Te quedas o te vas | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Hola, Ambulante. En nuestros podcasts de Radio Ambulante Studios tenemos un compromiso: comprender y narrar América Latina y las comunidades latinas, una historia a la vez.
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Esto es Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón.
[Samantha Jirón]: Bueno, voy a preparar una sopa de queso. Es muy típico de Nicaragua para la Semana Santa. Viene del tiempo de la creencia de que no se come carne y todo. O sea, yo no estoy siguiendo…
[Daniel]: Es jueves santo de 2024. Tradicionalmente, muchos católicos en Latinoamérica no comen carne en esta fecha. Pero Samantha Jirón, la mujer que acaban de escuchar, no es católica ni practica ninguna religión. Prepara este plato por otra razón.
[Samantha]: Yo la preparo porque a mí me encanta y como he visto fotos se me antojó.
[Daniel]: La nostalgia. Vio las fotos en redes sociales, y hacía mucho tiempo que no se comía una típica sopa de queso. Salió de Nicaragua hace casi dos años, y, por motivos que ahora vamos a escuchar, ya son varios jueves santos desde que no prueba la sopa que preparaba su mamá.
Vive en las afueras de San Francisco, California, y nuestra productora, Desirée Yépez, la visitó en su pequeño departamento, que es algo así como territorio nicaragüense en pleno Estados Unidos. En la comida, por ejemplo, no sólo prepara la sopa de queso, sino todos esos platos que definen la cocina nicaragüense.
[Samantha]: O sea, el gallopinto y el desayuno, el almuerzo y la cena, que es algo como lo más típico de Nicaragua. Bebemos fresco de cacao, siempre comemos tortillas palmeadas con queso, todo lo que sea nicaragüense y siempre o sea amistades nicaragüenses, tratamos de mantener siempre la cultura.
[Daniel]: Ok, pero esta historia no tiene que ver con comida. Es mucho más. Porque Samantha no es una inmigrante común. Por supuesto que cada historia de migración es única, entonces seamos más específicos: ella nunca se imaginó viviendo en Estados Unidos. Nunca lo buscó. Y ni siquiera lo escogió.
En su caso, alguien, un gobierno, tomó esa decisión por ella.
[Samantha]: Yo me sigo sintiendo 100% nicaragüense, aunque legalmente no lo sea.
[Daniel]: Y es que el régimen de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo expulsó a Samantha de su país en 2023, cuando solo tenía 23 años. Y, según sus leyes, Samantha ya no es nicaragüense. ¿Cómo puede una joven como Samantha quedarse sin patria?
Después de la pausa, su historia.
Ya volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora, Desirée Yépez, nos sigue contando.
[Desireé Yépez]: Antes de vivir en Daly City, a las afueras de San Francisco, Samantha sobrevivió más de un año en una celda de la cárcel de mujeres La Esperanza, en Nicaragua. Y antes de entrar a prisión, tenía una vida relativamente común, junto a su madre Carolina, y sus hermanos menores Julissa y Julio.
Nació y creció en Masaya, la cuna de la revolución sandinista, la misma revolución donde Daniel Ortega combatió para derrocar la dictadura de la familia Somoza a finales de los 70.
[Samantha]: Es el lugar como donde hay más tradiciones, más cultura, el folclor que representa todo lo que es la parte cultural de Nicaragua. Estamos catalogados como gente bien alegre, bochinchera, es como bien pleitistos, efusivos, que por cualquier cosa arman escándalo.
[Desireé]: Es una ciudad de arquitectura colonial, con calles adoquinadas, que se levanta sobre las faldas de un volcán que aún expulsa lava y rodeada de lagunas naturales. Ese fue el escenario de las travesuras de infancia de Samantha.
[Samantha]: Era como bien chinvarona. Chinvarona es como hacer juegos muy de niño. Entonces yo andaba como en el barrio, corriendo, jugando en los chinos. Me rajé la cabeza como tres veces, ya te imaginás y mi mamá salía corriendo conmigo al hospital. Mi mamá siempre dijo que yo era muy hiperactiva y tenía un carácter muy difícil de controlar.
[Desireé]: Por eso, para tratar de controlar sus emociones, su mamá la metió a clases de una de sus cosas favoritas: el dibujo.
[Samantha]: Entonces ella tenía que buscar una manera de canalizar esas emociones de una manera positiva, porque si no me le iba por el mal camino.
[Desireé]: También le transmitió la pasión por la lectura para abrir su cabeza al mundo a través de los libros. Desde ahí empezó a dar forma a sus sueños y uno de esos era ser periodista. Samantha recuerda que cuando era pequeña le encantaba jugar a presentar noticias. Jugaba a contar historias, porque en su casa siempre había periódicos. Pero lo paradójico es que nunca se hablaba de política.
Su mamá se dedicaba a cocinar en restaurantes o eventos y nadie discutía sobre la coyuntura del país, no había necesidad. Eran una familia más, ganándose la vida como podían. Aunque siempre hubo un nombre presente.
[Samantha]: Pero sí recuerdo siempre a Ortega como presidente y como lo mencionaban en las noticias: “el presidente Daniel Ortega”, desde que tengo memoria.
[Desireé]: Daniel Ortega lleva casi dos décadas en el poder en Nicaragua. Fue presidente entre 1985 y 1990. Luego, volvió a ganar las elecciones en 2006 y desde entonces se ha valido de reformas y cambios a la ley para consolidar una dictadura despiadada. Pero en su escuela, Samantha tampoco escuchaba nada de eso.
[Samantha]: Nunca se discutió qué era una dictadura, qué era un régimen totalitario. Eso nunca yo lo escuché mencionar.
[Desireé]: Hasta que un día, cuando Samantha tenía 15 años, se enteró en el colegio de la existencia de la Federación de Estudiantes de Secundaria. Un grupo de jóvenes nicaragüenses que defienden los principios del sandinismo, un movimiento político de izquierda que nació en los 60, de corte anti imperialista, y que cree en la lucha armada. Está alineado con los principios marxistas de la revolución cubana. Es la base política de Ortega.
[Samantha]: Uno de los profesores hizo un comentario como vino la FES, o sea, la Federación de Estudiantes Sandinistas que querían involucrarse y entrar para poder convocar a jóvenes.
[Desireé]: Samantha era becaria en el Colegio Salesiano, un colegio privado dirigido por sacerdotes de esa comunidad, a quienes no les gustó la idea de que las juventudes sandinistas quisieran reclutar miembros en ese lugar.
[Samantha]: El padre les dijo que no, no quería absolutamente nada, ningún tema político con ellos. O sea, estos jóvenes, pues, se reunían en la casa del partido, hacían sus actividades en las casas del partido, eran los que hacían proselitismo político en las secundarias, en los colegios, pegaban cosas del partido, entonces era un tema directamente político más que académico.
[Desireé]: Fue en esa misma época, en 2016, que Samantha se inscribió a clases de inglés en un instituto público. Estudiaba todos los sábados en un lugar rodeado de propaganda pro gobierno.
[Samantha]: Fotos de Ortega, fotos de Rosario Murillo, de todo. Y en la oficina del director académico, una bandera de Nicaragua y una bandera de los sandinistas.
[Desireé]: Una bandera roja y negra… Estaba claro que era territorio oficialista. Y había una razón específica: pronto se celebrarían elecciones.
[Desireé]: No pensó mucho sobre eso hasta que, a finales de ese año, en plena campaña electoral, un grupo de jóvenes la invitó a pegar propaganda de otro movimiento político en las calles de Masaya. Ella dijo que sí, que iba…
[Samantha]: Yo fui, sinceramente, porque, o sea, a mí me invitaron, no fui como porque tenía una posición política ni nada.
[Desireé]: Solo le gustaba meterse en todo. Unos días después, Samantha se enteró de que la Juventud Sandinista había quitado los afiches del candidato que habían pegado. Se indignó tanto, que sin pensarlo mucho, escribió en su muro de Facebook.
[Samantha]: Puse: “¡Qué barbaridad! ¿Cómo es posible que aplaudan y promuevan que los jóvenes de la Juventud Sandinista hagan como este tipo de cosas?”. Y puse: “Lo que son, son unos vagos, deberían de estudiar” y puse: “Son unos sapos”. Directamente ataqué a la Juventud Sandinista.
[Desireé]: Un comentario visceral, uno que consideró sin importancia. Pero de inmediato traspasó la red social y se convirtió en un problema serio. El director del instituto donde estudiaba inglés, ese con la bandera sandinista en su oficina era su amigo en Facebook y, claro, él leyó el post.
[Samantha]: Cuando yo llego el sábado a clases, a mí me llaman a la dirección y me dijeron: “Mira, ¿por qué pusiste esto?” Y yo: “Porque es cierto”. Yo no sabía cómo esto me podía afectar.
[Desireé]: Ese momento de envalentonamiento le costó la expulsión. Fue la primera señal que tuvo en su vida de que disentir, en Nicaragua, con Ortega al mando, no era una opción. El castigo le hizo sentir que algo no iba bien. Y no era la única. Mientras Ortega celebraba su tercera victoria consecutiva, algo adentro de Nicaragua se movía. Lo que parecía la consolidación de una dinastía familiar sería más bien una bomba de mecha corta. En abril de 2018, cuando Samantha tenía 18 años, algo en su país se rompió para siempre.
[Soundbite de archivo]
[Periodista 1]: Regresamos a nuestra capital, donde estudiantes universitarios se enfrentaron con la Policía Nacional y los agentes son respaldados por la Juventud Sandinista.
[Periodista 2]: Varios estudiantes y agentes policiales resultaron heridos durante enfrentamientos. Hasta estos momentos se contabilizan cinco personas fallecidas. Las protestas iniciaron desde el pasado miércoles en rechazo a las reformas del Instituto de Seguro Social.
[Desireé]: Después de que el gobierno anunciara un decreto que reformaba la seguridad social, incrementando el aporte de los trabajadores y empleadores, y reduciendo las pensiones de los jubilados, la gente se tomó las calles, sin miedo. La mañana del 18 de abril empezó a gestarse lo que la prensa calificó como el mayor levantamiento en el país desde que terminó la guerra civil en 1990.
[Desireé]: Para ese momento, la pareja presidencial Ortega-Murillo ya controlaba prácticamente todos los poderes del Estado y, en respuesta a ese autoritarismo, los jóvenes nicaragüenses impulsaron su versión de la Primavera Árabe. Armados con sus teléfonos celulares y su dominio de las redes sociales, desafiaron al gobierno.
Las protestas comenzaron en la capital, Managua, pero rápidamente, se expandieron hacia otras zonas.
[Soundbite de archivo]
[Periodista]: La protesta se extendió en el interior del país en ciudades como Matagalpa, León, Chinandega, Granada y Masaya, convirtiéndose en un verdadero reclamo nacional.
[Desireé]: Mientras Masaya, la ciudad de Samantha, se levantaba en rebelión, ella salió de su casa a buscar a su hermana de 14 años en el colegio. Afuera, todo era caos. Y ellas no tenían muy claro la gravedad de lo que estaba pasando.
[Samantha]: En ese momento yo no dimensioné el peligro y todo lo que podía ocurrir. Entonces le dije vámonos. Y nos fuimos a Monimbó.
[Desireé]: Monimbó es un barrio de Masaya, reconocido por ser el epicentro de los levantamientos sociales en el país. Y, en 2018, no fue la excepción.
[Samantha]: O sea, había en ese momento un enfrentamiento entre la población y los la policía antimotines, los de negro de las fuerzas especiales y entonces yo sólo con mi hermana me acuerdo que me uní.
[Desireé]: Nunca se esperó la represión que se encontró. Es que no tenía precedentes. Era brutal. Sólo en el segundo día de protestas hubo tres muertes en el país. Con el paso de las horas, la situación se volvía crítica. Y eso provocó que la población, encabezada por los jóvenes identificados con los colores blanco y azul de la bandera nicaragüense, no bajaran la guardia. Al día siguiente, Samantha encontró una bandera y salió a protestar de nuevo.
[Samantha]: Y empecé también a escribir en redes sociales. Compartía todas las noticias, los en vivos, las personas que estaban siendo heridas.
[Desireé]: Y hacía comentarios…
[Samantha]: Como yo digo en ese momento yo bien atrevida, como que esto ya es una dictadura, qué bueno que la gente se despertó, yo creo que ya no va a haber marcha atrás.
[Desireé]: Lo que sucedía en Masaya era paradójico. La revolución que hacía casi cuatro décadas llevó al ascenso de Ortega, comenzó ahí, en ese lugar. Pero esta vez la revolución era en su contra.
La ciudad estaba sitiada con barricadas hechas con los adoquines de las calles. Los jóvenes no estaban dispuestos a perdonar la represión del gobierno ni el asesinato de manifestantes. Desde sus trincheras acorralaban a las fuerzas oficiales que respondían con balas y los rebeldes debían improvisar para atender a sus heridos.
En los días siguientes, organizaciones de derechos humanos denunciaron que las autoridades nicaragüenses se volvieron contra su propia gente en un ataque cruel, sostenido y letal contra la vida, la libertad de expresión y la libertad de reunión pacífica.
En ese momento, Samantha, que había hecho cursos de primeros auxilios, era voluntaria del Cuerpo de Bomberos. La organización estaba bajo la orden del gobierno. Y cuando comenzó la represión a los manifestantes, el régimen ordenó no atender a los heridos como otra forma de castigo.
[Samantha]: Entonces yo decidí darme de baja porque yo decía: “No se puede, ¿cómo es posible que van a exigir que no atiendan?” En ese momento me llega el mensaje de un excompañero bombero.
[Desireé]: Habían hecho un grupo de cruzrojistas, bomberos, estudiantes de medicina, enfermeros, y personas que habían estado en los Boy Scouts para atender a los heridos por la policía.
[Samantha]: Me dijeron: “Mira, estamos haciendo, ¿vos querés?” Y yo: “Claro que sí, apoyemos”.
[Desireé]: Metió en una mochila una camiseta, un short, ropa interior, gasas, yodo, alcohol, guantes y se fue sin avisar para apoyar a los rebeldes que se acomodaron en una casa de seguridad. Era un espacio al que pocas personas sabían cómo llegar y donde improvisaron una clínica clandestina.
[Samantha]: Entonces empezamos a organizarnos en un cuarto, a poner, a hacer tipo camilla, a hacer agua con bicarbonato para poder mitigar el gas lacrimógeno, empezamos a hacer unas mochilitas donde llevábamos pastillas para el dolor, inyecciones, cosas, material de sutura.
[Desireé]: Afuera, el escenario era apocalíptico, una guerra. La alegría de Masaya se había transformado en ira y miedo. Mientras algunos se protegían en su casa de los disparos, los morteros y las detonaciones, los chavalos -como les dicen allá a los jóvenes- libraban una batalla campal. Samantha atendía a los heridos de bala o intoxicados con gas que llegaban o salía a buscarlos en las calles cuando le tocaba su turno… y así pasaron días hasta que regresó a su casa.
[Samantha]: Mi mamá estaba muy mal, pues, y no sabía en qué momento le iban a llamar diciéndole que me habían matado algo.
[Desireé]: Los muertos se contaban por decenas y, en lugar de detenerse, la resistencia crecía. Ya no había lugar para la negociación, a pesar de que el gobierno ofrecía dar marcha atrás a las medidas que desencadenaron el estallido. El grito era mayor:
[Samantha]: Y empezó el movimiento de las Madres de abril, de todos los jóvenes que estaban siendo asesinados y hubo el no retorno obviamente a todo lo que ocurrió y ya las demandas fueron creciendo: justicia, libertad, democracia.
[Desireé]: Una protesta que se convirtió en un movimiento rebelde ahora era una amenaza creciente para el régimen nicaragüense. Pasaron los meses, era una cacería contra todo aquel que pudiera ser considerado opositor. Y la vendetta de haber ayudado a los insurgentes un día tocó la puerta de la casa de Samantha.
[Samantha]: Como fui voluntario de bomberos, conocí a muchos policías y personas, pues de todas las instituciones, porque se trabaja en conjunto y me escribió un policía que yo conocía y me dijo: “Ándate, porque aquí en el sistema hay una orden de captura con tu nombre y yo creo que sí sos vos”, me dice.
[Desireé]: Una estudiante de colegio, de tan solo 18 años, en la mira del gobierno. Así que el 8 de julio de 2018 Samantha decidió salir de Masaya rumbo a San José, en Costa Rica. Cruzó la frontera en autobús, abandonó las clases de arte, las ferias de ciencias, los torneos de ajedrez, y viajó unas doce horas rumbo al exilio. Era un país en el que debía empezar de cero, sola.
[Samantha]: Fue mi primera separación forzada con mi familia, el dejar mi casa, mi hogar, mis hermanos. Y también es cuando empecé a sentir esa carga emocional, una carga que no solo era mía personal, sino una carga colectiva y esa impotencia de poder querer cambiar algo y no poder hacerlo.
[Desireé]: Los primeros meses se instaló junto a su novio de ese momento, que también huyó del país. Logró matricularse en un colegio y graduarse. Luego empezó a estudiar ciencias políticas en la universidad, y se involucró en la creación de organizaciones feministas de nicas exiliadas.
[Samantha]: Empecé a ir siempre a las marchas que se hacían afuera del Consulado de Nicaragua y también a todos los eventos y las vigilias, y fue que empecé a conocer personas, involucrarme con jóvenes, entonces ahí comienza como de lleno mi activismo en 2018, a finales.
[Desireé]: A pesar de lo duro de la distancia y la separación, estaba ordenando las piezas de su nueva vida. Cuando ya vivía sola en un pequeño estudio, llegó 2020 y todo se desplomó.
[Samantha]: Vino el COVID y el COVID nos jodió a todos por igual. Ese encierro, ese aislamiento, a mí me hizo muy, muy mal. O sea, caí en una depresión muy fuerte donde empecé a bajar de peso, no comía, entonces estaba en una situación emocional bien complicada.
[Desireé]: Y fue ahí que pensó que como ya había pasado dos años fuera de Nicaragua, la intensidad de las manifestaciones, la violencia y el acoso había bajado. Sintió que el riesgo ya no era el mismo. Aunque su mamá sí tenía un poco de miedo, apoyó su regreso con la única condición de que Samantha se comprometiera a no llamar más la atención.
[Samantha]: Entonces, decidí dejar todo y regresarme a Nicaragua en 2020 y regresé normal. Pasé por frontera, me registraron, me tomaron fotos, pero algo no pude cumplir fue quedarme calmada, o sea, siempre seguí involucrándome.
[Desireé]: Y contrario a lo que pensaba, fue un momento muy relevante. En el país, el ambiente estaba enrarecido. Mientras el mundo se encerraba, Daniel Ortega se resistía a la cuarentena por el coronavirus y no sólo rechazaba las medidas de aislamiento, sino que las despreciaba organizando actos públicos masivos. Era una crisis dentro de la crisis, al personal médico ni se le permitía utilizar mascarilla.
[Desireé]: Samantha retomó sus estudios de ciencias políticas y también se inscribió en la carrera de periodismo, combinando ambas profesiones en su activismo. Optó por hacerse escuchar en lugar del silencio. Daba entrevistas en espacios internacionales sobre el estallido social nicaragüense. Esta es ella en un conversatorio virtual organizado por una plataforma boliviana.
[Soundbite de Archivo]
[Samantha]: El tema del manejo irresponsable de una pandemia y las mentiras de una dictadura y un régimen no se puede este separar y el país ya estaba viviendo una crisis política muy seria y una crisis económica. Y entonces se suma la crisis sanitaria de COVID 19.
[Desireé]: También escribía artículos en medios locales. En uno de sus textos describió a Ortega como un dictador anacrónico, desfasado, que se quedó en los años 60 y la guerra fría, siguiendo el ejemplo de Fidel Castro. Así, el perfil político de Samantha, en lugar de pasar desapercibido, se volvió más notorio.
Nicaragua, que para ese momento era la segunda economía más pobre del continente, no veía la tregua. Todo iba en declive. Y el paso de dos huracanes devastadores a finales de 2020, empeoró todo. La oposición se organizaba para sacar a los Ortega-Murillo del poder y la oportunidad eran las elecciones que se celebrarían en 2021. Pero el gobierno desató una persecución sin precedentes a los potenciales candidatos a la presidencia. Siete aspirantes fueron arrestados. A pesar de todo, Samantha no sentía que su activismo pudiera ser riesgoso.
[Samantha]: Sinceramente, nunca me sentí blanco. Porque mira, yo decía, una chavala universitaria de 20 años, de 21 años, o sea que apenas que ha empezado su activismo y su trabajo político en 2018, 2019 no puede representar una amenaza para un régimen, ¿no?, para una dictadura.
[Desireé]: Además, había otros blancos mucho más relevantes a nivel político: candidatos presidenciales, lideresas de movimientos sociales… ¿Por qué se fijarían en ella?
[Samantha]: Mucha gente me lo decía: “Samantha. O sea, tené mucho cuidado. A vos te pueden agarrar”. Y yo: “No, no”. O sea, siempre creí que habían otras personas que estaban en la lista y que no iba a ser yo una de ellas.
[Desireé]: Organismos internacionales cuestionaron la validez del proceso electoral porque se impidió que la oposición participe. Como todo indicaba, como estaba planeado y diseñado, Ortega ganó. Todos sus opositores estaban presos o en el exilio.
En las elecciones, Samantha apoyó la cobertura de un grupo de periodistas que estaban instalados en un hotel en Managua. Dos días después de las votaciones, el 9 de noviembre de 2021, aún trabajando desde el hotel, Samantha bajó a desayunar y la actitud de uno de los meseros llamó su atención.
[Samantha]: El mesero no me dejaba de mirar. Me quedaba viendo constantemente, me quedaba viendo como nervioso, pero él fue el que dio parece que aviso, era informante.
[Desireé]: Luego de comer subió a la habitación y al salir del cuarto…
[Samantha]: Yo me topé con un hombre que me quedó viendo y yo seguí, continué normal.
[Desireé]: Hasta ahí, nada que le preocupara realmente. Sólo incomodidad. Al mediodía, sus colegas periodistas decidieron almorzar fuera del hotel. Así que salieron juntos de una camioneta blanca. Ella llevaba puesta una mascarilla con el logo del medio de comunicación donde sus amigos trabajaban.
[Samantha]: Me acuerdo que sólo agarré mi teléfono y me monté en la camioneta, en la puerta de la derecha.
[Desireé]: Al salir del hotel, entraron a una avenida con mucho tráfico. Había carros y congestión. Un policía que estaba dirigiendo el tránsito, al ver la camioneta, les pidió que se detuvieran.
[Samantha]: Mi amigo se parquea normal y se le acerca el policía de tránsito y le dice: “Dame tus documentos”.
[Desireé]: La reacción de Samantha fue agachar su cabeza detrás del asiento, un impulso como para evitar que la vieran. Se quitó la mascarilla, para que no la identificaran con el equipo de prensa.
[Samantha]: Agarré mi teléfono y lo puse en la guantera, en la parte de atrás y yo me quedo sin nada. Le dice el policía de tránsito a mi amigo: “Desenllava la camioneta o te llevo preso”, le dice.
[Desireé]: El conductor apagó el carro. Y en cuestión de segundos ya había un auto rojo, sin placas, parqueado junto a ellos, de donde se bajaron un hombre y una mujer con pasamontañas y abrieron la puerta del lado donde estaba Samantha.
[Samantha]: Y la mujer dice: “A ver, que se baje la compañera”. Entonces me sacaron a la fuerza de la camioneta y el hombre y la mujer me agarraron de un lado y tenían abierta la puerta del carro atrás y me metieron.
[Desireé]: Luego volvieron a la camioneta y exigieron a los compañeros de Samantha que le entreguen su celular. Y la secuestraron. No le mostraron una orden de detención y al meterla en la parte de atrás del auto la golpearon en la cara.
[Samantha]: Me acuerdo que andaba una pulsera de Nicaragua de cuero con la bandera y me la arrancaron. Igual una cadena de plata con el dije Nicaragua también me lo arrancaron.
[Desireé]: El tipo con el que se había cruzado horas antes en el pasillo del hotel estaba al volante y conectado a una videollamada.
[Samantha]: Y en ese momento el hombre pone la cámara y le dicen: “¿Es ella? La tenemos”. “Sí, confirmado, es ella”.
[Desireé]: Y se la llevaron. En el camino, que se sintió eterno, amenazaron con matarla y le preguntaban sobre otras personas. Samantha, paralizada por el pánico, no sabía qué le iban a hacer. Quienes la capturaron la entregaron a la policía en un centro de detención.
[Samantha]: Me metieron a un cuarto donde me desnudaron, me tomaron fotos, me pusieron mis huellas y me pusieron un uniforme azul y me metieron a una celda y en ese momento me obligaron a desbloquear mi teléfono y me llevaron para firmar un montón de cosas.
[Desireé]: Samantha mide menos de un metro sesenta, y nadaba dentro de ese uniforme azul enorme, que olía mal. Vestida así firmó un documento donde se indicaban las acusaciones contra ella: menoscabo de la soberanía nacional en perjuicio del Estado y difusión de noticias falsas, según la Ley de Ciberdelito. Esta ley se aprobó en 2020, y ha sido utilizada para condenar a quienes difundan información que el régimen podía considerar falsa o tergiversada. Fue en ese momento, después de firmar, que le mostraron la orden de captura.
Estuvo en ese centro de detención un mes. Luego la trasladaron a La Esperanza, la única cárcel de mujeres del país. Ahí, en una celda de máxima seguridad, debería esperar a que llegara su juicio.
[Samantha]: Donde las camas estaban pegadas en el suelo, soldadas y en donde eran unas celdas súper altas y sólo había unas verjas pequeñas donde entraba luz. No podíamos ver absolutamente nada, no mirábamos a nadie, no teníamos contacto con nadie.
[Desireé]: Ahí estuvo durante ocho meses junto a Evelyn Pinto, una veterana defensora de derechos humanos. Al principio les dijeron que estaban en aislamiento sólo por quince días como medida de seguridad por el coronavirus.
En marzo de 2022, cuatro meses después de su arresto, fue el juicio y la condenaron a ocho años de prisión. Una de las pruebas que se usaron en su contra fue la entrevista que escuchamos antes, en la que hablaba del manejo de la pandemia.
[Samantha]: O ya sabía que me iban a condenar, porque todo era un guion, se lo dije al juez, que él ya tenía indicaciones y que al final me condenara al tiempo que quisiera y los años que quisiera, porque no había mal que durará 100 años ni cuerpo que lo aguantara.
[Desireé]: Con 21 años, Samantha era una de las presas políticas más jóvenes en Nicaragua. Estaba recluida en la celda número cinco, una olla de presión donde el calor, que puede alcanzar los 35 grados centígrados, la cocinaba viva. Y, cuando llovía, el techo no servía de mucho para protegerse del agua que se filtraba. Era un cuarto dedicado a las presas políticas, sellado con una puerta sólida, que en la parte superior tiene una pequeña ventana asegurada con rejas y por donde casi no entraba la luz.
Los días arrancaban a las cinco de la mañana, cuando las celadoras llegaban a supervisar que no se hubieran escapado. Después les servían el desayuno, que consistía en arroz y frijoles. No podían salir al patio ni ver a nadie. Samantha se pasaba el día durmiendo.
Después de meses, cuando ya las reunieron con las presas comunes, les permitieron que sus familiares, a quienes veían cada 21 días, les llevaran libros, pero ninguno relacionado con política ni psicología.
[Samantha]: Entonces mi mamá llevó un libro de Isabel Allende que se llama De amor y de sombra, que nosotros teníamos en la casa. Me acuerdo que luego mi mamá llevó otro libro, por ejemplo, llevó Los Miserables, de Víctor Hugo, y no lo dejaron pasar. Dijeron que ese libro no, o sea, tal vez se sintieron identificados con el título, bien miserables ellos.
[Desireé]: Las guardias no sabían que De amor y de sombra habla de arrestos arbitrarios, desapariciones, ejecuciones, de personas dispuestas a arriesgar todo por la justicia y la verdad. Pero bueno, además de la literatura, su mamá -que no faltaba nunca al día de visitas- logró darle lápices de colores y hojas. Pudo dibujar durante unos meses hasta que le quitaron esos materiales. Samantha no podía sacar los dibujos ni dárselos a su familia. La tortura era constante.
[Samantha]: Era como que el mundo se detenía adentro, nada pasaba. O sea, no sabíamos nada.
[Desireé]:
La poca información que les llegaba era lo que sus familiares les contaban.
Y así fue como se enteró de que Ortega, en algún discurso, había dicho:
[Soundbite de archivo]
[Daniel Ortega]: Esos que están presos ahí son los hijos de perra de los imperialistas Yankees. Se los deberían llevar para allá para los Estados Unidos, porque esos no son nicaragüenses. Dejaron de ser nicaragüenses hace rato. No tienen patria.
[Samantha]: Yo bromeé con mi compañera de celda y le dije: “Se imagina que esto nos monte en un avión y nos manden para Estados Unidos”, y nosotras en risa. “No, eso no va a pasar”. Y eso fue lo que pasó.
[Daniel]: Una negociación diplomática cambió el curso de esta historia… de la historia de Samantha Jirón y la de otros 221 presos políticos.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, Samantha Jirón cumplía una condena de ocho años por difusión de noticias falsas en la cárcel de mujeres de Nicaragua. Pero una noche sucedió algo tan descabellado que nadie lo pudo anticipar.
Desirée Yépez nos sigue contando.
[Desireé]: En la cárcel, todos los días eran iguales. No había noticias del mundo exterior, nada capaz de romper la inclemencia de la rutina. Adentro, nadie podía imaginar que una llamada sería el primer paso de una operación que, al menos en América Latina, nunca se había visto.
A finales de enero de 2023, la vicepresidenta de Nicaragua y esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, llamó al entonces embajador de Estados Unidos en el país, Kevin Sullivan. Así lo describió él en el documental Operación Guardabarranco que reconstruye lo que pasó:
[Soundbite de archivo]
[Kevin Sullivan]: Quería que fuera a hablar con el canciller Denis Moncada y que tenía algo importante para conversar conmigo.
[Desireé]: El canciller le hizo una propuesta.
[Kevin]: Me planteó la posibilidad de que si Estados Unidos estaba dispuesto a recibir a los presos.
[Desireé]: Se dice que este acercamiento fue una maniobra política para quitar la presión o la atención que existía sobre la pareja presidencial, acusada internacionalmente de secuestro, detenciones arbitrarias, tortura, expropiación y violación de derechos humanos a los disidentes con los que, al mismo tiempo, abarrotaban las prisiones.
El embajador estadounidense reveló en el documental que tanto el Secretario de Estado como el presidente Joe Biden estuvieron al tanto de esta oferta. Y aceptaron la lista con los nombres de más de 200 personas que serían liberadas. El grupo incluía líderes sociales, periodistas, exmilitantes sandinistas… Lo siguiente fue aprovechar cada minuto, antes de que alguien pudiera arrepentirse.
[Kevin]: Esto no es algo que pasa todos los días. Nosotros tenemos muchos requisitos y trámites para entrar en Estados Unidos. Alguna de estas personas tenían visas. Muchas de ellas, muchos de ellos no.
[Desireé]: Había quienes ni siquiera habían viajado antes en avión. La operación, que oficialmente se bautizó como Nica Welcome, debía mantenerse bajo reserva absoluta. Un paso en falso y todo se derrumbaba.
Para cumplir con la misión, el Departamento de Estado buscó al Instituto Internacional sobre Raza, Igualdad y Derechos Humanos que, con base en Washington DC, trabaja en países como Nicaragua y Cuba. Necesitaban apoyo en la logística y atención humanitaria para recibir a cientos de presos políticos que llegarían a Estados Unidos directamente desde la cárcel. Este es Carlos Quesada, director de la organización y que estuvo a cargo de esa logística.
[Carlos Quesada]: Dos semanas antes. Ellos se comunican y nos dicen que existe la posibilidad de que salgan alrededor de 200 personas presas por motivos políticos de algún país en América Latina y que necesitan el apoyo de nuestra organización para la logística de la bienvenida de ellos.
[Desireé]: Carlos recibió la llamada de una persona del Departamento de Estado buscando su apoyo, pero no le dieron más detalles. Aunque no sabían de dónde llegarían las personas liberadas, tenían el encargo de conseguir más de 200 habitaciones de hotel, celulares para cada uno, tarjetas sim para que esos teléfonos funcionaran, ropa y zapatos para mujeres y hombres, sin saber siquiera las tallas. Solo había algo claro: era invierno y las temperaturas en Washington son gélidas. La situación no era sencilla.
[Carlos]: No era solamente abrigos, era ropa interior. Una mudada por lo menos. Aspectos del aseo físico, jabón, ir a comprar toallas sanitarias para las mujeres.
[Desireé]: Carlos ni siquiera sabía cuándo iban a llegar. Podía suceder en cualquier momento y debían estar listos. Trabajaron casi las 24 horas del día durante una semana.
Pero, mientras tanto, en la prisión La Esperanza de Nicaragua, Samantha vivía en un letargo que impedía la sospecha de que algo estaba por venir. Así que la noche sofocante del 8 de febrero de 2023, parecía una más tras las rejas de la cárcel de mujeres en Managua.
[Samantha]: A las nueve es el toque de queda. Entonces apagaban las luces y yo estaba como con dolor o algo. Entonces había pedido un medicamento. Me habían dado una pastilla para el dolor bien fuerte. Entonces eso me había ayudado a dormir más temprano, porque generalmente me dormía de madrugada, porque tenía mucho insomnio, muchos problemas para dormir.
[Desireé]: A eso de las 10:30 de la noche llegó una de las custodias y le ordenó que se levantara.
[Samantha]: Me dice: “Dale, levántate, que vas de traslado”. Y yo en ese momento yo me asusto.
[Desireé]: Samantha no entendía lo que pasaba. Estaba muy nerviosa, sentía que su pecho iba a estallar. ¿De traslado? ¿A dónde? ¿Por qué casi a la medianoche? Apenas tuvo tiempo de guardar en un bolso una Biblia que su mamá le había regalado, el uniforme, sus dibujos y ponerse sus lentes. Estaba en pijama. Pero no había tiempo para más. Salió de la celda, junto a Evelyn, su compañera de ese momento, también presa política. Las llevaron a un cuarto, donde esperaban otras presas políticas, y les dieron ropa para que se cambiaran. Samantha se puso una licra gris y una camiseta café usadas. Luego de una hora las subieron a todas a un bus. Las ventanas estaban cubiertas. No tenían idea de hacia dónde iban.
[Samantha]: Todas estábamos, me acuerdo nerviosas, nos quedábamos viendo.
[Desireé]: Después de unos diez minutos hicieron una primera parada. El bus se detuvo y bajaron a las ocho mujeres en el Sistema Penitenciario La Modelo, la cárcel de máxima seguridad donde estaban los presos políticos hombres, que se contaban por decenas. Las llevaron a una habitación donde habían reunido a más presas políticas que venían de otras ciudades.
Estuvieron ahí varias horas. Había comida, bebidas. Todo muy raro y sospechoso, por lo que no se atrevían ni a comer.
[Samantha]: Y ya después empezaron a decir: “Bueno, levántense y se van a ir en fila una por una.
[Desireé]: Mientras los escoltas tomaban fotos de todo, las esposaron con bridas, esas tiras de plástico que sirven para asegurar cosas y subieron de nuevo a las mujeres a un microbús blanco y a los hombres a un vehículo más grande. Ventanas cubiertas y ninguna información. Arrancaron el camino hacia lo incierto otra vez, junto a una caravana de autos policiales.
[Samantha]: Yo me doy cuenta que estamos entrando a algo que tiene que ver con el aeropuerto cuando escucho un avión despegar. Entonces, en ese momento, como decimos, a mí me cae el 20 y yo no sé, me dio algo y yo me doy cuenta que vamos fuera del país, pero yo dije nos van a mandar a Cuba, a Venezuela, porque no es normal, o sea que nos lleven esposados, que nos estén, igual, tratando mal a última hora, siempre despectivo.
[Desireé]: Hasta que la jefa de las cuidadoras hizo un anuncio.
[Samantha]: Saca un fólder, unos documentos y dice voy a empezar a llamarlos por nombre, las que va llamando, se va levantando y me firma. Entonces yo soy la segunda en que llaman y cuando yo veo el documento, yo sentí que se me bajó la presión, que la sangre me dio vuelta dos veces, no sé, porque decía: “Ministerio de Gobernación, yo, Cynthia Samantha Padilla Girón, acepto voluntariamente viajar a… una línea en blanco”.
[Desireé]: No decía hacia dónde las expulsaban ni las condiciones en que saldrían. Además, en lo que parecía ser la pista de un aeropuerto, estaban rodeados de personas armadas hasta los dientes.
[Samantha]: En el momento que se mueve la cortina, yo logro ver a alguien del ejército con un AK, un arma no sé, pero un arma grande pues que está cargando. Entonces a mí se me ocurrió, dije, nos van a disparar, nos van a matar. O sea, vimos tanta crueldad, vimos tanta represión en 2018 que sabemos de lo que son capaces y sabíamos que nos podían hacer cualquier cosa. Además, había tanto odio, se descargaban tanta frustración, tanto odio. O sea, era como… como que no éramos nicaragüenses, como que no tenían familia, como que nosotras o los presos no podían ser sus hijos, sus hermanos, sus padres, lo que sea. Entonces nosotros pensamos que nos iban a matar.
Mi único pensamiento era mi mamá. Nuestra familia no sabe dónde estamos.
[Desireé]: Pero no había muchas opciones. Era una situación de aceptar eso tan incierto que le estaban proponiendo o quedarse en la cárcel. Así que firmó a ciegas.
Mientras esto sucedía, los chats de periodistas nicaragüenses se activaron. Es que entre los cientos de prisioneros políticos había personas reconocidas y personajes públicos, como los exprecandidatos presidenciales. Figuras que generaban constantemente noticias a su alrededor y, que por su condición, habían logrado pagar sus condenas en arresto domiciliario. Así lo recuerda la periodista nicaragüense Tifani Roberts, una de las primeras en enterarse de la misión. Ella estaba en San Francisco, en Estados Unidos.
[Tifani Roberts]: Por ejemplo Cristiana Chamorro, Pedro Joaquín Chamorro, los hijos de la expresidenta, o sea, eran personas reconocidas a nivel internacional. No sabíamos si les estaban cancelando la casa por cárcel y los estaban regresando a la mazmorra del Chipote, o si era un signo de que algo estaba pasando.
[Desireé]: El Chipote es una cárcel emblemática de la historia nicaragüense, que ha sido utilizada por las dictaduras para encerrar y torturar. Hoy sigue operando como centro de tortura contra los presos políticos. Pero, esta vez, no los estaban llevando hacia allá.
[Tifani]: Nos enteramos que muchos de los presos políticos que estaban detenidos en cárceles de los diferentes departamentos los habían trasladado a Managua. Los tenían a todos, básicamente concentrados en la ciudad.
[Desireé]: En ese momento, Tifani, que hace periodismo desde hace más de 30 años, empezó a buscar información entre todas sus fuentes. Contactó a familiares de los presos, a diplomáticos y a personas dentro del gobierno. Era claro que algo fuera de lo común se estaba preparando. La pista principal era que, según recuerda, llevaban meses sin novedades sobre los presos políticos y esa noche, de un momento a otro, todo parecía reactivarse.
Las horas pasaban mientras los periodistas investigaban lo que estaba sucediendo. Eran más de las cuatro de la mañana, cuando bajaron del bus a Samantha y a las otras presas. Al salir, se encontró en medio de una pista aérea rodeada de hombres con pasamontañas y armas automáticas, frente a un avión blanco enorme, que en letras rojas decía OMNI AIR INTERNATIONAL.
La aeronave, que en otras ocasiones se usó para trasladar a personajes como reyes, jefes de Estado o celebridades, había despegado horas antes desde una base naval en Virginia, en las afueras de Washington DC, junto a 10 funcionarios de la Administración Pública y del Servicio Exterior de Estados Unidos. Y lo único que esperaba para levantar vuelo era el embarque de ese grupo de mujeres.
[Samantha]: En ese momento se me acercó una funcionaria del Departamento de Estado y me preguntó mi nombre. Yo le dije mi nombre y había una cajita donde tenían todos los pasaportes y tenían una hoja con las listas y unas fotos nuestras.
[Desireé]: En las últimas horas se habían impreso más de 200 pasaportes. En el caso de los prisioneros que nunca sacaron uno, el régimen reemplazó las fotos con la de la ficha policial.
[Samantha]: Las personas que vinieron a esta misión, todos hablaban inglés, español. Entonces me preguntó mi nombre y me preguntó “¿aceptas voluntariamente viajar a Estados Unidos?”. Y yo le dije que sí, porque qué iba a hacer.
[Desireé]: No era una decisión sencilla. Muchos presos políticos, que habían estado recluidos por años, dudaron antes de abordar y la orden del Departamento de Estado era clara: solo viajarían quienes aceptaran hacerlo voluntariamente. Pero dar ese paso era más difícil de lo que se podría imaginar. No sabían qué iba a pasar con ellos una vez fuera de Nicaragua, tampoco si podrían ver a su familia de nuevo. Eran demasiadas preguntas y muy pocas certezas, todo bajo presión, en inmediatez. La situación era desconcertante hasta para los agentes estadounidenses que se enteraron que volarían hacia Managua apenas unas horas antes. Lo que menos había era tiempo para procesar lo que estaba pasando.
Así que Samantha se subió al avión. Fue de las últimas en hacerlo y ya casi todos los asientos estaban ocupados.
[Samantha]: Empecé a ver a todos, amigos míos que habían sido capturados semanas antes. Vi a Kevin Solís, que de hecho yo le dije qué alegre que estés libre. Yo sabía de su caso, lo había seguido.
[Desireé]: Kevin Solís era un líder estudiantil, defensor de derechos humanos, que estuvo preso dos veces. La segunda fue sometido a torturas en la cárcel La Modelo. Llevaba encerrado desde el 2020. En el avión también estaban los siete precandidatos que intentaron hacer oposición contra Ortega y Murillo en 2021.
[Samantha]: Era tanta la euforia, nadie se sentaba, llorando, viéndonos, todos flacos, demacrados, o sea, a veces ni nos reconocíamos.
[Desireé]: Cuando el avión empezó a moverse, las voces de los 222 liberados empezaron a cantar el himno nacional de Nicaragua…
A las 6:31 de la mañana los sonidos de las turbinas al despegar se mezclaban con gritos de “¡Viva, Nicaragua Libre!” “¡Viva, Managua!” “¡Viva, Masaya!”.
Tifani Roberts, en San Francisco, no había dormido en toda la noche y, con las pistas que una fuente le daba, consiguió el número del avión y trazó la ruta del vuelo OY 379. Así descubrió que, pasadas las 11:30 de la mañana, aterrizaría en el aeropuerto de Dulles, en Washington DC.
Tifani no quería anunciar nada, a pesar de sus impulsos, hasta que se hubieran alejado del espacio aéreo nicaragüense. Temía que cualquier cosa pudiera entorpecer el viaje. Esperó a que su fuente le dijera que era seguro comunicar lo que sabía. Entonces finalmente tuiteó:
[Tifani]: Última hora, 213 presos políticos fueron liberados esta mañana de las cárceles de Nicaragua. Fueron trasladados al aeropuerto Internacional donde los esperaba un avión para llevarlos a Estados Unidos. En estos momentos van rumbo a Washington D.C.
[Desireé]: Fue la primera en anunciar al mundo públicamente lo que pasaba. Como ya dijimos, no fueron 213 sino 222 los presos políticos que se bajaron del avión una mañana de invierno en la capital de los Estados Unidos. Así recuerda la escena Carlos Quesada, uno de los que estaba a cargo de la logística humanitaria.
[Carlos]: Habían estudiantes, habían mujeres, habían personas LGBT, habían políticos, habían pobres, habían ricos. O sea, era toda la sociedad nicaragüense que se había, de alguna u otra forma decidido hablar, ni siquiera hablar en contra del gobierno. Algunos de ellos fueron llevados a la cárcel solo por andar con una bandera de Nicaragua en la calle, ¿no?
[Desireé]: En el aeropuerto estaba listo todo un operativo para recibir a los expresos políticos. Eran muchas las personas que habían trabajado en eso. Ahora estaban ahí para lograr el ingreso, sin incidentes, de los nicaragüenses en suelo estadounidense.
[Samantha]: Cuando íbamos bajando me acuerdo que nos quedaban viendo, no sé, como, como bichos raros, no sé, asustados ellos. O sea, no es normal. Yo creo que en tu vida una vez lo vas a ver. O sea, venir, bajarse de un avión a tantos presos políticos que vienen de la cárcel directamente.
[Carlos]: Y venían muchos desorientados, o sea, venían muchos de ellos, eh, en estado de shock.
[Desireé]: En Latinoamérica no existen precedentes de una operación de este calibre, donde un gobierno asuma la liberación de cientos de presos políticos a través de una operación prácticamente clandestina. Por eso, como varias de las personas liberadas no tenían visa para entrar a Estados Unidos, el gobierno facilitó la opción de darles un ‘parole humanitario’. Es un permiso para ingresar y permanecer legalmente en el país por dos años con la posibilidad de tramitar un asilo u otra figura que les permita convertirse a futuro en residentes. Pero no hay garantías, es un proceso.
Una vez hecho el trámite migratorio, los trasladaron a un hotel en donde se quedarían seis días. Ahí les entregaron ropa, un poco de dinero y un teléfono celular para comunicarse con sus familias.
[Carlos]: Los familiares no saben dónde están. Ya algunos de ellos creen que salieron, pero no saben exactamente de ellos. Muchos tenían meses de no hablar con sus familias. Uno de los jóvenes que había entrado cuando era menor de edad y salió siendo mayor de edad, llama a su mamá y le dice: “Mamá, dicen que estoy en Estados Unidos, pero no sé si es cierto”.
[Desireé]: El nivel de abrumación era total. Hacía unas horas estaban tras las rejas y ahora caminaban por DC.
Cuando Samantha prendió el teléfono que le dieron, lo primero que hizo fue llamar a su mamá. Los otros hacían lo mismo: buscar a sus familiares y contar que estaban vivos, que estaban bien y fuera del país.
Pero de un momento a otro, mientras llegaban las actualizaciones de lo que sucedía, una noticia cambió el panorama. Ese 9 de febrero del 2023 un juez nicaragüense anunció que los presos políticos habían sido deportados y declarados traidores a la patria.
[Soundbite de archivo]
[Juez]: Los deportados fueron declarados traidores a la patria y sancionados por diferentes delitos graves e inhabilitados de forma perpetua para ejercer la función pública en nombre del Servicio del Estado de Nicaragua, así como ejercer cargos de elección popular, quedando suspensos sus derechos ciudadanos de forma perpetua.
[Desireé]: Pero no fue lo único. Ese mismo día, la asamblea nicaragüense aprobó una reforma a la Constitución.
[Soundbite de archivo]
[Asambleísta]: Es necesario ampliar lo estipulado en el artículo 21 de la Constitución Política de la República de Nicaragua, en el sentido de que los traidores a la patria pierden su calidad de nacional nicaragüense por lesionar estos los intereses supremos de la nación.
[Desireé]: Este anuncio tomó a todos por sorpresa. Se sabía que el régimen Ortega-Murillo es implacable con quienes considera sus enemigos, pero esta posibilidad de perder la nacionalidad nunca fue contemplada. Nadie lo había mencionado en las negociaciones. Ni siquiera el embajador de Estados Unidos en Nicaragua pensó que algo así sucedería.
La ONU es clara al indicar que el derecho a la nacionalidad es un derecho humano fundamental. Esto implica que cada persona pueda tener, cambiar y mantener una nacionalidad. En ese sentido, la facultad de los Estados de decidir quiénes son sus ciudadanos no es absoluta. Quitarle una nacionalidad a una persona y dejarla en ese limbo la convierte en ‘apátrida’, sin patria. Esta es Samantha Jirón al recordar cómo tomó la noticia cuando se enteró.
[Samantha]: Yo andaba como, mira, perdida yo… nos quitaron la nacionalidad, ¿cómo que nos quitaron la nacionalidad? No, dimensioné. No le puse atención ni nada hasta después de dos o tres días.
[Desireé]: Es que era una vorágine. Quienes tenían familiares en Estados Unidos viajaban a reunirse con ellos en esas otras ciudades. Eran pocas horas, pocos días, para volver a colocar los pilares sobre los que construirían una nueva vida, otra vez desde cero. Empezando por entender quiénes eran después de la cárcel, en un país ajeno. Por ejemplo, en cuanto se anunció que Nicaragua les quitó la nacionalidad, inmediatamente países como España les ofrecieron la ciudadanía. Samantha aceptó en ese instante.
[Samantha]: Pero bueno, por el momento yo no me siento española ni identificada porque además ni siquiera conozco España.
[Desireé]: Porque, aunque suene muy abstracto, que se te revoque la nacionalidad es complicado en el diario vivir.
[Samantha]: Estar aquí en Estados Unidos con un o sea parole humanitario, no te permite salir y entrar normalmente, ¿verdad? Con un pasaporte que no sabemos qué países lo van a aceptar o no por el tema de la apatridia. O sea, estamos como en un limbo jurídico y también es difícil pues como legalmente.
[Desireé]: Muchos trámites de pronto se vuelven imposibles, como tener un documento de identidad, el registro de tus notas del colegio o la universidad, un acta de defunción en caso de muerte. Básicamente es como si no existieras.
Pero mientras Samantha decidía sobre sus próximos pasos, el hotel era un espacio de resocialización, de volver a nacer después de tanto tiempo de estar como muertos en vida. Fue ahí donde ella se reencontró con Kevin Solís, el estudiante universitario al que había saludado en el avión.
[Samantha]: Cuando llegamos al hotel, me acuerdo que empezamos a platicar o a hablar, al día siguiente que estábamos en el hotel, me acuerdo que Kevin viene y se me acerca y me dice: “Mirá, me dice, ¿tenés un cargador?” Entonces nos fuimos solitos a caminar, me acuerdo, pero ya había como esa química natural, como el del coqueteo y todo… él dizque tímido, verdad.
[Desireé]: Y ahí, en medio del caos, nació un vínculo al que decidieron apostarle hasta ahora.
Después de los días en el hotel, Samantha se fue a New Jersey, a la casa de unos amigos de la familia, y Kevin a San Francisco, donde estaba su abuela. Samantha conoció la nieve y el frío que congela, y ese fue uno de sus primeros choques con una realidad desconocida. No era solo cuestión del clima, por supuesto. Extrañaba a Kevin. Entonces, un par de meses después, se mudó con él a la costa oeste.
Es una libertad paradójica. Ya no está presa, pero tampoco se siente del todo libre. Junto a Kevin se acompañan en este nuevo intento de reconstruirse, de ser la patria el uno del otro.
[Samantha]: Y ha sido un reto todo este tiempo, porque o sea, los dos también venimos afectados por todo lo que hemos vivido y pero a veces ha sido ventaja y desventaja, pero por lo menos podemos entender todo lo que ambos hemos vivido y entenderlo de mejor manera como alguien que no ha pasado esa situación. Se siente cuando te roban algo. Esa sensación de que te han quitado algo que es tuyo, que te despojan. Creo que esa es la sensación. A mí, de manera personal, me ha dado rabia y me ha dolido porque te quita un sentido de pertenencia y te arrebatan todo lo que has conocido desde tu infancia, o sea, tu vida, tus recuerdos, tu familia, tu hogar.
[Desireé]: A sus 24 años, que parecen poco, Samantha ya ha vivido varias vidas, entre el exilio, la cárcel y ahora el destierro. Palabras como ‘patria’ y nacionalidad se sienten tan anticuadas. Yo, que salí de mi país voluntariamente, no he dejado de preguntarme cuál es el significado de esos términos y creo que, básicamente, está ligado a los vínculos, a los afectos, a la cultura, a la historia, a las personas que nos conectan a un lugar. Quiero creer que somos nuestra patria, pero estoy segura de que no se siente igual cuando estás en un sitio que tú no escogiste, sino en el que te impusieron estar. Como le pasa a Samantha. El precio de tener una voz, para ella, ha sido truncar el proyecto de vida que ella diseñó e irlo acoplando a las circunstancias… Samantha nunca planeó vivir en Estados Unidos, ni planea hacerlo.
[Samantha]: Nunca creí ni nunca he creído en el sueño americano. Y estando hoy acá vuelvo y repito. O sea, estoy muy agradecida con el gobierno de Estados Unidos, muy agradecida por el apoyo, por todo lo que hicieron por nosotros, pero fue un trago agridulce en nuestra libertad. O sea, nos dieron, pero nos quitaron muchísimo. No te imaginas cuánto me ha pesado día tras día estar aquí en este país y cuántas ganas he tenido muchas veces de salir corriendo y dejarlo irme. Y no, no puedo. O sea, muchas veces me he sentido incluso hasta como muerta en vida, porque o sea, yo no quiero esto.
[Desireé]: En su casa guarda los dibujos que pintó cuando estaba presa y que alcanzó a meter en el bolso la noche de la liberación. También, en uno de sus cajones está el uniforme azul que metió sin que las celadoras se dieran cuenta.
En su día a día, trabaja en proyectos ligados a Nicaragua, y empezó un emprendimiento de venta de postres tradicionales nicas. Por supuesto, todos los días habla por teléfono durante horas con su mamá, a la que no ha podido volver a ver desde que fue expulsada de su país. Ella sigue en Masaya.
Durante nuestra conversación, Samantha me muestra sus tatuajes. Son seis.
[Samantha]: Bueno, este tatuaje, este diseño prácticamente lo hice yo y representa el crecimiento personal…
[Desireé]: Uno es un cuerpo de mujer que echa raíces y florece. Tiene uno de la noche estrellada de Van Gogh, una escena del Principito. El nombre de su mamá. Y bueno, quizá el que más va al caso: uno que es simplemente el croquis de su país. O sea, lleva a Nicaragua en su piel. Así nadie podrá quitársela.
[Daniel]: Seis días después del destierro de los 222 presos políticos, el régimen de Daniel Ortega le quitó la nacionalidad a otras 94 personas, entre las que se encuentran escritores, periodistas y defensores de derechos humanos. En enero de 2024, la Asamblea Nacional ratificó la reforma a la Constitución que se utiliza para aplicar esta sanción por, y cito, “traición a la patria”. Y en septiembre de este año, el régimen volvió a excarcelar y expulsar de Nicaragua en un avión a un grupo de prisioneros políticos, pero esta vez a Guatemala.
Samantha y Kevin tienen pasaporte español y fueron aceptados en una universidad española para seguir sus estudios. Se mudaron a Madrid con su gato.
Desirée Yépez es productora de Radio Ambulante y vive en California. Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí. Bruno Scelza hizo el fact checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música de Ana Tuirán.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Lucía Auerbach, Adriana Bernal, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Barbara Sawhill, David Trujillo, y Elsa Liliana Ulloa.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.