Transcripción: Cuando La Habana era friki
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Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Ahora que somos parte de NPR queremos presentarle a nuestra nueva audiencia algunas de nuestras historias favoritas. Hoy nos vamos para La Habana.
María Gattorno: Bueno, un friki era…. Ellos eran aficionados a la música rock.
Dionisio Arce: Los frikis era más bien los que eran fan a los gringos.
Juan Carlos Torrente: Tienes una imagen, una imagen metalera. Es decir, tienes el pelo largo o estás pelado calvo, tienes una cresta punk o te pones manía de pincho, te vistes de negro, te pones t-shirts de bandas alegóricas al género… Entonces eres un friki, ¿entiendes?
Daniel: Escuchar música metalera quizás no era una novedad en muchas ciudades latinoamericanas durante los 80s y los 90s. Pero en La Habana…
María: Mira, yo creo que ser rockero en esa época era estar loco. Porque era enfrentarte a un mundo en el que tenías casi todo en contra…
Daniel Alarcón: Hoy, “Cuando La Habana era friki”. Desde Cuba, Luis Trelles nos cuenta.
Luis Trelles: Para entender la historia de los frikis en Cuba, primero hay que entender que en la isla, después de la revolución, todo adquirió una carga ideológica. Hasta la música.
Era la década del 60, y la nueva onda del rock se convertía en la música del enemigo. Aún así, la gente buscaba la manera de escuchar la música que quería. Uno de ellos era…
Dionisio: Me llamo Dionisio Arce Cans. Soy cantante y director de la agrupación Zeus. Me dedico a mover la banda de metal más legendaria del país, hace 25 años.
Luis: Pero mucho antes de ser el cantante del grupo, cuando era adolescente, Dionisio descubrió la música que le gustaba así:
[Sonido de estática radio FM, pasando por estaciones de Estados Unidos]
Dionisio: Aquí venían unos radios que tenían frecuencia modulada y, por las antenas, tu cogías todas las emisoras gringas. Y entonces todos los jóvenes nos íbamos a la costa a bañarnos en la playa, poníamos las radios con las antenas, y estábamos escuchando toda la música americana.
Luis: Corrían los años 70 y lo que escuchaban era una mezcolanza de funk, rock progresivo y hasta disco: bandas como los Bee Gees, KC & The Sunshine Band y Emerson, Lake and Palmer…
Dionisio: Era lo que más consumíamos. Y era lo que más prohibían en aquella época. Tú sabes cómo son los jóvenes: los jóvenes no haces más que prohibirles algo, y eso es lo que van a hacer ellos…
Luis: Ya para los 80 la música disco había muerto, y en la isla se empezaba a escuchar el sonido más agresivo de bandas como Metallica y Megadeth.
Dionisio: Y generalmente todos, todos, todos, todos, todos los jóvenes le fueron arriba al metal. Y ahí ya yo me incliné por esa música. Me gustó. La entendí. Me sensibilicé con ella… Y me quedé, ya no consumo otra cosa que no sea heavy metal.
Luis: Era el inicio de la escena metalera de Cuba, y con ella surgió toda una contracultura de chicos conocidos como “frikis”. Esta es una etiqueta difusa, difícil de definir. Dionisio cuenta que en un principio…
Dionisio: Los frikis no eran más que jóvenes que consumían música rock and roll y se vestían diferente a como se vestían las demás personas. Por ejemplo, apretaban su pantalón y se ponían los pullovers bien apretados.
Luis: Poco a poco la estética se hizo más extrema, hasta que el término “friki” quedó asociado a los metaleros melenudos y a su afición por las calaveras. Juan Carlos Torrente lleva el nombre con orgullo. Él es un cantante de death metal —del grupo Combat Noise—, y se define a sí mismo de esta manera:
Juan Carlos: Yo soy friki, friki. Yo voy por la calle a todos lados que yo voy, yo voy como soy: con mi pelo suelto, un moño, vestido de negro, con mis botas, y yo soy friki, ¿entiendes?
Luis: En los 80, sin embargo, el solo hecho de vestirse así te ponía en riesgo.
Dionisio: Te cogían preso por nada, por tener el pantalón apretado y llevar el cabello un poquito largo. No tan largo como lo llevo yo, que lo llevo por la cintura ahora, ahora, no: por aquí, por los hombros, ya te cogían preso y te querían pelar, y hay veces que te pelaban.
Luis: A pesar del acoso, la escena del metal crecía, impulsada por los álbumes de bandas extranjeras que corrían de mano en mano.
Juan Carlos: Si venía alguien de Estados Unidos y me traía a mi cuatro casetes de fábrica o grabados de Testament, de Slayer, pues no sé, las tenía yo nada más. Pero, sin darnos cuenta, todos comprendimos que teníamos que distribuirnos la música entre todos.
Luis: Ese intercambio unía a los frikis, y también los llevaba a dar el próximo paso…
Juan Carlos: Y entonces la música te da por hacer bandas. Si tú eres friki y eres metalero y disfrutas la música, tu dices: “Tengo que hacer un grupo”.
Luis: Para las bandas que se formaban, encontrar un lugar donde tocar en vivo era una tarea casi imposible. No había espacio para el metal en los clubes y las salas de concierto. La única alternativa era tocar…
Dionisio: En fiestas en casas. Que también podían ser suspendidas por la propia policía porque es un escándalo. Llegaban y te suspendían la fiesta igual, “no puedes tocar más y ya. Recoge tus cosas y vete”.
Luis: A los frikis los acusaban de “diversionismo ideológico”; es decir, de que su música representaba un desvío de los valores socialistas del país.
Dionisio: Y más en un sistema social donde todo lo que se movía alrededor era trova, música popular contemporánea y música tradicional.
Luis: La revolución quería crear a un hombre nuevo, acicalado y vestido con una guayabera bien planchada. Un hombre que escuchara esto:
[Suenan arpegios de una guitarra española]
Luis: Los frikis, en cambio, andaban por toda la ciudad subiéndole el volumen a esto:
[Suena heavy metal]
Luis: Con muy pocos lugares para tocar y sin ni siquiera poder vestirse como querían sin correr peligro, los frikis se quedaban sin opciones…
Hasta que el movimiento se encontró con una persona clave…
María: Bueno, yo me llamo María Gattorno. Eh, mi historia es un poco más larga…
Luis: María no era metalera. Al contrario: era una burócrata de 37 años, de facciones delicadas y modales suaves, que coordinaba las actividades en un centro comunal de la ciudad. Una Casa de la Cultura con una programación muy convencional…
[Suena danzón]
María: Estaban las noches en las que se podía bailar danzón, o se presentaban grupos de danza en ruedas de casino. Y estaban los boleristas, los trovadores, como te decía…
Luis: Los rockeros, sin embargo, tenían otra visión del lugar.
Dionisio: Todos los días, lo único que se hacía en esa Casa de Cultura era jugar dominó.
Luis: Un día, a finales de 1987, María estaba en la Casa de la Cultura y alguien tocó la puerta. Abrió, y se encontró con tres adolescentes que llevaban camisetas de bandas gringas y vaqueros rotos. Le preguntaron:
María: “¿Esto es una casa de la cultura?”. “Sí”. “Bueno y ¿quién es la persona que da aquí los espacios?”. “Ah, yo. Vamos a hablar”.
“Bueno, nosotros somos un grupo de rockeros”. “Ah, ¡qué bien, qué bueno, qué interesante!. Y ¿dónde ensayan?”. “Bueno, en el parque del Cerro, allí…”. “Ah, ¿cómo que en un parque?”. “Sí, por eso venimos, porque nos van a matar…”.
“Y nos sugirieron que buscáramos un lugar donde ensayar. En nuestras casas no podemos: no hay espacio, nuestros padres no nos entienden y alguien dijo de esta Casa de la Cultura, y hemos llegado aquí por casualidad”.
Luis: María entendió perfectamente. 20 años atrás, había escuchado los discos de los Beatles a escondidas y recordaba a todos los amigos a los que cogieron presos por tener el pelo largo. Por eso no dudó en ayudar a los chicos que se le acercaban ahora.
María: Y ellos seguían con sus pelos largos, y querían seguir tocando cosas a su gusto, y bueno si era rock, pues rock, y hubiera sido monstruoso decirles que no.
Luis: Una vez que entró la primera banda llegó otra… y luego otra más. Venían de todos los rincones de la ciudad. De lugares que María nunca había escuchado antes, y eso le provocó una gran curiosidad.
María: Yo quería saber quiénes eran esos jóvenes que andaban por la ciudad trotando y que había tantos grupos… Vamos a hacer una peña de rock aquí, ¿por qué no?
Y mandé a buscar, a que se corriera la bola: que yo quería hacer una reunión con todos los grupos de rock de la ciudad. Y vinieron…
Luis: En esa gran reunión con todas las bandas, María les propuso la idea de crear un espacio para ellos dentro de la Casa de la Cultura. Ya no tendrían que ensayar más en el parque, en la casa tendrían un horario regular y una noche a la semana para los conciertos.
María: Se reían de mí: “Pero… ay, eso no va a poder ser. Pero…”.
Dionisio: No tenía escenario, no tenía ná. Bien cutre, la Casa. Falta de pintura, aquello, lo más grande de la vida.
María: Ellos mismos se quedaron: “Esta señora está mal. Eso…”.
Luis: Los grupos estaban tan acostumbrados a que todo fuera tan difícil, a que los botaran de todas partes, que sólo veían los obstáculos.
María: “Yo tengo los instrumentos en Arroyo Naranjo ¿cómo voy a traerlos hasta acá?”. “Bueno, se alquila un camión”. “Pero camión no va a ir, no va a haber gasolina”.
Y sí, sí era difícil. Tenían razón. Pero yo también. Los dos tuvimos razón. Pero al final yo gané [ríe].
Daniel: Una pausa y volvemos…
—CORTE INTERMEDIO—
Daniel: Hey, antes de volver a nuestro episodio: si quieren seguir de cerca todos los cambios que vienen en Washington, les recomiendo el NPR Politics Podcast. Ahora van a sacar dos episodios nuevos por semana, para que se enteren no solo de lo que está pasando, sino de lo que significa. Suscríbanse o escuchen en el app de NPR One o en npr.org/podcast
Antes de la pausa, María Gattorno le había dado a los rockeros de La Habana un lugar para ensayar y hacer sus conciertos. Luis Trelles nos sigue contando…
Luis: La Casa de la Cultura quedaba lejos del pintoresco malecón y La Habana Vieja. Estaba en el barrio de La Timba, donde no se ven carros clásicos de los 50, sino viejos modelos rusos que se han remendado con piezas mohosas. Se trata de un barrio decididamente marginal, donde los más viejitos se sientan en las aceras con sus radios portátiles para escuchar salsa.
Y en una esquina cualquiera está la Casa de la Cultura. Es un poco más grande que las demás y eso la hace diferente. También tiene una fachada de columnas que le da un aire señorial y un gran patio rectangular de cemento a un lado.
Fue ahí donde se llevó a cabo el primer concierto en 1988.
María: El patio fue bautizado con sangre, un 17 de septiembre, Día de San Lázaro. Icónico. Era mucha ansiedad, era mucha expectativa, era… La escena rock de los aficionados, de los seguidores de la música rock, estaba muy atomizada y eran muy ortodoxos. “Yo soy fan del grupo tal o de la tendencia tal y aquellos son unos anormales porque no la oyen bien, y estos no me entienden y no saben nada”.
Dionisio: Eran muchas manifestaciones, porque era punk, era sinfónico, era heavy metal, era hard rock, era trash, era death metal, era… De todo había allí.
Luis: Más la gente del barrio, que se sentían invadidos…
María: “¿Y esta gente qué hacen en mi territorio?”. Y se armó una bien fea, no creas.
Juan Carlos: Y el concierto acabó en una pelea espectacular, una bronca espectacular con la gente del barrio.
María: Se fajaron. Todos. Y se convirtió en una riña tumultuaria.
Juan Carlos: Yo acabé con tres machetazos en la espalda, 36 puntos que tengo ahí, como marcado, como recuerdo de lo que fue la primera noche en el Patio de María.
María: Yo pensé que era el fin. Yo estuve tres días acostada con la cabeza tapada. Decía: “Ay, fracasé rotundamente”.
Juan Carlos: Pero bueno a partir de ahí… ya todo se normalizó. Como que las fuerzas contendientes se vieron las caras, ¿me entiendes?, y de pronto lo que hicimos fue entrecruzarnos con ellos, comunicarnos, y al final entre malos nos hicimos amigos todos.
Luis: Luego de eso no pasó otro fin de semana sin un concierto, por más difícil que fuera conseguir los instrumentos. En una isla marcada por la escasez, sobre todo después de la caída de la Unión Soviética a principios de los 90, las bandas del patio tocaban con baterías hechas con láminas de Rayos X y cables de teléfono que reemplazaban las cuerdas de guitarra.
Juan Carlos: Nosotros tocábamos con guitarras rusas, con guitarras alemanas, guitarras eléctricas de campo socialista, viejas, malísimas. Era terrible… A veces muchas bandas desaparecieron porque no tenían cuerdas de guitarra o porque no tenían amplificadores, o se rompía la bocina, y, sí, se arreglaba, pero después se rompía el amplificador, y después no había forma de conseguir otro amplificador o no había micrófonos para cantar. Es decir que era muy, muy difícil hacer una banda aquí.
Luis Trelles: Se le llamaba rock a todo lo que se tocaba en el patio. Pero lo que más sonaba era el metal y el punk…
Y lo hacían en español:
[Suena “Violento Metrobus”, de Zeus]
Luis: En inglés:
[Suena “Hell”, de Cosa Nostra Cuban Punk]
Luis: Y en el lenguaje universal del death metal:
[Suena “Soldiers Must Like To Kill”, de Combat Noise]
Luis: El nombre oficial de la casa — La Casa de la Cultura Roberto Branley — fue quedando en el olvido. Ahora simplemente se hablaba del Patio de María.
Las paredes de afuera se llenaron de grafitis. Se construyó una pequeña tarima al aire libre, y se le añadió un sistema de sonido.
Comenzaba la década del 90, y aunque no era mucho, los frikis por fin tenían su lugar en la vida cultural de la capital.
Luis: Fue en esa época que la comunidad se enfrentó a un nuevo enemigo: el SIDA. Una epidemia que le pegó duro a muchos en la isla, pero particularmente a los frikis.
Juan Carlos: Cuando llegó el SIDA a Cuba… fue algo terrible, ¿no?
Yo tengo anécdotas terribles de aquella época porque los rockeros padecieron mucho de eso, que varios amigos míos y amigas mías murieron de SIDA. Colegas que andaban conmigo y que…
María: Aquí en Cuba existía también la información de que se estaban dando muchos casos, pero ese tema no se trataba de manera muy explícita, ¿no? Te estoy hablando del 90, 91. Es cuando yo llego a encontrarme con la realidad del fenómeno.
Luis: La realidad era simple: una epidemia se expandía por toda la isla. Y los más amenazados eran los jóvenes, los de 15 a 21 años. Las autoridades de salud pública buscaban la manera de educarlos. En esa búsqueda encontraron a cientos de frikis en el patio de María con una vida sexual muy activa y de muy alto riesgo.
Juan Carlos: Para decirlo como decimos los cubanos: todos templábamos sin condón. No, me imagino que el mundo entero. Todo el mundo templaba sin condón.
Luis: La respuesta que se ingenió María fue involucrar a todas las bandas del patio en un proyecto de apoyo y prevención que se llamó “Rock Contra SIDA”.
Dionisio: Eso fue una cosa… increíble. Las donaciones que se hacían en el Patio de María, conciertos de rock que recaudaban 15 mil pesos y los grupos los donaban para los enfermos de sida.
Luis: El patio se llenó de materiales de educación sexual, sobre todo de preservativos en cantidades industriales. Toda una generación de frikis aprendía a tener sexo con protección.
María: Mira, los condones ya se lograban especializaciones… condones de determinado color… Yo era la que tenía la tarea de “oye, los rojos déjaselos a fulanito. Y los negros a menganito. Y si hay amarillos acuérdate de mensutanita”.
Luis: Rock Contra SIDA duró cuatro años y su éxito llevó a María a experimentar. Había visto los cambios que se podían lograr en el Patio, así que expandió el programa para trabajar con problemas de alcoholismo y drogadicción, sobre todo con las pastillas, que era la droga más común entre los frikis.
Pero esta vez fue diferente a “Rock Contra SIDA”, pues la posición oficial era clara: en Cuba no había problemas de drogas.
María: Porque decían que el que se tocara el tema de las adicciones, lo que iba a lograr con ello es que los muchachos se interesaran por este tipo de drogas. Y entonces, en vez de evitarlo, lo que yo hacía era incentivarlo.
Luis: María estaba acostumbrada a encontrar resistencia, pero nunca antes la habían obligado a detener por completo una de sus iniciativas. Aunque luchó por mantenerlo vivo, al final el programa contra la adicción a drogas quedó descontinuado.
Mientras tanto, el Patio de María seguía tan popular como siempre. Quizás por eso fue que el final los tomó a todos por sorpresa…
Juan Carlos Torrente: Sí, estaba el Patio de María repleto adentro, el concierto sonando a toda voz sonando, a todo volumen. Todo eso lleno de frikis melenudos… La marea negra, nos decían, así que te puedes imaginar. Y de pronto… cerraron el Patio de María.
Luis: El cierre fue tan abrupto que todavía abundan las teorías para explicar por qué pasó. Quizás tuvo que ver con la ubicación. A solo cuadras de la Plaza de la Revolución, el patio —junto con el barrio de La Timba— era el vecino revoltoso del área, y algunos metaleros piensan que las autoridades quisieron reformar el vecindario.
Las drogas también jugaron un papel. Fue irónico: a María le prohibieron continuar con su proyecto de prevención, y luego el patio cayó en una redada anti-drogas de la policía.
María y los frikis dieron la pelea para reabrirlo, pero nada funcionó. En un momento dado, Dionisio habló con un alto funcionario del Ministerio de Cultura para hacerle la pregunta que estaba en boca de todos: ¿por qué?
Dionisio: Y me dijo, “yo no te puedo dar respuesta, pero el cierre del Patio viene de arriba. Olvídate del Patio, Dionisio”. Así como me dijeron.
María: Para mí fue como si me hubieran arrancado la mitad de mi vida. Quiero decir… Fueron los años de labor, de trabajo, de mi juventud… Un proyecto de vida al que le había dedicado todo. Y caí… pero bien profundo. Y me aparté… absolutamente de todo.
Luis: Con el cierre culminaba un ciclo que había comenzado 15 años antes, con el primer concierto en el patio, y los frikis de La Habana se volvían a quedar sin un espacio propio.
Habitante del patio: —Siéntate ahí.
Luis: —Cuéntame dónde estamos.
Habitante del patio: —Mira, estamos en el Patio de María. Un Patio antiguo de diversión, de cosas de rockeros. El patio de aquí de El Barrio de La Timba.
Luis: Ella es una de las nuevas residentes del patio, que hoy en día funciona como un refugio para personas sin hogar… Hace varios años que la Casa de la Cultura ya no está en este lugar, pero todavía hay gente que llega de afuera, haciendo una suerte de peregrinaje. Como yo. Que he venido desde Puerto Rico, siguiendo el rastro de los frikis.
Habitante del patio: Pero no sólo tú, Luis. Otros compañeros, otros… no les vamos a decir extranjeros… Colegas, porque somos humanos, somos del planeta, otros amigos han venido y han preguntado, porque este sitio sale en la guía turística de Cuba…
Luis: Es cierto, El Patio de María todavía aparece en algunas guías antiguas, donde se identifica como el mejor lugar de La Habana para ir a escuchar rock. Pero no lo es, claro. En mi visita al antiguo patio vi a varios hombres de mediana edad que dormitaban bajo el sol mientras escuchaban una rumba. Pero no vi ninguna guitarra soviética, ningún tambor hecho de radiografía, y por supuesto ningún friki…
¿Dónde están?
Es sábado en la noche, y cientos de chicos llenan el Teatro Máxim Rock. Algunos no parecen tener más de 15 años, y luchan por abrirse camino entre los frikis más viejos, quienes se amontonan frente a las bocinas del escenario para sacudir sus melenas al ritmo de la música.
Dionisio: Ya tienes una sala con aire acondicionado, techada, con luces, sonido espectacular, con una barra para tomar ron, para tomar refresco, para tomar lo que tú quieras, qué sé yo…
Luis: El Máxim se fundó en el 2008 para que fuera el teatro oficial del rock y del metal en La Habana. No cayó del cielo, claro. Las bandas tuvieron que hacer mucho ruido para conseguirlo. Pero su apertura marcó una transformación muy grande.
Dionisio: Ya no se te pide carné, ya puedes tener el pelo largo, ya puedes andar tus tatuajes. Hemos tenido un cambio de 180 para bien. Porque del Patio de María al Maxim Rock va un buen trecho.
Luis: El Máxim no es solo una sala de conciertos, también es la sede de la Agencia Cubana del Rock, una oficina de gobierno que representa a los grupos profesionales de La Habana, lo que que quiere decir que el Estado ahora le paga a las bandas que forman parte de la Agencia.
María tampoco se quedó afuera. Su exilio autoimpuesto concluyó a principios de este año, cuando aceptó ser la nueva directora de esta agencia.
El reto que tiene por delante es claro: ahora que el gobierno apoya a las bandas con salarios y un teatro, hay presión para que el proyecto haga dinero. Todos, hasta los frikis, tienen que ser rentables. Es que así es el nuevo socialismo cubano.
Luis: De vuelta al escenario en el Maxim, Dionisio cierra el concierto de la noche con su banda, Zeus. Pero antes de terminar, hace una pausa…
Dionisio: Somos directamente de 37 entre Paseo y Dos, del Patio de María. Que los años 80…
Luis Trelles: Es un recordatorio importante: los frikis vienen del Patio de María, donde no había luces, ni presiones de dinero, ni tarimas modernas… Y lo único que importaba era la música.
Daniel Alarcón: Luis Trelles es productor de Radio Ambulante. Vive en San Juan, Puerto Rico. En nuestra página web, pueden ver una galería de fotos y videos de la marea negra, los melenudos frikis de La Habana.
Esta historia fue editada por Camila Segura y por mí, Daniel Alarcón, y mezclada por nuestro pasante, Andrés Azpiri. El equipo de Radio Ambulante incluye a Silvia Viñas, Fe Martínez, Elsa Liliana Ulloa, Barbara Sawhill y Caro Rolando. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO.
Para esta historia, usamos los estudios de Radio Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web, radioambulante.org.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.