Los deliveristas | Transcripción

Los deliveristas | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. 

De niña, Ernesta Gálvez nunca tuvo una bicicleta. En su hogar, en Guerrero México, no había ni tiempo ni dinero. Mientras los chicos de su edad jugaban, ella y sus 10 hermanos vendían tortillas y helados para ayudar a sus papás…    

[Ernesta Gálvez]:  Qué íbamos a tener para una bicicleta, aunque deseáramos la bicicleta, un juguete, digo, nunca lo podíamos tener. 

[Daniel]: Y así pasó su infancia sin subirse a una bici. También su adolescencia y la mitad de sus 20s. 

Se casó a los 25 años, en el 2005 y ese mismo año, quedó embarazada de su primera niña. Fue ahí que Ernesta y su esposo de entonces decidieron migrar a Estados Unidos. Querían darle una mejor vida a su hija. Dejó la posibilidad de trabajar como enfermera en México y llegaron a Corona, un barrio de Queens, en Nueva York…

[Ernesta]:  Viven de todo tipo de latinos. Viven salvadoreños, ecuatorianos, mexicanos, dominicanos, de todos, de todos.

[Daniel]: Fue en un parque de ese barrio que Ernesta se subió a una bicicleta por primera vez. Sucedió a unos tres meses de dar a luz y se moría de miedo. Pero su esposo le ofreció enseñarle. 

[Ernesta]: Y me subí, me caí, me lastimé todo, pero me dice él: no, es que no debes de mirar los pies, tienes que mirar enfrente para que tú aprendas. 

[Daniel]: Y así lo hizo: miró al frente, pedaleó, se agarró fuerte, y después de unos intentos más, dejó de caerse.

Siguió practicando por unos días, mejorando su técnica. En ese entonces, llegar a su trabajo, en una lavandería en Bayside, otro barrio de Queens, le tomaba mucho tiempo y varios cambios de trenes y buses, así que comenzó a ir en bicicleta. Pero fue solo por un par de meses, porque hizo amigas en el trabajo que comenzaron a acompañarla en su misma ruta. Dejó la bici en el patio de su casa y se olvidó de ella por 10 años. 

Hasta que nació su tercer hijo… Su trabajo en la lavandería tenía una jornada larga, poco flexible.  Quería salir menos de casa, y pasar más tiempo con sus tres niños.

Y hablando con su esposo sobre el tema, tuvieron una idea. 

[Ernesta]: Me dice, hay una oportunidad de hacer delivery, ¿quieres aprender? 

[Daniel]: Hacer delivery, es decir, volver a subirse a una bicicleta y ser repartidora de comida, como él. En Nueva York, estas personas se llaman a sí mismas deliveristas. La gran mayoría son inmigrantes. Vienen del sur de Asia, de África Occidental, pero principalmente de Latinoamérica, de países como Guatemala y México.

Su esposo le explicó a Ernesta que tenía que bajarse una aplicación y registrarse. Practicó con la bici una semana más en su barrio y decidió lanzarse a trabajar en Manhattan, que era la zona de la ciudad con más restaurantes por persona. Ernesta no conocía bien Manhattan, pero pensó: ¿qué tan difícil puede ser?

[Ernesta]: La primera vez que entré a Manhattan casi me mata un carro porque me le metí en medio. 

[Daniel]:  Aún así le fue muy bien ese día. En cinco horas, consiguió cerca de 200 dólares y eso la motivó. Siguió intentándolo, una o dos horas al día. Aunque Manhattan, claro, se la seguía poniendo difícil: se perdía, tardaba mucho entregando los pedidos, se caía… En una de esas caídas llamó a su esposo…  

[Ernesta]: Yo le dije: “Este trabajo no es para mí, yo no voy a quedarme aquí, no voy a trabajar en esto”. “Pues como veas”. Y yo me quedé ahí llorando… 

[Daniel]: Porque no basta con saber montar bicicleta para poder ser una deliverista en la gran manzana. 

Transitar en ella no es algo tan simple, incluso ahora que usamos aplicaciones como Google Maps. Toma práctica, en especial, si tienes que llegar rápido a tu destino. Implica entender cómo están divididas sus calles. 

La isla de Manhattan se puede describir como una rejilla, o lo que llaman grid. Tiene 12 avenidas verticales, numeradas de derecha a izquierda y 155 calles horizontales, numeradas de abajo hacia arriba. La quinta avenida es la principal y divide a la ciudad en dos. Con el tiempo, y con mucho esfuerzo, Ernesta lo fue entendiendo. 

[Ernesta]: Manhattan es un libro. Haz de cuenta que la rayita que tiene el libro es la… es la 5.ª Avenida, dice. De la 5.ª, de este lado es East sides y de la 5.ª de este lado es West sides.

[Daniel]: Y ese trabajo que al principio parecía imposible para ella… se volvió algo que disfrutaba. Lo hacía entre muchísima gente, autos, ruido, turistas, repartiendo todo tipo de comida… 

[Ernesta]: A nosotros que ya nos le agarramos amor a este trabajo, pues ya Manhattan ya es, como dicen en mi país, es pan comido.

[Daniel]:  Pero la lucha más difícil vendría después. Y la enfrentaría, acompañada de miles de deliveristas más, en el corazón de Manhattan.

Una pausa y volvemos. 

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. 

Nuestra editora Natalia Sánchez Loayza nos cuenta esta historia. 

[Natalia Sánchez]: Cuando su hijo comenzó a ir al jardín infantil, Ernesta se volvió deliverista tiempo completo y salía a repartir con su esposo. Como ella se encargaba principalmente del cuidado de su niño pequeño, pronto se armó una rutina.   

[Ernesta]: Voy y dejo a mi hijo a la escuela, agarro mi bicicleta y me voy para Manhattan. 

[Natalia]: El viaje que le espera es de al menos 45 minutos hasta su zona de reparto. 

[Ernesta]: Desde aquí, pues corro todo lo que es la 43 Avenida y agarro la Roosevelt Avenue. De ahí llego, cruzo el puente de Queensborough, agarro la segunda Avenida y llego a Lower o East Village. 

[Natalia]:  Ahí se conecta a la aplicación, en la intersección entre la calle 14 y la Segunda avenida. 

[Ernesta]: Empiezo a trabajar como entre alrededor de a las nueve o diez. Tengo que salirme antes de a la una y media porque tengo que volver por mi niño.

[Natalia]: Lo recoge, hacen la tarea juntos y le da de comer. 

[Ernesta]: Y si veo que no estoy tan cansada, pues por lo regular casi no, entonces me regreso otra vez a Manhattan, vuelvo a entrar a las cinco o a las seis a trabajar y salgo hasta las nueve… nueve o diez de la noche y ya me vengo para la casa. 

[Natalia]: Es una rutina que le parece sencilla y, en mayor parte segura. 

[Ernesta]: Lo único peligroso es el puente, pero de ahí no, no pasa más.

[Natalia]: Cuando hablé con ella, no se quejó en ningún momento de este trajín, pero estoy segura de que debe ser agotador. Aunque era algo que ella estaba dispuesta a hacer. Total, en ese tiempo, ser deliverista para una aplicación tenía sus cosas malas y sus cosas buenas. 

Así como quienes alquilan sus apartamentos en Airbnb o transportan gente con Uber, quienes reparten comida a través de aplicaciones son parte de un nuevo modelo laboral al que se le llama gig economy. Es un sistema muy similar al modelo de trabajador independiente o freelance, pero con la diferencia clave de que te conectas con un cliente usando aplicaciones o plataformas virtuales.  

Es un modelo en el que no hay jefes, ni contratos, ni horarios de oficina… Tú decides cuándo, cuánto y dónde trabajas, justo como quería Ernesta… Pero esto significa que no tienes un ingreso fijo. Tu principal fuente de ganancias son las propinas que da el cliente, que varía de persona a persona. Muchas veces podías elegir repartir cerca de restaurantes lujosos y ganar muy buenas propinas. Ernesta recuerda bien la propina más grande que ha recibido. 

[Ernesta]: Fue una propina de 145 dólares. Eran dos bolsas. Yo hasta pensé que el cliente se había equivocado. Y la mujer todavía me habla en español. “Todo es tuyo”, dice. Y todavía me dio una soda.

[Natalia]: Había ese tipo de satisfacción, pero, claro, a veces, los clientes no te dan ni un dólar.  Además puede ser un trabajo muy solitario. Un deliverista maneja hasta su zona, abre la aplicación y, sin decir buenos días a nadie, empieza su jornada. Recoge el pedido y no tiene que hablar con los trabajadores de los restaurantes. En ocasiones, ni con los clientes. Los deliveristas dejan la orden en la puerta, toman una foto de prueba, se van y su pago llega a su cuenta de banco cada semana.

[Natalia]: Hablé con varios deliveristas que me contaron que habían tenido que encontrar su propia manera de combatir esta soledad. Algunos se ponían de acuerdo para repartir a la misma hora con amigos, otros con compatriotas, otros con sus familiares. Cuando no estaban recorriendo la ciudad, se encontraban en alguna esquina o un parque, y se acompañaban mientras les salía el siguiente pedido.

Por ejemplo, en el caso de Ernesta, además de su esposo, ella repartía con un grupo de compatriotas mexicanos. Pero, de todos modos, para ella el trabajo se sentía un poco más solitario, pues en ese grupo, solo había otra mujer más aparte de ella. 

Solo dos años después de empezar a repartir, conoció a una deliverista más, y luego de unos meses, a otra… 

[Ernesta]: Entonces ya éramos cuatro mujeres, digo, no, ya somos más. 

[Natalia]: Para ella era una alegría conocer a más mujeres, así no hablaran mucho o solo cruzaran miradas o saludos en las calles. 

Por supuesto, como cualquier otro ciclista de la ciudad, corres el riesgo de sufrir accidentes de tránsito y también robos de bicicletas. Y si algo te pasa, no tienes un seguro médico pagado por las aplicaciones. 

Pero, en general, para muchos migrantes, en especial aquellos que son indocumentados, poder conseguir un trabajo sin tener que presentar tantos papeles y solo registrándote en una aplicación puede significar una ventaja muy grande. 

Y así, ser deliverista, por lo menos hasta el 2019, era complejo, pero valía la pena. 

Hasta que llegó la pandemia. Y todo se transformó. 

[Ernesta]: La ciudad era muy como una ciudad fantasma. La ciudad ya no era la misma. Por ejemplo, hablando de Times Square. O sea, uno corría ahí y no había nada. Nada, nada, nada. Algo muy triste. Fue horrible.

[Natalia]: Sí, fue horrible. En pocos meses, Nueva York se convirtió el epicentro mundial de la pandemia. Y el barrio de Ernesta, Corona, junto con cuatro barrios más en Queens, se convirtieron en el epicentro del epicentro. El riesgo de contagio era muy grande y los más afectados estaban siendo las personas latinas y negras. 

 Las aplicaciones, además, ante la avalancha de pedidos que recibían –y seguramente también por otras razones– decidieron cambiar las reglas del juego. 

[Ernesta]: La compañía mandó un mensaje que le ayudáramos por las personas que estaban encerradas en casa y todo, pues ya fue humanitario lo que hicimos. O sea, recorrer la distancia y ya.

[Natalia]: Ampliaron bastante las distancias de los pedidos. Según Ernesta, de pronto, el máximo de cuadras que tenías que recorrer se triplicó. Te podían llegar pedidos de lugares que estuvieran hasta a 30 cuadras…

Muchos tuvieron que reemplazar sus bicicletas por unas eléctricas para así  poder recorrer esos kilómetros a tiempo. Y bueno, son carísimas: pueden llegar a costar dos mil dólares.

Como dijimos, Nueva York parecía un pueblo fantasma. Las calles habían quedado prácticamente vacías  y los deliveristas, en sus nuevas bicicletas, podían correr más rápido que nunca… sin el tráfico, pero la soledad del trabajo se agudizó. Y como todo estaba cerrado al público, los restaurantes no les permitían a los deliveristas usar sus baños, ni comer adentro de sus establecimientos. A veces, ni les dejaban comprar comida. Les entregaban los pedidos guardando distancia. 

[Ernesta]: Sentíamos que éramos nosotros los que llevábamos la enfermedad porque ellos se tapaban totalmente y nos daban la comida nomás por la ventana. 

Algunos me contaron que se sentían discriminados. Ni los clientes querían tener contacto con ellos. Recordemos que era una época en la que realmente no sabíamos cómo funcionaba el virus y pensábamos que con solo tocar una superficie infectada, nos podíamos enfermar. 

Pero las aplicaciones no consideraban este factor. 

[Ernesta]: Las aplicaciones a veces nos exigían que teníamos que entregarle la comida.

[Natalia]: Personalmente, en la mano. A muchos de los compañeros de Ernesta terminaron bloqueándolos por eso mismo, porque al no tomar una foto del cliente sosteniendo el pedido, la aplicación decía que no tenía pruebas en caso de que su cliente dijera que no había recibido su comida. Además de ser bloqueados, las cuentas de los deliveristas también podían ser desactivadas por completo. Es la forma de ser despedido dentro de este modelo de trabajo.

De nuevo, tuvieron que ingeniárselas. 

[Ernesta]: Mi estrategia cambió y yo les decía a mis compañeros: “Djanle en la puerta, tomarle fotos y ya”.

[Natalia]: Pero no solo era lo de los bloqueos. Peor aún, los deliveristas confirmaron otra sospecha muy frustrante. A pesar de que llevaran pedidos de restaurantes caros o recorrieran distancias muy largas, sus propinas permanecían bajas. Entonces, comenzaron a preguntárselo a los clientes. 

Algunos –los que sí se animaban a conversar con los repartidores– les confirmaron que las aplicaciones no les estaban dando sus propinas completas. Les mostraban sus celulares. Los montos no cuadraban.  

Y, como no eran empleados ni tenían realmente empleadores, no contaban con derechos que los protegieran por bloqueos o desactivaciones injustas, ni robos de salario. Solo podían intentar solucionar sus problemas con los servicios de atención al cliente de la empresa, lo cual casi nunca les funcionaba. 

La pandemia, además, complicó la flexibilidad de los horarios. 

 [Ernesta]: Tenía que dividir mi tiempo, estar en casa todo, toda la mañana porque había clases por línea e irme en la tarde hasta las dos de la mañana a veces a quedarme a trabajar.

[Natalia]: Así, la jornada se volvió aún más larga y la economía más difícil pues nadie paga las horas que inviertes en ayudar a tus hijos a estudiar por Zoom.

Y bueno, lo peor de todo fue que estar en la calle se volvía cada vez más peligroso. Entre los deliveristas se comentaba que, en medio de las calles vacías, a muchos repartidores los estaban asaltando para robarles sus bicicletas. Muchas veces, eran agredidos físicamente durante estos asaltos. Y unos pocos habían sido asesinados en los enfrentamientos. 

Y todo empeoró al poco tiempo, el 25 de mayo, con la muerte de George Floyd.

(Sound Bite de archivo)

[Periodista]: Floyd es el hombre bajo la rodilla de un policía en Minneapolis, Minnesota, a quien se le escucha diciendo que no puede respirar, que le duelen el estómago y el cuello.

[Natalia]: Floyd era un hombre negro estadounidense que fue asesinado por un policía blanco. Su asesinato provocó protestas masivas en contra del racismo y la violencia policial en todo el país… 

(Sound Bite de archivo) 

[Periodista]: Muy tenso también lo que se ha vivido en Nueva York, donde hay cientos de personas congregadas para otra jornada de protestas por la muerte de George Floyd luego de que anoche los ánimos se caldearon y hubo decenas de arrestos. 

[Manifestantes]: No justice, no peace, no justice, no peace…

[Natalia]: Nueva York no fue la excepción. Los neoyorquinos salieron a las calles a pesar de las restricciones de la pandemia. Estaban indignados, hartos del abuso policial.

Las manifestaciones en Nueva York serían tan grandes que la ciudad entraría en su primer toque de queda después de 75 años. Según el alcalde, se impuso para proteger a la ciudad y a sus residentes. Yo lo recuerdo. Estuve en Manhattan en esos días. Por las noches había helicópteros de la policía sobrevolando la ciudad, pero en las calles la gente seguía protestando.

Y quienes quedaron atrapados entre los manifestantes y la policía fueron los deliveristas. Para ellos, la ciudad casi vacía de repente era más segura que la ciudad llena de protestas.

Ernesta recuerda aquella época como una de las más difíciles del 2020.   

[Ernesta]: Eso fue algo más espantoso para nosotros, porque a nosotros estábamos recogiendo la comida, entregándola, y encontrábamos a las personas metiéndose a los restaurantes, todo. Y pues a veces la policía decíamos: “No, pues nos van a confundir”. 

[Natalia]: Y sí, varias veces los confundieron con los manifestantes. De hecho, algunos de sus compañeros fueron arrestados. 

Los hijos de Ernesta estaban muy preocupados por sus papás. 

[Ernesta]: Me llamaban: “Mami, te van a pegar, te van a arrestar, vente”. Y pues le decía: “No, es que tengo que trabajar, no hay de otra, tengo que trabajar”. 

[Natalia]: El toque de queda duró una semana. Y a la mañana siguiente, el 8 de junio, comenzó la fase 1 de la reapertura de la ciudad. Centros comerciales, museos, gimnasios, bares y restaurantes reabrirían, poco a poco, en los siguientes meses… Era un intento de volver a la Nueva York de antes…

Pero regresar a la normalidad ya no sería una opción para muchos deliveristas, incluida Ernesta. 

Luego de las protestas por el asesinato de George Floyd, Ernesta siguió trabajando, repartiendo comida casi en las mismas condiciones precarias: teniendo problemas con las propinas, recorriendo grandes distancias. 

Las marchas, que duraron un par de meses, cesaron, pero la calle seguía siendo insegura. De hecho, un reporte de la ciudad calculó que 8 deliveristas fallecieron en el 2020 mientras trabajaban repartiendo comida.

Ernesta ya había escuchado de un grupo más grande de deliveristas que se estaban juntando para buscar cambios en sus condiciones laborales. Se lo contaron algunas compañeras, pero no había averiguado más.

Ella no lo sabía, pero todo había comenzado con él:  

[Gustavo Ajché]: Mi nombre es Sergio Gustavo Ajché. Soy guatemalteco y vivo acá en la ciudad de Nueva York desde el 2004.

[Natalia]: Dos días después de haber llegado a Nueva York, Gustavo se convirtió en deliverista. Mucho antes de que las aplicaciones dominaran el mercado. Y recuerda que las condiciones eran muy diferentes… La diferencia más grande, por ejemplo, era que tus jefes eran los dueños o los administradores de los restaurantes… 

[Gustavo]: Al estar antes con un patrono era diferente, porque a veces te decía que donde estás, qué a qué horas vas a venir o también si era tu cumpleaños, hay lugares donde te celebraban el cumpleaños o hay veces que fiestas ¿no? Como navidad o día de acción de gracias, patrón hacía algo para uno. 

[Natalia]: La seguridad y el bienestar del repartidor, además de su sueldo, dependía de los dueños de los establecimientos, como con cualquier otro trabajador de la ciudad. Muchas veces, cuando no había pedidos, el repartidor hacía otras tareas, como lavar los platos o ayudar en las cosas más básicas de la cocina. 

Es decir, algunos tenían sueldo fijo y otros lo complementaban con propinas, y por supuesto, tenían derechos… como seguro médico en caso de accidentes laborales o una pensión cuando se jubilaran. No era un trabajo perfecto, por supuesto, había mucha informalidad y los jefes podían no seguir las leyes.

[Gustavo]: Pero ya con esto de las aplicaciones, al ser uno contratista independiente, uno está a la suerte de uno mismo, ¿no?

[Natalia]: Muchos deliveristas como él dejaron de repartir para un solo restaurante y comenzaron a trabajar para diferentes aplicaciones cuando aparecieron. A veces, como su único trabajo; otras, para tener un ingreso extra. Según Gustavo, se empezó a correr la voz entre sus amigos guatemaltecos de que era un trabajo en el que podían ganar muy buen dinero.  

[Gustavo]: Las aplicaciones en su principio, cuando llegaron a la ciudad, eran buenísimas. Muchos hicieron mucho dinero porque también había opción de usar más de una aplicación a la misma vez simultáneamente. 

[Natalia]: Por ejemplo, según él, en el 2017, en un buen día, podías hacerte unos 150 o 200 dólares en solo cuatro horas de trabajo. En promedio, ese mismo año, un cocinero o un mesero ganaba entre 55 y 60 dólares por la misma cantidad de horas. La diferencia era grande.

[Gustavo]: Yo decía: “¡Wow, buenísimo!” Era algo extra. 

[Natalia]: Gustavo solía creer que ganar más dinero compensaba los riesgos y las responsabilidades de no tener un jefe… Pero al igual que Ernesta, durante la pandemia, se dio cuenta de que había serios problemas con el modelo laboral de las apps.

El tema del pago siempre había sido confuso. No había un estándar. Cada empresa tenía una estructura diferente para pagarte. Relay, una de esas aplicaciones, te pagaba por hora, pero las demás, de hecho la mayoría, optaba por darte otro sistema. 

[Gustavo]: Las aplicaciones te dan un mínimo por delivery. Entonces… más la propina. Entonces a veces por orden, depende más de la propina que puedas hacer por una entrega 4,5,6,7 dólares, pero depende más de la propina.

[Natalia]: Ya hemos dicho que depender de las propinas generaba bastante inestabilidad. Pero ese pago mínimo o pago base tampoco era fijo. Algunas aplicaciones decían que consideraban las distancias, los minutos y otros factores adicionales, desconocidos para los deliveristas. 

Durante la pandemia los montos base podían cambiar de la noche a la mañana. Además, si una aplicación creía que entregar tu pedido te tomaba, digamos, 20 minutos y el restaurante se tardaba mucho en prepararlo, la aplicación no te pagaba ese tiempo extra. 

Y encima de todo, les habían ampliado las distancias y recordemos que no les estaban pagando las propinas por completo. 

[Gustavo]: Habían clientes que eran buenos, te preguntaban: “Oye, ¿recibiste la propina que te di? Te di 15 dólares, te di 20”, y en la plataforma te aparecía un monto de dos, tres dólares.

[Natalia]: Todo esto se juntaba con lo que ya explicamos: el tema del baño y la comida, el riesgo de contagio… Y si seguían trabajando en esto es porque muchos no tenían otra opción. 

Pero fue principalmente por la inseguridad que enfrentaban en las calles, en especial durante el periodo de las protestas por el asesinato de George Floyd, que Gustavo y otros compañeros formaron un grupo de WhatsApp. 

[Gustavo]: Era una manera de cuidarnos. Cuando ya escuchábamos que venían las protestas por allá, nos regamos la voz, decíamos: “En tal punto ahí están los de la manifestación, no se acerquen”, y nos alejábamos de esa área y mirábamos que la aplicación nos quería llevar para allá, le rechazamos las órdenes

[Natalia]: Al grupo de WhatsApp le pusieron Deliveristas Unidos y, en ese momento, tenía alrededor de 40 miembros. La mayoría de ellos eran guatemaltecos.

Pero, aunque encontraran maneras de cuidarse entre ellos, el solo grupo de WhatsApp no podía cambiar los problemas estructurales de trabajar con las apps.

Algunos meses después, el 8 de octubre de 2020, un amigo de Gustavo le contó que unos 30 o 40 compañeros en su mayoría guatemaltecos habían decidido hacer un plantón frente a una estación de policía en Manhattan. 

Habían escogido ese lugar porque decían que ellos no los ayudaban cuando les robaban las bicicletas ni los protegían de la violencia en la calle. Es más, que muchas veces los habían tratado como criminales, arrestándolos durante las protestas, cuando solo estaban haciendo su trabajo, que, además, era considerado esencial. 

Gustavo llamó a uno de esos deliveristas y le dijo: 

[Gustavo]: Lo que hicieron está bien, pero con ir a gritarle a dos o tres agentes de la policía no van a hacer nada. 

[Natalia]: Y en ese momento Gustavo tuvo una idea: hacer una marcha que recorriera la ciudad para que más gente se enterara, no solo de los problemas de seguridad, sino también sobre todos sus otros reclamos. 

[Gustavo]:  El acceso a los baños, la transparencia, que no nos roben las propinas, la seguridad. No estábamos pidiendo tanto.

[Natalia]: Lo que querían todos. 

Pensó que era hora de convocar a más gente, a todos los deliveristas que conocía. Mandó mensajes por WhatsApp, hizo llamadas, compartió la información en redes sociales y les pidió a todos que hicieran lo mismo. 

Pautaron la cita para salir a marchar el 15 de octubre, a las 2 de la tarde, solo una semana después del plantón de los deliveristas guatemaltecos. 

[Gustavo]: De ahí fue cuando se creó esa ruta tonta a la vez porque muy larga, desde la 79 hasta City Hall. 

[Natalia]: Una ruta de unos 9 kilómetros. Comenzarían cerca de la misma estación de policía y bajarían en sus bicicletas por la avenida Broadway, hasta llegar a City Hall, el ayuntamiento donde suelen desembocar las protestas en Nueva York. 

[Natalia]: Ese día, Gustavo llegó un poco tarde porque estaba en su otro trabajo, de obrero de construcción. Se unió por la calle 34, cerca del Empire State, cuando el grupo ya había recorrido como unas 45 cuadras. 

Y cuando vio cuántos eran, se impactó. 

[Gustavo]: Te digo cuando yo vi venía mucha gente y todos gritando bocinando ti-ti-ti…

[Natalia]: Y es que, a pesar de que Gustavo sabía que sus compañeros más cercanos acudirían a su llamado, nunca esperó que fueran tantos. En City Hall, solo los esperaban un concejal y unos cuantos periodistas. 

Algunos estiman que fueron unos pocos cientos y otros, al menos, 800 deliveristas los que se unieron a la marcha aquella tarde. Fue la primera vez en Nueva York, que tantos de ellos estaban reunidos en un mismo lugar. 

Los medios comenzaron a prestarles atención. 

[Gustavo]: Dos o tres días después fue cuando empezaron las llamadas, pero no todos tenían la valentía de hablar a un micrófono o a hablar con alguien que no conocían como un reportero.

[Natalia]: Pero Gustavo sí sentía cómodo. Y todas las llamadas comenzaban con una versión de la misma pregunta: “¿Quiénes son? ¿Cómo se llaman?” 

Y Gustavo respondía con el nombre de su grupo de WhatsApp. 

[Gustavo]: Entonces de ahí surgió de que éramos los Deliveristas Unidos, porque no éramos solos los guatemaltecos ni mexicanos, éramos de diversas nacionalidades. Entonces usar el espanglish de los Deliveristas Unidos y quedarnos con ese nombre. 

[Natalia]: Así fue cómo se creó formalmente el grupo de Los Deliveristas Unidos. Y Gustavo se convirtió en el fundador del movimiento. Formaron alianzas con concejales, académicos, sindicatos de la ciudad y organizaciones activistas, principalmente, con el Proyecto de Justicia Laboral. 

En lo que quedó del año, los Deliveristas Unidos siguieron creciendo. De hecho, en un estudio que el grupo hizo junto con el Proyecto de Justicia Laboral y la Universidad de Cornell encontraron que, durante la pandemia, el número aproximado de deliveristas en Nueva York había llegado a 65,000. 

Las aplicaciones, por su lado, cerraron el 2020 con récords de venta. Por ejemplo, en diciembre, DoorDash empezó a cotizar en la bolsa de valores. Todo mientras las ganancia por hora sin propinas de los deliveristas era en promedio casi 8 dólares, tan solo un poco más la mitad del sueldo mínimo de cualquier empleado de la ciudad, que es 15 dólares por hora. 

Sobre el tema, las apps declararon que estaban dispuestas a escuchar feedback y que el sueldo promedio era más alto del que decían los deliveristas. Relay, además, negó que no estuviera pagando las propinas completas.

Contacté a las aplicaciones más usadas para pedir comida en Nueva York. DoorDash y GrubHub no quisieron darnos una entrevista, solo nos mandaron comunicados de prensa en los que DoorDash dijo que el pago por hora era de casi 29 dólares, aunque no nos explicaron cómo llegaron a esa cifra; y GrubHub aseguró que alienta a sus clientes a dar al menos 20% de propina. UberEats se negó a comentar.

[Daniel]: Ahora que los deliveristas sabían cuántos podrían ser, no detendrían sus reclamos. 

Una pausa y volvemos. 

[MIDROLL]

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Antes de la pausa escuchábamos la manera en que la pandemia transformó cómo trabajaban los deliveristas en Nueva York, y cómo un grupo de ellos estaba inconforme con esto. Convocaron una primera marcha para protestar, pero el 2020 terminó sin ningún cambio. Por eso, tendrían que intentar una vez más.  

Natalia nos sigue contando.

[Natalia]: Ya en febrero de 2021, los Deliveristas Unidos y sus aliados seguían demandando un cambio y, esta vez, su pedido era más concreto. Se empezó a hablar de un paquete legislativo. Eran seis leyes con las que la ciudad podría regular a las aplicaciones. 

En esencia, exigían que las aplicaciones permitieran que los deliveristas eligieran la distancia que recorren sin penalidad, y que no podían obligarlos a cruzar puentes ni túneles. También, que las apps agregaran en sus acuerdos con los restaurantes que estos se comprometieran a dejar que los deliveristas usaran sus baños. Y, finalmente, pedían que hubiera transparencia con las propinas y que todas las aplicaciones les dieran un pago por hora fijo. Así no seguirían dependiendo solamente de lo que los clientes les dieran. 

Representaban un cambio radical en la lógica del modelo económico de las aplicaciones. 

Si las mejoras no venían de parte de las aplicaciones mismas, exigían que las leyes de la ciudad los protegieran. 

El grupo decidió que era momento de movilizarse otra vez para presionar a que se aprobara el paquete legislativo… Iban a salir a las calles. Y esta vez no querían ser cientos, sino miles. 

El grupo de WhatsApp de Gustavo no iba a ser suficiente para convocarlos… Así que imprimieron volantes, hablaron uno a uno con deliveristas. Tenían esperanza de lograr una marcha masiva, pero no tenían certeza de que lo lograrían. Así fue cómo Ernesta se enteró y se preparó para acompañarlos a protestar. 

Como ya habíamos dicho antes, Ernesta solía salir a repartir junto con su esposo y sus compañeros mexicanos. Ellos siempre se mantenían en contacto. Algunos habían ido a la primera marcha, la que organizaron Gustavo y sus conocidos en tan solo una semana. A Ernesta le había llamado un poco la atención, pero no fue porque estaba ocupada esa vez. Y fueron esos mismos compañeros quienes, un día de abril de 2021, le contaron que habría una segunda movilización y que sería más grande.

[Ernesta]:  Me dijeron: “No, pues vamos a unirnos”. Es para que nos den permiso al baño, para que nos den más derecho, que somos deliveristas, que vean que estamos unidos.

[Natalia]: Ernesta todavía no sabía más detalles, pero la idea le gustó. Unos días antes, había leído en las noticias que un deliverista había sido asesinado mientras intentaban robarle su bicicleta. Le pareció una injusticia. 

[Ernesta]: Le digo: “¿Pero quiénes van a ir?” “No, pues, todos”.  Y ya pues voy, me voy de chismosa. 

[Natalia]: La cita era para el 21 de abril del 2021. Esta vez se reunirían en Times Square. Y, de nuevo, marcharían juntos hacia City Hall. Gustavo fue uno de los primeros en llegar al punto de encuentro. Desde las 10 de la mañana, en Times Square, comenzó a transmitir en vivo por la cuenta de Facebook de los Deliveristas Unidos. Seguía convocando gente. 

(Soundbite de archivo)

[Gustavo]: Buenos días. Buenos días a los que se estarán conectando. Buenos días. Esperemos que se acerquen, que vengan acá a la marcha que tenemos programada para las 2 de la tarde. Pero ya nos encontramos acá.

[Natalia]: Los deliveristas comenzaron a llegar. En bicicletas y motocicletas… y empezaron a ocupar todo el ancho de la Séptima Avenida. 

(Soundbite de archivo)

[Gustavo]: Buenas. Estamos… está llegando la gente. Estamos un buen grupo ya. Esperemos que más venga. 

[Natalia]: Levantaban carteles con consignas como “Las propinas no son salarios”, “I love New York”, y gritaban en español…

[Manifestantes]: Sí se puede, sí se puede, sí se puede… 

[Natalia]: Y colgadas en sus espaldas o sobre sus vehículos, llevaban las banderas de cada uno de sus países. En Nueva York siempre ha habido protestas, pero esta se veía diferente. Era una manifestación de inmigrantes, la gran mayoría Latinoamericanos, que estaba sucediendo entre los rascacielos, y las pantallas y las tiendas de Times Square. 

Los deliveristas detuvieron el corazón de Manhattan. Todavía no se movían de su sitio. Los taxis amarillos, los buses y los autos les tocaban las bocinas para que avanzaran. En respuesta, los deliveristas, detenidos hasta que se diera la orden de seguir, también hacían lo mismo, mientras ponían a todo volumen Gimme the Power de Molotov.  

[Molotov]: Hay personas que se están enriqueciendo. Gente que vive en la pobreza… 

[Natalia]: Cuando decidieron avanzar parecía que no cabía nadie más en la intersección de la Séptima Avenida con la calle 42. Y mientras iban bajando montados en sus bicicletas, los policías, molestos con los deliveristas porque no habían pedido el permiso necesario, iban cerrando las calles, parando el tránsito, abriéndoles camino para que pudieran pasar. Los deliveristas eran más. 

Y en cada cuadra, se iban uniendo aún más. Los que protestaban iban reclutando a cualquier repartidor que se encontraran en la calle. 

Cuando entraron a la calle 14, por el East Village, Ernesta y otros compañeros de esa zona, estaban esperándolos.

Desde donde estaban, no los podían ver, pero sí los escuchaban. 

[Ernesta]: Demasiada gente. El ruido que venían haciendo, habíamos dicho: “¡No!, vamos a paralizar Nueva York”. Nunca habíamos hecho esto. Pues nos emocionamos. Nos metimos. Estábamos contentos todos.

[Natalia]: Ese día, había pronóstico de lluvia, pero, de pronto, comenzó a granizar. Ernesta se refugió un rato, pero después reconoció a Gustavo y se unió de nuevo…

[Ernesta]: Entonces como yo iba nada más detrás de ellos, iba siguiéndolos. Pero sí fue impresionante. 

[Natalia]: Continuaron bajando desde la calle 14 hasta el final de la isla, hasta City Hall. Esta vez fue diferente. 

[Ernesta]: No… fue más emocionante. Pensábamos que no iba a haber, este, periodistas. No… cuando vimos demasiados periodistas. No, pues esto va para más.

[Natalia]: Esta segunda marcha había sido un éxito. No solo habían conseguido la atención de varios concejales y de muchos medios, que los esperaban en City Hall, sino que llegaron a ser más de 3 mil deliveristas marchando ese día. 

Una semana después, el paquete legislativo entró oficialmente a la agenda del Concejo Municipal de la ciudad y tendría que ser debatido. Era la primera vez en todo el país que se proponía un pago por hora para deliveristas de aplicaciones. 

Y Nueva York, por fin, los iba a escuchar. 

Pero tomaría meses. En ese lapso, Ernesta se involucraría más en la lucha por sus derechos y conocería a más de 70 mujeres deliveristas. Ya no solo salía de casa para trabajar, sino también para reunirse con sus compañeros. Por su parte, Gustavo seguiría organizando a los Deliveristas Unidos. 

El 23 de septiembre de 2021, un poco menos de un año después del primer plantón de los deliveristas guatemaltecos, el Consejo Municipal de la ciudad votaría para determinar si aprobaban o no las leyes. Decenas de deliveristas se juntaron en un parque frente a City Hall…

[Gustavo]: Entonces organizamos ese día que iba a haber comida para los repartidores, reparación de bicicletas a los repartidores ahí en el City Hall, 

[Natalia]: Era un día fresco. Esperaban mientras compartían comida, daban declaraciones a la prensa y conversaban. Finalmente, temprano por la tarde, Gustavo recibió la noticia: habían ganado. Había pasado todo el paquete legislativo. 

Gustavo los convocó, les contó la noticia y les agradeció a todos por unirse. 

Y les contó que no solo habían ganado sino que habían obtenido 40 votos a favor y 3 en contra. Estaban felices. 

[Manifestantes]: Sí se pudo, sí se pudo, sí se pudo.

[Natalia]: Ernesta también celebró la noticia. 

[Ernesta]: Nos anuncian. Y no, pues, ya, valió la pena dejar a mi hijo a veces, porque hay días que me voy para la organización o que hay una reunión, los dejo y me tengo que ir para allá. 

Los medios pronto dieron la noticia… 

(Soundbite de archivo)

[Reportera]: Y miles de repartidores de comida y sus familias obtuvieron una histórica victoria hoy en la ciudad de Nueva York con la aprobación de varias leyes que les garantiza derechos y protecciones 

[Natalia]: Por ley, ahora los deliveristas tienen derecho a usar los baños de los restaurantes de toda la ciudad y las aplicaciones deben comunicar claramente cuánta propina recibirán por cada domicilio. Y, quizá lo más revolucionario de todo es que los deliveristas tendrán derecho a una paga horaria. No dependerán solamente de lo que les den los clientes. 

Para Gustavo y algunos de sus compañeros el siguiente paso es algo más ambicioso… 

[Gustavo]: El sueño es ese, quizás un día contar con el propio sindicato de los Deliveristas Unidos. 

[Natalia]: Y Ernesta, por su parte, se siente muy orgullosa de lo que han logrado… 

[Ernesta]: Sin ser un sindicato hemos logrado mucho. Imagínese: primer sindicato inmigrante a nivel país nivel.

[Natalia]: La comunidad de Ernesta ha crecido y ya no se siente tan sola en su trabajo. 

Ella, Gustavo y los demás deliveristas se atrevieron a enfrentar a compañías multimillonarias y, contra todo pronóstico, consiguieron mucho de lo que estaban pidiendo… aunque siempre haya sido lo mínimo que merecían. 

[Daniel]: Al cierre de esta historia, casi todas las leyes que fueron aprobadas en 2021 han entrado en vigor. La única excepción es el pago por hora para los deliveristas. El Departamento de Protección al Consumidor y al Trabajador de la Ciudad de Nueva York todavía no ha establecido cuál será el monto de este pago.

 Entre el 2021 y el 2022, Ernesta se convirtió en coordinadora de las mujeres que forman parte de los Deliveristas Unidos. Ahora ayuda de manera independiente a su comunidad y no pertenece a ningún grupo. Gustavo sigue siendo el fundador líder de los Deliveristas Unidos.

 Gracias a María Figueroa de la Universidad del Estado de Nueva York, al deliverista Manny Ramírez y a Monxo López del Museo de la Ciudad de Nueva York por su ayuda en esta historia. También a Marco Avilés y a Aaron L. Morrison de la escuela de periodismo de CUNY. Y un agradecimiento especial a todos los deliveristas que repartieron comida a Natalia mientras escribía esta historia.

 Esta historia fue editada por Camila Segura y Luis Fernando Vargas. Bruno Scelza hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música de Ana Tuirán. 

 El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, y Elsa Liliana Ulloa.

 Carolina Guerrero es la CEO. 

 Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO.

 Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Natalia Sánches Loayza


EDICIÓN
Camila Segura y Luis Fernando Vargas


VERIFICACIÓN DE DATOS
Bruno Scelza


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri


MÚSICA
Ana Tuirán


ILUSTRACIÓN
Miti Miti


PAÍS
Estados Unidos


TEMPORADA 12
Episodio 30


PUBLICADO EL
05/02/2023

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