La rata que amé | Transcripción
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[Pre Roll – Radio Ambulante Fest]: Hola ambulantes, ¿ya se registraron para el Radio Ambulante Fest? Esta edición de nuestro festival virtual se llevará a cabo del 20 de abril al 5 de mayo…. y tenemos un poco de todo, conversaciones sobre literatura y música, con figuras como John Green y Rita Indiana. Sobre Medio Ambiente, con Ramón Cruz, el primer director latino del Sierra Club y la activista Brigitte Baptiste. Sobre periodismo, con pioneros como Ira Glass y Alma Guillermoprieto. Además tenemos talleres prácticos sobre edición, producción y mucho más. Son nueve eventos en total, y cada boleta que vendemos nos ayuda a seguir produciendo historias como la que vas a escuchar hoy. Puedes ver todo el cronograma en radioambulante.org/fest.
[Daniel Alarcón]: Una advertencia: este episodio contiene descripciones de experimentación en animales. Esto es Radio Ambulante, desde NPR, soy Daniel Alarcón.
[Manuel Rojas]: Es que los animales experimentales tienen una vida… miserable…
[Daniel]: Él es Manuel Rojas, colombiano. Neurocientífico y experto en fisiología.
[Manuel]: Siempre he dicho que el día más feliz para mí de un experimento es el día que tengo que sacrificar, eutanasiar los animales cuando se acabó el experimento.
[Daniel]: Manuel tiene 61 años y durante más de tres décadas ha buscado respuestas sobre la conciencia, la percepción y el sueño. ¿Cómo funciona nuestro cerebro cuando dormimos? ¿Qué neuronas están activas o inactivas en ese momento? ¿Qué sucede con ellas en los estados de inconsciencia profundos, como cuando alguien está en coma, con anestesia general o bajo los efectos de alguna droga poderosa?
Para responder esa y otras preguntas, Manuel ha necesitado experimentar en cerebros vivos, y no puede hacerlo con humanos, claro. Por eso, como muchos científicos en todo el mundo, utiliza ratas de laboratorio.
[Manuel]: Entonces hay líneas de ratones, líneas de ratas donde son genéticamente controladas, cientos y miles de animales que son prácticamente idénticos.
[Daniel]: Animales que nacen y mueren para generar conocimiento científico.
[Manuel]: Eso me permite hacer una experimentación con un peso estadístico muy grande, y a los que le introduzco solo una variable, que es mi variable experimental.
[Daniel]: Es un trabajo de escarbar y escarbar en el misterio de sus conciencias. Después de inducir a las ratas a estados de sueño o anestesia, mide con electrodos en sus cerebros las reacciones a distintos estímulos. Y luego de un tiempo, cuando terminan los experimentos, tiene que sacrificarlas.
Manuel lo ha hecho un centenar de veces. Y es lo que ha tenido que hacer la ciencia desde siempre. En la Antigua Grecia, los pioneros del estudio anatómico sacrificaban monos, cabras y cerdos para observar, entender y clasificar sus órganos. Galeno, uno de los grandes médicos de la historia, abría distintos animales para comprender cómo funcionan los pulmones o la médula espinal. Así nació gran parte de la medicina moderna y así logramos entender cómo funciona nuestro cuerpo, nuestra vida.
[Manuel]: El uso de modelos animales le permitió a la ciencia esclarecer mucho de las funciones de la fisiología, del cómo trabaja los organismos, también la especie humana. Y permitió y aún sigue permitiendo trabajar en en la búsqueda de tratamientos, profilaxis, prevención de enfermedades. De otra forma, no se habría podido llegar a lo que hemos llegado.
[Daniel]:Pero que la experimentación en animales sea clave para el avance de la ciencia no quiere decir que para todos los científicos siempre sea tan fácil hacerlo. Que no se pregunten, a veces, por lo que sienten esos animales.
[Manuel]: Ahora, que si pienso yo si estoy aplicando, haciendo algo que le que le produce dolor, que le produce sufrimiento al animal, por supuesto que sí.
[Daniel]: Sin embargo, es una parte inevitable de su profesión como científico.
[Manuel]: Simplemente tengo que hacerlo…
[Daniel]: O no podría seguir estudiando la consciencia.
Pero hace casi veinte años le pasó lo que nunca debe pasarle a un científico: se encariñó con un “objeto de experimentación”; con una rata de laboratorio. Una rata a la que incluso le habían puesto un nombre: Manuela. Una rata que, como todas las demás, él iba a tener que sacrificar.
Esta es la historia de Manuel y Manuela. Una historia de amor científico.
Una breve pausa y volvemos.
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[Daniel]: Juan Sebastián Salazar Piedrahita y Nicolás Alonso investigaron esta historia. Juan Sebastián nos sigue contando.
[Juan Sebastián Salazar Piedrahita]: Para entender una historia de amor hay que entender, primero, a sus protagonistas: de dónde vienen, quiénes fueron en el pasado. Manuel, antes de ser neurocientífico, creció en una familia de pocos recursos de Bogotá. Eran los años 60: él, su hermano, sus papás, sus abuelos, varios primos y tíos, vivían en una vieja casona que era de su abuela, con otras personas que arrendaban cuartos.
Había mucha gente y un montón de animales. Si algo está siempre presente en los recuerdos de infancia de Manuel son los animales. Perros, gatos, gallinas… y palomas, muchísimas palomas, que solían esconderse bajo el tejado de la casa.
[Manuel]: Era muy claro el cariño… el afecto que toda mi familia siempre tenía con los animales. Era una relación muy cercana, todas las mascotas eran otro miembro de la familia, ¿no?
[Juan Sebastián]: Eso influiría en su decisión de estudiar Medicina Veterinaria, aunque lo que Manuel realmente quería era ser médico. Sobre todo desde su adolescencia, cuando su abuela empezó a ser viejita y a enfermarse.
[Manuel]: Yo la veía cuando estaba quejándose, a veces cuando tenía sus vómitos, sus dolores. Y yo me acuerdo que yo le decía a ella “Abuelita, yo voy a ser médico para curarla a usted”.
[Juan Sebastián]: Quería entrar a Medicina en la Universidad Nacional de Colombia, una de las mejores universidades del país, pero no le alcanzó el puntaje. Así que se decidió por Veterinaria, una carrera en la que también podía aprender sobre los organismos vivos para, así, curar. Era 1979 y, poco a poco, se fue entusiasmando con la complejidad de la carrera: aprender a descifrar la anatomía, los órganos, y entender las dolencias de todo tipo de especies animales. Caninos, felinos, bovinos, equinos y aves… Ese primer año de carrera también empezó a defenderlos.
[Manuel]: Mi labor de activista era en ese tiempo, especialmente por los animales callejeros: los… los perros y por los caballos de zorra, que eran un problema en Bogotá.
[Juan Sebastián]: Caballos que transportaban cargas pesadas por la ciudad, jalando de un carro. Muchos vivían en pésimas condiciones, por lo que Manuel solía escribirle al Gobierno Distrital exigiendo regulaciones. También pedía reportes de medidas que estaban tomando para controlar la población de perros callejeros, que solían ser sacrificados. Les proponía campañas de esterilización, educativas… Y también hacía algunas intervenciones para ayudarlos en las calles.
[Manuel]: Que si se encontró un animal herido o enfermo en la calle, tratar de curarlo o de tratarlo y conseguirle adopción. O si estaba un animal, pues, accidentado, moribundo, sufriendo, pues, sacrificarlo ahí…
[Juan Sebastián]: Manuel les pedía a sus compañeros de la universidad que iban más avanzados que le enseñaran a poner inyecciones intravenosas. Y recorría tiendas de químicos en busca de cloroformo, para usarlo como anestesia. Llevaba todo eso en su maletín. Si encontraba algún animal moribundo, lo anestesiaba y lo acompañaba hasta que se muriera de causas naturales.
Pero si veía que seguían sufriendo, tenía que darles la inyección letal.
[Manuel]: A pesar de que sí… se le está aliviando el dolor y el sufrimiento a un animal, para el que lo hace, no era nada placentero, ¿no? Yo siempre sentía “estoy matando”.
[Juan Sebastián]: Manuel defendía los derechos de los animales, pero solo podía hacerlo afuera de la universidad… adentro simplemente no era posible. Le quedó muy claro en una de sus clases de fisiología, la rama de la biología que estudia las funciones físicas y químicas de los organismos vivos.
Imaginemos a Manuel, joven y activista, en un salón, sentado en un pupitre, con el tablero al frente. El profesor está explicando las funciones del cerebelo, la parte que nos permite controlar el equilibrio y, en el caso de las aves, la capacidad de navegación. Entonces, para sorpresa de todos, saca una paloma que ha llevado a la clase. Sin mucho preámbulo le entierra una aguja en el cerebro, le lastima el cerebelo y la echa a volar.
La paloma se estrella contra las paredes, una y otra vez, mientras los estudiantes observan y, de vez en cuando, se agachan para esquivarla. El animal no tiene brújula: no sabe hacia dónde ir ni puede parar.
Escenas como esta eran comunes en la enseñanza de las ciencias médicas de esos años y, claro, perturbaban a Manuel.
[Manuel]: No me sentía bien. Yo decía pero, pero, pero es que es absurdo. O sea, ¿cómo le hacen esto a un animal que está vivo y sin anestesia ni nada?
[Juan Sebastián]: Iban en contra de lo que le habían enseñado de niño.
[Manuel]: A mí me formaron con la conciencia de que los animales sentían. Si yo tenía mi perro o mi gato, siempre me estaban diciendo no, no le haga esto porque a él le duele.
[Juan Sebastián]: Para ese entonces, principios de los 80, las leyes colombianas definían a los animales únicamente como seres “semovientes”, es decir, como bienes que se mueven. Nada más que eso. En la universidad no había forma de aplicar objeción de conciencia, de levantar la mano y decir: “Oiga, profe, no puedo hacer eso: me hace sentir mal”. Manuel quería ser veterinario y era el primero de su familia directa en entrar a la universidad… Si el profesor de una institución tan importante hacía cosas como esas, pues, había que aceptarlas. Aunque fueran incómodas.
[Manuel Rojas]: Pues, imagínese, eso le genera… una confrontación con sus propias ideas, ¿no? Porque usted es estudiante, usted no tiene la opción de que “haga esta práctica con este animal, o si no quiere, no la haga”. “Usted lo hace o váyase de la universidad”.
[Juan Sebastián]: En otras clases, como la de toxicología, les pedían hacer experimentos con perros de la calle. Les daban venenos para observar cómo afectaban sus músculos o los operaban para extraerles órganos, manteniéndolos vivos…
[Manuel]: Eran los experimentos que había en ese tiempo. Eso obviamente fue madurando y se fue haciendo cada vez más, digámoslo… más humano. Todo eso, afortunadamente, ha cambiado radicalmente.
[Juan Sebastián]: En Colombia estas prácticas empezaron a cambiar a partir de 1989, cuando se firmó el Estatuto Nacional de Protección de los Animales, que prohibió experimentar con animales vivos en clases o conferencias universitarias.
También estableció varias normas que la ONU y el Consejo de las Comunidades Europeas venían sugiriendo para los experimentos en laboratorio, y que el gobierno de Estados Unidos ya había establecido como ley en 1986: solo utilizar animales cuando no haya otra forma de llegar al conocimiento; si las pruebas arrojan resultados nuevos o avances contra enfermedades; con un trato compasivo y uso de anestésicos siempre en los experimentos, entre otras cosas.
Estas y otras normas hoy son básicas en los laboratorios del mundo.
Pero eso es historia reciente. Como dijimos, durante siglos la ciencia no tuvo demasiados reparos con el dolor de los animales. En realidad, ni siquiera se creía que los animales tuvieran la capacidad de sufrir.
[Manuel]: En los inicios de la ciencia, eso es casi que una extrapolación de la religión, donde la religión sólo se consideraba que los hombres y, al principio, sólo los hombres blancos, tenían alma. Igualmente en la ciencia se consideraba únicamente que los… que los que eran sintientes… eran únicamente los humanos.
[Juan Sebastián]: Tampoco se creía que los animales tuvieran emociones, pero los cuerpos de algunas especies sí podían arrojar respuestas sobre cómo funciona el nuestro. Y los seres humanos no nos parecemos a una babosa o a un cocodrilo, sino a otros mamíferos, como los chimpancés, por eso durante décadas se experimentó mucho en ellos.
Manuel me dijo que, afortunadamente, esa experimentación hoy es muy escasa en el mundo: ya se sabe mucho más sobre la sensibilidad de este tipo de animales.
Para 2017, en la Unión Europea cerca del 61 por ciento de los animales usados en experimentos eran ratones, el 12 ratas, el 13 peces, el 6 pájaros y solo el 0.3 por ciento eran otros mamíferos como perros, gatos o primates.
También tiene que ver con algo práctico: es más sencillo manejar cientos de ratas, genéticamente idénticas, que tener un edificio lleno de chimpancés. Como sea, los animales siguen siendo imprescindibles para entender procesos biológicos, probar nuevos fármacos y terapias, y así avanzar hacia la cura de enfermedades.
[Manuel]: Como diría mi abuelita, aquí es donde Cristo empieza a padecer y la madre a pasar trabajos…. Desafortunadamente los humanos no hemos todavía encontrado la forma de no depender del uso de animales para hacer experimentación.
[Juan Sebastián]: Louis Pasteur desarrolló la vacuna de la rabia luego de inyectarle el virus a perros y conejos. Alexis Carrel, pionero del trasplante de órganos, hizo sus primeras operaciones con gatos y perros. El factor RH, la proteína que nos permite saber nuestro grupo sanguíneo y, por tanto, recibir transfusiones, tiene ese nombre por los Monos Rhesus —RH-esus—, la especie con que se experimentó para tipificar la sangre humana.
La diabetes, el cáncer, el SIDA; las enfermedades del corazón, las respiratorias o del cerebro. Ninguna habría sido posible de tratar, o al menos entender, sin usar animales.
Según la Universidad de Navarra, hasta 2006, el 76% de los ganadores del Nobel de Medicina habían hecho descubrimientos experimentando en ellos.
Con el paso de los semestres como estudiante de veterinaria, Manuel se fue acostumbrando al tipo de prácticas que le pedían que hiciera.
[Manuel]: Yo creo que uno va perdiendo la sensibilidad de todas formas siempre se cuestiona uno, ¿no? Uy, que que duro tener que hacer esto, pero pues hay que hacerlo.
[Juan Sebastián]: De a poco, su interés por sanar animales fue cediendo ante el método científico, las hipótesis, los experimentos… había algo en esa vida, la del investigador, que empezaba a llamarlo fuertemente. Quizás el primer momento en que lo sintió con claridad fue en séptimo semestre, cuando el volcán Nevado del Ruiz entró en erupción, arrojando sus cenizas sobre Colombia. Manuel empezó a recolectar muestras de distintas regiones para analizar cómo estaban afectando al ganado que comía pasto contaminado. Eran estudios sencillos, pero sentía un gran entusiasmo con cada paso.
[Manuel]: Es una emoción. Es como muy gratificante ver que uno hace experimentos, que hace cosas y que le dan resultado, le dan números, le dan cosas que uno dice: “uff, impresionante… cómo… cómo llegué a esto”.
[Juan Sebastián]: Pero en Colombia hacer investigación no es tan fácil, y menos en esa época: cuando se graduó, en 1988, no tenía dinero para un posgrado.
[Manuel]: Simplemente uno se graduaba y salía a subsistir. A ver qué hago.
[Juan Sebastián]: Lo que hizo fue aceptar un trabajo como inspector veterinario: tenía que estar parado a las 2 de la mañana en un matadero, supervisando que mataran a los pollos de forma más o menos higiénica.
[Manuel]: Una cosa absurda. O sea, ni estoy curando animales, ni estoy salvando animales, ni estoy haciendo investigación ni nada de eso. Pero era el trabajo que podía tener.
[Juan Sebastián]: Por esos años, también tuvo un consultorio, Veterinaria MR –Manuel Rojas–, donde curaba animales y le daba trabajo a colegas recién egresados. Allí trabajaba los fines de semana con su novia: una estudiante de Veterinaria que años después se convertiría en su esposa y compañera de investigaciones. El consultorio lo tendría por 12 años, pero, para entonces, sus ganas de ser científico eran más fuertes que cualquier otra cosa. Así que cuando un profesor de la universidad lo invitó a unirse a su grupo de investigación no dudó en aceptar, aunque no le pagaran nada.
En Colombia se hablaba de una nueva modalidad de delincuencia, que usaba una droga —la burundanga o “droga zombi”— que anulaba la voluntad de sus víctimas, dejándolas en estados semi-conscientes. Así las robaban o abusaban de ellas. Y habían casos terroríficos que se reportaban en los medios.
El equipo quería entender sus efectos en el sistema nervioso y para eso la probarían en ratones. Lo que buscaban era descifrar qué dosis de la droga provocaba en ellos efectos similares a los que sufrían los seres humanos, el primer paso clave para hacer estudios más complejos. Para Manuel, esos experimentos, sus primeros con ratones, fueron la confirmación de un camino. Dos años después, consiguió un préstamo para irse a España a hacer una maestría en Neurociencias, con un amigo del equipo.
[Manuel]: Fue como… como un switch, un salto ahí… Eso ya nos metió en el camino de las neurociencias de lleno a los dos, ¿no?
[Juan Sebastián]: Era 1997 cuando entró a la Universidad Internacional de Andalucía. Fue allí donde se deslumbró por el estudio del cerebro y la consciencia: hizo más experimentos en ratones, investigó cómo se comunican las neuronas entre sí, y se interesó por los estados del sueño… Los temas que lo llevarían, años después, a conocer a Manuela, la rata que sería tan distinta a las demás.
Ya con la maestría, Manuel trabajó como profesor en una universidad de Colombia, y luego viajó a Los Ángeles, en Estados Unidos, para trabajar en la Universidad de California, en uno de los laboratorios de investigación de sueño más importantes del mundo. Allí investigaría los estados de inconsciencia y, en concreto, la narcolepsia, un trastorno que genera somnolencia extrema y ataques repentinos de sueño; quienes la sufren pueden quedar “noqueados”, de golpe, en cualquier lugar.
En ese momento, en el año 2000, los investigadores intentaban entender cómo funcionaba, y por eso estaban haciendo experimentos con animales acostumbrados a dormir muchas horas al día: los gatos.
[Manuel]: Yo necesito que se duerman mientras experimento con ellos y es fácil entrenarlos para que estén durmiendo a pesar de que yo le esté haciendo cosas.
[Juan Sebastián]: Lo que hacían… Y fuera del ámbito científico, esto puede sentirse chocante… era anestesiarlos y abrirles un hueco de pocos milímetros en el cráneo, para colocarles electrodos en el cerebro. Manuel, que tenía experiencia como cirujano, se encargaba de eso. Luego les daban una droga para simular la narcolepsia y empezaban a medir la actividad de distintas partes del cerebro.
Así lograron varios avances en los tres años que Manuel estuvo en el laboratorio. Comprobaron, por ejemplo, que los gatos, en ese estado, perdían capacidad de movimiento por la disminución de unos neurotransmisores llamados orexinas. La narcolepsia todavía no tiene cura, pero distintos hallazgos de investigadores en todo el mundo han permitido que hoy se pueda tratar con fármacos y cambios en el estilo de vida.
Pero volviendo a Manuel… Él se sentía entusiasmado con los descubrimientos que estaban haciendo, pero cada vez soportaba menos experimentar con gatos.
[Manuel]: Esto fue algo que realmente me llevó a un nivel de estrés bastante fuerte. Trabajar con gatos es muy complicado porque los gatos son animales terriblemente afectuosos… así como son independientes también le demuestran a uno… algo que quizá podemos calificar como afecto o alguna cosa así.
[Juan Sebastián]: Hasta que un día el investigador principal del laboratorio se fue y los estudios de sueño pararon de golpe.
[Manuel]: Y yo quedo así como… ¿Y yo qué hago?
[Juan Sebastián]: La noticia lo cogió por sorpresa: no había plan B o C… Ni ganas de volver a Colombia. Entonces empezó a postular a universidades de Estados Unidos: Los Ángeles, Nueva York, San Francisco, Chicago… a cualquiera. Hasta que le respondieron de la Universidad de Washington State, en la ciudad de Pullman, cerca de Canadá. Le ofrecieron trabajar como investigador en un laboratorio de sueño y Manuel aceptó sin dudarlo.
[Manuel]: Yo ni siquiera tenía ni idea que existía esa universidad, mucho menos idea que existía una ciudad chiquitica en medio de la nada.
[Juan Sebastián]: En el laboratorio necesitaban a alguien como Manuel: con experiencia en cirugía, que supiera mucho de anestesia y de los estados de consciencia. Empacó sus cosas y viajó en carro: más de 18 horas desde la soleada y cosmopolita Los Ángeles hasta la pasiva y blanca Pullman, en el estado de Washington. Un lugar muy frío, con alces en los alrededores.
Llegó a un apartamento que era parte de un complejo residencial del campus. Su esposa llegaría a vivir con él medio año después y también trabajaría en el laboratorio de estudios de sueño de la universidad.
Pero por el momento estaba solo, rodeado de nieve.
En el laboratorio de la Universidad de Washington State querían explorar los mecanismos del sueño en el cerebro, y para eso tenían científicos especializados, equipos de última generación y ratas. Muchas ratas. Manuel me explicó que su inquietud por estudiar el sueño nació a partir de otro interés más de fondo, que ha guiado toda su carrera.
[Manuel]: Qué es la consciencia. Qué es, cómo funciona. Y obviamente, si logramos saber qué es y cómo funciona, podríamos eventualmente saber qué especies tienen consciencia y que especies no tienen consciencia.
[Juan Sebastián]: Pero esa es una pregunta para la que hay muy pocas respuestas. Manuel me contó que los neurocientíficos, aún hoy, no saben exactamente en qué lugar o lugares del cerebro se genera la consciencia, y ni siquiera se ha logrado una definición clara sobre qué es exactamente esa voz dentro de nuestra cabeza, ese switch de encendido de nuestra mente. Pero lo que sí sabemos es cuándo no está encendida: o sea, cuando estamos soñando, bajo anestesia general, en coma o bueno… cuando estamos muertos.
[Manuel]: Pero no hay forma: ¿cómo hago yo un experimento donde yo pueda tratar de responder la pregunta de qué es consciencia o dónde está consciencia? Pero en cambio lo que sí puedo hacer es un experimento donde yo sé que tengo el animal en estado de inconsciencia y puedo hacerme preguntas experimentales y contestarlas diseñando experimentos para saber qué áreas del cerebro están funcionando, cuáles se apagaron, cuál se reactivaron.
[Juan Sebastián]: Manuel me habló de varios avances médicos que serían posibles si comprendiéramos la consciencia. Por ejemplo: entender el estado de coma, del que sabemos poco. Evaluar con claridad si alguien volverá a estar consciente y qué podríamos hacer para acelerar ese proceso. O manejar mejor los estados de anestesia general, para evitar que los pacientes se despierten durante las operaciones, o peor: que no regresen.
Y uno de los primeros pasos para comprenderla, según Manuel, es estudiar el estado de inconsciencia más común en todos los animales: el sueño.
[Manuel]: Todas las especies animales, todas, incluida la especie humana, usan por lo menos una tercera parte del tiempo de vida durmiendo. Si tiene sesenta años estuvo veinte años durmiendo. Entonces, es muy importante.
[Juan Sebastián]: En el laboratorio estudiaban a las ratas en estados de sueño profundo, vigilia y anestesia y, con electrodos, medían su actividad cerebral frente a diferentes estímulos. Eran experimentos de vanguardia, y para lograrlos tenían que desarrollar hasta sus propios softwares. También tenían que entrenar a las ratas para que permanecieran quietas por horas, en una especie de camisita de fuerza.
[Manuel]: Empezando por cinco segundos, diez segundos, quince segundos y así ir aumentando hasta tener ratas que soportaban perfectamente estar dos horas tranquilas, dormían y se despertaban y dormían y se despertaban.
[Juan Sebastián]: Eran ratas que llegaban con dos meses de vida después de nacer en otros laboratorios, donde se producen miles y miles como ellas. Una industria que funciona por catálogo, donde los científicos pueden pedir lo que sea que necesiten para sus experimentos: ratas sin pelo, con genes mutados, diseñadas para desarrollar enfermedades como cáncer, alzheimer, parkinson… o ratas normales de la misma edad, especie y peso, idénticas.
[Manuel]: Llegaban al laboratorio, ahí las recibían y se repartían de a dos raticas por caja con un espacio que nosotros los humanos asumimos que es un espacio vital suficiente para ellas… vaya uno a saber si… si ellas están de acuerdo, ¿no?
[Juan Sebastián]: Un espacio algo más grande que una caja de zapatos, donde recibían su comida y bebida. Luego pasaban a otro espacio, donde eran entrenadas durante un tiempo y, de nuevo, a la cajita. Una vez preparadas, las anestesiaban y les hacían una cirugía en el cráneo, muy parecida a la que Manuel había hecho con gatos: les abrían un huequito de unos tres milímetros y les colocaban un manojo de electrodos para medir la actividad de sus cerebros mientras dormían.
Pero había un gran problema: muchas ratas no resistían la operación. Como Manuel tenía mucha experiencia en ese tipo de intervenciones, una de sus misiones fue lograr que no se murieran más ratas.
[Manuel]: Yo lo que hice fue establecer un protocolo nuevo, con otro tipo de anestésico, con otro tipo de analgésicos, de antibióticos. Y eso fue realmente un… un éxito.
[Juan Sebastián]: Manuel empezó a operar a las ratas para todas las líneas de investigación del laboratorio. Estuvo en eso unos seis meses, mientras nuevas camadas eran entrenadas para pasar a la fase de experimentación. Una vez operadas y acostumbradas a dormir por largos ratos, empezaban las pruebas con distintos estímulos: luces, sonidos, tacto.
[Manuel]: Y entonces allá arriba en el cerebro estoy registrando lo que ocurre en esas neuronas, en algunas ocasiones cuando la rata está dormida, en otras cuando está despierta, en otras cuando está en un estado determinado de sueño.
[Juan Sebastián]: Y si todo esto suena duro o desagradable, les puedo asegurar que, directa o indirectamente, todos nos hemos beneficiado del sufrimiento de alguna rata de laboratorio. La ciencia es así. Y así ha sido siempre.
Después de pasar seis meses como cirujano del laboratorio, Manuel ya tenía su grupo de colaboradores establecido y estaba listo para diseñar sus propios experimentos. Y tendría, también, sus propias ratas.
Un día le llegó su primera camada. Y ahí estaba ella.
[Manuel]: Yo lo que siempre he dicho es que Manuela fue mi primera rata experimental del primer grupo que tuve que operar para mí.
[Juan Sebastián]: Era la primera rata cuyo destino dependía completamente de él, y había llegado al laboratorio con dos meses, como todas las otras pedidas por catálogo. Al principio, era como cualquiera: blanca, bigotuda y entrenada para dormir por horas, mientras él buscaba respuestas en su diminuto cerebro. Manuel quería estudiar las neuronas de la zona somatosensorial, la encargada de planificar y ejecutar los movimientos cuando dormimos o estamos despiertos.
Para él, que venía de sufrir estrés por experimentar con gatos, era mucho más cómodo trabajar con una rata, aparentemente menos afectuosa.
[Manuel]: O sea, yo ni siquiera podía pensar que algo especial fuera a pasar con Manuela, o alguna cosa así, ¿no? Era simplemente la rata de turno.
[Juan Sebastián]: Una entre centenares que habían pasado por sus manos.
[Manuel]: Yo no me daba el lujo de encariñarme con los animales experimentales. Porque eso, pues, enloquecería a cualquiera. Eso no se puede.
[Juan Sebastián]: Se sentía cómodo y el animal mostraba muy buenos registros en todos sus experimentos. Así fueron pasando los meses y, un día, una de las técnicas del laboratorio la bautizó en honor al investigador que tanto pasaba con ella: Manuel. Era la única rata con nombre.
[Manuel]: Siempre se han identificado los animales con un número, pero en este caso, como era una rata que llevaba tanto tiempo trabajando, ya era como conocida: ¿Quién va a experimentar hoy? Ah, hay experimento con Manuela. Listo… Entonces ya como que tenía una identidad…
[Juan Sebastián]: Así pasó casi un año. Manuel hacía experimentos y anotaba sus registros. Todos los días, una rutina parecida: saludar, mirar que las ratas estuvieran bien, hacer alguna cirugía, ponerles sus camisitas, estimular, observar y, cada tanto, encontrar alguna nueva pista.
Pero una mañana las cosas cambiaron. Entró al laboratorio, como cualquier día, organizó su escritorio, revisó sus pendientes y recorrió el bioterio, donde vivían las ratas en sus cajas. Tenía que trabajar con Manuela. Le conectó los electrodos que iban desde su cerebro a la máquina y empezó a medir. Se suponía que Manuela debía quedarse dormida, tranquilamente. Pero eso no sucedió. De golpe, hizo un movimiento brusco con la cabeza.
[Manuel]: En algún momento que ella hizo fuerza, pues, se soltó totalmente el enchufe…
[Juan Sebastián]: El enchufe con los electrodos. Con el tiempo, muchas veces pasaba que se iba aflojando, por las mismas defensas del organismo.
Pero no era común que se soltara del todo.
[Manuel]: Muy rara vez ocurre como le ocurrió a Manuela, que… que se le cayó el implante y le queda descubierto pues el… el cráneo, el hueso…
[Juan Sebastián]: Manuel quedó frío. Manuela estaba con parte del cráneo al aire y eso solo significaba una cosa: que tendría que sacrificarla. Lo sabía perfectamente.
[Manuel]: El protocolo es eutanasia, inmediatamente, porque, pues, el animal primero no va a servir para otro experimento, porque es prohibido hacer doble cirugía para un animal. Muy probablemente el animal esté bajo dolor. Es cuando se adopta lo que se llama el punto final.
[Juan Sebastián]: Pero, por algún motivo, con Manuela no quería hacerlo.
[Manuel]: No, no sé… qué se despertaría en mí en ese momento, no sé.
[Juan Sebastián]: No quería sacrificar a Manuela, aunque sabía que era lo que le correspondía hacer. Además, era algo que él hacía desde que era un activista: eutanasiar para evitar el sufrimiento. Pero siguió dudando…
[Manuel]: Entonces la conjunción del hecho de que fuera Manuela y no cualquier otra rata y el hecho de que ese día no estaba el jefe del laboratorio…
[Juan Sebastián]: Hizo que considerara otra posibilidad… Ahí al lado tenía sus instrumentos de cirugía y de anestesia. Entonces se le ocurrió una idea:
[Manuel]: Oiga, y por qué no la ponemos bajo anestesia y, pues, la suturamos y miramos a ver qué pasa con ella….
[Juan Sebastián]: Eso pensó Manuel… que podía anestesiarla, coser su cabecita y evitar que siguiera sufriendo, pero sin tener que matarla.
Aunque para eso tuviera que romper las reglas.
Manuel no le informó a ningún superior de la situación. Solo anestesió a Manuela, preparó sus instrumentos y la cosió con una aguja diminuta. La cirugía fue un éxito y duró pocos minutos. Manuela sobrevivió y él la dejó en su cajita, como si nada.
[Manuel]: Fue algo como… como espontáneo, cuando yo la suturé ni siquiera pensé: “bueno y ¿qué voy a hacer después con ella?”
[Juan Sebastián]: Simplemente lo hizo.
[Manuel]: Obviamente yo sabía que estaba yendo en contra de los protocolos: que la rata ya no podía seguir como sujeto experimental. Y no sé, no, la verdad yo no sé… yo creo que fue algo como emocional, ¿no?
[Juan Sebastián]: Por primera vez, el científico estaba actuando de forma irracional.
Pasaron algunas horas y el lugar se fue llenando de investigadores. Hasta que el jefe del laboratorio, que ya había llegado, llamó a Manuel a su oficina. Él entró en silencio. Entonces el jefe le dijo:
[Manuel]: La manager del laboratorio me… me dice que una de las ratas perdió el conector y que usted no la sacrificó.
[Juan Sebastián]: Manuel le dijo que era cierto.
[Manuel]: Entonces me pregunta: y entonces… ¿qué va a pasar con esa rata? Y yo le dije: pues… pues, yo veo varias opciones.
[Juan Sebastián]: La primera era que podían usarla en un experimento agudo, es decir, uno que la anestesiaran, le hicieran mediciones y muriera antes de despertar. Pero lo que estaba diciendo no tenía demasiado sentido, pues horas antes él mismo la había operado para evitar que muriera.
Hasta que se atrevió a decir la segunda opción:
[Manuel]: Y… la otra… es que yo me la lleve… la saque del laboratorio… y la voy a tener como mascota.
[Juan Sebastián]: El jefe lo miró.
[Manuel]: Usted sabe que eso no se puede, no está en los protocolos, ningún animal experimental puede salir como mascota.
[Juan Sebastián]: No había otra opción: tenía que sacrificarla de inmediato. Pero con esa respuesta se armó una discusión en el laboratorio.
[Manuel]: Todos a opinar, ¿no? Y a sugerir…
[Juan Sebastián]: Sorprendentemente, sus colegas lo apoyaban. Y su esposa también.
[Manuel]: Pues sí, ¿por qué no dejar que se la lleve y que la tenga de mascota? Ya la rata trabajó muchos meses aquí.
[Juan Sebastián]: El jefe les repetía que no, que eso era imposible, pero Manuel y algunos del equipo seguían insistiendo. De repente todos creían que Manuela merecía jubilarse. Hasta que después de unos minutos, el jefe terminó cediendo a la presión. Miró a Manuel y le dijo:
[Manuel]: Algo así como “yo cierro los ojos”, ¿no?. Yo no tengo idea, no sé qué pasó con esa rata, lo único es que yo mañana no quiero saber que la rata está aquí.
[Juan Sebastián]: No era un favor pequeño: se estaba saltando un protocolo de la universidad, algo que le podría traer sanciones al laboratorio.
[Manuel]: Y pues así terminó la cosa. Simplemente: listo. Tomé prestada una caja y me la traje para mi apartamento. Y ahí fue que apareció la adopción de Manuela.
[Juan Sebastián]: Fue una “adopción” a la antigua: no hubo necesidad de firmar papeles con compromisos sobre el cuidado del animal, ni mucho menos. Simplemente metió a Manuela en una caja y al final del día, salió con ella para su casa.
Había adoptado a una rata de laboratorio y no tenía la menor idea de cómo sería su vida juntos. Pero, por algún motivo, se sentía feliz.
[Daniel]: Una pausa y volvemos.
[Midroll dinámico]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón.
Antes de la pausa, escuchamos cómo el investigador colombiano Manuel Rojas no fue capaz de sacrificar a una de sus ratas de laboratorio en la Universidad de Washington State y, en un impulso, decidió adoptarla.
Juan Sebastián Salazar Piedrahita nos sigue contando.
[Juan Sebastián]: Manuel caminó con la cajita hasta el complejo de apartamentos. Había sacado un animal del laboratorio y, por si fuera poco, en las residencias de la universidad estaba terminantemente prohibido tener mascotas.
[Manuel]: Podemos decir que fue una opción que planteé así como sin prever absolutamente nada, ¿no?… cómo la voy a tener o qué voy a pasar o…. no, ni idea.
[Juan Sebastián]: Pero ahí iba, con Manuela en los brazos. Al llegar al apartamento, abrió la caja y su nueva mascota salió corriendo: lo primero que hizo, al estar libre, fue esconderse en una esquina, entre dos paredes, quietica.
Y desde ahí se quedó mirando su nuevo ambiente.
[Manuel]: Esa es la reacción normal de los roedores. Porque se siente protegido, porque tiene por lo menos tres niveles de escudo, de protección.
[Juan Sebastián]: Las dos paredes y el techo, como en su cajita. Manuel y su esposa conversaron sobre cómo darle una buena vida a la nueva integrante de la familia. Lo primero era conseguirle un lugar más cómodo para vivir.
[Manuel]: Yo estaba contento y de hecho me puse como un niño chiquito a… a construirle lo que yo les decía después a todos: “No, le hice un penthouse a Manuela”.
[Juan Sebastián]: Con rueditas para hacer ejercicio, escaleras, laberintos. Se divirtieron diseñándole la casita…
[Manuel]: Y que por dónde es mejor ponerle esto y esta ruedita aquí. Como con la idea de hacerle lo más entretenida y lo más divertida posible la… la vida con nosotros, ¿no?
[Juan Sebastián]: Poco a poco, Manuela se iba atreviendo a explorar su penthouse: caminaba y olía, tomando confianza con los objetos que la rodeaban, tan distintos a los del lugar donde experimentaban con ella. A pesar de las cicatrices en la cabeza, seguía siendo una rata de lo más normal…
[Manuel]: Ya aprende a manejar los jueguitos y subir y bajar y ir al segundo al tercer piso, y bajar…
[Juan Sebastián]: Incluso recorría el apartamento.
[Manuel]: Todos los días la sacábamos y la dejábamos suelta, y ella ya empezó a explorar. Muchas veces no sabíamos dónde andaba. Y siempre la veíamos por ahí: “ah, mire, allí está, está colgada allí, está subiéndose allá…”
[Juan Sebastián]: Manuel jugaba con ella al volver del laboratorio. Era como si, otra vez, estuviera en la vieja casona de la abuela, con sus perros y gatos… cuando los animales solo eran compañía.
Cada vez que podía, le compraba algún regalo.
[Manuel]: Una pelotica de un color diferente y, “ay, llevémosela a ver si le gusta” y siempre como exponerla a formas u objetos diferentes a ver si le producía alguna curiosidad; en algunas ocasiones sí, en otras no.
[Juan Sebastián]: De cierta forma, eran estímulos como los que le aplicaba antes, pero ahora Manuela podía decidir si quería interactuar con ellos, sin camisita de fuerza. No es que Manuel empezara a experimentar con Manuela en su casa, pero sí observaba sus comportamientos y se hacía preguntas:
[Manuel]: Nos cuestionamos, ¿no? ¿Será que Manuela entiende lo que… que Manuela es su nombre?
[Juan Sebastián]: A veces sospechaba que sí, porque cuando la llamaba ella miraba de vuelta, moviendo los bigotes. Entonces venían más preguntas: ¿será que está feliz? ¿Será consciente del cambio de un espacio a otro?
Sentía, incluso, que Manuela era cariñosa con él.
[Manuel]: Ya, por ejemplo, uno le da besos y uno piensa que la rata le está correspondiendo. Que le está dando también besos a uno cuando ella mueve su… su nariz y sus bigotes.
[Juan Sebastián]: Y hasta que era distinta a las otras ratas.
[Manuel]: Y pues a nosotros nos parecía muy bonita la cara, ¿no? Pues debe ser igual a la de todas las ratas, pero a nosotros nos parecía muy bonita.
[Juan Sebastián]: En la universidad, Manuel solía visitar a otro investigador que trabajaba cerca de su laboratorio y que hacía estudios fascinantes. Hoy se lo conoce como “el Padre de la neurociencia de las emociones”, aunque por esos años ya empezaba a tener otro apodo más… divertido. Un poco en broma, al neurocientífico Jaak Panksepp le decían “el cosquilleador de ratas”.
Y se lo había ganado. Unos años antes, estaba estudiando la reacción de las ratas a distintos estímulos. A algunas las dejaba sin comer, a otras les daba azúcar. Algunas vivían solas, otras acompañadas. Un día, empezó a hacerles cosquillas en la barriga y se dio cuenta de que, si dejaba de hacerlo, le mordían un poco los dedos, sin hacerle daño, como pidiéndole que siguiera.
Entonces un estudiante suyo fue a buscar un aparato para escuchar los sonidos ultrasónicos que hacen los murciélagos, que el oído humano no puede percibir. Con él, se podían bajar ese tipo de sonidos a frecuencias audibles. Se pusieron a hacerles cosquillas y esto fue lo que oyeron:
[Ratas]: Jijijiji.
[Juan Sebastián]: En un documental de la BBC, mientras juega con dos ratas en un cubículo de vidrio, Panksepp dice que ese sonido podrían ser sus risas.
[Jaak Panksepp]: As we have listened to animals playing we have heard what appeared to be a sound of laughter.
[Juan Sebastián]: Las ratas jugaban y seguían sus manos donde fuera que las moviera.
[Jaak Panksepp]: And when we tested these animals to ask whether they were enjoying this kind of activity, the unambiguous answer was yes.
[Juan Sebastián]: Y cuando les hicieron pruebas con electrodos en el cerebro, las señales fueron claras: las ratas estaban disfrutando; eso mostraba la actividad en las zonas neuronales que están relacionadas con el placer y la alegría. Con el tiempo, Panksepp también demostró que las ratas con las que jugaban más se volvían socialmente más sofisticadas. Entre más jugaban, menos peleaban y se apareaban más. Eran felices.
Manuel iba a su laboratorio y veía decenas de ratas divididas en paneles: por un lado las felices y por otro las tristes. Y se quedaba impresionado.
[Manuel]: Los descubrimientos de Jack Panksepp para mí fueron claves de mi forma de ver los animales experimentales, de ver las otras especies animales porque… él estaba confirmando científicamente que eso sí podía ocurrir, que desarrollaran emociones.
[Juan Sebastián]: Panksepp quería entender qué son exactamente las emociones, dónde se generan en el cerebro. Y para eso hizo estudios en perros, polluelos, cuyes y ratas. Separaba a un cachorro de su mamá y analizaba qué respuestas se generaban en su cerebro. O estimulaba distintas reacciones, como alegría o llanto, y veía si se afectaba su comportamiento: si se volvían más solitarios, si ya no querían aparearse. Si sus emociones cambiaban.
Así logró demostrar que humanos y demás mamíferos nos emocionamos a través de los mismos procesos neuroquímicos y anatómicos. Estos suceden en una zona en el centro del cerebro, en la estructura subcortical, que todos tenemos desde un ancestro común de hace millones de años.
Jaak Panksepp murió en 2017, y Manuel estuvo en contacto con él varios años. En sus charlas siempre decía que, si logramos entender las emociones de ratas y otros mamíferos, entenderemos las nuestras. Él avanzó mucho en eso. Logró definir siete sistemas emocionales primarios que estarían en el cerebro de todos los mamíferos: la ira, el miedo, el deseo sexual, el cuidado de otro, el pánico, la exploración y el juego, los cuales, al ser estimulados, nos producen enfado, ansiedad, excitación, instinto de crianza, tristeza, expectativas o alegría. Y así, experimentando en animales de laboratorio, exploró nuevos tratamientos médicos para enfrentar la depresión.
En su apartamento, Manuel también se hacía preguntas sobre las emociones de Manuela, pero mantenía el espíritu de investigador a raya. Si se la había llevado del laboratorio era para que fuera su compañera, no para andar resolviendo dudas sobre sus emociones o su manera de expresar cariño. Después de un tiempo, ya era parte de la rutina de la casa.
[Manuel]: Ella entró a ser eso: parte de la familia, compartíamos y… jugábamos y nos reíamos y era eso, ¿no? Como el perrito o como el gatico o como el hermanito, ¿no? Levantarse y… como a todos los de la familia siempre uno saluda, ¿no? Entonces, saludar a Manuela: “¿Qué hubo, Manuela? ¿Qué hace?”
[Juan Sebastián]: ¿Qué se cuenta, Manuela? ¿Todo bien? ¿Tiene hambre? ¿Quiere que le haga cosquillas? Antes de ir al trabajo, por la mañana, le dejaban comida y agua en la jaula y se despedían. Entonces Manuel iba al laboratorio y seguía los experimentos con las otras. Observando estímulos en ratas que no tenían nombre, solo un número que las identificaba.
Y, de alguna forma, lograba mantener esos dos mundos separados.
[Manuel]: Porque yo ya era muy consciente de que yo estaba haciendo experimentación con animales y… pues simplemente estos eran los animales experimentales. Esta es Manuela. Manuela se logró salvar de esa… Y está viviendo con nosotros, chévere, pero las otras pues desafortunadamente están ahí en su trabajo.
[Juan Sebastián]: Las otras, para bien o mal, seguían siendo indispensables para entender los misterios del sueño. Manuel me contó que uno de los grandes hallazgos en los que participó en su carrera sucedió en esa época, y tuvo que ver con un grupo de neuronas del área somatosensorial, la zona del cerebro que regula el sentido del tacto, es decir, nuestra percepción del tamaño y la forma de las cosas, del dolor y de la temperatura. Los experimentos arrojaron que estas neuronas se activan de forma distinta cuando el individuo está dormido o despierto. Hasta ahí, un poco obvio… Pero eso no era todo.
[Manuel]: Lo interesantísimo de esto es que encontramos que, muchas veces, hay neuronas que, aunque el individuo está despierto, trabajan como si estuviera dormido…
[Juan Sebastián]: Y otras que hacen lo contrario: que parecen dormidas cuando el individuo está despierto. Manuel me explicó que ese hallazgo podría dar pistas sobre, por ejemplo, por qué fallamos al hacer tareas motoras en las que tenemos un gran entrenamiento. Un operario de una fábrica, o la persona que maneja una grúa, acostumbradas a hacer el mismo movimiento una y otra vez, día tras día, de forma mecánica, de repente, fallan: oprimen un botón o hacen un movimiento que no era, y se produce un desastre.
¿Qué pasó, en ese momento, en sus cerebros?
[Manuel]: Una posible respuesta es que parte de las neuronas que estaban encargadas en ese momento del control motor, de la respuesta que él tenía que dar, algunas de esas habían… por alguna razón, entrado en estado de sueño y por eso puede haber errores.
[Juan Sebastián]: A Manuel le fascinaban ese tipo de descubrimientos: por cada pista sobre cómo funciona el cerebro, se abrían otras diez preguntas. Al terminar el día, volvía a casa y, si podía, le llevaba algún bocadito a Manuela, la afortunada.
[Manuel]: Empezamos a darle, como hace uno con las mascotas, ¿no? el bocadito de queso, el bocadito de dulce, el bocadito de no sé qué…
Juan Sebastián]: Como andaba libre, a veces se perdía y tenían que buscarla por todo el apartamento, gritando su nombre… Cuando ya se iban a acostar, la metían al penthouse, cerraban la puerta y “buenas noches, divino tesoro, que los angelitos la cuiden, que el señor de las ratas le conceda dulces sueños”.
Manuela llegó a casa de Manuel cuando tenía cerca de un año y, vivió otros dos años junto con ellos. Y, pues… vivió feliz, o al menos eso cree Manuel.
[Manuel Rojas]: Se convierte como en un símbolo de… “Ah, que chévere que por lo menos esta rata no está sufriendo lo que sufren todos los animales de laboratorio, sino que la está pasando bien”, ¿no?
[Juan Sebastián]: De vez en cuando tenían que esconderla, porque la administración enviaba a sus empleados a hacer mantenimiento. Él dejaba el penthouse en el closet, rendía la radio para evitar que fueran a escuchar algún ruido raro…
Fue una vida muy tranquila, más allá de esas maniobras de ocultamiento. Manuela nunca se escapó, nunca mordió a alguno, no dañó algún mueble o cable… tan solo, con el paso del tiempo, se fue poniendo muy gorda.
[Manuel]: Empezó a cambiar, primero se puso muy obesa. Obviamente eso es culpa del alimento que le estábamos dando: de todas las golosinas y los bocaditos y todo… muy, muy, muy obesa: era una bola de grasa.
[Juan Sebastián]: Vivió así hasta los dos años de vida, cuando, de golpe, empezó a bajar de peso rápidamente.
[Manuel]: Y empecé a notarle que tenía unos tumores así distribuidos en algunas partes del cuerpo, entonces, pues ya eso hacía notar que lo más probable es que estuviera desarrollando un cáncer.
[Juan Sebastián]: Manuela se volvió, en solo un par de meses, mucho menos activa: todo el día estaba en su penthouse, en una esquina, quieta. Ya no salía de su jaula y tampoco respondía a los llamados: le daba igual si le daban mantequilla de maní, su comida favorita.
Manuel tenía que enfrentar, otra vez, el mismo dilema del laboratorio, del día en que Manuela se arrancó los electrodos.
Pero seguía sin sentirse capaz.
[Manuel]: Pues, yo no… no pensé en la opción de sacrificarla, sino yo realmente lo que dije fue pues… yo voy a mantenerla hasta que muera… digamos muerte natural.
[Juan Sebastián]: Pasaban los días y Manuela seguía empeorando. Manuel se levantaba y lo primero que hacía era ir al penthouse, a ver si estaba mejor, si había comido algo, si había explorado el espacio… pero no.
Pasaron dos semanas así.
[Manuel]: No se movía, estaba quietica ahí. Yo le ponía agua, comida, así, en el hocico, y ella ahí comía algo, bebía algo…
[Juan Sebastián]: Cuando uno de los tumores se ulceró, Manuel empezó a limpiarla: la desinfectaba con delicadeza varias veces al día… hasta que una tarde, a la vuelta del mercado, pasó lo inevitable: la encontraron muerta.
Bajaron a un jardín, cavaron con una cuchara la tierra y en ella metieron su cuerpo, envuelto en un paño. Una ceremonia sencilla.
[Manuel]: Ah, bueno, descansó. Ya no está sufriendo y, por lo menos, pues, le dimos la oportunidad de… de vivir algo diferente y ya…
[Juan Sebastián]: Manuel estaba triste, pero no lloró. Sentía, sobre todo, alivio.
[Manuel]: No sé si hay algo después de la muerte o no. Si no lo hay, pues, simplemente ya se acabó: listo, ya paró el sufrimiento. Si lo hay, por lo menos ya no es la parte física, o sea que lo que nosotros conocemos como dolor no va a estar presente, seguramente.
[Juan Sebastián]: Le pregunté a Manuel por qué no sacrificó a Manuela, ni siquiera cuando estaba tan enferma, en sus últimos días… pero no lo tenía tan claro.
[Manuel]: Eso es algo que yo nunca sabré si hice bien o hice mal. A veces también eso es como convertirse en… el papel de Dios: Yo soy el que decido cuándo se acaba la vida y cuándo… hasta cuándo permito que viva un animal. No lo sé. No sé qué hubiese sido mejor. Creo que nunca lo voy a saber.
[Juan Sebastián]: En 2007, dos años después de que Manuela murió, Manuel volvió a Colombia para trabajar como profesor de Fisiología en la Universidad Nacional, la misma clase en que, cuando era joven, vio a su profesor maltratando a una paloma.
Ahí estuvo a cargo de un laboratorio con sus propias ratas para experimentación. Compartía con estudiantes y colegas todos sus conocimientos en el área, pero, sobre todo, les intentaba transmitir algo más: la empatía en su relación con los animales experimentales.
[Manuel]: Cómo respetar otros seres, buscar la mejor forma de hacer investigación… Si estamos obligados por… por ahora a utilizar individuos vivos para hacer experimentación, pues hagámoslo lo mejor posible, ¿no?
[Juan Sebastián]: Es lo que Manuel siempre repite a sus estudiantes: Las Tres R.
[Manuel]: Reducir el número de animales, refinar las técnicas y reemplazar hasta donde sea posible.
[Juan Sebastián]: Hoy muchos científicos como Manuel empujan estas ideas en todo el mundo: utilizar tejidos, células o modelos computacionales para disminuir el uso de animales. Aunque estos siguen siendo claves en la mayoría de los avances médicos. No es lo mismo experimentar en una célula aislada que en un organismo vivo, en el que interactúan cientos de sistemas y órganos, influyendo unos sobre otros en una red sensible a cualquier alteración.
Manuel cree que es muy difícil y que nos tomará mucho tiempo prescindir del todo del uso de animales. Pero, como buen hombre de ciencia, confía en que algún día tendremos el conocimiento y la técnica para lograrlo.
Con Manuel conversamos durante horas, varias veces. Una vez en Bogotá, cuando visitó a su familia, y el resto vía remota, él en Estados Unidos y yo en Colombia. Y siempre, en cada una de estas sesiones, me intrigaba qué había significado Manuela en su vida… pero creo que ni él tenía respuestas muy claras sobre eso: a veces, por cómo hablaba de ella, me parecía que había significado mucho, pero otras veces sentía lo contrario, que había sido una mascota más, tal vez menos importante que el perrito de su infancia. Y así, entre conversación y conversación, iba de una temperatura a otra.
El primatólogo holandés Frans de Waal decía que cuando no sabía qué sentía ni cuál era su estado de ánimo acudía a los chimpancés: los miraba, veía cómo se comportaban con él y, ahí sí, entendía cómo estaba. Como si la mirada de esos seres percibiera cosas que ni él entendía sobre sí mismo. Pienso que tal vez algo así le pasó a Manuel: empezó a mirarse en los ojos de esa rata que ya no era una más entre cientos, que ya no tenía un número sino un nombre, su propio nombre. Imagino cómo cuidó a Manuela esos dos años, cómo generó afectos, y su vida juntos estuvo llena de contradicciones: del laboratorio a la casa, de la experimentación al cuidado y el cariño.
Un día le pregunté si toda su historia con Manuela no había sido, para él, una forma de redimir culpas, por todas las ratas que había sacrificado.
[Manuel]: Mmm… No creo que yo me haya hecho esa pregunta alguna vez. Y podría ser, ¿no? Yo le he causado mucho sufrimiento y dolor a animales experimentales y tal vez en el fondo me gustaría sentir como que… como que de alguna forma estoy compensando eso. Quizá fue eso, quizá… Uno muchas veces hace cosas para tratar de aliviar su conciencia, el haber reaccionado así y haber sacado a Manuela y haberle dado la oportunidad… quizá podría ser como una actitud subconsciente de redimirme ante mi propio mundo, ¿no?
[Juan Sebastián]: Salvar a un animal para, de alguna manera, salvarlos a todos.
[Daniel]: Manuel está terminando su doctorado en la Universidad de Washington State, a donde volvió en 2018. Su proyecto no tiene que ver con estudios de sueño, sino con la creación de una vacuna contra un parásito que ataca a vacas, venados, perros, gatos y también humanos.
La vacuna está en desarrollo y Manuel no ha tenido que trabajar más con animales, aunque en el futuro se probará en vacas, una de las especies afectadas por este parásito. Gracias a estas investigaciones, está aprendiendo nuevas técnicas de biología molecular, con las cuales quiere desarrollar modelos de experimentación que eviten, en la mayor medida posible, usar animales.
Hoy, 1040 laboratorios, hospitales e instituciones en el mundo son parte de los programas de la Asociación Internacional de Evaluación y Acreditación del Cuidado de los Animales de Laboratorio, una organización internacional que vela por un trato responsable para los animales de investigación.
[Maureen Stabile]: Hola, soy Maureen Stabile, y formo parte del programa de membresías DEAMBULANTES. Apoyo a Radio Ambulante porque me pone en contacto con el resto del mundo y me presenta historias que me asombran, me educan, me conmueven y me entretienen.
Como parte de los beneficios, me invitaron a leer los créditos de este episodio. Si quieres más información sobre cómo hacerlo, entrá a radioambulante.org/leercreditos.
Entonces…
Esta historia fue producida por Juan Sebastián Salazar Piedrahita y Nicolás Alonso. Juan Sebastián es periodista y vive en Bogotá. Nicolás es editor de Radio Ambulante y vive en Santiago de Chile. Esta historia fue editada por Camila Segura y por Daniel Alarcón. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido y la música son de Andrés Azpiri.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Aneris Casassus, Emilia Erbetta, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Elsa Liliana Ulloa, David Trujillo y Luis Fernando Vargas.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Studios se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Maureen Stabile. Gracias por escuchar.