Transcripción: El corresponsal
COMPARTIR
Daniel Alarcón: Hola, soy Daniel Alarcón, productor ejecutivo de Radio Ambulante.
El episodio de hoy marca el fin de nuestra cuarta temporada. Vamos a hacer una pausa para prepararnos para el 2016, y poderles traer más historias. Pero ha sido una buena temporada, ¿no?
Desde Cuba, les trajimos la historia de los sobrevivientes del movimiento friki:
Los sobrevivientes: Era un culto ahí extraño que había, que era más bien como un hermandad religiosa porque éramos muy unidos todos.
Daniel: Desde Ecuador escuchamos la historia de Crudo, un ciudadano que se atrevió a burlarse del presidente.
Correa vs Crudo: Mucha gente que tenía la imagen que había puesto el presidente sobre mí, que yo era un peligroso desestabilizador, por poco un agente secreto o alguna cosa así.
Daniel: Y mucho más: Guatemala, Puerto Rico, México, Colombia, Perú, Chile, Estados Unidos, Honduras, Venezuela y El Salvador. Cuando comenzamos Radio Ambulante, esto era lo que queríamos hacer: conocer más a nuestra región, conocer las voces de nuestros países. Que nos escucháramos entre nosotros mismos. Bueno, y desde ese punto de vista, terminamos la cuarta temporada orgullosos, satisfechos. Espero que ustedes también.
Si escuchan este podcast, saben que nuestro contenido es totalmente gratis. Pero nuestro trabajo no lo es. Sueldos, equipos, viajes, productores externos –todo lo que se pueden imaginar que requiere un proyecto internacional como este, eso tiene un costo. Y no es poquito.
Entonces, les quiero pedir un favor: que nos ayuden. En nuestra página web van a encontrar un botón que dice “Donar”. Ahí pueden dar cualquier cantidad que sea cómodo, o, aún mejor, suscribirse a donar mensualmente. Esa es la mejor manera de apoyarnos y asegurar que este podcast pueda seguir.
Este fin de año estamos buscando 500 donantes regulares, es decir, suscriptores. Esto nos permitirá sostener el podcast. Los invitamos a apoyarnos con lo que puedan; quizás sean sólamente $5 dolares mensuales o tal vez puedan dar $20. Lo que sea, realmente lo que sea, ayuda.
Y bueno, gracias por todo. No exagero cuando digo que no existiríamos sin ustedes. Gracias por sus comentarios en las redes, por compartir nuestros audios, por mandarnos emails, por decirnos lo que les gusta, y lo que no. Juntos hemos creado una comunidad internacional de oyentes que aprecia estas historias latinoamericanas.
De parte de todo el equipo, les deseamos todo lo mejor para este fin de año.
Y ahora, el episodio.
—
Radio Ambulante cuenta con el apoyo de la Fundación Sara y Evan Williams y la fundación Panta Rhea.
Alberto Arce: Mi entrada en el periodismo fue a través de un mecanismo bastante simple, y es: ¿dónde no quiere ir nadie? ¿cuáles son los sitios más complicados? ¿peligrosos? ¿duros? ¿en los que no hay nadie? O sea, ¿cuáles son aquellos sitios en los cuáles tengo más posibilidades en que el trabajo salga adelante? Si no se puede, si es difícil, si no lo está haciendo nadie, ahí voy yo.
Daniel Alarcón: Este es Alberto Arce, periodista español, de 39 años. Entre el 2012 y el 2014 Alberto fue el único corresponsal extranjero en Honduras. Otros periodistas llegaban a cubrir noticias de vez en cuando, claro, pero durante ese tiempo, el único que vivía el día a día en Tegucigalpa era Alberto.
Decidimos hablar con él porque vale la pena a veces entender el punto de vista del ‘outsider’. Esa mirada de afuera nos revela mucho, y nos permite ver nuestra propia realidad de una manera más clara.
Alberto Arce: Yo llegué a Honduras sin pensarlo, sin saber nada de Honduras, como una tábula rasa, de cero. Sabía poco más de lo que sabe la mayoría de la gente y es que en el año 2009 hubo un golpe de estado. Punto. No sabía nada más.
Daniel Alarcón: Bienvenidos a Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Para este episodio usamos un estilo narrativo que ya hemos usado un par de veces este año. Van a escuchar una sola voz: la de Alberto.
Habló con nuestra editora y productora Silvia Viñas.
Aquí, Alberto.
Alberto Arce: A Honduras llegué huyendo del desempleo, básicamente. O sea, yo soy español y pertenezco a una generación para la que el periodismo ya parecía vetado, entonces tuve que migrar buscándome la vida como tantos, como decenas de miles de personas de mi generación. Empecé de cero con 35 años, creo. Y como a los 7, 8 meses de estar trabajando para un medio en Guatemala que se llama Plaza Pública llegó una oferta de Associated Press que buscaba un corresponsal para Honduras. Y núnca me lo han dicho y creo que núnca se lo he preguntado, pero me temo que no había mucha competencia. No había decenas de personas presentando su solicitud para irse a vivir con su familia a Tegucigalpa. Y así llegué a Honduras.
Yo tuve muy poco tiempo desde que supe que iba a Honduras hasta que llegué físicamente a Tegucigalpa tuve muy poco tiempo. Había leído algo por internet, y recuerdo entrar en YouTube y buscar videos de las calles de Tegucigalpa para hacerme una imagen.
Recuerdo aterrizar en Tegucigalpa un sábado, un domingo. Mi familia no había llegado todavía y era bastante…no tenía dinero, recuerdo. Entonces recuerdo pasarme un domingo por la tarde yo solo dando vueltas por el centro de Tegucigalpa, y la impresión de esas calles vacías, sucias, con perros revolviendo en la basura, nadie, ¿no? Esa sensación de que en cualquier momento va a parar un…alguien en una moto, en un carro, y te va a poner una pistola y te va a robar todo. El miedo, ¿no? el miedo del que no sabe.
Pero la única manera de conocer cualquier país, pero especialmente un país tan duro como Honduras, es salir a la calle, es romper esa frontera invisible que separa al extranjero del hondureño. Lo que tienes que hacer es abrir la puerta, montarte en un taxi, montarte en un autobús, y salir a la calle, salir a los mercados, salir a los barrios, salir a las colonias, y escuchar a la gente de verdad. Si Honduras se define por, en gran parte, por la violencia pues sólo podrás contarla si tratas de inmiscuirte en la vida diaria de las personas que sufren esa violencia.
Y eso es lo que yo aprendí en Honduras, que el periodismo no se hace desde los hoteles, el periodismo se hace desde el barro.
A los cuatro días de llegar a Honduras yo me fui con Esteban Felix, un fotógrafo de AP, me fui con él a San Pedro Sula e hicimos dos noches de patrulla con la policía. El primer día, literalmente el primer día, la policía delante de nosotros detuvo a un miembro de la mara salvatrucha que se puso a llorar, y yo le pregunté: “¿Por qué llora? si se supone que son tipos duros?”, y el policía me dijo: “Porque saben que cuando los agarramos los matamos, pero este se salvó porque están ustedes delante.” Desde el primer día que yo llegué a Honduras los propios policías me dijeron que pandillero que agarran, pandillero que matan. Ellos en la medida de lo que pueden, los matan. Entonces desde el primer día yo sabía que eso pasaba. Tardé un año en encontrar un caso reportable. Ese fue el caso de Teiker que si no me acuerdo fue exactamente un año después de mi llegada a Honduras.
Teiker se llamaba Kevin Carranza Padilla. Era alguien que llevaba palabra en el Barrio 18, en una zona determinada de Tegucigalpa. O sea, no era un pandillero cualquiera, era al menos el pandillero coordinador de un grupo de 10 o 12 pandilleros más. Y vivía con su novia y con un perro en un barrio de Tegucigalpa. Y un día, un grupo de hombres armados, encapuchados, entraron en su casa, tiraron la puerta abajo, se los llevaron, y nunca aparecieron más.
Y lo que hace el caso de Teiker diferente del resto es que el caso de Teiker cuenta muchas cosas de Honduras. Lo primero de todo es que yo me entero de él porque, como todos los días a las 8 de la mañana, abro el periódico, en el diario El Heraldo encuentro un titular que dice que han detenido a un pandillero ligado al crimen de un subcomisario. Y lo que veo es la fotografía de una persona tirada en el suelo con tape alrededor de los ojos, con cinta alrededor de los ojos, con un gran 18 en el pecho, y evidentemente torturado. Y se ven zapatos a su alrededor que no son zapatos de pandillero, que yo inmediatamente, subjetivamente, digo: “son zapatos de policía”. O sea, ¿quién es tan pendejo para sacar una foto durante una sesión de tortura y enviársela a un periódico? Y que el periódico sea tan pendejo que la publique sin cuestionar nada. O sea, sin hacer su trabajo.
Y entonces eso me cuenta muchas cosas. Primero, que siguen desapareciendo gente. Segundo, que probablemente es la policía. Y tercero, que los policías les comparten las fotos a los periodistas, y que los periodistas ya tan faltos de criterio acaban publicando esas fotografías; porque en el reino de la impunidad, la impunidad lo es tanto para los policías que cometen crímenes, como para los periodistas que no los cuestionan. Entonces inmediatamente tengo historia.
Inmediatamente voy al lugar donde teóricamente Teiker controlaba, ¡y no es tan difícil! Yo sé que determinado barrio está controlado por una pandilla. Entonces yo sé que desde el momento en el que llego con el taxi a la entrada de ese barrio, me hago ver y empiezo a caminar por el barrio, hay una serie de personas que están controlando cada uno de mis movimientos. Suelen ser niños pequeños que se llaman banderas, que es como el recluta de la pandilla. Y entonces inmediatamente ves que hay gente que te está mirando y tú te acercas a la gente y le preguntas, le dices: “Soy periodista, quiero saber qué es lo que ha pasado con Teiker, tengo la sospecha de que se lo ha llevado la policía. Soy periodista extranjero y me gustaría contarlo”. No es tan difícil llegar a la pandilla. Probablemente no es seguro, pero así es como funciona.
Alguien a través de una iglesia me ayudó a entrar en un segundo nivel de toma de decisiones de la pandilla para que ellos tomaran la decisión, para que ellos me conocieran, yo les planteara que quería saber qué era lo que había pasado, y que ellos me ayudaran a hablar con el resto de personas que estaban alrededor de Teiker en aquellos días.
Resulta que junto a Teiker habían desaparecido varios pandilleros más, entonces es como un hilo del que tú empiezas a tirar y empiezan a aparecer otros nombres. Entonces para saber qué fue lo que le pasó a esos otros nombres, tienes que hablar con sus compañeros.
Yo recuerdo que cuando me reuní físicamente con un buen grupo de pandilleros, pues una persona, contacto, habló, recibió la autorización para que yo llegara, entonces me dijeron: “Vete con un taxi hasta el parqueo de tal supermercado. El el parqueo de tal supermercado te va a estar esperando otro taxi, te subes a ese otro taxi y te vienes”. Llego con ese taxi, me bajo en un punto determinado en la entrada de una colonia, hay un niño de 14 años que me dice que camine con él. Camino cuatro o cinco calles, me meto en una casa, y en esa casa me están esperando una docena de locos con armas.
Recuerdo que era un sábado por la mañana, no sé, 9 o 10 de la mañana, era prontito, y había ya una serie de personas allí sin camiseta, con la pistola en el cinto, con una mini Uzi, con una ametralladora; y estaban fumando, y estaban metiéndose, estaban muy arriba. Entonces recuerdo estar intentando hablar con ellos como 30 o 40 minutos y darme cuenta de que no les podía sacar nada porque no me querían contar nada, porque estaban colocados, y porque cualquier imbécil de esos, en realidad, podía querer hacerse el gallito delante de sus amigos y sacar la pistola y pegarme un tiro en la cabeza para decir, “Mira qué macho soy”. O sea, se te pasan ese tipo de cosas por la cabeza. Obviamente no pasan, porque sí…son una organización jerárquica, si no quisieran hablar contigo no te hubieran dejado entrar para empezar. Y una vez que has entrado, al menos que hagas una tontería que haga que ellos sospechen que eres un agente de la DEA o algo así, no tiene por qué pasar nada.
El problema es que obviamente las versiones de sus compañeros tampoco te creas que son fiables al 100%, o sea, hay que tratar de verificarlas de muchas maneras. En el caso de Teiker, lo que aprendes en el barrio es que puede que lo haya desaparecido la policía de uniforme; puede que lo haya desaparecido la policía que no va uniformada; puede que hayan sido pandilleros de la pandilla rival vestidos de policías, enviados por policías que trabajan con la pandilla rival, o con la misma pandilla, porque un jefe de la policía se enfadó con él porque no le repartió una cantidad de dinero que le debía de manera adecuada. Entonces entras en un tipo de realidad tan…no sé cómo explicarlo…tan de plastilina, tan amorfa, que es muy difícil establecer reglas, y es muy difícil establecer a ciencia cierta qué fue lo que pasó realmente.
Te lo puedo pintar para convertirme en un tipo épico que se adentra en territorio desconocido de la pandilla. Pero muchas veces también es esa parte épica y peliculera del periodista aguerrido con chaleco antibalas… es eso lo que queda, mucho más allá del mensaje claro que uno trata de transmitir con este trabajo, y es el de que en Honduras hay grupos armados irregulares que son las pandillas, hasta 5 pandillas en Tegucigalpa, que son también narcotraficantes, que son también policías fuera de servicio, que son policías en servicio, y que todos ellos interactúan en una guerra –no me atrevo a decir que es una guerra de baja intensidad porque provoca tantos muertos como guerras de alta intensidad– y que esa guerra se lleva por delante, evidentemente, cualquier cosa lateralmente parecida al estado de derecho. Entonces ahí entendemos el círculo, el círculo de la violencia, la impunidad, el terror que se infunde entre la población, el desplazamiento de personas, los índices de homicidios, el tráfico de drogas, la extorsión. O sea, hay un círculo que se puede contar en torno a la desaparición de un pandillero.
La mayoría de tu círculo social te va a decir que estás defendiendo a los pandilleros y que los pandilleros son unos hijos de puta que no merecen defensa, que solo merecen ser exterminados. Y es duro, es duro sentir que a tu alrededor la gente no apoya que tu denuncies que la policía comete asesinatos extrajudiciales.
Y la otra reacción del círculo profesional periodístico es: “Mira loco, si no paras te van a matar”. Entonces es una presión…Yo nunca pensé que me fueran a matar, yo nunca lo di por bueno, nunca lo di por real. Pero recibes… o sea, es una mosca que no para: “Te estás metiendo en muchos líos, te estás metiendo en muchos líos, te estás metiendo en problemas. Para. No tiene sentido. Te estás metiendo con gente que es mala”. Y es verdad, sabes que te estás metiendo con gente que es mala. Pero yo siempre tenía la conciencia de que primero, no estaba contando nada que todo el mundo no supiese; y segundo, que siendo extranjero a mi nunca me iba a pasar nada, y que si se me acercaban, iba a tener la capacidad de irme rápido.
Montaje de noticias: “La crisis de corrupción que ha vivido Honduras por décadas revela el aumento de la pobreza más del 76% y reafirma”…“Y que se comprobó la participación de policías en muertes de jóvenes”… “Creo que la corrupción y la impunidad llegó a niveles que pueda afectar a todo nuestro sistema…”
Alberto: Si yo hubiera llegado a Honduras con 23 años, solo, yo me hubiera quedado en Honduras 15 años. Porque Honduras es un país que merece contarse, es un país con el que evidentemente yo he llegado a tener empatía, y es un país donde mientras no haya más gente que lo está contando pues el que puede contarlo tiene que seguir haciéndolo por responsabilidad ante la sociedad, por responsabilidad ante Honduras que merece ser contada. El problema es que en esa dualidad entre el periodista y el padre, pues obviamente tengo que poner por delante a mi familia.
Montaje de noticias: “Es lamentable que a pesar de los esfuerzos que se han hecho por lograr una depuración en la policía nacional, hasta el momento no hay resultados tangibles y hay evidencia de que las cosas siguen igual”…“Autoridades del país, vale decir el presidente de la república y el ministro de seguridad, apañando a estos oficiales corruptos. Entonces, ¿qué ha pasado?”…“¡Para recobrar la paz y mantener el país libre de impunidad!”
Alberto: Es muy frustrante como periodista entender que la denuncia de violaciones sistemáticas de derechos humanos no tiene ninguna consecuencia política o institucional real. Es decir, los mismos países que financian y ayudan a la policía de Honduras siguen haciéndolo. Los mismos policías que mataban hace 20 años, hace 10 años, siguen matando ahora. Entonces eso…eso es duro, porque te das cuenta que el periodismo que estás haciendo cae en saco roto. No sirve para nada. No sirve para cambiar la realidad política institucional, y no sirve para que la sociedad reflexione sobre sí misma y sobre en qué están convirtiendo a su país colectivamente.
Y al final el periodismo aparece casi como un show, ¿no? o sea, vamos a ver qué historia podemos contar más impactante, más truculenta, más grotesca, más denigradora del país, a ver cuánta sangre le podemos poner encima de Honduras para captar la atención del lector durante tres párrafos por lo menos. Esa es la sensación, ¿no? Solo sirvo para eso. Y si yo solo sirvo para un click en Facebook que capte tu atención durante 30 segundos, no merece la pena que yo moleste y ponga en riesgo a una madre en una colonia de Honduras que por hablar conmigo puede ser ejecutada por bocazas. El nivel de frustración que genera ser periodista y darte cuenta de que el periodismo sirve para muy poco…qué quieres que te diga.
Pero, ¿qué hacemos? ¿me convierto en el hombre gris y me limito a ir a mi escritorio a hacer copy-paste? O sea, vivimos en una sociedad que acepta que el 70% de los hondureños estén condenados desde que nacen a superar poco más que el analfabetismo, porque vivimos en un sistema que no necesita que el trabajador de la maquila hondureña que hace los Levis para Estados Unidos sepa poco más que leer y escribir para firmar su contrato. Ese es el sistema en el que vivimos. Si lo aceptamos y dejamos de luchar contra él a través del instrumento que tenemos en este momento que es el periodismo pff, pues apaga y vámonos.
Daniel Alarcón: Alberto Arce es corresponsal para Associated Press en México. Pueden leer más sobre sus experiencias como periodista en Honduras en su libro ‘Novato en nota roja’, publicado por la editorial Libros del K.O. En nuestra página tenemos enlaces a algunos de sus artículos, incluyendo un reportaje sobre el caso de Teiker.
Silvia Viñas es productora y editora de Radio Ambulante. Gracias a Whitney Eulich por grabar a Alberto desde la Ciudad de México.
Camila Segura es la editora principal de Radio Ambulante. Martina Castro es la productora principal. El resto del equipo incluye a Luis Trelles, Clara González Sueyro, David Pastor, David Leonard, Barbara Sawhill, Alejandra Quintero Nonsoque, Claire Mullen, y Diana Buendía. La directora ejecutiva es Carolina Guerrero.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Para escuchar más, visita nuestra página web, radioambulante.org. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar