Mi abuela es un meme | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón.
Hace unos meses, nuestra editora digital senior, Ana Pais, me mandó un meme. Puede que lo hayan visto. Es una foto de una señora mayor. Tiene lentes, pelo rubio, corto y enrulado. Tiene una tableta y la maneja con el dedito índice de la mano derecha. Su expresión en la cara es entre concentrada y sonriente. Es una foto sencilla y simpática. Ana les termina de explicar el meme.
[Ana Pais]: Arriba dice: “En Instagram viendo qué hicieron anoche”.
[Daniel]: Hay otras versiones también…
[Ana]: En este otro dice: “Yo a las 7am respondiendo todos los mensajes en WhatsApp del día anterior porque a las 9pm ya me estoy quedando dormido”.
[Daniel]: Es divertido, directo, fácil de replicar y gran parte de la gente se puede relacionar con él: todo lo que un meme necesita para triunfar en internet. Y lo ha hecho: se pueden encontrar versiones de ese meme en Facebook, Twitter ahora X, Instagram… Una y otra vez se envía por Whatsapp. Es uno que sigues viendo hoy, aunque ya tiene varios años de existir como tal. Una eternidad para el mundo de las bromas digitales. Es más, es una foto tan divertida y encantadora que va más allá del chiste. Se ha convertido en una imagen estándar de la abuela tecnológica.
[Ana]: Desde hace años que la foto aparece en distintos medios de la región, como que ilustra artículos sobre adultos mayores y jubilados de todo tipo: en Página 12 de Argentina, La Razón de México, La República de Perú, El Español de España… pero también en la página oficial del gobierno de México, en la del Consorcio…
[Daniel]: Hasta ha aparecido en páginas de juegos online como póker. Es claro que hay algo en esa foto que la hace casi universal… Es algo extraño que sucede en internet hoy, como si fuera una gran máquina para descontextualizar. Entras a tu Instagram y ves videos e imágenes cuyos orígenes son imposibles de localizar, tanto que ni nos preguntamos de dónde vienen.
Y bueno, el éxito de estas imágenes que se viralizan viene justamente de eso: que esa señora de la tableta, digamos, podría ser mi abuelita o la de cualquiera de ustedes. Pero no: de hecho sabemos de quién es abuela. De Ana.
[Ana]: Uf, es una locura ver su cara en todos estos lados.
[Daniel]: Imagínate el rostro de tu abuela replicado una infinidad de veces en el internet, un lugar divertido, sí, pero también salvaje, a veces cruel. Una y otra vez compartido y posteado sin que puedas hacer nada… Fuera de contexto. Tu abuela convertida en decenas de abuelas anónimas, genéricas o inventadas. Para Ana es especialmente difícil lidiar con todo esto porque, como verán, se podría decir que su abuela se hizo meme por culpa de ella.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta. Ana Pais nos sigue contando.
[Ana]: En internet mi abuela aparece con muchos nombres distintos, pero la verdadera señora de la foto se llama Ana María Rodríguez Fernández. O, si se quiere, Bia, como le decimos nosotros, los nietos. Hoy tiene 85 años y en muchos sentidos, Bia es la típica abuela latinoamericana: le gusta agasajar con la comida, ama los tiempos en familia y disfruta de un buen chisme de la farándula. Pero hay algo muy particular que la hace romper con los estereotipos. A ver si lo pueden detectar.
[Ana María Rodríguez Fernández, Bia]: Me levanto, me preparo el mate, desayuno con música o jugando con la tablet…
[Ana]: Juega con la tableta. O las tabletas debería decir, porque tiene tres. Y dos celulares. Quizás les parezca un exceso, pero no lo es para una gamer como Bia.
[Bia]: Mientras una tablet está enchufada, agarro la que está con todas las vidas y a veces me gano algún premio y me dan dos horas de juego libre. Entonces sigo jugando y ya es como una adicción también porque como tengo dos horas para jugar y no se me terminan las vidas, sigo y me engancho y sigo y sigo y quiero ganar. Y cuando pierdo, digo: “Pero qué estúpida que soy, ¿cómo pude perder en esto?”. Y sigo insistiendo a ver si salgo y cuando me sale y paso a otra vida, digo: “Ah, ¡bien, ahí! ¡Gracias, Dios!”. Digo: “Gracias, Dios”, ¡jaja!
[Ana]: Esta pasión comenzó hace 15 años cuando con mis hermanos y mi primo le regalamos una tableta. La tableta, debería decir, porque es esa blanca de la foto.
Tenemos recuerdos bastante difusos y hasta encontrados de por qué elegimos ese regalo. Mi teoría es que no se nos ocurría nada que ella necesitara, entonces decidimos comprar algo que no tenía y que además estaba dentro del presupuesto que nos habíamos marcado para celebrar sus 70 años.
Bia jamás había tenido una computadora y en ese entonces no quería saber de nada con los celulares inteligentes. Así que no nos hacíamos muchas ilusiones con la tableta: si la usaba, bien; y si no, también.
Bia confiesa que tampoco se tenía mucha fe para aprender a usar ese nuevo aparato.
[Bia]: Dije: “Ay, cómo voy a tener que molestarlos a ellos para que me enseñen!”. Porque yo, por mí, no voy a aprender nada. Y al principio dije: “Bueno, me parece que no es necesaria”, pero me fui acostumbrando y fui buscándole la vuelta y fui contestando mails y recibiendo algún mail y me acostumbré. Y ahora no puedo dejar todos los días de estar con la tablet o con el celular.
[Ana]: Después de agarrarle el gustito a la tableta, entró en el mundo de los teléfonos inteligentes. Cada aparato tuvo su curva de aprendizaje. De hecho, cada vez que se compra o le regalan un dispositivo nuevo, tiene que volver a aprender algunas cosas… pero bueno, como nos pasa a todos.
Por ejemplo, en su primer celular, que era de esos previos a los inteligentes, los que todavía no tenían internet, me tenía registrada como “Ana”, por lo que yo estaba primera en su agenda de contactos. Entonces, muchas veces se equivocaba y me mandaba mensajes que en verdad quería enviarle a otras personas. Le avisé varias veces hasta que lo aprendió. En aquel entonces también firmaba sus mensajes.
[Bia]: Antes decía: “Hola, soy Ana y necesito tal cosa, tal cosa y tal otra”. No, ahora ya no. He avanzado. Con 84 años he avanzado.
[Ana]: Entre todos los de la familia le fuimos explicando las cosas básicas y ella lo fue absorbiendo. Pero la mayoría las aprendió sola, por “ensayo y error”, como dice ella misma. Y cuando todo fallaba, hasta el día de hoy Bia aplica con su tableta un truco infalible.
[Bia]: Apagarla y volverla a prender, jajajaja. A ver si vuelve a reenganchar en cero.
[Ana]: Yo creo que su falta de miedo fue clave para aprender. No tenía miedo a pedir ayuda, no tenía miedo a equivocarse y tampoco tenía miedo a lo nuevo, a romper ese aparato desconocido por toquetearlo tanto. De hecho, no lo hizo: la primera tableta que le regalamos colapsó apenas una semana antes de que la entrevistara. Es decir, la usó todos los días por 15 años.
[Bia]: No sé qué le pasó. Hizo “clic” y ya está. No la pude volver a prender. Me sale una serie de números y me dijeron que tendría que abrirla, sacarle el chip, volvérselo a poner y yo no me voy a meter en eso porque estoy segura que la saco y me sobra alguna pieza. Entonces esa la dejé allí, a ver quién se ofrece para ayudar… a ver la quiere abrir uno de mis nietos cuando vengan.
[Ana]: No la miré, la verdad, pero no creo que tenga arreglo. Además, todos esos años funcionando es casi que un récord para un dispositivo móvil. La cuestión es que Bia se volvió muy hábil con su tableta. Aprendió a mandar correos, a suscribirse y leer newsletters, a ver películas. Además, empezó a hacer lo que hacemos todos cuando tenemos un dispositivo nuevo: bajar aplicaciones e ir probando si nos gustan. Le dieron curiosidad los juegos.
[Bia]: Primero bajé unos de animales que no entendía nada. Digo: “¡Pero esto es para locos, no entiendo nada!”. Y empecé con uno, con otro y fui buscando los que más me gustaban a mí porque hay una cantidad increíble.
Ahora es impresionante.
[Ana]: Así fue como conoció el que es su videojuego favorito hasta hoy en día: el Candy Crush.
[Bia]: El Candy Crush me lo bajé a los dos años de tener la tablet. Empecé para probar uno y me gustó, y empecé a seguir, y a medida que iba pasando de vidas, digo: “Bueno, me gustó”.
[Ana]: Para quienes no lo conocen, el Candy Crush es lo que se conoce como un juego de puzzle o de lógica y comienza con la pantalla repleta de caramelos de colores. El jugador tiene que lograr alinear tres o más dulces iguales de forma horizontal o vertical para que estos exploten y desaparezcan. Es muy adictivo: millones de personas alrededor del mundo lo saben. Y Bia también.
Cuando la entrevisté, tenía instaladas dos versiones del Candy Crush en cada una de las dos tabletas que aún funcionaban. En el juego que estaba más avanzada iba por el nivel 2.599. Pero en la tableta original, la que murió, es donde tenía su mayor récord personal: estaba cerca del nivel 3.000.
Además de todo esto, en su celular viejo, también tiene instaladas dos versiones del Candy Crush. La pantalla rota no la detiene; las lesiones, tampoco.
[Bia]: Y me tengo que poner una venda en la muñeca porque me acalambro. Por eso, sí, me viene tendinitis, pero porque la tablet es pesada cuando la tenés mucho rato. Dos horas con la tablet en la mano es pesada.
[Ana]: Bia tiene un método para asegurarse horas de juego continuas: va alternando entre todos estos dispositivos y versiones, dependiendo de cuál aparato tenga suficiente batería y cuál tenga habilitado tiempo gratis de juego.
En el celular nuevo, que lo tiene desde hace un año, dice que no se bajó el Candy Crush para no “cargarlo de más”. El único juego que tiene es un Solitario –y cito– “para pasar el rato”. Ahí no es una competencia a muerte como con los caramelos. Por ejemplo, Candy Crush te muestra cuando alguno de tus amigos en el juego ha llegado a un nivel más alto que el tuyo.
[Bia]: Y me decía: “Hay otro que ya te pasó”, y a mí me daba rabia eso, no me gusta que me pasen. Entonces yo empiezo a jugar más, a ver si puedo volver a pasar al primer lugar y que me gano algún premio. Entonces, esa es toda la felicidad: que puedo depender solo de mí.
[Ana]: Eso, para alguien que ha vivido toda su vida al servicio de otros, es mucho.
[Ana]: Bia nació el 10 de septiembre de 1938 en Montevideo, Uruguay. Se casó a los 20 años. Nueve meses más tarde tuvo a mi mamá. Tres años después, nació mi tía. Bia enviudó a los 57 años y poco tiempo después se mudó y se llevó a sus padres a vivir con ella. Los cuidó hasta que ambos murieron.
Fue en esa casa donde la entrevisté. Seguro de fondo han escuchado a Tilo, el perro del vecino. Mi abuela cada tanto le grita para que se calle, pero, claramente, durante la entrevista no le hizo caso.
[Bia]: Yo me dediqué siempre a la familia y no me arrepiento de nada. De nada. Volvería a hacer todo lo mismo que hice en mi vida: siempre dedicada a lo que es el hogar. Yo creo que nací con vocación de servicio.
[Ana]: Bia me ha dicho esto varias veces. Pero antes de ser ama de casa tuvo otra vocación: la de pianista.
Empezó a tocar de muy chica, a los 8 años.
[Bia]: A los diez años ya era profesora de solfeo y después seguí. A los 14 años, creo, no me acuerdo bien eso, me recibí de profesora de piano. Me gustaba tanto que después seguí dando clases. Pero resulta que tuve una hija, tuve dos hijas y tuve que cortar. No estás grabando, ¿no?
[Ana]: Sí…
[Bia]: Ah, sí así estás grabando. Perdón.
[Ana]: [Risas] No, si está buenísimo lo que estás contando además…
No sé por qué interrumpió su propio relato acá. No se lo pregunté. Solo me dio risa que lo hiciera. Pero después, cuando escuché la grabación, me di cuenta de que había cortado justo en el momento en que estaba hablando de su vocación musical y de cómo la abandonó porque antes estaba la crianza de sus hijas, su marido, la armonía del hogar y las tareas domésticas. Cortó el relato como si ahora, de nuevo, hubiesen cosas más importantes para hablar que su pasión por el piano.
De hecho, este es quizás el máximo ejemplo de las cosas a las que Bia ha renunciado en su vida. Todo lo hizo por amor a los demás, aunque doliera.
[Bia]: Es una cadena, es una cadena de amor y ejemplo y sacrificio. Me emociono porque es duro. Es duro criar hijos y nietos, en mi caso.
[Ana]: Mi abuela no suele llorar. En una familia donde todos somos muy llorones, ella un poco se jacta de ser la excepción. Pero esta vez, hablando de la familia, de lo que sacrificó por nosotros, no se contuvo.
[Bia]: Y uno se va quedando solo. Y pienso a veces: mi marido va a hacer 28 años que murió. Fue a trabajar y no volvió. Entonces, cambió toda la estructura familiar… cambió mi estructura, por supuesto. Pero fue duro, pero bueno, me quedaron muy buenos momentos y empecé a reírme otra vez con mis nietos, con mis hijas, en las reuniones y dando y dando mucho amor. Estoy convencida que lo único que sirve es dar amor y dejar libertad de acción a la gente.
[Ana]: Mi abuelo, Tatita, murió de un infarto cuando yo tenía 10 años. Sentí su ausencia en mi familia. Era nuestro patriarca. Pero también fui muy consciente de cómo esa abuela que vivía en la cocina, de a poco empezaba a ocupar un lugar distinto. Se volvió una persona divertida y hasta un poco excéntrica, usando ropa con brillos y gorros con plumas. Fue rompiendo cadenas en cada aspecto de su vida.
[Bia]: De repente hago zapping y hay algo que me interesa y lo dejo y sigo mirándolo. A veces agarro películas que están casi por terminar y las miro igual al final… absolutamente libre me siento. En este momento, me siento súper libre. Hago lo que se me da la gana.
[Ana]: No hay forma de probarlo, pero creo que si mi abuelo siguiera vivo, Bia jamás se hubiese animado a incursionar en la tecnología y, mucho menos, dejarse llevar así por ella. Una adicción de hace décadas puede servir de indicio.
[Bia]: Yo era fumadora, mi marido era muy fumador. Él dejó de fumar y yo seguía fumando. Entonces él me pidió por favor, porque se volvía loco de no poder fumar y yo fumando al lado. Dejé de fumar. Hasta el día de hoy yo siento el olor del cigarrillo y a mí me gusta… viciosa de por vida. Así que creo que si agarrara droga, me drogaría fácilmente. Soy viciosa de alma.
[Ana]: A veces Bia está con el Candy Crush y gana unos minutos o incluso horas de juego y, aunque tenga algo que hacer, decide no salir o llegar tarde. La tendinitis que tiene desde hace más de una década por culpa de la tableta tampoco la detiene. Le pregunto, entonces, qué pasa cuando finalmente se queda sin vidas.
[Bia]: Me enojo, ¡jajaja! Me enojo, digo algún disparate y espero, los pongo a cargar… Ahí salgo, ¿ves? Ahí salgo, voy a la calle, hago algún mandado, vuelvo y ya cuando vuelvo, tengo alguna ya cargada.
[Ana]: Bia ya era una experta tecnológica cuando en junio de 2014 el entonces candidato a la presidencia Tabaré Vázquez dio un discurso con las 10 promesas claves para su segundo mandato. En el punto tres dijo:
[Soundbite de archivo]
[Tabaré Vázquez]: Se promoverá la inclusión digital de todos los ciudadanos, entre otras herramientas, con la entrega de una tablet gratuitamente a cada jubilada y jubilado del Banco de Previsión Social.
[Ana]: Sí, una de sus promesas electorales era regalar una tableta a cada jubilado del instituto de seguridad social del estado uruguayo. Ese día Vázquez mencionaba por primera vez lo que luego, cuando fue nuevamente elegido presidente, se convirtió en el Plan Ibirapitá: un programa de inclusión digital del adulto mayor que comenzó en 2015 y que todavía sigue vigente, aunque desde 2022 dejaron de entregar tabletas y ahora dan celulares.
En 2014, cuando se hizo el anuncio, yo trabajaba en el diario uruguayo El Observador, y era la creadora y editora de Cromo, el primero y entonces único medio especializado en ciencia y tecnología de Uruguay. Vázquez había puesto a la tecnología en un lugar prioritario y era evidente que teníamos que hacer algo con esa promesa electoral de entregar tabletas a los adultos mayores. Y yo tenía a la entrevistada perfecta: Bia, mi abuela tecnológica.
Tan importante era el tema que esa misma semana fui a la casa de mi abuela con un equipo que incluía a una periodista de texto, a una de video y un fotógrafo. Un despliegue enorme de recursos por Bia. En esa oportunidad, yo no fui a entrevistarla, sino a acompañarla, para que se sintiera cómoda.
[Bia]: Era como una reunión de amigas, porque charlamos todas juntas. Era una cosa bárbara.
[Ana]: La diferencia era que en esta reunión de amigas tenía que mostrar su habilidad con la tableta para dos cámaras: la de fotos y la de video.
La foto principal del reportaje la tomó el fotoperiodista Diego Battiste y muestra a Bia, de lentes, manejando su tableta blanca… o sea es esa foto. La viral. Así que este es también el inicio de la culpa… de mi culpa.
La imagen salió en la tapa del suplemento Cromo, donde se publicó como parte de un reportaje sobre inclusión tecnológica de los adultos mayores. Fue también la imagen de portada de un video más enfocado en la experiencia de mi abuela con la tecnología. Ambos se publicaron en junio de 2014.
Durante unos días en el grupo de WhatsApp de mi familia bromeamos con que Bia era una celebridad. Pero, tal como pasa con estas cosas, después de esos 5 minutos de fama, el tema ya no se mencionó más. La vida siguió.
Unos meses después, ocho, quizás diez, pasó algo extrañísimo.
[Bia]: Fui al club, a la piscina, como iba siempre a hacer hidrogimnasia. Y éramos un grupo grande y había chicas más jóvenes. Y esa una de las chicas jóvenes me dice: “Estás en YouTube y estás… dice que ganás 1.000 dólares por día”. Y, ¡fuah!, ojalá fuera verdad, pero no es así.
[Daniel]: Las habilidades de Bia le dieron una exposición mundial que no buscó y que, desde entonces, ha sido imposible de parar. Una pausa y volvemos.
[MIDROLL]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Ana Pais nos sigue contando.
[Ana]: A diferencia de mi abuela, yo no recuerdo bien cómo ni cuándo me enteré de que su foto estaba siendo robada y estaba circulando en sitios de internet que nada tenían que ver con El Observador. Lo que sí recuerdo es la bronca y la culpa que sentí. La foto estaba siendo usada para alimentar esa maquinaria oscura de la desinformación y, seguramente, de las estafas online.
En un principio, Bia aparecía en los avisos que uno suele ver, por ejemplo, en sitios de noticias, tanto al pie al pie del texto como a un lado. Son espacios de publicidad pero que simulan ser otras noticias que podrían interesarte. En general tienen un diseño levemente distinto al del resto de la página y títulos sensacionalistas para atraer clics.
Por lo que recuerdo de aquel entonces, a veces Bia era el anzuelo. Aparecía, por ejemplo, como la abuela que ganaba miles de dólares haciendo apuestas online. Entonces, si hacías clic en la supuesta noticia, te llevaba a un sitio de póker. Pero otras veces hasta se tomaban la molestia de redactar toda una historia porque lo que monetizaban era tu presencia y retención, leyendo todo ese texto falso.
Ni bien supe lo que estaba pasando, fui a hablar con Diego, el fotógrafo, y con varios jefes de El Observador, tanto del área editorial como de la parte empresarial. Pero todos me dieron la misma respuesta: que lamentablemente es normal que tomen la foto de un diario y la publiquen en otros sitios o en redes sociales… que, sencillamente, es imposible pararlo.
Y es verdad. ¿Cuántas veces vemos y compartimos en redes una foto espectacular de un futbolista metiendo un golazo o de una cantante en pleno concierto y no tenemos ni idea quién la tomó? La diferencia es que la foto de mi abuela no solo había sido robada, sino que también estaba siendo sacada de contexto.
Desde el principio me incomodó mucho ver lo que la gente estaba haciendo con la foto. Hasta hace unos años ni siquiera soportaba que me mencionaran el tema, mucho menos que me mandaran links o capturas de pantalla de Bia por el mundo. Recién ahora, casi una década después y debido a esta historia me animé a buscarla.
[Ana]: Llegó la hora… ahh… Bueno, lo que estoy haciendo es una búsqueda inversa, donde uno sube una imagen, selecciona un área dentro de esa imagen, en este caso, voy a seleccionar toda la foto y Google lo que hace es buscarte sitios web que tienen esa foto, donde subieron esa foto. Y no te dice cuántos sitios son…
Lo que más abundan no son los sitios de estafas o de desinformación. La mayoría son medios que usan la foto como si fuera parte de un banco de imágenes, o sea, esas fotos genéricas de stock que sirven para ilustrar un concepto, en este caso: adulto mayor tecnológico. Así encontré a Bia en los sitios de noticias que mencioné al principio y en más. Pude contar más de 50 medios de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Venezuela, España y hasta Suiza.
Algunos de estos artículos son de hace solo unos meses y en varios medios sale más de una vez, seguramente porque la foto entró a sus archivos sin ninguna aclaración o contexto. Entonces pasan los años y un día, un periodista, fotógrafo o diseñador asume que puede usarse, que tienen los derechos y listo: la colocan en su nota. Una solución rápida.
El propio Diego me reconoció, con mucha vergüenza, que él promocionaba sus servicios como fotógrafo usando, entre otras, la imagen de mi abuela. Pero la verdad es que no me molestó: es una foto que él tomó y que muestra en un contexto controlado.
Incluso puedo entender que un medio o un gobierno estén usando la imagen de Bia sin saber que ella no es una modelo y que la foto en verdad tiene créditos. Lo que sí me parece indignante es que usen la cara de mi abuela para mentir. Seguí googleando y encontré esto.
Es una nota que dice: “Rosy Durán, la abuelita cosplayer, una guerrera de la vida real”, con la foto de mi abuela. O sea, ahora es Rosy Durán, mexicana. A sus 62 años, Rosy Durán es, además de madre, ama de casa y voluntaria en una casa de adultos mayores, una apasionada del cosplay, mundo en el que es conocida como la abuelita del disfraz…
La nota sigue hablando de esta señora que sí existe, pero que obviamente no tiene la cara de mi abuela. Bia también es el rostro de Masako Wakamiya, una desarrolladora de aplicaciones de 82 años que trabaja para Apple. Y también es Trina Lazarus, una inglesa de 82 años que se cansó de la soltería de su nieto y le creó un perfil en la aplicación de citas Tinder, donde lo tacha de desordenado y flojo. Ahí, en el crédito de la foto, por ejemplo, tuvieron el descaro de ponerle: “cortesía”, como si mi abuela les hubiera cedido la foto.
En otro sitio, donde el autor de la nota cuenta la anécdota de una abuela pidiendo un smartphone, la foto dice: “Archivo particular”. Es como si estuvieran completamente acostumbrados a mentir. Este sitio, además, es uno de los primeros resultados que Google muestra cuando escribís “abuela smartphone” en el buscador de imágenes. Y aparece con la foto de mi abuela, claro.
Y a ver, repito: recién ahora, haciendo esta historia, me siento capaz de ahondar en todo este asunto. Estoy segura de que ver a tu propia abuela junto a un titular falso tiene que ser shockeante para cualquier persona. Pero en mi caso, como periodista, es peor. Todos los días, en mi trabajo, me enfrento a las repercusiones nefastas que trae la desinformación. Todo esto incluso hasta tiene un agravante, porque fui yo la periodista que promovió el reportaje donde le tomaron esa foto. Es demasiado perverso.
En la familia intentamos no mostrarle a Bia muchas de las imágenes que íbamos viendo y que nuestros respectivos amigos nos iban mandando. Pero, claro, ella tiene sus propios círculos de contactos que le comentaban sorprendidos cuando la veían en algún sitio extraño. A Bia tampoco le gustó que robaran su foto.
[Bia]: No tenía nada que ver, pero salía por todos lados. Y bueno, y después salían los comentarios de las cosas que veían y me decían: “Vieja Pituca”.
[Ana]: “Pituca”, un término despectivo que se usa para describir a personas de clase alta…
[Bia]: ¡Cualquier cosa me decían! Y yo digo: “¿Qué tengo que hacer con esto?”. No puedo hacer nada. Es tremendo esto de las redes. Creo que eso es lo que me frena a mí a abrirme más a las redes, porque no me gusta que hagan comentarios sobre lo que no soy.
[Ana]: Bia no me pudo explicar bien dónde vio estos comentarios más insultantes, pero tiene muy presente que los leyó y que le dolieron.
[Bia]: La gente a veces es muy criticada y muy criticona. Se fijan en lo que hacen los demás. Odio eso.
[Ana]: Desde que mi abuelo murió, Bia ha buscado activamente no depender de nadie. Lo hace a nivel logístico con su casa, pero también a nivel social y emocional, llegando incluso a encontrar formas de entretenimiento con caramelos digitales que explotan. Pero, al convertirse en un fenómeno viral, Bia perdió el control de su propia cara. Y que te pase algo así tiene que ser abrumador.
Al menos, como ella no tiene redes sociales y la foto nunca estuvo asociada a su nombre y apellido, pudo evitar la parte más oscura de la viralización, como que la busquen para decirle directamente esos comentarios insultantes o sufrir alguna estafa online, como suplantación de identidad.
En internet hay mucha gente que quiere ser viral y hacen todo para lograrlo. Luego están los que llegan a la fama involuntariamente, personas a las que, sin buscarlo, les cambió la vida. Para bien o para muy mal.
Muchos tal vez pueden recordar la restauración de la pintura Ecce Homo de la iglesia de Borja, en España.
[Soundbite de archivo]
[Presentadora]: Una vecina de este pequeño pueblo de Zaragoza decidió que la obra necesitaba un retoque y se le fue de la mano.
[Ana]: Una señora de 81 años que tenía buenas intenciones…
[Soundbite de archivo]
[Cecilia Giménez]: Me puse a arreglarlo, pero va y me sale un viaje y digo, cuando venga, lo terminaré… Vine y ya se había armado todo el jaleo.
[Ana]: La noticia se viralizó por todo el mundo y se volvió la burla de turno. Se rieron de la pintura, sí, a la que la empezaron a llamar Ecce Mono, pero también de ella.
[Cecilia G.]: Llevo muchos disgustos, de esta… Ha sido una cosa tan grande, tan grande que no me cabe en mí.
[Ana]: No puedo imaginar lo duro que debe ser tener los ojos del mundo encima.
[Cecilia G.]: ¡Ha llegado a un extremo que no puedo más!
[Ana]: Pero también hay gente que le da la vuelta y se beneficia de ello…
[Germán Rodezel]: Bueno, últimamente he visto que me han estado haciendo bastantes memes, hay de todo: todo tipo de contenido, y hay varios que me gustaría nunca haber visto en la vida. Pero bueno, yo creo que esto amerita…
[Ana]: Él es Germán Rodezel, un youtuber costarricense. Ese fragmento es de un video que publicó en 2020. Tiene más de dos millones de suscriptores en su canal.
[Rodezel]: Desde ya puedo apostar que va a haber memes con mi foto del 2013 porque de verdad no entiendo por qué no la dejan ir.
[Ana]: Se refiere a una foto de él en la secundaria. Con lentes, frenillos. La imagen estereotípica de un nerd. Incluso está sonriendo de una manera no tan halagadora. Es una foto que a más de uno le gustaría mantener secreta, pero que sus seguidores siguen trayendo una y otra vez.
[Rodezel]: Creo que si yo desaparezco ahora de la faz de la Tierra no pasaría nada porque ya existe esta foto del 2013, que aunque sea solo una foto es todo a lo que la gente le importa. Así que creo que mi trabajo en este mundo ya fue hecho, mi meta, mi legado, ahí está.
[Ana]: Él tuvo que decidir entre tratar de olvidarlo todo y no prestarle atención o, como dicen, volverse el meme, aceptarlo, y, ¿por qué no?, lucrar. Eligió esto último. Rodezel conviritó su foto en un negocio, con varios videos sobre el tema, con anuncios y patrocinadores.
Y es que la fama tiene muchos matices…
No lo pensamos todo el tiempo, supongo que porque es muy perturbador. Pero cada vez que subimos algo a internet, corremos el riesgo de perder el control sobre ese contenido. Y es aún más perturbador porque vivimos en una época en donde se incentiva que nuestra vida sea digital: redes sociales, videollamadas, correos electrónicos… Es estar expuestos en cada momento.
Sí, algunos países han implementado leyes de protección de datos personales o del derecho al olvido. Este último, que existe en lugares como la Unión Europea, permite que las personas que viven allí soliciten a motores de búsqueda como Google que se omitan ciertas páginas donde aparecen mencionados.
Pueden alegar distintos motivos, como que la información publicada es inexacta o inadecuada, algo que luego pasa por todo un proceso de evaluación. Pero incluso cuando el sistema funciona y el derecho al olvido se implementa, lo que uno se asegura es que, al googlear desde el país donde existe la ley, esos sitios denunciados no figuren en la búsqueda. Pero no desaparece de internet. Para eso hay que ir uno por uno pidiendo o demandando a cada página que publicó la información.
En el caso de Bia, la foto está amparada por derechos de autor y quizás podría demandar por difamación. Pero nada de esto haría que la foto deje de circular, que se borre de todos los sitios donde está publicada o almacenada a lo largo del mundo.
Creo que lo más impactante es que lo que le sucedió a Bia ni siquiera es especial por haber salido en un diario. A cualquiera puede pasarle eso de publicar una foto tierna de su bebé para el centenar de familiares y amigos que le siguen en Instagram y que termine viralizándose sin motivo aparente.
Internet es como una fuerza imparable, donde, aunque los servicios que usamos nos digan que sí, realmente no tenemos el control.
Es tan grande la marca que me dejó todo este episodio de mi abuela que jamás he publicado una sola foto con la cara de mis hijos de 5 y 3 años en ninguna red social. Tampoco permito que otros lo hagan. He llegado a pedir a amigos que eliminen fotos y hasta en la escuela saben que no autorizamos el uso de sus imágenes.
Es difícil ir en contra de la corriente en esta cultura de compartir y compartir. Varias personas me han dicho que soy una exagerada. Pero bueno, ninguno de ellos tiene a un familiar que se volvió viral.
No todo lo vinculado a la viralización de Bia ha sido oscuro. Debo reconocer que su faceta como meme siempre me divirtió. Y a ella también.
[Bia]: Ah, bueno, eso sí me gusta, porque trato de ser una abuela simpática. Me gusta ser abuela y me gusta ser bisabuela también.
[Ana]: Sí, yo siempre te jodo con que deberías ser influencer: abuela influencer.
[Bia]: No, no creo. No creo que pudiera porque se me salta la chaveta y digo cosas que no debo. Sería medio pistolera. Sería de armas tomar.
[Ana]: Abuela influencer pistolera: de verdad que internet la amaría. Bueno, la ama. Pero las personas que usan y comparten su foto no saben lo genial que es esa señora de la tableta. Por eso, quizás, la viralización nos sorprendió tanto a todos.
[Bia]: Nunca pensé que nadie se fuera a fijar en esa foto. Yo estaba súper orgullosa de cuando me hicieron la nota y verme, pero en realidad nunca me imaginé que podía servir para otros fines.
[Ana]: A mí tampoco se me pasó por la cabeza que algo así podía pasar. Durante años evité el tema con ella hasta que el año pasado, sin haberlo planificado, le pedí disculpas. Ese día estábamos teniendo una conversación telefónica parecida a la de Bia influencer de hace unos minutos: básicamente ella comentó algo divertido, yo le dije que la rompería en redes sociales y ella respondió que no es algo que le gustaría. Entonces ahí, sin pensarlo mucho, le confesé que me sentía súper culpable de todo lo que había pasado por la entrevista con El Observador. Y le pedí perdón. Ella en seguida me dijo que no me preocupara, que no fue tan grave. Y yo la dejé por ahí. Estábamos al teléfono y, como yo estaba llorando, pero no quería que ella se diera cuenta, solo me callé.
Llorando. Sí. Algunos se preguntarán por qué, si como me dijo Bia, no fue tan grave; algo de lo que, además, yo no podía tener control. Pero, claro, no lo siento así. Es difícil ver vulnerable a alguien a quien amás. Aunque no sea una vulnerabilidad física, duele igual. Duele saber que una persona que solo estaba haciendo un favor, de buena voluntad, anda circulando por ahí en uno de los ambientes más hostiles que conocemos: el internet. Simplemente no se lo merece.
Ahora, sentadas frente a frente, le pregunté:
[Ana]: ¿Y alguna vez te arrepentiste de haber dado la entrevista?
[Bia]: No, jamás. Pero para nada. No me preocupa en absoluto porque no me quitó el sueño. Yo estaba segura que no había hecho nunca nada malo. Que la utilicen mal es otra cosa. El problema es de los que la utilizan mal. Pero a mí no me molestó en absoluto ni me molesta ahora. Salvo, ya te digo, me vengan a arrestar por algo que no hice. No vendo drogas, no hago nada, ¡jajaja!
[Ana]: ¿Y cómo te sentiste cuando yo te pedí perdón por haberte expuesto?
[Bia]: Me sentí mal. Me sentí mal porque no era necesario pedir perdón. No lo hiciste con ese fin. Era una cosa que se salió de las manos de todos. Le gustó a alguien más para hacer otra cosa. Y bueno, ya está. No pasa nada. Es la vida misma.
[Ana]: Me hubiese gustado hablar de esto antes. Sentarnos a charlar de lo que sentimos en aquel momento nos unió todavía más. Fue un ejercicio consciente de mostrarnos que nos cuidamos mutuamente, aunque internet haya tenido otros planes.
Llevo casi 10 años con una culpa innecesaria, por algo que para mi abuela es menor. Tal vez es momento de dejar ir… Así que, si un día de estos me vuelvo a cruzar con ella en algún sitio o red social, ya no voy a sentirme avergonzada. Voy a poder verla y sonreír sabiendo que Bia es tan especial que solo fue necesaria una pequeña dosis de ella para enamorar a internet.
[Daniel]: Bia sigue viviendo en la casa de la famosa foto. Al momento de salir este episodio, ya iba por el nivel 2.701 del Candy Crush.
Ana Pais es Editora Digital Senior de Radio Ambulante. Vive en Montevideo. Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí. El factchecking es de Bruno Scelza, quién además apoyó en la producción. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música de Rémy. Gracias a Diego Battiste.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Adriana Bernal, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, David Trujillo, Ana Tuirán y Elsa Liliana Ulloa.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.