nos cuenta.
[Lucía Cholakian]: Toda esa excavación que escuchamos hace un momento nació por una anécdota de Pancho. Hace quince años, era actor. Había salido en algunas series locales, y fue a raíz de esa fama que la mamá de un amigo quiso conocerlo. Lo invitaron a tomar el té.
[Pancho Medina]: Acá en Chile se dice ir a tomar la once. Si yo podía ir a tomar la once con la familia. Y yo dije: “Claro, por supuesto, esa señora debe ser encantadora. Vamos a la casa a tomar once”.
[Lucía]: La mamá de su amigo lo recibió en una casa humilde, de madera, y que en la sala tenía varias fotos de Allende. Mientras tomaban el té, empezaron a hablar de política, de los 70, del gobierno de la Unidad Popular. Pero de toda esa conversación a Pancho se le quedó grabada una parte.
[Pancho]: Y ella me dice que esta casa se la debía al Chicho. Chicho es el nombre de como… popular que se le decía Salvador Allende. Y yo le pregunto: “¿Pero cómo…? ¿Cómo le debe esta casa al Chicho? No entiendo”.
[Lucía]: La señora le contó que había comprado el terreno a fines de los 70, unos años después del bombardeo, y que le había salido muy barato porque estaba en una especie de hoyo, en una zona de viñedos, muy irregular, que habían tenido que rellenar. Pero no fue eso lo que sorprendió a Pancho, sino lo que dijo después.
[Pancho]: Que le habían llevado camiones con escombros para rellenar ese sitio. Escombros de La Moneda, el edificio bombardeado, habían sido material de relleno, y sobre eso ella había construido su casa.
[Lucía]: Usar escombros en ciertos terrenos era bastante común en aquellos años en los que Santiago estaba en plena expansión. La ciudad está construida en un territorio plagado de cerros, lomajes y fallas geológicas, y aquellos barrios levantados en la periferia tuvieron que asentarse sobre esos relieves caóticos, muchas veces rellenando pozos para nivelar superficies.
Pero claro, estos no eran unos escombros cualquiera. La señora lo contó de una forma tan simple, que Pancho pensó que quizás había entendido mal.
[Pancho]: Entonces yo le pregunto: “Pero ¿cómo? O sea, ¿estamos sobre… parados sobre las ruinas de La Moneda?” Y me dice, muy tranquila: “Sí”.
[Lucía]: Le era tan inverosímil todo. O sea ¿qué hacían los restos del palacio de gobierno ahí? Era un lugar tan simbólico, más una idea que un edificio.
[Pancho]: Yo cuando niño pensaba que era una moneda gigante, como una moneda real. Después, cuando grande, claro, entendí que la imagen que, por lo menos actualmente creo cualquier persona sobre 18 años sabe lo que lo que signif… lo que era la imagen del bombardeo a La Moneda. Y tenemos en nuestra cabeza esa imagen. Entonces está en nuestro imaginario colectivo la imagen de La Moneda bombardeada.
[Lucía]: Y esos restos, según la mamá de su amigo, no solo eran reales, sino que estaban ahí mismo, bajo sus pies. Pancho pensó que esa era una buena historia para hacer una obra de teatro.
[Pancho]: Yo me acuerdo que le dije: “Pero esta historia tiene que ser una obra de teatro, porque es la mega historia, la mega historia”, pensando siempre, en esa época, que el teatro era mi herramientas como que tengo yo soy actor, soy creador de teatro, tengo que hacer una obra de teatro.
[Lucía]: Pero no hizo nada con eso. Entre la televisión y otros proyectos, lo de la obra no pasó de una idea. Y no volvió a pensar en el tema por más de una década, cuando se acercaba el aniversario cincuenta del golpe de Pinochet. Para ese momento ya no era el mismo de antes: había dejado de trabajar en televisión para dedicarse a otros proyectos artísticos.
Así que consiguió el teléfono de esta señora. Antes de seguir adelante con cualquier idea tenía que chequear si recordaba bien esta historia. Después de tanto tiempo, su memoria podía estar engañándolo. Ese mismo día le mandó un mensaje de WhatsApp.
[Pancho]: Hola, ¿se acuerda de mí? Soy Francisco. Esta historia que usted me contó ¿la imaginé? ¿Es verdad? ¿La soñé? Porque la memoria es muy frágil. Entonces a veces la memoria, como los sueños, uno los sueña y no sabe si es verdad o no es verdad.
[Lucía]: La respuesta llegó muy rápido.
[Tía]: Sí, Panchito, mira, exactamente no estás soñando ni lo tienes en tu cabecita, es así.
[Lucía]: Con la confirmación, la imaginación de Pancho se disparó. Empezó a pensar en La Moneda, de pie y entera antes del 73, un poco como la imagen misma de Chile, y luego bajo ataque, indefensa, desmembrada y sus miles de fragmentos quizás enterrados por toda la ciudad, tirados al río, ocultos.
[Pancho]: Y la esperanza de poder imaginar la reconstrucción de ese cuerpo antes de esa destrucción, era algo muy emocionante.
[Lucía]: Ya no pensaba en una obra de teatro. Todavía no tenía claro qué, pero ahora quería hacer otra cosa, algo más parecido a un gesto simbólico de reparación.
Quisimos hablar con la mujer que le contó a Pancho la historia de los escombros, pero solo aceptó contestarnos algunas preguntas por audio de Whatsapp. También nos pidió que no usemos su nombre, así que la llamaremos la Tía, que es la manera cariñosa en que Pancho se refiere a ella.
La Tía nació en 1958 en el sur de Chile, y todavía estaba allí cuando dos aviones de la Fuerza Armada chilena tiraron dieciocho misiles sobre La Moneda. En total, fueron siete ataques aéreos.
Tenía 15 años y escuchó en la radio las noticias de ese día.
[Soundbite de archivo]
[Periodista Radio Cooperativa]: Los aviones siguen atacando el Palacio de la Moneda. Son las 12 del día, 9 minutos 30 segundos, esta es Radio Cooperativa, 11 de septiembre de 1973… el centro de Santiago se está convirtiendo en un campo de batalla…
[Lucía]: La Moneda colapsó bajo los misiles. Un incendio hizo caer el techo del segundo piso. Cuando el ataque terminó, solo quedaban en pie los muros de ladrillos.
A comienzos del 74, la dictadura de Pinochet le pidió al Colegio de Arquitectos un proyecto de reconstrucción de La Moneda. La idea era recuperar el diseño original del edificio, de estilo neoclásico. Además, la Junta Militar exigió que se clausuraran el Salón Independencia, donde había muerto Allende, y la puerta de la calle Morandé 80, por donde habían sacado su cadáver.
Las obras de reconstrucción se suspendieron a fines del 75 por la recesión económica y fueron retomadas casi dos años después. Durante ese tiempo, los restos de la Moneda, las ruinas de la democracia chilena, permanecieron rodeados por unos tablones de madera que igual los dejaban a la intemperie.
La Tía se mudó a Santiago por esa misma época. Llegó a la ciudad en 1979, con su marido, los dos muy jóvenes, y ella empezó a trabajar en una fuente de soda en el centro, cerca de lo que quedaba de La Moneda, donde almorzaban los obreros que trabajaban en la restauración del edificio. Nadie lo sabía bien, pero los rumores eran que los restos del Palacio se tiraban al río Mapocho, que atraviesa la ciudad.
Desde su puesto en la fuente de soda, la Tía veía ir y venir los camiones cargados de escombros y pensaba que podrían servir para nivelar el terreno que había comprado con su marido en la zona oeste de Santiago. Un día se animó a preguntarles a los obreros.
[Tía]: Le pedí si acaso me podrían dejar unas camionadas de esos restos de escombro. Y así llegaron esos restos de escombros de la moneda a mi, a mi… a mi terrenito.
[Lucía]: Los camiones dejaban los escombros de cemento en la calle frente al terreno y, cada tarde al llegar del trabajo, la Tía y el marido los entraban usando una carretilla.
[Tía]: Y fue algo que se hizo sin pensar lo que estábamos haciendo, porque en el fondo nosotros necesitamos rellenar, rellenar el sitio para poder hacer una casita para vivir.
[Lucía]: La Moneda se reinauguró dos años después de eso, en marzo de 1981. Para ese momento, la Tía y su marido ya habían podido construir su casita, en la que vivirían más de treinta años antes de vendérsela a una de sus sobrinas y regresar al sur de Chile. Así que si Pancho quería hacer algo con la historia de los escombros, tendría que hablar con la nueva dueña, Mari.
Mari recibió a Pancho en su casa en octubre de 2022. Al llegar notó que estaba un poco diferente a cómo él la recordaba: el patio, por ejemplo, ya no tenía cemento, lo habían reemplazado por unas baldosas oscuras de color gris.
Mari no sabía nada sobre los escombros de la Moneda ni qué tenía que ver eso con su casa. Así que Pancho le contó la historia desde cero, desde el bombardeo hasta el relleno del patio.
Estaba decidido a convencerla.
[Pancho]: Entonces yo le digo que si la dictadura había sido instalada con un gesto de destrucción de ese edificio y esas toneladas de escombros del cuerpo de La Moneda habían estado ahí abandonadas. Yo tenía esta, este testimonio que debajo de su casa, a lo mejor había una evidencia de ese crimen. Y que lo que yo quería hacer era, con ayuda de profesionales, romper su patio, escarbar la tierra, encontrar un fragmento de La Moneda y exhumar el cuerpo de La Moneda.
[Lucía]: Pancho hablaba y hablaba y Mari lo miraba, tratando de entender a qué se refería con eso de “exhumar el cuerpo de la Moneda”… Y entonces, lo interrumpió.
[Pancho]: Y ahí la sobrina me pregunta: “¿Y qué va a pasar con mi patio?”
[Lucía]: Pancho no sabía bien qué responderle. De cómo lo hiciera, dependía el futuro del proyecto. No estaba seguro de casi nada, pero sí sabía que iba a tener que romper el patio y quebrar las baldosas que esa familia había puesto con mucho esfuerzo. Pero, obvio, necesitaba su autorización. Así que para convencerla le prometió algo a cambio.
[Pancho]: Y le digo: “Mira, yo no sé, no tengo dinero para nada. Todavía no sé cuánto va a costar este proyecto, no lo sé, pero tú me dices que estás de acuerdo. Yo, aparte de conseguir dinero para los profesionales, arqueólogos, fotógrafos, documentalistas que me ayuden a hacer este gesto, yo tu patio te lo voy a dejar mejor como está ahora”.
[Lucía]: No solo pondrían baldosas nuevas, también nivelarían el terreno. Ella aceptó y sellaron el trato con un apretón de manos.
Con la autorización de la nueva dueña, Pancho empezó a pensar cómo seguir adelante. Ahora necesitaba dos cosas: dinero y un equipo.
Empezó por convocar a Nona Fernández que, además de ser su amiga, es una de las escritoras y artistas más importantes de Chile. Pensó que podía ayudarlo a darle forma al proyecto, porque casi toda su obra gira en torno a los problemas de la memoria post dictadura.
Se reunieron en un café, y mientras Pancho le contaba la historia, Nona recordaba la primera vez que recorrió La Moneda por dentro. Fue en 1992, casi veinte años después del bombardeo durante una visita guiada.
[Nona]: Y cuando paseamos por ahí, todo tenía olor a humo. Y ahí como que recuerdo muy bien mi impacto, porque fue ver un espacio que estaba recién tomando lugar en la democracia, remodelado y habían cosas nuevas, bonitas, qué se yo. Pero el olor estaba ahí. Fue como la primera vez que pensé en el edificio como un cuerpo, ¿no? Que estaba ahí, yo estaba viendo algo, pero había un dejo de otra cosa.
[Lucía]: Otra cosa… ese dejo de horror que Nona percibió caminando por los pasillos de La Moneda se convirtió años después en una obsesión y en el trabajo de toda su vida. Tenía 2 años cuando comenzó la dictadura de Pinochet, así que no recordaba haber visto a La Moneda en ruinas.
[Nona]: Y jamás me pregunté qué había sido, qué había pasado con eso… Hasta que el Pancho llega y me dice que tiene esta historia que le habían contado. Y cuando me lo cuenta, a mí me explotó la cabeza. Una de las primeras preguntas que le dije es: ¿Cómo es posible que no nos hubiésemos preguntado antes qué pasó con esos escombros?
[Lucía]: Para completar el equipo Pancho pensó en Flora Vilches, una arqueóloga de la Universidad de Chile, que conocía por su trabajo durante el estallido social de 2019. Mientras la gente seguía en las calles, Flora investigó cómo la movilización iba transformando la ciudad: los muros, el pavimento, las veredas.
Para Pancho era una combinación perfecta, porque ella podía ver las marcas de la historia en lugares donde todavía no eran evidentes para los demás.
Cuando Pancho y Nona le contaron la historia, Flora aceptó de inmediato. Aunque nunca había trabajado en proyectos vinculados a la dictadura, sentía que esto que le proponían tenía mucho que ver con sus trabajos anteriores. Siempre le interesó la arqueología de la memoria reciente que trabaja con evidencia actual. Esta es Flora.
[Flora Vilches]: Esa evidencia arqueológica está en todas partes. Y ahora estaba, bueno, en el patio de una casa de un barrio de la periferia de Santiago. Y claro, era muy simbólico también porque eran… Era un tipo de materialidad que también pasó al olvido.
[Lucía]: Como Pancho y como Nona, Flora tampoco había pensado antes qué había sido de los escombros de La Moneda. Pero una vez hecha la pregunta ya no pudo esquivarla.
[Flora]: Entonces fue una gran pregunta de pensar bueno, ¿qué pasó con estos escombros? ¿Qué procesos de transformación sufrieron y cómo un edificio pasó de ser un emblema, un ícono del poder de una nación a transformarse en basura, en el fondo?
[Lucía]: Flora reclutó un equipo de dos arqueólogos y una estudiante. Y mientras ella organizaba la excavación, Pancho y Nona salieron a buscar financiamiento.
No tenían mucho tiempo: si querían llegar para la conmemoración de los 50 años del bombardeo, en septiembre, tenían que empezar a excavar durante el verano, o a más tardar en marzo. Y al principio, la respuesta que recibieron no fue muy buena.
[Nona]: Cuando íbamos a golpear puertas, todo el mundo lo encontraba, pero impresionante. Y todo el mundo se hacía la misma pregunta: ¿Dónde fueron a dar estos restos o estos escombros? Nadie nunca se lo había preguntado. Pero claro, el entusiasmo llegaba hasta ahí nomás y nosotros necesitábamos dinero.
[Lucía]: A Pancho le habían advertido que conseguir plata para un proyecto así en Chile podía ser difícil. No era tanto una cuestión del monto, sino que era un tema demasiado sensible. Se metía con un episodio doloroso y velado por décadas.
En Chile casi 4 de cada 10 personas consideran que el golpe estuvo justificado y la cifra ha crecido en los últimos años, a medida que pasa el tiempo y los crímenes no se reparan ni esclarecen.
Que el proyecto de Pancho no tuviera todavía una forma definida, tampoco ayudaba demasiado en la búsqueda de dinero.
[Pancho]: Cuando yo empiezo a preguntar o a plantear esta propuesta artística de gesto de reparación me dicen: “Ya, ¿y esto qué va a ser? ¿Es una obra de danza, va a ser un documental?” Y mi respuesta siempre fue: “No sé lo que va a ser. Esto es una práctica expandida que se origina con la excavación, pero no sé dónde va a llegar”. Entonces la respuesta siempre era: “Entonces no te puedo apoyar en nada porque no sé lo que va a ser”.
[Lucía]: Tocaron varias puertas, sin suerte. Hasta que una se abrió. La de la
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, que accedió a financiar el proyecto. El director entendió la importancia de la búsqueda por sí misma, más allá de la forma que tuviera el proyecto final.
[Pancho]: Esa persona también entendió que no había… No teníamos que generar ni una obra de teatro, una obra de circo ni de danza, sino entender que el gesto solamente de la búsqueda del patrimonio era el gesto artístico.
[Lucía]: Empezaron con las excavaciones el 2 de marzo de 2023. Cada mañana, Flora salía de su casa temprano y recogía al equipo en distintos puntos de Santiago. En el auto, llevaban todo lo necesario para la excavación: baldes, espátulas, niveles, clavos, brochas, bolsas especiales, etc.
Mientras ellos cavaban, la familia de la casa seguía su vida normal.
[Flora]: La idea siempre fue molestar lo menos posible porque era hacerle un hoyo en el patio. Entonces era como: “Oye, primero está la vida de esta familia, hagamos, irrumpamos lo menos posible”. Esto no puede ser como el capricho nuestro por sobre la, la, la vida y la comodidad de ellos.
[Lucía]: Como jefa del equipo de arqueólogos, Flora dictaba las tareas. Cada mañana, al llegar, indicaba dónde y cómo excavarían ese día, con qué instrumentos y qué preguntas había que despejar con la Tía o la familia.
No eran decisiones fáciles: habían conseguido el permiso para cavar solo tres pozos de un metro por un metro y tenía que elegir bien dónde hacerlos. Para Flora, era un trabajo totalmente distinto al que estaba acostumbrada a hacer.
[Flora]: Usualmente en arqueología, lo que se hace con los rellenos, que son en el fondo artificiales, porque tú traes algo de otra parte es que tú sacas el relleno. Entonces tú lo botas y lo descartas. Y aquí era todo lo contrario. Entonces arqueológicamente era súper interesante que nosotros estábamos buscando estudiar algo que en arqueología se descarta. Era como una arqueología totalmente invertida.
[Lucía]: Como planearon la excavación a partir del testimonio de la Tía comenzaron cavando en el fondo del patio, donde ella les dijo que había más relleno. Primero rompieron la baldosa con un taladro y después empezaron a excavar con unas pequeñas palas. Una fina capa de tierra, y después otra.
[Flora]: El trabajo arqueológico es metódico y es lento. Entonces ahí bajar, bajar, bajar…
[Lucía]: Bajar 10 centímetros, medir, fotografiar, tomar muestras, y volver a bajar… Flora y su equipo estaban acostumbrados a esos tiempos largos pero Pancho y Nona no. Estaban ansiosos. Llevaban meses pensando en ese momento.
[Pancho]: Tanto Nona como yo, estábamos muy encima y queríamos aprender. Preguntamos todo: ¿Por qué es esto? ¿Por qué es esto otro? Y ahí, Flora y su equipo tuvieron una paciencia infinita. Imagínate la curiosidad de que frente a cualquier mínimo indicio de lo que fuera, gritábamos como locos. Entonces para ellos también era un poco como: “Por favor, cálmense, contrólense, no hagan tantas preguntas, aprendan mirando”…
[Lucía]: Cuando empezaron a bajar en ese primer hoyo, Flora notó que lo que aparecía no eran escombros, ni ningún otro tipo de relleno, sino los sedimentos normales para esa zona de la ciudad.
[Flora]: Entonces era una estratigrafía normal. Llegamos como al piso y nada.
[Lucía]: Flora lo tomó con calma. No era la primera vez que entraba en un hoyo y salía con las manos vacías. Pero Pancho empezó a desesperarse.
[Pancho]: Y fue muy frustrante. Se baja cada diez centímetros, se mide, se fotografía, se… se estudia, análisis del tipo de materialidad del piso. Y bajamos, bajamos, bajamos, bajamos y encontrábamos cosas que para nosotros eran muy decidoras, pero para ellos eran: “Esto es un escombro de nada”, “esto un ladrillo que no sirve”, “esto es…” Y con Nona nosotros gritábamos como: “Estamos encontrando una momia de Egipto” y no… claro, no sabíamos leer.
[Lucía]: Todo les parecía significativo o revelador, pero realmente no sabían interpretar nada de lo que veían.
Siguieron bajando durante unas horas más. Hasta que Flora decidió parar. Para ella era evidente: ese hoyo no tenía nada para darles. Estaban frente a un silencio arqueológico.
[Flora]: Que no aparecía ningún pedazo de cerámica, ningún pedazo de cemento, ningún clavo, ningún alambre, ningún plástico, nada.
[Lucía]: Flora estaba tranquila. Pero Nona y Pancho no estaban listos para parar.
[Nona]: Flora dice: “No, aquí no vamos a encontrar nada”. Y nosotros dijimos: “No, sigamos”, “bueno, un poquito más”, “no, sigamos”. Y seguíamos y seguíamos…
[Lucía]: Para el equipo de arqueólogos era claro que no tenía sentido seguir, cansarse ellos y estresar a la familia por un pozo que en dos días no había tenido nada para ofrecerles.
[Pancho]: Y yo estaba tan terco con la idea de que había que seguir cavando. Dicen: “No, no seguimos”. Y hay un pequeño muñequeo y digo: “No, dame el chuzo”. Y Flora, entendiendo que yo era un porfiado, me dice bueno, si querés seguir, hazte pedazos las manos y la espalda. Pero nosotros, arqueólogos, llegamos hasta aquí y cierra.
[Lucía]: Pancho tomó una barra de hierro cilíndrica y puntiaguda y empezó a romper la tierra, mientras Flora y el resto del equipo lo miraban.
[Pancho]: Y tomé el chuzo y empecé a romper, a romper, romper, a romper. Creo que bajé como 20 centímetros más donde no encontré nada nuevo y tuve que asumir y decir que el silencio arqueológico era real y la evidencia está clara y no hay nada.
[Lucía]: Pancho soltó las herramientas. Pero se sentía derrotado por esos primeros días de excavación perdidos.
Y por primera vez, se animó a hacerse la pregunta imposible: ¿Y si en los otros huecos tampoco había nada?
Una pausa y volvemos.
[MIDROLL]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Lucía Cholakian Herrera continúa la historia.
[Lucía]: Después de dos días sin resultados, los arqueólogos volvieron al patio de la casa listos para seguir excavando. Los ánimos estaban distintos a cuando empezaron. Algo de esa alegría inicial se había disipado y ahora había preocupación y miedo por no encontrar lo que buscaban. A Pancho la frustración lo empezó a paralizar.
Decidió que lo mejor era contactar a la Tía, a ver si ella podía orientarlos mejor. Quería chequear si no se había equivocado o confundido. Grabó un video ahí, desde el patio, para que ella viera lo que estaban haciendo, y se lo envió.
[Soundbite de archivo]
[Pancho]: Mire, cómo estamos trabajando con el equipo de arqueólogos haciendo el hoyo… estamos haciendo el hoyo justo acá atrás en el patio a la salida de la cabañita y encontramos por ahora solamente tierra y piedras, no hemos encontrado mucho más. ¿Te acuerdas si ahí había más escombro o fue en otra parte?
[Lucía]: Esperando a ver qué decía la Tía, el equipo de arqueólogos demoraba el comienzo de la segunda excavación.
[Flora]: Yo miraba a Pancho y le decía: “Si te dice tanto que hay es porque no hay”. Porque también uno tiene experiencia que los relatos se confunden en el tiempo. Entonces que te diga que hay no es sinónimo de que haya necesariamente.
[Lucía]: Flora evaluaba cómo seguir. Solo le quedaban dos oportunidades más. No es que desconfiara de lo que estaba diciendo la Tía pero por experiencia sabía que las personas pueden confundirse.
[Flora]: Imagínate que uno pasan 40 años y tu sentido del espacio cambia, hay cosas que las ves más grandes o más chicas. Cambian de lugar las ubicaciones. Entonces, eh, Toda la razón. No tenía por qué estar ahí. Y ella en su cabeza lo veía ahí, pero podía estar al otro lado.
[Lucía]: Flora les explicó a Pancho y a Nona que en Chile es bastante común que se de un fenómeno geológico llamado inversión estratigráfica. Esto es cuando los elementos de la tierra se invierten y los sedimentos más antiguos terminan encima de los más nuevos. O sea que se mezcla el pasado con el presente. Muy parecida a la forma en que pueden funcionar los recuerdos.
A pesar de las dudas, Flora decidió seguir. Para hacer el segundo hueco, pensó: si la casa fue construida sobre un hoyo rellenado, entonces debería haber escombros justo debajo. Así que eligió un espacio paralelo a la casa, asumiendo que ese relleno que buscaban estaba también alrededor de la estructura. Y esta vez no hubo silencio arqueológico.
[Soundbite de archivo]
[Arqueóloga]: ¡Una pelota de ping pong! Tirada acá.. Y con una cara… Esta cara la deben de haber hecho ellos, como de Goofy…
[Lucía]: Ahí, en el segundo hoyo, junto a la pelota de ping pong encontraron los restos arqueológicos de casi cincuenta años de vida cotidiana: envoltorios de golosinas, trozos de vajilla, pedazos de plástico, de vidrio, de aluminio, y partes de juguetes. También restos de comida, conchas de mariscos y huesos de cerdo…
Flora estaba entusiasmada: esas piezas mostraban cómo había cambiado la vida de una familia trabajadora a lo largo de medio siglo, desde los 70 hasta hoy, y eso como arqueóloga le resultaba fascinante.
Pero nada de todo eso tenía que ver con La Moneda. Y mientras sacaban y clasificaban canicas y tubos de pasta de dientes, Pancho seguía nervioso, merodeando entre los pedazos de baldosas rotas, cuidando no pisar las herramientas, grabando audio, haciendo preguntas, conversando con el equipo sobre Chile, repasando la historia de la Tía…
Estaban en eso cuando de repente distinguieron algo distinto en la tierra, mezclado entre la basura. Un trozo de cerámica. Flora lo limpió con un pincel para ver si tenía relieve. Entonces reconocieron qué era: una baldosa color marrón, típica del centro de Santiago, donde está la Moneda, y de otras zonas, como Providencia y Ñuñoa, dos de los barrios más caros de la ciudad.
[Flora]: Es clásica baldosa hidráulica que se llama chocolate por esos cuadraditos que tiene.
[Lucía]: Ellos las habían visto muchas veces, pero la dueña de la casa y una vecina le aseguraron que en ese barrio nunca se habían usado. Pancho y Nona se entusiasmaron enseguida. ¿Podía ser que viniera de La Moneda? Flora les advirtió que era muy pronto para sacar conclusiones.
[Flora]: Claramente no son de acá. Probablemente son de otro lado. Pero tampoco puedo decir: “Oh, son de La Moneda”.
[Lucía]: Si Flora se ríe es porque en ese momento empezó entre los arqueólogos y los artistas un tire y afloje entre la cautela y la ansiedad.
[Pancho]: En un principio Flora dijo “Todo lo que encontremos aquí, nada va a ser La Moneda. La Moneda es un edificio que se destruyó. Encontraremos materiales que ya no son La Moneda…”
[Nona]: Todas esas cosas las empezamos a entender ahí con el Pancho, que el hecho de que aparecieran cosas no, nada de lo que aparecía era “La Moneda”, me entendía. O sea que en realidad nada, nada de lo que hubiésemos encontrado nos iba a decir inmediatamente que eran de La Moneda y menos las baldosas…
[Lucía]: Pero sí eran un buen indicio de que bajo la casa había escombros de otras partes de la ciudad.
La aparición de las baldosas reactivó en el equipo todas las emociones que el silencio arqueológico había apagado. Pero después de dos días trabajando en el segundo pozo, no apareció mucho más.
Al día siguiente, en la quinta jornada de excavación, abrieron el tercer hueco. Era la última oportunidad. No habían bajado demasiado cuando empezaron a ver algo diferente a lo que habían encontrado antes.
[Pancho]: Encontramos muchos pedazos de ladrillos grandes. Hay un clavo oxidado del largo de mi dedo índice. Hay restos de metal derretido y lleno de óxido. Un pedazo de metal que era como una esquina de una estrella… Un resto de cerámica que puede ser una cerámica de baño. Otros restos de argamasa, el material cemento, pegamento y piedra que une los ladrillos. Hay restos de piedra negra que no, no, no sabemos qué puede ser.
[Lucía]: Mientras Flora y el resto de los arqueólogos trabajaban, Pancho y Nona registraban todo: tomaban fotos, dibujaban, anotaban. Estaban entusiasmados, aunque nada de lo que iban encontrando se parecía a lo que habían imaginado.
[Nona]: Evidentemente yo creo que me imaginaba cosas más grandes, ¿no? Yo pensaba de pronto una manija, no sé si una columna, pero quizá, claro, cosas más reconocibles, ¿no? Jamás imaginé un clavo, por ejemplo, que fue lo que más encontramos. Jamás imaginé baldosas. Como había estado leyendo sobre La Moneda, pensaba en ladrillo. Pero claro, yo creo que en la fantasía me imaginaba cosas más… platos. Qué sé yo. Si hubiera aparecido hasta una bala… yo… estaba dentro de mi fantasía.
[Lucía]: Flora notó la decepción de Nona y Pancho. Les explicó que la arqueología es un trabajo de pistas. Nada era conclusivo. Lo que desenterraban tenían que analizarlo en contexto, relacionando unos objetos con otros, y eso les daría las claves para seguir buscando. Pero nada tenía grabado el nombre de La Moneda.
[Flora]: Cuando uno encuentra distintos indicadores y va sumando, dice: “Ah, ya tengo clavos por acá, tengo la baldosa del pavimento por allá, esto por aquí”. Pero no, no podía ser tan rápida en decir: “Oy, bravo, están los escombros de La Moneda”, porque… hay que ver.
[Lucía]: Terminaron con las excavaciones el 7 de marzo de 2023, después de seis días. Cuando se acabó la jornada, Flora cargó en su auto las cajas con lo que habían recogido. Todo iba envuelto en bolsas, clasificado según tipo de material, directo a la Universidad de Chile, desde donde lo repartirían hacia distintos laboratorios para analizar cada pieza.
Ahora era el turno de Pancho de pensar qué iba a hacer. Ya no podía seguir evitando la pregunta que le habían hecho tantas veces cuando pedía financiamiento. Todo esto, ¿para qué?
Sabía que quería hablar sobre la memoria en Chile a partir de La Moneda. Así que decidió empezar por sus propios recuerdos.
Se acordó de que cuando era chico solía irse de vacaciones con su familia a un lago en el centro de Chile y en uno de sus viajes escuchó hablar a sus primas de cómo Pinochet había salvado al país del hambre después de las crisis de desabastecimiento de los últimos meses del gobierno de Allende. Ahí escuchó por primera vez del bombardeo.
Pancho pensaba en la Moneda como el primer cuerpo quebrado por la dictadura. La primera víctima, la muestra de lo que el gobierno de Pinochet era capaz de hacer. Y sobre todo le impresionaba que hubiera estado casi diez años así, entre el 73 y el 81, a la vista de todo Santiago.
[Soundbite de archivo]
[Manifestantes]: ¡Chile despertó, Chile despertó!
[Lucía]: El 18 de octubre de 2019, una manifestación contra el aumento de 30 pesos del boleto del metro en Santiago escaló hasta convertirse en un levantamiento popular sin precedentes en la historia chilena.
Fueron meses de movilizaciones, con miles de personas en la calle, la mayoría jóvenes, que protestaban contra los sistemas privados de educación y salud, contra la brutalidad policial, contra la desigualdad… en definitiva, exigían un cambio de sistema en Chile.
[Pancho]: Por eso el movimiento dice: “No son 30 pesos. Son 30 años”. Son 30 años de una democracia que no hizo lo que se esperaba de esa democracia, que era modificar el sistema neoliberal que se instaló en Chile
[Lucía]: Parecía que los chilenos estaban decididos a que las cosas cambiaran. Y lo hicieron: en 2021 ganó las elecciones Gabriel Boric, un líder estudiantil y de izquierda de 35 años, que formó un gabinete tan joven como él.
Boric prometió reparar las heridas del estallido. En 2022, su gobierno respaldó una reforma constituyente ambientalista, feminista y diversa. Pero la propuesta perdió y fue rechazada. Con esa derrota, las expectativas de cambio se desinflaron y la juventud quedó en un estado de frustración y parálisis. Pancho también.
[Pancho]: Y esa idea utópica y maravillosa, este sueño de manifestación social un poco quedó ahí, porque no, no se logró.
[Lucía]: Todo esto estaba en la cabeza de Pancho cuando pensaba qué hacer con los escombros. Desde el principio había tenido claro que la excavación significaba más que un gesto artístico y que no se trataba solo del pasado.
[Pancho]: Si yo pienso que en Chile actualmente sigue negando el crimen del patrimonio o el crimen de la dictadura en general, Yo puedo decir que lo que estoy buscando son las evidencias de ese crimen. Y por más que puedan negar y decir: “La dictadura… esos crímenes no están. Los crímenes de lesa humanidad con los detenidos, desaparecidos no existe”. Yo puedo decir: “Bueno: hay un crimen que no se puede negar que es el crimen del patrimonio del Palacio de Gobierno”.
[Lucía]: Así que quería dar prueba de ese crimen: exhibir en La Moneda eso que había encontrado, aunque fueran restos pequeños. Y quería que esa exhibición se inaugurara el 11 de septiembre de 2023, 50 años después del bombardeo. Un gesto sencillo, pero importante: recuperar algo de esa democracia rota en 1973 y devolverlo al presente.
La instalación fue en el Centro Cultural La Moneda, en el subsuelo del Palacio, y se llamaba “Exhumar la Memoria”. La inauguración estaba planeada originalmente para el 11 a las 10:56, la hora en que comenzó el ataque.
Pero un rato antes le avisaron a Pancho que habría que cancelarla porque había disturbios entre manifestantes y carabineros no muy lejos del lugar, así que se pasó para el otro día. Yo estuve ahí.
Era una muestra chiquita: los objetos desenterrados estaban expuestos en vitrinas, uno al lado del otro. Estaban los clavos y las baldosas chocolate y también los juguetes de los niños, las canicas, los envoltorios y restos de comida.
Y en el medio de la sala había cinco balaustradas de madera, es decir, ornamentos de la zona externa del edificio, que formaron parte de La Moneda durante el siglo XIX y estuvieron durante décadas abandonadas en la bodega de un ministerio. Aunque habían sido reemplazadas antes del 73, Pancho decidió sumarlas a su exposición como una capa más de la historia del Palacio.
El día de la inauguración, Pancho nos pidió a quienes estábamos en el público que cerráramos los ojos. Y entonces, por unos altoparlantes, comenzó a sonar un audio.
[Soundbite de archivo]
[Lucía]: Era una performance sonora, con archivo real del 11 de septiembre del 73. Duró como 15 minutos, y cuando terminó, el público empezó a dispersarse entre las vitrinas.
La exposición me conmovió. Y todo el esfuerzo detrás y el trabajo artesanal y en equipo me llamaron mucho la atención. Tal vez porque en mi país, Argentina, las cosas post-dictadura fueron muy diferentes: desde el Estado se impulsaron juicios contra los militares, se buscó a los niños robados en cautiverio y se trabajó para encontrar a los desaparecidos.
En Chile, en cambio, los esfuerzos fueron más atomizados, no hubo políticas públicas sistemáticas. No es que no se haya hecho nada. Gran parte de lo que se sabe de los crímenes de la dictadura fue gracias a esfuerzos de equipos como el de Pancho, dispersos, que compusieron un relato coral que aún está lleno de huecos.
Quienes buscan a sus desaparecidos siempre dicen que no importa que aparezca un hueso, un trozo de camisa o un garabato en un papel. Lo que importa son los rastros, las señales del pasado que ayudan a entender qué ocurrió. Eso que, de alguna manera, permite a las víctimas seguir adelante o hacer el duelo.
Por eso la búsqueda de los restos de La Moneda, aunque sean esos pedacitos, tiene muchísimo sentido.
Volví a Santiago casi dos meses después, para el reporteo de este episodio, y visité el laboratorio de Flora. Quería que me mostrara algunas de las cosas que habían desenterrado en el patio y que me explicara de la manera más sencilla posible si podíamos saber qué pertenecía a La Moneda y qué no.
[Lucía]: Y esto que hay acá qué es.
[Flora]: Es un clavo, es de los pocos metales que tengo acá que volvieron del análisis de los metales que lo hizo otra profesional…
[Lucía]: Flora me explicó que, de todo lo que encontraron durante la excavación, los clavos eran tal vez los más interesantes porque el metal le permitía tener indicios de a qué período de tiempo pertenecen.
[Flora]: Sabemos que La Moneda data del siglo XVIII, de 1784 comienza su construcción. Entonces el estilo con que se construyen ciertos metales podía retrotraernos en fechas a esa época. Y eso pasó con algunos elementos como los clavos.
[Lucía]: Estos clavos que me mostraba Flora no se parecen en nada a los que conocemos hoy. Son gruesos y están recubiertos de óxido y sedimento, lo que les da una textura granulada.
Me explicó que en definitiva son pedazos de hierro cortado y que eso ya indica que no son actuales, porque los clavos del siglo XX en adelante tienen otra forma, son circulares.
[Flora]: Y este en particular que tengo acá es del siglo 18 y es importado. O sea, ni siquiera es de acá de de Chile. Probablemente perteneció a la construcción de un edificio de élite. Y eso los acerca a la probabilidad que sean de La Moneda. No, no podemos decir con exactitud “son”, pero están más cerca que no ser.
[Lucía]: La instalación “Exhumar la memoria” terminó a fines de 2023, después de tres meses. Durante ese tiempo, algunas personas se acercaron a Pancho para decirle que creían haber visto fragmentos de La Moneda en otros lugares. Uno de ellos fue un profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile. Pancho me invitó a verlos.
Cuando entramos, fuimos directo hacia una galería techada que unía dos partes del edificio. Un lugar de tránsito para estudiantes y docentes. Ahí, Pancho me señaló unos pilares metálicos grandes que sostenían la estructura.
[Pancho]: Todo este… esta especie de galería tiene el soporte o la estructura inicial, eran de La Moneda. Son 1, 2, 3, 4, 5, 10 pilares…
[Lucía]: Me llamó la atención que no había ningún cartel que dijera que esos pilares habían formado parte del palacio.
Después salimos de la galería y cruzamos el patio.
[Soundbite de archivo]
[Lucía]: “Ah, estamos yendo al basurero, basurero.”
[Pancho]: Sí, real.
[Lucía]: Donde está la basura de verdad, ahí están los escombros del Palacio de La Moneda
[Pancho]: En realidad no son escombros, son estructuras metálicas que alguna vez pertenecieron al Palacio…
[Lucía]: Cuando llegamos, me señaló unas vigas de hierro apiladas una contra otra. Investigando, Pancho había encontrado fotos de antes de 1973. Ahí se ve un gran jardín de invierno en el Palacio de la Moneda y unas vigas iguales a estas, que ahora no tenían ningún tipo de protección. Era como si alguien las hubiera dejado ahí y ya.
Seguimos caminando. Pasamos por un campo de deporte donde hay unas gradas. Pancho me muestra que están hechas con las mismas vigas que habíamos visto en el basurero. Le pregunté qué sentía al ver esos restos ahí, usados como asientos para mirar fútbol.
[Pancho]: No creo que nunca hay una mala intención. Creo que es resultado de la ignorancia nomás no saber lo que hay. Como ver en ese material una oportunidad nomás.
[Lucía]: Desde hace un tiempo, Pancho empezó a entender La Moneda como un rompecabezas, y su reconstrucción como un compromiso con su país. Sabe que no va a reparar lo sucedido, pero quiere rastrear los pedazos de historia que hoy pasan desapercibidos en rellenos, gradas, galerías, pilares de edificios. Para él, la importancia de estos pedacitos es cada vez más grande. Quiere saber por dónde ha dejado su marca La Moneda.
[Pancho]: La destrucción de la moneda es una imagen, una imagen internacional de la fractura de una democracia. Y los fragmentos de esa fractura se repartieron y están repartidos por ahí, debajo de una casa, en un basurero de una universidad. Ahora, en los restos de una exposición en el Centro Cultural. Otras no están, no están en una museografía. Hay una cosa bastante espontánea de… Están puestas ahí, al sol, a la intemperie. Chile es un poco así… como repartido a su suerte. Y quién lo sabe encontrar, interpretar y quizás rescatar, qué bueno… y si no… pueden estar las cosas ahí tiradas… para siempre.
[Lucía]: O hasta que alguien decida buscarlas, aunque sea en pedazos, para desenterrar de una vez el pasado.
[Franklin]: Hola, soy Franklin Codel, desde West Des Moines en Iowa, Estados Unidos, y formo parte de Deambulantes, el programa de membresías de Radio Ambulante Studios. Los apoyo porque hacen las preguntas necesarias e indagan profundamente en los temas importantes de nuestra época. Si quieres ayudar a que sigan narrando América Latina visita Radio Ambulante punto org slash donar.
Como parte de los beneficios de ser Deambulante, leeré los créditos del episodio de hoy.
Lucía Cholakian Herrera es periodista freelance. Emilia Erbetta es productora de Radio Ambulante. Ambas viven en Buenos Aires. Esta historia fue editada por Camila Segura y por Daniel Alarcón. Desirée Yépez hizo el fact checking. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Ana Tuirán.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Adriana Bernal, Aneris Casassus, Diego Corzo, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, Bruno Scelza, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.
Carolina Guerrero es la CEO.
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