El gran maestro | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante, desde NPR, soy Daniel Alarcón. Hoy nos vamos para Lima, Perú.
[Luis Wong]: Hola. Sí, Daniel. Mi nombre es Luis Wong. Tengo 34 años. Estudié ingeniería y ahora me dedico principalmente a hacer videojuegos.
[Daniel]: Sobre todo, lo que tienen que saber de Luis es que es alguien que siempre anda buscando aprender algo nuevo. Yo lo conocí hace muchos años ya, en un momento de su vida en que se había metido a probar suerte en el periodismo, en una revista peruana llamada Etiqueta Negra.
Después se fue a Francia, a una ciudad pequeña cuyo nombre no voy a intentar pronunciar, pero que es, según me cuentan, como La Meca de los cómics y la animación en Europa. Hizo una maestría en videojuegos, pero no fue lo único que estudió. También aprendió algo de tenis. Había una canchita al lado de su residencia, y un día se acercó a preguntar si podía tomar clases. El entrenador le dijo que sí, claro… que hasta le podían prestar una raqueta.
Pero había un detalle…
[Luis]: Y me dijo: el único problema es que quizás, o sea, van a ser señoras de más de 70 años. No sé si te sientas cómodo. Yo le dije: sí, no hay problema. Así que durante los siguientes seis o siete meses, creo, estuve jugando todos los viernes a las 6 de la tarde, una hora y media de tenis con, con estas señoras de más de 70 años.
[Daniel]: ¿Y cómo te iba?
[Luis]: O sea, al principio, bueno, recién estaba empezando, entonces era muy malo. No podía ni siquiera pasar la net. Pero ellas eran también muy cariñosas y me daban como fuerzas para seguir, ¿no?
[Daniel]: ¿Te hiciste amigo de estas… de estas señoras?
[Luis]: Sí, hablamos un poquito de… pasteles, básicamente. Porque las señoras traían como algunos pasteles franceses para comer después de la sesión de entrenamiento. Nos quedábamos un rato comiendo, llevaba un poco de vino.
[Daniel]: Así es Luis: nunca le ha preocupado ser… diferente. Puede ser un ingeniero en medio de una redacción de periodistas o el que habla de tortas con sus amigas francesas de 70 años. De hecho, luego de esa experiencia en Francia, se fue un semestre a Guangzhou, una ciudad grande al sur de China, solo, sin hablar una palabra del idioma. Iba para trabajar en una empresa de tecnología y se metió a clases de chino mandarín por las noches, en un pequeño puestito entre cientos y cientos de tiendas de repuestos de computadoras, dentro de un galpón industrial.
Anotaba palabras en su teléfono, las memorizaba y se las arreglaba como podía.
[Luis]: Entonces, básicamente me comunicaba, bueno trataba de comunicarme en inglés. Y si no hablaba en inglés, me comunicaba con señas o con palabras en chino, pero muy básicas como decir: “Este, este, este acá”, cosas así, ¿no? Y bueno, tratando de sonreír y tratar de pasar un poco por inadvertido, ¿no?
[Daniel]: Pero hoy no vamos a hablar de tenis ni de idiomas. Lo que nos interesa es la última obsesión extracurricular de Luis. Desde hace un año, me contó, está metido de cabeza en el mundo del ajedrez. Empezó a jugar online y de ahí se metió a clases… Y consiguió un profesor de lujo: nada menos que Julio Granda. Campeón mundial de ajedrez infantil a principios de los 80, y campeón mundial senior hace cinco años. El tercer peruano en lograr el título de Gran Maestro.
[Luis]: Uno de los mejores ajedrecistas peruanos y latinoamericanos de todos los tiempos. Le comenté esto a unos amigos que viven fuera de Perú y me dijeron: “Bueno, tienes una clase con un Gran Maestro, ¿no?” Una cosa que no es tan común en cualquier otro lado.
[Daniel]: ¿O sea, sentiste como orgullo?
[Luis]: Sí. Sí. Sentí muchísimo orgullo de estar en clases con un gran maestro.
[Daniel]: Para dejarlo claro, llegar a Gran Maestro es la categoría y honor máximo para un jugador de ajedrez. Es un título vitalicio que logran muy pocos jugadores. En todo el mundo, los jugadores que lo han logrado no llegan a ser dos mil en total.
A Luis, que había empezado a jugar partidas durante la pandemia en una página web, le sorprendió que una leyenda del ajedrez lo aceptara en su academia. Era un privilegio: él estaba enamorado del juego, pero era un principiante. De todas formas, no quiso preguntar mucho.
[Luis]: Y me dijeron: “Ok, pásanos tu perfil de chess.com”. Se los pasé, me dijeron: “Ok, vamos a ponerte con el grupo adecuado para tu nivel. Empiezas el jueves”. Yo les dije: “Excelente”.
[Daniel]: Ese jueves a las 6 de la tarde, luego de terminar su jornada en la empresa de videojuegos donde trabaja, Luis estaba ansioso, esperando. Lo metieron a un grupo de WhatsApp.
[Luis]: Y me puse a ver los integrantes.
[Daniel]: Tú, tú, tú ahí chismoseando, de chismoso, te pones a mirar las fotos de tus nuevos compañeros.
[Luis]: Así es. Claro, para saber quiénes eran.
[Daniel]: Y normal, era gente como tú.
[Luis]: Siií, nos pasan un link por el grupo de whatsapp, le hago click, entro, configuro mi cámara y el micro, era una sesión de de Google Meet. Me saluda el profesor y ahí aparecen todos los niños.
[Daniel]: Todos los niños. Sus compañeros, los hijitos de los del WhatsApp.
[Luis]: Y eran seis, siete niños. Niños chiquitos aparte, o sea, no de 12 años… niños chiquitos. Algunos niños ni siquiera llegaban a la cámara.
[Daniel]: Tú dime en ese momento, ¿qué sentiste?
[Luis]: Por un lado, fue como sorpresa de: “¿Qué es esto?” De ahí sentí: “¡Qué ternura!” Y de ahí dije: “Bueno, tiene algo de sentido, ¿no?”
[Daniel]: Porque claro… él era un novato ¿Y te miraron raro los niños?
[Luis]: No, no me miraron raro. Y de hecho luego, luego descubrí por qué, ¿no? Y es porque, porque todos pensaban que tenía 15 años.
[Daniel]: Estabas bien afeitadito.
[Luis]: Sí, sí, sí, sí. Eso me dijeron sus papás. Y los niños también.
[Daniel]: Lo que no sabía Luis es que esa primera clase en realidad no era una clase, era el torneo de fin de mes. Y esos niños tampoco eran tan principiantes. Y su educación de ajedrez y de humildad estaba a punto de comenzar.
Una pausa y volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Luis nos sigue contando.
[Luis]: La primera sorpresa fue saber que mis compañeros eran niños. La segunda, que estábamos por empezar un torneo. Lo hacían a final de cada mes, y al terminar se anunciaba el ránking con las posiciones. Yo miraba al Gran Maestro y a los siete niños, pero me parecía que ellos no a mí: ya estaban en la página web del torneo, donde todos veríamos las partidas.
No sabía si era un error que estuviera ahí, pero a nadie parecía importarle mucho mi presencia. Era un poco raro… y divertido. Si me hubieran dicho que en mi primera clase con el Gran Maestro Julio Granda iba a enfrentarme a sus siete discípulos en un torneo, me hubiera asustado. Tal vez ni siquiera hubiera entrado. Pero ahora pensaba: “Bueno, son niños, no creo que me vaya mal, ¿no?”
Y tenía razón: no me fue mal. Me fue HORRIBLE. Los niños iban pasando y me ganaban con una facilidad casi ridícula. Como si yo supiera mover las piezas, pero alguien se hubiera olvidado de explicarme un par de reglas del juego.
Hubo una sola niña a la que le gané, pero solo porque se le acabó el tiempo máximo para hacer sus movimientos. Quizás se le había desconectado el internet… no sé, pero fue una victoria dudosa. Los demás me destruyeron sin piedad, uno tras otro.
La que recuerdo con claridad es la partida contra Mariano. Era el único niño con la cámara apagada y, por un momento pensé que le iba a ganar. Le había comido muchas piezas, pero en un descuido me atacó con su torre y paf, jaque mate.
Recuerdo, sobre todo, sus gritos eufóricos, decía que yo le llevaba más de 20 puntos de ventaja y que me había ganado. Los otros niños le preguntaban: “¿A quién, a quién? Sentí mucha vergüenza cuando escuché que un niño dijo: “Acá dice que se llama Luis Wong”. Desde ese momento todos me empezaron a decir así, con nombre y apellido: Luis Wong.
[Niños]: Muy buenas tardes, Luis Wong. Buenas tardes, Luis Wong.
[Luis]: Salí de esa primera sesión derrotadísimo. En la sala estaba mi esposa, Denisse, viendo televisión. Me acerqué a contarle lo que había pasado en esa primera hora con mis rivales, y mientras le contaba, me daba cuenta de lo absurdo que era.
[Denisse]: Me acuerdo que saliste de tu clase y me empezaste a contar riéndote, que llegaste y de pronto era un campeonato y había muchos niños y que quedaste último. Y yo te dije: ¿Qué fue? ¿Cómo vas a quedar último?
[Luis]: Ella me dijo que igual no le parecía tan raro que tuviera clases con niños. Que yo era, un poco como un niño: curioso, competitivo. Ella lo es todavía más: odia perder hasta cuando jugamos entre nosotros juegos de mesa. A mi esposa le daba risa y a mí también, aunque otra sensación ya empezaba a crecer: quería revancha.
[Luis]: Recuerdo que en esos días me empecé a obsesionar con los videos de ajedrez en YouTube: aperturas, jaque mates, errores comunes. Bajé libros de internet, incluso me suscribí al plan premium de una app para que una computadora analizara todas mis partidas. Mi esposa miraba con asombro mi nueva obsesión.
[Denisse]: Cada vez que tenemos un minuto libre o esta…, yo, estamos viendo una serie y de pronto pierdes interés en la serie, te pones a jugar chess.com, lo cual a veces causa fricciones entre nosotros.
[Luis]: Aunque me dedico a crear juegos —y hasta alguna vez diseñé un juego de mesa que se vendió en Perú— nunca había logrado ser bueno en el ajedrez. Al menos no como mi hermano David, que tiene 13 años más que yo.
De niño yo vivía con mis papás en un departamento en Lima y él venía a visitarnos. Por esos años no tenía tantos amigos y cuando venía David nos quedábamos jugando videojuegos durante horas. Un día llegó con un tablero y me mostró las piezas por primera vez: los caballos, los alfiles, las torres, la reina, el rey.
Me emocioné mucho cuando dijo que iba a enseñarme a jugar ajedrez. Aunque esa alegría también traería frustración: lo intentaría decenas de veces, pero nunca podría ganarle. Ni una vez. Y lo recuerdo porque de niño no toleraba perder en nada. Era muy competitivo, sobre todo en el colegio. Me importaba mucho ser el mejor de la clase.
Mi colegio era muy tradicional, de esos que se jactan de sus exalumnos más destacados, políticos o empresarios; y esa competencia ya te la metían desde muy chico. Recuerdo que en tercer grado recibí una carta de un compañero sin nombre, que decía: “Sé quién eres… Este año te voy a ganar”. Otro me dijo que su mamá le iba a regalar un perro si lograba tener mejor promedio que yo.
Y yo, que ya entonces usaba anteojos y era el estereotipo del niñito nerd, sentía que todos en mi entorno esperaban que fuera el mejor y eso me daba angustia: creía que si tenía una mala nota me volvería una decepción para todos. Quizás por eso, pienso ahora, era tan fanático de los videojuegos: porque en esos mundos paralelos los errores estaban permitidos, eran parte del juego. Si te equivocabas, solo empezabas de nuevo y ya.
Con los años, fui dejando poco a poco esa competitividad y quedándome con el amor por esos otros mundos: primero empecé a escribir sobre videojuegos y después a crearlos. Al ajedrez no volví hasta que llegó la pandemia y con ella la serie Gambito de Dama.
Entonces, empecé a jugar online y ya saben lo que vino después: tal como mi hermano David hace tantos años, un grupo de niños me destrozó en un torneo que ni siquiera sabía que íbamos a tener. El jueves siguiente volví a conectarme a la clase, y el Gran Maestro empezó a hablar:
[Gran Maestro[: Bueno, Luis se acaba de conectar justo a las 6 de la tarde en mi computadora y vamos a dar solo un minutito de tolerancia por si alguien más se conecta.
[Luis]: Ahí estaban todos los niños que me habían ganado una semana antes.
[Gran Maestro]: Vamos a hacer un repaso de las partidas que se jugó, importantísimo siempre para revisar los errores más notorios, ¿no?
[Luis]: Me preparé para las burlas. Pero cuando llegamos a mi derrota contra Mariano, el chico al que le había sacado 20 puntos de ventaja, el Gran Maestro explicó mis errores con mucha calma.
[Gran Maestro]: Pero claro si llevamos el caballo ahí, nos comen un peón central, sacamos la dama, que no conviene sacarla, y ahora muy bien Luis que aprovecha aquí, defiende el caballo, amenaza el alfil…
[Luis]: Cuando terminamos la revisión ya me sentía más tranquilo, y empecé a asistir todos los jueves a las clases. El Gran Maestro nos planteaba problemas en un tablero virtual, ubicando las piezas en distintas situaciones, y lanzábamos nuestras mejores ideas para resolverlos. Las mías solían estar mal, claro, y en esas primeras clases siempre me corregía una niñita de trenzas, Safrys.
Era una de las que más participaba en las clases. No sé por qué, pero le hacía muchísimas preguntas sobre geografía al Gran Maestro, y a veces nos contaba de los torneos en los que competía: una semana había viajado a jugar en Cusco, otra a Ecuador. Y solía volver con medallas. Me parecía una niña muy dulce, pero cuando nos enfrentábamos, era despiadada. Yo la miraba de reojo y su concentración me llegaba a dar un poco de susto…
Un día el Gran Maestro compartió una publicación del Instagram que le manejaban a Safrys sus padres. Me metí y la vi en Machu Picchu, posando con un tablero de ajedrez. En una escuela, enseñando a otros niños a mover las piezas. En un lago, recitando el poema Ajedrez, de Borges.
[Safrys]: En su grave rincón los jugadores rigen las lentas piezas. Adentro, irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores. Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina: sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada.
[Luis]: Pensé que si algún día quería ganarle a Safrys y a los demás niños, tenía que conocerlos un poco más. Preguntarles cómo practicaban, qué libros de ajedrez leían, qué estrategias usaban. Así que le escribí a su mamá, me presenté y le dije que era un compañero de clase de su hija. Ella, que es bióloga molecular, me dijo que estaba muy orgullosa de sus logros, y que Safrys le había hablado de mí. Yo le conté que me ganaba sin despeinarse. Le dio gracia que quisiera derrotar a su hijita y quedamos de hacer un zoom los tres.
[Safrys]: Mi nombre es Safrys Valenzuela Reynoso. Tengo siete años.
[Luis]: Safrys me contó que le encantaba la geografía, la historia y leer todo tipo de libros. En el escritorio se veían algunos, y le pregunté por sus favoritos.
[Safrys]: Moby Dick, la biografía de Ana Frank, El diario de Ana Frank y Cien años de soledad, La Hojarasca.
[Luis]: Moby Dick, El Diario de Ana Frank, Cien años de Soledad, La Hojarasca. Wooooow. Si yo de niño hubiera tenido a Safrys en mi salón, quizás yo le hubiera mandado esa nota: “Sé quién eres. Este año te voy a ganar”. Aunque no lo hubiera logrado, por supuesto.
Quería saber cuándo aprendió a jugar ajedrez, y asumí que me iba a decir que casi al mismo tiempo que aprendió a hablar o algo por el estilo, pero su respuesta me cayó como un baldazo de agua fría. Me dijo que había empezado solo unos meses antes de que nos conociéramos. De hecho, había aprendido a mover las piezas en las clases. No podía creer que ya jugara tan bien.
Le pregunté cuál era su apertura favorita. En ajedrez, las aperturas son las primeras jugadas que haces, las que te posicionan en el tablero. Han sido estudiadas por siglos y hay algunas que ya son clásicas, como la apertura española o la italiana.
De inmediato pensé que Safrys debía conocerlas todas y, por eso, me ganaba como si nada. Seguramente porque eso mismo era lo que yo intentaba: memorizar patrones de tutoriales de YouTube. Pero me dijo que no, que no utilizaba ninguna apertura de memoria. Que simplemente jugaba respetando siempre los principios del ajedrez.
[Safrys]: Los principios del ajedrez son dominar el centro, desarrollar piezas, enrocar y desarrollar la torre y luego ya la dama.
[Luis]: Dominar el centro, desarrollar las piezas, enrocar la torre y luego ya la dama…
[Safyrs]: Es un juego que tú llevas a tu ejército hasta hasta mate, rey. Y tú eres el responsable de lo que pase con tu ejército.
[Luis]: Eso era lo que más le gustaba: que el futuro de su ejército estuviera en sus manos. El mío no debe estar muy contento con cómo los hago sufrir, pero, de todas formas, Safrys me dijo que ya estaba mejorando mucho. Del uno al diez, con generosidad, le puso a mi juego un nivel cuatro.
Al menos no estaba en el nivel uno…
En los días siguientes, me quedé pensando en lo que me dijo Safrys sobre los principios del ajedrez y usar la imaginación, en vez de memorizar jugadas como una fórmula para el éxito. Y me dieron ganas de contactar a mi hermano David, a ver si él podía ayudarme un poco. Se acordaba tanto como yo de nuestras tardes jugando juntos cuando éramos niños.
[David]: Y era muy bonito. Además, éramos tú y yo y… Teníamos que… que divertirnos haciendo algo, ¿no?
[Luis]: En esa época David era el segundo mejor jugador de su colegio. Y no de cualquier colegio, sino de uno ruso, donde tenían ajedrez como materia deportiva desde la secundaria. Tenía un profesor que era Maestro Internacional y yo entonces me lo imaginaba como esos rusos de las películas de Hollywood, entrenado desde los cinco años para destrozar a sus rivales.
David estuvo cerca de a ser un Maestro, un par de categorías más abajo que Gran Maestro, pero nunca lo logró. No le importaba tanto ser el mejor, solo quería divertirse jugando.
Le conté a mi hermano que me había metido a clases y que mis compañeros tenían la edad de Gonzalo, mi sobrino. Él me contó que hace poco Gonzalo, que también está en clases de ajedrez, había jugado contra un señor mayor en un centro comercial.
[David]: Jaja, y había en el piso esos ajedrez enormes y empezó a jugar, pero el señor era una persona mayor que no tenía piedad de mi hijo, que tenía siete años, ocho años.
[Luis]: Así que mi hermano le empezó a soplar qué piezas mover.
[David]: Oye, el señor se metió una picada cuando ya le iban a hacer el mate. Uy cha e! Con toda la gente alrededor, oye. “Señor, no se pique, no se pique, no se pique”… ya.
[Luis]: Que no se enojara. Entonces mi hermano tuvo un momento de compasión, y le dijo a mi sobrino que le diera las tablas, que en ajedrez es ofrecerle al rival un empate.
[David]: Bueno, ya le dije a Gonzalo: “Dale las tablas”, porque uno tiene que darle las tablas cuando… por respeto, pues, ¿no? Ya el señor que… un chico de ocho años dándole las tablas…
[Luis]: Qué vergüenza que te empate un niño, ¿no? Le conté que a mí me pasaba lo mismo con los niños de mi clase. Solo que peor. No me daban las tablas, sino que me ganaban todos.
[David]: Oye, ¿pero tú le vas con todo o los dejas ganar? Porque imagino que tú tienes tu corazoncito y dices: “Oye, no le voy a ganaaar, pues… se van a frustrar, ¿no?”
[Luis]: Ah no, yo trato de ganarles.
[David]: Yo los dejaría ganar, por ejemplo.
[Luis]: O sea, yo no puedo ganarles. ¡Eso es lo que pasa!
Mi hermano se reía al otro lado del teléfono. Pensaría que siempre fui muy malo para el ajedrez y, simplemente, los años no me habían cambiado. Cuando les conté a mis papás, la reacción fue la misma. Este es mi papá:
[Papá]: ¡Qué roche! ¿No te da vergüenza que te gane una niñita de seis años?
[Luis]: Mi mamá, al menos, no cayó en el bullying, sino que trató de consolarme. Me dijo que los niños aprenden más rápido. Mis amigos me decían que era como el capítulo de Seinfeld en que Kramer se inscribe en karate y le toca luchar con niños de ocho años. Como están en el mismo nivel, le parece justo y lo único que quiere es ganarles.
Y no estaban tan lejos de la verdad… entre tantas risas de todo el mundo, mis ganas de ganarle a estos niños eran cada vez más grandes. Era un poco como haber vuelto al colegio, cuando la vida era una competencia por ser el mejor sin un propósito claro. Aunque al menos ya estaba progresando: empecé a resolver bien algunos problemas en clases, y hubieran visto mi emoción al ganar mis primeras partidas en a los niños menos avanzados.
Con un poco más de confianza, un día me quedé conversando con el Gran Maestro. Lo más importante, me dijo, era entender los tres conceptos esenciales, los que definen toda estrategia: desarrollo, tiempo y espacio.
[Gran Maestro]: ¿Parece muy fácil, no? Pero aplicar eso, que es tan lógico, toma su tiempo y hay que insistir en ello, aplicarlo. Y bueno, de aquí a algún tiempo, si uno ya logra dominar eso, ya vas a dar un paso importante como para entender de pronto conceptos más avanzados.
[Luis]: Me recordó un poco a las cosas que me dijo Safrys, a quien seguía sin poder ganarle. Pero la dinámica de la clase había cambiado: había otro niño que también la rompía en los torneos, y peleaba con Safrys el segundo puesto. Segundo puesto, porque claro, el ganador siempre era el Gran Maestro.
Este niño a mí me ganaba con una facilidad que me llegaba a dar pudor. De todos, pronto fue el que me empezó a dar más curiosidad. Quizás porque me recordaba a mí cuando tenía su edad: parecía muy metido en su propio mundo de fantasía, usaba unas gafas azules enormes, y para Navidad se conectaba con un gorrito de ayudante de Papá Noel.
Quería ganarle al menos una vez, pero cada vez que jugábamos era peor. A veces trataba de hacerme el mate pastor, ganarme con solo cuatro jugadas. Y después de ganarme, siempre me decía:
[Nicolás]: Buena partida.
[Luis]: Un día, después de pedirle permiso a su mamá, lo llamé. Quería saber si vivía el ajedrez igual que Safrys, si tenía otro tipo de entrenamiento, otras claves.
Mi compañero contestó el teléfono y se presentó con naturalidad.
[Nicolás]: Mi nombre es Nicolás Garrido. Tengo nueve años. Estoy en 4.º grado. Voy a pasar a 4.º grado. Y mi curso favorito es la matemática.
[Luis]: De inmediato, empezó a contarme, en detalle, su rutina de vacaciones.
[Nicolás]: Em. En la mañana a veces me despierto a las 6 de la mañana y juego tipo hasta las 11 o 10. Luego por ahí que tengo un torneito de ajedrez. Luego ya juego mis videojuegos normales, más o menos lo que hace la generación de cristal.
[Luis]: Luego paraba un poco a almorzar.
[Nicolás]: Vuelvo a jugar ajedrez un ratito, ahora digamos que un lapso más corto como de una hora 35 minutos, por ahí. Ehhh, vuelvo a jugar videojuegos 30 o dos horas de jugar videojuegos, vuelvo a jugar ajedrez. Qué triste mi rutina… Y luego ya ceno normal y ya me voy a la cama bien pero que bien cansado de jugar tanto ajedrez (se ríe).
[Luis]: Me dio risa que dijera “qué triste mi rutina”. ¡Es exactamente la rutina que yo querría tener! Vacaciones, ajedrez y videojuegos todo el día. Bueno, Nico me contó que, a veces, hasta cuando no juega, es como si estuviera jugando.
[Nicolás]: A veces hago partidas en mi cabeza que, que no sé si ya me volví loco de la cabeza. No sé si soy paranoico, pero bueno.
[Luis]: Escuchándolo, empezaba a tener una idea de por qué nunca le había ganado. Nico parecía amar el ajedrez más que nadie que hubiera conocido. Incluso más que mi hermano cuando éramos niños. Su mamá le había enseñado a jugar a los cuatro años, y de inmediato, se puso una meta muy clara. Y muy alta.
[Nicolás]: Yo quisiera ser primero Gran Maestro y luego campeón mundial de ajedrez.
[Luis]: Nico parecía tan competitivo como lo era yo a su edad, aunque había
algo en su ambición que parecía más genuina que la mía, más parecida a un sueño. En los campeonatos, a algunos niños se les notaba fastidiados si perdían, pero Nico lo vivía de forma… distinta. A veces, en medio de una partida, se enojaba y empezaba a echarle la culpa a los “peones cabezones” —así les decía a los que no lo ayudaban a ganar—. Pero era noble: siempre reconocía cuando había sido una buena partida, ganara o perdiera contra quien fuera.
Le pregunté si creía que alguna vez yo le iba a poder ganar, esperando que me dijera que no, que nunca iba a ser tan bueno como él, porque él iba a ser el mejor del mundo. Pero esa no parecía ser su manera de ver las cosas.
[Nicolás]: Sé que algún día me vas a ganar porque es natural. O sea, es natural.
[Luis]: Según Nico, últimamente le costaba bastante más ganarme, aunque yo no lo notaba mucho. A veces, me dijo, pensaba que iba a tener que darme el empate, y, de repente, sin saber cómo, ganaba. Seguro estaba intentando ser amable. En su momento, Safrys había dicho que mi juego tenía un nivel de cuatro en una escala del uno al diez. Le pregunté a Nico en qué nivel me veía ahora.
[Nicolás]: Te doy un ocho. Y yo creo que has mejorado muchísimo.
[Luis]: Poco después de mi conversación con Nico, por fin me fue bien en un torneo y salí segundo, solo detrás del Gran Maestro. Y voy a ser sincero: al principio se lo conté a todo el mundo y hasta les mandé capturas de pantalla del podio. Mi nombre debajo de uno de los mejores ajedrecistas peruanos de la historia. Pero yo sabía que no era real.
Safrys había faltado ese día; Nico me ganó, como siempre, pero perdió inesperadamente otras de sus partidas; a otra niña se le había desconectado el internet, otros habían perdido porque se habían demorado mucho en hacer sus jugadas. Igual estaba contento, pero con los días me fue quedando un sabor agridulce. Era un poco ridículo haber presumido de ese triunfo ficticio, así que decidí que en el próximo torneo tenía que lograr un triunfo real.
No sabía cómo lo lograría, pero tenía que demostrarle a todos, a mis papás, a mi esposa, a mi hermano, al Gran Maestro, a los otros niños, que podía ganar en el ajedrez. Que podía, por una vez, darle un destino de gloria a mi ejército.
[Daniel]: Pero, para eso, Luis necesitaba un maestro que lo entrenara para llegar a un nuevo nivel. Uno que pensara como un niño… Uno que fuera un niño.
Una pausa y volvemos.
[MIDROLL]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, escuchamos cómo Luis Wong, un peruano de 34 años, entró a clases de ajedrez con niños de entre seis y nueve. Y se frustró por no poder ganarles.
Así que buscaría un maestro para ganar en el próximo torneo.
Luis nos sigue contando.
[Luis]: Era una idea en la que venía pensando desde hace unas semanas, cuando la mamá de Nico me dio una mala noticia: habían decidido que Nico iba a tener que dejar las clases de ajedrez por un tiempo, porque el colegio iba a comenzar y el dinero no daba para tanto. Sin él, era más posible ganar un torneo, o mejor dicho, salir segundo, que es como ganar si estás jugando contra un Gran Maestro. Pero sin Nico no sería igual. Además, ya había empezado a agarrarle cariño.
Entonces me hizo una propuesta:
[Nicolás]: Que, que como ya tengo mis clases hasta el 10 de marzo, quisiera saber si… si luego de que termine mis clases y a veces jugamos los jueves o cuando quieras… una partida.
[Luis]: Me dio ternura: quería seguir jugando, aunque fuera solo conmigo. En los días siguientes me quedé pensando en eso, y se me ocurrió una idea: ¿y si le pedía que se convirtiera en mi entrenador? Como lo habían sido Rocky Balboa y Apollo Creed, primero grandes rivales y luego discípulo y maestro.
Estaba seguro de que la idea lo iba a entusiasmar… así que primero se lo planteé a su mamá. Ya habíamos hablado la vez anterior, cuando llamé a Nico para entrevistarlo. Se llama Isabel, y me contó que durante la pandemia había pasado a ser ama de casa para estar más tiempo con sus dos hijos.
Cuando la llamé, me contó algo que me dejó impresionado: Nico, a sus 9 años, era parte del Consejo de Niños de la Municipalidad de Lima. Tenía sesiones con el alcalde, y le había hecho una propuesta para ayudar a madres y niños víctimas de maltrato.
Y me contó que se tomaba muy en serio los torneos de ajedrez, quizás demasiado. En los días previos se ponía bastante nervioso y luego revisaba sus partidas y las de sus compañeros. Sabe que su hijo quiere ser campeón mundial y lo apoya, aunque su pasión la ha hecho pasar por algún momento incómodo.
[Mamá de Nico]: La primera vez que quedó en segundo lugar, por encima incluso de Safrys, que es una capa, este, salió corriendo, pero así corriendo, corriendo a buscarme, a decirme: “Mamá, mamá, quedé en el segundo lugar. Quedé en segundo lugar por encima de Safrys”. Y estaba él emocionadísimo.
[Luis]: Tanto, que la hizo correr a que viera la pantalla.
[Mamá de Nico]: Y yo vine corriendo y me dijo: “Ven, ve, mira” Entonces yo me acerqué a la a la pantalla a ver y le dije: “Bien hijito, bien, ¿cómo estás? ¿Y qué te ha dicho el Gran Maestro, no?” Y en eso nos dimos cuenta de que la cámara, el audio, todo estaba prendido. [Risas] Y nosotros: “Qué vergüenza, pero bueno”. Se notó la emoción.
[Luis]: Me enteré de que yo también solía ponerlo contento…
[Mamá de Nico]: Cuando te ha ganado, ha jugado contigo y te ha ganado él se ha sentido, la verdad, bastante feliz. Perdón, perdón. Pero se ha sentido feliz.
[Luis]: Gracias al ajedrez, me contó, Nico se había vuelto más analítico y había ganado confianza para hablar en público. Me sorprendió que dijera eso: cuando habla conmigo, su entusiasmo y sus ganas de hablar siempre parecen inagotables.
Le pregunté si Nico podía ser mi maestro y me dijo que ella no tenía problema, siempre que él quisiera. Me pidió que lo coordinara con él, pero que tenía que ser por las tardes, una vez que volviera del colegio.
Le escribí a Nico por WhatsApp y aceptó de inmediato: el lunes por la tarde tendríamos nuestro primer entrenamiento. Quedaban tres semanas para el torneo de fin de mes, así que tenía tiempo para prepararme. Me puse a leer un libro de una leyenda cubana del ajedrez que el Gran Maestro solía mencionar, seguí viendo tutoriales y compitiendo con extraños por internet… estaba ansioso porque empezaran mis clases con Nico.
Hasta que llegó el día. Nico acababa de regresar del colegio y yo había logrado salirme del trabajo temprano.
Nos conectamos a las cinco y treinta de la tarde. Tenía muchas expectativas. Nico era un niño, sí, pero no dejaba de ser un jugador extraordinario.
[Nicolás]: Primero vamos a revisar un poco el temilla de… de la defensa francesa, y luego ya si quieres jugamos una partida y la analizamos.
[Luis]: La defensa francesa: una manera de disputar el centro del tablero, jugando con las piezas negras, desde la primera jugada. Me dijo que íbamos a aprender un poco de teoría y haríamos una partida de práctica, para ver si lograba captar la materia. Se notaba que se lo tomaba muy en serio.
Yo pensaba en lo generoso que era: hubiera podido estar con amigos, haciendo tareas o lo que sea… y, sin embargo, estaba explicándole cómo jugar ajedrez a un adulto que, por algún motivo, quería ganar un torneo a un grupo de niños. Rápidamente, me empezó a enseñar una apertura.
[Nicolás]: Las ideas de blanco son consolidar su centro porque…
[Luis]: Nico era un maestro paciente y diría que hasta inspiraba autoridad. Le creía todo lo que me decía. En esa primera clase, me enseñó conceptos teóricos y también algunos términos utilizados por youtubers de ajedrez, como lo de los “peones cabezones”. También existían los “caballos lechugueros”.
[Nicolás]: El caballo lechuguero me refiero a cuando está en tierras fértiles, no se queda en su lado, pues, en su tierra… simplemente va a conquistar otras.
[Luis]: Al final de la clase, jugamos una partida que duró muy poco.
[Nicolás]: Bueno, en realidad, por lo demás, no has jugado tan mal, o sea…
[Luis]: Tan mal.
[Nicolás]: La analizamos un poquito.
[Luis]: Después de cada partida, Nico analizaba todos mis errores, metódicamente, al tiempo que me daba ánimos. Siempre remarcaba mis progresos y me daba confianza: decía que pronto le iba a ganar a él y a los otros niños.
Era un profesor excelente… parecía como si hubiera dado lecciones muchas veces antes, y me daba la impresión de que quería que me enamorara del ajedrez tanto como él. Aunque en un momento me confesó que, cuando me vio llegar a la clase, su primera reacción fue la que hubiera tenido yo: competitiva.
[Nicolás]: Primero me sentí extraño. O sea, cuando prendes tu cámara y veo un adulto, en ese momento mi cabeza dijo: “Despídete Nicolás de tu tercer lugar, porque te lo van a quitar e incluso Safrys despídete de tu segundo lugar, ¡porque te lo van a quitar!”
[Luis]: Bueno, ya sabemos que sus miedos eran infundados… y ahora la idea era que él me ayudara a mí a ocupar uno de esos lugares. Después de esa primera clase, me sentí bastante más optimista. Quedé convencido de que Nico me iba a ayudar a mirar el juego como lo veía él, mucho mejor que cualquier tutorial.
[Nicolás]: Bueno, muchas gracias por tu tiempo. Nos vemos el próximo lunes a las cinco y 30.
[Luis]: Dale.
[Nicolás]: Eh… buena semana. Nos vemos.
[Luis]: Gracias, Nicolás. Buena semana.
[Luis]: Toda esa semana seguí practicando y tratando de seguir los consejos de Nico. En la segunda sesión, me enseñó formas de cerrar una partida y llegar al jaque mate, sobre todo cuando ya solo te quedan el rey y unos cuantos peones. Me explicaba las ideas detrás de estos movimientos y yo trataba de mostrarme atento, como un alumno que busca impresionar a su maestro. Finalmente, llegó la tercera y última clase antes del torneo.
Me sentía un poco nervioso por el torneo… quizás porque estaba grabando este episodio, o porque Nico, en ese punto, tenía mucha confianza en mí. Lo que menos quería era decepcionarlo. No paraba de repetirme que confiaba en mi esfuerzo.
[Nicolás]: Yo creo que tú le vas a ganar a Safrys y a todos los de la clase en algún momento porque veo que te esfuerzas un montón.
[Luis]: En esa última clase hicimos “repasito”, como dice Nico: revisamos todas las jugadas y conceptos que me enseñó, y al final terminamos con una partida. Me la tomé muy en serio, era mi última práctica antes del examen final. Y pasó lo inesperado.
No sé muy bien cómo, pero de golpe, me di cuenta de que nos empezamos a quedar con pocas piezas… y yo llevaba la delantera. Tenía un par de peones más, y los dos ya habíamos perdido a nuestra reina. Nico se defendía, y se empezaba a demorar mucho en cada jugada, raro en él… como si cualquier paso en falso pudiera ser decisivo. Yo trataba de jugar con calma: ya me había pasado antes que, por ir ganando, perdía la concentración y lo arruinaba.
[Luis]: Al final solo nos quedaban unos peones y el rey: justo Nico me había preparado para situaciones como estas, a cerrar este tipo de partidas. Y no parecía haber marcha atrás. Mis peones estaban mejor colocados, pero me costaba convencerme: pensaba que mi maestro tenía un as bajo la manga… hasta que, de pronto, apareció el mensaje en mi pantalla. Nico se rendía. Entonces me dijo por la llamada de Google Meet:
[Nicolás]: Bien jugado
[Luis]: Sí, ¿te dejaste ganar o…?
[Nicolás]: No, la verdad jugué lo mejor que pude. Yo siempre juego en serio porque dejarse vencer es una acción antideportiva.
[Luis]: Luego de meses, de jugar una decena de partidas, al fin le había ganado a Nico. Traté de estar concentrado, no desesperarme. Y seguí los principios del ajedrez que me enseñaron Safrys y él: sacar mis piezas, dominar el centro, enrocar el rey. Este triunfo marcó el final de nuestras clases.
[Nicolás]: Ten un lindo fin de semana, bueno, toda la semana que te vaya muy bien ehh, y bueno, nos vemos, bueno, cuando tú quieras. Qué te vaya muy bien en el torneo.
[Luis]: Sobre todo, esperaba no decepcionarlo.
[PAUSA]
[Luis]: Y finalmente llega el día del torneo. Estoy muy nervioso. Toda la semana he estado pensando en eso. Le conté a mi esposa, a mis papás, a mis amigos… y traté de terminar mis tareas del trabajo para jugar unas cuantas partidas de calentamiento antes de que empiece. Para entonces, ya estoy convencido de que mi victoria sobre Nico ha sido pura suerte. No me puedo confiar ni por un segundo.
Estoy a punto de conectarme, cuando me llega un mensaje de voz.
[Nicolás WhatsApp]: Suerte, que te vaya muy bien, Luis Wong. Ehh, seguro que vas a quedar muy bien, top 2 o top 3 en el podio. Y recuerda siempre ir a las posiciones ganadoras.
[Luis]: Nico está pendiente de mí… no puedo defraudarlo. No voy a defraudarlo. Veo quiénes están presentes y, de golpe, siento que tengo una oportunidad. Está Safrys, que para mí es como si estuviera Garry Kasparov, pero a los otros tres niños alguna vez les he ganado… por suerte, tiempo o lo que sea. El torneo va a durar exactamente una hora y queda un minuto para el arranque.
La cuenta regresiva termina y empezamos.
Mi primer rival es Salvador, el chico del espacio. Es un niño de unos seis años, quizás siete, que suele aparecer en la pantalla con fondos de galaxias, o adentro de una nave que va a toda velocidad por el cosmos. Me ha derrotado varias veces, pero yo también le he ganado últimamente. Tenemos 7 minutos cada uno para todos los movimientos que hagamos en la partida, y cada vez que movemos ganamos, tres segundos extra. Hay que pensar rápido. Cada segundo vale oro.
La partida con Salvador es intensa. Él juega agresivo y me come varias piezas. Empiezo a sentirme acorralado, pero veo una oportunidad: un agujero en su línea de peones. Su rey está desprotegido. Decido arriesgar mi defensa, y lanzarme a matar o morir. Encuentro un espacio, jaque mate. Y de pronto, empiezo a sentirlo: este puede ser mi torneo. Quizás Nico tenía razón.
Estoy en lo alto de la tabla, junto al Gran Maestro y Safrys, la gran favorita. Sin Nico en el torneo, la responsabilidad de derrotarla es mía. Empieza la segunda ronda y me toca con ella. Temo que una derrota me meta en un pozo del que no pueda salir. Nuestras últimas partidas han sido reñidas, pero ninguna como ésta: 14 minutos después, seguimos parejos. A los dos nos quedan tres peones y un caballo, y yo tengo el tiempo de mi lado: a ella le quedan veinte segundos para jugar y a mí cuarenta. Miro de reojo su cámara y solo alcanzo a ver la mitad de su cabeza con trencitas, inmóvil, completamente concentrada.
Soy yo el que comete el primer error. Muevo un peón lejos de la protección de mi rey, y lo come de inmediato, como si ya lo hubiera tenido planeado desde antes. Quince segundos. Otros dos movimientos y ya no tengo salida, mi única opción es estirar la partida y ganarle por tiempo. Diez segundos.
Trato de huir, de proteger a mi rey, pero es imposible… jaque mate.
Estuve tan cerca… que la derrota tiene un efecto devastador. De inmediato, empiezo a pensar que no lo voy a lograr. No entiendo cuál fue mi error: pensé al detalle cada jugada, demoré lo justo en cada decisión. Mantuve el control de la partida pero Safrys tenía el control total de su ejército, tal como le gustaba: era como si me pudiera leer la mente.
Sigo en el podio, pero ahora tercero. Y, por si no fuera suficiente, la pantalla me anuncia que voy a jugar contra el Gran Maestro, Julio Granda, la leyenda. Nunca lo he visto perder y claro… yo no voy a ser la excepción. Me gana con facilidad, con elegancia incluso. Pero no me frustro: era una derrota inevitable. Mi nueva meta es al menos quedar dentro del podio, pero veo que Salvador, el chico del espacio, me ha quitado el tercer lugar. Aunque estamos a solo dos puntos.
Estoy pensando en eso cuando me entra un WhatsApp.
[Nicolás WhatsApp]: Luis, ¿cómo te fue en tu partida?
[Luis]: Es Nico. Ni siquiera me deja contestar y se responde a sí mismo.
[Nicolás WhatsApp]: Creo que muy bien.
[Luis]: Me da pena decepcionarlo, pero le cuento de mis resultados: una victoria y dos derrotas. Entonces, como si pudiera adivinar lo que siento, me escribe que no me desanime: que mantenga la esperanza y nunca me rinda, ni en las posiciones más difíciles. Su mensaje me tranquiliza, pero no sé si con eso sea suficiente.
[Luis]: Me toca contra Luana, una niña que habla muy poco en clases. Es una rival difícil, pero ahora, por alguna razón, se demora mucho en sus movimientos. No está jugando mal —me va ganando por poco—, pero se tarda demasiado, como si le estuviera fallando el internet. Gano por tiempo. Me da un poco de pena por ella, pero bueno, una victoria es una victoria. Faltan diez minutos para que termine el torneo y otra vez me toca con Julio Granda. Esta vez duro 3 minutos, ni siquiera me da tiempo para pensar en algún consejo de Nico.
El Gran Maestro da los resultados parciales:
[Gran Maestro]: Ya Safrys tiene asegurado el segundo lugar y estamos a la espera de la partida de Salvador y Luis.
[Luis]: Todo se va a definir en una partida final, otra vez contra mi gran rival de esta noche: Salvador, el chico del espacio. Si le gano, entraré al podio. Pero solo quedan cinco minutos, y si el tiempo se acaba en medio de la partida, los puntos no cuentan. Tengo que arriesgar todo si quiero quedar tercero.
Así que me lanzo al ataque. Salvador, en una galaxia lejana, siente la presión. Empiezo con una defensa francesa: le como un alfil y me pongo a la delantera. Tengo una pieza más y empiezo a controlar el centro del tablero… pero me confío y, de un momento a otro, entro en un remolino de errores. Pierdo la reina… sus peones avanzan peligrosamente. Me queda un caballo, una torre y poco más. Todo se viene abajo y Salvador tiene aún tres minutos para darme el golpe de gracia. Transforma uno de sus peones en otra reina y entonces sé que estoy perdido: mi rey está totalmente expuesto. Salvador lo sabe también. Un par de movimientos certeros y me gana. Jaque mate, fin del torneo.
[Gran Maestro]: Justo el sistema de Lichess acaba de proclamar a los ganadores, Safrys en segundo lugar con 16 puntos y Salvador con 8. Muy bien por ambos.
[Luis]: Yo quedo cuarto, justo debajo del podio. Me siento decepcionado de mí mismo… todo iba bien y, de un momento a otro, dejé que se me escapara una vez más de las manos. Me da vergüenza decirle a Nico, porque nadie cree en mí tanto como él, pero seguro está esperando mi mensaje. Le escribo: “Nico, perdí con Salvador en la última y quedé cuarto”. Él me contesta de inmediato:
[Nicolás]: No hay problema si no has quedado en el podio. Lo que importa es que diste lo máximo de ti y lo que tienes en el cerebro. Que, que siempre, eh, vas a jugar lo mejor que puedas, y sobre todo que hayas aprendido mucho.
[Luis]: A veces siento que sabe más de la vida que yo. Nico me manda un emoji de una persona señalando su cabeza y luego me dice que nunca abandone el ajedrez. O que lo haga, pero solo si es lo que yo quiero hacer. Que, como sea, él va a estar cuando lo necesite. Me da un poco de risa, me parece casi un cliché que un niño de 9 años me esté dando una lección de vida. Pero así sucede.
En los días siguientes, la frustración va pasando, y no dejo de pensar en lo que me dijo Nico. No logré mi meta, pero me siento contento con mis otros logros de estos meses… mejorar mi juego, reencontrarme con un hobbie de mi niñez, entender que la competencia no lo es todo, y lo más importante, conocer a Nico.
Y también empiezo a sentir que toda esta experiencia debería servirme para mi trabajo haciendo videojuegos. Había perdido pasión… desde hace algún tiempo todo se reducía a números, dinero, descargas. La belleza del ajedrez, la elegancia de sus reglas, que han entusiasmado a hombres y mujeres durante milenios, me hace pensar en lo mucho que disfrutaba de los juegos antes de que fueran mi trabajo. En que debería recuperar algo de eso.
Creo que las clases con Nico y con el resto de los chicos me hicieron volver a enamorarme de jugar. Y también creo que en el fondo a Nico nunca le importó que yo lo destronara, que solo estaba feliz de tener otro amigo con quien jugar al juego que amaba. Sigo practicando todos los días en chess.com y leyendo libros, aunque la obsesión va bajando. Pero empiezo a disfrutar más las partidas.
Luego de unos días, le escribo a Nico para una última partida. Como cuando Rocky y Apollo se juntan al final de Rocky 3, en un ring a oscuras y sin público, solo por el placer de boxear. Nos conectamos un par de días después.
[Nicolás]: Hola Luis, ¿qué tal estás?
[Luis]: Tengo un poco de nostalgia, porque pienso en esa sesión como una especie de despedida. Pero él está igual de simpático que siempre. Le cuento los detalles del torneo, lo cerca que estuve de ganarle a Safrys, el enfrentamiento doble con Salvador. A él no le importa para nada que al final haya perdido.
Esa tarde revisamos algunas partidas del torneo y puedo ver más claramente mis errores. Y Nico me hace ver uno que no había notado: que pienso demasiado las cosas, y eso también puede perjudicarme.
[Nicolás]: Tú te concentras muy bien. Yo lo he notado porque cuando yo estoy contigo, como ahora, no te noto ninguna música, ni que, ni que hables, ni que un glu glu glu. Y también que piensas mucho tus movimientos, por eso es que no te desconcentras
[Luis]: Es cierto: trato de pensar al detalle cada jugada, ver todas las posibilidades antes de tomar una decisión. Pero eso no siempre es algo bueno. Debería confiar en mí mismo. Ser más decisivo.
[Nicolás]: Quizás deberías seguir tú, o sea, lo que intuyes que es lo mejor. Pensar un poco, claro, pero, pero en menos tiempo.
[Luis]: Es decir, cuando voy a tomar la oportunidad, ya se me fue el tren: no actúo cuando debo hacerlo y, al pensar demasiado, le doy tantas vueltas que me equivoco. Tengo que seguir mis corazonadas. Dejar de pensar tanto y que el juego fluya, que mi vida fluya. Y sobre todo divertirme, porque sino para qué. Nico quiere ser el mejor, pero eso lo tiene claro.
[Nicolás]: Por ejemplo, si un campeón mundial es muy bueno, pero no se divierte haciéndolo, no creo que sea lo mejor que se, o sea, que se dedique toda su vida a eso.
[Luis]: Suena tan obvio, dicho así… pero tal vez necesitaba que un niño me lo dijera.
[Nicolás]: De hecho, yo me divierto mucho contigo.
[Luis]: Y yo también, Nico.
[Daniel]: Luis sigue en sus clases de ajedrez todos los jueves y ya no es el único adulto en ellas. Safrys ganó la medalla de bronce en el Campeonato Mundial Escolar de Ajedrez, categoría sub 7, que se disputó en Panamá. Nico aún no regresa a las clases, pero con Luis quedaron en juntarse cada tanto para jugar partidas en línea.
Luis Wong produjo esta historia. Vive en Lima, Perú.
Este episodio fue editado por Camila Segura, Nicolás Alonso y por mí. Bruno Scelza hizo el fact-checking.
El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música original de Rémy.
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