¿Alguien ha visto a este muchacho? | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. 

Esta historia comienza a mediados de los años 80, en Bacabal, una ciudad al noreste de Brasil, en el estado de Maranhão, el más pobre del país. Ahí vivía Pureza Lopes Loyola. Tenía cerca de 40 años y 5 hijos que mantener. Había dejado a su esposo unos años atrás, cuando sus hijos todavía eran pequeños. 

Hasta ese momento, Pureza había trabajado en varias cosas: como jornalera en el campo, limpiando casas y escuelas… Y en esos años se dedicaba a hacer ladrillos. En Bacabal la producción estaba en auge, y no eran pocos los que vivían de hacerlos. 

[Pureza Lopes Loyola]: Aí eu comecei a fazer tijolo de pouquinho, ensinando os meninos, tudo pequenininho, todos os cinco, e foi lutando e ai gente começou a fazer pra vender. 

[Daniel]: Empezó a aprender a hacer ladrillos mirando a los vecinos que también dependían del barro para sobrevivir y al mismo tiempo les enseñaba cada paso a sus hijos. 

Era un trabajo pesado. Con palos afilados, Pureza abría huecos en el suelo para sacar arcilla. La mezclaba con agua y barro y comenzaba a pisar fuerte con los pies. Sus hijos la ayudaban a aplastar la mezcla con ritmo y firmeza en una especie de baile circular. Cuando la textura estaba perfecta, ponían la mezcla en unos moldes rectangulares y los dejaban secando al aire libre, bajo el sol. Después los horneaban durante 40 horas hasta que quedaran listos y la mayoría los vendían en el mercado. Pero guardaba unos cuantos para, poco a poco, ir construyendo su casa. La misma en la que vive ahora.

Con el paso del tiempo, sus hijos mayores se fueron casando y armando sus propias familias. Para el año 93, a Pureza solo le quedaban dos hijos viviendo con ella, Susana, de 17 años, y Abel, de 19.  Él la acompañaba a todas partes, era su mano derecha. 

[Pureza]: Pra onde eu ia ele ia, tudo dele era mamãe… Muito trabalhador, muito ajudador, cozinheiro… 

[Daniel]: Pureza dice que Abel era muy trabajador, solidario y buen cocinero. Era muy apegado a ella. Pero él siempre había deseado más… no quería pasar la vida repitiendo el oficio de su madre. 

Un día, el marido de su hermana mayor le contó que en los garimpos —es decir, la minería artesanal y en su mayoría ilegal en el norte de Brasil—, se sacaba mucho oro. Desde que escuchó esto, Abel no podía pensar en otra cosa. Quería ir a ese lugar de donde salía oro de las piedras. 

Decidió contarle  a su mamá lo que soñaba.  

[Pureza]: Ele me disse, lá vou trabalhar no garimpo, arrumar um dinheiro e aí eu venho. 

[Daniel]: Quería ir a trabajar en el garimpo para ganar suficiente dinero, regresar, y empezar un negocio propio en la ciudad de Bacabal, que en ese entonces tenía unos 80 mil habitantes. 

Es que la situación en el país era difícil. En los años 90 se vivía una fuerte crisis económica causada por una hiperinflación de más de 2.500%. Los precios de los alimentos subían varias veces en un solo día y las bolsas del mercado regresaban cada vez menos llenas. Muchas personas —especialmente del estado de Maranhão, donde vivía Pureza—, desesperadas por el hambre, agarraban su maleta y se iban a buscar trabajo donde fuera. 

Pureza entendía los motivos de su hijo. Pero no quería que se fuera. A pesar de que sí parecía rentable, trabajar en minería ilegal era peligroso. Los conflictos por el territorio entre los propios mineros y también con las comunidades indígenas de la zona eran frecuentes y muchas veces violentos. A Pureza, en especial, le aterraba pensar que su hijo se fuera y no regresara. Había escuchado de muchachos que se iban a trabajar en haciendas o en minas y simplemente desaparecían. Pureza le hablaba de estas preocupaciones a Abel y le insistía en que se quedara con ella, fabricando y vendiendo ladrillos, pero él le respondía: 

[Pureza]: Eu vou e eu volto. Vou voltar, eu não vou ficar lá não.

[Daniel]: “Iré y vendré. Voy a volver. No me voy a quedar ahí”. Cuando Pureza se dio cuenta de que Abel sencillamente no cambiaría de parecer, le ofreció comprar el pasaje de autobús hasta Mato Grosso, donde vivía una de sus hijas, para que, por lo menos, viajara seguro. Lo único que tendría que hacer era cambiar de autobús en el camino. Abel estuvo de acuerdo y le dijo que esperaría un tiempo antes de irse, mientras ella se recuperaba de una lesión reciente.

Unos días más tarde, el 4 de marzo de 1993, Pureza salió hacia su sembradío de yuca, maíz y vegetales. Quedaba cerca de donde vivía. Cuando el sol empezó a pegar fuerte, regresó a su casa y se encontró con una de sus vecinas, esperándola en la puerta. Estaba angustiada y rápidamente le contó a Pureza que dos conocidos de Abel lo habían ido a buscar y se lo llevaron sin decir a dónde. 

[Pureza]: Desde a hora que eu cheguei da roça e disseram o Abel foi embora eu não tô dizendo, toquei a cara na parede e fui conversar com deus.  

[Daniel]: Dice que apenas escuchó esto se desesperó, arrimó su cara contra la pared y le pidió a Dios que la ayudara. Se le hizo muy extraño que su hijo se hubiera ido sin despedirse y eso le dio un mal presentimiento.  Quería ir tras él pero no tenía idea de por dónde empezar a buscarlo. Decidió esperar a ver si Abel se comunicaba con ella de alguna forma. 

Pero pasaron unos días y Pureza no recibía noticias de su hijo. Siguió la única pista que tenía de su posible paradero y llamó a una de sus hijas que vivía en el estado de Mato Grosso, donde están las minas a las que quería ir Abel. Pero su hija le dijo que no lo había visto ni había escuchado nada de él. Pureza se sentía perdida, si no estaba por las minas, no sabía dónde podría haber ido. 

Se angustió aún más. No se sentía capaz de quedarse sentada, esperando a que las respuestas llegaran a ella. Tenía que salir a buscarlo, encontrarlo y traerlo de vuelta a casa.

Así, Pureza decidió emprender un viaje que tendría un impacto mucho más grande del que podría imaginarse. 

Una pausa y volvemos. 

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. La periodista Claudia Jardim nos cuenta. 

[Claudia Jardim]: No era la primera vez que Pureza vivía la desaparición de un ser querido. A inicios de los años 70, uno de sus hermanos aceptó una oferta laboral fuera de su pueblo y después de su partida no supieron más de él. 

[Pureza]: Minha mãe o deu por morto.

[Claudia]: Su mamá lo dio por muerto. Y cuando reportó su desaparición a la policía, los oficiales ni siquiera se molestaron en buscarlo. 

[Pureza]: Quando eu via uma mãe chorando por um filho, eu desde pequena eu sentia aquela dor dentro de mim…

[Claudia]: Su madre lloraba día y noche, y Pureza la acompañaba en su dolor. Su papá, según Pureza, enloqueció. No pudo soportar la desaparición de su hijo. Tanto su madre como su padre murieron con la amargura de nunca haber tenido noticias de él. 

Pureza tenía ese miedo profundo: que la historia de su hermano se repitiera con Abel. Y la de sus padres con ella. No estaba dispuesta a verse a sí misma llorando a un hijo sin saber si estaba vivo o muerto. 

[Pureza]: Por que aonde eles matassem Abel eu tinha que ir juntar dente por dente, osso por osso, cabelo por cabelo…

[Claudia]: De cualquier forma lo tenía que traer a casa: así estuviera muerto, ella iría a buscarlo hueso por hueso, diente por diente, cabello por cabello, para enterrarlo cerca suyo. 

Por eso, unos días después que desapareció, Pureza agarró su cartera y salió hacia la terminal de autobuses de Bacabal. Si Abel hubiera comenzado su viaje ahí, alguien tenía que haberlo visto. 

[Pureza]: Só que eu procurava por meu filho. Com a foto na mão.

[Claudia]: Llevaba en su mano, muy bien agarrada, una foto de Abel: un joven, moreno, de cabello y ojos castaños, vestido con una camisa azul oscura, jeans y un cinturon negro. A todo el que se le cruzaba, le mostraba la foto y le preguntaba si lo habían visto: y nada.

Decidió seguir su búsqueda en el mercado, y en medio de la gente que iba de compras y los gritos de las ofertas del día, Pureza caminaba aturdida, agarrando fuerte la foto del hijo. Le preguntó a los vendedores, puesto por puesto, y tampoco… nada. 

Resignada, Pureza regresó a su casa y, como es evangélica, se puso a rezar. Sentía que era lo único que podía hacer. 

[Pureza]: “Gritei pra Jesus, você tem que salvar eu e meu filho, porque eu vou ficar uma louca, eu quero ele”. 

[Claudia]: Le pidió a Jesús que salvara a su hijo porque sino se iba a volver loca. Quería a Abel de vuelta. 

Unos días más tarde, todavía sin noticias de él, decidió ir a la estación de policía para denunciar que estaba desaparecido. Pero le dijeron que, si Abel se había ido por su voluntad, no podían hacer nada para ayudarla.

En medio de la incertidumbre, Pureza, para ese entonces con 50 años, tenía que seguir trabajando para poder comer. La ayudaban un par de muchachos pero no era lo mismo. Extrañaba a su hijo, a su compañero de trabajo. 

En aquellos días de espera, casi no se hablaba en el taller de ladrillos de Pureza. Lo único que se escuchaba era el sonido de la radio que uno de sus ayudantes llevaba. Y uno de esos días, Pureza escuchó a unas personas hablar sobre el trabajo esclavo. 

[Pureza]: E ouvi falar mesmo que tinha a CPT dos padres, uma entidade que é dos padres…

[Claudia]: En la radio hablaban de la Comisión Pastoral de la Tierra, conocida como CPT, el brazo progresista de la iglesia católica en el campo. Desde los años 70 ha trabajado en defensa de los campesinos y ha investigado el trabajo esclavo en Brasil. Uno de sus integrantes había sido invitado a la radio y en la entrevista explicaba cómo las personas eran atrapadas con ofertas engañosas de trabajo. Pureza todavía lo recuerda. 

[Pureza]: Eles enganavam que pagavam mais que todo mundo, e era bom, e o trabalho era fácil de fazer, e ganhava muito dinheiro. Mentira. Aqueles que iam nunca mais voltavam. 

[Claudia]: En la radio explicaban que los reclutadores —a los que les decían gatos—  engañaban a las personas ofreciéndoles trabajo, según ellos, fácil y con un buen salario. Pero el de la CPT explicaba que esto era mentira. Y que, además, las personas que se iban nunca más regresaban. 

Esas palabras le quedaron sonando a Pureza. Cada vez se convencía más de que eso era lo que estaba pasando con su hijo. Y es que llevaba más de un mes desde que se había ido y no había un solo rastro de él. 

[Pureza]: Procurei a CPT quando eu já estava lutando com as notícias de Abel. 

[Claudia]: Así que decidió buscar a la CPT para pedirles ayuda mientras intentaba conseguir noticias sobre su hijo. Fue a preguntar a la iglesia en Bacabal y ahí le dijeron que la CPT quedaba en São Luis, la capital de su estado, Maranhão, a poco más de 250 kilómetros de distancia. Le dieron la dirección y el teléfono y decidió que iría allá al día siguiente. Encargó a su hija con unas tías y  tomó el autobús hacia São Luis. Viajó unas cuatro horas y llegó a la ciudad al final de la tarde. 

Cuando llegó, Pureza llamó a un sobrino que vivía allí para que la ayudara a encontrar la dirección de la CPT. Pero no fue fácil. La organización prefería tener un perfil bajo porque el trabajo que hacían ayudando a agrupaciones campesinas incomodaba a muchas personas con poder político y económico. Eran los primeros años de la redemocratización del país, después de 21 años de dictadura militar, y los campesinos sin tierra se reorganizaban. Exigían una reforma agraria que garantizara su derecho constitucional a ocupar tierras abandonadas en donde pudieran vivir y trabajar. Pero los latifundistas se oponían y respondían a estas exigencias con violencia armada.  

Estar del lado de los campesinos, como lo hacía la CPT, era peligroso. Por eso la casa donde estaba ubicada parecía como cualquier otra. No tenía ningún letrero que la identificara y con frecuencia cambiaban sus rutinas y horarios de trabajo. De hecho, Pureza dio con el lugar porque en la iglesia de la ciudad le indicaron por donde ir. Cuando llegó la recibió el padre Flavio Lazzarin, italiano de origen y radicado en Brasil. 

[Pureza]: Aí sentamos lá numa mesa, e um cafézinho e comecei  a conversar. 

[Claudia]: El padre Lazzarin la hizo pasar, se sentaron a tomar café y Pureza empezó a contarle que Abel había desaparecido y que temía que estuviera siendo esclavizado en alguna hacienda. Que quería ir a buscarlo pero necesitaba la ayuda de la CPT porque no sabía bien por dónde empezar. El padre Lazzarin la escuchaba, asombrado por su determinación. 

[Flavio Lazzarin]: A Eu lembro a surpresa diante da atitude dela. Uma mulher forte. Não era uma coisa normal esse tipo de iniciativa por parte de uma senhora, né? Essa é uma coisa…

[Claudia]: Le pareció una mujer fuerte y lo sorprendió su actitud y determinación para encontrar a su hijo como fuera. El padre Lazzarin no dudó ni un segundo en tratar de ayudarla. Comenzó por contarle todo lo que sabía sobre la situación de los campesinos y el trabajo esclavo. Y le dio un dato clave: había un punto de encuentro donde los gatos reclutaban a los trabajadores para llevarlos a las haciendas donde tenían que deforestar, producir carbón, o buscar oro en el garimpo. Era una hostal en Açailândia, un municipio que está a casi 600 kilómetros de São Luis. 

A Pureza se le iluminó la cara. Era la primera vez que alguien le daba una pista de por dónde empezar a buscar a su hijo. Estaba decidida a ir a Açailândia. Ahí trataría de buscar información sobre Abel y saber a cuáles haciendas llevaban a los trabajadores. Era un punto de partida. 

Pureza regresó a Bacabal para armar su maleta. Guardó sus documentos, la foto de Abel, dos cambios de ropa, y una versión pequeña del nuevo testamento de la Biblia. Quería llevar solo lo necesario porque sabía que tendría que caminar largas distancias. Fue hasta la terminal y tomó un autobús hacia el municipio de Açailândia. El viaje le tomó ocho horas. 

[Pureza]: E lá comecei a andar ao redor da rodoviária, caçando o Abel e perguntando. 

[Claudia]: Cuando llegó recorrió la estación y sus alrededores, mostrando la foto y preguntando si lo habían visto. Nada. 

Encontró el hostal del que le había hablado el padre, ese donde llegaban las personas en búsqueda de trabajo. Pureza se acercó a la recepción, sacó la foto de Abel de su cartera y volvió a hacer la misma pregunta que había hecho tantas otras veces: ¿has visto a este muchacho? La respuesta la sorprendió:

[Pureza]: E me disseram que o Abel passou por lá. 

[Claudia]: Que sí, que Abel había estado ahí. 

Le dijeron que había pasado unos cinco días en el hostal pero que se había ido con un gato, es decir, con el reclutador. Eso la preocupó más, pero por lo menos sabía que estaba yendo en la dirección correcta. Pureza decidió esperar a que apareciera “el gato” y así preguntarle directamente. Creía saber cómo identificarlo porque el padre Lazzarin le había dicho que todos operaban más o menos igual.

[Pureza]: Os gato atrai o trabalhador, ele chega, arremata aquele povo que ali, paga o que eles estão devendo e bota no carro e levam pra fazenda, pronto. Já está escravizado. 

[Claudia]: Los gatos entran con toda la seguridad del mundo al hostal, se acercan a los trabajadores, pagan todos los gastos de su estadía y se los llevan a las haciendas. Ahí empieza la esclavitud. 

Ese día Pureza pasó horas allí esperando a que llegara. Pero se hizo tarde y nada. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, regresó al hostal. Vió a un hombre sentado en una mesa. No lo había visto el día anterior, intuyó que era el gato. Pureza lo abordó de manera brusca, agresiva, mostrándole la foto y exigiendole que le dijera dónde estaba Abel.  

[Pureza]: Nós pegamos uma briga às 7 horas da manhã, antes dele tomar café e ele teve que me dizer onde é que estava o Abel. 

[Claudia]: Sorprendentemente el hombre le dijo que sí lo había visto, pero que estaba entre un grupo grande que fue distribuído en diferentes haciendas de la zona. Le nombró algunas ciudades del estado donde estaban y siguió tomando su café. 

[Pureza]: Fui embora esfumaçando, doida de raiva. E fui procurar aí mundo afora, de fazenda em fazenda, de carvoaria em carvoaria. 

[Claudia]: Salió echando humo de la rabia. Pero decidió que saldría a buscarlo de hacienda en hacienda, de carbonería en carbonería… Se fue de inmediato al lugar más cercano que le había mencionado el gato, en el estado de Maranhão. Comenzó a caminar por terrenos baldíos, de tierra arenosa y llena de pequeños arbustos y maleza bajo un calor agotador.

Después de caminar varios kilómetros, Pureza se encontró con un portón cerrado pero sin llave ni vigilancia. Ya era de noche. Y aunque no estaba segura de que estaba en el lugar correcto, decidió entrar. No tenía nada que perder.  

[Pureza]: Não foi fácil. Foi difícil pra chegar uma pessoa só. Então, eu entrei, devagarzinho…

[Claudia]: No fue fácil llegar hasta allí sola. Entró despacito… Caminó varios metros hasta que se encontró con un hombre que parecía ser el capataz de la hacienda. El hombre la paró en seco y le preguntó qué hacía ahí.

[Pureza]: Ele disse- “O que a senhora anda procurando? Eu digo: meu filho, se ele trabalha aqui. Ai mostrei a foto e ele disse:  não, não tá aqui, nem nas redondezas não. 

[Claudia]: Ella le mostró la foto de Abel y le preguntó si trabajaba allí. El hombre le dijo que no, que no estaba ahí ni en los alrededores de la hacienda. Pureza insistió, le pidió permiso para pasar y él accedió. 

Después de caminar varios kilómetros por un vasto campo de matorrales, vio a un grupo de personas  trabajando. Cerca había una carpa improvisada, hecha con unos palos gruesos que sostenían un plastico negro que servía de techo. De los mismos palos colgaban algunas hamacas, y en el suelo había varias esteras donde Pureza supuso que dormían los trabajadores. Pureza se acercó a ellos, les mostró la foto de Abel y preguntó si lo habían visto. 

[Pureza]: “Não, nós não vimos por aqui, não tá por aqui não” e não estava mesmo”.

[Claudia]: Nada. Ni siquiera lo reconocieron en la foto. A pesar de su desilusión, decidió quedarse y hablar con ellos. Las condiciones en que estaban esos trabajadores la impactó. Quería saber más. Uno de ellos le dijo:

[Pureza]: A senhora não queira saber nossa vida, estamos desterrados aqui dentro dessas matas. 

 [Claudia]: “Ay señora, usted no quiere saber cómo vivimos. Estamos abandonados, viviendo dentro de estos matorrales”. 

[Pureza]: O senhor bebe é dessa água aqui, desse de onde o boi bebe? Ele disse: é, quando a gente não tem outra água a gente abana assim com a mão o lodo e bebe. 

[Claudia]: Pureza le preguntó a un trabajador si bebía la misma agua del estanque que el ganado. Él le dijo que sí, que cuando no les quedaba de otra sacaban el lodo que había y se la bebían. Uno de ellos también le contó que dormía en el suelo porque su hamaca se había roto y no tenía dinero para comprar otra. Pureza se despidió de los trabajadores y comenzó a caminar hacia la salida de la hacienda. Sintió la impotencia de no poder hacer nada para ayudarlos. 

[Pureza]: Foi duro, não foi fácil não pra mim. 

[Claudia]: Fue muy duro para ella. Y no podía dejar de pensar que su hijo podría estar pasando por lo mismo. Cuando salió de la hacienda y llegó a la carretera, buscó un aventón para ir hasta el pueblo más cercano y seguir preguntando por Abel. Si en alguna tienda o en un hostal le decían que en determinado lugar había movimiento y gente trabajando, Pureza de inmediato buscaba transporte. Buscaba a su hijo, por supuesto, pero también le indignaba las condiciones en que vivían los trabajadores con los que se encontraba.

Y así, la búsqueda de Abel, se convirtió en algo más. Regresaba a Bacabal cada mes y cobraba una pequeña pensión que le había dejado el marido, que falleció años después de que se separaron.  También pasaba un rato con su hija menor, descansaba un poco y volvía a tomar la carretera, agarrada a la foto de Abel. A veces pedía aventones a desconocidos que pasaban por la carretera. Muchas veces se montaba en camiones de carga que transportaban carbón, caña de azúcar, madera… 

[Pureza]: Andada arriba de caminhão, agarrada de unha e dente ali para não cair. 

[Claudia]: Agarrada con las uñas y los dientes para no caerse. Pero cuando no conseguía transporte no le quedaba de otra más que… caminar y caminar. De tanto caminar las uñas de los pies se le caían, sus dedos estaban lastimados, las piernas llenas de picaduras de mosquitos. Con el poco dinero que tenía se quedaba en hospedajes baratos a orillas de carretera, o en casas de personas que conocía en el camino y le ofrecían agua, una cama o una hamaca para descansar. A veces conseguía alimento, pero cuando no, engañaba al estómago comiéndose una que otra menta. 

[Pureza]: Aí eu fazia assim, viajava, olhava, sentia tudo na pele, voltava, o dinheiro acabava, eu vinha pegar meu dinheiro no Maranhão.

[Claudia]: Dice que mientras viajaba, veía la situación de los trabajadores esclavizados, regresaba a casa por más dinero y volvía a agarrar carretera.  Mucha gente se hubiera rendido, pero a Pureza la empujaba la esperanza de encontrar a su hijo.

Me contó que cuando llegaba a las haciendas, su primera impresión —así cómo le pasó la primera vez— era que estaban vacías porque su extensión parecía interminable. Y es que Brasil es un país inmenso, uno de los más grandes del mundo. Pero también está entre los países donde más desigualdad hay en la distribución de esas tierras. Casi la mitad de las tierras productivas del país pertenecen al 1% de los latifundistas. Son propiedades que algún día fueron públicas pero que a lo largo de la historia han sido usurpadas por latifundistas que falsificaban documentos para adueñarse de ellas. Y eso sigue ocurriendo hoy en día. 

Para que se hagan una idea, un latifundio considerado pequeño puede llegar a tener el tamaño de 14 mil campos de fútbol. Por eso era imposible para Pureza ver todo lo que había en cada terreno que visitaba. Pero no tenía miedo. 

[Pureza]: Não tenho medo de onça, nem de cobra, nem de serpente, nem de homem valente, nada, nada, nada, tenho medo…

[Claudia]: No temía encontrarse con jaguares, cobras, serpientes, ni con hombres envalentonados. En muchas haciendas que visitó no había nadie en la entrada, así que solo era cuestión de abrir el portón. Pero cuando se encontraba con guardias armados, ella simplemente les pedía permiso para pasar porque estaba buscando al hijo. Y sorprendentemente la dejaban seguir. 

[Pureza]: Quem que acreditava naquela mendiga, ia lá pesquisando e juntando tudo? 

[Claudia]: Pureza dice, refiriéndose a ella misma: “¿Quién podría creer que esa mendiga estaba investigando y reuniendo todo?”. Para los capataces, Pureza no era más que una madre buscando a su hijo. No la consideraban una amenaza para el negocio.  

Una vez adentro, caminaba varios kilómetros hasta encontrarse con los trabajadores. Lo primero que hacía era preguntarles por Abel pero la respuesta siempre era la misma: no estaba ahí. Entonces Pureza aprovechaba para preguntarle por el salario, qué comían, dónde dormían, de donde eran, si tenían familia… 

Las historias que Pureza escuchaba eran parecidas: todos habían caído en las garras de algún “gato” porque la oferta de tener un buen sueldo les entusiasmaba. Pero al llegar a la hacienda o a la mina, la realidad era distinta. Para empezar, sus documentos eran confiscados por el capataz. Algo que en un principio, pensaban que era rutinario y no cuestionaban. Luego, los encargados de las haciendas les decían que ellos mismos tenían que correr con todos los gastos que tuvieran. 

[Pureza]: Porque ele compra a comida, ele paga a comida, ele paga a dormida, ele paga a bota, ele paga o cigarro, ele paga até a água que bebe…

[Claudia]: Tenían que pagar su propia comida —que no era más que arroz o yuca—, las botas, los cigarrillos, el lugar donde dormían, hasta el agua. También debían comprar las herramientas para trabajar, como el hacha y las palas para cortar la mata. Y aunque todo lo que les vendían en la hacienda era mucho más caro, a los trabajadores no les quedaba más que aceptar. Como no tenían ni un centavo, compraban todo fiado. Cuando llegaba el fin del mes, en lugar de salario, les decían que estaba debiendo al patrón, por todo lo que habían gastado: estaban esclavizados por la deuda que acumulaban mes a mes y ni siquiera trabajando de sol a sol podían pagarla. 

Cuando Pureza les preguntaba si habían intentado huir de ese lugar, le decían que eso era imposible porque era muy riesgoso. Que si el gato los agarraba… 

[Pureza]: Eles matam. Fica os, como é que diz? os capangas. 

[Claudia]: Los podían matar. Sencillamente no dejaban salir a nadie. Además, la mayoría de estas haciendas estaban en lugares de difícil acceso, en medio de la selva amazónica, por ejemplo. Y gran parte de los trabajadores habían llegado desde otras zonas del país, muy lejos de las fincas. Estaban atrapados.

También le contaron que en más de una ocasión los patrones los obligaban a esconderse en las matas. No entendían qué pasaba hasta que después se enteraban de que había llegado la Policía. 

[Pureza]: Eles põem o telefone lá para dentro da fazenda que vai a Polícia Federal fazer vistoria. Eles tiram os trabalhadores tudinho…

[Claudia]: Dice que cuando alguien denunciaba a la Policía Federal que había trabajadores esclavizados en una hacienda, personas vinculadas con los latifundistas y con poder político o de la misma policía en Brasilia les avisaban con anterioridad. Por eso tenían suficiente tiempo para esconder a los trabajadores y mostrarles una fachada a los oficiales. Y había otra cosa: 

[Pureza]: Eles não vão lá pra dentro do mato como eu fui. Eu fui diretamente pro mato mais os homens. 

[Claudia]: Y, como la Policía no buscaba campo adentro como lo hacía Pureza, no encontraban a los trabajadores. Para ella era evidente que había algún tipo de red de complicidad entre los latifundistas y las autoridades.

Y aquí hay que mencionar un dato importante: muchos de los hacendados también son políticos y ocupan cargos de diputados, senadores, alcaldes y gobernadores en Brasil. Solo para que tengan una idea: hoy en día el 44% de los diputados en Brasilia representan al frente ruralista, es decir o son latifundistas o actúan en defensa de sus intereses. 

Mientras más personas conocía y más entendía cómo funcionaba el esquema de la esclavitud, más se desesperaba pero eso le daba cada vez más fuerzas para seguir buscando a Abel. A pesar de que la esclavitud en Brasil fue abolida en 1888, Pureza estaba siendo testigo de la esclavitud contemporánea, que en 1940 fue prohibida y que apenas en el 2003 fue tipificada en el Codigo Penal brasileño. Además está prohibida en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948. 

Así pasó Pureza, escuchando los relatos de los trabajadores de hacienda en hacienda y con la esperanza de encontrar a su hijo. Recuerda de memoria cada uno de los municipios que visitó… 

[Pureza]: Saindo de Bacabal é Santa Inês, Açailândia, Marabá, Altamira do Pará…

[Claudia]: Pero no importaba cuántos kilómetros caminaba, Pureza seguía sin saber dónde estaba su hijo. El temor de no encontrarlo con vida fue creciendo. Pureza pasó de preguntar a los lugareños y a los cazadores que encontraba en los pueblos si lo habían visto, a preguntarles si sabían de alguna nueva sepultura por los terrenos por donde andaban. Llegó al punto de estar dispuesta a desenterrar cadáveres, sacar los huesos y llevarlos a São Luis para que los examinaran y le dijeran si era su hijo o no. Pero tampoco había señales de nuevas sepulturas.  Abel se había desvanecido. 

Durante sus viajes, Pureza empezó a pensar en todos los familiares de esos trabajadores que había conocido. En que, seguramente como ella, también buscaban a sus seres queridos. Así que a finales de 1993, 8 meses después de empezar su búsqueda, Pureza —que aprendió a escribir y a leer recién a sus 40 años— redactó una carta para el entonces presidente Itamar Franco. 

[Pureza]: Pedindo socorro para mim e para as outras mães que estavam em desespero ai pelo mundo afora… 

[Claudia]: Escribió pidiendo ayuda para ella y para todas las madres que estaban desesperadas. Para su sorpresa, tiempo después, le llegó una carta de la presidencia. 

[Pureza]: Itamar Franco respondeu, disse que ele ia providenciar, fazer de tudo…

[Claudia]: Pureza recuerda que a través  de su secretaria, el presidente le dijo que harían de todo para combatir el trabajo esclavo, pero no le dijeron nada concreto sobre Abel. Esa respuesta tan escueta hizo que Pureza decidiera ir personalmente a hablar con el centro del poder político en Brasilia, la capital del país. 

Ya había pasado más de un año desde la desaparición de Abel. Era mediados de 1994 y después de un viaje de un poco más de un día en autobús, donde apenas comió, Pureza llegó a Brasilia.  Tocó las puertas de la Policía Federal, de los Ministerios del Trabajo y Justicia, y la Procuraduría General para denunciar que su hijo había desaparecido. 

Les contó de sus sospechas: que estaba en alguna hacienda o mina sometido a la esclavidud como también todo lo que había visto y le habían contado las decenas de personas que conoció durante los últimos meses. Con excepción de una procuradora, en todas partes la recibían con indiferencia y no le ofrecieron ayuda para encontrar a su hijo.

[Pureza]: O presidente não liga, as autoridades não estão se importando com isso porque não é o filho deles, se fosse o filho deles já tinham acabado com tudo…

[Claudia]: Dice que ni al presidente ni a las autoridades les importaba lo que pasaba con Abel porque no era hijo de ellos. Que si hubiera desaparecido uno de sus hijos, habrían puesto fin a todo. Y que, además, como era una denuncia de gente pobre y humilde, lo dejaban pasar. 

Pureza también fue a Brasilia porque la CPT, la organización religiosa a la que acudió antes de comenzar su viaje, la invitó a participar del Foro Nacional Contra la Violencia en el Campo. Era un evento organizado por grupos de derechos humanos que buscaba exponer ante las autoridades del Ministerio de la Justicia y Trabajo las denuncias que recibían sobre trabajo esclavo. Ahí también contó todo lo que había visto: el engaño, los malos tratos, la deuda, el hambre, la insalubridad.

 En el evento había funcionarios del Ministerio de Justicia pero, según Pureza, minimizaban lo que ella contaba. 

[Pureza]: “Não, isso é coisa de, invenção de caboclo, de trabalhador, aqueles que não querem trabalhar”

[Claudia]: Que lo de la esclavitud eran puros cuentos de los hombres a los que nos les gustaba trabajar y por eso se quejaban. 

A pesar de que no logró obtener ayuda del gobierno, gracias a ese encuentro conoció a más gente y su red de apoyo, aunque a distancia, se fortalecía. Unos seis meses después de su primera visita a Brasilia, en diciembre de 1994, Pureza regresó a la capital para intentar una vez más encontrar apoyo para su causa. Abel ya llevaba un año y nueve meses desaparecido. Esta vez tampoco tuvo suerte y las instituciones públicas le volvieron a cerrar las puertas. 

Pero para este momento, ella ya no pasaba desapercibida. El principal diario de Brasilia, el Correio Braziliense, la entrevistó y publicó un artículo contando su historia.

También la invitaron para hablar en un programa de la Radio Nacional Amazónica, una emisora que llega hasta el norte del país, donde están las comunidades indígenas, y la minería ilegal. Era la oportunidad perfecta para llegar a más personas en la zona donde era muy probable que estuviera Abel. Así que aprovechó el micrófono abierto de la radio e hizo un pedido: que si alguien sabía algo sobre su hijo —fuera en una mina ilegal, en la quema del carbón, en la  tala de madera— que por favor le avisaran. Y que si no podían comunicarse con ella pero conocían a Abel, que le avisaran que lo estaba buscando. En ese momento no lo sabía, pero esa aparición en la radio cambiaría todo para ella. 

Después de ese intento frustrado en Brasilia, Pureza regresó a su casa. Ya no tenía dinero, se sentía agotada y sin ninguna esperanza de que las autoridades la ayudarían. 

[Pureza]: Quando eu cheguei de Brasília, eu não dormia, eu não comia, eu não dormia tudo, a noite toda, o sono era assim…

[Claudia]: Ya no comía, casi ni dormía pensando todo el tiempo en el paradero de su hijo. Sin sentirse capaz de seguir, se quedó en Bacabal. 

Un día, casi dos años después de la desaparición de Abel,  se enteró que los dos muchachos que habían salido con su hijo habían regresado a Bacabal. Enseguida, Pureza fue a la estación de policía y le pidió al comisario que los fuera a buscar. En este caso sí la escucharon y poco después, regresaron a la estación con uno de ellos. Ella estaba furiosa y los consideraba responsables por la desaparición de su hijo, por habérselo llevado y por haberlo dejado solo. 

Cuando lo cuestionaron, el joven confirmó que había salido con Abel y que pasaron por Açailândia, el primer hostal que había visitado Pureza. Pero además de dar ese dato, el muchacho daba vueltas y vueltas. No decía claramente qué había pasado. Pureza perdió la paciencia. Le dijo: 

[Pureza]: “Vocês levaram meu filho, vocês dizem  aonde deixaram. Não, ele ficou trabalhando numa fazenda…

[Claudia]: “Ustedes se llevaron a mi hijo, ahora tienen que decirme dónde lo dejaron”. Primero dijo que estaba en Pará, luego en Imperatriz y así la tenía, en una confusión tremenda, hasta que finalmente le dijo que Abel se había quedado en la hacienda Agronunes, a casi 300 kilómetros del hostal en Açailandia. 

Aunque estaba llena de rabia, por lo menos ahora tenía el nombre de una hacienda donde era muy posible que estuviera Abel. Pureza decidió viajar a São Luis para pedir ayuda a la CPT nuevamente. Esta vez el padre Flavio Lazzarin pidió que el abogado de la CPT, José do Carmo Siqueira y otro de sus agentes, Pedro Marinho, la acompañaran en su búsqueda. Si Abel realmente estaba allí, Pureza necesitaría ayuda para rescatarlo.

[Daniel]: Una pausa y volvemos. 

[Dynamic Mid-Roll]

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, Pureza Lopes Loyola llevaba dos años buscando a su hijo Abel que con 19 años había salido de su pueblo junto con dos hombres. Sospechaba que lo habían esclavizado y a pesar de que había visitado decenas de haciendas en dos estados, nunca pudo ubicarlo. Finalmente, los hombres que se fueron con Abel regresaron al pueblo y le dieron una pista concreta: que Abel se había quedado en la hacienda Agronunes. Con esta clave, Pureza nuevamente le pidió ayuda a la Comisión Pastoral de la Tierra.  Ellos le ofrecieron acompañarla para buscar a su hijo y en marzo de 1995 emprendieron un viaje de dos días hasta Açailândia, en el noreste de Brasil. 

La periodista Claudia Jardim nos sigue contando. 

[Claudia]: En un Toyota prestado por un padre, viajaron Pureza, dos miembros de la CPT, el abogado José do Carmo y Pedro Marinho, y Cris Gutkoski, una corresponsal del periódico Folha de S. Paulo en la región. Querían que la prensa participara en la investigación y documentara todo lo que vieran ahí. Después de un día completo de viaje pararon a descansar en Açailândia, el punto de encuentro entre los gatos y los trabajadores. 

Ahí, el abogado José do Carmo conversó con algunas personas que le indicaron el camino a la hacienda Agronunes y le confirmaron lo que ya sabían: que este lugar tenía fama de esclavizar a los trabajadores y era considerada un caso emblemático de la concentración de tierras y poder en Brasil. Para ese momento, 1995, se extendía por 21 mil hectáreas. Es decir, el dueño de esa hacienda poseía un área del tamaño de la ciudad de Buenos Aires o Montevideo. 

Encontrar a Abel en un lugar tan inmenso no iba a ser sencillo. Pero con la experiencia de Pureza entrando a haciendas tan grandes como estas, estaban confiados de que podrían navegar el área. 

[José Do Carmo]: A gente alimentava essa expectativa de que pudesse encontrar mesmo. 

[Claudia]: Este es el abogado José Do Carmo y dice que había mucha expectativa de encontrar a Abel en esa hacienda. Todas las piezas parecían encajar. 

[José do Carmo]: E eu confesso que a gente não tinha um plano fechado, né? 

[Claudia]: Pero admite que si Abel estaba allí, no tenían un plan muy elaborado para su rescate. Lo único que tenían claro es que si Abel tenía una deuda con el latifundista, tendrían que saldarla para así comprar su libertad. 

Después de dos días de viaje y más de 600 kilómetros en carretera, llegaron al municipio de Santa Luzia, donde estaba la hacienda. Cuando llegaron a la hacienda Agronunes no había nadie en el portón así que entraron con el carro sin problema. Siguieron algunos kilómetros hasta que llegaron a un lugar árido, despoblado, como un pequeño campo de fútbol descuidado. No había ninguna infraestructura construída, no se veía una sede, una casa, nada. 

Se bajaron del auto y caminaron un poco más hasta que apareció un hombre al que identificaron de inmediato como el capataz porque traía una pistola en la cintura y a diferencia de las demás personas, su ropa estaba en buen estado. Unos metros más adelante vieron a un grupo de unos cien trabajadores que se protegían del sol bajo una carpa improvisada hecha con un plástico negro. Como las tantas que había visto Pureza en sus idas y venidas por las diferentes haciendas. Como era domingo, ese día no trabajaban.  

Pureza, el abogado José do Carmo, la periodista Cris Gutkoski y Pedro Marinho se acercaron al capataz, que los miraba con desconfianza. De inmediato, José do Carmo presentó al grupo como miembros de la CPT. Él recuerda que le dijo al capataz:  

[José do Carmo]: Olha nós temos uma mãe desesperada… 

[Claudia]: Le dijo: “tenemos aquí a una madre desesperada”. El abogado señaló a Pureza que, como siempre, traía la foto de Abel en la mano. Él recuerda que cuando el capataz y un grupo de hombres que andaban armados la vieron, bajaron la guardia. Cómo si la presencia de esa mujer madura, frágil, con sandalias gastadas y rotas, los hubiera desarmado.  

[José do Carmo]: Ela era uma espécie de escudo para essa nossa procura. 

[Claudia]: Pureza funcionaba como una especie de escudo para entrar a cualquier hacienda, dice José. Ella se acercó al capataz y, una vez más, le mostró la foto de Abel y le preguntó si estaba ahí o si lo conocía. El hombre enseguida le respondió que no. Y como hizo la primera vez que pisó una hacienda, insistió y le pidió permiso para preguntarle a los trabajadores si lo habían visto. Él aceptó y se acercaron al grupo. Mientras caminaban hacia los trabajadores, Pureza veía que estaban en condiciones muy parecidas a las otras haciendas que había conocido. 

Unos metros más adelante del campamento donde estaban los jóvenes, Pureza vió a un hombre ya un poco mayor, solo, acostado en el piso, protegiéndose del sol bajo la sombra de una palmera. Se acercó para hablar con él. 

[Pureza]: Bom dia. Eu digo:  o senhor não viu, conhece esse rapaz aqui dentro dessa fazenda? Ele disse, olhou a foto do Abel e disse: Sim, ele teve aqui, saiu. 

[Claudia]: Dijo: “Buenos días, ¿no conoces a este muchacho?”. El hombre miró la foto de Abel y dijo: “Sí, él estuvo aquí, pero ya salió”.  

[Pureza]: Aí o gato mandou ele pro Pará, para dentro das montanhas. 

[Claudia]: Le dijo que el gato lo había mandado al estado de Pará, en la región amazónica y montañosa. Pureza le preguntó si sabía dónde exactamente lo habían enviado, pero él le dijo que no. Estaba devastada. Había estado tan cerca de encontrarlo. Pero por lo menos salió de ahí con una siguiente pista: el estado de Pará, en el norte del país. 

Aquella noche, Pureza no cenó. Sentía que a cada intento fallido iba perdiendo fuerzas. 

[Pureza]: Meu coração estava se acabando, estava morrendo em pé como palmeira. 

[Claudia]: Dice: “Mi corazón se estaba acabando, me estaba muriendo en pie, como una palmera”. 

En los días siguientes, la CPT denunció en el Ministerio Público Federal las condiciones en que encontraron a los trabajadores en la hacienda Agronunes. En respuesta, el Ministerio Público pidió que la Polícia Federal investigara el caso. Pero según el abogado, las autoridades locales no se sorprendieron con la información. Ya sabían que estas cosas pasaban y no hicieron nada con la denuncia. 

El reportaje de Cris Gutkoski con el titular “Madre busca hijo hace dos años” fue publicado en Folha de S. Paulo, el 20 de marzo de 1995, una semana después de haber hecho el viaje. Otra nota que acompañaba el texto decía: “Pastoral denuncia trabajo esclavo en hacienda”. Y por tratarse de un medio nacional muy influyente, el reportaje no pasó desapercibido. Fue reproducido por varios periódicos regionales. Era imposible ignorar una historia así, donde una campesina denunciaba todo un sistema de esclavitud y la inoperancia del Estado. 

Mientras tanto, Pureza no se daba por vencida. Decidió mandar otra carta al presidente: esta vez al recién posesionado Fernando Henrique Cardoso. Pensó que a lo mejor tendría más suerte con éste y él podría hacer algo. Pero, esta vez, ni siquiera obtuvo respuesta. 

El silencio de las autoridades la indignaba. Creía que con pruebas más contundentes de las condiciones de estos trabajadores, tal vez tendrían que hacer algo. Decidió que iba a empezar a usar la grabadora y la cámara que le habían dado los de la CPT para documentar todo y, otra vez, emprendió un viaje, sola, hacia el norte, a Pará, poco más de un día de viaje desde su casa. Esa era la última pista que le habían dado sobre el posible paradero de Abel. 

Con la grabadora escondida en el brassiere, Pureza iba grabando las conversaciones con los trabajadores que se encontraba en el camino y en las haciendas a las que lograba entrar.  Son más de 12 horas de audio que recopiló caminando la carretera transamazónica —la más extensa del país— y sus alrededores. Estos son algunos de los testimonios que grabó. 

[Pureza]: Boa tarde…

[Nilo Farias de Matos]: Boa Tarde

[Pureza]: Como é seu nobre?

[Nilo]: Nilo Farias de Matos 

[Pureza]: Como é a vida?

[Nilo]: Aqui é tipo uma escravidão. Tratam a gente mal, assim de boca. 

[Claudia]: Este es Nilo. Cuando Pureza le pregunta cómo es su vida, él contesta que ahí viven un tipo de esclavitud. Que son maltratados y, muchas veces, amenazados con armas. 

Otro hombre con el que habló, Raimundo, le contó que lo mordió una cobra y que el dueño de la finca lo dejó tirado en los matorrales, sufriendo y sin ayudarlo. Dice que fue tratado como un perro. 

[Raimundo]: Lá a cobra me mordeu. E ele fez como se eu fosse cachorro. Me abandonou lá e me deixou sofrendo…

[Claudia]: Cada historia que escuchaba era desgarradora. Todas comprobaban lo que ya Pureza había visto: unas condiciones de vida inhumanas. 

A pesar de que no era tan común, Pureza sí se encontró con algunas mujeres también esclavizadas. Una de ellas, Rosemeire, le contó que a ella y a su marido los tenían en una hacienda dedicada a la cría de ganado. 

[Pureza]: Como é que vocês ficavam lá? Em casa?

[Rosimeire]: Lá tem uma casa véia lá, mas ficam é num curral de gado lá. 

[Pureza]: Jogado…

[Claudia]: No se escucha bien pero la mujer le cuenta que dormían en el corral del ganado, junto a los animales. Ella y su marido trabajaron durante meses, comiendo arroz duro y sin recibir salario. Hasta que llegó un día que no soportaron más. Huyeron bajo el sol caliente, sin nada para comer. 

La mujer le dice que está segura de que si los atrapaban, los mataban. Pero logró escapar de milagro, solo con la ropa que llevaba puesta. Es algo a lo que algunos se arriesgaban: morir en el intento de escapar. Y no todos lo lograban. Como lo que le contó otro hombre, Francisco, que escapó con otros cuatro pero que supo que ese mismo día mataron a otro trabajador que intentaba huir por otro lado. 

[Pureza]: E se teimasse em ir embora eles queriam matar?

[Francisco]: Se teimasse ir embora eles matavam, que nem matou  um cara lá. No dia que eu saí eles mataram. 

[Claudia]: Mientras Pureza estaba en la carretera, mantenía contacto con la CPT. A través de llamadas les contaba lo que iba encontrando en el camino y la CPT se encargaba de llevar las denuncias a la Fiscalía en Brasilia y luego llegarían hasta la Organización de Estados Americanos y a la Organización de las Naciones Unidas. 

Pero, según Pureza, la situación se estaba poniendo caliente en Maranhão. La violencia contra los campesinos y el esquema para esclavizar a los trabajadores se fortalecía. Y ella y los miembros de la CPT estaban corriendo peligro. Por otra parte, Pureza se había convertido en una persona pública, una suerte de símbolo de la lucha contra la esclavitud.  Una persona que incomodaba a los poderes económicos y a los latifundistas. Estaba tocando un avispero. 

Pero todo lo que Pureza había hecho hasta ese momento —los testimonios y las pruebas que había recogido, las denuncias con la CPT, los viajes a Brasilia, hablar con las autoridades, salir en reportajes de prensa— no fueron en vano. El 28 de junio de 1995, dos años y tres meses después de la desaparición de Abel, el presidente Fernando Henrique Cardoso anunció la creación de un grupo móvil para combatir el trabajo esclavo. Era la primera vez que el Estado reconocía públicamente la existencia de la esclavitud moderna en el país. 

Estas medidas, claro, no ocurrieron sin presión. Eran el resultado de reclamos de organizaciones internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y la Organización Internacional del Trabajo que exigían al gobierno que admitiera la existencia de la esclavitud contemporánea y tomara acciones para combatirla. A eso se le sumaban lo que ya mencionamos: las décadas de denuncias de organizaciones como la CPT, la presión de activistas abolicionistas, abogados, y denuncias ciudadanas, como las de Pureza.

Uno de los coordinadores del Grupo Móvil contra el Trabajo Esclavo era el fiscal del Ministerio del Trabajo, Paulo César Lima. 

[Paulo César]: Todos conheciam a história de dona Pureza. Ela era assim um ícone. A dona Pureza foi uma pessoa muito importante para a existência do Grupo Móvel. Porque era um caso muito emblemático. 

[Claudia]: Me dijo que todos en su equipo conocían la historia de Pureza, que para ellos era un ícono y que fue muy importante para la existencia del Grupo Móvil, en especial porque su historia y la forma en que operaba al entrar en cada hacienda era muy emblemática. 

[Paulo César]: De certo modo era o estilo Pureza de fazer a coisa. 

[Claudia]: Decidieron, entonces, trabajar al estilo de Pureza. Llegar a las haciendas sin avisar, entrevistar a los trabajadores en la hora en que estaban trabajando, tomarles fotografías y diseñar acciones para que fuesen indemnizados por el hacendado.  

[Paulo César]: Quanto maior for o conjunto de provas que se tenha desses eventos, mais importante será para a decisão do juiz. 

[Claudia]: Lo más importante era tener la mayor cantidad de evidencias de esclavitud y las condiciones a las que eran sometidos los trabajadores. Así el juez que manejaría su denuncia podría condenar al hacendado por privar de la libertad a sus trabajadores, y exigir que los indemnizaran. De lo contrario, corrían el riesgo de que el juez dudara de su declaración, así como lo habían hecho con Pureza. 

El combate al trabajo esclavo pasó a ser una política de Estado, pero no era una prioridad. Este grupo de fiscales era —y sigue siendo— muy pequeño y muy limitado para cubrir todo el territorio del país. A pesar de contar con algo de recursos, el grupo móvil sintió las dificultades de Pureza en carne propia. En los primeros seis meses funcionando, en el 95, apenas 84 trabajadores esclavizados fueron rescatados. Al año siguiente, con mayor conocimiento del terreno, el número subió a 425 personas. No era una tarea sencilla. 

El último viaje que Pureza hizo fue a sus 53 años, a las minas clandestinas en el estado de Pará. Esas minas eran, sin duda, el lugar más peligroso que había visitado. La minería ilegal está marcada por conflictos de tierras, por violencia contra indígenas, trabajos forzados y asesinatos. 

Para ese momento, después de tanto camino recorrido, si a Pureza llegaban a perseguirla se le hubiera hecho imposible correr. Literalmente. 

[Pureza]: As bolhas de sangue que tinha dentro, eu derramei sangue para mim chegar lá.

[Claudia]: Tenía ampollas de sangre en los pies de tanto caminar. “Derramé sangre para llegar allá”, dice. Pasó días caminando sin rumbo en la región preguntando por su hijo. Hasta que un día, se encontró con un hombre que salía de una mina de oro. Cuando le preguntó por Abel, el hombre  le dijo lo que ella tanto temía escuchar. Este es un audio de esta conversación grabado por Pureza.  

[Pureza]: E ele falou no Abel?

[Rapaz]: Falou assim: ‘ele deve tá morto’. 

[Claudia]: El señor le dijo que Abel seguramente estaba muerto. Pureza se quedó fría y en silencio. No esperaba recibir una respuesta como esa, tan determinante. Se había acostumbrado a vivir en la ambigüedad. Pero algo le hizo dudar de que fuera cierto. Así que le pidió más detalles al hombre. 

[Pureza]: … essa rua aí que teriam matado Abel. E para quem eles falaram,  tu não sabe?

[Claudia]: Pureza le preguntó al hombre que en qué “garimpo”, en que mina, mataron a Abel. El hombre le dijo que no sabía. Que lo único que había escuchado es que un tipo llamado Barrao andaba contando a todo el mundo que él lo había matado como para que los demás le tuvieran miedo. 

[Pureza]: E aí saí dali com o coração estraçalhado. 

[Claudia]: Dice que de ahí salió con el corazón hecho trizas. Parecía ser el fin de su búsqueda. 

Regresó a Bacabal, enferma del cansancio y con un dolor paralizante. Pero a pesar de todo, algo en ella dudaba de que la muerte de Abel fuera verdad. Si lo habían matado, ¿dónde estaba el cuerpo? ¿Por qué nadie le podía dar explicaciones? Había pasado casi 3 años caminando cientos de kilómetros, pasando hambre, sed, dolor, durmiendo en la calle, expuesta a la violencia… Le costaba soltar la esperanza de que apareciera con vida. 

Unos días después de su viaje, en abril de 1996, Pureza dice que se levantó con un sentimiento raro. Algo en el pecho. 

[Pureza]: Senti, a gente sente, a mamãe sente, a gente sente assim uma previsão diferente, aquela coisa assim com o coração quando eu cheguei… 

[Claudia]: Era algo diferente, un presentimiento de madre que la tenía inquieta. Ese día, cuando regresó de comprar medicinas y gasas en la farmacia para curar sus heridas, encontró algo inesperado en la puerta de su casa. Era una carta para ella. 

[Pureza]: Estava escrito Abel. Aí eu peguei, rasguei logo e olhei. E conheci a letra dele, e disse “meu filho está vivo, é ele mesmo!”. 

[Claudia]: En el sobre se leía “Abel”. Pureza dice que lo abrió apresurada y reconoció la letra del hijo. “Mi hijo está vivo, es él mismo”, dijo. Desesperada, comenzó a leer la carta y todavía recuerda lo que decía. Aunque era poco. 

[Pureza]: Ele escreveu pouca coisa, só dizendo que estava bem, que estava trabalhando no garimpo, tava tendo um dinheirinho…

[Claudia]: En la carta, Abel le decía que estaba bien. Que estaba trabajando en las minas clandestinas, en el estado de Pará, y que había conseguido algo de dinero para regresar, pero que le había dado malaria. Tuvo que gastarse todo el dinero en ir a otro estado para ser hospitalizado y recibir tratamiento. 

La carta no explicaba dónde había estado esos tres años ni por qué nunca se comunicó con su madre. Pureza tampoco sabía cómo Abel pudo enviarle esa carta, si tenía deudas o si tenía prohibido o no salir de la mina. Era más que una prueba de vida.  

[Pureza]: Eu senti um alívio no meu coração, era cerrado…

[Claudia]: Pureza dice que sintió un alivio en su corazón, que se había cerrado desde que el hijo desapareció. 

[Pureza]: A esperança eu não perdi nunca. 

[Claudia]: Pero que nunca perdió la esperanza. 

Pidió ayuda a sus conocidos en Brasilia para localizar la mina y conseguir un teléfono o la dirección para comunicarse con su hijo. Pero fue Abel quién se anticipó y llamó a la casa de su abuela materna, la única que tenía teléfono para ese entonces. Y allí llamaron a Pureza.   

[Pureza]: Aí falei com ele e desconheci a voz. E perguntei se era o Abel mesmo, o meu Abel. 

[Claudia]: Cuando escuchó a Abel, Pureza no reconoció su voz.  Le preguntó “¿Eres tú? ¿Eres mi Abel?”. Y sí, era él. 

[Pureza]: Falei com ele, ele me disse «mãe, não se desespere, estou sem nenhum documento, tô no mato, lá nos garimpo e não posso sair”… 

[Claudia]: Dice que Abel le dijo que no se desesperara y que le ayudara a conseguir copias de sus documentos porque él ya no los tenía. Que se los mandara para que pudiera regresar. En este caserío al lado de la mina la circulación de las personas era controlada. No se podía salir o entrar sin documentos. 

[Pureza]: “É mãe, eu passei por muitos momentos difíceis, mas estou aqui.” 

[Claudia]: Por teléfono, Abel le dijo que había pasado por muchos momentos difíciles, pero que allí estaba. Afligida pero feliz al mismo tiempo, Pureza le preguntó qué había pasado, porque había desaparecido…

[Pureza]: Ele saiu dos cativeiros e foi pro garimpo, mixaria para arrumar um dinheiro e vim a onde eu. 

[Claudia]: Abel le contó que había estado atrapado en una hacienda en Mato Grosso, pero logró escapar del cautiverio donde estaba forzado a trabajar. Que como pudo, llegó hasta las minas, en Pará, para trabajar en el garimpo y conseguir un poco de dinero para regresar a casa. 

Hablaron unos pocos minutos pero antes de colgar Abel le hizo una promesa:

[Pureza]: “Ele disse: com quarenta dias eu estou aí”. 

[Claudia]: Que regresaría en 40 días. Cuando colgaron, Pureza no podía de la felicidad.

[Pureza]: Foi muito maravilhoso pra mim. Fiquei na altura das sete estrelas, quase que passava das nuvens.

[Claudia]: Fue un momento maravilloso, se sentía flotando, a la altura de las estrellas, como si estuviera pisando las nubes.

Pureza se apresuró a preparar los papeles que le pidió Abel y se los mandó al caserío que estaba junto a la mina. Contaba los días para ver a su hijo y todavía le costaba creer que realmente fuera él. No lo haría hasta no tenerlo en frente. 

Desde esa llamada de Abel, para Pureza los días pasaban lentos, la espera parecía infinita. Hasta que una madrugada se despertó porque escuchó un ruido en el portón de la casa. Se levantó de la cama apresurada, prendió la luz del pasillo, abrió la puerta y salió a ver quién era. Era Abel. Estaba de vuelta. Así como lo había prometido, Abel había regresado a su casa a los cuarenta días. Tres años y dos meses después, madre e hijo volvieron a abrazarse. 

[Pureza]: E nós se abraçamos, ficamos abraçados. Aí a menina tirou foto, eu tenho foto dele junto comigo de madrugada. 

[Claudia]: Se quedaron abrazados un rato largo, como ella había imaginado. Una de las hijas les tomó una foto de ese abrazo inquebrantable, mientras ellos miraban a la cámara. En la imagen se ve a Abel con una camiseta amarilla y una leve sonrisa con la boca cerrada. Pureza, sale con una blusa marrón con florecitas beige y el pelo recogido en un moño. Se ven felices. Están apoyados en una pared de ladrillos, los ladrillos que los dos habían fabricado juntos años atrás. 

[Pureza]: Foram três anos e dois meses de sofrimento. 

[Claudia]: Por fin tenía a su hijo junto a ella. A pesar de todo, Pureza dice que Abel estaba mejor de salud. Estaba más flaco y aún más moreno pero no vio muchos cambios físicos en él. Ella empezó a preguntarle sobre lo que había pasado todo ese tiempo.  

[Pureza]: Ele disse que é mais, é mais perigoso do que nós tudinho juntos imaginamos. Eu perguntei pra ele, ele disse: Mãe, eu não posso relatar tudo, porque não sei o que, em quem vem atrás de mim, ele tem um medo tremendo, sabe? 

[Claudia]: Le dijo que lo que vivió era mucho más peligroso de lo que se podía imaginar,  y que no quería contarle los detalles porque temía que algo le pasara a ella. Pero le contó que vio cómo mataban a un hombre. También sobre las deudas que tuvo con diferentes haciendas y que trabajó en el negocio de la deforestación, luego del carbón, y finalmente llegó a las minas de oro con las que alguna vez soñó. 

También le dijo que estuvo al borde de la muerte, cuando una de las paredes de la mina se desprendió sobre él y quedó enterrado vivo. Cuando sus compañeros lograron sacarlo ya estaba ahogándose. Pero eso no lo hizo desistir de estar en las minas. Él dejó su casa prometiendo ganar dinero y no estaba dispuesto a regresar hasta conseguirlo. Por eso caía una y otra vez en el mismo cuento del gato, en una espiral de deudas y engaños que no le permitían ser libre. 

Así, Abel fue esclavizado y según me contó Pureza, también fue torturado. En una ocasión hasta sobrevivió a un intento de asesinato, cuando, después de que logró escaparse junto a otros trabajadores de una hacienda en Mato Grosso, lo emboscó uno de los gatos. Pero las historias siempre eran contadas a medias. Para Abel hablar de todo esto era muy difícil. Lo es hasta ahora. Por eso su voz no sale en este episodio. 

Lo que sí le contó fue que decidió escribirle a su madre cuando se dio cuenta que no tenía futuro ahí. Y es que un tiempo atrás, un colega suyo le había contado que escuchó a una mujer que podría ser su madre hablar en la radio Amazonas y que estaba buscándolo. Se refería a esa entrevista que ella dio cuando estuvo en Brasilia, dos años antes. 

En un inicio Abel dijo que era imposible, porque su madre sería incapaz de hacer algo así y cambió el tema. Pero Abel no dejaba de pensar en que tal vez sí podría ser ella y aunque sentía vergüenza por no haber ganado dinero  sabía que era hora de regresar a casa. 

Después de hablar con Pureza y de recibir los documentos que ella le había enviado, unos compañeros le ayudaron a juntar dinero para pagar el pasaje de vuelta. Al salir de la mina, Abel le prometió al patrón que regresaría pero nunca más lo hizo. Así llegó a su casa, sin nada de plata, y con heridas psicológicas que lo persiguen hasta ahora. 

Cuando estaba por terminar la entrevista con Pureza le pregunté qué consejo le daría a las madres que tienen hijos desaparecidos. 

[Pureza]: Denunciar noite e dia. Denunciar sem parar, que quer o  filho dela. Pedir a deus e botar o pé na estrada e fazer como eu fiz.

[Claudia]: Que denuncien su desaparición noche y día. Que denuncien sin cesar que quieren a su hijo de vuelta. Y que salgan a buscarlos, agarrar camino y hacer como ella hizo.  

Finalmente eso era lo que había traído a Abel de regreso. Si no hubiera salido en la radio, buscándolo, quién sabe qué hubiera pasado con él. Porque, como me dijo, una guerra que debería ser del Estado le tocó pelearla a ella, sola. Pero ahora, al recuperar a Abel, siente que, al menos, esta batalla la ha ganado. 

[Daniel]: Abel vive en una casa al lado de la de su madre, en Bacabal. Tiene 47 años. En 1997, Pureza ganó un premio ofrecido anualmente por la organización Anti-Slavery International por su lucha contra la esclavitud. Y en 2019,  su historia fue llevada al cine. 

Entre 1995 y 2020 un poco más de 55 mil trabajadores esclavizados fueron liberados por el Grupo Móvil contra el Trabajo Esclavo. Sin embargo, para 2016 Global Slavery Index estimaba que casi  370 mil trabajadores en Brasil trabajaban en estas condiciones. Los juicios penales en contra de los hacendados permanecen, en su mayoría, en la impunidad.   

En 2016, Brasil fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA por no prevenir el trabajo esclavo y el tráfico de personas. La situación no ha mejorado bajo el gobierno de Jair Bolsonaro. 

En 2020 dijo que la legislación contra el trabajo esclavo era excesiva  y en noviembre del 2021 quitó los recursos que eran destinados a la fiscalización contra el trabajo esclavo. 

Gracias a Renato Barbieri, director de la película “Pureza”, por enviarnos los audios grabados por ella y compartir detalles de su investigación. 

Gracias al Frei Xavier, de la Central Pastoral de Tierra, a Renato Bignami de la OIT,  al Movimiento Sin-Tierra de Brasil, al Grupo Móvil Contra el Trabajo Esclavo,  y a la nieta de Pureza Samila Loyola. 

Este episodio fue producido por Claudia Jardim, es periodista y vive en Tailandia, donde empezó a investigar la industria del trabajo esclavo en el mundo. 

Esta historia fue editada por Camila Segura, Lisette Arévalo, y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música original de Remy. 

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Aneris Casassus, Emilia Erbetta, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Elsa Liliana Ulloa, David Trujillo y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Claudia Jardim


EDICIÓN
Camila Segura, Lisette Arévalo y Daniel Alarcón


VERIFICACIÓN DE DATOS
Desirée Yépez


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri y Rémy Lozano


MÚSICA
Rémy Lozano


ILUSTRACIÓN
Cristian Guzmán Cardona


PAÍS
Brasil


TEMPORADA 11
Episodio 21


PUBLICADO EL
02/22/2022

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