Las escaladoras – Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
Hoy nos vamos a las alturas para conocer a Lidia Huayllas. Tenía solo un año cuando sus padres decidieron mudarse a El Alto, en el oeste de Bolivia. El nombre no es casual: estamos hablando de una de las ciudades más altas del mundo, a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar.
Hoy tiene casi un millón de habitantes. Pero en 1967, cuando llegaron ahí, era un pueblo, a veinte kilómetros de La Paz. En ese entonces, los aymaras y los quechuas subían allá buscando un sitio menos costoso para vivir.
Así llegó Lidia, en brazos de sus padres.
Como toda mudanza, era un nuevo comienzo y en El Alto habían logrado comprar su primera casita. Tenía suficiente espacio para Lidia, sus dos hermanos mayores, y pronto nacerían otros tres hermanos más.
[Lidia Huayllas]: Yo me recuerdo que solo las pajas estaban soplando, ¿no? Y silbaban las pajas, porque como no había muchas casas, no había todavía mucha gente que vivía en El Alto. Y entonces realmente se sentía ese frío, ¿no?
[Daniel]: Su papá era repartidor de periódicos y comerciante. Su mamá era cocinera y cuidaba de los hijos. Era una vida sencilla y tranquila, que se derrumbó cuando unos ladrones mataron al padre. Lidia tenía cuatro años, su mamá tenía seis hijos, y vivían lejos de todo. Así que la madre tuvo que encargarse de la familia. Sus hijos la ayudaban como podían.
[Lidia]: Mi infancia… no muy lindo para mí. Siempre es un poco muy triste esa infancia en que yo he tenido, porque para nosotros no existía, digamos, alguien que le pueda ayudar a mi mamá para que tenga una ayuda. Para mi mamá era muy… muy tirante la vida, ¿no?
[Daniel]: Cuando no estaba ayudando a su madre, Lidia iba a la escuela o jugaba fútbol con otros niños del barrio. También solía quedarse, ensimismada, mirando las montañas. El Chacaltaya, el Huayna Potosí: picos imponentes y blancos.
Lidia se imaginaba cómo sería estar parada sobre esas tierras, todavía más altas y frías. Aunque todo quedaba allí, en su imaginación.
[Lidia]: Solo verlo era para mí, tal vez, lo más hermoso, ¿no? Pero poder llegar para mí tal vez inalcanzable, ¿no? Ir a la montaña era solo como un sueño.
[Daniel]: No estaban tan lejos: desde su casa era un poco más de una hora en auto hasta la base de la montaña. Pero su familia sí estaba muy lejos de poder hacer el viaje.
[Lidia]: Realmente para nosotros era muy carito ir, ¿no?, porque… pues imposible pedirle a mi… a mi mamá para que siquiera nos costee el pasaje. No, realmente no, no podíamos.
[Daniel]: A medida que fue creciendo, el interés de Lidia por las alturas fue tomando otras formas. A los diez años, llegaba corriendo de la escuela a prender la televisión, para no perderse ningún capítulo de su personaje favorito.
[Lidia]: Bueno… (risas). Mi héroe era pues el Superman (risas).
(SOUNDBITE DE SUPERMAN LA SERIE)
[Narrador]: Más veloz que una bala. Más potente que una locomotora.
[Daniel]: Le fascinaba que pudiera volar: un leve impulso y entonces, el mundo allá abajo, cada vez más pequeño.
(SOUNDBITE DE SUPERMAN LA SERIE)
[Narrador]: No teme a las alturas.
[Lidia]: (Risa). Quería volar como Superman. Y siempre yo… me gustaba subir a las paredes y saltar de las paredes (risa).
[Daniel]: Lidia se subía a todo lo que encontraba. Un día, jugando, se trepó a la pared que separaba su casa de la del vecino.
[Lidia]: Bueno, me he caído de… de cabeza. Me rompí la cabeza. Y bueno, bien asustada yo entré a mi casa y me tapé con una chompa y mi mamá me dijo: «¿Qué pasó?». «No, nada mami». Pero la sangre había estado chorreando por mi cabeza.
[Daniel]: Su mamá la regañó. Pero ni eso ni el accidente detuvieron a Lidia. Le encantaba sentir la adrenalina de mirar el mundo desde arriba.
[Lidia]: Y ese recuerdo tengo ya de como… si tenía que volar. (Risa)
[Daniel]: Mientras tanto, algunas de las montañas más altas de Bolivia seguían allí, tan cerca y, al mismo tiempo, inalcanzables.
La periodista Cecilia Diwan nos sigue contando.
[Cecilia Diwan]: La mamá de Lidia, Doña Rosa Estrada de Huayllas, trabajaba mucho para poder mantener a la familia. Tenía un puesto en la Feria 16 de Julio, en El Alto, que abría dos días a la semana: jueves y domingo.
A principios de los setentas, la feria era apenas una serie de puestos informales, con productos en el suelo, unas cuantas mesas y toldos para protegerse del sol. Empujados por la necesidad, muchos habían comenzado a tomarse las aceras y las calles de tierra para vender cualquier cosa que pudieran.
Hoy en día, es grandísimo. Imagínense más de 45 canchas de fútbol llenas de pasillos largos y estrechos, con muchísimos puestos. Uno puede comprar desde ropa usada hasta un carro, pasando por mascotas, libros y música pirata. Y, por supuesto, comida. De la rápida y de la tradicional. Esta última era la especialidad de Rosa.
[Lidia]: Siempre mi mamá hacía un ajicito de… de ispi, un ají de… de zapallo… Y bueno, siempre estaba con esos platillos mi mamá, ¿no?
[Cecilia]: Rosa preparaba la comida en su casa para venderla en la feria. Tenía un espacio para poner su estufa de querosén y una única mesa para sus clientes. Desde que tenía seis años, Lidia y sus hermanos tenían que ayudarla, sobre todo los domingos. Hubieran preferido estar jugando con sus amigos, pero era algo que tenían que hacer.
[Lidia]: Necesariamente teníamos que trabajar nosotros para, tal vez, podernos comprar siquiera un cuaderno, algo porque era muy, muy, muy difícil para mi madre solita ella y con seis hijos.
[Cecilia]: Los seis hermanos hacían de todo un poco: cargaban los productos, cocinaban, lavaban y servían los platos a los clientes.
[Lidia]: Siempre estaba yo acompañándole a mi mami. Y de eso también yo he aprendido ya a cocinar y también a seguir sus pasos, ¿no?
[Cecilia]: Durante esas largas jornadas también aprendió el idioma de su cultura.
[Lidia]: Mi mami tenía otras amigas y yo escuchaba, ¿no, lo que ellas hablaban. De esa manera he aprendido yo el aymara.
[Cecilia]: Después del español, el aymara es el idioma más hablado en Bolivia, un país donde más del sesenta por ciento de la población reconoce sus raíces indígenas. Los aymaras, como Lidia, son la segunda etnia más común, luego de los quechuas. Por eso, sus costumbres, sus fiestas, su comida y su música, están presentes en todos lados. Tanto en el campo como en la ciudad.
[Lidia]: Tengo una raíz muy fuerte pues de ser una chola, ¿no?
[Cecilia]: Cholas se les dice a las que visten de manera tradicional. Están las Cholas tarijeñas, las chuquisaqueñas, las cochabambinas. Y a las que nacieron en el departamento de La Paz, como Lidia, se las conocen como Cholas Paceñas.
[Lidia]: La vestimenta de la cholita paceña es, pues ponernos un sombrero, una manta y la pollera. Y dentro de la pollera tenemos que llevar un juego de enaguas.
[Cecilia]: Cuatro piezas de enaguas que abultan la pollera, la falda.
[Lidia]: Y también tenemos que llevar un prendedor que ponemos al sombrero y los aretes que no puede faltar.
[Cecilia]: Esta vestimenta viene de la Colonia, cuando los conquistadores obligaron a las indígenas a vestirse con la ropa que era popular en la península Ibérica. Faldas blancas con enagua, pelo recogido con peineta y mantilla en los hombros. Con el tiempo, las indígenas se apropiaron de esta vestimenta, la modificaron y la volvieron colorida.
Para las aymaras, esta forma de vestir es parte central de su identidad. Por eso, a Lidia le dolía que en la escuela le prohibieran entrar vestida así.
[Lidia]: Porque no, no nos aceptaban aquí con la pollera ir a estudiar. Y todos teníamos que vestir de… de pantalón y con una chaqueta para poder ingresar a la escuela, ¿no?
[Cecilia]: No era el único lugar en donde Lidia tenía que quitarse su pollera.
[Lidia]: Cuando teníamos que ir, digamos, a una oficina y todo. A la mujer de pollera no permitían entrar. Cuando tenías que ir a una parte importante, tenías que vestir pantalón y una chaqueta para que tú puedas ingresar.
[Cecilia]: Ni siquiera podían pisar una plaza vestida así. No es que existiera una ley formal, era una prohibición naturalizada en la sociedad boliviana hasta fines de los ochenta. Y si bien hoy en día es común ver mujeres con vestimentas tradicionales en espacios públicos y administrativos, e incluso en posiciones de poder, no significa que la discriminación histórica hacia las indígenas se haya superado.
En todo caso, lo que hay que entender es lo arraigado que es el uso de la pollera para la identidad de cientos de miles de bolivianas. Y bueno, para Lidia.
[Lidia]: Si me sacaba la pollera es como que me quitaba, ¿no?, algo de mí, ¿no? Como no tuviera siquiera una mano, como si me faltara algo. Me sentía muy, muy triste, ¿no? Y discriminada también, pues.
[Cecilia]: Los años fueron pasando, y Lidia se vio obligada a aceptar que solo en algunos lugares podía vestirse con su ropa tradicional.
Cuando tenía quince años, Lidia fue a uno de los tantos carnavales que se organizaban en El Alto. Era una Challa, una fiesta de agradecimiento a la Pachamama o Madre Tierra.
Los aymaras la celebran lanzando petardos, rociando el suelo con vino o cerveza, y decorando las casas, los autos y los negocios con serpentinas y banderines de colores. También había espectáculos en vivo, con bandas locales. Y ese día, en esa fiesta, conoció a Eulalio Gonzales.
[Lidia]: Él era músico y tocaba el instrumento de… bueno, la batería.
[Cecilia]: Le decían Elio, tenía 21 años y era aymara, como Lidia. También había crecido mirando el Huayna Potosí, pero desde Zongo, un pueblo a 66 kilómetros de El Alto. Comenzaron a conversar sobre la música, la banda y se llevaron muy bien. A Lidia le gustó de inmediato.
[Lidia]: Bien jovial, bien amistoso. A mí no me ha… no me ha tratado mal. Más bien, me ha hablado bien y me ha hecho sentir mejor, ¿no? Y eso me ha llamado la… la atención de… de él.
[Cecilia]: Le gustaba que era respetuoso. Y a Elio…
[Eulalio González]: Lo que me gustaba de ella era que era tranquilita, era calladita. No hace tanto problema, como se dice.
[Cecilia]: Desde esa noche en el carnaval la relación avanzó muy rápido. Al mes el papá de Elio fue a la casa de Lidia para hablar con su mamá y pedir su mano. Ella aceptó. Enseguida Lidia y Elio se fueron a vivir juntos. Al año se casaron y se mudaron a una casa que construyeron ahí mismo, en El Alto.
Tiempo después, Lidia tuvo a la primera de sus dos hijas y abandonó el colegio. Tenía diecisiete años, y seguía trabajando en la Feria 16 de Julio con su mamá, solo que ahora llevaba a su hija en la espalda.
Mientras tanto, Elio se ganaba la vida tocando con una orquesta bastante popular llamada “Tormenta”. Le propuso a Lidia que se uniera como vocalista, porque cantaba bien y el pago era bueno. Así que comenzó a trabajar en las dos cosas: en las mañanas preparaba y vendía comida con su mamá, y en las tardes tenía los ensayos y shows con la orquesta.
Muy rápido, Lidia se convirtió en el centro de atención. La pretendían y se le acercaban a conversar. Y eso a Elio no le gustó.
[Elio]: Siempre la invitaban, ¿no?, a ir a los programas de televisión. Ya no la invitaban conmigo, sino querían hacerle las entrevistas a ella solita. Y yo ya me ponía celoso y le dije: “Bueno, no, no va. Salimos de la orquesta”, y así fue ¿no?
[Cecilia]: Lidia aceptó la orden de su marido.
[Lidia]: Bueno, no me quería ir, ¿no? Pero él era mi esposo y entonces yo tenía que hacer siempre caso, ¿no?, a lo que decía él. Él me decía sentate y yo me tenía que sentar. Él me decía párate, yo me tenía que parar.
[Cecilia]: Tenía que obedecerlo. Era lo que se acostumbraba y lo que se esperaba de las mujeres. Así que Lidia salió del mundo del espectáculo boliviano tan rápido como entró.
Ya fuera de la orquesta, a sus 21 años, decidió montar su propio puestito de comida en la Feria 16 de julio. Ahí vendía cerca de cuatrocientos platos por día de comida tradicional, como fricasé, sajta de pollo o trucha.
Elio, por su parte, dejó la batería y comenzó a trabajar de chofer, llevando turistas a la montaña. Después de unos años, tomó distintos cursos para ser guía. Y así fue como Elio logró, en cierto modo, el sueño de Lidia. Conocía las montañas que ella miraba desde niña. Se iba de excursiones con turistas de todas partes del mundo, y mientras tanto, para Lidia la vida seguía su rutina: vendía comida en el mercado, como había hecho desde pequeña, y cuidaba de sus dos hijas.
Así estuvieron por casi quince años.
[Lidia]: No había esa… esa libertad así de la mujer que quiera expresarse decir: “Yo voy a ir, yo voy a hacer esto”. Todavía no, no había.
[Cecilia]: Pero a medida que pasaban los años, Lidia pensaba cada vez más en esa idea. Hasta que un día se atrevió a decirle a Elio…
[Lidia]: «¿A mí no me puedes llevar a la montaña? Porque yo también quisiera ir».
[Cecilia]: A Elio no le pareció mala idea.
[Elio]: Me gustó que ella se se defiende muy bien en la cocina. En un momento, en quince minutos ya está cocinado, ¿no? Entonces esa práctica que tenía de muy niña con la cocina, la ayudaba mucho, mucho le ha ayudado.
[Cecilia]: También le gustó la idea porque la paga en el sector del turismo de montaña era muy buena y, con los dos trabajando ahí, la economía familiar mejoraría. Como la mayoría de turistas eran extranjeros, pagaban en dólares. Las cocineras ganaban unos cuarenta por día y los guías, que eran casi todos hombres, unos ciento cincuenta.
Elio la puso en contacto con la agencia que se encargaba de todo.
[Lidia]: Y me dijeron: «Puedes ir de cocinera». «Sí yo quisiera ir de cocinera a cocinar hasta Campo Alto, si quiera», le digo.
[Cecilia]: Le dijeron que sí. Trabajaría entonces en el Huayna Potosí. Una de las montañas más visitadas de Bolivia, por ser una de las más altas, con casi 6100 metros sobre el nivel del mar. Lidia cocinaría para los turistas en el último refugio de la escalada, novecientos metros antes de llegar a la cima.
Tenía 35 años y, por primera vez en su vida, tendría la oportunidad de conocer la montaña que de niña miraba todos los días.
Era el año 2001. El primer día se levantó muy temprano. Estaba emocionada, pero un poco nerviosa. Un auto los recogió en su casa y, una hora más tarde, llegaron a Campo Base, el último punto de la montaña al que se puede llegar en carro. Lidia no podía creer que estaba ahí.
[Lidia]: Era, pues, como un impacto, ¿no? de tal vez de… de ver, ¿no?, tantos años la montaña. Se poder ahora estar en ahí, de poder subir, ¿no? esas rocas, pisar un poco de nieve…
[Cecilia]: Emocionada por lo que vendría, se colgó al hombro su aguayo, la manta tradicional en que las aymaras cargan sus cosas. En él llevaba ollas, vajilla, alimentos y un hornillo de metal. Ya estaba acostumbrada a cargar todo ese peso sobre su espalda. Masticó un poco de coca para tener energía y, junto a su marido, otros guías, cocineras, y unos cuantos turistas, comenzaron la caminata de casi tres horas hasta Campo Alto, a más de 5100 metros.
Cuando dio el primer paso, Lidia se sintió bien.
[Lidia]: Según que yo iba ya caminando esa sensación aumentó, aumentó y entonces parecía para mí que más o menos estaba como en una libertad y tener una emoción muy, muy, muy linda de estar por primera vez en la montaña.
[Cecilia]: Poco a poco fueron apareciendo esos paisajes que siempre imaginó.
[Lidia]: El paisaje es, pues maravilloso, ¿no? A esa altura tú puedes admirar muchos glaciares, y también la vista que hay abajo y pequeñas montañitas también… Grietas, precipicios, como una laguna. Y un poco dificultoso ya, ¿no? El poder respirar y todo.
[Cecilia]: Difícil respirar porque a esa altura hay mucho menos oxígeno, claro. Pero Lidia se aclimató rápido y se puso a trabajar. Quería lucirse con los platillos que le había enseñado su mamá cuando era pequeña.
Desde Campo Alto, los picos que había querido conocer durante tantos años, estaban más cerca que nunca.
Desde ese día, esa fue su rutina. Cada vez que le asignaban una excursión salía muy temprano de su casa, cargaba todos los utensilios y alimentos hasta Campo Alto y se ponía a cocinar.
Dormía dos o tres noches a la semana en el refugio de la montaña, donde se despertaba un poco antes de la medianoche para prepararle el desayuno a los escaladores. Salían a la una de la mañana, porque a esa hora la nieve y el hielo están compactos. Es el momento más seguro para subir los glaciares.
Lidia los observaba atenta mientras se ponían sus abrigos, sus botas, tomaban sus piquetas y sogas, y salían con sus guías hacia la cima. Pero jamás los acompañaba. Se quedaba ahí, en Campo Alto. Cuando los turistas regresaban de la excursión, unas horas más tarde, ella los esperaba con la comida lista.
[Lidia]: Cuando llegaban ya al refugio se veían muy felices pero yo me preguntaba, ¿no?, ¿por qué llegarán tan contentos, qué cosa habrá en la cumbre?, yo decía, ¿no?
[Cecilia]: Pero no se atrevía a preguntarles nada. Y es que, en un principio, no le fue fácil adaptarse a trabajar con personas que venían de diferentes partes del mundo. Italia, Francia, Corea, Estados Unidos…
[Lidia]: Era muy tímida, ¿no?, de hablar con los turistas y todo, porque me daba tal vez un poco de miedo. Y yo decía ay, no, es que tal vez les voy a hablar mal y me va a criticar. Y tantas esas dudas que yo tenía, ¿no?
[Cecilia]: También le daba miedo que no les gustara la comida que ella preparaba. Sin embargo, los turistas dejaban siempre sus platos vacíos.
[Lidia]: Me decían: “Qué rico has cocinado, Lidia. ¿Tienes un poco más? Yo quisiera comer” (risa).
[Cecilia]: Esos elogios hicieron que poco a poco entrara en confianza y se sintiera más cómoda con los turistas extranjeros. Incluso más que con los propios bolivianos, con los que a veces se sentía maltratada.
[Lidia]: En nuestro país siempre había discriminación, ¿no? Es con nuestra propia raza, con nuestra propia gente. «Eres mujer de pollera, mujer indígena».
Pero los turistas extranjeros sí, ¡uh! Jamás yo he tenido discriminación de… de un turista, nada. Ellos sí aceptan nuestra cultura y todo, ¿no? Bueno, hasta nuestra vestimenta les llama mucho la atención a ellos.
[Cecilia]: Los turistas le preguntaban sobre su pollera, su cultura, y a Lidia le gustaba conversar con ellos. La hacían sentir bienvenida. Y siempre le hacían la misma pregunta:
[Lidia]: “¿Tú has ido siquiera has hecho una montaña, algo?”, me decían. “Porque si vos vives acá, y entonces mirá dónde está la montaña, lo tienes a… ahicito está la montaña», me decían.
[Cecilia]: “Hacer una montaña”, es decir, conquistar su cima. Cuando le preguntaban esto, ella les respondía…
[Lidia]: «No», yo les decía, «no, no, no puedo hacer». No podía costearme el equipo. El equipo que es muy caro, ¿no?
[Cecilia]: Eso era cierto, pero también había una parte de ella que dudaba poder llegar hasta la cima. A pesar de que cada vez que iba a la montaña, hacía una caminata larga y pesada hasta el refugio, que ya era un poco más del ochenta por ciento del trayecto.
Pero mientras más hablaba con los turistas, más curiosidad tenía de saber cómo se veía el mundo desde la cima del Huayna Potosí. Qué había allí que atraía a tantas personas de diferentes partes. Y se decía a sí misma…
[Lidia]: Algún día quisiera ir y quisiera ver qué hay en… allá.
[Cecilia]: Lidia pensaba en eso, pero se seguía sintiendo lejos de lograrlo, y le preocupaba qué pasaría con sus hijas si le pasaba algo. Estaba a solo novecientos metros de la cima, más cerca que nunca en su vida. Y, sin embargo, pasarían otros quince años antes de que diera el primer paso hacia ella.
Una tarde de diciembre de 2015, ya con sus hijas más grandes y cuando tenía cincuenta años…
[Lidia]: Yo ya dije, ¿no?, ahora sí quiero subir a la montaña.
[Cecilia]: Llegar a esta decisión había sido todo un proceso. En cierto modo, llegar a los cincuenta era parte del cálculo. O lo hago ahora, o nunca. Pero había algo más. Después de experimentar y ser testigo de tanta discriminación, llegar a la cima se fue convirtiendo, de cierta forma, en un acto de protesta. Una manera de demostrar que las mujeres como ella, las cholas, sí podían.
[Lidia]: Porque realmente también yo estaba muy enojada, ¿no?, con todo lo que veía tanta discriminación hacia la mujer de pollera. Tanto racismo. Había mucho feminicidio y todo, ¿no?, aquí en mi país.
[Cecilia]: Bolivia es el país de Suramérica en el que los hombres matan a más mujeres. Se produce un feminicidio cada dos días. La violencia es brutal y las aymaras la sufren incluso más que el promedio.
[Lidia]: En varias ocasiones he visto ¿no?, a otras mujeres, ¿no?delante de mí como la maltrataba, a mí… Y a mí no me gustaba eso para nada.
[Cecilia]: En su caso, aunque Elio era el que mandaba en la casa, el que había tomado decisiones sobre su vida y su carrera, él la trataba bien y la respetaba. Pero esto no era lo común entre sus conocidas, que sufrían muchos maltratos por parte de sus maridos. Hubo un caso de violencia de una amiga muy cercana que la marcó más que ninguno.
[Lidia]: Y sufría mucho ella. A mí no me gustaba para nada el trato que le daba su esposo. Incluso, bueno, hasta le apuñaló en la pierna con el cuchillo. Y entonces todo eso me impactó mucho a mí.
[Cecilia]: Lidia trataba de conversar con su amiga y le aconsejaba que lo dejara. Pero sentía que era muy difícil hacerla reaccionar.
Entonces se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era romper con esa idea de que la mujer de pollera debía ser obediente.
[Lidia]: De esa manera yo bueno, he tomado la decisión de poder hacer, ¿no?, el trabajo de un hombre.
[Cecilia]: Y lo iba a hacer desde su lugar: las montañas.
[Lidia]: Pa’ que pueda demostrarles, ¿no? Que no solo un hombre puede hacer esta clase de deporte. También una mujer puede hacer y con la vestimenta que una tiene, ¿no?
[Cecilia]: Pero no quería hacerlo sola. Así que empezó por contarle su plan a su amiga Domitila, que también trabajaba en la montaña como ella.
[Lidia]: Y me dice: «Claro, sí, yo quiero ir». “Puedes hacer un grupito de unas cuatro o cinco personas para que podamos escalar”, me dice.
[Cecilia]: Lidia comenzó a reclutar cocineras, cargadoras de equipaje y esposas de otros guías que trabajaban en el refugio, porque sabía que ellas también querían conocer qué había en la cima. Solo necesitaban un empujón.
[Lidia]: He dado el primer paso para convocarles, ¿no? A mis compañeras. De poderles decir: «Podemos subir a la montaña. Siquiera vamos a ver y cómo es allá».
[Daniel]: Algunas le dijeron que no, porque sus maridos no se lo permitían. Pero otras, muy entusiasmadas, le respondieron que sí enseguida. Y así, cuatro de sus compañeras decidieron sumarse.
Lidia tenía ya su grupo de escaladoras armado. Todas aymaras, que subirían con sus polleras, enaguas, trenzas, mantas y sombreros tipo hongo. Ahora vendría lo más difícil: prepararse para su aventura. Ya volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, la cocinera Lidia Huayllas decidió que quería subir a la cima del Huayna Potosí, una de las montañas más altas de Bolivia. Así que reunió a un grupo de mujeres aymaras y decidieron hacerlo juntas.
Cuando Lidia le contó su plan a su marido, él dudó que pudiera lograrlo.
[Elio]: Porque, como estaba un poco gordita, dije tal vez no va, no, no… están adaptadas aquí, aclimatadas, ¿no? Pero técnicamente no estaban, pues era su primera salida. La altura es allá llegando a la cumbres es mucho más difícil.
[Daniel]: Los demás guías también dudaban de ellas. Se lo decían a Elio todo el tiempo.
[Elio]: «No, qué van a hacer» Estaban con esa… como decir, como… como una burla, digamos. «No van a poder».
[Daniel]: También encontró resistencia en su familia.
[Lidia]: Y mi mami me dice: «Vos, agh, siempre con tus locuras», ¿no?, me dice: «Porque ni a la edad que tienes, ni quien te pare, pues», me dice mi mami (risas).
[Daniel]: Y es que el trabajo físico de un escalador es muy demandante. Se necesitan muchas horas de entrenamiento para adquirir agilidad, resistencia y conocimientos técnicos. Pero estaba convencida.
[Lidia]: Y yo le digo: Lo tengo que intentar», «si no voy a intentar, siempre me voy a quedar con esa duda de no poder subir».
[Daniel]: Cecilia nos sigue contando.
[Cecilia]: Viendo lo convencida que estaba Lidia de llegar a la cima del Huayna Potosí, Elio cambió de opinión.
[Lidia]: Y entonces me dice mi esposo: «Bueno, si vos decides a ir, bueno, vamos», me dice. «Yo te voy a acompañar por primera vez en tu escalada. Y entonces ya, vamos».
[Cecilia]: Elio se ofreció a ser el guía del grupo que Lidia había armado. Así que ella comenzó a organizar los detalles que faltaban para su excursión: contratar el minibus que las llevaría hasta la montaña, comprar los alimentos y conseguir los equipos. En total, el viaje le costaría al grupo un poco más de doscientos dólares y las mujeres quedaron en que cada una pagaría sus gastos.
Lidia le pidió prestado a su esposo unos crampones, que son unas puntas metálicas que se colocan en la suela de los zapatos para no resbalarse en las superficies heladas. Elio también le prestó un par de botas en desuso, muy grandes para ella.
[Lidia]: Me he tenido que poner unas botas bien viejitas. Una talla de cuarenta más o menos de la bota, ¿no? Porque no me calzaba ni con tres medias y yo dije no importa yo me pongo esto y voy a la cumbre.
[Cecilia]: Ninguna de las cinco escaladoras necesitó entrenamiento físico. Subían por lo menos dos veces por semana 5100 metros. Y aunque los novecientos que faltaban eran los más duros, se sentían preparadas para soportar la falta de oxígeno. Pero igual sabían que les esperaban varios retos y peligros: terreno rocoso, nieve, hielo, glaciares…
Las mujeres realizaron un curso básico de supervivencia, dictado por sus maridos.
[Lidia]: Nos han enseñado cómo pisar el grampón y también cómo ponernos la cuerda y cómo manejar el piolet…
[Cecilia]: El piolet es una herramienta de mano con forma de gancho, que sirve para aferrarse en caso de perder el equilibrio. Además, les enseñaron cómo debían escalar el último trayecto de la excursión, el más difícil.
[Lidia]: Porque había en el glaciar, una parte de hielo y entonces es más peligroso y teníamos que pisar bien el grampón para que pueda agarrar.
[Cecilia]: Lidia y sus compañeras aprendieron rápido. Mientras se preparaban, su plan llegó a los oídos de un periodista de la cadena de noticias AP. Él les propuso acompañarlas para documentar su primera escalada y ellas aceptaron. Querían que todo mundo supiera lo que iban a lograr.
Después de una semana de preparativos, llegó la noche previa al inicio del ascenso. Lidia improvisó en el patio de su casa una Challa, una ceremonia ancestral, para pedirle a la Madre Tierra que le diera permiso para subir la montaña.
Primero derramó licor en el suelo, en busca de protección. Después prendió una fogata y quemó unas hojas de coca a modo de ofrenda, mientras decía en aymara…
[Lidia]: (Idioma Aimara)
[Cecilia]: Dice: “Déjanos subir. Danos paso, por favor. Queremos hacer nosotras cumbre, ¿nos puedes dar ese paso que queremos nosotras?”
[Lidia]: Así le decimos al… a nuestro a… Achachila (risa).
[Cecilia]: Los Achachilas son los antepasados que habitan las montañas. Junto con la Pachamama, son los grandes protectores del pueblo aymara. Lidia creía que si debía pedirle permiso a alguien para subir esa cumbre, era a ellos. Así que les pidió buen clima y que no les pusieran obstáculos.
Y con esa petición, a las siete de la mañana del día siguiente, Lidia partió desde El Alto hacia el Huayna Potosí. Iba con cuatro cholas y algunos de los esposos guías. Era el 16 de diciembre de 2015.
Después de una hora de viaje en la minivan, llegaron a Campo Base, y desde ahí partieron a pie a Campo Alto, donde habían trabajado durante tantos años. Pero esta vez el trayecto se sintió distinto.
[Lidia]: Porque ya no estábamos yendo a trabajar, sino que estábamos yendo ya como un hobby para nosotras, ¿no? Para ir a ver realmente qué, qué había allá y cómo era, ¿no? Ir a conocer y degustar del paisaje. Y bueno, nosotras muy felices, ¿no?
[Cecilia]: Cada una cargó su equipo de montaña en su aguayo. Llevaron licor para hacer una challa de agradecimiento en la cumbre y algunos refrigerios, como chocolate, maní, agua y hojas de coca, para evitar el mal de altura.
Pero no solo se pusieron las ropas de montañismo que normalmente se usan para este tipo de ascenso.
[Lidia]: Siempre queríamos escalar así, ¿no? con nuestras polleras. Nosotros, queríamos dar, ¿no?, el mensaje que, que todos nos vean, ¿no? Cómo estamos escalando, ¿no? Con nuestra ropa aymara. Tal cual somos la mujer boliviana, ¿no? la chola paceña.
[Cecilia]: Ese día, Lidia llevaba puesta una pollera delgada y liviana. Era amarilla y blanca. Debajo llevaba medias largas y calientes, y un buzo para soportar el frío de la montaña, que en diciembre puede llegar a nueve grados bajo cero. Además de las mantas típicas de su vestimenta, llevaban cascos y lentes polarizados.
Caminaron durante casi cuatro horas hasta que llegaron a Campo Alto, alrededor del mediodía. Se sacaron sus aguayos, se instalaron en el refugio y comenzaron a preparar la comida. Ahí, Lidia recibió una sorpresa.
[Lidia]: Yo me acuerdo que era las seis de la tarde, entonces empezaron a llegar más compañeras, ¿no?
[Cecilia]: El plan de llegar a la cima había circulado de boca en boca, y varias de las mujeres aymaras que trabajaban en la montaña no se lo querían perder. También querían subir.
[Lidia]: Me sentí muy, muy feliz porque también ellas han creído en mí, ¿no? Y formáramos un grupo muy grande de las once cholitas. Estaba muy emocionada y feliz de que crean en mí.
[Cecilia]: Ya entrada la noche, extendieron sus bolsas de dormir en las camas del refugio. Tenían que acostarse temprano porque debían levantarse a la medianoche. Fue ahí que Lidia se sintió nerviosa.
[Lidia]: Esa noche a mí no me daba ni sueño porque más estaba pensando. Cómo voy a subir y una por primera vez no conoce nada. Yo también un poquito dudaba y ahora si va a ser un poco muy difícil…
[Cecilia]: Pero se tranquilizó pensando que, si el camino era muy difícil, ella llegaría hasta donde aguantara. Lo importante era intentarlo. Y se quedó dormida.
A las doce de la noche del diecisiete de diciembre, se despertaron, desayunaron y empezaron a ponerse los equipos. Era un ritual que habían visto hacer a los turistas muchísimas veces.
Cerca de las dos de la mañana, junto a sus diez compañeras y algunos de sus esposos guías, Lidia comenzó el ascenso. Iban casi a oscuras, solo los iluminaban las linternas que llevaban en sus cascos.
El primer tramo se les hizo fácil, fue más bien una caminata. Pero a partir de los 5500 metros el trayecto empezó a ser más difícil. Tenían que atravesar un glaciar muy resbaloso, cerca de un precipicio. Si pisaban mal, se podían desbarrancar.
[Lidia]: Realmente, por primera vez, he sentido miedo. Y bueno, como también mi esposo me dijo: «Si podrás llegar a la cima o no?».
[Cecilia]: Comenzó a dudar de si misma. Pero estar acompañada la ayudó.
[Lidia]: Todo entre amigas era: «Eh, vamos chicas. Ya apúrense», esa clase de… de ánimos que… que también me daban mis compañeras. Eso hacía que yo deje ya el mi… miedo a un lado. Y estar más confiada, ¿no?
[Cecilia]: Juntas, lograron atravesar el glaciar a salvo. Ya habían caminado más de cinco horas y empezaba a salir el sol. El paisaje que desde chica había soñado ver de cerca, ahora se encontraba ahí, frente a ella.
[Lidia]: Alrededor se veía, pues, pura nieve. Y a esa altura también ya estás admirando esos lindos paisajes que van quedando debajo de… de ti.
[Cecilia]: Ya solo le faltaban unos quinientos metros para llegar a la cima.
[Lidia]: Había una, una neblina debajo de nosotros. Y también justamente pasaba un avión, ¿no? Y cuando pasaba el avión y estaba más… más bajo que nosotros, todavía el avión. Y todas esas cosas, ¡guau!, para… para mí me impactó mucho, ¿no?
[Cecilia]: Eran las siete de la mañana y la cima puntiaguda, empinada, estaba a pocos metros. La nieve, cada vez más espesa, mojaba sus polleras.
[Lidia]: Teníamos que hacer como una fila, ¿no? Para que todas podamos ver y llegar ahí al filo de la cresta.
[Cecilia]: Una por una, avanzaron por el estrecho camino, hasta tocar lo que pensaban inalcanzable.
[Lidia]: Llegamos a la cumbre y bueno, gritamos, nos abrazamos. Nos hemos puesto a llorar. Y tantas emociones que hemos sentido cada una de nosotras. Yo me sentía como en un paraíso, ¿no? Más o menos. Tal vez como un cóndor, un águila, ¿no? Tal vez de llegar a tan altura. O sea que me sentí la mujer más libre del mundo (risa).
Desde ese momento dije: «No, yo no, ya no dejo más la montaña, quiero seguir». Y estoy muy enamorada, pues de… de las montañas, ¿no?
[Cecilia]: Cuando la nieve comenzó a derretirse, Lidia y sus compañeras iniciaron el descenso. Todavía se encontraron con algunos peligros, como que el hielo era más resbaloso, pero se sentían capaces de sobrepasar cualquier cosa.
Al llegar a Campo Alto, compañeros, familiares y turistas las recibieron y felicitaron. No solo habían llegado a la cumbre, les había tomado solo dos días. Un tiempo récord para unas principiantes como ellas, porque generalmente los turistas lo hacen en tres. No podían más de la felicidad.
Al día siguiente, Lidia organizó una reunión en su casa para celebrar con sus compañeras, y ahí aprovechó para hacerles una propuesta.
[Lidia]: Y yo les dije, ¿no?: “Ya que hemos hecho la primera montaña, entonces, por qué no hagamos la segunda montaña”.
[Cecilia]: Aceptaron de inmediato. Estaban emocionadas con la idea de un nuevo reto. Pero Elio les propuso una meta aún más ambiciosa: subir 8 montañas superiores a seis mil metros de altitud, un desafío común para los montañistas. A ellas les encantó la idea.
Así, la expedición que había surgido como un desafío personal de Lidia, rápidamente se transformó en un proyecto más grande. Y para hacerlo oficial, solo faltaba ponerse un nombre…
[Lidia]: Y entonces yo le digo ¿por qué no las Cholitas Escaladoras?
[Cecilia]: A todas les sonó bien, y un 18 de diciembre de 2015 nacieron “las Cholitas Escaladoras de Bolivia”. Querían conquistar los seis picos más altos de Bolivia, el Aconcagua en Argentina y el monte Everest, en Nepal, la montaña más alta del mundo, con casi nueve mil metros de altura.
Se sentían imparables. Pero la segunda montaña, y las que vendrían, serían mucho más complicadas, y no solo por la dificultad de la escalada, sino por la discriminación de los guías hombres. Y es que ahora el proyecto de Lidia y sus compañeras era más ambicioso, con más atención mediática.
[Lidia]: Como ellos decían, ¿no? «Cómo una mujer de pollera va a estar subiendo, pues a… a la montaña. La mujer siempre tiene que estar en su cocina. Pienso que están haciendo mal pues al querer dejarles que ellas vayan a escalar”.
[Cecilia]: Justamente por comentarios como ese había querido subir el Huayna Potosí, en primer lugar. Pero parecía que no había sido suficiente. Las críticas, contrario a detenerla, la impulsaron más. Y animó a sus compañeras a seguir.
[Lidia]: Les digo: “No, no importa, vamos. ¿Y por qué también les vamos a hacer caso? A… a palabras necias, oídos sordos. Así que vamos».
Yo pienso que para todos es la montaña, que no solamente para unos cuantos.
[Cecilia]: Con esos ánimos, comenzaron a prepararse y a ahorrar dinero para la segunda montaña: el Acotango. Un volcán de 6050 metros con forma de cono, ubicado en el departamento de Oruro, justo en la frontera con Chile. Un volcán que, se cree, pudo ser un santuario inca.
Pero cuando Lidia y sus compañeras se acercaron a un dirigente del pueblo para pedirle acceso a la montaña, se toparon con una idea absurda.
[Lidia]: Y entonces esa persona también nos dice: “¿Cómo ustedes quieren estar yendo a escalar? Si una mujer sube así vestida de pollera… Bueno, se… ya no va a haber ni nieve, no va a haber ya nada, creo que en esta montaña”.
[Cecilia]: En Bolivia y en varios países de América Latina, todavía es posible toparse con supersticiones de este tipo: que las mujeres traen sequías, secan los pozos de agua, desaparecen la nieve.
Esta discriminación no era nueva en sus vidas. Pero esta vez iba a ser diferente. Lidia les dijo a los dirigentes del pueblo…
[Lidia]: No nos discriminen así. Uno también es libre, pues de… de poder escalar. ¿Y nosotras qué estamos haciendo?, sólo queremos subir con nuestra vestimenta. Porque todavía otros tienen acceso y a nosotros no nos quieren dejar.
[Cecilia]: Después de una hora de negociación, Lidia logró que las dejaran escalar. Los convenció con la promesa de publicitar la montaña en la próxima entrevista que les hicieran. Ya estaba circulando el reportaje de AP, y eso a los dirigentes les gustó. De esta manera, les dieron vía libre a la Cholitas Escaladoras para poder subir, y Lidia sintió que se estaban acercando a su objetivo.
[Lidia]: Yo pienso, ¿no? que bueno, hemos tenido que romper un poquito, ¿no? Las tradiciones que ellos tienen allá en su pueblo y todo, ¿no?
[Cecilia]: Escalaron la segunda montaña sin problemas. Pero cuando regresaron a El Alto, el conflicto con los guías que trabajaban con ellas se agudizó.
[Lidia]: Varios guías ya empezaron ya a criticarnos… Eh… Bueno, como siempre ese machismo, ¿no? Y de esa manera, un poquito, casi todos los guías se agarraron conmigo, ¿no?
[Cecilia]: Y le decían cosas como…
[Lidia]: «Ay, no. Esa doña Lidia siempre quiere llevar. Y quiere hacerles así a las mujeres ¿Cómo podemos permitir?» Bueno, los hombres hablaban así.
[Sergio López]: Ha sido una gran sorpresa pues tener a las señoras o cholitas que deseaban hacer montaña.
[Cecilia]: Este es Sergio Augusto López. Es boliviano, tiene 53 años y es un guía experimentado de montaña. Ha trabajado muchos años con Lidia, su esposo y los demás guías.
[Sergio]: No pensábamos que la pequeña iniciativa de, se haya vuelto pues un proyecto para que se abran las puertas para ellas y querer escalar montañas. Y bueno, y querían hacer muchas más cosas.
[Cecilia]: Esto a muchos guías no les gustaba, porque veían el proyecto de Lidia y de las demás mujeres como una amenaza a su concepto de familia.
[Sergio]: Específicamente la chola o la cholita siempre ha sido, pues objeto de que ellas siempre sean amas de casa, mujeres del hogar, que atiendan niños, que hagan el almuerzo, que vean la educación de los niños. Entonces ha influido bastante eso del machismo en que no se acepten rápido las cosas.
[Cecilia]: Algo que también molestaba a los guías era que creían que las cholas habían llegado a la actividad de una manera más fácil, sin haber tomado cursos como ellos. Les parecía injusto que ellos se prepararon por años con guías extranjeros y ellas, que no lo habían hecho, quisieran hacer un proyecto de esa magnitud.
A pesar de toda la resistencia, Lidia les insistía a sus compañeras.
[Lidia]: Yo les decía, ¿no? Ustedes no son, pues compradas nada también. Y entonces cada una decide, pues si quiere ir o no a la montaña», les decía.
[Cecilia]: Pero los maridos de varias no cedieron.
[Lidia]: Ya les prohibían salir y… ir a la montaña y tal vez una de las compañeras, los esposos se han puesto violentos y todo, ¿no? Y de esa manera bueno muchas compañeras, ya no quisieron venir. Se alejaron ya y solo se quedaron en sus casas.
[Cecilia]: De las once escaladoras, quedaron seis, incluída Lidia.
Ella no tuvo ese problema porque después del Huayna Potosí, Elio las apoyó. Las ayudaba a practicar en los glaciares y a prepararse para sus próximas escaladas. Pero esto le trajo problemas a él.
[Elio]: Me han hecho bullying a mí. «Bueno, eres un», no sé cómo le llama allá, pero aquí le llaman mandarina a uno que, digamos, está constantemente con su mujer, ¿no? Me decían, ¿no? Que por mi culpa las mujeres habían subido, que yo le he dado mucho lugar a eso.
[Cecilia]: Esas críticas comenzaron a tener un impacto directo en su vida. La principal fuente de trabajo de los guías viene de la autogestión de las excursiones, a través de contactos personales y de las agrupaciones que regulan la actividad. Pero como Elio era de los pocos que estaban apoyando a las cholitas, ya no lo contrataban para las excursiones. Lidia y él se quedaron casi sin clientes.
Incluso le costó su puesto como presidente de la Asociación Andina de Promotores de Turismo en Aventura y Montaña.
[Elio]: Como las bases decían: «Bueno, Don Elio se está dedicando mucho más a las cholitas que a los guías de montaña, ¿no? Entonces vamos a cambiar». Después de eso también me costó el puesto de presidente.
[Lidia]: He dudado yo en seguir, porque… Bueno, al ver que no, ya no tenía mi esposo trabajo. Y entonces, eh, no tener ese dinero y, eh, me ponía mucho a pensar a mí y me ponía a la vez muy triste ¿no?
[Cecilia]: Pero mientras evaluaba si abandonar o no su proyecto, Lidia recibió una noticia. Una productora de cine de España había recolectado fondos para financiar un viaje que las Cholitas Escaladoras soñaban hacer: ir hasta la Argentina para escalar el Aconcagua, de casi siete mil metros, la montaña más alta de América. La idea era hacer un documental sobre ellas intentando conquistar la cima.
Sin pensarlo dos veces, comenzaron a preparar la excursión. En enero de 2019, Lidia y otras cuatro cholitas viajaron en avión al oeste de Argentina.
[Lidia]: Juntamente con mis compañeras comentábamos, ¿no? ¡Guau! Hemos salido de Bolivia por primera vez. Y todas emocionadas, pues.
(SOUNDBITE DE “CHOLITAS” DE ARENA COMUNICACIONES)
[Cholitas]: Fuerza… A la bin, a la ban, a la bimbomban ¡Cholitas, escaladoras, ra, ra, ra!
[Cecilia]: Los guías que las recibieron les dijeron que no era seguro que pudieran llegar a la cumbre, por las condiciones extremas de la montaña. Y es que en ella se enfrentarían a temperaturas de hasta veinte grados bajo cero y vientos feroces, que habían reventado las carpas de otros turistas.
[Lidia]: Yo sentía también un poco de miedo, ¿no? Me imaginaba que era muy difícil, porque como me contaban que ya iba a perder los dedos, que no voy a poder llegar…
[Cecilia]: Pero eso no las detuvo. Se instalaron en un refugio, en donde jugaron fútbol, cocinaron, bailaron y cantaron, mientras esperaban que la montaña les permitiera subir. Ahí recibieron también las instrucciones de los guías.
Una mañana, después de siete días de recorrido, al fin pudieron comenzar su ascenso. De las cinco cholitas, solo dos hicieron cumbre. Lidia no fue una de ellas, porque cuando estaba a unos doscientos metros, empezó a sentirse mal.
[Lidia]: La última parte era un poquito dificultoso porque en hay ya estamos sintiendo un poco ya de tal vez del oxígeno y todo, ¿no? Porque ya no nos dolía la cabeza, eh… Otras compañeras tenían náuseas. Y también había un olor, un olor a… a azufre, muy feo.
[Cecilia]: Y aunque hubiera querido seguir hasta la cima, no le quedó más que regresar.
[Lidia]: Tuvimos que derramar tantas lágrimas ahí y… Bueno, pues ya no tenemos que conformarnos, nomás que no podíamos hacer más. Pero hasta donde he llegado, yo me siento muy feliz.
[Cecilia]: No era para menos. A sus 53 años había llegado a 6 mil 700 metros de altura. Además, no se trataba de que ella llegara a la cima, sino de que Las Cholitas Escaladoras pudieran lograrlo.
[Lidia]: Y para todo el grupo era como haber llegado toditas a la cima.
[Cecilia]: Su expedición tuvo una gran repercusión dentro y fuera de Bolivia y apareció en varios medios de comunicación. Todos querían entrevistar o hablar de las Cholitas Escaladoras.
(SOUNDBITE DE NOTICIEROS)
[Presentadora]: Bueno, y tenemos cholitas andinistas de las cuales nos sentimos sumamente orgullosos.
[Periodista]: But now Bolivia indigenous women are reaching new peaks and they’re doing it in their own style.
[Presentadora]: Comadres, compadres (habla en aymara) Cholitas Escaladoras.
[Presentadora]: La hazaña la hicieron estas cinco indígenas aymara de Bolivia, subieron el Aconcagua en Argentina.
[Cecilia]: Su logro impresionó a muchos. El presidente boliviano de entonces, Evo Morales, escribió en su cuenta de Twitter: “Muy contento por la hazaña alcanzada por nuestras cinco hermanas “cholitas escaladoras”, que lograron llegar a la cima del Aconcagua, el pico más alto del continente. Son un orgullo para Bolivia”.
Incluso una cantante escocesa compuso una canción en su honor.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN CHOLITAS)
[Cantante]: We are the Cholita climbers, we reach for the sky. When we climb a mountain, freedom we find.We are the Cholita climbers…
[Lidia]: Me sentí muy feliz porque ese desafío que yo ya he hecho estaba dando frutos.
[Cecilia]: A partir de entonces, los turistas que iban a Bolivia pedían subir con las Cholitas Escaladoras a las montañas. Y ellas empezaron a participar en excursiones como acompañantes.
Aunque su fama molestó a los otros guías, eso no duró mucho. Porque unos meses después de su ascenso al Aconcagua, la visibilidad que lograron las Cholas empezó a favorecer a todos los trabajadores de alta montaña.
[Lidia]: Nos hemos hecho conocer, también más personas ya conocen Bolivia. Hasta los mismos bolivianos, ¿no? Antes no sabían qué era la montaña… Pero ahora, como ya a nosotras nos han visto ya escalar y hacer esta clase de deporte extremo. Ya es más conocida en nuestras montañas y todo, ¿no?,
[Cecilia]: Los guías, poco a poco, fueron dejando su actitud hostil. Y gracias a las cholitas hasta consiguieron algo que habían querido hacer por muchos años: presentar ante el Ministerio de Educación de Bolivia un proyecto para convertir su oficio en profesión.
Después de cinco años escalando, Lidia y sus compañeras se han ganado el respeto de quienes no creían en ellas.
[Lidia]: Como muchas personas me han dicho a mí que tal vez yo no podía ser. Pero sí, yo les he demostrado con hechos y no palabras.
[Cecilia]: La misma Lidia también ha cambiado. Ya no es esa mujer callada y obediente que solía ser.
[Lidia]: Ahora que bueno ya he empezado a escalar, he hecho muchas cosas, ¿no? Ya no pienso de la misma manera ahora, ya. Un día ya tomé la decisión de decirle “no, yo no puedo hacer lo que tú quieras”. Yo voy a hacer ya lo que yo quiera también. Y ya más o menos él ya acepta todo lo que tal vez yo ya, ya digo, ¿no?
[Cecilia]: Si bien las mujeres de pollera todavía son marginadas en Bolivia, hoy existe un movimiento potente que reivindica lo indígena y que se rebela. Y las Cholitas Escaladoras han aportado a esa lucha. Incluso otras aymaras, inspiradas por el grupo que coordina Lidia, se han animado a escalar montañas y a trabajar con turistas por su cuenta.
Tanto es así, que hoy hay un mural de Lidia en una escuela de La Paz, uno de esos lugares que solían prohibir la ropa tradicional aymara. Pero en el mural, Lidia aparece vestida con su pollera. Lleva un casco con linterna, una soga colgando de sus hombros y un piolet en sus manos. La pintura está acompañada por una frase que ella siempre repite:
[Lidia]: La cima es para todos.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN CHOLITAS)
[Cantante]: We are the Cholita climbers, we reach for the sky. When we climb a mountain, freedom we find.We are the Cholita climbers…
[Daniel]: Lidia Huayllas y las Cholitas Escaladoras conquistaron siete de las ocho montañas que se habían propuesto. Actualmente el grupo está conformado por 16 mujeres.
Su próximo proyecto es ir al monte Everest que, con una altitud de 8.848 metros, es considerado la joya de la corona para los escaladores.
Pero además de alpinista, en el camino Lidia se ha transformado en una líder política. A inicios de este año, 2021, decidió lanzarse para ser concejala de su ciudad, El Alto y ganó. Su mandato comienza el 3 de mayo. En su campaña prometió seguir luchando por los derechos de las mujeres de pollera.
Este episodio fue producido por Cecilia Diwan y Lisette Arévalo. Cecilia es periodista y vive en Buenos Aires, Argentina. Lisette es productora de Radio Ambulante y vive en Quito, Ecuador.
Un agradecimiento a la antropóloga boliviana del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Teresa Arteaga, por su ayuda con este episodio. Gracias a Arena Comunicaciones por permitirnos utilizar audios de su documental “Cholitas”.
Esta historia fue editada por Camila Segura, Nicolás Alonso y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Desirée Yépez hizo el fact-checking.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Rémy Lozano, Miranda Mazariegos, Hans-Gernot Schenk, Barbara Sawhill, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.