Inventario del éxodo | Transcripción

Inventario del éxodo | Transcripción

COMPARTIR

[Daniel Alarcón]: Hola, antes de comenzar, quiero decir que en Radio Ambulante hemos estado prestándole mucha atención a la situación de Venezuela. Nos referimos por supuesto a los ataques a las lanchas en el Caribe, al discurso cada vez más agresivo desde la Casa Blanca hacia el país. La semana pasada, se reveló que el presidente Trump aprobó a la CIA realizar operaciones dentro del territorio venezolano.

Y bueno, no somos un programa de noticias… Para eso está El hilo, que por cierto sacó un episodio muy bueno hace poco sobre muchos de estos temas. Pero si nos parece pertinente, y parte de nuestra misión, tratar de entender mejor lo que se ha venido viviendo en Venezuela, y lo que sienten muchos de los venezolanos que se han ido. Entonces, con esa idea, les traemos la historia de hoy. Que disfruten

Esto es Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón.

El episodio de esta semana arranca en Caracas, Venezuela, el 2 de julio de 2017. Ese día Soledad Giménez Guevara puso llave a la puerta de su apartamento, un dúplex amplio y luminoso en el municipio de Baruta.

[Soledad Giménez Guevara]: Cerré mi casa como que si fuera al supermercado. Las camas estaban con la ropa de cama que usábamos. En el baño estaban las toallas y todos nuestros productos de aseo, de higiene. Y podías entrar a la cocina y sacar café y prepararlo. Y había comida en la alacena. Yo dejé todo así.

[Daniel]: Salió hacia el aeropuerto con una maleta de 23 kilos, el peso máximo que permiten  las aerolíneas. Se iba a visitar a su única hija, Amanda, que en ese momento tenía 22 años y se había instalado en Santiago de Chile ocho meses antes. En la maleta llevaba algo de ropa, un cristo de madera pintado a mano y muchas fotos, entre las que había una del cerro El Ávila, un pico en la parte central de la cadena montañosa que rodea de este a oeste la capital venezolana.

[Soledad]: Me acuerdo que en ese momento pensé que se las estaba trayendo a Amanda. Porque yo quería que ella tuviera fotos de su familia y de su ciudad.

[Daniel]: Soledad quería compartir tiempo con ella pero también tomar una pausa de Venezuela. Necesitaba alejarse de la crisis social y económica del país, que la agobiaba. 

[Soledad]: O sea, llegó un momento en que yo sentía todos los días a las 7 de la noche un desasosiego terrible, terrible. Era una cosa que no se me quitaba, era como ahh. Como que en el corazón se me, se me venía algo. Y yo decía yo aquí no, no estamos bien. Hay que ver para dónde nos vamos. El tiempo se acaba, el tiempo se acaba.

[Daniel]: La inseguridad en Caracas la había afectado y perdió por completo la tranquilidad. Con el tiempo, se sumó otra preocupación. El dinero cada vez le alcanzaba menos. Hasta ese momento, ese nunca había sido un problema para ella. Era una abogada con casi 30 años de carrera, que había trabajado en grandes empresas privadas. Pero en 2017, en Venezuela, había una inflación de casi 900 por ciento anual y cada vez tenía que gastar más para comprar los mismos alimentos. Si es que los encontraba, porque el desabastecimiento era enorme.

Fue en medio de todo eso que Soledad visitó a su hija en Chile. En principio pensaba quedarse solo un mes, pero por una cosa y otra su estadía se fue extendiendo. Y empezó a extrañar a los que había dejado en Caracas. 

[Soledad]: Ya mis padres habían fallecido, pero me quedaba una tía que fue mi segunda mamá y esa tía es una viejita muy linda, súper simpática y yo la iba a visitar todos los días. Entonces, estaba ella, mi tía Vicky y estaba mi perrita. Una boxer. Eh, Kira. 

[Daniel]: Pero a los tres meses de haberse ido, su tía murió. Y la idea de regresar a Caracas le empezó a parecer cada vez más lejana. Así que mandó a traer a Kira. Y ahí se dio cuenta de que posiblemente ya no iba a volver a Venezuela. 

[Soledad]: Cuando pensé que si ya no había nadie que me esperara allá y Amanda estaba aquí. Dije: Bueno, me quedo aquí, trato de hacer algo aquí.

[Daniel]: Como no le reconocían su título de abogada, empezó a probar con otras cosas. Trabajó como asesora en una empresa de seguros de salud privada y cuidó a un bebé de una pareja de venezolanos. Hasta que empezó a trabajar como consultora migratoria, ayudando a instalarse a los extranjeros que llegaban a Chile. 

Habían pasado cuatro años y ya se sentía más afianzada en el nuevo país. Así que tomó una decisión: era hora de vender el departamento que había dejado en Caracas. Ese en el que había vivido 16 años. Allí había criado a su hija y pasado los mejores momentos de su vida.

[Soledad]: Era muy agradable, muy, muy agradable. Fue una época muy linda que recuerdo con mucho cariño.

[Daniel]: Tomar la decisión de venderlo no fue nada fácil. Pero además se sumaba otro problema. Su casa había quedado intacta: llena de libros, ropa y muebles. Llena de fotos y objetos que eran parte de su identidad. Gran parte de su historia en esos 115 metros cuadrados. Y ella, ahora, a la distancia, tendría que resolver qué hacer con todo lo que había dejado allí.  

La periodista Cecilia Diwan junto  con nuestra productora Aneris Casassus reportearon esta historia. Aquí Cecilia. 

[Cecilia Diwan]: Cuando Soledad finalmente decidió poner a la venta el departamento de Caracas se sintió abrumada. Allí tenía todas sus cosas y no sabía qué hacer con ellas ni por dónde empezar. Era muy difícil ocuparse de vaciarlo a distancia y además no quería perder los recuerdos que más quería. Comenzó por preguntarle a sus amigos si sabían de alguien que pudiera encargarse del tema en Venezuela. Una amiga que había emigrado a Madrid le dijo…

[Soledad]:  “Sole, pero Mairín está haciendo eso”. 

[Cecilia]: Mairín Reyes Betancourt. Soledad ya la conocía: había sido su compañera de trabajo y había ayudado a esa amiga en común a resolver un asunto. 

Esa vez, la tía de la amiga no tenía con quien pasar el Año Nuevo porque toda su familia vivía en el exterior. Mairín enseguida aceptó ayudarla y se ocupó de enviarle una cena a la señora. Es que Mairín  siempre había sido así: solidaria, dispuesta a ayudar a todo el mundo. Una solucionadora de problemas nata, por decirlo de alguna manera. Y fue después de eso cuando se le ocurrió una idea. Esta es Mairín:

[Mairín Reyes]: Eso me llevó a la reflexión de pensar bueno, mira, entonces yo me  voy a dedicar a prestar servicios, para la gente que está fuera que siempre está requiriendo a alguien.

[Cecilia]: En esa época Mairín tenía pocos ingresos y pensó que sería una buena salida laboral. En sus 60 años ya había tenido varios emprendimientos. Ahora se sentía lista para uno nuevo. Cuando Soledad se enteró de lo que estaba haciendo, no dudó en pedirle ayuda con su casa.

[Mairín]: Me dijo: “Oye Mairín, qué bueno lo que estás haciendo, yo te necesito, yo no voy a regresar, voy a vender mi inmueble. Tiene unas filtraciones ¿Tú te vas a ocupar de eso también?”. Yo le dije “sí”.

[Cecilia]: Después de estar muchos años deshabitado, el departamento de Soledad había comenzado a deteriorarse. Es un problema que tienen la mayoría de las casas de los que se fueron.  Como nadie se ocupa de solucionar los problemas que van surgiendo, las viviendas empiezan a venirse abajo.  

Lo mismo pasa en los espacios comunes de los edificios. Porque para los que se quedaron es imposible afrontar los gastos de mantenimiento. 

Soledad pensó entonces que la mejor estrategia para vender su casa a un buen precio era dejarla en buenas condiciones. Mairín se ocupó de todos los detalles. Contrató a una arquitecta y empezó a ir todos los días para supervisar los arreglos. 

También acordaron que Mairín se encargaría de vaciar los armarios, los cajones y las alacenas. Soledad le estaba abriendo las puertas de su casa pero también de su intimidad.

Mairín comenzó con la tarea. Primero revisó un mueble archivador que tenía tres cajones. Ahí Soledad guardaba toda la documentación relacionada a su trabajo. 

[Soledad]: Ahí había de todo, de todas las épocas. Me decía: “Soledad ¿Cómo puedes guardar tantos papeles? ¿Qué es esto?”. Y le decía: “Mairín, yo no sé exactamente qué hay ahí, pero tú, tú empieza a sacar, tú empieza a sacar”.

[Cecilia]: Mairín leyó cada uno de los papeles, que eran cientos, y le fue enviando fotos para que Soledad decidiera qué hacer con ellos.  

[Mairín]: Yo le preguntaba ¿Y qué hacemos con esto?: “No, Mairín eso no me lo puedo traer, rompe eso”.

[Cecilia]: Rompió constancias de trabajo, diplomas y expedientes… pero guardó muy cuidadosamente fotos y otros papeles.

[Mairín]: Había cosas que aunque me hubiese dicho no, déjalo.  Yo le decía bueno, pero mira, esto es de cuando tu hija estaba pequeñita. “Ay, es verdad, no, guárdamelo”. 

[Cecilia]: Cuando terminó con el archivador siguió revisando los distintos muebles de la casa. Hablaba horas por teléfono con Soledad contándole qué había en cada lugar…

[Mairín]:  Y ella empezaba a echarme el cuento de dónde venía. Quién se lo había dado. Si era su papá, si era su mamá y ya yo escuchaba todo ese cuento para después seguir trabajando. 

[Cecilia]: Soledad recuerda muy bien cuando llegó el turno de deshacerse de una biblioteca de madera que le había regalado su papá cuando empezó a estudiar Derecho. 

[Soledad]: Y  esa, cuando la fueron a vender ahí me, eso me golpeó, me golpeó. Tener que desprenderme de la biblioteca de mi papá. Más que de muchas otras cosas.

[Cecilia]: Pero Soledad no era la única afectada…

[Mairín]:  Me pegó muchísimo porque bueno porque la conocía de cerca y yo había estado en esa casa varias veces. Para mí fue muy impactante.  Fue doloroso, yo creo que ese trabajo fue uno de los que hice con, guau, con un nudo en la garganta constante. 

[Cecilia]:  Porque no era solo un trabajo. Era reconocer que Soledad, como tantos de sus otros amigos o familiares, ya no iba a regresar. 

[Mairín]: Es también conmoverte a que alguien tenga que empezar de cero en otras fronteras y posiblemente haciendo cosas que quizás aquí nunca se las imaginó que las iba a hacer. 

[Soledad]:  Había momentos en que yo la sentía a ella muy conmovida porque me decía:  Sole yo estoy aquí en tu casa y me parece ¿eh? me parece extrañísimo que yo esté aquí y tú no estés. Y yo me quebré. Me quebré porque ahí caí en cuenta que que efectivamente se estaban desmantelando mi casa.

[Cecilia]: Es que hasta ese momento no había procesado del todo su partida.

[Soledad]:  Yo caí en cuenta que no me había despedido de mi país cuando salí, y mi duelo migratorio fue tardío.

[Cecilia]: Duelo migratorio es una frase que suelen usar los que emigraron. Son los sentimientos y pensamientos que surgen por tener que dejar atrás la cultura, la lengua, la familia, los amigos, su historia personal y parte de la vida que construyeron en su país. Porque para algunos migrar es como nacer por segunda vez, pero en otro lugar. 

Para Soledad su duelo migratorio comenzó recién al desmantelar su casa a la distancia. Porque no se estaba despidiendo solo de sus cosas materiales…

[Soledad]: No es lo que valen esos objetos en dinero, es las memorias que están indisolublemente asociadas. Una silla, no es un solo una silla, una silla es donde te sentaste a amamantar a tu hija, un sofá no es solo un sofá. Un sofá es el sofá que era de tu exmarido, que se murió a los 43 años. 

[Cecilia]: Cosas que le ilusionaba guardar para algún día dárselas a su hija Amanda… 

[Soledad]: Entonces imagínate todo el trabajo, toda la elaboración que tú haces para llegar a aceptar que ya no se va a sentar en esa silla, ya no se va a sentar en ese sofá, sino en otro.  Entonces ya como que aprendes un poco a ejercer el desapego.

[Cecilia]: Pero entre las cosas que encontró Mairín, hubo algo de lo que Soledad no se quiso deshacer: unos aros de su tía Vicky. Mairín se los guardó en una caja con fotos y se los mandó a Chile para que los tuviera con ella.  

[Soledad]: Y Cada vez que me quiero poner así, como algo de color bonito, digo: “vente, Vicky, acompáñame a tal cosa”. Y me pongo los me pongo los aros.

[Cecilia]:  Cuando Mairín terminó su trabajo, el departamento se vendió muy rápido, pero también muy barato. Porque con la crisis del país, se desplomó el valor de las propiedades. Un departamento, según nos dijo Soledad, pasó de costar 150 mil dólares a 40 mil o menos. Es que había muchos venezolanos queriendo vender y pocos pudiendo comprar.

Y si bien Soledad no hizo un buen negocio, le consuela saber que no dejó cuentas pendientes en Venezuela. 

[Soledad]:  Y con eso hice las paces. Al tener este pensamiento me vino paz, se me aquietó o serené mi espíritu porque me preguntaba en muchas noches en que me despertaba de madrugada, yo decía ¿qué dejé? ¿qué me hubiera podido traer?, ¿qué será que necesito ahora? Y, y eso me generaba mucha inquietud, mucho desasosiego. Y el día en que dije Sole, te trajiste lo que te tenías que traer y lo que se quedó allá ya no lo necesitas. En ese día encontré paz.

[Cecilia]: Mairín pasó muchísimas horas vaciando el departamento de Soledad pero no quiso cobrarle nada por su trabajo. 

[Mairín]: Y le dije “No, no me debes nada, porque lo voy a tomar como mi entrenamiento”.

[Soledad]: Y mira, fue tan cierto lo que dijo porque se convirtió de ahí en adelante su reinvención.

[Cecilia]: La de Soledad no era la única casa por desocupar. En poco más de 10 años salieron del país cerca de 8 millones de venezolanos, casi un cuarto de la población.  Y hay más de un millón de viviendas vacías. Y en ellas, objetos que son rastro de la vida que ahí hubo. Y Mairín estaba dispuesta a ayudar a muchos otros a reencontrarse con sus recuerdos.

[Daniel]: Una pausa y volvemos…

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Cecilia Diwan nos sigue contando. 

[Cecilia]: Mairín empezó a darle forma a su proyecto. Entendió que tenía que adaptarse a cada necesidad. Si había que pagar cuentas, lo haría. Si se rompía una tubería en una casa, la arreglaría. Estaba dispuesta a resolver cualquier problema que surgiera. Ahora solo faltaba encontrar un nombre.

[Mairín]: Cuando maduró la idea y maduró el nombre que digo y se va a llamar “Soluciono por ti”.

[Cecilia]: Pero pronto se dio cuenta de que era demasiado trabajo para ella sola. Entonces le propuso a su sobrino, Carlos Enrique, asociarse. Él ya la había ayudado a vender los muebles de Soledad en plataformas virtuales. Además, son muy cercanos. Este es Carlos Enrique:

[Carlos Enrique]: Es una relación muy bonita, de respeto, de mucho cariño. Y bueno, nada, ahora que estamos en esto, pues he aprendido muchísimas cosas y me han enseñado muchísimas cosas también.

[Cecilia]: Carlos Enrique era el único joven de la familia que no había emigrado. Tenía 22 años, estudiaba Relaciones Internacionales y además había trabajado en la compra y venta de autopartes con su papá. Pero cuando su tía le propuso el trabajo se entusiasmó. Juntos pensaron en optimizar el método para vaciar las casas: primero habría que hacer un inventario para luego decidir con los dueños qué donar, qué vender, qué guardar y qué tirar. 

Y, con el boca en boca, les empezaron a llegar las primeras casas para desmantelar. En general las personas que los contactan son de clase media, mayores de 50 años y con hijos. Son venezolanos y venezolanas que pensaban volver, por eso dejaron sus casas armadas. 

Mairín organiza con ellos videollamadas para conocerlos y saber qué necesitan. También para ganarse su confianza. Después de todo le van a dar el acceso a su casa, y a diferencia del caso de Soledad, para ellos Mairín es una completa desconocida. 

Para Mairín no deja de ser impactante entrar a una casa que estuvo tanto tiempo cerrada.. 

[Mairín]: Y agradable, así como que ay que rico no lo es, porque generalmente hay polvo, hay telarañas por supuesto. Pueden haber bichos, cucarachas, chiripas, X.

[Cecilia]: Y el olor que se siente al entrar es muy particular.   

[Carlos Enrique]: Como se le dice acá  “olor a guardado”, que no sé cuál es el olor a guardado, me imagino que  es olor a tierra, olor a polvo, olor a como a la madera húmeda. Porque diez años, una casa encerrada realmente crea mucha humedad.

[Cecilia]: Una vez que están adentro comienzan a revisar todo. Suelen usar guantes, tapabocas y pinzas, para evitar alergias en los ojos y en la piel. Abren puertas, cajones, armarios.

Graban varios videos con todo lo que hay dentro de la casa y luego se los envían a sus dueños. Porque muchas veces ni se acuerdan qué dejaron en sus casas. 

[Mairín]: Hola Sara, Marín Reyes, ¿cómo estás? de “Soluciono por ti”… 

[Cecilia]: Juntos deciden qué hacer con cada cosa y ahí comienzan a embalar.

[Mujer]: Pero este lo tenemos que embalar así para poderle poner la tapa.

[Cecilia]: En muchas ocasiones, Mairín los ayuda a desprenderse de cosas que realmente no necesitan guardar…

[Carlos Enrique]: Mi tía a lo mejor habla con él, le dice que que bueno, que ya es una experiencia vivida, que realmente lo disfrutó y eso hace que la persona, bueno, a lo mejor entre en razón y decida botar el papel o bueno, cualquier otra cosa que haya guardado.

[Mairín]: Puedes tocarlo otra vez

[Cecilia]: Acá, por ejemplo, está Mairín en una casa deshabitada, revisando con un experto un piano que llevaba años sin ser tocado…

[Mairín]: Mire, y será difícil en estos momentos vender un piano, porque ellos no van a llevarse el piano.

[Hombre]: Ajá, esta es la ventaja que es un Schirmer, la marca que es un piano muy bueno.

[Cecilia]:  Una de las prioridades de Mairín es ser reservada y discreta.

[Mairín]: Yo creo que todos tenemos algo que es íntimo y algo que es nuestro, que tengamos la vulnerabilidad por la condición de tener que compartirla con alguien que a lo mejor nunca nos lo habíamos planteado, bueno, pero es así.

[Cecilia]: Mairín se adapta a los pedidos de cada cliente porque cada uno llega con  necesidades muy específicas.  A Gonzalo Jimenez Sargazazu, por ejemplo, le preocupaba especialmente su biblioteca. 

Hacía cinco años que Gonzalo se había instalado con su esposa y con su hijo en España cuando decidió contratar a Mairín para vaciar el departamento que habían dejado intacto en Caracas. 

[Gonzalo Jimenez]: Yo le pedí a Mairín que le tomara fotos a cada tramo de la biblioteca. Y yo luego en mi computadora la ampliaba con un zoom e iba identificando qué libro había en cada tramo.

[Cecilia]: Y así, a más de siete mil kilómetros de distancia, le decía a Mairín qué libros vender y qué libros guardar. 

[Gonzalo]: Y eso es una de las cosas que más me ha costado desprenderme y comprender. Porque uno dice que hay que, digamos, que esto es una lección de vida, que hay que ser desprendido, que hay que dar gracias a Dios de que aquí estamos mejor que en Venezuela. Pero hay una parte de mí que siente que perdió parte de su corazón en esas cosas que yo atesoraba, que yo guardaba. 

[Cecilia]: Cuando Mairín tuvo el trabajo casi listo reunió unas 12 cajas con los objetos que Gonzalo quería guardar.

[Gonzalo]: Sueño recuperar esas 12 cajas, en esas cajas sí creo que hay parte de ese tesoro que labré. No está todo perdido.

[Cecilia]: Mientras tanto, el tesoro de Gonzalo quedó en Caracas a resguardo de su sobrina, la periodista Laura Helena Castillo. Laura Helena conoció a Mairín cuando fue a buscar esas 12 cajas y supo enseguida que ahí había una historia para contar.  Así que le propuso a Mairín hacer un reportaje sobre su trabajo. Con el visto bueno de los clientes, Mairín aceptó. Así que Laura Helena y la fotógrafa Fabiola Ferrero acompañaron a Mairín durante  varias semanas a tres de las casas en las que estaba trabajando.

A Fabiola enseguida le llamó la atención el cuidado que Mairín le ponía a cada objeto. Una precisión increíble al anotar cada tacita, cada adorno que había en la casa en listas enormes de Excel. Esta es Fabiola.

[Fabiola Ferrero]: Este itinerario que ella va haciendo de las ausencias me parecía súper poético también. Creo que ella no era tan consciente de esa naturaleza bella que tiene su trabajo, ¿no? De cuidar esa memoria. 

[Cecilia]: Fabiola recorría cada casa y se detenía a retratar el deterioro. Paredes con manchas que habían dejado los cuadros que ya no estaban. Le tomaba fotos a montañas de muñecos de peluches, que Mairin y su sobrino luego llevarían a una fundación de niños. O abría cajones y capturaba imágenes de cientos de monedas que, frente a las constantes crisis y devaluaciones en Venezuela, habían perdido por completo su valor. 

[Fabiola]: Eran estas casas, donde se vio que hubo vida, donde se vio que había una aspiración a grandeza o a progreso, no solo social, sino cultural, de ideas, en general.

[Cecilia]: Huellas de un éxito económico construido sobre el petróleo de la segunda mitad del siglo XX,  sobre la Venezuela saudita, una época de gloria que desapareció.

Pero el recordatorio de esa Venezuela que ya no es, no solo es evidente en las casas vacías, sino también en las calles: el pavimento en malas condiciones, las veredas prácticamente intransitables, los árboles que no están cuidados, ni podados. 

[Lorenzo]: Y si usted va por una ciudad venezolana prácticamente en cualquiera donde haya estos edificios altos, en la noche, usted puede contar la cantidad de ventanas que están encendidas de luz y lugares en los cuales están apagadas. Podemos decir que está mitad y mitad.

[Cecilia]: Este es el arquitecto Lorenzo González Casas, profesor de la Universidad Simón Bolívar y especialista en historia del urbanismo. Y si Caracas se ve descuidada, el deterioro se siente aún más en el interior del país. 

[Lorenzo]: Esa imagen de la calle principal, eh, abandonado, que queda como si fuera un set de Hollywood en el cual pues pasa el viento y se lleva las cosas más livianas,  la paja de los de los establos, en muchos lugares hay esa sensación.

[Cecilia]: El éxodo se siente también en los puestos de trabajo que quedaron vacantes en la industria, el comercio, la salud o la educación. 

[Lorenzo]: Lugares que se van vaciando en lugares en los cuales hay menos personas, lugares en los cuales hay menos niños. Esa sensación en el fondo lo que produce es una, una gran tristeza. 

[Cecilia]: Hay estudios que dicen que un tercio de los venezolanos que se quedaron sufren tristeza y hasta depresión. El índice aumenta a más del 50%  entre los mayores de 60 años porque se han quedado solos.

[Mairín]: Ponle de mis amigas, de repente, una tiene tres hijos y dos están fuera, tiene uno aquí. Yo tengo uno solo y está afuera. Mi hermano tiene tres y están dos afuera. Entonces el entorno tuyo te dice lo que está pasando.

[Cecilia]: Por eso cada vez más personas se dedican al cuidado de los adultos mayores que están solos. Y actúan como una suerte de hijo sustituto. 

En el caso de Mairín, su sobrino Carlos Enrique, ese que trabaja con ella, se ha convertido en una especie de hijo suplente, una presencia que la ayuda a sobrellevar la ausencia de su propio hijo -Román- que se fue de Venezuela hace casi una década. 

Y si bien Mairín lo extraña muchísimo, ella no piensa en irse del país. Tiene amigos con los que se reúne a jugar dominó, disfruta cocinarle a su sobrino, tomarse un whisky y de vez en cuando ir a la playa. 

Su emprendimiento sigue creciendo y le permite vivir bien. Ya ha desocupado más de 30 casas. Y entre tanto inspeccionar, ordenar, arreglar y vender, a Mairín le llegó un pedido inesperado: alguien estaba pensando en regresar a Venezuela y también necesitaba su ayuda. 

[Daniel]: Una pausa y volvemos..

[Daniel]: Estamos de vuelta. Cecilia Diwan sigue con la historia.

[Cecilia]: Un día de julio de 2024, Mairín Reyes recibió una llamada de Fabiola Ferrero, la fotógrafa que había retratado su trabajo. 

Después de haber vivido cuatro años entre Colombia y Francia, Fabiola había decidido regresar a Venezuela y necesitaba la ayuda de Mairín para restaurar la casa que había dejado abandonada en Caracas. 

La historia migratoria de Fabiola es distinta a las que hemos contado. Podríamos decir que arranca en 2014, cuando comenzó a trabajar como fotoperiodista en Caracas, retratando la crisis venezolana. Trabajaba para medios locales e internacionales y le iba muy bien. Con vender una o dos fotos al mes ya le alcanzaba para vivir cómoda. Pero no pasaba lo mismo a su alrededor. Su entorno comenzó a achicarse. Primero se fueron sus amigos, después sus primos. Luego sus padres y dos hermanos que vivían con ella. Para 2019, Fabiola se quedó viviendo sola en una casa de cuatro habitaciones, deshabitada, pero llena de objetos y muebles. Fue duro porque el silencio y el abandono que venía retratando durante tantos años en Venezuela, ahora lo sentía en su propio departamento.

Hasta que en 2020, ella también decidió irse…

[Fabiola Ferrero]: Me acuerdo que yo iba cada vez a despedir gente al aeropuerto con menos gente en el carro hasta que nadie fue a despedirme a mí porque ya se habían ido todos.

[Cecilia]: En principio solo iba a estar fuera por un par de meses. Salió del aeropuerto de Caracas en marzo de 2020 hacia Bogotá, a donde habían emigrado sus padres. En su maleta se llevó solo ropa y una de sus cámaras. 

[Fabiola]: Creo que me fui, sino en el último, en uno de los últimos aviones que salieron de Venezuela antes de que cerraran las fronteras.

[Cecilia]: Primero se quedó en Bogotá por la pandemia, después alargó su estadía por un trabajo y luego porque su novio vivía ahí. Hasta que al final se quedó en Colombia por tres años. Y en 2023 se ganó una beca en una Universidad francesa y se mudó a París por un año.

Durante todo el tiempo en que estuvo fuera de Venezuela, Fabiola vivió en distintas casas que alquilaba amuebladas. Al principio le costó mucho sentir esos lugares como propios. Incluso una noche se despertó desorientada.

[Fabiola]: O sea literalmente era como si me hubiese salido un poco de mi cuerpo y yo decía: no reconozco nada de esto. Esta almohada no huele a mí. Esta almohada huele raro. Esta pared no tiene una foto que yo reconozca. No hay ningún objeto que yo pueda ligar a una vida mía, a una vida que me pertenezca. 

[Cecilia]: Entonces decidió crearse rutinas que respetaba en donde estuviera, como caminar, montar bicicleta, ir al gimnasio…  

[Fabiola]: Buscarte en esas rutinas y en esos gestos muy minúsculos, ¿no? porque a veces es eso, a veces tu hogar es un gesto mínimo, minúsculo, que puedas hacer para reconectar alguno de tus sentidos a una versión tuya que ya conoces. Para yo sentir que no estoy solamente flotando por el mundo y por espacios ajenos, ¿no?

[Cecilia]: También colgaba fotos, compraba almohadones y objetos con los que intentaba crear algún tipo de lazo, de historia.

[Fabiola]: Tú esperas que al menos ese algo que te rodea tenga una memoria pegada. Entonces yo decía: Esta tetera no es la tetera que usa mi mamá. No es la tetera con la que yo me senté a hablar con alguien una mañana. O sea esta tetera no tiene nada, una tetera nueva. Entonces como bueno que que te toca ahí. Aferrarte a la idea de que dentro de una semana esa tetera va a tener algo que te recuerde algo más.

Y entonces, en la construcción lenta de esas memorias, empezar a sentir pedacitos de hogar, porque si no el desarraigo es demasiado… o sea te desprendes completamente de todo.

[Cecilia]: Durante esos años fuera del país, Fabiola siempre estaba volviendo a Caracas. Fue justamente en uno de esos viajes que retrató el trabajo de Mairín.  Cada vez que volvía por períodos cortos se hospedaba en la casa de algún conocido o alquilaba un Airbnb. Porque si bien su casa familiar había quedado cerrada y nadie vivía ahí, estaba llena de polvo y había comenzado a deteriorarse.

[Fabiola]: Tú estás viendo ahí como, como la carcasa de la casa y luego cuando te vas acercando es cuando empiezan a salir las señales del abandono.

[Cecilia]: Por eso cuando finalmente decidió que quería regresar a Venezuela llamó a Mairín para que la ayudara a reacondicionar el departamento. Era la primera vez que le pedían hacer eso…

[Mairin]: Siempre he trabajado para casas que ya nadie más va a regresar a ellas y que van a ser vendidas como inmuebles.

[Cecilia]: Mairín aceptó el desafío. Enseguida reconectó los servicios de internet y electricidad. Solucionó los problemas de humedades y filtraciones. Cambió el calentador de agua porque estaba oxidado. Y allí surgieron más problemas.

[Fabiola]: O un día  pusieron el agua y las tuberías se reventaron. Entonces todo se inundó.

[Cecilia]: Fabiola, que todavía estaba en Francia, no se involucró mucho en los detalles. Dejó todo en manos de Mairín. Después de varios meses de trabajo ya estaba todo listo y el 13 de febrero de 2025 Fabiola aterrizó en Caracas. 

[Fabiola]: Yo llegué aquí el día antes de San Valentín y yo dije bueno, voy a llegar, que romántica soy, llegando a San Valentín de nuevo a Caracas y no tengo ni un grupo de amigos con que celebrarlo. No importa. Yo llegué igual tenía flores porque Marin me las había dejado.

[Cecilia]: Desde su regreso, Fabiola se siente en casa. Aunque percibe que es una Venezuela muy distinta a la que retrató en 2017, cuando había mucha rabia y un dolor verbalizado en la calle. Y es otra también a la que visitó en 2021, cuando dominaba el silencio y  el abandono. 

La Venezuela de 2025 todavía está tratando de descifrarla. Pero siente que la gente, pese a estar en un contexto hostil, está intentando preservar y construir sus pequeños espacios de normalidad, de alegría. Como hace ella en el departamento de su familia donde, como tantas otras veces, comenzó a apropiarse del lugar. Armó pequeños rincones con los objetos nuevos y también le dio nueva vida a otros que habían sido de su papá, de su hermano, de su mamá.

[Fabiola]: Entonces escogí una esquina de la casa y compré algunas plantas, compré una hamaca, ahí. Ese es como el espacio que yo digo ok, este, este pedacito esta es mi casa, y ese espacio está hecho con cosas nuevas que yo agregué pero está hecho también con el escritorio que era de mi papá, una mantita que era de no sé, de mi mamá o de mi abuela, una alfombra que estaba en el cuarto de mi hermano, una mesita abandonada que no tenía espacio por ningún lado. Y un poco con esos retazos armé mi pequeña esquina. Y ahí me siento en las tardes.

[Cecilia]: Fabiola lleva varios meses instalada en Caracas y siente, por fin, que el lugar donde vive es suyo. Algo que Mairín la ayudó a construir.

Mairín, por su parte, se ilusiona al pensar que va a recibir más casos como el de Fabiola. Porque desea que pronto las cosas en Venezuela mejoren, para que su hijo y todos los demás vuelvan. 

[Mairin]: Ojalá que cuando decidan regresar, pues entonces yo en lugar de hacer despedida y cerrar casas, me dedique a hacer fiestas de bienvenida.

[Cecilia]: Pero mientras tanto seguirá vaciando casas, esas que alguna vez tuvieron vida pero quedaron en pausa, como muertas.

[Daniel: El reportaje de Laura Helena y Fabiola sobre el trabajo de Mairín se publicó en 2022 en el medio Prodavinci.

Agradecemos a Dina Díaz Benaim, a Román, el hijo de Mairín, y a su nuera Zuli, a quienes también entrevistamos para este episodio. 

Cecilia Diwan es periodista especializada en política internacional. Coprodujo esta historia con Aneris Casassus. Aneris es productora de Radio Ambulante y ambas viven en Buenos Aires.

Esta historia fue editada por Camila Segura y por mí. Bruno Scelza hizo la verificación de datos. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri, con música de Remy Lozano, de Ana Tuirán y de Andrés. 

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Adriana Bernal, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Camilo Jiménez Santofimio, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero es la CEO. 

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Si te gustó este episodio y quieres que sigamos haciendo periodismo independiente sobre América Latina, apóyanos a través de Deambulantes, nuestro programa de membresías. Visita radioambulante.org/donar y ayúdanos a seguir narrando la región.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Cecilia Diwan y Aneris Casassus


EDICIÓN
Camila Segura y Daniel Alarcón 


VERIFICACIÓN DE DATOS
Bruno Scelza


DISEÑO DE SONIDO 
Andrés Azpiri


MÚSICA
Andrés Azpiri, Rémy Lozano y Ana Tuirán


ILUSTRACIÓN
Laura Carrasco


PAÍS
Venezuela


TEMPORADA 15
Episodio 4


PUBLICADO EL
10/21/2025

Comments