No me casaré – Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón.
Mayra Pop nació en la aldea China Cadenas, al nororiente de Guatemala, una comunidad de unas ochenta familias del pueblo indígena maya q’eqchi’, ubicada en un enorme bosque tropical rodeado de ríos y montañas.
De su infancia, lo que más recuerda es el sonido del viento y de los pájaros. Las caminatas con sus padres para buscar agua en el río. Los viajes en bus para llamar por teléfono, en un pueblo a unas dos horas y media. Las tardes cuidando a su hermanita, ayudando a su mamá a limpiar, lavar, cocinar.
En su aldea no era muy común que las niñas fueran a la escuela. Y si iban, no duraban mucho: a los pocos años de primaria, sus padres las sacaban. Mayra lo sabía porque se lo había contado su mamá, a quien solo la habían dejado ir hasta quinto grado. Era el camino que les imponían a todas.
[Mayra Pop]: Porque la única cosa que tenía que hacer ella es trabajar en la cocina y hacer todo el trabajo de, de la casa ¿no? Porque los que van a la escuela son hombres, no son mujeres.
[Daniel]: Había sido así desde siempre. De hecho, cuando Mayra cumplió 6 años y le preguntaron si quería ir a la escuela, ella misma dijo que no.
[Mayra]: Le decía «Ay, yo no quiero estudiar, no quiero ir, no sé qué». O sea, para mí, no sé qué significaba estudiar, ¿no? Como quería quedarme a jugar, ¿no?”, dije yo.
[Daniel]: Pero un vecino, que trabajaba en la escuela, le propuso al papá de Mayra inscribirla en el primer grado de primaria. Ella todavía no cumplía siete, la edad que correspondía a primero, pero necesitaban un estudiante más para cerrar el curso.
A su papá le pareció una buena oportunidad. Él había aprendido a leer y a escribir en el ejército, y se había dado cuenta de lo útil que era. Además, la escuela de la aldea era gratuita: solo tendría que comprar los útiles escolares y pagar una pequeña tarifa para gastos administrativos.
Ya con la decisión tomada, Mayra se puso muy nerviosa.
[Mayra]: Yo lloré porque no sabía de qué se trataba estudiar, ¿no? Porque sentía que tal vez era muy difícil. O sea, tal vez no iba a poder.
[Daniel]: Su mamá la llevó hasta la puerta de la escuela que ella misma, años antes, había tenido que abandonar. Las cosas no habían cambiado mucho desde entonces: cuando Mayra entró al salón, vio que solo había un puñado de niñas. Pero por lo menos no sería la única.
Las clases eran en q’eqchi’, el único idioma que sabían hablar Mayra y los otros niños del lugar. Pero a ella le costaba mucho seguir el ritmo.
[Mayra]: A veces ni ponía atención y a veces se me traba la lengua… escribir, a leer… Y a veces llegaba tarde en la clase. Entonces el profesor me recibía con regla… así, así.
[Daniel]: La regañaba y le pegaba con la regla. Esas primeras semanas, Mayra se la pasó llorando en la escuela, pero, poco a poco, empezó a avanzar. Aprendía muchas cosas: a sumar, a leer, a escribir, a pintar… a decir algunas palabras en español. Y algo en ese proceso comenzó a cautivarla.
Al poco tiempo, los estudios se volvieron el centro de su vida.
[Mayra]: Lo único que pensaba era ir a la escuela, era ir a la escuela, era ir a la escuela. Entonces ya no me importaba la casa (risa).
[Daniel]: Con cada cosa que aprendía, el mundo parecía tener menos límites.
[Mayra]: Soñaba ser una enfermera y una doctora, y soñaba tener un auto, una moto, ayudar a mis hermanos para que ellos sigan estudiando.
[Daniel]: En los siguientes seis años, lo que duró la primaria, Mayra vio cómo sus compañeras empezaban a dejar de ir a clases. Una por una, sus padres las iban retirando, y los pupitres quedaban vacíos. Cuando estaba por empezar la secundaria, ya solo quedaban ella y cinco más.
Y pronto serían cuatro, y luego tres, y luego dos…
Mayra sabía bien lo que eso significaba: muchas de esas niñas que salían del colegio, serían dadas en matrimonio a hombres adultos, por arreglos hechos entre los padres.
[Mayra]: Aquí en nuestra comunidad, hay muchas costumbres. Pero hay uno entre ellas, no me gusta. Obligar a una mujer en tem… temprana edad que casara con un hombre.
[Daniel]: Era una costumbre que se daba en su aldea y en muchas otras áreas rurales de Guatemala. Casar a las niñas tan chiquitas como de 11, 12, y adolescentes de 13 o 14 años.
Una costumbre que muy pocos cuestionaban. Hasta que le tocó a Mayra y ella sí lo cuestionó.
Una pausa y volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora Lisette Arévalo nos cuenta.
[Lisette Arévalo]: La primera vez que Mayra tuvo que enfrentar el destino que les imponían a las mujeres de su aldea fue a los doce. Estaba ansiosa por empezar su primer año de secundaria, pero cuando llegó la hora de inscribirse, su papá le dijo que no. Que ya había aprendido lo suficiente. Mayra le suplicó.
[Mayra]: “Déjame estudiar, solo cómprame cuadernos», le dije. «No», dijo, «mejor quédate en la casa», y se fue.
[Lisette]: La historia de su mamá y de sus excompañeras se repetía en ella.
[Mayra]: Entonces me quiero morir porque yo no quiero estar en la cocina, ¿no?
[Lisette]: No se iba a quedar de brazos cruzados. Las clases habían comenzado hacía un mes, así que decidió inscribirse sin la autorización de su papá. Pensó que si conseguía los cuadernos y se presentaba, él no tendría otra opción que pagar la tarifa que cobraban en el colegio.
Así que le pidió a su bisabuela, que tenía una tiendita en la aldea, que le fiara los cuadernos, y se fue directo al colegio a pedir que la inscribieran.
[Mayra]: Llegué y le dije: «Profe, buenos días», le dije. «Quiero estudiar. No sé qué papelería necesita, pero aquí está todo mi papelería”. «Ah, ta bueno», me dijo, «está bien, éntrese porque ya vamos a empezar la clase».
[Lisette]: Mayra le agradeció y entró orgullosa de sí misma. Seguiría estudiando sin importar la reacción que tuviera su papá.
[Mayra]: Bien atrevida, ¿no? Como que… Aunque me regañe pero por algo bueno, digo yo.
[Lisette]: Pero, para su sorpresa, cuando volvió a su casa su papá no la regañó. Solo se rió y le dio el dinero para que le pagara a su bisabuela los cuadernos.
Mayra había ganado su primera batalla.
Luego de los primeros meses de secundaria, el aula fue quedando cada vez más vacía. De las alumnas mujeres, ya solo quedaban ella y su prima, que era 6 años mayor pero cursaba el mismo nivel.
Cuando se encontraba con sus excompañeras en la aldea y les preguntaba por qué ya no iban a clases, le decían que sus papás no las dejaban… y que ellas tampoco veían de qué podía servirles seguir estudiando.
Que preferían aprender otras cosas, como las tareas de la casa…
[Mayra]: Y aprender a cocinar, y aprender cómo recibir el hombre… Cómo consentirlo. La vida es mucho fácil cuando tengas un hombre ahí, no sé… “Bueno, es cada quien”, dije yo.
[Lisette]: A Mayra le costaba entenderlo: ya estaban a mitad de camino para graduarse. Pero a ella también se le estaba haciendo difícil seguir estudiando. Cuando terminó ese primer año de secundaria, la situación en su casa se complicó: el dinero que ganaba su papá casi no alcanzaba para ella y sus dos hermanos menores. Y menos para comprar útiles escolares.
Otra vez le dijeron que no podía seguir estudiando. Pero, por suerte para Mayra, un tío suyo, Elías, había empezado a trabajar con Fundaeco, una fundación dedicada a la educación ambiental y a promover los derechos de las mujeres y las niñas. Cuando le contó que quería continuar el colegio pero su papá no tenía la plata, su tío le dijo que podía entrar al programa de becas.
Mayra aceptó. Otra vez había encontrado la forma de seguir.
Hablé con Karen Dubois, la directora del programa Mujeres y Niñas Sanas y Empoderadas de Fundaeco, y me dijo que apoyar a niñas como Mayra para que no abandonen sus estudios es una prioridad de la fundación. Por eso, en 2014 decidieron darle una beca para sus útiles escolares y cualquier otro gasto para sus estudios.
[Karen Dubois]: A nivel de comunidades indígenas, la educación, más allá de… En algunos casos, más allá del tercer grado o primaria, es exclusivo para los niños.
[Lisette]: Según datos del 2011 de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, la mayoría de los alumnos indígenas de Guatemala no llegan a terminar el nivel primario. Los hombres asisten poco más de 4 años, en promedio, y las mujeres apenas llegan a 3.
Las razones son varias: culturales, de género o de pobreza.
[Karen]: En algunos casos, por la situación económica se les complica la continuidad de apoyar la educación de las niñas.
[Lisette]: Como le pasó al papá de Mayra. Son muchos los padres como él que trabajan en cultivos de palma, de maíz o de frijol, y lo que ganan apenas es suficiente para sobrevivir. Y no siempre cuentan con ese ingreso.
Son contratos temporales en donde pueden ganar unos 2,200 quetzales —como 280 dólares— al mes. No es suficiente, por lo que, muchas veces, las esposas también tienen que trabajar en otros cultivos.
[Karen]: Y entonces se delega a las niñas más grandes, en principio, el apoyo a resguardo o cuidado de los… de las niñas y niños más pequeños, del núcleo familiar.
[Lisette]: Y claro, trabajar de niñera de los hermanitos menores no les deja tiempo para mucho. Ni para jugar y menos aún para estudiar. Y sus padres pronto las comienzan a casar, en muchos casos sin llegar ni a los 12 años.
En un instante, pasan de ser niñas a convertirse en mamás.
Ese es uno de los temas que Fundaeco empezó a trabajar en la aldea de Mayra, dando charlas sobre derechos de la niñez, sexuales y reproductivos.
Les hablaban a las niñas sobre reproducción, planificación, enfermedades de transmisión sexual, prevención de la violencia y rutas de denuncia. Querían darles todas las herramientas posibles para que fueran ellas quienes tomaran decisiones sobre su vida y sobre sus cuerpos.
Mayra dice que ese programa le hizo entender muchas cosas.
[Mayra]: Recibía charlas allí, entonces ahí fue como que se me abrió la mente, ¿no?, de, de que sí es importante, de que seguir estudiando…
[Lisette]: Así pasaron dos años. A finales de 2016, Mayra tenía 14 años. Iba al colegio, participaba en las actividades de Fundaeco y sus papás la apoyaban. Muchas de sus amigas ya se habían casado o hasta tenían hijos, pero ella no quería.
[Mayra]: Me sentía muy triste de que las niñas pasaran en eso de que ya tienen bebé y todavía no saben cómo cuidar a un bebé.
[Lisette]: A Mayra, de momento, todavía no le había tocado. Pero recién estaba terminando el tercer curso de secundaria y le faltaban tres años para graduarse.
Una tarde estaba en su casa jugando con su hermano pequeño, cuando llegaron unas señoras de su aldea preguntando por su papá. Él las recibió y Mayra se quedó para saber a qué habían ido. Entonces escuchó las palabras que más temía:
[Mayra]: Empezaron a decir que… “Venimos aquí ante usted. Sabemos que mujeres y hombres se casan… y se juntan… su vida. Así que mi nieto pensó de que era una buena idea de que su hija y él se juntaran…”
[Lisette]: Su nieto… un joven de 21 años, unos 7 años mayor que ella, a quien apenas conocía. Solo lo había visto un par de veces en su aldea. Mayra nunca, jamás, se había imaginado que pudiera tener alguna intención con ella. No eran novios. Ni siquiera eran amigos.
[Mayra]: La verdad, me fui en mi cuarto y empecé a llorar y dije espero que no lo aceptan, dije yo.
[Lisette]: Se quedó ahí, angustiada.
[Mayra]: Y estaba desesperada y estaba esperando la respuesta cuando llega mi papá.
[Lisette]: Incluso pensó en escaparse. Unos minutos más tarde, su papá entró a su cuarto y, antes de que Mayra pudiera decir nada, le preguntó si se quería casar. Ella le dijo que no, que lo único que quería era estudiar.
Pero su papá ya había tomado una decisión. Le dijo que había aceptado la propuesta y que pronto se reuniría con los papás del chico. Mayra no podía creer lo que estaba oyendo.
[Mayra]: Y le dije: «Papá, si usted ya me había dicho que yo tengo que estudiar”. Le dije que ya me había prometido. “Entonces, no sé por qué lo estás cambiando de idea de que yo me caso», le dije.
[Lisette]: Pero él ya estaba convencido de que era lo mejor para ella. Este es Isaías, su papá, hablando en q’eqchi.
[Isaías Pop]: (habla en q’eqchi’)
[Lisette]: Dice que juntar a las niñas de 14 años con un hombre es una costumbre que viene de sus ancestros. Y que también estaba la situación económica de la familia, porque no tenía dinero para que Mayra siguiera estudiando.
[Isaías]: (habla en q’eqchi’)
[Lisette]: En ese momento, Mayra estaba a punto de terminar el último nivel de educación disponible en su aldea. Si quería continuar con los últimos tres años de secundaria, tenía que irse a vivir a otro pueblo cercano, y la beca de Fundaeco no cubriría todos los gastos.
Mayra intentó convencerlo: le dijo que podían buscar alguna otra forma de pagar sus estudios…
[Mayra]: “Sí papá, pero podemos conseguir algo con que me podés ayudar», le dije. “Pero yo no quiero casar”, le dije en esa noche.
[Lisette]: Pero su papá le volvió a decir que no, que era lo mejor porque se le hacía imposible ayudarla. La mamá de Mayra estaba a punto de tener otro hijo. Y si ya vivían ajustados con el poco dinero que entraba a la casa, con la llegada de un nuevo miembro a la familia sería aún más difícil.
Si Mayra se casaba, era una boca menos para alimentar.
[Mayra]: Cuando mi papá dijo que “no tengo dinero con qué darte estudio”, sentía un dolor en el pecho. Desde ahí supe que no iba a poder ayudarme. Empecé a pensar cosas y dije: “Qué voy a hacer para que no me caso”, dije yo.
[Lisette]: Se sentía devastada. No tenía idea cómo, pero no podía dejar que su papá la entregara en matrimonio, como les había pasado a tantas otras.
[Daniel Alarcón]: La batalla de Mayra por decidir su propio futuro sería una que nadie había dado hasta ese momento. Y estaba dispuesta a lo que fuera necesario.
Una pausa y volvemos.
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Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón.
Antes de la pausa, escuchamos cómo Mayra Pop, una adolescente maya de 14 años, se negaba a que la casaran con un joven desconocido.
Pero no estaba en sus manos: su padre ya lo había decidido por ella, y tenía que encontrar una forma de evitarlo.
Lisette nos sigue contando.
[Lisette]: Aquí hay que mencionar un detalle que el papá de Mayra no sabía en ese momento: casar a una adolescente de 14 como Mayra no estaba permitido en Guatemala desde hacía un año. Desde el 2015, se prohibieron en el código civil los matrimonios de menores de 16. Y los adolescentes de 16 o 17 solo podían casarse con la autorización de un juez. Este debía examinar el caso y determinar si había un “interés superior” del menor, aunque los parámetros de ese “interés” no estaban muy claros.
Era una norma reciente y, según Mirna Montenegro, del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva de Guatemala, aún hoy muchas comunidades indígenas no la conocen o no la respetan. Algunos padres hacen acuerdos entre familias para juntar a sus hijas con hombres mayores y legalizarlo cuando cumplen 18. De fondo, está la vieja idea de que pasada cierta edad a una joven le va a costar conseguir marido. Mientras más rápido se case, mejor. Y tampoco hay una fiscalización o sanción penal para los padres que permitan la unión. Lo único que hace la norma es impedir que se inscriban matrimonios de menores en el Registro Nacional de las Personas.
En todo el país se han registrado casos de niñas desde los 11 años que han sido dadas en matrimonio o uniones forzadas. Si bien no existe una cifra exacta, la ONG Girls Not Brides ha observado que en Guatemala un 30% de las mujeres están casadas antes de los 18, la mayoría con hombres mayores. Los más jóvenes pueden estar en sus veintes, pero otros tienen 40 o más. Y estas niñas se embarazan rápido. Solo entre enero y abril del 2021, se han registrado 640 partos de niñas entre 10 y 14 años, y casi 24 mil entre los 15 y los 19.
Pero Mayra no quería ser una más en esa cifra. Y su única esperanza, en ese momento, era que sus abuelos no estuvieran de acuerdo con la decisión. Después de todo, consultar con los mayores sobre la vida y el matrimonio de los hijos era una tradición muy importante en su cultura.
Cuando unos días después llegaron sus dos abuelos de visita, Mayra estaba ansiosa por saber qué iban a decir. Cuando la vieron, le preguntaron directamente si quería o no casarse. Y ella repitió lo mismo: que no, que no quería. Que quería seguir estudiando. Pero su abuelo materno respondió…
[Mayra]: «Es que las mujeres se van solo a buscar maridos y no a estudiar, si se queda embarazadas y punto. Eso es lo único que hacen las mujeres».
[Lisette]: Su abuelo paterno, en cambio, le dijo que él no estaba de acuerdo con la decisión y que la apoyaba a ella. No quería que se quedara sin estudios. Pero su opinión no importó demasiado. Ni las súplicas desesperadas de Mayra. La decisión de su papá seguía firme.
[Mayra]: Pero mi papá nunca entendió y dijo que «yo mando aquí, no tú. Así que yo soy tu papá y me tenés que obedecer lo que yo digo», dijo.
[Lisette]: Su mamá no intervenía. Solo lloraba y le decía a Mayra que no podía ayudarla, porque no tenía dinero ni trabajo.
Tres días más tarde, esta vez fueron los papás del futuro marido a su casa. El papá de Mayra les dijo que aceptaba el casamiento y acordaron que en unos días organizarían un encuentro. En ese punto, Mayra ya casi no salía de su cuarto.
[Mayra]: Estaba desesperada, triste. No sabía ni qué hacer. A veces comía, a veces no, solo ayudaba a mi mamá a tortear y después me iba a mi cuarto y ahí me quedaba encerrada y a veces ni comía. Pasaba llorando todos los días.
[Lisette]: Pero el día que sus padres se iban a encontrar con los de su pretendiente para formalizar el matrimonio, Mayra tuvo un pequeño golpe de suerte: su mamá entró en labor de parto y, a última hora, se canceló la visita.
Eso le dio tiempo para pensar en un plan: iría donde su tío Elías, el que trabajaba con Fundaeco, a suplicarle que la ayudara.
Cuando estaba yendo a verlo, se lo encontró en la calle. Este es Elías:
[Elías]: «Hola Mayra», le dije, ¿verdad? Entonces… Y la Mayra se acercó y me abrazó y me… me empezó a contar lo que está pasando en su vida.
[Mayra]: «Tío», le dije «¿sabes lo que está sucediéndome?” «Ah, es que mi papá me quiere obligar a casarme».
[Elías]: «Ah, pero y usted qué dice?», le dije. Yo le hice una pregunta, ¿verdad?
[Mayra]: «Yo no quiero casarme», le dije. «Lo único que quiero es su apoyo, necesito su apoyo. No sé qué hacer», le dije.
[Elías]: «¿Cómo es eso?», le dije yo. «Y como si, si usted no quiere”. «Entonces, nadie te puede obligar”.
[Lisette]: Mayra lloraba y le pedía que la ayudara. Después de todo, él le había conseguido la beca cuando querían sacarla de la escuela. Y también lo había hecho por otros niños de la comunidad. Pero como algunos habían dejado sus estudios a medias, su tío le preguntó si estaba completamente segura de que ella no los iba a abandonar. Si intervenía, no podía arrepentirse a mitad de camino.
[Elías]: «Pero yo no», me dijo. «Yo sí te lo voy a cumplir».
[Lisette]: Elías le dijo que no iba a ir directo a hablar con su papá, porque no quería causar un conflicto familiar. Pero que iba a conversar con las trabajadoras sociales de Fundaeco para tratar de encontrar una solución.
Y que se preparara…
[Mayra]: Mi tío me dijo que «vos si querés seguir estudiando, entonces prepará tu maleta y después te escapas y te vas con la trabajadora social y ahí te quedás», me dijo.
[Lisette]: Unos días después, dos trabajadoras sociales de Fundaeco fueron a la casa de Mayra. Era temprano en la mañana, y como el papá estaba trabajando, una de ellas, que sabía q’eqchi’, habló con la mamá y la abuela. Les explicó que, por ley, no podían casarla, porque solo tenía 14 años.
Su madre y su abuela estaban de acuerdo, pero creían que no había mucho qué hacer: a su mamá también la habían casado sin su consentimiento. Los hombres siempre habían tomado esas decisiones sobre sus vidas.
Más tarde, cuando su papá llegó, una de las trabajadoras sociales habló con él y le dijo que estaban buscando una forma para financiar sus estudios, que por favor no la casara. El padre dijo que lo iba a pensar, sin comprometerse a nada.
Ahí quedó la conversación. Mayra lloró y les pidió a las trabajadoras sociales que no la dejaran sola. Estas le dijeron que por ahora no podían hacer mucho más… y que se quedara tranquila, que harían todo lo posible para que no la obligaran a casarse. Pero si algo no tenía Mayra era tiempo para esperar.
Pronto llegó el día de la visita de su pretendiente. Tocó la puerta de su casa, junto con su familia, su papá los hizo pasar y empezaron a arreglar los detalles del matrimonio, como si nada hubiera ocurrido.
Cuando Mayra vio lo que estaba pasando, salió corriendo de su casa para pedir un celular prestado y llamar a Fundaeco. Tuvo que subir a una loma cercana, para ver si conseguía algo de señal…
[Karen]: Mayra consiguió señal para llamarnos desde un teléfono y dijo “vengan porque me quieren entregar». Por eso fue que decidimos que se tenía que abordar desde la Procuraduría General de la Nación.
[Lisette]: Esa es Karen, la directora del programa de Fundaeco a la que ya oímos. No les quedaba otra opción. Tenían que irse por lo legal.
Ese mismo día, un equipo de la ONG fue a la Procuraduría y habló con la delegada del departamento de Izabal, donde está la aldea. Ya había pasado casi una semana desde que Mayra le pidió ayuda a su tío. Tenían que actuar rápido. Así que la delegada se comunicó con el Juzgado de Niñez y Adolescencia, para ver a través de qué camino legal podían ayudar a Mayra.
Y el camino era claro: tenían que ir de la Procuraduría, junto con la Policía, a sacarla de su casa. Querían avisarle para que estuviera preparada. Pero en la aldea de Mayra no había señal de teléfono.
Unos días después, por la mañana, Mayra estaba en su casa lavando ropa cuando llegó la esposa de su tío Elías.
[Mayra]: «Mayra te buscan», me dijo. «¿Quién?», le dije. “La policía, están ahí”, me dice. «Dónde», le digo. «Con tu abuela». “Ahí está”, me dijo.
[Lisette]: Mayra no entendía qué estaba pasando.
[Mayra]: Terminé y guardé toda la ropa que tenía mojada, entonces me vine con mi abuela y vi que estaba ahí la policía y dije «qué onda, qué estará pasando» y yo bien sorprendida.
[Lisette]: Los papás y los abuelos de Mayra estaban afuera de la casa, preocupados. Los vecinos empezaban a reunirse para mirar. Fue ahí que la delegada de la Procuraduría, que hablaba q’eqchi’, se acercó a Mayra y le explicó que habían iniciado una demanda en su nombre, en contra de sus padres, por no respetar su derecho a la educación y obligarla a casarse. Y que debían notificar su caso al Juzgado de Niñez y Adolescencia. Así que tendría que ir con ellos a hacer el trámite legal al tribunal en Río Dulce, a una hora y media de distancia de la aldea, y su papá tenía que acompañarlos.
[Mayra]: “Bueno” dije yo, o sea, está bien que lo hagan, ¿no? Entonces… Pero estaba bien confundida y no sabía ni qué es… Estaba en… en otro mundo, ¿no? Entonces estaba bien perdida.
[Lisette]: El papá de Mayra dice que se asustó.
[Isaías]: (q’eqchi’)
[Lisette]: Que no entendía qué estaba pasando y que no sabía que estaba prohibido dar en matrimonio a menores de edad. Y que cuando le explicaron que debía ir al juzgado para aclarar todo lo que sucedía, él aceptó ir.
Así que salió de su casa y se metió a la patrulla con su hija.
Cuando llegaron al tribunal, el juez les hizo algunas preguntas para abrir el caso y lo notificó al Juzgado de Niñez y Adolescencia. Les dieron una fecha para presentarse en el juzgado en Puerto Barrios, a unas dos horas y media de su aldea. Y aunque en ese momento no se dictó una sentencia sobre su caso, con el proceso legal abierto ya no podrían entregarla.
Mayra había ganado otra batalla.
Era principios de enero de 2017 cuando Mayra —que ya había cumplido 15—, su papá y su abuelo se presentaron en Puerto Barrios para declarar.
Mayra tenía que entrar a solas para declarar ante el juez de niñez. Sandra Portela, una de las trabajadoras sociales de Fundaeco, conversó con ella y le dijo que ese momento era decisivo para su futuro. Esta es Sandra.
[Sandra]: Que no tuviera pena, porque en ese tiempo todavía Mayra como tenía un poco de timidez, a pesar del avance que ella había tenido y que era importante que también ella expresara qué era lo que ella quería.
[Lisette]: Mayra asintió y entró a la sala donde el juez Mario Najarro le hizo la misma pregunta que le habían hecho varias veces: ¿Te quieres casar?
Y ella repitió lo mismo:
[Mayra]: No, le dije que mi sueño era seguir estudiando y seguir adelante. Esa es la felicidad que… que espero, le dije.
[Mario Najarro]: Mayra estaba muy comprometida y muy fijo el objetivo que ella quería. Y eso a nosotros nos… nos impresionó y sabíamos que… que era un potencial ¿verdad?
[Lisette]: Este es el juez Najarro, quien después conversó por separado con el papá de Mayra, y le preguntó por qué estaba dando a su hija en matrimonio.
[Isaías]: (habla en q’eqchi’)
[Lisette]: Isaías repitió lo que ya hemos escuchado: que él no había estudiado, que su trabajo no era estable, que no ganaba suficiente dinero. Y que, además, era una costumbre ancestral. Que así era como vivían en su comunidad.
El juez también habló con el abuelo paterno de Mayra, el que no había apoyado el matrimonio. Quería saber si podía hacerse cargo de su nieta, en caso de que tuviera que sacarla de la casa de sus padres.
Después de una hora de audiencia, el juez reunió a los involucrados para darles su decisión final. Y esta fue contundente: los padres de Mayra estaban vulnerando sus derechos fundamentales.
[Mario]: ¿Cuáles son esos? Derecho a la libertad, a la niñez como tal, de disfrutar su niñez, de no tener compromisos ni desarrollar obligaciones de ese entorno. Su educación, su protección como niña, ¿verdad? No someterlas a trabajos y actividades no acordes a su condición de niña, ¿verdad?
[Lisette]: El juez Najarro me explicó que, como no hay una sanción en el código penal de Guatemala para los padres que dan a sus hijas en uniones forzadas, no era posible realizar un proceso penal en contra de los papás de Mayra. Por eso es que su caso se procesó legalmente como una violación a sus derechos como niña y a su proyecto de vida. Najarro dice que muy pocas niñas o adolescentes van a la justicia.
[Mario]: No denuncian, no buscan el apoyo estatal, sino que simplemente huyen y buscan una mejor suerte o una mejor oportunidad fuera de su comunidad. Por ejemplo, a trabajar en la fabricación de tortillas, en oficios domésticos, e incluso son a veces hasta víctimas de trata de personas. Entonces no todas corren la misma suerte o la buena suerte, como en el caso de Mayra, ¿verdad?
[Lisette]: El juez dictó que Mayra debía ser separada de sus padres y le entregó su custodia al abuelo paterno. Además, ordenó acompañamiento psicológico para Mayra y a sus padres los mandó a una escuela para padres del Estado, en donde recibirían herramientas de crianza. Por último, dijo que Mayra debía seguir estudiando.
El papá de Mayra pasó toda la audiencia pálido, muy serio y sin decir nada. En cambio, al otro lado del juzgado, Mayra no podía dejar de sonreír.
[Mayra]: En ese momento sentí y dije estoy libre, gracias a Dios. Estaba bien emocionada y feliz. Sonreí como… como nunca hubiera sonreído porque gané todo lo que quería.
[Lisette]: Aunque le dieron la custodia a su abuelo, Mayra prefirió seguir viviendo con sus papás. Ya no se sentía en riesgo. La tranquilizaba que por ley ya no podían tomar decisiones sobre su vida. Pero los primeros días después de haber ido al juzgado, el ambiente era muy tenso en su casa.
[Mayra]: Y mi papá se enojó bastante, bastante conmigo y me pegó los gritos, porque no le había hecho caso, porque él quería que hiciera lo que él me dijo. Pero no me importó porque desde el fondo sabía que estaba libre.
[Lisette]: Pero el enojo de su papá duró poco, y, con el paso de las semanas, se fue olvidando del asunto. Quienes no se olvidaron tan fácilmente fueron los familiares de su pretendiente. Estaban molestos con ella y le dijeron, apenas tuvieron la oportunidad, que nunca lograría graduarse del colegio.
Además, muchos otros en su aldea criticaron su decisión. Al principio le afectaba, pero con el tiempo se desentendió de los comentarios.
[Mayra]: No me importa nada de lo que ellos piensen ni de lo que ellos hacen, pues. Lo único que quería yo era seguir estudiando y no sé, tener una buena… futuro, y conocer a otras chicas, a mis compañeras y todo eso.
[Lisette]: Y es que Mayra sabía que pronto su vida sería muy distinta. Unos meses antes, mientras se desarrollaba el proceso legal, había aprobado un examen de ingreso para un instituto llamado Escuela Ecológica. Queda en San José, una ciudad más grande que su aldea, a unas tres horas de distancia. Además, la habían becado y seguiría recibiendo ayuda de Fundaeco para sus materiales.
Sandra, la trabajadora social, me contó algo que me sorprendió. Me dijo que, aunque luego el papá de Mayra se enojó durante un tiempo con su hija, cuando estaban en el juzgado se acercó a ella y le dijo:
[Sandra]: “Gracias Sandra, por, por lo que nos ayudastes por, eh, abrirnos la mente y todo, ¿verdad?” El Señor se sintió muy agradecido.
[Lisette]: Le pregunté a Isaías, el papá de Mayra, por qué cambió de opinión y me dijo que, poco a poco, se fue dando cuenta de que era lo mejor para su hija.
[Isaías]: (habla en q’eqchi’)
[Lisette]: Que lo convenció la determinación de Mayra de irse a estudiar a otra ciudad y que hasta fuera capaz de comprar sus materiales sola.
[Isaías]: (habla en q’eqchi’)
[Lisette]: Y que se dio cuenta de que, de verdad, estudiar era su sueño.
Ya era febrero de 2017 y Mayra preparó sus maletas. Estaba nerviosa: era la primera vez que se separaba de su familia y que viviría fuera de su aldea. Pero también estaba emocionada por lo que vendría.
Se despidió de su mamá y de sus hermanos, y salió de su casa con su papá. Se fueron a San José juntos, en un transporte contratado por Fundaeco, acompañados por su tío Elías, su esposa y Sandra. Cuando llegaron a la Escuela Ecológica y Mayra se instaló en el que sería su cuarto, su padre y ella no fueron capaces de despedirse. Pese a todo, les costaba separarse.
Él se fue y ella se quedó ahí, esperando que empezara su nueva vida.
Pero aunque había logrado seguir estudiando, el primer año en la Escuela Ecológica no fue fácil. El dinero de las becas a duras penas le alcanzaba para los materiales y casi no tenía para comer. Además, ahora sí tenía que aprender a hablar bien español, porque todas las clases eran en ese idioma. Se sentía abrumada. Hasta pensó en regresar a su aldea.
Pero cuando sus nuevos compañeros de clase escucharon que se quería ir, se ofrecieron para apoyarla. Algunos le compraron materiales y otros conversaron con el proveedor de comida del instituto para que le ayudara con la alimentación. La persona a cargo de la cafetería le ofreció un trato: que limpiara la cocina y lavara los platos a cambio de la comida. Así, poco a poco, Mayra fue acostumbrándose a su vida lejos de casa.
En ese primer año, empezó a tomar clases de inglés, filosofía y física. Eran materias nuevas para ella y le costaban, pero con el tiempo empezó a agarrar el ritmo. También recibía clases de ingeniería ambiental, la especialidad del instituto. En ellas aprendía técnicas para manejar de forma sostenible los recursos forestales de regiones tropicales. Y lo que más le gustaba eran las salidas a terreno, en donde recorrían bosques, aprendían sobre los árboles y veían animales que le recordaban sus días en la aldea.
Algunos fines de semana viajaba para visitar a su familia, aunque casi todo el tiempo estaba en la residencia del instituto, sola pero contenta.
Cerca de dos años más tarde llegó el día de la graduación. Era una mañana de diciembre del 2018. Del techo del gimnasio colgaban telas de color blanco y azul eléctrico. Durante la ceremonia, Mayra y otros ocho compañeros suyos pasaron, uno por uno, para recibir su título de bachiller.
Sentados en sillas de plástico, los papás de Mayra, sus tres hermanos y Karen, de Fundaeco, la vieron graduarse. Fue un momento muy emotivo para todos. Estaban orgullosos de lo que Mayra había logrado.
En las fotos de ese día, se la ve a ella con una sonrisa enorme y los ojos brillantes, mientras sostiene su diploma.
[Mayra]: Me sentí muy feliz porque dije, “tantos esfuerzos que había hecho, entonces hasta que logré de graduarme”. Pero dije, todavía me falta completar mi carrera, ¿no?
[Lisette]: Porque Mayra ya había tomado una decisión: no le bastaba con el colegio. Iba a estudiar en la universidad. Y fue aceptada en ingeniería forestal, el estudio del manejo sustentable de los árboles, en la Universidad Rural de Guatemala.
Cuando visitó su aldea y se encontró con sus amigas…
[Mayra]: Algunas me dijeron que, “qué bueno Mayra que te graduaste, qué bueno, ¿no? O sea, quisiera ser así yo por… Pero no puedo, ¿no?”.
[Lisette]: Esa es una de las cosas que más le importan a Mayra: que otras niñas y adolescentes como ella, en su aldea o en cualquier otra de Guatemala, sepan que hay otras alternativas. Que pueden cumplir sus sueños.
[Mayra]: Que las niñas sean valientes de decir que “aquí estoy, quiero seguir estudiando, por favor, ayúdenme…”
[Lisette]: Que sepan que no están condenadas a una vida que escogen por ellas.
[Mayra]: Tenemos derecho de seguir estudiando, tenemos derecho de soñar en algo grande.
[Lisette]: Mayra fue la primera mujer de su aldea en graduarse del colegio. Tal vez la segunda sea su hermana, quien ya cumplió 16 años y sigue estudiando.
[Daniel Alarcón]: Mayra continúa sus estudios en ingeniería forestal. Planea graduarse en 2022 y su papá está planeando hacer una fiesta de celebración en su casa.
En 2017, Guatemala amplió la prohibición del matrimonio infantil. Ahora la unión de cualquier menor de 18 años es ilegal, sin excepciones. Aunque, en la práctica, no ha dejado de ocurrir.
Lisette Arévalo es productora de Radio Ambulante, vive en Quito, Ecuador.
Este episodio fue editado por Camila Segura, Nicolás Alonso y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música original de Rémy.
Gracias a Ripple Effect Images por permitirnos utilizar material de su archivo para este episodio.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Aneris Casassus, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Jorge Ramis, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.
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