Transcripción – No es país para jóvenes
COMPARTIR
[Daniel Alarcón, host]: Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
Empecemos por aquí, el día que conocí a Rosa…
[Rosa]: Yo me lo esperaba que era gordito. No, no, no. Y me lo esperaba señor, ¡pero es un little baby!, como decimos nosotros. Sí. [Risas]
[Daniel]: Sí, se refiere a mí. Nunca me había visto en persona, tampoco una foto mía. Solo habíamos hablado por teléfono y le había dicho que era un periodista. Rosa es hondureña. Tiene “cincuenta y tantos” años y hace 30 que emigró a los Estados Unidos.
Estamos en Hempstead, el lugar donde vive. Una zona de Long Island, en las afueras de Nueva York. Son pasadas las 5 de la mañana. Y estamos caminando rápido…
[Rosa]: ¿Y qué tal?
[Daniel]: Bien, bien, llegué sin problemas.
[Rosa]: ¡Ay, disculpa que lo… lo que hice… que lo voy a hacer correr!
[Daniel]: No, no, no. No se preocupe.
[Rosa]: Es el paso que yo llevo siempre. Porque no puedo salir más temprano, porque tengo mascota y tengo una misión: le voy comida a los gatitos de la calle.
[Daniel]: Rosa trabaja como empleada doméstica. El día que nos vimos, la acompañé en el viaje a una de las casas donde hace la limpieza. Son dos horas de viaje. Hay que tomar dos buses y un tren. Lo hace 4 veces a la semana. Llueva o haga frío…
[Rosa]: Es bien difícil. ¿Ya? Sí.
[Daniel]: Día, tras día, tras día.
[Rosa]: Se cansa uno, se cansa. Yo ya estoy cansada. Llegar en la tarde, que llega a una hora que yo le digo a mi hija, “me desmayo”.
[Daniel]: Pero Rosa no descansa. No puede. No solo tiene que mantenerse a ella misma, sino que también tiene que velar por una hija y 4 nietos, que están Honduras.
[Rosa]: Mando dinero para la comida, $160 para la comida. Esos 160 los pongo en dos días a la semana. Lunes y jueves.
Y aparte colegio, universidad, dinero para la transportación de los nenes, por la seguridad de ellos.
[Daniel]: Ya habrán escuchado esto. Inmigrantes mandando dinero de vuelta a sus países. Las conocidas “remesas”.
En el 2016, las remesas enviadas a América Latina y el Caribe superaron los 70 mil millones de dólares. La cifra más alta jamás registrada.
El caso de Honduras es un ejemplo de la importancia que tiene este flujo de dinero. En el 2016, las remesas sumaron más de $3.900 millones. Son la principal fuente de ingresos del país, por encima de la exportación de café o las maquilas. Más del 80% de ese dinero es enviado desde Estados Unidos, donde viven más de un millón de hondureños documentados o indocumentados.
Y bueno, los números sorprenden, pero quería entender más a fondo cómo este dinero impacta la vida de las personas. Y la historia de Rosa y su familia, muestra que, a veces, ese envío… significa todo.
Como miles de centroamericanos, Rosa se fue de Honduras buscando una mejor vida para sus hijos. Trabajaba en una fábrica de químicos y ganaba $7 a la semana. Su esposo se gastaba la mayor parte de su dinero en alcohol. La situación era muy precaria.
[Rosa]: Lo que yo deseaba de todo corazón es que mis hijos estudiaran. Que no se quedaran como mi persona, que no estudié, que no tuve educación. Y pensé que al llegar a Estados Unidos, para ellos iba a ser todo diferente.
[Daniel]: Antes de salir de Honduras, le pidió hospedaje en Brooklyn a unos familiares de su esposo. Además pidió 500 lempiras prestadas a su hermano —como 250 dólares en aquel momento—. Después se unió a una familia de 11 personas que iba a hacer el viaje, a pie, con un coyote.
Se fue sin sus hijos. Los dejó a cargo de su mamá. El plan: cuando consiguiera un trabajo en los Estados Unidos, enviaría dinero para mantenerlos.
[Rosa]: Porque sabía que quedaban 4 nenes que necesitaban comida, ropa, zapatos.
[Daniel]: Y así lo ha hecho, por 30 años.
Sus hijos crecieron. Una migró a Estados Unidos y vive con ella. Los otros 3 están en Honduras. Y según me dijo Rosa, sigue mandando dinero. Pero ahora solo a una de sus hijas, cubriendo todos sus gastos y los de sus 4 nietos, porque su hija está en una situación imposible.
Imposible y bastante común, desafortunadamente.
Una pandilla se ha instalado en su barrio.
[Rosa]: Quien manda son los mareros. Chequean carros. Si no les parece aquella persona, bajan la persona del carro. A mi hija, por cuidar a sus niñas, hasta la vez me la tienen amenazada.
[Llorando] Me dijeron de que los pandilleros están a la par de la casa vendiendo droga. Y me da miedo, me secuestran a mis niñas o me le hagan algo al nene.
[Daniel]: Rosa me lo describió literalmente como una situación de rehenes.
Y si escuchas las noticias, en cierta forma te lo puedes imaginar.
(SOUNDBITES DE NOTICIEROS)
[Periodista]: La lucha territorial entre pandillas y los enfrentamientos con las autoridades han hecho que muchos sectores de San Pedro Sula se hayan convertido en tierra de nadie.
[Periodista]: Las estructuras con las que trabajan son tan fuertes, que mantienen sometidas a parte de la población.
[Periodista]: La pandilla 18 que dio un plazo de 24 y 48 horas a los vecinos de dos populosas colonias de San Pedro Sula y Tegucigalpa para que desalojaran sus viviendas.
[Periodista]: Al menos 4.500 menores abandonaron la escuela en San Pedro Sula durante el año 2013, casi la mitad lo hicieron ante el acoso de las maras.
[Daniel]: La situación de Honduras no es aislada, claro. Los 3 países que juntos se conocen como el “Triángulo Norte” —Guatemala, El Salvador y Honduras— se disputan entre sí la posición como país más violento del mundo.
En 2013, le tocó a Honduras. Tenía la tasa de homicidios más alta, con 77,4 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Algunos años baja, pero son cifras espeluznantes. Siempre.
Estudios de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras organizaciones señalan la pobreza, el narcotráfico y las pandillas como los causantes del problema.
Y al escuchar la situación de la familia de Rosa, uno se pregunta cómo puede ser la vida cotidiana en un lugar prácticamente consumido por la violencia. En un lugar como el barrio donde vive su hija. ¿Hasta qué punto es posible tener una vida normal? Con las cosas que damos por sentado: salir a hacer compras, los niños yendo al colegio, los padres a trabajar…
Viajé a Tegucigalpa en junio del año pasado a conocer a la hija de Rosa: Llamemosla Amalia. Por cuestiones de seguridad es un nombre falso. Vive en un barrio no tan lejos del centro de la ciudad, pero prefirió que nos viéramos en mi hotel, para no correr riesgos.
Llegó con dos de sus hijas, que todavía van al colegio.
Esta es Amalia…
[Amalia]: Antes era tranquilo el barrio. Nos conocíamos todos, todas las personas que vivimos ahí hemos vivido toda una vida.
[Daniel]: Pero hace unos años, se instaló la Mara Salvatrucha. Y empezaron a ejercer una especie de gobierno. Un control.
[Amalia]: Los de la mara dicen que nos tienen a todos investigados: que con quién convivimos, eh, personas que nos visitan, nos tienen con fotos, a dónde vamos, a qué horas entramos, a qué hora salimos, con quién entramos, con quién salimos.
[Daniel]: Un gobierno autoritario.
[Amalia]: A veces, si una persona entra caminando, y no en carro, les levantan la camisa para ver quiénes son, si están tatuados, si son de la… de la Pandilla 18.
[Daniel]: La Pandilla 18, o Barrio 18 es una mara rival. Y es que si un miembro de esta pandilla entra al barrio, termina muerto. Simple. Es una de las formas de mantener el control territorial.
Y miles de familias están atrapadas en este fuego cruzado de las maras. Esto cambia las dinámicas dentro del barrio. Cosas normales, cotidianas, se convierten, de pronto, en situaciones de alto peligro.
Por ejemplo, el solo hecho de que un chico vaya a un colegio que queda en un barrio de una pandilla rival puede resultar en amenazas. O peor.
Y también hay situaciones como la de Amalia…
Ocurrió en diciembre, hace unos años. Caminaba con su hija sobre un puente que queda a la entrada del barrio.
[Amalia]: Cuando yo miro que el taxi está parqueado, volteo a ver para abajo, para cruzar el puente. Y solo di dos pasos cuando sentí que un carro… me… me arrastró.
[Daniel]: Tendida en el piso.
[Amalia]: Yo dije, “no… no me hizo nada”, “no me pasó nada”. Vine y me paré… y no pude pararme. Cuando me intenté parar por segunda vez, yo me vi mi pie prácticamente arrancado de mi… de mi pierna.
Entonces me puse muy nerviosa, y empecé a gritar y a llorar.
[Daniel]: El taxi había parado. Lo manejaba un muchacho.
[Amalia]: Y le dije a él que… que por qué lo había hecho. Entonces en ese momento él no me dijo nada. Inmediatamente él no dejó que llegara la policía.
Él me subió al taxi que él andaba y me llevó al hospital. En el trayecto yo le dije que por qué lo había hecho. Y él solo me dijo: “Entienda, doña”, me dice, “que si no era usted, era yo”, me dice.
[Daniel]: Un marero.
[Amalia]: Entonces lo sentí como que le dijeron: “Hacele algo a ella”. Porque aquí para subir a nivel de maras, hay que matar.
[Daniel]: Era una prueba. No la mató, pero mostró a los otros de la pandilla que estaba dispuesto a hacerlo.
Imagínate convivir con ese tipo de violencia sin sentido.
Amalia estuvo en el hospital varios meses. La tuvieron que operar desde la rodilla hasta el tobillo. Su pierna quedó en muy mal estado. Le cuesta muchísimo caminar y esto le dificulta tener un trabajo. Así que ahora cuida a sus hijos, en su casa.
Y en cuanto a ir a denunciarlo a la policía, las cosas son complicadas. No es que patrullen constantemente estos barrios; pero, además, es común que a muchos policías se les vea como cómplices de las pandillas.
Por ejemplo, a principios del 2017 se supo que casi 100 funcionarios de la Policía Nacional les daban armas a las pandillas de la Salvatrucha y la 18
[Amalia]: Ellos mismos están en… involucrados en las maras. Los militares, la policía… Entonces uno ya no tiene confianza en denunciar. El temor es ese. Uno se tiene que quedar callado. En este país.
[Daniel]: Su papá y su hermano le reclamaron al hombre que la atropelló para que se hiciera responsable de los gastos del hospital. Y unos días después.
[Amalia]: Él llegó prácticamente como con 6… 6 cipotes a la casa de mi hermano, como a intimidarlo. Y le dijo que él no tenía dinero, que… que no me podía ayudar. Quería que mi hermano firmara un papel donde él solo me había dado… me daba 3 mil lempiras.
[Daniel]: Poco más de 125 dólares. Claro, no era suficiente. Pero…
[Amalia]: Entonces, para no exponer la vida de mis hijos. Mejor me quede… No seguí con la demanda.
[Daniel]: Y este marero sigue siendo su vecino.
[Amalia]: Hace poco tuve un roce con él. Y lo que él me dijo, de que me volvía… me iba a volver a atropellar. Entonces, no puedo… no lo puedo denunciar porque me da miedo de que… que le pase algo a mis hijos. Porque él los conoce muy bien.
Yo a él no le demuestro que le tengo miedo. Pero sí le tengo miedo. Y me da miedo que me les vaya a hacer algo.
[Daniel]: Después de nuestra conversación, esa misma tarde, Amalia aceptó que yo fuera a conocer a su barrio. Entramos en un taxi con un chofer de confianza de la familia. Y se entra, como en todos lo barrios controlados por maras, con las ventanas abiertas. Para que te vean la cara, para sepan que no eres del otro bando.
Es un barrio típico de Tegucigalpa. Queda a la orilla del río. Solo hay una entrada. Las calles son sin asfaltar y las casas variadas, es decir, hay de construcción modesta, casas de ladrillos, de dos pisos y rejas… Y al lado, una casita de madera, como la de Amalia. Techo de calamina como se dice en mi país. En Honduras se dice de zinc, o lata metálica. La pintura verde está desgastada, y Amalia me mostró hasta dónde habían llegado las aguas del río, cuando se desbordó con el huracán Mitch, 20 años antes. Casi hasta la altura de mi cabeza…
Tenían un perro bravo que desde adentro ladraba de manera desquiciada. Por protección, me imagino. Y mientras platicábamos —Amalia, su hijo y yo— me hicieron notar que desde la esquina, los mareros ya nos estaban fichando.
“Ese”, me dijeron, señalando de reojo, “pero no lo mires. No voltees”.
Nos fuimos en cuestión de minutos.
Con la situación así de asfixiante, pues, uno comienza a entender por qué la gente se va. Por qué emigran.
Los jóvenes que llegan a la frontera de Estados Unidos vienen en su mayoría de barrios precisamente como este. Pero los hijos de Amalia, los nietos de Rosa, me dijeron que no querían irse. De ninguna manera.
Quieren hacer su vida aquí, en Honduras.
Pero entonces, ¿por qué no se mudan a otro barrio?
[Amalia]: Por la situación económica. No alcanza el dinero para pagar una casa. Y… y por lo menos donde yo vivo, es una herencia que le dejaron a mi papá.
[Daniel]: Y además, la noté pesimista. Me dijo que la situación está igual en toda la ciudad, en todos los barrios a los que puede huir. Y parece que tiene razón. Los datos lo confirman.
En el 2015, se estimaba que 222 barrios y colonias de Tegucigalpa y Comayaguela eran dominados por alguna pandilla.
Y por lo menos en su barrio tiene conocidos, amigos, familiares…
[Amalia]: Si yo tengo un problema , yo busco a mi vecino. Yo sé que los tengo a ellos ahí, si yo me voy para otro lugar es peor.
[Daniel]: Ya sin opciones, Amalia ha desarrollado métodos, estrategias para tratar de protegerse. A ella y a sus hijos. Por ejemplo…
[Amalia]: No decimos que tenemos familia en Estados Unidos.
[Daniel]: Y cuando cobra el dinero que envía su mamá…
[Amalia]: Tomamos, a veces, mucha precaución: cambiamos de bancos…
[Daniel]: Para que la pandilla, en caso de que los vigile, no sepan bien a dónde van a retirar el dinero…
[Amalia]: Salimos lo más sencillo que podemos, no nos… no nos podemos arreglar mucho. A veces molesto a un… a un muchacho que tiene un carrito, que es como un taxi privado de él.
[Daniel]: También, sus hijas van a un colegio privado, lejos de donde viven, que les sale bastante caro con el poco dinero que les manda Rosa. Pero lo hacen porque, para Amalia, la seguridad de sus hijas es lo más importante.
Todo opera con base a gente de confianza. El mismo taxi en el que entré al barrio es el que lleva y trae las niñas del colegio. Nunca agarran un carro de la calle.
Y bueno, esta es la burbuja que Amalia ha construido alrededor de su familia para mantenerlos al margen de la violencia.
[Amalia]: Soy una madre sobreprotectora. Ellas se deben de enojar mucho porque ellas han de querer tener más libertad, como sus demás compañeras. O compañeros. Pero es por lo que estamos viviendo en este país que uno ya no… no puede confiar en nadie.
[Daniel]: Amalia habla a diario con su mamá. Sabe de sus carreras en la mañana para tomar el bus al trabajo. Sabe de sus dolores de espalda, de pies… Quizá no sabe todo: lo dificil que es caminar por varias cuadras en la madrugada bajo la lluvia o el frío del invierno… Lo humillante que puede ser el trabajo mismo, la sensación de precariedad que carga Rosa en todo momento. Que la pueden despedir, y que la estabilidad económica que ha logrado a pulso se puede desvanecer en un instante. Siempre ha sido así. Desde que Rosa llegó a Estados Unidos.
[Rosa]: Mi primer trabajo fue cuidar una niña. Por… Estuve más del año. Pero tuve problemas, porque, al pasar los meses, ella no me pagaba, y lo que me ofreció fue migración y decirme que yo le había robado prendas cuando, gracias al señor, soy pobre pero muy honrada. Y ella lo hizo por no pagarme. Y no me pagó.
[Daniel]: ¿Un año de trabajo y no le pagó?
[Rosa]: No, fueron 6 meses que no me pagó. En ese tiempo mis hijos aguantaron hambre. Mi familia dijo de que era mala madre. Porque yo no mandaba dinero.
[Daniel]: Y hubo algo de lo que me di cuenta hablando con Rosa, y que se escucha en su voz…
[Rosa]: No soy mala madre porque todo lo que yo he ganado es para mi familia hasta este momento. Ahora estoy luchando por mis nietos, que ellos son los que tienen que graduarse y salir adelante.
[Daniel]: La culpa que siente. De haberse ido. De haber dejado a sus hijos cuando eran tan pequeños. Rosa sabe por qué lo hizo: porque tuvo que hacerlo. Pero igual recuerda esos primeros meses en Estados Unidos, viviendo en un pequeño departamento en Brooklyn que compartía con otros inmigrantes, buscando trabajo. Y la culpa que sentía. Que la carga hasta ahora…
En parte es por eso que manda dinero. Es por eso que pasan largas horas al teléfono.
[Amalia]: Solo hablamos, a veces, 15, 20 minutos. A veces sí: nos desahogamos, hablamos hasta una hora. y le digo: “Espérese, voy a sacar un paquete prestado por el teléfono para que sigamos hablando, y seguimos hablando por teléfono”.
[Rosa]: Ella llora, y yo le digo: “Mami, dele gracias a Dios que está viva para que cuide sus hijos”. Me dice, “pero ya no soy la de antes”. Y corre peligro. Y yo le digo que no diga nada. Hasta le digo: “Como dice el americano: silencio. No digas nada”.
Hay días en que me siento cansada, enferma, pero yo por mis nietos dejo todo.
[Daniel]: Y bueno, aún con el llanto, Amalia no le cuenta todo a su mamá.
[Amalia]: Porque ella se preocuparía más. Hay muchas cosas que ella no sabe cómo está este país.
[Daniel]: Y así están las cosas: dos mujeres, dos generaciones, en dos países. Cada una protegiendo a la otra de todos los detalles. Para no preocuparla.
Ya volvemos…
[Ophira Eisenberg, host de Ask Me Another]: ¿Amas las trivias, los acertijos, los juegos nerds y el humor? ¿Qué tal las entrevistas con actores, músicos y personas de todo tipo? ¿Sí? Entonces acompáñame a mí, Ophira Eisenberg, la presentadora del podcast de NPR Ask Me Another, todas las semanas en el app de NPR One o donde escuches tus podcasts.
[Daniel]: Gracias por escuchar Radio Ambulante. Por favor ayúdanos completando una encuesta. Dinos qué te gusta de nuestro programa y cómo podríamos mejorarlo. Eso sí: la encuesta está en inglés. Para llenarla ingresa a npr.org/podcastsurvey. Es completamente anónima, solo tomará unos minutos y le harías un gran favor al equipo de Radio Ambulante. Te repito: ingresa a npr.org/podcastsurvey. ¡Mil gracias!
Desde Estados Unidos, lo que se escucha de Honduras es esto: maras, violencia, niños migrantes. Un país que expulsa jóvenes.
Antes de viajar para allá hablé con mucha gente: hondureños en Nueva York, en California, expertos y analistas, diplomáticos, gente que trabaja y vive en Tegucigalpa, en San Pedro Sula. Les pedí a todos lo mismo, un poco de orientación: ¿qué debería buscar cuando estuviera visitando el país?
Y siempre, siempre me repetían que mi mayor preocupación debería ser la seguridad. Mi seguridad. La misma Rosa me lo advirtió.
[Rosa]: Yo encantada que conozca mi familia. Que conozca mis nietos, que mire a mi hija. Es como que yo los vaya a ver. Pero mi hija me dice de que hay que tener mucho cuidado, que tenemos que cuidarlos. Que yo le diga qué es lo que tiene que hacer.
[Daniel]: Yo quería contar otra historia. Y nada: pareciera que no había otra historia. Así de simple. Que no hay tema más importante para los hondureños que este.
La inseguridad define la política, la cultura, el trato en la calle. En el día a día, limita lo que puedes hacer, a dónde puedes ir y con quién. Al largo plazo, puede definir el rumbo que toma tu vida. El impacto es incalculable.
Quizá donde se ve más claramente es en San Pedro Sula, la ciudad más grande de Honduras. La más violenta.
Pero a primera vista, pues, debo ser honesto: no lo notas. O sea sí, hay alambre de púas en cada casa amurallada, pero se ve lo mismo en Lima, en Buenos Aires. Hay guardias de seguridad, hombres armados con pistolas y rifles delante de restaurantes, taquerías, bares, tiendas… Pero eso se encuentra en la Ciudad de México o en Bogotá.
Lo que muchos en San Pedro me contaron es que se vive —o mejor dicho, que algunos logran vivir— en lo que sería una ciudad paralela. Si eres de clase media pueden pasar meses en que no se ve nada, ni el rumor de la violencia que tanto teme la gente. Tomas tus precauciones de manera automática, casi sin pensarlo.
Así viven muchos en San Pedro. Como si fuera una ciudad normal. Porque claro, es una ciudad normal. En América Latina hemos aprendido a convivir con la inseguridad, con una amenaza tan constante que ya ni lo sentimos como amenaza. No es por nada que de las 50 ciudades más peligrosas del mundo, más de 40 son latinoamericanas. Ya no nos parece extraordinario.
Hasta el día que no lo puedes ignorar.
[Ramón Barrios]: Ramón Barrios, profesor universitario, profesor de Derecho Penal, de Derecho Constitucional, eh, de Criminología…
[Daniel]: Conocí a Ramón en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en la sede de San Pedro Sula. Hacía un calor agobiante. Espeso.
[Ramón]: Ex-juez de tribunales de sentencia por 13 años, y… y un ciudadano más de este país.
[Daniel]: Ex-juez porque dejó el trabajo poco después del golpe de Estado de 2009.
El día que visité su clase, estaba hablando con sus estudiantes sobre filosofía griega. Los estudiantes todos muy atentos, a pesar del calor.
Y bueno, Ramón me contó una historia.
Comienza en un semáforo no tan lejos de su casa. En un cruce de calles por el que pasa casi todos los días, rumbo al trabajo.
[Ramón]: Imagínese cualquier ciudad de América Latina, este niño que vende el diario en los semáforos.
[Daniel]: Seguramente lo has visto, en un semáforo no tan lejos de tu casa, cualquiera sea la ciudad en la que vives. De alguna manera u otra, conoces a este niño. Entonces…
[Ramón]: Yo le compro el diario a un niño, siempre lo he hecho. Y el otro día le vi un reloj nuevo. Este niño tiene 10 años. Esto fue hace 2 meses. Y entonces le pregunté que… que por qué tenía ese reloj nuevo, que estaba muy bonito.
Y me dijo: “Me lo había dejado mi padre”. “¿Y qué pasó con tu padre?”, le digo, “¿por qué te dio ese reloj?”.
“Es que se murió ayer, lo mataron. Cuando fui a que me entregaran el cuerpo de mi padre, lo que me dieron fue el reloj. Entonces entiendo que es una herencia de mi padre”.
Eso fue ayer. Al día siguiente, el niño estaba haciendo lo que hace todos los días, vendiendo periódico.
[Daniel]: Ramón se quedó frío. Paralizado. Luego, ahí en el semáforo, el niño le contó a Ramón cómo era su rutina diaria.
[Ramón]: Él tiene que estar a las 3 de la mañana, porque los que distribuyen el periódico se lo entregan a esa hora. Este niño, de 10 años, está despierto inclusive antes, o sea, él tiene que estar a las 3 de la mañana.
Entonces él me dice que de 3 a 10 de la mañana él vende diario todos los días. Luego a las 10 cierra su pequeño negocio, su portal de periódico, y vuelve a la casa de su madre, le deja el dinero, porque a las 12, él va a la escuela. Va de 12 a 6 de la tarde.
Y a las 6 de la tarde regresa porque su madre le tiene una venta de pastelitos y él tiene que andar en su colonia de 6 a 8 vendiendo pastelitos. Y me lo dijo orgulloso porque hoy es el hombre de la casa. Pero que él no quiere dejar de estudiar. Y dice que tiene sueños de seguir la escuela secundaria y de venir aquí a la universidad.
Eso en una sociedad hondureña es inspirador.
[Daniel]: Es… alucinante. Es… o sea, ese niño es un héroe.
[Ramón]: Y hay muchos niños héroes en Honduras. Créame. Es decir, crecer en esas condiciones en Honduras… aquí hay multiplicidad de héroes y… y… y… Y esto es… Si usted va a cualquier ciudad de América Latina nuestra, usted encuentra niños héroes.
[Daniel]: Yo sí le creo. La historia de un niño en 90 segundos: su padre muere, y al día siguiente ya está trabajando. Es el hombre de la casa a los 10 años. Sueña con llegar a la universidad.
Llegue a Honduras en bus desde Nicaragua. Horas mirando por la ventana esos paisajes centroamericanos tan lindos: valles de un verde casi fosforescente, y en el horizonte, montañas cubiertas de árboles, un verdor denso, tropical. Fue un viaje que transmitía pura paz.
O bueno, casi. Porque con todo lo que me habían contado de Honduras, todo el miedo que me habían metido, no podía dejar de pensar: ¿Cómo es que un lugar tan bello puede ser tan temible?
Mi primera noche en Tegucigalpa, un amigo, Jorge, me invitó a cenar, y terminamos en la casa de otros amigos suyos, en un barrio en un loma alta, con vista a la ciudad. Todas las luces ahí abajo, titilando, una vista preciosa.
Y tuve la misma pregunta esa noche, mientras miraba desde la terraza.
Es decir: sabía que estaba en una ciudad peligrosa. Pero desde ahí, desde la terraza, no se sentía.
La cena no era en mi honor, ni nada por el estilo. La ocasión era otra. El dueño de casa era…
[Fernando Rey]: Saludos, mi nombre es Fernando Rey, Fer King. Soy compositor, cantautor, músico, productor creativo… Y además soy escritor y periodista.
[Daniel]: Bueno, Fernando vive en una casa de músico. Claramente. La primera sala estaba llena de instrumentos, equipos, micrófonos, parlantes, un set de batería a medio armar. Era una casa ruidosa, pero de ruido alegre. Mucha risa. Con amigos y niños correteando por ahí.
Y cuando llegué Fernando estaba preparando la cena para todos.
[Fernando]: Pues, este, convoqué e hice una… una reunión con amigos. Eh, una cenita, vino, cervecitas.
[Daniel]: Pero había un motivo específico para la reunión, que no entendí al comienzo. Estábamos por la segunda o tercera botella de vino cuando me hablaron de la canción. Que estábamos ahí porque Fernando necesitaba que cantáramos. Un coro.
[Fernando]: Un coro de fondo de personas que están indignadas, si se puede decir. Por ahí va.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN “PURA MIERDA”)
[Canción]: ¡Pura mierda!
[Fernando]: Es un desenfado. Creo que es una canción que trata de decir lo que muchos hondureños y hondureñas estamos pensando y que no nos atrevemos.
[Daniel]: Canto mal. Muy mal. Pero Fer King, Jorge, y todos los demás me aseguraron que no se trataba de cantar bien. Sino de cantar con emoción.
El coro —lo que cantaría yo y los demás— iba así:
(SOUNDBITE DE CANCIÓN “PURA MIERDA”)
[Canción]: … Y egoísmo. ¡Hecho mierda! Y el machismo te tiene: ¡Hecho mierda!
[Fernando]: Estamos cansados. Cansados de la mentira, cansados de la demagogia, cansados de la hipocresía, de la doble moral. Y de… de tantas cosas, ¿no?, que creo que la misma pieza, pues, lo dice mejor que nadie, es una pieza directa, visceral… Es violenta.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN “PURA MIERDA”)
[Canción]: ¡Hecho mierda! La poesía…
[Fernando]: El ambiente fue bien bonito, bien cálido. Todo el mundo estaba compenetrado y sabía a lo que iban. Y luego, pues, por ahí alguna gente nerviosa porque pensaba que de repente no iba a poder cantar bien, y yo les digo: “Ok, no importa cómo canten. Lo importante es que canten y que se diviertan. Entonces vamos a divertirnos”.
[Daniel]: Divertido sí fue.
Pero no sé si canté bien esa noche. Si mi voz sirvió de algo. Pero si soy consciente de una cosa, que me queda muy clara. No me fue fácil gritar ese coro. Porque no lo sentía. Estaba recién llegado. No entendía aún, de manera visceral, lo que se vive día a día en barrios controlados por las maras. No había visto ni hablado con gente que vive aterrorizada de la policía, o que ha dejado de creer en sus políticos, o en sus procesos electorales. Gente como Amalia.
No había entendido bien los sacrificios que hace la gente para salir adelante. Ni como sienten, a veces, que la vida no es más que una conspiración en contra de sus sueños.
No había caminado por el centro de Tegucigalpa, con la sensación de que alguien me estaba siguiendo, constatando cómo esa paranoia tan cotidiana se acumula en los hombros: el estrés manifestándose como un dolor muscular.
Ahora, cuando recuerdo todo lo que vi durantes esas tres semanas en Honduras, pienso que si me hubieran pedido que cante la misma canción al final del viaje…
La hubiera cantado completita.
Esta historia fue producida por mí con ayuda de Luis Fernando Vargas, y editada por Camila Segura. El diseño de sonido es de Ryan Sweikert.
Muchas gracias a Jorge Andino y Jennifer Ávila. El fact-checking es de Daniel Villatoro.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Andrés Azpiri, Jorge Caraballo, Patrick Mosley, Laura Pérez, Ana Prieto, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Silvia Viñas. Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.