El informe Chinochet: Historia secreta de Alberto Fujimori en Chile

El informe Chinochet: Historia secreta de Alberto Fujimori en Chile

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Carlos Meléndez –productor de Chinochet, nuestro último episodio– hizo una investigación para tratar de entender por qué Alberto Fujimori cambiaría la protección y comodidad que tenía en Japón por un futuro incierto en Chile. Publicó esa investigación en un libro titulado «El informe Chinochet: Historia secreta de Alberto Fujimori en Chile».

En esta entrada del blog compartimos el primer capítulo de ese libro, en donde Carlos introduce una situación política complicada y alucinante.

Pueden seguir a Carlos Meléndez en Twitter y comprar el libro aquí o a través de Amazon.

Foto del pasaporte que utilizó Alberto Fujimori para entrar a Chile. Cortesía de Carlos Meléndez.

El Destino

¿Se ha dado cuenta de que cada cierto tiempo un militar implicado en casos de derechos humanos se suicida? Saltan del techo, se pegan un tiro, lo que sea. ¿Sabe por qué se matan esos hombres? No lo hacen por vergüenza o culpa. Tampoco porque le tengan miedo a la cárcel o a la presión social, no. Esos hombres se matan porque en sus cabezas y en sus corazones estaban convencidos de estar haciendo el bien.

– Bala Loca, teleserie chilena.

Alberto Fujimori solía obsesionarse con anticipar su destino. La leyenda urbana cuenta que contrataba los servicios de parasicólogos, astrólogos y chamanes, entre los que destacaban figuras renombradas de la cultura popular limeña, como Carmela Polo Loayza (alias Madame Carmelí), Rosita Chung y Coty Zapata). De igual manera, son conocidos los viajes que realizaba con frecuencia a las alturas de la sierra de Piura para darse baños de florecimiento en Las Huaringas, lagunas altoandinas cuyas temperaturas oscilan entre los 5 y 7 grados centígrados durante la madrugada, horario recomendado por los curanderos de la zona para que sus rezos surtan efecto. Pero al parecer, esta supuesta afición es exagerada. Según un familiar cercano, Fujimori tuvo solo un par de incursiones a Las Huaringas, visitas que realizaba con fines políticos. Y no fue tan creyente de la parasicología. A lo largo de su vida, solo le prestó oídos a dos videntes. A Doña Bertha –quien le anticipó que sería elegido presidente de la república tres veces, cuando era catedrático de la Universidad Agraria y no soñaba siquiera con la política– y a Jennifer. Esta última fue recomendada por Gonzalo Sánchez de Lozada y Jamil Mahuad , mandatarios andinos que, hacia finales de los noventa, aun no comprobaban la falibilidad de la adivina.

“¿Qué pasaría si me alejo momentáneamente del Perú? ¿Me voy hacia Estados Unidos o Japón?”. No pensó en otra alternativa, pero desde el instante en que abandonó territorio peruano, en noviembre del 2000, en plena crisis terminal de su recién inaugurado tercer mandato, comenzó a maquinar su retorno. Chile apareció en sus planes cuando, ya guarecido en la tierra de sus ancestros, tramó su regreso. Sería apenas una escala técnica para retornar por la puerta grande al país que gobernó. La elección de Chile, en su vuelta a Perú desde Japón, polémica y cotilleada por sus seguidores y detractores, no resiste la falta de cálculo del ingeniero. Uno de sus más leales ministros –colaborador suyo, todavía hoy- guarda con celo la carta de despedida del ex mandatario tras su renuncia a la Presidencia del Perú desde Tokio. En ella le pide calma, cautela y reserva sobre el día de su regreso. “Nunca pretendió quedarse en Japón”, señala enfáticamente el fujimorista. Sin embargo, no se puede descartar que su partida del país oriental, a fines del 2005, fuese una medida apresurada. ¿Por qué dejaría su cómoda vida, protegido por influyentes políticos nacionalistas japoneses, para migrar hacia un país gobernado por una coalición política de centro-izquierda que había sufrido en los 70s y 80s los crímenes de la dictadura pinochetista?

Foto de una caricatura de la época. Cortesía de Carlos Meléndez.

Desde su apresurada llegada a Tokio en noviembre del 2000, el primer outsider de América Latina, aquel que gatillara el colapso de los partidos tradicionales peruanos, fue rápidamente cobijado por sectores conservadores de la élite japonesa que vieron en él a una especie de hijo pródigo. Para un sector de la derecha radical nipona, la ocupación estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial significó el abandono de los valores nacionalistas erigidos en la época Meiji (1868-1911), etapa inicial de la modernización del Japón, y olvidados en la era posguerra.

Por lo cual los únicos portadores genuinos de tales valores serían aquellos descendientes de ultramar, emigrados antes del enfrentamiento bélico. Fujimori, cuyos padres arribaron a las lejanas tierras del Pacífico sudamericano en los 30s, claramente los encarnaba. A pesar de haber crecido en otro continente, Fujimori simbolizaba una añorada pureza tradicional. Pero a su vez, su llamativa presencia, podía ser empleada con fines políticos –y no solo espirituales- que dieran réditos tanto a la ultraderecha japonesa como al ex presidente peruano. En este sentido, el rescate de los rehenes tomados por el MRTA en la residencia del embajador de Japón en Perú, ejecutado el 22 de abril de 1997, fue interpretado por dichos conservadores nipones como la mayor expresión de respeto a sus valores y creencias ancestrales. Varios de los retenidos y ahora liberados, muchos de ellos empresarios japoneses con intereses comerciales en el Perú, prometieron a Fujimori reciprocar el gesto. Fue este entorno el que le acogió y favoreció su acceso a grupos de poder político y económico que compartían tal nacionalismo radical. Al mes de su llegada a Japón ya se había formado “Fujimori-san Wo Kakomu Kai”, una sociedad de apoyo al ex presidente que, en menos de un año, aglutinó a más de 100 miembros. Promovida por el diputado y fundador del partido Alianza Liberal, Torao Takuda6, la asociación se reunía -al menos en sus inicios- dos veces al mes con Fujimori para recaudar fondos para su estadía.

Portada de el libro. Cortesía de Carlos Meléndez.

A través de esta asociación y de otras amistades, Fujimori dio algunas charlas y conferencias sobre su experiencia presidencial, en las que el rescate de la casa del embajador de Japón en Lima era una de las principales atracciones de dichas tertulias. (Precisamente en una de esas reuniones conoció a su futura pareja sentimental, Satomi Kataoka7). Para agosto de 2001, a menos de un año de su arribo a Japón, la prensa internacional calculaba 160 mil dólares reunidos por dicha asociación, especulándose incluso sobre una posible postulación de Fujimori al senado japonés.

En resumidas cuentas, desde su salida del Perú hasta su viaje a Chile, Japón le amparó por casi cinco años. Si bien se trató, hasta cierto punto, de una temporada errante, ésta se realizó en cómodos locales durante este lapso, pues se registran al menos siete residencias. A su llegada de APEC se alojó en el Hotel New Otani –en la zona de Akasaka, por aproximadamente diez días-, para luego fluctuar entre un par de propiedades de la escritora Ayako Sono9: una en Den-en-chofu (Tokio) y la otra en el balneario de Miura, prefectura de Kanagawa, adyacente a la capital japonesa. Posteriormente, hacia marzo de 2001 vuelve a la zona de Akasaka, a un departamento cedido por sus protectores en el complejo residencial Kiogarden Palace, área regularmente ocupada por oficinas y clubes empresariales. Un año después compartió alojamiento con su hijo Hiro en un departamento de 90 metros cuadrados, en el complejo Azabu Terrace, la zona de diversión nocturna de Roppongi. Desde el 2003 encontró algo más de estabilidad con la compañía y el favor de Satomi, pues en agosto de ese año se mudó al complejo Yakumo Garden House, en Meguro, un barrio más céntrico y tranquilo. Finalmente, pocos meses después, en diciembre, se estableció en el hotel Princess Garden, en el mismo Meguro, propiedad de la familia de su entonces novia, donde permaneció hasta partir a Chile.

El estatus migratorio y la condición ciudadana de Alberto Fujimori eran como los de cualquier otro japonés, por ello podía cambiar de residencia sin notificar a ninguna autoridad. Su incriminación de delitos de lesa humanidad no despertó el activismo de la sociedad civil organizada nipona por dos motivos. El primero es que, para entonces, no se presentaban pruebas concluyentes sobre los abusos
presumiblemente cometidos por su conciudadano de ultramar. Normalmente, colegios de abogados o medios de comunicación alzan la voz cuando hay mayor contundencia en los hechos (como por ejemplo el secuestro de japoneses por parte de Corea del Norte, en el que además Japón no figura como infractor de derechos humanos sino como víctima). El segundo es que tanto liberales como conservadores japoneses debaten sobre las propias responsabilidades en casos en los que el Estado japonés (el Ejército imperial, específicamente) aparece como perpetrador de violaciones (por ejemplo la Masacre de Nanking, 1937-1938). El debate sobre las causas y las responsabilidades estatales11 debilita una posición monolítica sobre asuntos como el de Fujimori, por lo que predomina la abstención. Así, escaseaban personalidades, intelectuales o abogados interesados en pugnar por las acusaciones contra el ex mandatario. De suerte que un miembro del equipo diplomático peruano que trabajó en el caso sostiene: “no teníamos aliados para propugnar la causa de la extradición. Era imposible extraditar a Fujimori de Japón”. Protegido por la rancia derecha japonesa y sin presiones jurídicas, ¿qué conminó al ex Presidente a renunciar a tan apacible comodidad?


Fragmento del libro El informe Chinochet: Historia secreta de Alberto Fujimori en Chile, por Carlos Meléndez, coproductor de nuestro episodio Chinochet. Pueden comprar el libro aquí o a través de Amazon.

Créditos

POR
Carlos Meléndez


EDICIÓN
Editorial AGUILAR


PAÍS
Argentina


FOTOS
Carlos Meléndez


PUBLICADO EN
08/22/2018

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