Las llaves | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Una advertencia: este episodio contiene escenas de violencia de género.

Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. 

Esta historia arranca en un apartamento. En el centro de Maracay, en Venezuela. Es un lugar pequeño, que está casi siempre a oscuras: las ventanas están cubiertas por cortinas gruesas, así que de día apenas entra la luz del sol. Solo hay tres bombillos en la casa: en la cocina, en el baño y en el dormitorio. El otro espacio, la sala, está siempre a oscuras. 

Y por más de una década… cualquiera que lo viera desde afuera, pensaría que está desocupado, quizás en alquiler o esperando a que lo vendan. Los vecinos nunca ven a nadie, ni en el pasillo, ni asomado a la ventana. Solo escuchan, a veces, el murmullo de una radio, que suena muy bajito. Y aunque el apartamento parezca vacío, ahí vive una mujer. Su nombre es Morella León y, desde hace años, sus días son todos iguales.

[Morella León]: Levantarme, prender el radio, ir al baño, tender la cama, limpiar el apartamento, preparar el desayuno, cepillarme los dientes, fregar, sentarme a ver televisión, seguir con el radio prendido…

[Daniel]: Esta rutina se interrumpe solo algunas veces, cuando llega a visitarla un hombre. En Maracay, muchos lo conocen como el Gordo Matías. Pero para ella, él es Enrique. Matías… o Enrique… llega sin avisar. Tiene sus propias llaves, así que tampoco necesita golpear.  Es seis años mayor que ella y siempre que va al apartamento le lleva comida, papel higiénico y productos de limpieza. 

En el apartamento, Morella tiene un teléfono celular, que solo usa para llamarlo a él. También hay unas llaves, que cuelgan de un clavito al lado de la puerta. Pero Morella no se anima a usarlas. Algunos días, las mira durante horas, pero no las toca, ni siquiera para quitarles el polvo. 

Y es que Morella no sale del apartamento. 

Nunca. Jamás. Por nada del mundo. 

Una breve pausa y volvemos.

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Esta historia fue producida por Emilia Erbetta y reporteada por Mariana Zúñiga. 

Mariana nos cuenta.

[Mariana Zúñiga]: La vida de Morella no siempre fue así. Nació en 1970 en Valencia, como a una hora de Maracay. Eran cinco hermanos: cuatro mujeres y un hombre, y Morella era la menor. Y aunque sus papás se separaron cuando ella todavía era pequeña, tuvo una infancia feliz. Su papá los llevaba a pasear y el resto del tiempo estaban con su mamá, que se encargaba de que todo en la casa estuviera bien. Además, ella tenía dos trabajos: era docente y abogada, y llevaba todo con bastante rigor. Era estricta con sus hermanos, pero con Morella sentía una especie de debilidad. Era la consentida de todos.

Cuando era adolescente, Morella vivía con su mamá y dos de sus hermanas en un conjunto residencial. Durante la semana iba al colegio y los fines de semana se encontraba con sus amigas en el cine o en los centros comerciales. Otras veces iba a la piscina o a la playa con sus hermanas. Le encantaba tomar sol. 

En julio de 1987, cuando tenía 17 años y estaba a punto de graduarse del colegio, viajó a Maracay con una amiga. Las dos tenían planes de estudiar turismo allí y un amigo se ofreció a llevarlas. Llegaron a la ciudad, estuvieron un rato en el apartamento de su amigo y después buscaron una parada de autobús para ir hasta el centro. Querían aprovechar el día para buscar información sobre la carrera y conocer la ciudad. Después de todo, sus planes eran mudarse allí juntas en unos meses. 

Mientras esperaban el autobús, un chico paró su carro junto a ellas. 

[Morella]: Este hombre joven nos pregunta «Hola, ¿para dónde van?» Y entonces yo le contesto “Mira, nosotros vamos hacia el centro». 

[Mariana]: Él les explicó que si querían ir hacia allá, estaban en el lado equivocado de la calle y se ofreció a llevarlas. Morella y su amiga se miraron y después de un momento, bueno, se subieron al carro. En el camino se presentaron. Les dijo que se llamaba Enrique y  les preguntó de dónde eran. Morella le contó que venían de Valencia y que tenían planes de estudiar allí, en Maracay.  

Se fueron conversando todo el camino y él les fue mostrando la ciudad. Su amiga no hablaba demasiado, pero a Morella, Enrique le llamó la atención desde el primer momento en que se subió al carro… le pareció atractivo: tenía 22 años, piel blanca, ojos verdes y cabello castaño lacio, por los hombros. Era alto y bastante grande; la doblaba en tamaño. 

A Morella, algo en especial la cautivó:

[Morella]: Es un hombre que tiene una voz realmente impresionante…. voz casi como de locutor… además de que era bastante sonriente, él siempre iba en el camino hablando y sonriendo y muy relajado.  

[Mariana]:  Cuando llegaron al centro, él les pidió el número de teléfono. Morella, sin dudarlo, se lo dio. Y él le dio una tarjeta.

[Morella]: Entonces yo veo que en la tarjeta dice Matías, la inicial E., Salazar. 

[Mariana]: Matías Enrique Salazar. Ese era su nombre completo. Después de intercambiar números se bajaron del carro. 

[Morella]: Cuando nosotros nos despedimos, él me dijo «un día de estos te llamo, ¿quién quita que yo vaya a Valencia y entonces podamos salir a pasear?

[Mariana]: Esa tarde Morella y su amiga regresaron a Valencia y esa misma noche, Enrique la llamó. Conversaron un rato, y al día siguiente la volvió a llamar. Empezó a llamarla todos los días y menos de dos semanas después la visitó en Valencia. e vieron un puñado de veces ese primer mes y él le propuso que fueran novios.  

[Morella]: Yo le dije «Mira, si tú quieres salir conmigo, si tú quieres que yo, tu y yo seamos novios, yo quiero presentarte a mi familia, porque a  mi mamá le gusta que uno le presente a los novios». 

[Mariana]: Y así fue. Enrique llegó un día a la casa de Morella para una presentación oficial. A su mamá le impresionó que fuera mayor que su hija, pero Morella parecía contenta, así que al principio lo aceptó.

Pero muy rápido empezó a preocuparle la relación. Las visitas de Enrique eran demasiado tarde. Él salía de Maracay después del trabajo, así que llegaba tipo siete y se quedaba hasta después de las diez, once de la noche. Cuando regresaba a Maracay la llamaba desde un teléfono público y hablaban hasta la madrugada. Su mamá empezó a molestarse cada vez más… 

[Morella]: Morella esta no es hora para que tú estés hablando por teléfono. Morella esta no es hora para que él te esté llamando. 

[Mariana]: Y frente a los reproches, Morella, la hija consentida, por primera vez, empezó a confrontar a su mamá.

[Morella]: Yo le contestaba feo a mi mamá. Sentía que me estaban fastidiando mucho, que no me estaban comprendiendo, que lo mío era una situación especial porque yo tenía un novio que vivía en Maracay y entonces él me llama cuando puede y cuando puede es en cualquier momento. 

[Mariana]: Morella cuenta que Enrique le empezó a pedir que no saliera demasiado, porque él podía llamar y no encontrarla. Entonces dejó de hacer esas cosas que antes le gustaban tanto: ir al cine con sus amigas o sus hermanas, a la playa y a los centros comerciales. Ahora se quedaba todo el día en su casa, esperando que Enrique la visitara o la llamara. A su mamá, esto la desesperaba. 

[Morella]: Me decía «Morella, estás perdiendo el tiempo, se te está pasando el tiempo, ¿dónde están tus planes?” No es normal que tú estés encerrada en esta casa sola esperando a que ese hombre te llame. 

[Mariana]: Sus planes de estudiar al terminar la secundaria habían quedado suspendidos. Enrique le decía que no era momento de empezar la carrera porque si su mamá le pagaba los estudios, iba a controlarla. Que lo mejor era que comenzara una vez que se mudara con él en Maracay. Y él se haría cargo de esos gastos. 

[Morella]: Fue ahí cuando él comenzó a tratar de empezar a marcar distancia entre mi familia y yo. Y le fue resultando, porque yo fui distanciándome de mis hermanas y de mi mamá. Yo llegué un momento a aislarme tanto y a separarme de mi familia, que yo no hablaba con ellas estando en la misma casa. Así de sencillo. 

[Mariana]: Las visitas de Enrique se volvieron más y más incómodas para su familia. Él llegaba, Morella lo recibía y se instalaban durante horas en la sala. Enrique no le dirigía la palabra a nadie más que a ella. Nunca saludaba a la madre o a la hermanas, ni cuando llegaba ni cuando se iba. Algunas veces, apenas las miraba. A ella no le molestaba, porque estaba feliz de que él estuviera allí. 

Un día, Graciela, la hermana mayor, lo confrontó y terminaron peleándose muy fuerte. Después de eso, Morella recuerda que Enrique le dijo: 

[Morella]: «Yo estoy harto de tu familia». O sea, «no soporto más a esa gente”. Yo no vuelvo a subir a esa casa. Entonces vamos a hacer una cosa. Cuando yo venga a visitarte, yo te toco el intercomunicador y tú bajas». 

[Mariana]: De ahí en adelante, él tocaba el timbre, Morella bajaba y se iba durante horas. Cuando regresaba, siempre muy tarde, volvía a pelear con su mamá. 

Y así pasó todo el año 1988, presionada entre su familia y su novio. La situación en su casa era insostenible y ella estaba muy cansada. Casi no comía y dormía mal porque se quedaba hablando con él hasta la madrugada. 

En diciembre, unos días antes de Navidad, decidió que iba a hablar con Enrique. Había llegado a un límite. Aunque estaba enamorada, sentía que la única salida era alejarse de él y también de su familia. Cuando era pequeña, había vivido con su tía en el campo, quizás ahora podía irse donde ella por un tiempo. 

La noche del 22, Enrique la llamó por teléfono, y Morella le dijo lo que estaba pensando. 

[Morella]: Le digo mira, yo estoy muy cansada de esta situación, o sea, yo tengo más de un año con esta pelea constante. Yo estoy agotada. Entonces yo quiero terminar mi relación contigo y me voy a tomar un tiempo también con mi familia.  

[Mariana]: A Enrique lo tomó por sorpresa pero de inmediato reaccionó…. 

[Morella]: Entonces él me dice «Pero ¿cómo vas a terminar conmigo? Tú y yo tenemos demasiado tiempo haciendo planes como para que tú decidas que todo ya se va a acabar y ya…”

[Mariana]: Morella siguió insistiendo que no y finalmente logró colgarle el teléfono. Pero unos 50 minutos después sonó el timbre. Enrique estaba en la portería de su casa. Allí siguieron hablando. 

[Morella]: Y logró convencerme. Él me dijo “recoge tus cosas esta noche porque te vienes conmigo mañana…

[Mariana]: Le estaba proponiendo irse con él a Maracay. En ese momento, no lo pensó mucho. Lo veía como la única forma de seguir la relación. 

[Morella]: Yo le dije: «OK, yo recojo mis cosas y nos vemos mañana». 

[Mariana]: Un rato después, sin que nadie la viera, metió algo de ropa y maquillaje en unas bolsas, las escondió y se acostó. Su hermana Gisela dormía en la misma habitación y entre sueños la vió moverse por el cuarto, como si estuviese preparando algo, pero no le prestó demasiada atención. A la mañana siguiente, Morella se levantó muy temprano y salió de su casa. Sin despedirse, tomó un bus hacia Maracay.  Era un viaje que ya había hecho muchas veces. Pero esta vez era distinto. Ya tenía 18, era mayor de edad, y no iba de visita, iba para quedarse. 

Enrique fue a buscarla a la terminal de Maracay. Cuando se subieron al carro, empezó a hablar.

[Morella]: Me dice: “Bueno, ya a partir de este momento las cosas van a ser sólo tú y yo. No tienes de qué preocuparte por nada porque yo me voy a encargar de cubrir todos los gastos”. 

[Mariana]: Morella lo escuchó sin contradecirlo. Recuerda que desde la terminal la llevó directo a un hotel. Enrique le explicó que él seguiría en su casa, donde vivía con su madre, a quien Morella no conocía. También le explicó que era mejor que no saliera, porque las calles de Maracay eran peligrosas. Y por último le dio una instrucción muy clara: 

[Morella]: Me dice “no abras la puerta porque tú no sabes quién te está tocando… No importa si te dicen que es el gerente del hotel o que lo que sea. Deja que esa gente toque y ya”.

[Mariana]:  Para que Morella supiera cuándo era él, iba a tocar la puerta con una clave. 

En ese momento a Morella no le llamaron mucho la atención todas esas reglas. Ella solo quería estar con él y unos días en un hotel pues se sentían como una luna de miel. 

[Morella]: Por supuesto yo estaba brincando en una pata de la felicidad, porque estaba con el hombre del cual estaba absolutamente enamorada. Ya por fin estaba concretando lo que muchas veces hablamos por meses de cómo iban a ser las cosas una vez que estuviésemos juntos. 

[Mariana]: Estuvo dos semanas en esa habitación. No salía nunca, se pasaba el día en la cama mirando televisión esperando a que él llegara. Enrique iba a visitarla por las noches y a veces se quedaba a dormir. Llevaba comida para que cenaran juntos y para que ella comiera al día siguiente. Dos semanas después, la llevó a otro hotel. No era un hotel de lujo, pero era cómodo, lindo.  Y ahí Morella siguió con la misma rutina: no salía ni hablaba con nadie más que con él. Y cuando finalmente él llegaba, ella se ponía feliz.

Estuvo dos meses más allí, hasta que un día Enrique la llevó a un lugar en el centro de Maracay. Morella me lo describió como un espacio pequeño, que no llegaba a ser un apartamento y era más bien una habitación con puerta de salida independiente. Cambiaba de lugar, pero no de rutina. Y dependía de Enrique para todo.

Estaba allí cuando una tarde, tres meses después de que ella dejara su casa, Enrique le dijo que tenían que hacer una llamada. Como en esa habitación no había teléfono, la llevó hasta una cabina pública. Lo que le pidió la sorprendió un poco: que llamara a su mamá.

[Morella]: Y yo le pregunté que ¿por qué? Él me dice: “porque tu mamá fue a mi casa a preguntar por ti, entonces está molestando a mi familia» 

[Mariana]: Marcó el número de su casa y del otro lado contestó una de sus hermanas. 

[Morella]: Y yo le digo “pásame a mi mamá”. Y ella me pregunta: «Morella, ¿cómo estás?» Le digo «bien, pásame a mi mamá”. Yo muy altiva… 

[Mariana]: En ese momento estaba enojada con todas ellas, porque Enrique la había convencido de que querían separarlos. Me dijo que por eso, cuando su mamá se puso al teléfono, repitió lo que él le había pedido que dijera. 

[Morella]: «Mamá, no sigas yendo a esa casa, o sea no molestes a esa gente, no molestes a esa familia, porque yo no estoy ahí, yo no estoy en esa casa». 

[Mariana]: Esa casa de la que hablaba Morella era la casa de la madre de Enrique. Ella nunca había estado allí. Y tampoco conocía a la madre de su novio.

[Morella]: Entonces mi… mi mamá me dice «Bueno hija, pero es que yo quería saber cómo estabas». «Yo estoy bien, yo estoy bien, yo estoy feliz, yo estoy bien y yo estoy decidida a quedarme”. Y la última cosa que le escuché a ella, fue su bendición…Me dijo “bueno, que dios te bendiga, hija…”

[Mariana]: A Morella le pareció que Enrique sonreía, pero no entendió por qué.

Durante algunos meses más, la vida de Morella en esa habitación siguió sin muchos cambios, hasta que un día Enrique puso una nueva regla. Recuerda que estaban viendo televisión juntos en la cama y ella se levantó para ir al baño. Cuando volvió, él se veía enojado. 

[Morella]: Yo “ay, ¿qué te pasa”?  Y me preguntó «¿Por qué no me avisaste que ibas al baño?» 

[Mariana]: La reacción la sorprendió. Era la primera vez que le preguntaba algo así.

[Morella]: Y él me dijo de ahora en adelante me avisas. Y entonces yo… de ahí en adelante, me levantaba y le avisaba. 

[Mariana]: Pero no era suficiente con avisarle, también debía esperar que él le diera permiso. Morella se acuerda que, algunas veces, Enrique la hacía esperar unos minutos y después la autorizaba. Esa dinámica se convirtió en parte de su rutina cuando él iba a visitarla. Pero, en ese momento, Morella no lo veía como nada malo. Se lo pregunté directamente… si no le parecía raro, y me dijo que no, que en ese punto, ya estaba acostumbrada a hacer lo que él decía.

[Morella]:  Simplemente si… si él quiere que yo le avise, yo le aviso y ya… 

[Mariana]: Morella no está realmente segura de las fechas, pero ella cree que fue alrededor del año 90 o 91 cuando Enrique la llevó a otro lugar. Era un apartamento en el centro de Maracay, tenía un solo ambiente y un solo baño. Le cuesta recordar con precisión cuándo sucedieron algunas cosas. En el encierro, todos los años se parecen.

Lo que sí recuerda es que ya habían pasado al menos uno o dos años desde que se había ido de su casa. Y que, excepto por esa llamada que había hecho a su madre, en todo ese tiempo no había vuelto a hablar con nadie más. Tampoco había salido a la calle sola, ni siquiera para hacer compras. Enrique era el centro de su vida. Era toda su vida.

A ese nuevo apartamento Enrique llevó una llave. Le dijo que era para usar en caso de emergencia. A Morella le sorprendió un poco que fuera solo una, porque para entrar y salir del apartamento había que abrir una puerta y una reja. Pero pronto se olvidó de ella. 

[Morella]: Yo no le presté atención porque como mi intención tampoco era salir porque yo lo que hacía era esperarlo a él, no me pareció nada del otro mundo. 

[Mariana]:  Un día, Morella tomó la llave y la probó en la puerta. Como no funcionó, la volvió a poner en el mismo lugar. Más tarde, llegó Enrique.

[Morella]: Cuando él llega, él me reclama, me dice ¿por qué agarraste la llave?  Y yo me puse nerviosa, porque yo no entendía cómo es que él se había dado cuenta de que yo había agarrado la llave. Y como me dio miedo le dije “No, yo no agarré la llave”.

[Mariana]: Pero Enrique insistió. 

[Morella]: Me dice: “Claro que agarraste la llave, ¿para qué agarraste la llave?”

[Mariana]: Ella seguía negándolo, pero Enrique no le creía. Así que terminó aceptándolo. Le dijo que sí, que sólo había querido probarla. Enrique reaccionó. 

[Morella]: Entra agarrarme por el pelo, agarrarme por la nuca y doblarme, apretarme mientras me tenía con la… con la espalda doblada hacia abajo. 

[Mariana]: Morella recuerda que todo duró casi una hora. 

[Morella]: A partir de ese momento, de ese evento con la llave, yo caí en cuenta de que yo le tenía miedo.

[Mariana]: Y el cambio no fue sólo en ella. Incidentes violentos como el de la llave empezaron a ser más frecuentes. Cada vez que se enojaba por alguna razón, Enrique la tomaba de los brazos y la sacudía tan fuerte que le dejaba moretones. Otras veces, le rodeaba el cuello con las manos…

[Morella]: Y sé que me asfixiaba hasta casi desmayarme, porque yo perdía noción de lo que estaba pasando a mi alrededor.

[Mariana]: Entonces, Morella empezó a ser mucho más cuidadosa con sus movimientos. Cuidaba lo que hacía y lo que decía. Pensaba que si se comportaba como Enrique quería, las cosas iban a estar siempre bien.  Y no eran solo ideas suyas.

[Morella]: Me lo decía una y otra vez: “Es que si las cosas salen mal es porque tú no haces lo que sabes que tienes que hacer”. Ya ahí estaba yo en el: «Compórtate como a él le gusta, porque si él se molesta la culpa es tuya». 

[Mariana]: Morella recuerda que fue en 1992 cuando Enrique volvió a cambiarla de lugar. Ya tenía 22 años y era la cuarta vez que la movía. Cada vez que la mudaba, las reglas eran las mismas: no salir y no hablar con nadie. Esa vez, la llevó a un apartamento en la urbanización Los Samanes que era solo un poco más grande que el anterior.

Y allí, de nuevo, dejó unas llaves. 

Pero estas llaves ya tenían un significado diferente para ella. No eran una posibilidad de salir. Por el contrario, se convirtieron en una tortura psicológica. Se obsesionó con ellas. Jamás las limpiaba ni las tocaba. Rogaba para que se ensuciaran.

[Morella]: Cuando por fin eso empezó a ocurrir, yo respiraba tranquila porque él llegaba y entonces veía que las llaves estaban sucias y con telaraña y ya no me miraba con sospecha. 

[Mariana]: Cada día que pasaba se sentía más deprimida. Ya era claro que muchas de las cosas que su mamá le había dicho sobre Enrique eran ciertas. 

[Morella]: Veía cómo se me estaban pasando los años y no estaba haciendo nada con mi vida. Veía cómo mi relación con él no era ni la sombra de lo que habíamos hablado durante meses. 

[Mariana]: No podía hablar de esto con él ni con nadie. Y recuerda que, cada vez que intentaba decirle que no era feliz, que siempre estaba sola, él se enfurecía.

[Morella]: Él me decía bueno esa eres tú que te estás sintiendo mal porque yo estoy bien, yo estoy bien, para mí las cosas están bien.  Mira, dime qué te falta, no te falta nada.

[Mariana]:  Para ese momento, a mediados de los 90, las visitas de Enrique ya no eran tan frecuentes. Solo pasaba dos o tres veces por mes a dejarle comida y  productos de limpieza. Ella no tenía cómo saber en qué momento llegaría. 

Pasó toda esa década encerrada, sin que nada cambiara demasiado. En esos diez años, apenas salió un par de veces para ir al médico. Pero nunca sola. Enrique la recogía en su carro y la acompañaba en todo momento. Recuerda que una de esas veces le costó mucho salir del apartamento. Era como si ya no supiera cómo estar en la calle. 

[Morella]: Cuando él va a abrir la puerta del apartamento, yo empiezo a temblar, yo empiezo a temblar y empiezo a llorar y él me dice: “Tranquila que estás conmigo”. 

[Mariana]: Morella recuerda que, a principios de los 2000, Enrique dejó en el apartamento un teléfono celular. Era uno de esos con tapita que servían para enviar y recibir mensajes de texto, pero que todavía no tenían acceso a internet. Ella nunca había visto uno de esos aparatos antes.

Enrique agregó su número para que pueda llamarlo apretando un solo botón. Y le dijo que cuando él la llamara, aparecería un mensaje en la pantalla. Así sabría que era él.   

[Morella]: ¿Y qué era lo que decía la pantalla? Te quiero. Te quiero mucho. 

[Mariana]: Morella no terminaba de entender cómo funcionaba ese aparatico, y temía que si llamaba a alguien más, él iba a enterarse. Él mismo se lo había dicho… 

[Morella]: Yo tengo el control de este teléfono. Yo sé quién llama y quién no llama.

 [Mariana]: Podría haber llamado a su familia, recordaba el número de la casa, pero no solo le daba miedo la reacción de Enrique. Después de tantos años, también temía que no quisieran verla. 

Un día de agosto de 2002, Enrique fue a verla y le ordenó que juntara un poco de ropa. Tenía que dejar el apartamento mientras hacían reparaciones en el techo. Como siempre, Morella obedeció. Puso algunas prendas en una bolsa, lo justo para pasar algunos días fuera. Y se llevó con ella las almohadas y la radio.

Salieron del edificio por la noche, en el carro de Enrique. Morella llevaba cuatro años sin salir, y en la oscuridad apenas alcanzó a vislumbrar cuánto había cambiado la ciudad en todos esos años.

Se había enterado de algunas cosas por la televisión y la radio: el Caracazo en el 89, el intento de golpe de Estado en el 92, el ascenso de Chávez en el 99, las protestas callejeras… Pero aunque su país cambiaba, su vida seguía igual: de encierro en encierro.

El nuevo apartamento estaba en un conjunto residencial muy grande llamado Los Mangos. Eran seis torres y ella estaría en el cuarto piso de la torre C. Cuando llegaron, estaba a oscuras. Había un colchón en el piso y las ventanas estaban cubiertas con cortinas gruesas. 

Morella me dijo que esa noche Enrique la dejó allí y se fue. Al día siguiente volvió para dejarle comida y, unos días más tarde, le llevó algunas cosas para limpiar el apartamento, que estaba muy sucio. Ella se sentía incómoda en ese nuevo lugar, pero cada vez que le preguntaba a Enrique cuánto faltaba para volver, él le decía que había que esperar un poco más. En algún momento se dio cuenta de que ya no volvería al apartamento anterior. 

En ese nuevo lugar, Morella se movía sigilosa, como un fantasma. No se asomaba por la ventana ni abría la puerta, no importaba si había ruidos en el pasillo.  Cuando limpiaba, lo hacía temprano en la mañana, para evitar que alguien pudiera notar sus movimientos. Cuando escuchaba la radio o miraba la televisión, lo hacía con el volúmen muy bajo.

[Morella]: Porque él me decía no quiero que molestes a los vecinos, no quiero que los vecinos estén viniendo para acá a estar reclamando porque tú estás molestando.

[Mariana]: En marzo de 2003, siete meses después de llegar a ese apartamento, Morella cumplió 33 años. Y luego 34… y luego 35… y seguía allí cuando cumplió 40. Y también, cuando cumplió 49. 17 años repitiendo una rutina de la que no se despegaba nunca. Se despertaba muy temprano, y escuchaba siempre el mismo programa, un clásico venezolano.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Locutor] : Nuestro insólito universo… 

[Mariana]: Después, escuchaba el himno nacional y los titulares, y así empezaba otro día igual al anterior. Su rutina de siempre: prender la radio, ir al baño, tender la cama, limpiar el apartamento, preparar el desayuno… Esa rutina era una forma de mantener la cordura, pero también de sobrevivir.  

[Morella]:  Yo sentía que constantemente estaba siendo vigilada por él y yo ya sabía: si yo no hago lo que él me dice, él va a saber que yo lo estoy haciendo fuera de las reglas. Y yo vivía por eso de forma autómata, haciendo lo que él me decía, para evitar problemas, porque ya yo sabía lo que me esperaba si salía de ese rango de comportamiento. 

[Mariana]: Todos los días comía lo mismo: arepa con huevo, arroz y granos, pasta con salsa de tomate. La carne y las verduras, con la crisis venezolana, habían desaparecido hacía muchos años de su dieta cotidiana. Después de almorzar, veía un ratico más de televisión y se acostaba a dormir. Cuanto más tiempo durmiera, mejor. 

[Morella]: Porque ya yo sabía que bloquearme durmiendo era la mejor manera de llevar el día, día, tras día, tras día...

[Mariana]: Y, cuando no dormía, miraba televisión o escuchaba la radio. Algunos días, cambiar de dial era casi una compulsión. Incluso dañó varios aparatos así.

No recuerda exactamente el día, pero sabe que fue un mediodía de 2019, cuando de nuevo empezó a jugar con la radio. Fue pasando de emisora en emisora buscando algo que le llamara la atención. Se detuvo cuando escuchó la voz de un hombre que hablaba sobre la violencia contra las mujeres y una ley que las protegía. Siguió escuchando. La periodista le preguntó al entrevistado qué delitos estaban tipificados en esta ley. Y cuando el hombre respondió, Morella empezó a sentir que estaba hablando de ella. 

[Morella]: Ah, pero a mí me pasa eso, ah, pero es que a mi me hace eso, ah pero es que él me hace esto también. Yo dije “Dios mío, ¡cuántas cosas!”.

[Mariana]: Siguió escuchando la entrevista, concentrada en todo lo que este hombre decía. Hasta que mencionó un lugar: el Instituto de la Mujer del Estado de Aragua, que estaba ahí mismo, en Maracay. Y por primera vez en muchos años,  sintió que tenía un lugar dónde ir. Grabó en su mente el nombre del instituto y la zona en la que estaba. 

La idea de escapar empezó a hacerse más y más fuerte en su cabeza. Además, Enrique había vuelto a visitarla con frecuencia. Ya no llegaba sin avisar, sino que la llamaba por teléfono unas horas antes y siempre le ordenaba lo mismo: que se preparara.  

[Morella]: Cuando él me decía eso yo lo que hacía era pensar “Dios mío, otra vez no”. 

[Mariana]: Ahora, el sonido de sus llaves la hacía entrar en pánico. Cuando él llegaba, ella debía salir de su cuarto, atravesar la sala y recibirlo. Después, él caminaba hasta la habitación.

[Morella]: Fue la peor etapa, porque nosotros estuvimos bastante tiempo sin tener encuentros íntimos. Y esos últimos meses él volvió a buscarme. Yo al principio lo rechacé. Las primeras tres veces, pero después él no aceptaba un no por respuesta. Yo decido entonces que mi salida era esa: salir del apartamento e ir a ese lugar para buscar ayuda… 

[Daniel]: Ese lugar sobre el que había escuchado en la radio. 

Una pausa y volvemos.

[Midroll dinámico]

[Daniel]: Antes de la pausa Morella estaba decidida a salir del apartamento donde vivía encerrada, pero no sabía cómo hacerlo. Llevaba 31 años de esa vida, casi sin salir a la calle, dependiendo de un solo hombre para todo. 

Pero en 2019, cuando ya tenía 49 años, una entrevista que escuchó en la radio le hizo entender que su vida no podía seguir así.  

Mariana Zúñiga nos sigue contando.

[Mariana]: Desde que supo del Instituto de la Mujer, Morella empezó a pensar, por primera vez en 30 años, en escapar. Una opción era tomar las llaves de Enrique, las que usaba en sus visitas. Pero eso era demasiado arriesgado. También podía intentar salir con otras llaves, unas que él había dejado en el apartamento un tiempo atrás.

[Morella]: Yo nunca me atreví a tocar las llaves y yo decía esas llaves no son de la puerta. Yo no creo que ese hombre me haya dejado esa llave para esa puerta… 

[Mariana]: La noche del 23 de enero de 2020, cuando Enrique fue a verla, Morella sintió que llegó a un límite.

[Morella]: Yo estaba hastiada, ya yo no aguantaba, buscaba la forma y la manera de que ese encuentro o esa visita fuese lo más corta posible, yo lo que quería era asearme, lavarme, bañarme, que él se fuese del apartamento lo más rápido posible…

[Mariana]: Cuando finalmente se fue, ya era la madrugada. Y Morella solo podía pensar en una cosa: las llaves. Por la mañana hizo el mismo ritual de todos los días: se levantó, prendió la radio, desayunó, se cepilló los dientes y limpió el apartamento. Después, se acercó hasta donde estaban las llaves y las observó durante un rato, para así memorizar cómo estaban colocadas. Así, si no funcionaban, al menos Enrique no se iba a dar cuenta de que las había agarrado. Cuando estuvo segura de que podía ponerlas de nuevo en la misma posición, las tomó y caminó hacia la puerta. 

[Morella]: Empecé a probar las llaves una por una. Cuando vi que abrió la primera cerradura, yo estaba muy emocionada y decía Dios mío. Dios mío, que los vecinos no salgan, que no me vean.

[Mariana]: Después, probó la segunda.

[Morella]: Cuando veo que la segunda cerradura se mueve yo agarro una bocanada de aire, yo me emocioné, yo decía “Dios mío, gracias, Dios mío, gracias, dios mío gracias”.

[Mariana]: No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Sentía una valentía nueva. Una que, después de tantos años, ya ni recordaba que tenía. 

Morella cerró la puerta, fue hasta su habitación, se cambió de ropa y, ahí sí salió del apartamento. Comenzó a correr por el pasillo. Bajó por las escaleras los cuatro pisos. En la planta baja se topó con una puerta y un vigilante sentado frente a un escritorio.  

[Morella]: Yo no sé qué fue lo que él vio en mí, que él me preguntó ¿Quiere que le abra? Yo le dije “Sí, sí, por favor…”

[Mariana]: Cuando le abrió, Morella salió caminando, simulando estar tranquila, sin apurar demasiado el paso. 

[Morella]: Apenas pongo pie en calle, empiezo a correr hacia la avenida. Paso la avenida y voy a un negocio y pregunto dónde queda Calicanto. 

[Mariana]: Calicanto, la zona donde había escuchado en la radio que quedaba el Instituto de la Mujer. 

Pidió unas direcciones y comenzó a caminar. Era la primera vez en 30 años que andaba sola por la ciudad, bajo el sol. Se paralizaba cada vez que un carro pasaba cerca de ella. Le daba miedo que uno de esos fuera el de Enrique. 

No conocía los nombres de las calles, ni sabía exactamente para dónde tenía que ir. Un hombre le indicó que fuera hacia la Casa de la Mujer, una ONG que estaba cerca. No era el instituto que ella estaba buscando, pero ahí seguramente la iban a poder ayudar. 

Llegó unos minutos después y la recibió una mujer. 

[Morella]: Me dice ¿en qué te puedo ayudar? Le digo “mira, yo estoy buscando ayuda porque yo acabo de escaparme de un apartamento en el que estuve encerrada muchos años”. La señora me va haciendo preguntas “¿Y tu familia?” Le digo “no, yo perdí todo contacto con mi familia desde que me fui. Yo no sé nada de mi familia, no sé nada de mi mamá. Sólo puedo recordar su número de teléfono…”

[Mariana]: Le dio el número y la mujer marcó. Pero no funcionó la llamada porque los códigos telefónicos ya no eran los mismos. 

Después de ese intento, le recomendó que fuera al sitio que ella buscaba desde el principio: el Instituto de la Mujer. Y le dio una buena noticia: no estaba tan lejos. Tenía que caminar apenas unas cuadras hasta encontrarse con un edificio de fachada blanca. No tardó demasiado en llegar. 

Allí, la recibió el abogado Ricardo Díaz, que se especializa en casos de violencia contra las mujeres. 

Ricardo todavía recuerda la impresión que le causó verla.

 [Ricardo Díaz]: Una tez blanca, blanca, blanca. Me sorprendió también su forma física, completamente flaca, delgada, 39, 40 kilos, le calculé yo. Y bastante nerviosa, llorosa. Y deprimida…

[Mariana]: Cuando Morella empezó a contarle de dónde venía, Ricardo llamó a su compañera Rosa Perdomo. En ese momento ella trabajaba como abogada allí y estaba encargada de la atención a las víctimas.

A Rosa le impresionó la forma de hablar de Morella. 

[Rosa Perdomo]: Era un tono de voz casi que no se escuchaba, era muy, muy bajito, casi anormal. Porque lo hacía con temor, lo hacía con miedo. 

[Mariana]: Durante varias horas, Morella les contó todo lo que acabamos de escuchar: los años de noviazgo, la huida de la casa, los hoteles, los apartamentos, el encierro, los golpes, las llaves, el miedo. 

Un miedo tan grande que ni siquiera se le ocurría denunciar a Enrique.

[Morella]: Y yo les decía pero es que yo no quiero tener problemas con él, o sea, yo no quiero que él tenga problemas legales. Para mí, tener problemas con él era entrar en su círculo de control y de agresividad. 

[Mariana]: Rosa fue la primera en explicarle que había sido víctima de delitos muy graves, durante años. Pero que ahora estaba a salvo.

[Morella]: Me dice “quédate tranquila, que ya tú saliste de eso. O sea, ya de aquí en adelante tu vida es otra”. 

[Mariana]: Después de escuchar su relato, llevaron a Morella a que hiciera la denuncia en la policía y en el Ministerio Público. El caso lo tomó la fiscalía 25 de Maracay. Por razones del proceso, nos pidieron que no revelemos dónde la acogieron, pero Rosa y Ricardo nos confirmaron que ese fin de semana estuvieron todo el tiempo con ella. Rosa recuerda que Morella pedía permiso hasta para ir al baño.

El lunes, cuando ya llevaba tres días fuera, la acompañaron hasta el Ministerio Público, porque la fiscal quería hablar con ella. Entraron juntos: Morella, Rosa y Ricardo. Estaban sentados esperando a la fiscal cuando Morella escuchó que alguien se acercaba.

[Morella]: Y mi sorpresa es mayúscula porque yo que estoy en la sala de espera y él entra. 

[Mariana]: Él. Enrique.

Pasó caminando frente a ella  y se detuvo en un escritorio a unos pocos metros de donde estaba sentada, dándole la espalda.

El miedo la paralizó… 

[Morella]: Yo en ese momento lo que hacía era ver para los lados. Yo ni siquiera lo veía a él. O sea, yo le estaba viendo… eran las piernas. Yo no me atrevía a verle la cara. 

[Mariana]: Solo pudo estirar el brazo hasta donde estaba Ricardo.

[Ricardo]: Morella me jaló la… me jaló la camisa por detrás y eso enseguida encendió mis alarmas. 

[Mariana]: Ricardo se paró frente a Morella, como resguardándola, y abrió la puerta del despacho de la fiscal. 

[Morella]: Y yo entro como una tromba en la oficina. Y le digo “doctora, que él está aquí”. Me dice “Si, bueno, está bien, tranquila, tranquila, déjame que yo me encargo de eso. Pero… mira quién está aquí” 

[Mariana]: Recién en ese momento, Morella notó que en el despacho había otras personas. 

[Morella]: Yo las veo… Yo veo que son dos señoras morenas y me saludan: “Hola, Morella”, me dicen.  Y yo “hola…” no entendí porque me estaban saludando. Entonces ahí la doctora me dice, “Morella”, “¿no las reconoces?

[Mariana]: Morella se quedó mirándolas en silencio.  No tenía mucha gente a quien reconocer: podía contar con los dedos de una mano las personas que había visto en los últimos 30 años. Y la gente a la que había conocido antes de su encierro… bueno, ya parecían de otra vida.

La fiscal esperó unos segundos y entonces se lo dijo:

[Morella]: “Ellas son tus hermanas». Y yo no, doctora…

[Mariana]: En medio del despacho de la fiscal, rodeada de caras extrañas, Morella trataba de conectar los recuerdos que tenía de sus hermanas jóvenes con estas mujeres que estaban paradas frente a ella. 

[Morella]: Las muchachas me dicen “sí, Morella, somos nosotros”. Yo “no, no puede ser, no puede ser…” Me dicen “Claro”… Yo: “No puede ser…”

[Mariana]: Hasta que una de ellas se rascó la cara. Morella podía llevar una vida sin ver a su hermana Gisela, pero no había olvidado la forma en que se tocaba la cara, siempre igual, desde que era una niña. 

Ese gesto, tan mínimo, fue como un flash.

[Morella]: Yo dije «esa es Gisela». Y así fue como yo reconocí a mis hermanas. O sea, si mi hermana no se rasca la cara, yo hubiese seguido diciendo “No, no, no puede ser…”

[Mariana]: Era demasiado para procesar tan rápido. Hacía solo tres días estaba encerrada en un apartamento casi a oscuras, y ahora su hermana Graciela, la mayor, se acercaba a ella con los brazos abiertos. Se fundieron en ese abrazo, mientras Gisela, a su lado, las miraba en silencio. De cierta forma, ella también dudaba de que fuera cierto. Esta es Gisela.  

[Gisela León]: Cuando yo volteo a verla y veo a esa persona cadavérica ahí temblando, una ancianita, yo veo una ancianita… No sabíamos la historia, pero solamente con ver su físico reconocías un ser humano en total desgracia. Eso era algo terrible. No podía creer que ese ser humano era mi hermanita.

[Mariana]: Hasta que ella también la abrazó. Y ahí sí reconoció en esa mujer casi desconocida la energía de su hermana menor. 

[Gisela]: Y empezamos a hablar y empezaba en forma atropellada a preguntarnos sobre nuestras vidas. Mucho…. Una mañana muy… muy… inenarrable. 

[Mariana]: Cuando por fin entendió que estas mujeres eran sus hermanas, le dio una necesidad, una urgencia por saberlo todo. Todo lo qué había pasado con su familia en esos 31 años. Preguntaba sobre todo por una persona.

[Morella]: ¿Y mi mamá? ¿Mi mamá vino? ¿Dónde está mi mamá? 

[Mariana]: Pero nadie le respondía, la misma fiscal les había pedido que no lo hicieran, era demasiado pronto para eso. Y si Morella estaba en shock, en cierto modo Graciela y Gisela también. O sea, hasta el día anterior, cuando recibieron la llamada de la fiscal, llevaban décadas pensando que nunca volverían a ver a su hermana. Era un momento abrumador para todas.

Antes de que Morella entrara al despacho, habían estado conversando con la fiscal. Les dijo que era su responsabilidad jurídica hacerse cargo de ella, aunque pasaría unos días más bajo el resguardo del Instituto de la Mujer. 

Esa mañana también confirmaron lo que siempre habían sospechado: que Morella había estado todos estos años bajo el control de Enrique. Por eso, no pudieron creer que él estuviera ahí,  del otro lado de la puerta.

Pero la fiscal levantó el teléfono minutos después de que Morella entrara a su oficina. Mientras las hermanas se reconocían, pidió que una comisión policial se acercara a la fiscalía. Le había dicho a Morella que no tuviera miedo, que ella se encargaría de Enrique. Y cumplió: cuando Morella salió del despacho, recuerda que ya se lo habían llevado detenido a una comisaría de Maracay. 

Durante varios días, Morella siguió preguntando por su mamá, pero sus hermanas evitaban responderle. Temían que una mala noticia la derrumbara y no le permitiera seguir adelante con el proceso judicial.  Pero un día, su hermana Graciela decidió que ya era momento de decirle la verdad. Estaban paradas en el estacionamiento del Palacio de Justicia. También estaban sus otras hermanas y una psicóloga que le había asignado la Fiscalía. 

[Morella]: Es cuando una de ellas me lo dice… «Mira Morella, mi mamá se murió en diciembre del 2011. Pero… Si de algo puedes estar segura es que mi mamá nunca dejó de pensar en ti. Nunca dudes de eso».

[Mariana]: En esas primeras semanas, Morella fue enterándose de qué había pasado en su casa después de que ella se fuera. Supo que lo primero que hicieron en los días siguientes, cuando vieron que no volvía, fue ir a la policía para denunciar su desaparición. Allí le dijeron a su mamá que mejor esperara, que seguro muy pronto su hija volvería con un nieto. También la buscaron en la casa de la mamá de Enrique, en Maracay, pero ahí tampoco les dieron respuesta. 

La desaparición de Morella cambió por completo la vida de toda la familia. Con el tiempo, su mamá y sus hermanas dejaron de ir a las reuniones familiares para evitar las preguntas. 

[Gisela]: O sea… es un golpe muy fuerte, porque de verdad…. Yo los primeros años la soñaba, pero llegó un momento que yo ya ni soñaba con Morella. No sé cómo hizo mi mamá. No sé cómo le hizo para aguantar, porque ella sufrió mucho.

[Mariana]: Y es que el dolor de una desaparición es muy particular. Una herida que se parece, pero que no es exactamente igual a la de una muerte.

[Gisela]: Te sientes culpable. Te sientes que no hiciste nada. Te sientes abochornado. Es algo… Es algo que es como una sombra, como una cruz que te persigue aunque no quieras. 

[Mariana]: Y esa cruz perseguía a toda la familia, pero especialmente a su mamá. Fue Gisela la que un día le dijo que no podía seguir así, que no podía pasar toda su vida esperando a Morella.  

[Gisela]: Porque entonces no puede ser que tú vas a vivir solo en aras de la ausencia de Morella. O sea, la única que vive en ti es Morella. Estamos aquí, al lado tuyo, y ni nos paras. Y bueno, eso hizo que mi mamá… retomara su vida. Todavía lloraba y eso, pero… pero a escondidas. 

[Mariana]: Aún así, siguió buscándola.

Averiguaron en varios bancos para ver si había alguna cuenta con su nombre. Ninguna. Cuando en los años 2000 se popularizó el correo electrónico y después las redes sociales, pensaron que así podrían encontrar algo de ella. Pero tampoco.  Y cuando Gisela empezó a trabajar como abogada penal, también intentó saber más. Pero no había nada.  Era como si se hubiera desvanecido. 

Durante mucho tiempo sus hermanas pensaron que tal vez ya estaba muerta. Pero su mamá no sentía lo mismo. Incluso creía que algún día podía volver. Por eso nunca dejó de esperarla, hasta el final de su vida. El día que murió, a finales del 2011, Gisela estaba con ella. Y recuerda que no dejaba de hablar de Morella. Le encomendó una misión: debía asegurarse de que siempre alguien de la familia viviera en el último apartamento en el que Morella había vivido con ellas. Sabía que su hija no olvidaría esa dirección y si alguna vez regresaba, iría a buscarlas allí. 

Y aunque Morella no aparecería  hasta casi diez años después, cuando lo hizo, la única dirección que pudo darle a la policía era esa misma en la que había pensado su mamá.  Y sirvió. Ahí todavía vivía una de sus sobrinas, cumpliendo la promesa que le habían hecho a la mamá de Morella.

Cinco días después de escapar Morella volvió a Valencia, la ciudad donde antes vivía con su familia. Allí se instaló con su hermana Graciela, su marido y sus hijos. Cuando estaba a solas en su cuarto, dos cosas ocupaban su mente: su mamá y lo que le esperaba con el proceso judicial contra Enrique.  

Él estaba detenido en una dependencia policial desde el día en que ella lo había visto en el Ministerio Público. Más tarde, supo que él había ido hasta allí para denunciar su desaparición. Dos días después de su detención, en una audiencia ante el Tribunal, la fiscal lo acusó oficialmente de cuatro delitos: violencia psicológica, amenaza, violencia sexual, y esclavitud sexual en acción continuada. Y pronto el caso se volvería aún más complejo. 

Una semana después de que Morella escapó, un matrimonio se presentó ante la fiscalía para denunciar que Enrique también se había llevado a su hija, Fanny. No la veían desde 1997, cuando dejó la casa familiar para irse a vivir con él, diez días antes de cumplir los 18. 

En ese entonces hicieron la denuncia,  pero la policía les dijo lo mismo que a la familia de Morella: que su hija se había ido por voluntad propia y que seguramente regresaría. Tres años después supieron que Fanny estaba a punto de tener un bebé,  pero no lograron acercarse a ella. Y ya no volvieron a saber nada más. Hasta que diecinueve años más tarde vieron en los medios que Enrique había sido detenido por tener cautiva a otra mujer: Morella. 

La policía encontró a Fanny en un apartamento de Los Mangos, el mismo conjunto residencial del que había escapado Morella. Su hija de 20 años también vivía allí y salía poco, solo para ir a estudiar. Enrique pasaba mucho tiempo allí con ellas e incluso varias noches a la semana se quedaba a dormir. 

A Morella le costaba creerlo. Durante todo ese tiempo Enrique había vivido tan cerca… La fiscal se lo confirmó en una de sus entrevistas. 

[Morella]: Yo le digo, “Doctora, ¿usted qué me está hablando? Pero si él me dijo a mí que vivía con la mamá”. Me dice: «No, mamita, él vive en el edificio de enfrente, en el apartamento de enfrente y tiene hija».

[Mariana]: Pero eso no fue lo único que Morella descubrió sobre Enrique con el avance de la investigación. También supo que estaba casado con una mujer llamada Ana María desde 1985. O sea, desde antes que ella lo conociera. 

La mamá de Ana María también se presentó en el Ministerio Público después de que se conocieran las noticias sobre Morella. Denunció que no la veía desde mayo de 1985, cuando se casó con Enrique. Según una entrevista que le dio a El Pitazo, la historia de su hija no era muy distinta a la de Morella y a la de Fanny. Todo empezó con un noviazgo con el que la familia no estaba de acuerdo. Se casaron en mayo de 1985 y desde ese día no la volvieron a ver. 

Después de la denuncia, la fiscal ordenó que sacaran a Ana María de la casa donde vivía con Enrique y la devolvieran a su familia mientras le realizaban unas pruebas psicológicas. Su mamá le contó a El Pitazo que la mujer con la que se encontró era muy distinta a la chica que se había ido de su casa: dijo que su hija era una joven alegre, deportista, muy activa, y que ahora se había encontrado con una mujer abstraída, algo ausente, que solo hablaba de su marido. 

Ana María estuvo con su familia tres días, pero después quiso regresar a su casa. Desde allí, grabó un video de 5 minutos y lo envió a los medios.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Ana María]: Hola, soy Ana María, la esposa de Matías Enrique Salazar Moure…

[Mariana]: Su versión era distinta a la de su mamá…

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Ana María]: O sea yo puedo salir, entrar, es más, yo tengo la llave de la casa. Lo que pasa que yo no soy de esas personas que salen a la calle, porque bueno, no soy así…

 [Mariana]: En ese punto el caso ya era una de las principales noticias del país, y todos los programas de televisión hablaban del tema. 

(SOUNDBITE NOTICIEROS)

[Periodista 1]: Hay conmoción en Venezuela por el caso de una mujer a quien su pareja mantuvo encerrada y secuestrada durante 31 años.

[Periodista 2]: Un calvario al que este hombre conocido como “el gordo Matías” sometió a tres mujeres más.

[Mariana]: En este contexto, en febrero de 2020 el entonces abogado de Enrique dio una conferencia de prensa. Ese día, frente a un grupo de periodistas, el abogado dijo que las denuncias de Morella y Fanny eran parte de un complot internacional…

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[José Briceño]: Son manipuladas, por ciertas personas del extranjero…

 Y habló de una campaña de desprestigio orquestada desde Perú, España y Estados Unidos… 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[José Briceño]: La venganza contra Matias viene internacionalmente desde el Perú… 

[Mariana]: También dijo que la poligamia no es delito en Venezuela… que lo único  que había hecho Enrique… o Matías… era eso: tener tres familias. Pero que ninguna de ellas había estado secuestrada. 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[José Briceño]: Porque… la señora Morella tenía su juego de llaves, tenía su carro, tenía su celular… si usted ve bien el expediente verificará y constatará que tiene… ella tiene sus dos llaves. Entonces yo no me explico cuál secuestro…

[Mariana]: Lo cierto es que el abogado de Enrique no fue el único que puso en duda la versión de Morella. En las redes sociales muchos preguntaban lo mismo: por qué nunca había intentado escapar. Muchas víctimas de violencia de género suelen recibir preguntas como estas: por qué no se fueron,  por qué no pidieron ayuda.  Ana Lucía Jaramillo Sierra, psicóloga especializada en violencia, pareja y familia, también ha escuchado este tipo de comentarios muchas veces . 

Ana no ha tratado a Morella, así que no puede hablarnos de sus procesos internos, ni de los de Enrique, pero si ha estudiado bien cómo es que un noviazgo puede transformarse en una relación de control, sometimiento y sumisión. Lo primero que nos explicó es que un control así de extremo no aparece de un momento para el otro.  

[Ana Lucía Jaramillo Sierra]: Suele ser un proceso gradual… Te aisla de tus amigos, te aísla de tu familia. Te aísla de tus redes de apoyo, te maneja tus cuentas, te maneja tu movilidad, te maneja la posibilidad de… de hacer las cosas que te gustan para tu desempeño profesional y eso puede ser educación, trabajo o cualquier otra ocupación. 

[Mariana]: Y en algunos casos, los más extremos, ese control puede llegar a ser total. 

[Ana Lucía Jaramillo Sierra]: Es una relación en donde lo más grave no es la violencia, sino que te tienen coercionada tu vida y te tienen privados de todos tus derechos. Y muchas veces esto se da no por la fuerza, sino por la manipulación, por la coerción, por la amenaza de cosas que no te va a dejar hacer o no vas a poder hacer, o porque te empiezan a convencer que… que tú realmente vales menos y no eres capaz. 

[Mariana]: Cada nuevo acto de control se suma al anterior, hasta que se naturalizan: primero no salir, después no atender la puerta, más tarde no ir al baño sin permiso…  Y este control es muy potente,  porque en un momento ya ni siquiera viene desde afuera.

[Ana Lucía Jaramillo Sierra]: Llega un momento en que es el control por dentro. Hay una internalización de la voz del otro. Se vuelve el agresor viviendo por dentro, habita por dentro. Y esa es la voz que se vuelve cada vez más dominante. 

[Mariana]: Por eso, una vez dentro de una relación así,  salirse es muy difícil. A pesar de que, después de 31 años, Morella sí había logrado escapar físicamente, en los primeros meses de libertad, el encierro, de cierta forma, seguía dentro suyo. Su hermana Gisela, por ejemplo, recuerda que al principio seguía comportándose como si aún estuviera prisionera.

[Gisela]: Y ella todo pedía permiso y veía para el piso. Tu medio hacías algo, no sé qué, y ya se ponía como recogidita. Le daba pena todo. 

[Mariana]: Se pasaba el día encerrada. Le costaba socializar, ya no sabía cómo actuar cuando estaba con otras personas.  

[Morella]: ¿Qué anécdotas puedo compartir si no viví nada? No tengo viajes que contar, o vacaciones, o episodios, o cosas de trabajo o compañeros. Nada. No tenía nada que decir. 

[Mariana]:  También lloraba mucho. Y es que al duelo por su madre, se sumaba el duelo por todo un mundo que se había desvanecido mientras ella no estaba. Los parientes que habían muerto. Los amigos que se habían ido del país.

[Morella]: Todas las noticias me cayeron de golpe. Una y otra y otra vez le pregunto a mi hermana qué fue lo que pasó con esto? ¿Qué fue lo que pasó con otro? Y mi hermana, con toda la paciencia del mundo, me vuelve a contar. 

[Mariana]:  En marzo del 2020, dos meses después de escapar, Morella cumplió 50 años. En ese festejo no estuvo esa familia que ella recordaba,  pero sí una nueva, formada por sus sobrinos y sobrinas, que habían crecido escuchando historias sobre ella y viendo sus fotos. Ellos le enseñaron a usar algunas cosas básicas de este nuevo mundo.  Los celulares inteligentes, por ejemplo. 

[Morella]: De repente me encontré con un teléfono de pantalla táctil y yo me complicaba mucho…  decía “con esta cosa uno no la puede agarrar porque cualquier cosa que uno agarra en la pantalla se me mueve…”

[Mariana]: Sus sobrinos le enseñaron a hacer llamadas, abrir el correo electrónico, chatear y navegar por internet. Una de las primeras cosas que hizo fue entrar a YouTube. En sus últimos años de encierro, ella ya había oído en la radio algunos de estos nombres: Twitter, Facebook… 

Y estaba en eso, aprendiendo a vivir en el siglo XXI, cuando llegó la pandemia. El 13 de marzo del 2020, Venezuela declaró el estado de alarma. Morella iba en el carro con una de sus hermanas  y sus sobrinos cuando escuchó el anuncio de las medidas de confinamiento.

[Morella]: Y yo decía no puede ser. O sea, no puede ser… o sea yo me voy a tener que encerrar otra vez. No puede ser. Una cosa increíble: seis semanas fue lo único que yo pude disfrutar entre comillas, de no saber lo que era el confinamiento. 

[Mariana]: Seis semanas para pasar de un encierro a otro. 

Pasó gran parte del 2020 confinada. Los primeros meses casi no salía de su cuarto. Le costaba incluso salir a caminar. Pero poco a poco, sus hermanas lograron sacarla de ese letargo. El celular que le dieron también le abrió todo un mundo nuevo. 

En Facebook buscó a sus amigos del bachillerato. Al principio no encontró a nadie, y ella tampoco se animaba a poner su nombre en su cuenta. Lo hizo recién a comienzos de 2021, y enseguida recibió una solicitud de amistad.

[Morella]: Cuando veo el nombre y es una compañera de clases… En eso le mando la respuesta y me manda ella respuesta y todo fue por Facebook. Y ¿cuál es mi sorpresa? Que al día siguiente son otras dos amigas. Y después otra. 

[Mariana]: En pocos días, se puso en contacto con varias de sus amigas del bachillerato y cuando las medidas sanitarias lo permitieron, hasta se reunió con ellas en persona. La vida empezó a moverse de nuevo. Consiguió un empleo como ayudante de cocina en una pizzería y, poco a poco, fue perdiendo el miedo a salir a la calle sola. 

Cuando la entrevisté por primera vez, en mayo del 2021, todavía trabajaba allí. Ya se ubicaba bien en la ciudad, pero aún le costaba hacerse escuchar. Hablaba bajito, como en sus días en Los Mangos. Volví a hablar con ella en febrero del 2022, cuando estábamos por cerrar esta historia. Quería saber qué había pasado en todo este tiempo y cómo había vivido ese año de libertad reducida por la pandemia. Fue difícil coordinar la charla, porque había conseguido un trabajo nuevo en una pequeña empresa y tenía muy poco tiempo libre.

Sonaba más animada, incluso sentí que ya hablaba más fuerte. Me contó que la primera semana en su nuevo empleo no durmió: temía no hacerlo bien. Después de pasar 30 años encerrada, sin hablar casi con nadie,  tendría que atender a desconocidos sentada detrás de un computador. 

Morella me dijo que le costó mucho conseguir ese empleo, con 50 años y casi sin experiencia laboral.  Al final, una persona cercana la ayudó a encontrarlo.  Sus hermanas la siguen apoyando con todo, pero hay cosas que fueron y siguen siendo difíciles. Sobre todo la falta de asistencia psicológica, que se cortó cuando empezó la pandemia y nunca más se reanudó. 

Del proceso judicial contra Enrique sabe poco, mucho menos de lo que le gustaría. Como hoy vive en Valencia, su único contacto con la Fiscalía es por Whatsapp y, según me contó, la fiscal le dice que todo va bien, pero que prefiere no compartir datos sensibles por esa vía.  Y Morella no tiene dinero para viajar a Maracay. No sabe quién ha declarado en las audiencias, ni cuándo, y esa falta de información la preocupa mucho: teme que el juicio se estanque y que no haya justicia por los 31 años que perdió de su vida.

Treinta y un años desde que era esa adolescente de pelo crespo y oscuro, que disfrutaba de ir a la playa con sus amigas y sus hermanas. A algunas de esas amigas volvió a verlas y con sus hermanas está intentando recuperar el tiempo perdido. Pero aún no ha podido volver a la playa. Ese, me dijo, es un sueño que le gustaría cumplir pronto: volver a ver el mar.

[Daniel]: Matías Enrique Salazar se encuentra detenido en Maracay mientras se desarrolla el juicio en su contra. Según los documentos disponibles, al elevar su caso a juicio, el Ministerio Público lo acusó de los delitos de violencia psicológica, amenaza, violencia sexual y esclavitud sexual contra Morella y de violencia psicológica contra otras tres mujeres, entre ellas su hija. 

El abogado de Enrique, Luis Perdomo Franco, no aceptó hablar con nosotros para este episodio. La fiscal Daniela Corsini, que lleva el caso en esta instancia, tampoco accedió a darnos una entrevista. 

Este episodio fue reporteado por Mariana Zúñiga y producido por Emilia Erbetta. Mariana es productora en El hilo y vive en Caracas. Emilia es nuestra asistente de producción y vive en Buenos Aires.

Esta historia fue editada por Camila Segura, Nicolás Alonso, Aneris Casassus y por mí. Desirée Yépez hizo el fact checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música original de Ana Tuirán.

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Elsa Liliana Ulloa, David Trujillo y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.


¿Necesitas ayuda? Si estás sufriendo maltrato o quieres ayudar a alguien que lo está viviendo, te recomendamos llamar a una línea local de atención contra la violencia de género. ONU Mujeres tiene un listado de números de asistencia y recomienda este banco de datos de organizaciones que brindan servicios por país.

Créditos

PRODUCCIÓN
Emilia Erbetta


REPORTERÍA
Mariana Zúñiga


EDICIÓN
Camila Segura, Nicolás Alonso, Aneris Casassus y Daniel Alarcón


VERIFICACIÓN DE DATOS
Desirée Yépez


DISEÑO DE SONIDO/MEZCLA
Andrés Azpiri 


MÚSICA
Ana Tuirán


ILUSTRACIÓN
Laura Pérez


PAÍS
Venezuela


TEMPORADA 11
Episodio 26


PUBLICADO EL
03/29/2022

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