Noches de karaoke [Repeat] | Transcripción
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[Daniel]: Esto es Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.
[Soundbite de archivo “El privilegio de amarte” de Mijares y Lucero]
[Luis Fernando Vargas]: OK.
[Daniel]: Esta historia comienza en un lugar seguro, un lugar de amistad, donde nos quitamos la vergüenza…
[Soundbite de archivo: Luis Fernando cantando]
[Luis Fernando]: ¿Qué podré decirte? En el corto tiempo…
[Daniel]: El que canta —si eso se puede llamar cantar— es nuestro editor senior Luis Fernando Vargas.
[Soundbite de archivo: Luis Fernando cantando]
[Luis Fernando]: Porque me has regalado el privilegio de amarte. Di lo que sientas…
[Daniel]: Luis Fernando tiene 32 años y vive en San José, Costa Rica.
[Soundbite de archivo: Luis Fernando cantando]
[Luis Fernando]: Da lo que tengas y no te arrepientas Y si no llega lo que esperabas…
[Daniel]: Se los prometo: todo va a tener sentido muy pronto. Paciencia.
[Soundbite de archivo: Luis Fernando cantando]
[Luis Fernando]: No te conformes. Jamás te detengas. Pero sobre todas las cosas, nunca te olvides de dios… Eso nunca me sale porque se me sale el gallo.
[Daniel]: ¿Solo eso? (Risas).
[Daniel]: Hay dos tipos de personas en este mundo… A los que les gusta el karaoke… Y a los que no. Luis Fernando, claramente, es de los primeros. Le gusta. Y mucho. Ya lo escucharon y, pues, les toca a ustedes decidir si esto es una buena o mala noticia.
De hecho, la idea de hacer este episodio salió a finales del 2018, después de que Luis Fernando le contó al equipo que él y sus amigos habían ido a inaugurar el arbolito de navidad del karaoke al que iban casi todas las semanas, como se inaugura un puente o un edificio… O sea, todos nos preguntamos: ¿Quién hace eso?
Nosotros, los del equipo de Radio Ambulante, en aquel momento, creo que no lo esperábamos. Era como enterarte de una vida secreta. Que tu amigo y colega es súper héroe. O espía. Es que, te lo juro, si lo vieras, nunca te lo imaginarías cantando en karaoke. Esa actividad tan social y alegre, digamos… que no va con Luis Fernando.
[Luis Fernando]: Es raro porque yo, generalmente cuando me ven, soy la persona más antipática del mundo. Tengo la cara en mi papá, que es la cara más insoportable del mundo. Es como uno ve… Es como uno ve a mi papá y yo no quiero hablar ese señor y yo tengo… yo tengo la misma cara.
[Daniel]: Es de esas personas que siempre se visten de negro. Y cuando digo siempre es… SIEMPRE. Tal vez algún día te sorprenda con un poquito de azul oscuro, o gris… o si está de muy buen humor, una camiseta color café.
Y también hay un detallito que resulta ser enorme si te gusta el karaoke:
[Luis Fernando]: Pues todavía el micrófono me da vergüenza.
[Daniel]: Algo que se olvidó de mencionar en su entrevista de trabajo. O sea que odia el micrófono. Le da ansiedad. Incluso grabando esta entrevista se le nota. Le pregunto cualquier cosa y empieza a tartamudear…
[Luis Fernando]: Ehm, la… me… me… me contaba… Pero eh… lo… lo extraño es que esa mu… Y… Y… Y es un lado oscuro [FADE OUT] del karaoke también…
[Daniel]: Nada de lo que acaba de balbucear nuestro querido Luis Fernando tiene sentido alguno.
Y si lo encuentras en su estado natural, mirando a la nada o trabajando… o sea, no en un karaoke… Nunca lo verás escuchando a Mijares o a Lucero, o a LuisMi o a José José. Su música preferida… tiene otra estética.
[Soundbite de “Mr. Self Destruct” de Nine Inch Nails]
[Trent Reznor]: I take you where you want to go. I give you all you need to know. I drag you down, I use you up. Mr. Self Destruct.
[Luis Fernando]: Música, pues, industrial, muy agresiva, depresiva, muy de demonios interiores, con letras… Es como muy in your face.
[Daniel]: Bandas muy conocidas, como Nine Inch Nails, u otros géneros más rebuscados. Música noise, por ejemplo, que se traduce literalmente a “ruido”.
[Soundbite de “Guest house” de Daughters)
[Alexis Marshall]: I’ve been knocking let me in.
[Luis Fernando]: Muy de sacar esas cosas internas, de esos: me siento mal, estoy desadaptado. No tanto de desamor completo, pero sí de estoy solo y demás.
[Daniel]: Entonces, sí, difícil imaginar que Luis Fernando ame el karaoke, ese karaoke de la balada romántica… Musica de plancha… Pero ya lo oyeron, cantando, con todo el gusto del mundo.
Hoy vamos a contar la historia de ese amor tan inesperado. Está relacionado a un lugar, una esquina discreta de San José. Ese tipo de lugares donde crees que no pasa nada nuevo o interesante, pero que impactó la vida de varias personas en la capital costarricense.
Esta historia se publicó originalmente en el año 2019, y bueno, creemos que es un buen momento para volver a escucharla. Un buen momento para reír y llorar y acordarnos que tenemos gente alrededor que nos hace la vida mejor cada día.
Ah, y para aquellos que nos siguen desde hace años y ya conocen esta historia, tenemos algo especial para ustedes también… Una pequeña noticia al final.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Los dejo con Luis Fernando.
[Luis Fernando]: Mi amor por el karaoke empieza con mi amor hacia los pancakes. Y no hablo de los que se comen, sino de un grupo de amigos, mis amigos. Somos 13. Nos conocimos en la universidad y hablamos prácticamente todos los días, para comentar algún chisme, una noticia o alguna tontería. Pancake es el nombre de nuestro grupo de Whatsapp.
[Felipe Zúñiga]: Pancake es un grupo de acompañamiento. Es como una familia.
[Luis Fernando]: Él es Felipe, es uno de los pancakes. Escucharán a varios de ellos en este episodio, pero por ahora seguimos con Felipe.
[Felipe]: Ya tenemos más de siete años de conocernos y yo no sé… una vez leí que después de siete años ya la gente se queda para el resto de la vida. Obviamente no tengo ninguna base, ningún estudio, nada más lo leí. Tal vez fue un quote ahí de internet. Pero me parece chiva.
[Luis Fernando]: Chiva, o sea, cool. Y sí, es chiva. Esta es Ale.
[Alejandra Vargas]: Como que son esos… como los amigos como incondicionales. Como los que uno sabe que les puede pedir algo y no es como: “Ay…” como que le van a cobrar un favor o algo así. Nada más es como sí, como amistades desinteresadas.
[Luis Fernando]: En los mejores momentos de mi vida, ellos están ahí, conmigo. Y también en los peores, acompañándome, dándome apoyo. Son lo más estable y preciado que tengo. Lo digo sin dudar.
Hace unos años, la mayoría de nuestras aventuras ocurrían en Will. Will era un carro, el carro de Felipe. Un Nissan Pathfinder de los ochentas, de esos que se pueden meter en el barro de la montaña, como en los anuncios. Solo que este ya no podía, por viejo.
Por fuera se veía como un carro un poco descuidado, pero cuando te subías te dabas cuenta de que era un basurero lleno de botellas vacías, comida vieja, ropa sin lavar.
Cuando estábamos casi todos los pancakes, obviamente no cabíamos en los asientos, entonces, algunos nos montábamos en el platón de atrás. Varias veces casi termino con una contusión.
[Felipe]: Íbamos a veces hasta siete u ocho personas contra la ley, totalmente, pero lo hacíamos. Y nos movíamos hacia… no sé, hacia un restaurante pequeño o hacia tomar un café.
[Luis Fernando]: Esos restaurantes pequeños generalmente eran bares; y los cafés, cervezas. Y muchísimos de esos viajes en Will fueron a un bar que significó el mundo para nosotros. Fue nuestro lugar seguro y secreto en la brusquedad de San José, una ciudad gris, sucia, un poco peligrosa. Ese bar se llamaba Ko Zin, en cantonés. Son dos palabras. Se escribe: K-O y Z-I-N.
Quedaba en una calle bastante solitaria, de esas en las que parece que te pueden asaltar en cualquier momento. Estaba lejos de la zona de bares a la que suele ir todo el mundo. Felipe descubrió Ko Zin a las 11 de la noche de un lunes del 2013, cuando manejaba sin rumbo, buscando un lugar donde celebrar un cumpleaños.
Al frente de Ko Zin había un mini teatro, de esos donde dan obras de comedia malísimas, y también había casas viejas, viejísimas, casas que cualquiera diría que están abandonadas.
Y a los lados de Ko Zin, dos parqueos. El bar estaba en un edificio solitario de madera, de dos plantas: un símbolo de resistencia. No había sucumbido a volverse parqueo. Y resaltaba, pero no de una buena manera. Este es Roberth, otro de los miembros de pancake.
[Roberth Pereira]: Era como si una cantina vieja, rural, digamos, de madera, donde hay chanchos cerca, ¿verdad? Donde huele la chanchera a la distancia y se vende contrabando, se cruzara con un restaurante chino de San José.
[Luis Fernando]: Yo tuve una impresión parecida la primera vez que fui: olía a viejo, a humedad, a algo guardado durante muchos, muchísimos años. Y todo se veía pésimo, descuidado. Me dio un poco de asquillo entrar, sinceramente.
La entrada era un portón rojo vino, con rótulos de cerveza colgados y una pizarra promocionando los combos de comida. Recuerdo el de arroz cantonés, pancito y una gaseosa a tan solo dos mil colones. Menos de cuatro dólares… barato, muy barato, demasiado barato. El tipo de barato que prende las alarmas de: “No comas ahí”. Cosa que nunca hice. Era mi única regla.
Y bueno, el bar…
[Gabriela Fonseca]: Era muy loco, porque era como oscuro al inicio y tenía como un par de lucecitas, así, no sé qué.
[Luis Fernando]: Esta es Gaby.
[Gabriela]: Y al final era como una explosión de kitsch, o sea, era una vara así: brillante, con esos gatitos de la suerte también brillantes, con un… un calendario ahí con un montón de brillos, candelas, luces, el tele ahí todo chiquitillo, con la refri.
[Felipe]: Un retrato gigante de un caballo o de un pato o de una casita, puesto en la pared. Manteles de… de cuadros con un plástico encima, transparente. Servilleteros en cada una de las mesas, habían un montón de mesas…
[Roberth]: Eso sumémosle que tal vez unos diez años de mantenimiento faltante de los baños.
[Luis Fernando]: Ufff, los baños. Mejor no entrar en ese tema. Lo que te estás imaginando, pero peor.
La dueña y todera de Ko Zin era una china de entre 50 y 60 años que se llamaba Jessi.
[Gabriela]: Flaquita, tenía una mirada como cansadilla.
[Roberth]: Ella usaba gorra y usaba la gorrilla. Y andaba siempre como un… un suetercillo de… de flores.
[Alejandra]: Jessi como que de entrada aunque se ve como… se ve medio cascarrabias si uno la trata bien como que uno veía que era adorable.
[Luis Fernando]: Ahí estaba siempre, sirviendo cervezas y tragos, cocinando el arroz cantonés, cobrando y haciendo de guarda del local. Todo ella solita. De vez en cuando veías al esposo ayudándola cuidando, pero no atendía a clientes porque hablaba muy poco español. Apenas te podía decir: “Hola, ¿cómo está?”. En cambio, Jessi…
[Alejandra]: Como que trataba de hablar y trataba de sacarle conversación a uno, aunque no le entendiera mucho de lo que estaba diciendo.
[Luis Fernando]: Su español era bastante crudo. Con acento fuerte, vocabulario limitado y a veces no conjugaba bien los verbos.
Costaba comunicarse con ella, había que concentrarse. Tenías que mirarla directo a la cara y hablar despacio, usando oraciones cortas, a veces repitiendo lo que querías decirle.
Cuando empezamos a ir más seguido, Jessi nos saludaba de nombre al llegar y nos preguntaba cómo estábamos. Conversaciones cortas y cordiales. Luego, a beber. Un fin de año que pasamos ahí hasta nos regaló un buda chiquitito y unos pancitos chinos.
Pero sabemos poco de ella. Para nosotros siempre fue más un personaje que una persona. Y creo que ella lo quería así. Felipe, que es cineasta, la trató de entrevistar decenas de veces y nunca se dejó. Timidez a la cámara, tal vez, pero parecía que no le interesaba terminar de abrirse con nosotros.
Lo que sí sabemos es que vino a Costa Rica de China a los 16 años, buscando una mejor vida, como muchos migrantes chinos que vienen al país. También sabemos que trabajó primero con una tía como empleada doméstica y luego en el mismo restaurante que años después ella empezó a administrar junto a su esposo. Ambos vivían ahí mismo, en el segundo piso. Tienen una hija que se fue a trabajar a Estados Unidos, pero aquí en Costa Rica, Ko Zin era todo para ellos.
Ko Zin tal vez no les suene como el mejor lugar para una noche de fiesta y no los culpo. En cierta forma tienen razón. Por ejemplo, la cerveza: sabía extraña, como que le faltaba gas y nunca estaba fría fría de verdad.
Y es que Jessi apagaba el refrigerador en las madrugadas, cuando cerraba, y lo volvía a prender al día siguiente.
[Felipe]: Y ese proceso de frío, caliente, frío, le hacía muy mal a la cerveza. Bueno, también era interesante, era una cerveza única en el mundo (risas).
[Luis Fernando]: O sea, en cierta forma Ko Zin fallaba como bar hasta en el nivel más básico: con el alcohol. Aun así, los pancakes nos enamoramos desde el primer momento. Para algunos será cerveza rancia, pero para nosotros era artesanal. Había algo tan roto e imperfecto en todo el bar que, combinado con el kitsch y la personalidad de Jessi, lo hacía encantador. Felipe, Gaby, Roberth y Ale empezaron a ir varias veces a la semana. Igual los otros pancakes.
Pero, había un problema. Bueno, un problema para mí.
[Soundbite de “Ahora te puedes marchar” de Luis Miguel]
[Pancakes]: Aléjate de mí, no hay nada más qué hablar.
[Luis Fernando]: El karaoke.
[Soundbite de “Ahora te puedes marchar” de Luis Miguel]
[Pancakes]: Contigo yo perdí, ya tengo con quién ganar. Ya sé que no hubo nadie que te diera lo que yo te di.
[Luis Fernando]: Lo más odiado por mi esnobismo musical.
[Daniel]: Pero si Luis Fernando quería seguir siendo pancake, se tenía que enfrentar a la música que más odiaba.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa Luis Fernando nos estaba contando sobre cómo se enamoró de Ko Zin, este bar tan viejo, descuidado y extraño. Pero había un problema: el karaoke.
Antes de conocer Ko Zin, los pancakes solían salir a bailar música ochentera. Lo cual es casi un cliché, la verdad. En cuestiones de bailar hay cientos de millones de latinoamericanos que vivimos congelados en el tiempo: Soda Stereo, Los prisioneros, Depeche Mode, The Cure, etcétera.
Pero con el descubrimiento de Ko Zin, los fines de semana de los pancakes cambiaron. Ahora el plan era cantar. Y no esa música de los ochentas, sino la balada romántica.
Aquí, con mucho sentimiento, Luis Fernando.
[Luis Fernando]: Por lo menos Felipe, Alejandra, Roberth, Gaby y otros, medio se sabían estas canciones, porque sus familias ponían esa música en las fiestas, acompañando borracheras y los abrazos o las discusiones entre tíos y tías. Entonces ellos estaban dispuestos a cantar sin problemas. El que estaba jodido era yo. En mi casa no se hacen fiestas. No sabía nada, solo medio coro de “40 y 20” de José José.
[Soundbite de “40 y 20” de José José]
[José José]: 40 y 20. Es el amor lo que importa y no lo que diga la gente.
[Luis Fernando]: Que ahora que lo pienso me da mucho asco. Calmate, viejo verde.
Pero bueno, recordaba solo ese pedacito porque mi mamá ponía un cassette de Grandes Éxitos de José José cuando yo estaba pequeño, mientras hacía oficio en la casa.
Pero mi ansiedad me hacía tener esta necesidad de cumplir y quedar bien. No quería ser el aguafiestas, el que se quedaba sentado con los brazos cruzados viendo a los demás de reojo por cantar. En otras palabras, ser el snob y amargado que era. Siempre me ha tocado ser ese y yo quería pasarla bien con ellos.
Entonces empecé a cantar en el fondo, siguiendo a los demás, tratando de memorizar las melodías para la próxima vez que sonará la canción. De vez en cuando agarrando el micrófono, después de escuchar una pieza las suficientes veces y con la condición de que alguien me acompañara cantando. Siempre ayudado de unas cuantas… muchas… cervezas.
Claro, como todo en Ko Zin, el karaoke era… humilde.
[Roberth]: Todo era muy análogo. Tenían todo en DVD, todos eran discos, ¿verdad? No… no se buscaban cosas con internet. No. Era un tele, lo que había, con un control.
[Alejandra]: Un televisor de esos cuadrados de antes…
[Luis Fernando]: Donde salían las letras de las canciones…
[Felipe]: Y dos micrófonos que tenían un tubo de PVC pegado. No tenía sentido, yo no sé. Todavía no entiendo para qué era. Supongo para que no se quebrara el cable. Pero lo hacía muy particular, el cantar, porque uno cantaba con una manguera de la mano.
[Luis Fernando]: El repertorio estaba en dos libros, que reunían las canciones de tres DVDs: dos en español y uno en inglés. Uno de los DVDs en español tenía canciones modernitas, de los ochentas y noventas, y alguna que otra de los 2000. El otro DVD tenía canciones rancheras y de los setentas que ninguno de nosotros había escuchado en su vida. El DVD en inglés tenía desde David Bowie y Queen hasta Linkin Park y Blink 182.
Y para pedir una canción, le gritabas a Jessi el código que estaba en el libro…
[Felipe]: 18-42, 20-90, 88-16.
[Luis Fernando]: Ella los ponía en el control remoto del DVD conforme los ibas diciendo. ¿Y los turnos? Al carajo.
[Felipe]: Así que si uno le decía ocho canciones seguidas, ocho canciones cantaba uno.
[Luis Fernando]: Era un sistema bastante deficiente, sinceramente. Pero también era comunitario, basado en la confianza de que no te vas a robar la canción de alguien más, basado en la solidaridad de que vas a soltar el micrófono en algún momento para dárselo al otro.
Y si querías una canción de otro DVD, tenías que esperarte un rato, a veces un ratote, a que todo el mundo se aburriera y dejara de pedir canciones de ese disco para poder cambiarlo. Porque era una toda una tarea para Jessi, que era la única que podía hacerlo: tenía que parar todo el funcionamiento del bar, cambiar el DVD y esperar a que todo el mundo mirara de nuevo el libro y escogiera qué quería cantar para darle una lista. A Jessi, sinceramente le daba pereza.
Tanto fuimos a Ko Zin y cantamos tanto, que me fui acostumbrando al karaoke. Pasó de ser de algo odiado, a ser algo normal. Y luego lo entendí.
[Soundbite de “El sol no regresa” de la Quinta Estación]
[Alejandra y Gabriela]: No es que sea el alcohol la mejor medicina. Pero ayuda a olvidar cuando no ves la salida…
[Luis Fernando]: Hay una conexión con tus amigos que nace de que tu voz se pierda en el mar de voces. De pronto las angustias de uno son las angustias de todos. Y también la alegría. Nunca fuimos más unidos como grupo que cuando íbamos a Ko Zin y cantábamos.
Eso es algo que nunca había conseguido con la música. Esa unión. La música, mi música, siempre me aisló. Me separó del mundo. Me mandó a mi cuarto, a oscuras, con mis audífonos, a estar solo con todas esas cosas agobiantes que estaba sintiendo.
Y para mi sorpresa, esos temas de aislamiento y dolor de mi música estaban también presentes en la música de karaoke. Al final de cuentas todos vivimos lo mismo, solo que en distintas melodías.
También aprendí a amar el karaoke al ver a Jessi. Si llegabas temprano a Ko Zin, tipo siete u ocho de la noche, especialmente entre semana, cuando no había nadie, la encontrabas detrás de la barra, cantando “Ángel”, de Cristian Castro.
[Soundbite de “Ángel” de Cristián Castro]
[Cristian Castro]: Ángel que das luz a mi vida…
[Luis Fernando]: No tengo ninguna grabación de ella, claro. Pero la recuerdo perfectamente. Y no usaba el micrófono de manguera, sino uno especial solo para ella, que tenía mucho reverb. Y cantaba con un tono muy, muy alto. Le daba un toque angelical.
Es difícil describirlo, pero se sentía como si Jessi se desconectara de lo que estaba sucediendo alrededor suyo, del trajín de manejar un bar ella sola. De pronto no se veía cansada, no se veía tímida o cascarrabias. Se veía… conmovedora, entre todo el brillo de adornos chinos.
Cuando terminaba todos aplaudíamos. Ella sonreía levemente y continuaba trabajando, calmada, sin decir palabra. Se notaba que había una conexión íntima con esa canción. Como si la hubiera ayudado a sobrellevar cosas muy duras: dejar un país, aprender un nuevo idioma, iniciar una vida en una cultura completamente opuesta a la tuya. Quién sabe. Nunca nos dijo.
Verla era una muestra del poder del karaoke: esa desconexión de todo. Sos solo vos, la letra y la melodía. Y podés decir cómo te sentís con palabras que tal vez nunca se te ocurrirían a vos, sin que nadie te juzgue.
Pero hay algo tal vez más importante. Y es que Ko Zin y su karaoke llegó a nuestras vidas en un momento muy particular: fue hace cinco años, cuando todos teníamos entre 22 y 23. Acabábamos de salir de la universidad, la mayoría o estábamos desempleados o teníamos trabajos inestables. Aún hoy, muchos de nosotros todavía no sabemos qué hacer con nuestras vidas o cómo vivirlas, pero en ese momento esa inestabilidad nos ahogaba. Era la clásica angustia de los jóvenes adultos de clase media. Pero una angustia muy real. Y esa inestabilidad la sobrevivimos entre las canciones del karaoke.
[Soundbite de archivo de “Cosas del amor” de Ana Gabriel y Vikki Carr]
[Alejandra y Gabriela]: ¿Cómo puedo hacer? Entrega todo. Todo se lo dí. Inventa un poco…
[Luis Fernando]: Porque aprendimos a cantar karaoke entre miedos, incertidumbres, amores y desamores. Y no hay nada más liberador que gritar —no, no es cantar—, es gritar fuera de vos todo ese estrés y toda esa angustia. Aprendimos a amar el karaoke porque no cantábamos solos: cantábamos como un grupo de gente que se quería y se sentía igual de perdida.
Ko Zin fue especial para todos los Pancakes de una manera distinta, pero en ese lugar todos vivimos épocas de tránsito, de cambio. Felipe recuerda desamores, Alejandra también. Roberth recuerda dejar los prejuicios contra la música romántica de lado. Gaby empezó a considerar irse a estudiar a Cuba.
Yo empecé a lidiar con mi depresión y mi ansiedad entre las idas a Ko Zin. Mientras que unos se van de fiesta para divertirse y de paso terminan borrachos, yo me iba de fiesta para terminar borracho y muy pocas veces la pasaba bien. Era el borrachillo necio que termina llorando en el caño o que se enoja y se pone matón, o sea, agresivo. Lo que aquí llamamos el guaro vaquero. A veces eran ambas en una misma noche.
Esa era mi forma de lidiar con todo: olvidándolo. Entre idas a Ko Zin decidí dejar el alcohol y empezar a ir a terapia y a tomar antidepresivos. Tal vez la gente alrededor mío no lo notó tanto porque lo disimulé, pero tuve mucho miedo durante esa época. Estaba muy decaído y los medicamentos tuvieron efectos secundarios horribles.
Sufría de despersonalización —eso que uno siente que su cuerpo no le pertenece y está atrapado dentro de él. Todo era como neblina. No lograba pensar con claridad la mayoría del tiempo. Tenía pensamientos suicidas a diario. Estaba desempleado y no podía trabajar por la condición en que estaba. Era desesperante.
Mi lugar seguro eran las idas a Ko Zin con mis amigos, para cantar. Era lo bueno de la semana. Y ojo, era cantar sobrio: completamente consciente de lo desafinado que era… que soy.
Para una persona tímida como yo, la sola idea, al comienzo, era el infierno. Pero fui haciéndome valiente, poco a poco, y fui cantando un poco más duro cada vez, sintiéndome un poco más cómodo conmigo mismo y dejando la ansiedad de lado. Falta muchísimo camino, pero algo avancé gracias a Ko Zin.
Y cantar… cantar es una terapia, que lo diga yo. Nada me sirvió más en esa época que ir a Ko Zin, pedir una Coca-Cola —Light, por supuesto— y cantar “Un beso y una flor”, de Nino Bravo.
[Soundbite de archivo de “Un beso y una flor” de Nino Bravo]
[Pancakes]: Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más. Forjarán mi destino las piedras del camino. Lo que nos es querido siempre queda atrás.
[Luis Fernando]: “Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más”. Es fuerte. Uno siente cosas muy intensas cuando lo canta. Pero como dijo el sabio Nino Bravo, lo que nos es querido siempre queda atrás.
Ko Zin cerró a inicios del 2017. Después de que durante unos dos años fuimos religiosamente casi todas las semanas. Fue de la nada. Felipe estaba en Francia por trabajo y alguien le mandó una foto de Ko Zin con el portón cerrado, con un rótulo del Ministerio de Salud que decía clausurado. Nos avisó por el grupo de WhatsApp.
[Felipe]: Yo no podía creerlo. ¡Yo no podía creerlo! Yo estaba en shock. Publiqué en Twitter demasiadas veces: “Por favor, alguien que confirme esta información: ¿Ko Zin está cerrado en serio? Por favor alguien vaya, tóquele la puerta a Jessi, pregunte qué pasó”. Y efectivamente: habían cerrado Ko Zin por fallos estructurales. Ni siquiera fue como por salubridad básica, elemental: fallos estructurales en el edificio, que tenían que tener una remodelación, digo, un poco… un poco fuerte.
[Luis Fernando]: En pocas palabras, el edificio era inhabitable. No fue tan sorpresivo: se notaba que Ko Zin no cumplía con las medidas de seguridad para un lugar público. Pero sí nos dolió mucho. En especial porque no pudimos despedirnos.
[Roberth]: Ya en ese punto estaba como deprimido, yo creo. Ya en el momento en que supe que no iba a abrir más porque no había otro karaoke.
[Gabriela]: Es que fue muy loco, porque uno se puso triste. En serio se puso triste. Y sí, también uno siendo un poco egoísta, era como el… di el bar donde uno se sentía cómodo. De repente uno se sintió como: “Di, no, ¿y ahora qué se supone que vamos a hacer los fines de semana, ya en altas horas de la madrugada?”. Pero también después fue como mae, puta, ¿y Jessi? Porque, di, era esta mae que se partía el lomo trabajando realmente, la que nos acompañaba un montón. De alguna manera yo siento que ella también se sentía acompañada por nosotros.
[Luis Fernando]: Por lo menos espero que sí se sintiera acompañada por nosotros.
El cinco de enero de este año, 2019, nos enteramos por las noticias de que el edificio se había quemado. Felipe fue y nos mandó fotos. Todo Ko Zin estaba destrozado: la barra, las mesas, todo. Jessi se quedó sin casa. El dolor se hizo, entonces, indescriptible. Ahora sí era cierto que Ko Zin y Jessi no regresarían.
Con la quema de Ko Zin, se fue parte de los pancakes, pero también nos recordó por qué cantamos: Porque somos mejores cuando cantamos como colectivo, cuando somos solo uno.
Jessi siempre nos dijo que Ko Zin significaba “pa’ adelante” en cantonés. Al igual que muchas otras cosas sobre ella, no quiero desmentirlo.
Todo lo anterior lo grabé en el 2019. Ahora, les hablo desde finales del 2024. Mucho ha cambiado en mi vida, y en San José, una ciudad que se siente cada día más gris. Está sucia y la vitalidad que alguna vez le vi, que le veía cuando iba a Ko Zin, la siento cada vez más débil. En estos momentos vivo relativamente cerca de donde era Ko Zin, podría caminar hasta allá… Lo he hecho un par de veces, tal vez por nostalgia, ambas arrastrando a mi pareja, que no es de la ciudad, para mostrarle que en ese lugar, en ese estacionamiento horrible, siempre vacío y con alambre de navaja, una vez fue un escondite hermoso en San José.
Ya ni siquiera el karaoke rival, que quedaba en una calle cercana a Ko Zin, está. He probado varios karaokes desde entonces… En Costa Rica, en Panamá, en El Salvador… Ninguno es Ko Zin. Sigo buscando.
Hace unas semanas, de casualidad, Felipe me envió unas fotos. Una boda con una familia radiante, feliz. Era la familia de Jesi. Su hija se había casado. Me costó reconocerla sin su gorra característica. Viven en otro país, están bien.
Le mandé un abrazo de vuelta. No se lo dije entonces, pero… Yo estoy bien, también, Jesi. Gracias.
[Daniel]: Por favor, si tienes depresión o pensamientos suicidas, busca ayuda. Habla con tus amigos y familiares, y considera buscar ayuda profesional. Y si crees que un ser querido está en una situación así, pregúntale, escúchalo y apóyalo.
Muchas gracias a Jaime García, del bar La Vasconia, por dejarnos grabar los audios de karaoke en el bar.
Luis Fernando Vargas es editor senior de Radio Ambulante. Vive en San José, Costa Rica
Esta historia fue editada por Camila Segura y por mi. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Rémy Lozano.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Lucia Auerbach, Adriana Bernal, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Juan David Naranjo, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Barbara Sawhill, David Trujillo, Ana Tuirán, Elsa Liliana Ulloa y Désiree Yépez.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
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Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.
Y ahora, mi peor pesadilla, hecha realidad.
[Daniel]: Oye, yo creo que deberíamos cantar algo juntos…
[Luis Fernando]: Dale
[Daniel]: Pero bueno: uno, canto mal. Dos, yo soy gringo, o sea yo me crié en Estados Unidos, mi cultura pop, por ejemplo, de la balada romántica, o de José José o Vicente Fernández, todos estos cantantes que has mencionado es como que no los conozco. Entonces tenemos que cantar algo que yo conozco claro… ¿Listo?
[Luis Fernando]: Ok. Uno dos tres…
[Daniel y Luis Fernando / Shakira – Estoy aquí versión karaoke]: Ya se que no vendrás/ Todo lo que fue/ El tiempo lo dejó atrás/ Sé que no regresaras/ Lo que nos pasó/ No repetirá jamás/ Mil años no me alcanzaran/ Para borrarte y olvidar/ Y ahora estoy aquí/ Queriendo convertir/ Los campos en ciudad/ Mezclando el cielo con el mar/ Se que te deje escapar/ Se que te perdí/ Nada podrá ser igual/ Mil años pueden alcanzar/ Para que pueda perdonar/ Estoy aquí queriéndote/ Ahogándome/ Entre fotos y cuadernos/ Entre cosas y recuerdos/ Que no puedo comprender/ Estoy enloqueciéndome/ Cambiándome un pie por/ Cara mía/ Esta noche por el día/ Y nada le puedo yo hacer…