No hay visitas – Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Antes de comenzar, una advertencia: en este episodio hay escenas fuertes que no son aptas para todo público. Se recomienda discreción.

Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. 

Empezamos hoy en una noche de 1994. La protagonista de esta historia, Marta Álvarez, regresó a su casa en un pueblo de Colombia. Santuario, se llama. Su hermano, con el que vivía, la vio acercarse desde la ventana.

[Marta Álvarez]: Mi hermano cuando me vio empezó a darle golpes a la ventana y a decir: «Estoy gallo, hijueputa», así era que él decía. 

[Daniel]: Gallo: bravo, furioso. 

Marta tenía 34 años y vivía en la misma casa con su hermano, dos sobrinos hijos de una hermana que vivía en una ciudad cerca de ahí y la empleada doméstica. Desde hacía cuatro meses había vuelto de Estados Unidos después de vivir varios años allá. Había regresado por una razón específica: su hermano era adicto a las drogas y al alcohol y se negaba a aceptar ayuda. 

Su hermana, la mamá de los sobrinos, ya no podía lidiar con él y necesitaba que Marta la ayudara. Según Marta, también era muy probable que su hermano tuviera alguna enfermedad mental que nunca se le supo tratar.

Vivían en un segundo piso, arriba de un bar en donde en ese momento había dos policías tomando cerveza. Marta se les acercó.

[Marta Álvarez]: Yo antes de subir le dije a los dos policías: “Agentes, ¿ustedes se pueden llevar a mi hermano? Que es que está drogado, borracho y está muy agresivo”. Me dijeron: «No, no podemos entrar. No tenemos autorización». Y yo: «Yo les estoy dando autorización de que entren a mi casa”. «No, no, cuando esté peor viene y nos dice». Y yo: «No, es que ya está peor. Yo lo conozco, señores, ya está peor». No quisieron subir. 

[Daniel]: Y es que hay que aclarar algo: desde que Marta regresó a Santuario, vivía con susto de su hermano porque desde el primer momento él empezó a ser especialmente agresivo con ella. En las noches, cuando llegaba a la casa drogado y borracho, entraba violentamente a la habitación de Marta y la empezaba a insultar y muchas veces llegó a pegarle. 

Marta es lesbiana y su familia lo supo desde que era adolescente, pero su hermano le decía todo el tiempo que necesitaba un hombre que la corrigiera. Era tal el nivel de violencia, que a veces ella sentía que la podía matar. 

Esa noche Marta lo vio más bravo de lo normal y estaba muerta del miedo pero no había de otra: entró a su casa. No había nadie más en ese momento, y su hermano empezó con la misma agresividad de siempre. De un momento a otro, se le acercó, se bajó la cremallera del pantalón. 

[Marta Álvarez]: Estaba muy mal. Saca el pene y me dice: “Vea, chupe, chupe”. Él estaba perdido ya.

[Daniel]: Ese acto tan violento le recordó el gran trauma de su niñez y adolescencia: la agresión constante que recibía en las calles del pueblo. Todo el tiempo hombres que sabían que era lesbiana la acosaban: le hacían comentarios obsenos, la insultaban.

[Marta Álvarez]: En el pueblo me decían: “¡Arepera!”, “Arepera, arepera, arepera”. Un insulto, ¿sí? Inclusive me decían que me iban a violar que para enseñarme a que me gustaran los hombres. Era un acoso, un acoso psicológico, verbal… era violencia, y yo estaba muy chiquita.

[Daniel]: Por eso, lo que le estaba haciendo el hermano en ese momento…

[Marta Álvarez]: Como que activó unos dolores que yo tenía allá guardaditos. Y estábamos muy cerquita, muy cerquita cuando él… él hace eso. Uy, no, a mí me dio una cosa tan extraña. Yo sentí como que se me salió todo de por dentro, como que se me salió el alma, como que… yo no puedo explicar.

[Daniel]: Hacía un tiempo Marta había conseguido una pistola para protegerse. Era ilegal, claro, y ella lo sabía. Pero para ese momento ya una persona cercana le había dicho que su hermano iba a contratar a un sicario para matarla. Luego se comprobaría que otra persona supo del mismo plan. Marta sentía que podía hacerle daño en cualquier momento y quería poder defenderse. En ese instante, agarró el arma. 

[Marta Álvarez]: A mí me dio una cosa extraña. Yo no… sí, yo no era yo. Yo no era yo. Y le pegué un tiro y se murió.

Yo estaba en un estado… yo no lo puedo describir. Yo salí a la calle, vi un montón de gente y vi dos policías que venían, entonces yo les dije a ellos dos: “Vea, yo maté a mi hermano. Yo fui la que lo mató. Llévenme para allá y métanme allá”. 

[Daniel]: Les entregó el arma y les pidió que la llevaran a la estación de policía. 

[Marta Álvarez]: Ni siquiera me cogieron ni nada. Entonces fui caminando con ellos y… y yo misma me metí a la celda. Yo sabía. 

[Daniel]: Era culpable del asesinato de su hermano y estaba dispuesta a pagar la pena que fuera. Desde ese momento Marta no volvería a ser libre por mucho tiempo, pero en esa nueva situación se enfrentaría a una serie de abusos y violencia que nada tenían que ver con pagar por el crimen que había cometido. 

Nuestro productor David Trujillo nos sigue contando.

[David Trujillo]: La hermana, los sobrinos y otros familiares de Marta no la visitaron en ese momento. Aunque entendían lo que había pasado y sabían de todos los maltratos que ella había recibido por parte del hermano, estaban concentrados en los temas del funeral, la ceremonia religiosa, el cementerio. 

Tres días después de estar en esa celda de la estación de policía de Santuario, un primo le llevó algo de ropa y otras cosas que necesitaba. Ya sabían lo que venía después. Esa tarde la subieron en una camioneta para llevarla a una cárcel de mujeres a más de una hora de ahí.

[Marta Álvarez]: Esposada, así pegada de una cosa de metal de la camioneta.

[David]: Como un tubo. A mitad de camino, empezó a llover muy fuerte y el policía que iba con ella en la parte destapada prefirió pasarse para adelante para no mojarse. 

[Marta Álvarez]: Me dejaron sola atrás. Y yo me quité las esposas, que yo tengo las manos muy delgaditas, y me quité las esposas y me senté allá.

[David]: Para sentirse más cómoda. Cuando llegaron a la cárcel, más o menos a las cuatro de la tarde…

[Marta Álvarez]: Esos policías allá: “Oh”. No, yo estaba sin esposas ya. No me fui porque no quise. O sea, yo no me fui porque yo era consciente de que yo tenía que responder por lo que había hecho. 

[David]: Le hicieron quitarse toda la ropa para requisarla, le tomaron las fotos, le tomaron las huellas, la reseñaron. Todo lo que suelen hacer para ingresar una nueva persona a la cárcel. 

El lugar no era tan grande.

[Marta Álvarez]: Como un colegio. Entonces arriba tenía los dormitorios y abajo eran los patios, el comedor, las áreas comunes. 

[David]: Lo primero que hicieron fue llevarla al comedor para que comiera con las otras internas. 

[Marta Álvarez]: Y ahí mismo empiezan todas, unas más que otras, a preguntar: “Oiga, ¿usted es nueva? Venga ¿Usted por qué está aquí? ¿Cómo se llama?». Y empiezan a preguntarle a uno de todo, entonces uno pues todo inocente pues va diciendo todo. 

[David]: Se acuerda de una mujer en particular.

[Marta Álvarez]: Nunca se me olvida, le decían La Pájaro. Entonces La Pájaro se para en el… la mitad de ahí del comedor a decir: «Bueno, ella es Marta. Viene de Santuario y aquí va a estar con nosotros un tiempito». 

[David]: La idea que tenía Marta de la cárcel era lo que había visto en televisión o en películas, y estaba relacionado más con las cárceles de hombres: gente hostil, agresiva, violenta y peleas constantes. Y sí, seguramente eso pasaba también en este lugar, pero ese recibimiento fue mucho mejor de lo que esperaba. 

Cuando terminaron de comer, alrededor de las seis de la tarde, la llevaron a su celda. Era de unos dos metros cuadrados y tenía una cama, un colchón y una especie de repisa para poner la ropa. Había una ventana en la parte más alta, casi llegando al techo. Era difícil alcanzarla para poder ver hacia afuera, pero por ahí al menos entraba aire y algo de sol.

[Marta Álvarez]: Cuando yo… a mí me metieron en esa celda, escuché cuando la guardiana le puso el candado ya dizque para dormir, yo sentí un alivio. Yo sentí que ahí sí estaba segura. Ya sentí ahí que ahí ya nadie me iba a matar. 

[David]: Del caso de Marta se encargó la Fiscalía de Santuario, que ahora se dedicaría a investigar y a acusarla ante un juzgado. Ahí empezó su proceso penal. 

[Marta Álvarez]: Yo pensaba no… la justicia, con el abogado, las pruebas, la familia mía me va a ayudar. Y siempre me ayudaron: las… las declaraciones y todo. Yo, las amistades… O sea, que no es que yo ande matando gente. Que yo no maté a nadie por robarle, que no me pagaron, no fui un sicario que fui a matarlo, que… ¿me entiendes? 

[David]: Sino que se podía entender como legítima defensa. No es que esperara salir de inmediato. Al fin y al cabo era un homicidio y ella misma había disparado el arma. Además, según el Código Penal colombiano, más grave aún por el hecho de ser su hermano. Pero podrían tener en cuenta la violencia de la que era víctima y que la llevó a cometer ese delito. Su hermana y sus sobrinos eran testigos de eso. 

También estaba el hecho de que se hubiera entregado desde el principio y tal vez eso ayudaría a reducir una posible condena. Pero mientras eso se resolvía, Marta debía permanecer en la cárcel. 

Desde el principio la relación con las otras internas fue cordial. 

[Marta Álvarez]: Allá había gente por todos los delitos. Había gente por secuestro, había gente por homicidio, había gente por Ley 30, eso había de todo.

[David]: Por Ley 30, o sea, por temas de drogas. Algunas eran agresivas, así que Marta prefería no involucrarse con ellas para evitar problemas. Pero en general se la llevaba bien con sus compañeras. Su hermana la visitaba cada tanto y le llevaba comida o libros, y eso le ayudaba a hacer un poco más llevadera su estadía en la cárcel. 

La rutina era la misma todos los días: se levantaban entre cinco y seis de la mañana, se duchaban, desayunaban en el comedor, y luego les daban tiempo para hacer talleres u otras actividades. Marta desde el principio decidió dar clases de inglés para también poder reducir el tiempo de una posible condena. Alrededor de las once de la mañana almorzaban, luego, más o menos a la una de la tarde, retomaban sus actividades. Después cenaban a las cuatro, Marta jugaba microfútbol con sus compañeras y a las seis las encerraban de nuevo en sus celdas.

Además de eso, todos los días las hacían formar en el patio para contarlas.

[Marta Álvarez]: Cuando eso éramos apenas como 60. Entonces cabíamos 10, 20, 30 así, filita. Y todas las mañanas, pues, nos hacían formar tarará, todas las noches tararará, al mediodía tatatatá. Nos contaban tres veces al día. 

[David]: Y en esas formaciones siempre estaba el director de la cárcel. 

[Marta Álvarez]: Se paraba allá al frente. Era un viejo bajito, ya como yo diría por ahí sesenta y algo de años, gordito, de unos ojos como claros, con un bigotico como hitleriano así. Y se paraba allá, con las manos en las… detrás de la espalda, y se paseaba de un lado para el otro. «Malnacidas», que nos gritaba: «Delincuentes, ustedes no están en un hotel. Ustedes están en la cárcel. Aquí nadie las va a mimar, desgraciadas». 

[David]: El director, como los guardias, administrativos y directivos de la mayoría de las cárceles, hacía parte del INPEC, el organismo público que se encarga de los centros penitenciarios en Colombia. 

[Marta Álvarez]: Entonces la primera vez, pues, que yo formé que es… oye a mí me dio risa. A mí me dio risa ver a ese señor. Y yo ahí, me dijo: «¿Y usted de qué se ríe?». Yo le dije: «Ay, de usted tan chistoso». Ese fue el primer día que ya me lo eché de enemigo. 

[David]: El director le pidió a uno de los guardias que le diera el nombre completo de Marta. Eso a ella no le pareció mayor cosa, no creía que fuera una falta grave. Pero a los pocos días, las otras internas le empezaron a contar de los abusos que cometían las autoridades dentro de la cárcel. Una de esas historias era sobre otra interna que Marta no conocía: 

[Marta Álvarez]: Y entonces me dijeron: «Ay, mire, cómo le parece que hay una… Monza”, a mí no se me olvida, “cómo le parece que Monza está en el calabozo desde hace como seis meses». 

[David]: Marta nunca había visto a Monza y apenas en ese momento escuchaba de ella. 

[Marta Álvarez]: Y yo: «¿Seis meses? ¿Y por qué, qué hizo?». Dicen: «No, fue que la pillaron dándole un beso a otra muchacha».

[David]: Marta no lo podía creer. Le contaron que no era la primera vez que hacían este tipo de castigos. Castigos claramente homofóbicos. 

Se indignó tanto que para el siguiente domingo de visitas le pidió a su hermana que le llevara la Constitución Política y el Código Penitenciario y Carcelario. Quería entender si la ley permitía tener a una persona encerrada en un calabozo por seis meses. Pero leyendo se dio cuenta de que una persona privada de la libertad solo podía estar máximo dos meses en el calabozo, y eso por faltas graves o delitos como intento de fuga, porte de armas o robo dentro de la cárcel. 

[Marta Álvarez]: Yo le preguntaba a las muchachas: «¿Y ustedes aquí por qué no hacen algo?». «No, es que nos meten en el calabozo. Nos quitan las visitas”.

[David]: Y había un castigo mucho peor al que todas le temían: el traslado a otra cárcel, en otra ciudad. 

[Marta Álvarez]: “Mire que nosotros tenemos la familia aquí y ya mi familia si me trasladan no pueden ir a visitarme a otra parte, que no sé qué, que esto”. Las mujeres que tenían hijos: «No, es que cuándo vuelvo a ver mi niño, mi niña. No, es que nosotras más bien nos quedamos calladas».

[David]: Poco después, Marta empezó a sentir esa persecución. En ese momento tenía una novia de Santuario que la visitaba de vez en cuando, pero iba como amiga, no como visita conyugal. Ese derecho que, por ley, sí tenían las parejas heterosexuales. 

Ya ese término no se usa y ahora se llama “visita íntima”, pero para ese entonces, 1994, la ley hablaba de visita conyugal porque era entre personas que estaban casadas legalmente. Las personas heterosexuales podían recibir a sus parejas en las celdas o en espacios privados.

A las parejas del mismo sexo, en cambio, no se les reconocía legalmente su unión, así que no podían recibir una visita conyugal y mucho menos una que incluyera privacidad. Simplemente debían reunirse a la vista de todo el mundo y disimular cualquier muestra de afecto. 

[Marta Álvarez]: Era difícil. Fue muy duro. Nos dábamos besitos al escondido, pero eso era… eso era pues, era muy difícil, porque además todo el mundo mirando. Y si nos hubieran visto probablemente para el calabozo. 

[David]: Y sí, al poco tiempo la mandaron al calabozo, pero no precisamente por un beso a su novia. Aunque Marta intentaba no meterse en problemas con nadie, y menos con la autoridad, un día la llamaron a la dirección porque supuestamente había intentado pegarle con una escoba a una guardiana. 

[Marta Álvarez]: ¡Mentiras! Pero no, a mí no me creyeron y allá me metieron, al calabozo. 

[David]: Para Marta era fácil pensar que estos castigos eran por su orientación sexual y que seguramente la habían visto besándose con su novia. Además, ella sabía que la guardiana que la incriminó era especialmente dura con las lesbianas y todo el tiempo les hacía comentarios agresivos.

[Marta Álvarez]: Horrible esa señora, horrible, horrible, horrible. De lo más homo… homofóbico que he visto en mi vida. Allá me hizo meter.

[David]: Era una celda pequeña con paredes de cemento. Tenía un camarote del mismo material y un baño con un hueco en el techo seguramente para que ventilara el espacio, pero por donde también entraba la lluvia y el sol. El inodoro no funcionaba, así que los desechos se quedaban ahí estancados y Marta tenía que recoger agua de la ducha para hacerlos ir por la tubería. La puerta era gruesa de metal y le pasaban la comida por una ventanita. No había electricidad y solo podía tener algo para escribir.

[Marta Álvarez]: Y uno allá, pues ¿qué hacía uno? Escribir de día y de noche, pues nada. No era tanto que uno estuviera ahí, sino saber que uno está ahí sin haber hecho nada. Es la injusticia lo que le da rabia a uno.

[David]: En el calabozo tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre su pasado. Sobre todo recordó lo que había vivido en su pueblo cuando era adolescente: la discriminación y la violencia.

Fue duro, a tal punto que hasta hubo amenazas de muerte en Santuario, solo por ser lesbiana. Tan grave fue la cosa que cuando Marta tenía 19 años su papá le pidió que se fuera a Boston, en Estados Unidos. El papá tenía varias farmacias y ya había enviado a esa ciudad a su hijo mayor, que era gay y que sufría el mismo acoso.

Así que para el papá, la idea era que Marta se fuera a vivir con su hermano, estudiara allá, terminara su bachillerato en un colegio en el que no la discriminaran, para que luego pudiera entrar a una universidad y hacer una carrera. Pero no es que a Marta le gustara mucho la idea. No quería irse a Boston, y a pesar de las amenazas, dice que nunca sintió miedo en Santuario. Que nunca lo había sentido. 

[Marta Álvarez]: Era rabia, mucha rabia con… con toda la gente heterosexual, con… con la iglesia, con todo el sistema. Y… y yo me fui, no porque yo tuviera miedo, me fui por papá. 

[David]: Porque su papá se lo pidió. Pero finalmente, para Marta fue la mejor decisión. En Boston fue libre y feliz, y después de unos años se convirtió en ciudadana estadounidense. Estudió sistemas en la universidad, luego estudió farmacéutica y empezó a trabajar. Su vida cambió y justamente allá supo que era posible vivir en paz sin importar la orientación sexual. 

[Marta Álvarez]: Y yo me acostumbré a vivir ese tipo de vida. Por eso cuando yo me encuentro con toda esta discriminación, con toda esta homofobia y yo ¿pero esto qué es? Si yo venía de otro mundo, ¿me entiendes? Y para mí no era… era inconcebible estar viviendo este tipo de maltrato y yo no entendía por qué, o sea, no, no… era que no, no, no podía. 

[David]: Diez días más tarde y después de perder cinco kilos de peso, Marta salió del calabozo decidida a hacer algo para cambiar esa situación. Empezó a investigar un poco y contactó a la Defensoría del Pueblo, la entidad que se encarga de proteger y promover los derechos humanos en Colombia. Esa misma entidad había revisado el caso de Monza, la interna que llevaba seis meses en el calabozo, y gracias a esa gestión había podido salir. 

Marta les escribió una carta formal contando estos abusos, pero además pidiendo ayuda para que le reconocieran su derecho a una visita íntima con su pareja. 

La persona que leyó esa carta fue ella, que también se llama Marta. 

[Marta Tamayo]: Yo soy Marta Tamayo. Tengo 64 años. Ya estoy jubilada. Estudié derecho. Fui abogada, militante feminista, también, de hace muchos años. 

[David]: Para ese momento, era la defensora del pueblo regional, y desde hacía algunos años había empezado a trabajar, desde otra entidad del Estado, por los derechos humanos de las personas privadas de la libertad. 

[Marta Tamayo]: Era la primera vez, además, en el país, que se hacía una línea de trabajo de prevención de violaciones de derechos humanos en cárceles. Y allí es donde yo veo qué es lo que pasa en las cárceles y la diferencia entre hombres y mujeres. 

[David]: Desde 1990 empezó a visitar la mayoría de centros de reclusión del país. Ahí se dio cuenta, por ejemplo, de que mientras a los hombres los enviaban al calabozo por faltas graves o delitos, a las mujeres, como ya contamos, las enviaban por darse un beso con otra mujer. 

[Marta Tamayo]: Para mí eso fue “Guau, ¿qué es lo que está pasando aquí?”. No solamente era eso, sino que en las cárceles de hombres, la visita, toda — hijos, papá, mamá, amigos — se podía recibir en las celdas, en los pasillos. En las cárceles de mujeres solamente se podía recibir la visita en el patio.

[David]: Y en ese momento ni siquiera la visita conyugal de mujeres heterosexuales estaba reglamentada. 

[Marta Tamayo]: Y lo que se decía en las cárceles es que los hombres sí necesitaban la visita íntima heterosexual y llevaban prostitutas. Y lo que se decía es que los hombres lo necesitaban porque si no se mariqueaban, así, literal. 

[David]: Una explicación posible de esa desigualdad de género, según ella, es que cuando se crearon varias cárceles de mujeres en Colombia, a finales de los años cincuenta, no eran cárceles como tal, sino reformatorios manejados por monjas católicas. Y que por eso, esas normas religiosas y morales prevalecieron incluso cuando esos lugares pasaron a manos del Estado. 

[Marta Tamayo]: Entonces un control muy estricto sobre el cuerpo de las mujeres. Las mujeres no podían hablar duro, no podían decir malas palabras, a las mujeres les revisaban las cartas que mandaban para afuera, para que no dijeran malas palabras. 

[David]: Y eso seguía pasando en ese momento, entre finales de los ochenta y principios de los noventa. La abogada intentó buscar soluciones con los mecanismos legales que había, pero no se podía hacer mucho. Solo con la nueva Constitución Política de 1991 y los cambios que produjo en cuanto a derechos humanos, tuvo más herramientas para exigirle al Estado que protegiera a las personas privadas de la libertad. Pero para lograr algo, primero necesitaba encontrar a una persona que representara el problema. 

[Marta Tamayo]: Una mujer que dé la cara, digamos de sus prácticas lésbicas y que, pues, se pueda dar la pelea. 

[David]: O sea, para demostrarle al Estado que sí maltrataban a las personas por su orientación sexual y exigirle que respetara sus derechos fundamentales. Pero en ese momento no encontró a nadie. 

Luego, en 1993, pasó a ser defensora del pueblo regional y, un año después, recibió la carta de Marta Álvarez donde le contaba de la homofobia en esa cárcel y de su decisión de pelear por el derecho a la visita íntima. 

[Marta Tamayo]: Yo dije, se me apareció la virgen, realmente porque, pues eso era lo que estaba buscando también hace rato. 

[David]: Decidió ponerse en contacto con Marta Álvarez. 

[Marta Álvarez]: Entonces ya Marta Tamayo llegó, me entrevistó y hablamos. Muy amable, eh, como muy dispuesta a hacer algo, a ayudar. La vi muy honesta, ah, como que las intenciones eran serias y que estaba de verdad muy, muy, muy interesada, ¿en qué? En hacer algo. Entonces inclusive me dijo: «Martica, ¿usted está segura que usted quiere dar la cara? Porque van a venir cosas, represalias y todo contra usted». 

[Marta Tamayo]: Porque pues eso no se había visto aquí en el país, que a una mujer le dieran permiso de una visita íntima. 

[David]: A una mujer lesbiana. Y a pesar de que la abogada estaba entusiasmada con la idea de ayudarla en su caso… 

[Marta Tamayo]: Yo creo que yo estaba asustada dando esa pelea, porque había mucho conservadurismo. Porque… porque en la misma Defensoría del Pueblo incluso no había una posición uni… unificada.

[David]: Una única posición que respetara los derechos de las personas LGBTI. Así que lo que ella hiciera podía ir en contra de la institución a la que representaba. Pero eso no disuadió a Marta Álvarez, que estaba cansada de tanto abuso e injusticia. 

[Marta Álvarez]: Y yo le dije: «Sí, hagámosle. No hay más. No hay más quién lo haga, lo hago yo. Hágale. Me arriesgo a lo que sea”.

[Daniel]: A través de este caso, la defensora del pueblo podría exigirle al Estado la protección, no solo para los derechos fundamentales de una persona en particular, sino los de muchas personas privadas de la libertad en Colombia. Y sin duda sería una lucha también por los derechos de la población LGBTI en general. Para ellas valía la pena, pero las consecuencias, como lo esperaban, serían muy duras. 

Una pausa y volvemos.

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.

Antes de la pausa, Marta Álvarez y Marta Tamayo habían decidido unirse para pelear contra el maltrato y la discriminación homofóbica en las cárceles. Y para exigir que a las personas homosexuales se les concediera el mismo derecho que tienen los heterosexuales: la visita íntima. 

David Trujillo nos sigue contando.

[David]: Desde el momento en que las dos Martas se pusieron en contacto, empezaron las represalias. Para Marta Álvarez la razón era evidente. 

[Marta Álvarez]: Ya sabían lo que yo… que yo me había quejado ante la Defensoría. Eso estaba todo alborotado, todo alborotado. Entonces ya son diez domingos sin visitas, ¿sabe lo que son diez domingos sin visitas? Dos meses y medio, y uno sin una visita. Entonces yo me la pasaba era en el calabozo o sin visitas. 

[David]: Pero decidieron seguir. Así que lo primero que tendría que hacer Marta era pedir la visita de su pareja de manera formal. Todavía no la habían condenado, así que tenía que hacerle la solicitud a la fiscal que llevaba su caso en Santuario. Lo mismo que tenían que hacer las personas heterosexuales. 

[Marta Álvarez]: Entonces sí, se le pidió a la Fiscalía, era la Fiscalía 33 de Santuario, y la fiscal dijo que sí. Tan, me la concedió.

[David]: La Fiscalía se tardó cinco días en dar esa autorización. Le envió una carta formal al director de la cárcel para que él se encargara de los temas administrativos, permitiera el ingreso de la novia de Marta y les adecuara un espacio para su visita. 

Pero esa carta supuestamente nunca llegó a manos del director, así que la Fiscalía volvió a enviarla 20 días más tarde. Pero aun así, el director siguió sin responder. En septiembre, dos meses después de la primera carta de la Fiscalía, la Defensoría envió toda la documentación de la solicitud que había hecho Marta, pero tampoco pasó nada. 

En enero de 1995, y al ver que el director no les daba ninguna respuesta, la abogada…

[Marta Tamayo]: Yo puse una tutela como defensora para que le respondieran y para que le respetaran el derecho a la visita íntima.

[David]: Y bueno, para los que no son colombianos, aquí hay que explicar qué es una tutela. Una tutela es un mecanismo judicial creado en la Constitución de 1991 y que tiene que resolver un juez de la república. Es un recurso muy sencillo y rápido que le permite a las personas defender sus derechos fundamentales cuando son vulnerados.

La abogada pedía que, primero, el director de la cárcel respondiera la solicitud. Y segundo, que a Marta Álvarez le garantizaran la visita de su pareja en las mismas condiciones que las personas heterosexuales. El INPEC, que es la institución que se encarga de las cárceles en Colombia, tenía que respetarle su derecho a la igualdad y al libre desarrollo de la personalidad. Al cabo de unos días, el juez resolvió la tutela. 

Por un lado, falló a favor de que el director de la cárcel respondiera la solicitud de concederle la visita íntima a Marta. Esa respuesta formal debía hacerla por escrito en los próximos 15 días como lo exige la ley, y efectivamente lo cumplió. Pero la respuesta fue que no iba a aceptar esa visita por considerarla, y aquí cito textualmente ese documento, como: “anómala”, “bochornosa”, “denigrante” y “obscena”. 

Pero la abogada también había pedido en la tutela que se le garantizara a Marta su visita por encima de cualquier permiso del director. Pero con respecto a esta petición, el juez falló en contra por tres razones:

[Marta Tamayo]: el primer argumento que dio es que era por seguridad, que porque de pronto podía entrar alguien y cambiarse por la otra persona y volarse. Después que eso es un acto inmoral. Y el tercer argumento fue que la visita conyugal tenía un propósito de reproducción y que en este caso no.

[David]: Un mes después, el INPEC decidió trasladar a Marta a otra cárcel como a una hora y media de ahí, después de haber estado casi un año intentando acoplarse. 

[Marta Álvarez]: Me trasladaron en un furgón, esposada y esas curvas ta, ta, ta. Y esos furgones viejos que se les metía… que ese olor a quemado… de gas… la gasolina quemada se mete al furgón y usted no tiene espacios. No hay… no hay ventilación. Me enfermé horrible, me enfermé horrible: vómito, diarrea, de todo. Eh, llegamos allá. Uy, no, qué depre… qué deprimente fue eso. Feo, feo, feo.

[David]: Marta pasó de una cárcel en la que al menos había espacio para hacer algo de ejercicio a una mucho más pequeña que tenía las instalaciones muy descuidadas. 

[Marta Álvarez]: Había una habitación y ahí dormíamos dos. Había un patio chiquitico, tenía unas… unas paredes altísimas y como con reja. Y entonces apenas me trasladaron, yo llamé a Marta Tamayo. 

[Marta Tamayo]: Y yo fui al otro día a esa cárcel a visitar en qué condiciones estaba. Y yo vi a Marta, pues, como la vi además demacrada, triste, derrotada. Fue muy duro, fue muy duro. Esa sí todavía la tengo. Ay, me da… me da cosa acá. Muy duro para ella. 

[David]: El traslado había enfermado a Marta y eso, sumado a la frustración por haber perdido la tutela y al espacio tan reducido en esa cárcel, la estaba afectando psicológicamente. La abogada empezó a adelantar el proceso para que la sacaran de ese lugar y la llevaran a la cárcel de Santuario, cerca de su familia. Pero esa cárcel de Santuario no era de mujeres y tampoco había un área para ellas. Así que en tres meses y, gracias a la gestión de la Defensoría del Pueblo, la devolvieron a la primera cárcel donde estuvo.

Era la mejor de las opciones en ese momento. Marta ya conocía el lugar, a las compañeras y se había empezado a adaptar. Pero claramente los funcionarios de esa cárcel no la querían ahí. Cuando llegó…

[Marta Álvarez]: Todos los guardianes se quedaron como: «Oh, no, no. Volvió. No». Yo era la piedrita en el zapato pa’ toda esta gente. 

[David]: La noticia de la tutela de Marta apareció en medios locales y la gente en la ciudad estaba empezando a hablar del tema. Esa tutela pasó a segunda instancia, y el tema estaba causando tanto escándalo que hasta el obispo de la ciudad contactó a la abogada. 

[Marta Tamayo]: Cuando yo estaba pendiente de la salida de la segunda instancia, él… él me llamó por teléfono, que quería hablar conmigo sobre la situación. Y yo le dije que por supuesto yo lo recibía en mi oficina. 

[David]: Cuando se vieron, el obispo le pidió que no siguiera con ese proceso por el bien de la moral de la sociedad. 

[Marta Tamayo]: Y yo le dije, pues, que yo entendía su postura, pero pues que esto era un asunto estatal, era un asunto civil donde la iglesia, pues no tenía opinión allí. Entonces, pues no, yo no podía hacer nada. 

[David]: Así que todo seguiría como estaba y ahí quedó la discusión. Pero seguramente eso mismo que motivó al obispo a contactarla y que estaba causando rechazo en una sociedad tan conservadora, fue lo que hizo que el juez en segunda instancia ratificara el fallo.

La Corte Constitucional podía revisar la tutela, pero al final no lo hizo. O sea, no es que haya confirmado o revocado las decisiones de las otras dos instancias, sino que optó por no revisar la tutela y dejar el asunto ahí. Con eso se terminaron las herramientas legales en Colombia.

Por otro lado, el proceso penal de Marta Álvarez por el homicidio de su hermano se reactivó un año después de entrar a la cárcel. Empezaron a llevarla a varias audiencias en Santuario. Marta no negó que hubiera matado a su hermano, pero la defensa insistió en que ella había cometido el delito con ira e intenso dolor, por toda la violencia de la que fue víctima. 

Pero además lo había hecho en legítima defensa, porque sabía que su vida corría peligro y había testimonios que lo confirmaban. Todos esos factores, según el abogado, debía tenerlos en cuenta el juez para tomar una decisión. 

Pero la Fiscalía decía que era un homicidio agravado porque, como lo dice la ley, fue contra su hermano, y que no se podía pensar en legítima defensa porque esa defensa no fue proporcional al ataque. En otras palabras, que el hermano no la había amenazado con un arma de fuego.

Marta igual sabía que la iban a condenar a pasar un tiempo en prisión por lo que hizo. Eso no era una sorpresa para ella. Pero un sábado de 1995, un año después de entrar a la cárcel…

[Marta Álvarez]: Me llaman a la dirección, allá está la psicóloga y la directora: «Siéntese, Marta». 

[David]: Marta sabía que en cualquier momento le iban a notificar su condena, e incluso, por lo que había leído en el Código Penal y lo que había hablado con el abogado que la representó en ese proceso, había alcanzado a hacer un cálculo de unos 18 años más o menos. 

[Marta Álvarez]: Cuando… las dos mirándose, y yo: “¿Pero qué? Díganme qué pasó”. Y no me decían nada, mirándose. Y yo dije: “No, esto está mal. Esto está feo”. Y yo les dije: “¿A cuánto me condenaron?”. Entonces cuando la directora dice: “33 años, cuatro meses”. Ahí fue cuando yo sentí como que se me salió otra vez el alma. Porque yo lo… como que sentí fue: me morí aquí, ya. De aquí no voy a salir nunca. Ya, me morí.

[David]: Salió de la dirección sin decir nada más. 

[Marta Álvarez]: Yo lo que siento es como rabia más que cualquier otra cosa, porque me pareció injusto.

[David]: Le habían rebajado la condena inicial que era de 40 años por haberse entregado voluntariamente, pero nada más. 

[Marta Álvarez]: Yo dije: «Bueno, 17, 15… de 15 a 20 que me metan, listo. Yo los pago. Yo.. .me parece… sí, está bien. Hay que responder por las cosas”, pero yo no pensaba que iba a ser el doble. 

[David]: Como en ese momento tenía 35 años, iba a salir con 68. Toda una vida en la cárcel. Lo primero que hizo fue llamar a su novia. Le dijo que no volviera.

[Marta Álvarez]: Yo le dije: “No, no es justo. No es justo, pero es que yo ya me voy a morir en la cárcel y usted está muy joven. Haga su vida afuera. Eventualmente eso va a pasar de todas maneras. Entonces, yo la hago adentro. Hágala usted afuera”. Y ya.

[David]: Ahí terminaron su relación. En marzo de 1996 la trasladaron a la cárcel de Medellín porque ya tenía una condena alta y necesitaban trasladarla a una cárcel más grande y con más seguridad. 

Aunque Marta apeló su condena, un tribunal terminó ratificando los 33 años de cárcel, así que tuvo que resignarse a seguir con su vida encerrada. No tenía sentido pensar en su vida afuera, ni en un futuro. 

[Marta Álvarez]: Es que no había futuro. Uno cuando está en la cárcel no tiene futuro. ¿Qué futuro?, dígame. ¿Qué va a hacer usted en la cárcel? Entonces, ¿proyectos? No, uno no tiene proyectos en la cárcel. Uno vive el día a día. 

[David]: Y en ese día a día Marta enseñaba inglés, hacía cursos y talleres que les ofrecían y jugaba fútbol cuando podía. Pero también se daba cuenta de los maltratos por parte de los que manejaban la cárcel.

[Marta Álvarez]: Esta discriminación en contra de las lesbianas. Lo mismo de siempre: lesbianas para el calabozo, insultarte cuando nadie te está viendo, como me lo hicieron conmigo, pegarte cuando nadie te está viendo.

[David]: Política del terror, traslados, separación de parejas y de familias. Ya era suficiente con tener que pasar toda su vida en la cárcel, al menos deberían garantizarles a ella y a sus compañeras derechos fundamentales.

[Marta Álvarez]: Me volví activista en la cárcel por… porque vi, vi que había que hacer algo. Que no era justo lo que estaban haciendo con las internas. No era justo. 

[David]: Marta empezó a enseñarles a sus compañeras a presentar tutelas o quejas ante la Defensoría del Pueblo. Lo primero que hizo en la cárcel de Medellín fue conformar un comité de derechos humanos. 

Y por esa época, con Marta Tamayo, la abogada, decidió demandar su caso de la vulneración al derecho a la visita íntima ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Esta es la abogada.

[Marta Tamayo]: Yo estuve ahí para, digamos, también hacer la pelea, pero eso es Marta que dice: “Yo quiero pelear hasta el final este derecho”. 

[David]: La idea era que esa instancia internacional se pronunciara al respecto. Y lo que estaban esperando era que, además de concederle la visita a Marta y pedirle al Estado colombiano algún tipo de reparación por haberle violado su derecho, sentara un precedente en el continente para la protección de los derechos de las personas LGBTI privadas de la libertad. 

Para ese momento, 1996, esto no era una herramienta jurídica tan común entre los abogados colombianos, porque en general no conocían mucho sobre derecho internacional humanitario. Pero esta era una opción a la que estaban acudiendo algunas víctimas del Estado y defensores de derechos humanos en el país, al ver que sus denuncias no eran escuchadas. 

Y eso, otra vez, le trajo consecuencias negativas a Marta dentro de la cárcel. Empezaron a castigarla aun cuando en los informes de disciplina siempre salía bien calificada por parte de los psicólogos y las personas que manejaban el área de educación. 

[Marta Álvarez]: Yo no peleaba con nadie. Yo le tenía miedo hasta a un puño. La guardia, mis respetos siempre. 

[David]: Por eso, para Marta, aunque no se las decían explícitamente, no era tan difícil adivinar las razones de los abusos hacia ella. 

Marta Tamayo, la abogada, lo tiene muy claro. Por un lado cree que el Estado, pero en particular los del INPEC, los de la cárcel, se habían molestado por la demanda a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero también… 

[Marta Tamayo]: Porque Marta al interior de la cárcel peleaba también otros derechos. O sea, Marta no solamente peleó el derecho a la visita íntima, sino también otras cosas. De maltrato, de desigualdades allá, de muchas cosas que pasan en… en las cárceles.

[Davivd]: Y entre más maltrato y abuso más ganas le daban a Marta de pelear por sus derechos y los de sus compañeras. 

[Marta Álvarez]: Yo era una buena interna. Que era rebelde, sí. 

[David]: Cuando veía injusticias. Incluso en el alguna ocasión el director de la cárcel le dijo de forma amenazante que no le diera más problemas. Marta le respondió: 

[Marta Álvarez]: “Si usted no maltrata a mis compañeras o a mí, aquí no va a haber ningún problema. Pero si usted maltrata a las compañeras o me maltrata a mí, vamos a tener muchos problemas”. 

[David]: Nada de violencia. Se refería a quejas a la Defensoría del Pueblo o huelgas del comité de derechos humanos. Pero eso irritaba mucho a los funcionarios de la cárcel de Medellín y, como no podían hacer nada para controlarla, un año después de estar ahí decidieron trasladarla. Otra vez.

[Marta Álvarez]: De ahí me trasladaron para Bogotá con argumentos de que yo iba a formar un motín. Me inventaron un alias, que por… que yo era un peligro, pues, para la cárcel. 

[David]: En marzo de 1998, después de estar ocho meses en la cárcel de Bogotá, la historia se repitió. La única forma que encontró el INPEC para deshacerse de ella y el problema que representaba era trasladándola una y otra vez. 

[Marta Tamayo]: Estuvo en Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Cúcuta… 

[David]: Y otras más. En total fueron 17 cárceles.

[Marta Tamayo]: Todas las veces, pues, corra. Marta me llamaba: “Me trasladaron pa’ cá, me trasladaron pa’ llá”.

[Marta Álvarez]: Si tenías… te conseguías una noviecita en una cárcel, te trasladaban a ti o a ella. 

[David]: Eso desestabiliza, duele.

[Marta Álvarez]: Porque uno allá está muy solo, hay muchos miedos. Entonces encontrar uno a una persona que le brinda apoyo, compañía, amor, cariño, lo que sea, y apenas se dan cuenta, entonces te la quitan. Yo creo que eso es lo más duro que ocurre en una cárcel de mujeres.

[David]: El contacto con el exterior era poco. Marta recibía algunas visitas de amigos, pero la única visita constante era la de su hermana, que intentaba acompañarla donde estuviera, así tuviera que aguantarse los abusos de los funcionarios del INPEC. 

[Marta Álvarez]: A mi hermana no la dejaban entrar, la humillaban en la puerta, la hacían devolver. Mi hermana también quedó como con un trauma. 

[David]: Solo hasta que fue prohibido en el 2005, a las mujeres las obligaban a entrar con falda a las visitas y las revisaban todas a la entrada y a la salida, con el argumento de que podían llevar droga o algún tipo de arma. Por eso, según Marta, estar en la cárcel…

[Marta Álvarez]: No solamente lo afecta a uno. Eso afecta a los que están con uno, a los más allegados.

[David]: A la familia. Pero aun así su hermana hacía todo el esfuerzo por visitarla. Pero como no podía estar viajando tan lejos y todo el tiempo, en varias de esas cárceles Marta nunca recibió visitas.

En uno de esos traslados a Cali, en 1998, Marta conoció a la que hoy en día sigue considerando el amor de su vida. Una mañana, mientras estaba en el patio de la cárcel…

[Marta Álvarez]: Yo recuerdo… yo me siento en un planchón y ella estaba sentada al frente. Y yo la miré, yo dije: “Qué mujer tan bonita”, pensé yo. Era más alta que yo. El cabello era… ella era como onduladito, pero era como rubio; tenía unos ojos miel, una dentadura muy bonita. No, era linda, era linda.

[David]: Ella se estaba pintando las cejas con un delineador y mirándose en un espejo. Marta se le acercó y lo único que se le ocurrió decirle fue:

[Marta Álvarez]: «Uy, como le quedan de igualitas». Y me miró y sonrió. Y yo la seguía mirando porque yo me seguí sentando ahí, y yo todos los días la veía haciendo la misma cosa. Hasta que una vez le dije: «Vamos a jugar basketball». Y me dijo: “Vamos”. 

[David]: Se pusieron a lanzar la pelota a la cesta y en un momento Marta le dijo… 

[Marta Álvarez]: «Usted me va a hacer pecar». Y ella me ignoraba, me ignoraba, me ignoraba siempre, pero sonreía. «Oiga, usted me va a hacer pecar». Me dijo: «Ay, pues pequemos». 

[David]: Desde ese momento empezaron su relación, a escondidas, claro. 

[Marta Álvarez]: Era duro, era duro porque vivíamos en un… en un dormitorio y eran camarotes: una aquí y la otra allá, la una aquí y la otra allá. Y yo me le metía a la… al camarote de ella por la noche. Y calladitas, (susurrando). Eso era, eso era difícil, pero la aventura linda, linda por… por lo difícil, por… por todas las cosas que tienen que restringir.

[David]: El secreto duró unos meses, hasta que el INPEC se dio cuenta de que tenían una relación y decidieron trasladarlas juntas, como intentando deshacerse del supuesto problema, pero sin agrandarlo. Así pasaron por cuatro cárceles y la relación continuó. Pero finalmente, después de más de un año de ser novias, las separaron definitivamente y las enviaron a ciudades distintas.

[Marta Álvarez]: Yo lloré mucho. Eso fue lo que más me dolió a mí. Era el amor de mi vida. No sé dónde está, si estará viva o estará muerta, no sé, perdimos todo contacto. Todavía quedaban años de cárcel y uno en la cárcel, pues ya se va como metiendo en otras cosas por soledad. 

[David]: Es decir, empezó otras relaciones.

En 1999 la Comisión dijo que revisaría el caso, así que la abogada se empezó a reunir con instituciones del Estado para poder llegar a algún acuerdo. La idea era anticiparse al pronunciamiento de la Comisión sobre el derecho a la visita íntima de parejas del mismo sexo, porque tal vez incluso podría sansionar al Estado por la violación de ese derecho a Marta. 

En ese momento ella no tenía una pareja fuera de la cárcel que la visitara, pero el objetivo era quitar cualquier traba legal que se lo impidiera, no solo a ella, sino a todas las personas LGBTI privadas de la libertad. Esta es de nuevo su abogada.

[Marta Tamayo]: Hubo dos o tres reuniones, no más. Conversábamos, fijábamos algunos puntos de… de bueno, cómo mover esto, cómo regu… regular esto y el INPEC no volvió a aparecer. O sea, el INPEC incumplió todas las veces lo que… lo que acordamos en esas reuniones.

[David]: Enviamos la solicitud formal al INPEC para hacer una entrevista al respecto, pero nos respondieron que por ahora no hablarían sobre este tema. 

Como sea, en ese momento no era una buena estrategia lo que hacía el INPEC porque, por un lado, el caso empezaba a ser conocido por organizaciones de derechos humanos, y por el otro, como Marta era ciudadana estadounidense, la embajada ya estaba poniéndole atención a lo que pasaba con ella y a exigir mejores condiciones. 

Además de todo, la voz se empezó a correr en las cárceles y cuando ella llegaba a alguna nueva ya sabían quién era. 

[Marta Álvarez]: Yo llegaba y las internas sin conocerme: «Llegó Marta Álvarez, ¡yeah, yeah, yeah!», todas felices. “Uy, sí, ahora sí, ahora sí, ahora sí, para que no nos maltraten. Sí, qué rico. Ella sí pelea por nosotros». En cambio la guardia y las directivas eran como: “Ajá, usted aquí no vino a mandar».

[David]: En 2001, Marta le contó a su abogada que una amiga suya de la cárcel quería pedir la visita íntima con su novia. La abogada les aconsejó que pusieran una tutela pidiendo el derecho: como este era un caso diferente, con nuevos hechos y protagonistas, tal vez los jueces ahora podían ser más flexibles. 

[Marta Álvarez]: Entonces un domingo vino Marta, vino otra abogada. Nos sentamos ahí en la visita a hablar sobre la tutela y entonces me trajeron unos soportes legales para incluir en la tutela. Me dijeron: “No, hágala usted”. 

[David]: En todo ese tiempo en la cárcel Marta había estudiado la Constitución y los procesos legales, así que sabía muy bien cómo hacerla. Su amiga, la que quería poner la tutela, también la animó.

[Marta Álvarez]: “Sí, Marta, hágala usted. Usted es capaz”. Y yo: “Uy, no, cómo así”. “Sí, Martica”, me dijo Tamayo, “Sí, hágale, hágale. Hágale que usted es capaz”.

[David]: La convencieron. Marta se sentó en el computador de la biblioteca de la cárcel y redactó la tutela basándose en el Código Penitenciario y Carcelario y en la Constitución Política. También utilizó los soportes jurídicos que le entregaron las abogadas, como respaldos de la Defensoría del Pueblo y otras sentencias muy importantes en favor de los derechos LGBTI que la Corte Constitucional había sacado y que no existían cuando Marta presentó la primera tutela. Al final, se enfocó en pedir la protección de los derechos a la igualdad, a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad. 

Casi un mes después, el juez de primera instancia falló en contra. No se sorprendieron, ya había pasado antes. El siguiente paso era que la revisaran en segunda instancia y tal vez ahí sí tendrían en cuenta todos los soportes jurídicos que acompañaban la tutela. 

Pasaron dos meses hasta que al fin, en octubre de 2001, le notificaron el fallo a la amiga de Marta.

[Marta Álvarez]: Salió gritando y me dijo: “¡Marta, Marta, me la aprobaron!”. Entonces, pues muy contenta, ¿no? Y una alegría muy grande por ella. Entonces ya se visitaban, ya tenían su visita ya y todo. Fue un triunfo muy grande, un avance muy grande. 

[David]: Porque el fallo de segunda instancia no solo obligaba al director de esa cárcel a permitirle la visita íntima a la amiga de Marta, sino que ahora otras personas que pasaran por la misma situación en cualquier parte del país, podían usar este caso como un respaldo para que les dieran el permiso. Claro, era muy posible que la prohibición se repitiera, pero con este precedente era más difícil que un juez de la república, el INPEC o alguien más se negara a conceder el derecho a la visita íntima por el simple hecho de la orientación sexual de la persona.

En 2002, Marta empezó a acercarse al final de su tiempo en prisión gracias a una decisión estatal de reducción de penas, a su buena conducta, a sus clases de inglés, los cursos que tomó y sus prácticas deportivas. Ya habían pasado ocho años desde que había entrado a la cárcel y ahora tenía permiso para salir cada mes durante 72 horas. 

Hacía poco la habían separado de una pareja que tenía y las habían enviado a cárceles diferentes. Como ya existía el precedente del caso de su amiga, Marta, en uno de sus permisos de 72 horas, decidió viajar hasta la cárcel donde estaba su novia, a casi cinco horas de ahí, para ir el día de las visitas. 

[Marta Álvarez]: La directora no me dejó entrar, que porque yo necesitaba el pasado judicial.

[David]: Es un documento que detalla los antecedentes judiciales de una persona. En ese momento se lo pedían a quienes fueran a visitar a algún recluso por motivos de seguridad, pero en el caso de Marta… 

[Marta Álvarez]: “¿Cómo voy a tener yo pasado judicial, no ve que estoy privada de la libertad?”. Que no me dejaba entrar, que mientras ella estuviera ahí yo no le… yo no le entraba. Me tocó devolverme con mis cositas, estaba lloviendo y me devolví con todo. Muerta de la rabia, de la ira, porque esta señora no me dejó entrar.

[David]: Pero Marta sabía que ahora ya no podían negarle su derecho, así que presentó una nueva tutela basándose en el caso de su amiga. Y esta vez, en noviembre de 2002, en primera instancia se le reconoció el derecho a tener su visita íntima. 

Un mes después, Marta volvió a la cárcel donde tenían a su novia. Ese día la directora no estaba, pero igual los guardias la dejaron entrar, tenían que hacerlo. Entró feliz. 

[Marta Álvarez]: Muy contenta. Más que todo como ese orgullo, como que ya usted me humilló la última vez que vine, ni siquiera me dejó entrar sabiendo que podía haberme dejado entrar a visita, y ahora le estoy entrando. Mire que no me di por vencida y le gané a ella, al sistema, a todo. Fue como una reivindicación. Fue como que, oh que por fin, por fin tanta lucha, tanto traslado, tantas lágrimas, tanto de tanto de tanto de todo y mire. Diez años me tocó esperar, pero entré.

[David]: Y para hacer más contundente esa victoria, en enero de 2003 el derecho de Marta fue confirmado en segunda instancia. Y cuatro meses después, la Corte Constitucional, que esta vez sí revisó la tutela, ratificó ambos fallos. 

Marta Álvarez salió en libertad a finales de 2003, después de casi diez años en la cárcel. Al poco tiempo regresó a Boston a empezar una nueva vida. 

Con lo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tuvieron que pasar otros diez años, hasta que finalmente en 2014, la Comisión dejó claro que el Estado colombiano violó los derechos de Marta y recomendó mejorar la situación de las personas LGBTI en las cárceles. 

Acordaron una indemnización económica para Marta y un acto público en el que el Estado le pidiera perdón. Eso fue en diciembre de 2017, en la cárcel de mujeres de Bogotá. Ese día, Marta Álvarez volvió a pisar una cárcel después de 14 años, pero esta vez lo hizo como una persona libre. Fue la primera vez que el Estado colombiano le pidió perdón públicamente a una persona LGBTI.

[Daniel]: Marta Álvarez y Marta Tamayo aún le hacen seguimiento a lo que acordaron con el Estado porque faltan ciertas cosas por cumplir. Entre esas está verificar que cada cárcel del país ajuste sus reglamentos internos para que garanticen la protección de los derechos de las personas LGBTI. 

Marta Álvarez regresó a Colombia en 2019 y vive cerca de su familia. Viaja constantemente a Estados Unidos. Su caso es muy conocido en las cárceles gracias al libro Mi historia la cuento yo, que resultó de los acuerdos y fue repartido en las bibliotecas de los centros penitenciarios del país.

Marta Tamayo se retiró de su trabajo como abogada, aunque sigue siendo activista feminista. El caso de Marta Álvarez ha sido uno de los más largos e importantes de su carrera.

David Trujillo es productor en Radio Ambulante. Vive en Bogotá. Este episodio fue editado por Camila Segura y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Andrea López Cruzado hizo el fact-checking

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xóchitl Fabián, Remy Lozano, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Barbara Sawhill, Elsa Liliana Ulloa y Desirée Yépez.

Fernanda Guzmán es nuestra pasante editorial.

Carolina Guerrero es la CEO. 

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. 

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar. 

Créditos

PRODUCCIÓN 
David Trujillo


EDICIÓN
Camila Segura and Daniel Alarcón


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri


MÚSICA
Andrés Azpiri


VERIFICACIÓN DE DATOS Y HECHOS
Andrea López-Cruzado


ILUSTRACIÓN
Elena Ho


PAÍS
Colombia


PUBLICADO EN
11/03/2020

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