La tierra y la memoria | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Hola, ambulantes. Cuando nos reunimos con fundaciones y posibles financiadores, siempre nos preguntan lo mismo: ¿qué es lo que hace especial el periodismo que hacen?
Les decimos que nuestro periodismo tiene una carga de humanidad difícil de encontrar en otros medios. Invertimos horas y horas en hablar con los protagonistas de nuestros episodios para que se abran a contarnos sus historias con mayor intimidad. Tenemos un equipo de periodistas por toda América Latina entendiendo el contexto y explicando esta región como nadie más lo hace.
Y cuando nos preguntan sobre el impacto de nuestro trabajo. Quizás la forma más sencilla de responder, es mostrarles cómo esta comunidad no solo nos escucha sino que también nos apoya. Por eso quiero invitarte a que nos apoyes hoy. Nuestra meta es que 3 de cada 100 personas que nos escuchan, se animen a donarnos. Si puedes, ayúdanos hoy con una donación en RadioAmbulante.org/donar ¡Gracias desde ya!
Aquí el episodio.
Esto es Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.
Hoy comenzamos con un dato: más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Probablemente nos escuches desde una de ellas. Nuestra asistente de producción, Selene Mazón por ejemplo, vive en la Ciudad de México, una metrópoli de más de 22 millones de habitantes, la segunda más grande de América Latina, después de Sao Paulo. Y según ella, se vive más o menos así…
[Selene Mazón]: Es estar siempre en movimiento. Es estar siempre en una combi, en un metro, parado, haciendo fila, corriendo de un lado a otro, empujando a personas, no sabiendo sus nombres, siempre hay algo que hacer… Es caótico y fascinante al mismo tiempo.
[Daniel]: Un tablero confuso, sin reglas fijas o únicas, y que solo se aprende a transitar en la práctica.
[Selene]: Lo que me gusta de la ciudad es que te puedes mezclar y ser invisible o ser anónima para mucha gente Y para mí hay algo reconfortante incluso en eso, como que te diluyes y no tienes que demostrar absolutamente nada. Nadie tiene tiempo. Todos están muy ocupados.
[Daniel]: Un sentido de anonimato que no sucede en otros lados.
[Selene]: Siento que mientras más pequeño es el lugar en el que vives, hay una historia que tú tienes que sostener, que es tu historia de vida, tus decisiones. Es como si hubiera una lupa más grande. Como decir: “yo soy esto y esto y esto”.
[Daniel]: Versiones de nosotros mismos que a veces no queremos explicar, historias de las que a veces queremos olvidarnos… Y aunque Selene se considera una persona de ciudad, a veces también se cansa de ella. Por eso, el año pasado se enganchó con una historia que encontró en internet.
[Soundbite de archivo]
[Yazhira Handal]: Los traigo a conocer un pueblo fantasma que está como a 30 min de mi pueblo…
[México Desconocido]: Ubicado en Zacatecas, exactamente en Concepción del Oro…
[TV Azteca]: Por más de 70 años, Aranzazú fue uno de los principales referentes mineros del país. Y es que de los más de 2.000 habitantes que llegaron a poblar este lugar, actualmente solo tres personas viven en este lugar…
[Daniel]: Un pueblo fantasma llamado Aranzazú del Cobre, conocido por los lugareños solamente como El Cobre, ubicado a 750 kilómetros al norte de la Ciudad de México.
[Selene]: No sé si les pasa a todos, pero a mí me pasa que escuchar la palabra pueblo fantasma pienso que son como estos espacios en donde hay varias historias que no son perceptibles, como espacios de memoria invisible un poco.
[Daniel]: Entre las cosas que más le llamaron la atención a Selene sobre Aranzazú, fue el énfasis que los medios hacían sobre el hecho de que solo tres personas vivieran en ese lugar.
Las preguntas que tuvo, pues, se las pueden imaginar. ¿Por qué se quedaron esos tres habitantes en El Cobre o en todo caso, por qué volvieron? ¿Qué hace una persona en un pueblo donde no hay nada? ¿Qué historias tiene ese lugar? Con esas preguntas en mente, un día de septiembre de 2023 tomó un avión, luego un bus, luego otro y otro hasta llegar a Aranzazú del Cobre.
[Selene]: Estamos viendo muchas nopaleras, muchos magueyes, pinos, piedras, piedras y más piedras y piedras…
[Daniel]: Pero lo que encontró allí fue más que una historia sobre un pueblo fantasma, sino una sobre las formas en cómo nos relacionamos con la memoria, las promesas que hacemos y los lugares que transitamos.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Aquí Selene nos cuenta.
[Soundbite de archivo]
[Selene]: Septiembre, 2023. Son las tres de la tarde y el sol quema tanto que lastima. Aranzazú del Cobre es un lugar en las alturas, seco. Por donde quiera que uno mire, hay cielo, nubes bajas y cerros bañados de luz.
[Don Chon Ovalle tarareando]
[Selene]: Este que canta es José Ascensión Ovalle Vielma, mejor conocido como Don Chon, uno de los tres habitantes del El Cobre que se mencionan en las noticias.
[Don Chon]: Este lugar me encanta, lo disfruto mucho porque aquí hay mucho que hacer, mucho que caminar, mucho que pensar.
[Selene]: Tiene 74 años, o eso dice, pero no importa. Conoce estas tierras como si fuera un libro que ha leído tantas veces. Entiende sus sonidos, sus silencios, sus murmullos.
[Don Chon]: A veces vengo tarareando una canción, a veces vengo nada más pensando, viendo cómo está aquí el terreno, cómo está la pequeña cerca que tiene ahí donde le faltan algunas ramas, dónde están creciendo los pinitos nuevos (escuchando el sonido del viento y a veces algunos pájaros que andan por aquí, algunos cuervos) y viendo el panorama.
[Selene]: En este lugar que caminamos, de tierra suelta y piedras brillosas, no hay luz eléctrica ni suministro de agua ni mucho menos señal telefónica. Don Chon señala con su dedo a la distancia.
[Don Chon]: Allá vivía una de las tías, aquí vivía la otra. Pasando el arroyo en aquellas ruinas que se ven ahí, ahí vivía otra tía, mi tía Manuela, y más para allá, vivía mi abuelo.
[Selene]: Es alto, delgado y viste con sombrero vaquero, camisa roja y un pañuelo del mismo color alrededor del cuello. A veces, me dice, sueña que no está solo, que sus familiares están allí, con él.
[Don Chon]: A veces piensa uno que no se han ido, nomás que no los vemos, pero en el sueño convivimos con ellos.
[Selene]: Hay pueblos que conocieron la bonanza y después la desdicha. El Cobre es uno de ellos, un pedazo de monte fértil de minas que los ingleses se repartieron hace más de un siglo. Aquí se extraía cobre, pero también oro y plata.
Ese día Don Chon carga una fotografía color sepia. Parece una imagen tomada desde las alturas. Hay varias construcciones de un solo piso alrededor de lo que parece ser una plaza. Allí, muy pequeños, se alcanzan a ver algunas personas y unos burros. En la esquina de la foto hay una leyenda: Minerales Aranzazú, ZAC-MEX. Esta imagen es la fuente principal de don Chon para contarme de la vida cotidiana que hubo en este lugar.
[Don Chon]: Pocas calles tenían nombre. Decían allá por el barrio de los Pacheco, por el barrio de los Herrera, por el barrio Fulano, así se llamaba. [o la calle principal o la calle del cine. La calle de la escuela, de la iglesia…
[Selene]: De lo que muestra la foto, queda poco o nada. Solo paredes caídas, maleza crecida… Lo único mejor conservado es una iglesia que, aunque no está en la foto, destaca por sus paredes blancas y su estructura completa. Y es que este pueblo próspero comenzó a morir a partir de la década de los 60. El declive se dio por varias circunstancias. La caída mundial del precio de los minerales, la nacionalización de la minería unos 20 años antes y el freno de la inversión extranjera.
[Don Chon]: Despidieron a la gente, las compañías mineras cerraron.
[Selene]: Y muchas familias migraron…
[Don Chon]: Y se fueron a Saltillo, Monterrey. Unos se fueron hasta México, otros a Guadalajara y otros están aquí en Concha.
[Selene]: Concha, como también se le dice a Concepción del Oro, la cabecera municipal donde viven más de 12.000 personas. Es la localidad más cercana, a siete kilómetros cuesta abajo de El Cobre.
[Don Chon]: De hecho yo viví mi niñez muy poco aquí en Aranzazú. Aquí estaban mis abuelos, mis papás. Luego nos bajamos a Concha por cuestión de la escuela y del trabajo de mi papá.
[Selene]: Eso fue cuando tenía unos cinco o seis años. Pero de su vida fuera de El Cobre habla poco. Solo lo más básico, como que en un punto de su vida se fue a vivir a Saltillo, una ciudad más grande, a dos horas de distancia. Que allá se casó, formó una familia y vivió por más de tres décadas. Pero cuando ese matrimonio terminó, decidió volver a Concha donde vivían sus papás. Arriba, en El Cobre, vivía su abuelito Andrés, quien fue comerciante y minero. Su muerte fue el primer gran duelo de don Chon.
[Don Chon]: Yo conviví mucho con él, pero no aprendí mucho de él. Y ahora pienso: ¿por qué no platiqué más tiempo con él? ¿Por qué no conocí más información de lo que sabía, sobre todo la minería, por qué no conocí más historia de lo que él vivió en este lugar.
[Selene]: A partir de allí, comenzó a documentarse más y más sobre la historia de El Cobre.
Se dio cuenta que tenía facilidad para relatar.
[Don Chon]: Yo cuando me juntaba me reunía con mi familia aquí se empezaba a contar yo lo que conocía de este pueblo y yo veía que les gustaba, les gustaba que les platicara, ¿verdad?
[Selene]: Comenzó a escribir relatos y poemas…
[Don Chon]: Todo esto es mi inspiración… dice por el camino viejo y polvoriento que viene del panteón y que conduce finalmente por un callejón empedrado hacia un pueblo en ruinas se divisa una mujer que desanimada camina. Es Jimena, que viene del panteón…
[Selene]: Y empezó a coleccionar objetos…
[Don Chon]: Inclusive mi mamá me decía: “Ay hijo, ya vienes con otro montón de fierros viejos”. “Pero estos fierros viejos, eso es pura historia, mamá”.
[Selene]: Y con esos objetos, años después, instaló un museo. Era un cuarto muy pequeño, donde exhibía varias cosas, entre ellas la cama de fierro en la que nació, una máquina de escribir y otras pertenencias de su abuelo.
Y aunque ese museo ya no existe, mientras lo escucho no dejo de pensar en una palabra: arraigo, que no es otra cosa que un sentido de pertenencia. No me queda duda que don Chon pertenece a este lugar y este lugar le pertenece a él. Porque si no, ¿por qué pasaría tanto tiempo entre ruinas? Pensar en esto me conmueve. Y al mismo tiempo, me pone los pelos de punta, podría decir que me aterra. Eso que siente don Chon es algo que yo no he sentido jamás. No en ese instante, obviamente, pero en realidad nunca. ¿Cómo voy a escribir de un arraigo profundo a un lugar cuando yo no conozco esa sensación?
[Selene]: Después de la muerte de su abuelo, don Chon y su papá compraron un terreno en El Cobre. Tiene un par de cuartos, un patio amplio y está ubicado a la entrada del pueblo, cerca de la calle que da a la iglesia, aquella de paredes blancas que vi a lo lejos en nuestra caminata. Desde Concha, los dos subían mucho para cuidarlo. Mover las piedras, cortar las ramas, barrer el polvo. Pero el viernes 5 de diciembre de 2003, su papá se fue solo y el camión de pasajeros en el que iba cayó por un barranco. Ese fue el segundo gran duelo de Don Chon, quien se ofreció como voluntario para levantar los cuerpos.
[Don Chon]: Cuando yo me di cuenta de que mi papá había fallecido, lo puse en una posición cómoda, porque estaba maltrecho ahí entre las rocas, en el barranco. Yo lo acomodé y le acomodé sus piernas, sus brazos y le recé una oración y ahí estuve un rato con él.
[Selene]: Y, a pesar de esos duelos, Don Chon no ha dejado de subir a este pueblo. De relatar y de compartir lo que ha vivido aquí.
[Don Chon]: Digo, a lo mejor como lo dicen, soy masoquista, ¿verdad? Que me gusta estar sobre eso sabiendo que me hace daño, pero a la vez lo disfruto. Porque digo aquí está la evidencia, yo lo viví, yo lo tengo aquí para que la gente lo conozca.
[Soundbite de archivo, música y tambores]
[Selene]: Es 8 de septiembre, la fiesta patronal. El único día del año en el que, además del viento y los pasos sobre las piedras, se escucha vida en El Cobre. En la entrada baja del pueblo un camión se estaciona y de él sale alrededor de una decena de personas. Se congregan detrás de dos hombres. Uno de ellos cargan un estandarte con la imagen del papa Juan Pablo II y otro, una imagen de la Virgen de Aranzazú, la santidad guardiana de este lugar que fue traída en 1908 por vascos españoles que trabajaban en las minas.
Las personas avanzan a paso lento, con la cabeza gacha. Cuatro bailarines removiendo la tierra suelta con sus pasos. La tercera campanada anuncia que la misa está por comenzar.
[Soundbite de archivo, campanadas de iglesia]
[Selene]: Llegan a una iglesia de fachada blanca, la misma que vi cerca de la casa de don Chon. En su interior tiene paredes con tapiz color ocre y columnas azul cielo. Poco a poco se va llenando hasta que ya no queda ningún asiento vacío. La gente se saluda.
[Soundbite de archivo, personas hablando]
[Mujer 1]: Cómo que. Dios mío, Qué gusto.
[Mujer 2]: Hola. Mucho gusto. Mira dónde nos vinimos a ver…
[Selene]: Es la única temporada en que la iglesia se ve tan llena. Ese día, traen un sacerdote de Concha para dar la misa, y le ponen el generador de energía eléctrica para que su micrófono pueda funcionar. El cura le da la bienvenida a todos y les pide que se den un aplauso por estar de nuevo juntos, reunidos allí.
[Soundbite de archivo, misa y aplausos]
[Selene]: Alrededor de sesenta personas se congregan para celebrar a la virgen. Cantan, rezan, escuchan la lectura de la Biblia.
En las calles hay puestos de todo tipo: venden pan, quesadillas, botanas. Hay hasta un trampolín para los niños. Los bailarines danzan en la explanada de la iglesia. Algunas personas platican, otras toman fotos, un par de niños corren. Vienen en familias, en excursiones o solos. Muchos, así como Don Chon, son hijos de padres mineros que emigraron a otras ciudades después del cierre de la mina.
Hablo con María del Carmen Esquivel…
[Selene]: ¿Por qué sigue viniendo si usted se fue tan pequeña y no le tocó conocer este lugar?
[María del Carmen Esquivel]: Pues no me tocó conocer pero pues era la tierra de mis… donde nacieron también mis padres, todos mis hermanos, ¿verdad?
[Selene]: Con Juan Ibarra…
[Juan Ibarra]: Es un momento de relax y de olvidarte de el ruido de de la ciudad, olvidarte de las ambulancias, del tráfico, de los trenes, olvidarte de todo el bullicio de la ciudad.
[Selene]: Con Carmen Moreno…
[Carmen Moreno]: Yo como que me siento conectada a todo esto y por lo regular digo cuando yo me siento estresada, que me siento así como que tensa, presionada lo primero que pienso: “voy a ir a mi tierra, necesito ir a mi tierra”.
[Selene]: Vuelven para seguir conectados, a través de la tierra, con quienes amaron. Podríamos decir que los ata un sentido de pertenencia que se construye en la palabra, en la memoria, en la historia, en el relato. Un sentimiento de arraigo que es, también, identidad.
Pero recorrer este lugar tiene sus grises: la minería fue la fuente de riqueza de este pueblo, pero también de su tragedia. La mina se tragaba a sus hijos, y aunque no hay registros oficiales de cuántas personas murieron, las historias de los lugareños de Concha, de los visitantes a El Cobre cuentan que fueron cientos.
[Martín Flores]: Yo cada que caminaba en la mina y recordaba aquí se murió Fulano de tal y caminaba otros 100 metros y aquí se murió aquel otro. Y así. No, ahí quedó hasta un tío mío también. Dos tíos.
[Griselda]: Mi papá aquí vivió y fue minero. Y él tuvo un accidente aquí se vino la mina. Se vinieron por la tierra, lo enterró las piedras y ya no lo creían vivo. Pero gracias a Dios… 94 años de vida.
[Selene]: ¿Por qué recordar?
[Juanita Ramírez]: Se siente nostalgia porque todo lo que vivieron bonito…
[Felicitas]: Pues son sentimientos encontrados, encontrados.
[Juanita Ramírez]: Se siente nostalgia en el sentido, como dice ya personal de mi papá, porque él aquí estuvo mucho tiempo y entraba y salía por el socavón. Duró mucho tiempo de minero, vio morir mucha gente que se mató porque en las minas murió mucha gente, muchísima gente.
[Selene]: La minería aporta el 2% del PIB de México junto al sector metalúrgico. Es uno de esos trabajos que mueven gran parte de la economía del país, pero de los que casi no se habla, al menos en la capital. Que solo escuchamos de vez en cuando en las noticias cuando una catástrofe acapara los titulares… Aquellos de jornadas largas de mínima paga, donde la vida se pone en juego. Pienso en mi abuelo y en su vida dedicada al campo. Pienso en lo poco que sé de ello.
La noche de la fiesta de Aranzazú conozco a Elena Hernández, una de las organizadoras de la peregrinación. Unos días antes, se prepara con otras mujeres para limpiar y decorar la iglesia. Lo hacen a través de un grupo de WhatsApp, cada una se hace cargo de algo. Le ponen cortinas nuevas, flores. Me cuenta que lleva haciéndolo muchos años.
[Elena Hernández] Desde que estaban nuestras mamás. Ellas se encargaban de eso y ahora que ya no están, seguimos nosotros.
[Selene]: ¿Por qué lo hace?
[Elena]: Pues porque, porque mi mamá me encargó mucho esto. Ella era muy dedicada a esto y ya, pues yo le prometí que iba a seguir en esto.
[Selene]: Y no le ha fallado.
[Elena]: No. Por eso lo hago con mucho gusto.
[Selene]: Hay dos visiones extremas para encarar la memoria. Una de ellas es la nostalgia, el homenaje constante a lo que fue, recordar aunque a veces duela, o quizás por eso mismo. Una promesa de mantener vivo el pasado a través del relato.
La otra es el silencio, el olvido, casi que la indiferencia. Don Chon y las personas que conocí en El Cobre eran parte de ese primer grupo. Y con todo eso en mi cabeza, me pregunto: ¿A cuál pertenezco yo?
[Daniel]: Una pausa y volvemos.
[MIDROLL]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Antes de la pausa, acompañamos a Selene Mazón a Aranzazú del Cobre, un pueblo fantasma al norte de México. En septiembre de cada año, cientos de personas vuelven allí para celebrar la fiesta de la Virgen de Aranzazú, y de paso, recordar vivencias pasadas y las personas que ya no están. En los días que Selene pasó allí, no podía dejar de pensar en una palabra: arraigo. Un sentido de pertenencia y conexión a un lugar, algo que ella no sentía. Selene nos sigue contando.
[Soundbite de archivo]
[Selene]: Al inicio del episodio mencioné que casi toda mi vida ha girado en torno a la Ciudad de México. Y aunque he aprendido a transitarla, a veces siento que tampoco pertenezco ahí. Supongo que nos pasa a muchos quienes vivimos en ciudades grandes. Más aún, a quienes crecimos en sus orillas. Mi orilla se llama Ixtapaluca, un lugar repleto de unidades habitacionales, considerado municipio dormitorio porque la mayoría de los que viven allí, solo llegan a dormir. Parte de una población flotante.
Desde que tengo memoria, gran parte de mi vida ha transcurrido entre distancias y trayectos. Por eso, apenas entré a la universidad, que está a dos horas de casa, insistí en mudarme y rentar un cuarto. No importaba dónde. Solo quería estar “en la Ciudad”. Así lo he hecho desde entonces. Pero siempre vuelvo a Ixtapaluca, principalmente porque allí siguen viviendo mis papás.
[Soundbite de archivo, camino a Ixtapaluca]
La casa de ellos se encuentra en la cima de un cerro desde el que se ve un cielo gris y un paisaje devorado por más y más concreto. Viven solos. Allí, en la sala, me reuno con mi papá. Quise hablar con él porque desde hace un tiempo he notado que, a diferencia de don Chon, él ha dejado de frecuentar el lugar en el que nació y creció: Jojutla, una ciudad en el estado de Morelos, a 120 kilómetros al sur de la Ciudad de México. No habla mucho sobre su pasado, sobre su origen. Dice que es porque la memoria le falla, pero yo intuyo que hay algo más. Por eso, quiero entrevistarlo.
No fue fácil convencerlo. Aunque es muy amoroso, no le gusta que lo graben. Se vuelve más reservado. Habla entre pausas, matices, pocas palabras. Lo primero que me dice es que su vida no es interesante. Lo segundo…
[Miguel Mazón]: Nada más quiero que te enteres de los hechos, o sea, las emociones. No, no.
[Selene]: Padre, lo que importa son las emociones porque eres humano.
[Miguel]: Sí, pero ahorita no.
[Selene]: ¿Por qué ahorita no?
[Miguel]: No sé, no me gusta escucharme. Porque como no, como no me gusta escucharme, a veces tampoco me gusta lo que digo.
[Selene]: Mi papá relata su vida casi como si fuera un trámite, consignando hechos sin emoción. A veces me recuerda a mí. A veces yo también, cuando hablo, intento ocultar mi sentir.
Pero mi papá no siempre fue así. De niña, cuando mis hermanas o yo no queríamos comer lo que había en el plato, nos decía que no teníamos por qué quejarnos, porque en su época, en su casa sólo se servían frijoles.
[Miguel]: Los frijolitos acompañados de algo: acompañados de un pedacito de queso o de una cucharada de crema y a veces acompañados de nada.
[Selene]: No sé cuántas veces habré escuchado esa historia. Y así como esa, salían muchas otras. De cuando le hizo una huelga de hambre a su mamá porque quería comer otra cosa, pero no funcionó… De cuando las paredes de carrizo de lodo de la casa en la que creció se caían cuando comenzaba a llover… Del calor, sobre todo del calor…
[Miguel]: Pues a mí el sol me sentía como que me tiraba, como que me quitaba mi energía.
[Selene]: Mi papá nació en 1963, en una época conocida como el “milagro mexicano”, cuando el país comenzó a transformarse de una sociedad rural a una más urbana. Fue el menor de diez hermanos, casi todas mujeres. Su papá era campesino.
[Miguel]: Me tocó muchas veces verlo descalzo en el lodo este plantando el arroz…
[Selene]: Su mamá, ama de casa.
[Miguel]: Vi a tu abuelita lavar tanto, lavar, tanto, lavar tanto. No lavaba nada más lo nuestro, lavaba ajeno, lavaba a otras personas para ganar un poco de dinero y era todos los días, todos los días, todos los días. Yo le veía aquí las manos todas estas ya no se las veía de su color, ya se las veía así como que blanquizcas de tanto lavar.
[Selene]: Desde muy pequeño, mi papá supo que quería algo diferente.
[Miguel]: Yo quería irme de ahí. Yo sabía que había cosas diferentes, no digo mejores, había cosas diferentes fuera de ahí y era lo que yo, lo que yo quería. Quería experimentar. Quería… pues llevar una vida libre…
[Selene]: Una donde el piso no fuera de tierra, una vida con sala, con refrigerador, con ventilador, con televisión… Una donde mi abuela trabajara menos y tuviera tiempo de abrazarlo. Una fuera de Jojutla, de los arrozales en los que siempre vio a mi abuelo trabajar.
[Miguel]: Y yo recuerdo que cuando yo era niño igual me decía, ¿no?, que si yo no quería terminar trabajando ahí, pues yo tenía que estudiar y obvio pues decidí estudiar.
[Selene]: Entonces pienso en El Cobre y en esa palabra que me acompañó esos días: arraigo. El arraigo significa echar raíces. Es esa conexión profunda que una persona siente hacia un lugar. En el caso de don Chon, el arraigo se traduce en la añoranza, la memoria de sus familiares, la tierra misma… En cambio, el de mi papá adoptó una forma más abstracta: una promesa de ascenso a una mejor vida, en la ciudad, a través del mérito y el trabajo duro. Una deuda pendiente con los pies descalzos de mi abuelo, las manos blancas de mi abuela y que, para pagarla, debía alejarse lo más posible del campo.
Y así fue. Mi papá estudió para ser maestro de primaria y a los 18 migró a la Ciudad de México. Apenas comenzó a ganar dinero, siempre lo dividió en tres partes: para sus padres, para la hermana con la que vivía y para él. Poco a poco fue construyendo esa vida mejor que se imaginó. Conoció a mi mamá. Compró una casa. Formó una familia lejos de la suya.
Trabajó por más de 30 años hasta que se jubiló. Asumió con responsabilidad y aplomo la misión de darnos una mejor vida que la él tuvo. Y por eso, durante años, fue un fantasma que solo veíamos en la noche o los fines de semana. Pero cuando sí lo veíamos, se encargó de transmitirnos el sentido de vida en el que él creía: que, para ser alguien en la vida, había que estudiar.
Y así lo hicimos. Yo lo sentí como una misión. Una deuda heredada que parte del principio de una búsqueda constante. De perseguir algo mejor más allá de las fronteras de lo que nuestros padres construyeron. Aunque eso, a veces, parezca un autoexilio. Y en esa promesa no le fallé. Mi papá, que siempre quiso ir a la universidad, se llenó de orgullo cuando enmarcó y colgó en la sala mi diploma.
[Selene]: Oye, ¿y alguna vez he sentido el llamado, el llamado de regreso a la tierra?
[Miguel]: Yo no, yo no lo he sentido. Yo creo que ya es una etapa que ya, ya, ya quedó en el pasado, ya no es una necesidad que yo tenga o así que esté conmigo presente, no. Como necesidad a veces sí se me antoja, te digo, por ir a ver qué ha cambiado y qué no ha cambiado…
[Selene]: Mi papá dejó de visitar la casa de Jojutla hace algunos años. Varias razones… la muerte de mi abuelo, la distancia, algunos malentendidos con la familia… casi no habla de ello.
Es un hombre pragmático. Pasa sus días de jubilación ya sea cuidando el jardín, escuchando análisis de política en Youtube, jugando Duolingo en el celular.
Inevitablemente, vuelvo a pensar en don Chon. En nuestras caminatas por esas tierras secas, en sus fierros viejos, en sus poemas… dos diferentes tipos de arraigo. Tanto él como mi papá viven en paz con los idiomas que han creado para hablar de sí mismos.
Yo, en cambio, me siento ajena. Y así me sentía antes de llegar a Aranzazú. Vacía. Fragmentada. Algunos le llaman crisis existencial. Para mí tiene un nombre claro: desarraigo. No solo territorial, sino también de sentido, de las promesas que quiero seguir. Una desconexión dolorosa que se volvió visible cuando visité El Cobre y me vi sin un territorio, como un fantasma errante sin una lengua propia.
[Selene]: El último día que estoy en el Cobre acampo con Rosario y Rocío, dos hermanas a mitad de sus 20s que me cuidaron y acompañaron en esta travesía. Subimos a la cima de un cerro y montamos una casa de campaña sobre la parte trasera de una pickup.
[Soundbite de archivo, montando la carpa de campaña]
[Selene]: Ese día hay mucho viento. Tenemos que poner todas nuestras fuerzas para evitar que se vuele la carpa.
Más tarde, prendemos una fogata. A lo lejos, se oye el rumor de lo que queda de la fiesta de Aranzazú. Arriba de nosotras, el cielo estrellado.
Hablamos de varias cosas: de nuestras familias, nuestros sueños, las expectativas… A pesar de que nos conocimos recién el día anterior, se siente como una vieja amistad. Al igual que yo, las dos crecieron con la promesa del sentido del progreso. Esta es Rocío.
[Rocío]: Bueno, mis papás nos dieron de siempre, como poner como prioridad el estudio. Somos cuatro y los cuatro también pudimos tener como nuestra, nuestra escuela, nuestra carrera… Crecimos con esa mentalidad, ¿no? De de de creer que eso era el éxito.
[Selene]: Se mudaron a una ciudad más grande, terminaron su carrera y comenzaron a trabajar. Pero todo eso cambió en 2020 cuando su papá sufrió un accidente que lo dejó en silla de ruedas.
[Rosario]: Con ese accidente, con la pandemia, nos rompieron, nos destrozaron.
[Rocío]: Pero para reconstruirnos.
[Rosario]: Exacto.
[Selene]: A partir de entonces, las dos decidieron vivir su vida de forma muy distinta. Renunciar a una deuda abstracta de éxito que sentían que le debían a sus padres. Y en cambio, buscar otras formas de vivir. Comenzaron a viajar más. Una de ellas se volvió tatuadora, la otra, maestra de un kínder comunitario. Desde hace unos años, el lenguaje que construyen prioriza hacer las cosas que les gustan. Hacerlas por amor y eso implica, siempre, volver a su tierra. Esta es Rosario.
[Rosario]: Porque aquí está la raíz. Aquí está nuestra raíz. Dicen que cuando conoces de dónde vienes, puedes saber hacia dónde vas. No te pesa el trabajar porque sabes por lo que estás trabajando. Porque estás cuidando el lugar donde naciste y estás cuidando el lugar donde quieres que se queden los que vienen atrás de ti.
[Selene]: Hace dos años un incendio devoró varias hectáreas de áreas verdes en uno de los cerros de El Cobre. A raíz de eso, Rosario y Rocío se unieron a un grupo de unos 15 voluntarios llamado Guardianes del Cobre, para ayudar a reforestar la zona. Eso también lo hacen por amor, una forma de cuidar su origen.
Quizá sea otro tipo de deuda, o quizá si uno lo hace por amor, ya no se puede llamar así.
[Soundbite de archivo, handpan]
Rocío saca un instrumento que le regalaron en uno de sus viajes. Se llama handpan y es una especie de tambor metálico, de color negro, con algunas hendiduras a los lados. Por un instante, siento que estiy en el lugar que quiero estar.
Hay una frase que escuché varias veces en mis dos días en El Cobre. “Vengo a buscar mi ombligo”. Esto tiene una explicación. Es que en El Cobre, cuando un niño nacía, las familias envolvían en un papelito o en un pedacito de tela el cordón umbilical del recién nacido y lo metían en la ranura entre los adobes o entre las piedras. Muchos regresan a encontrarlo, como una forma de reafirmar su paso en este mundo. Una declaración poderosa que dice: aquí existimos. Aquí seguimos.
La mañana siguiente despertamos con el sol asomándose entre las montañas. El olor a pino y los cerros dorados enfrente. Algunos de ellos pelados por el incendio. Desayunamos allí y bajamos hacia la iglesia. Es domingo y el pueblo se está vaciando.
[Soundbite de archivo]
[Selene]: Poco a poco las familias van desmontando sus casas de campaña y, y se van. Estoy viendo a un señor de camisa de cuadros y gorra que está desmontando una casa de campaña.
Pero en la casa de Don Chon hay gente. Es un cuarto pequeño de techo de lámina y piso de tierra. Tiene una estufa de gas, muchas cajas amontonadas y una cama matrimonial, la misma en la que nació y exhibió en su museo.
[Soundbite de archivo, casa de Don Chon]
[Selene]: Ese día, allí, hay reunión de los Guardianes del Cobre. Es el cuartel general. Hay alrededor de seis personas, todos sentados donde se pueda: en unas cubetas, una silla, en la cama de don Chon. Calientan un par de tamales que una de ellos trajo… Hablan de la siembra de ese día, de los planes que siguen para la reforestación.
Es como ver el pasado y el futuro conviviendo en un solo lugar, entre risas y anécdotas. Está don Chon, el cronista del pasado. Y están Rocío y Rosario, que como yo, son las más jóvenes en ese cuarto… Todos con un mismo propósito.
[Selene]: Antes de despedirme, nos tomamos una foto frente a la casa de don Chon. En cuestión de horas, este pueblo volverá al silencio, a ser un cementerio de voces y risas apagadas. Yo volveré a mi ciudad, a mi espacio transitorio más convencida que nunca de encontrar mi ombligo. Quizás lo encontraré en la Ciudad de México o en Ixtapaluca. Y si no lo encuentro, bueno… tendré que construirlo.
[Daniel]: Selene Mazón es asistente de producción de Radio Ambulante y vive en Ciudad de México. Esta historia fue editada por Pablo Argüelles, Camila Segura y por mí. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano con música de Rémy.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Lucía Auerbach, Adriana Bernal, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Juan David Naranjo, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Barbara Sawhill, David Trujillo, Ana Tuirán, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Desireé Yépez.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
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Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.