El día que te vayas | Transcripción

El día que te vayas | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón.

Ya sabemos que todo se acaba… Los momentos felices, los tristes, los trabajos, las relaciones. A muchos nos cuesta aceptarlo, a pesar de que cada día lidiamos con pequeños o grandes cierres. 

De todos, el final más significativo para las personas, el que más nos cuesta enfrentar, al que más le tememos es el final de la vida. Sí, algunos dicen que no le tienen miedo a la muerte, pero seguro casi nadie en el planeta te diría que no tienen miedo de perder a algún ser querido. Es un miedo que todos conocemos. 

La historia de hoy es sobre este miedo. Sobre los esfuerzos que hacemos para superarlo y sobre lo que significa aceptar lo inevitable. 

Después de la pausa, la periodista Marisa Candia Cadavid nos cuenta. 

[Daniel]: Estamos de vuelta, aquí Marisa.

[Marisa Candia]: Yolanda es la nonagenaria más joven que conozco.



[Yolanda Lagomarsino]: Bueno, me llamo Yolanda Lagomarsino Rivera, nací el 2 de marzo de 1925, en Chile, y soy la abuelita de Marisita Candia Cadavid. 

[Marisa]: Mi abuelita paterna tiene 98 años y vive en España desde 1976. Aquí llegó con sus hijos huyendo de la dictadura y aquí nacimos la mayoría de sus nietos. Le encanta hablar de política, viajar, leer a Isabel Allende y bailar cuecas chilenas, aunque tampoco hay swing y reggeatón que se le resistan. Pocas personas significan tanto para mí como ella. Tiene una manera tan aventurera de disfrutar la vida que no puedo evitar sentirme inspirada al verla. Por eso, desde hace una década me he dedicado a grabarla en todo tipo de situaciones. 

Cocinando…

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Yolanda]: Marisita, ¿ha tapado bien la olla? Páseme el colador, por favor. 

[Marisa]: ¿Dónde está el colador? 

[Marisa]: Bailando… 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

¡Vamos abuelitaaaaa! Muy bien.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Marisa]: Haciendo gimnasia…

De aquí a las Olimpiadas.

[Yolanda]: De aquí a las Olimpiadas.

[Marisa]: ¡Muy bien!

Brindando…

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Marisa]: ¡Por mi abuelita!

[Yolanda]: ¡Parece que me están despidiendo!

[Marisa]: E incluso cantando el himno de Chile:

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Yolanda]: ¡Viva Chile mierdaaaaa!

[Marisa]: Es una persona que aún en esta etapa de su vida, quiere nuevas experiencias. 

Aquí la grabé cuando se hizo socia de una biblioteca pública y animó a otros ancianos a imitarla.

[Yolanda]: Mire… ¿usted sabía que a los 95 años usted todavía se puede hacer socia de una biblioteca? Cuando uno llega a mi edad, la única manera de seguir viajando es leyendo. Con mis libros he estado en todo el mundo, he estado incluso en Macondo. Yo todo lo que sé, lo he aprendido en los libros. 

[Marisa]: Es alguien que aún se sigue emocionando como una niña. Aquí también la grabé cuando, a sus 88 años, junto con mi abuelo, que todavía vivía, les di una de las sorpresas más grandes de sus vidas… 

[Marisa]: Abuelita, abuelito, tengo que deciros una cosa. Esto es para ti, abuelita. Y esto es para ti. ¿Qué pone?

[Yolanda]: ¿Reserva? 

[Marisa]: Reserva.

[Abuelito]: Salida 16 de marzo.

[Yolanda]: Vuelo Madrid a Sant…a Santia… ¡Nooooo!

[Marisa]: ¡Nos vamos a Chile!

[Yolanda]: ¿A Chile? Marisita te has pasado, ¿eh?

[Abuelito]: ¿Tengo que vivir hasta marzo?

[Marisa]: Tienes que vivir hasta marzo.

Pero esta historia realmente empezó a tomar forma en 2021, cuando antes de su cumpleaños 96, tuvimos esta conversación: 

Y si pudieras pedir un deseo para tus 96, ¿cuál sería?

[Yolanda]: ¿Deseo? Deseos son muchos 

[Marisa]: Bueno, dímelos, para eso estamos aquí. 

[Yolanda]: Deseos son muchos. No sé, no sé…tener… irme de este mundo tranquila. Los quiero mucho, me voy a ir queriéndolos mucho.

[Marisa]: ¿Piensas mucho en la muerte? Porque me has dicho…

[Yolanda]: ¿Ah?

[Marisa]: Es que te he preguntado que qué deseas y tu primer deseo ha sido irte tranquila. ¿Piensas mucho en la muerte?

[Yolanda]: Bueno, la verdad es que siempre lo he dicho: soy una cobarde… Soy una cobarde tremenda. Yo no sé por qué saqué esa cobardía. Entonces le tengo miedo a la… y yo creo que todo el mundo le tiene miedo a la muerte, no creo que yo sea una entre millones. 

[Marisa]: No lo dudo. Yo soy una de esas personas. Pero no pienso tanto en mi muerte, sino en la de mis seres queridos. Principalmente en la de mi abuela. A veces no puedo evitar imaginarme cuando llegue el momento. Me pregunto qué diré, qué haré, cuál será la primera memoria que se me vendrá a la cabeza de una de las personas más importantes de mi vida. 

Ella, a pesar de ese miedo o más bien por ese miedo, hace años que empezó a despedirse a su manera. Aprovecha cualquier ocasión para recordarnos que está viviendo tiempo extra y poco a poco se ha asegurado de que todos en la familia conozcamos sus recetas para seguir preparándolas cuando ella ya no esté.  

Quizá sea precisamente por este deseo de perpetuar su legado que llevo tanto tiempo grabándola. Supongo que es como si intentara, de algún modo, capturar su imagen, su risa, su voz, para preservarlas siempre conmigo. Yo creo que en el fondo ella lo sabe y por eso siempre acepta con una paciencia infinita una toma más, una nueva entrevista. 

Mi abuela conoce muy bien lo que es perder a un ser querido. Perdió a sus padres siendo muy niña, perdió también a su hermano y enterró a su primer hijo. Pero sin duda fue la pérdida de su esposo, hace casi diez años, la que la obligó por primera vez a mirar la muerte de frente. A afrontar que lo más seguro es que la muerte no tarde en llegar para ella. 

Mis abuelos tuvieron seis hijos. Sobrevivieron muchas cosas, entre ellas la dictadura chilena siendo ellos afines a la izquierda. Mi abuelo Guillermo era un periodista de un diario que fue allanado y clausurado tras el golpe. Salió del país tan sólo unos meses después y se fue primero a Colombia. Luego lo siguió mi papá, que acababa de iniciar su carrera también como periodista. Al poco tiempo, mi abuela, con 50 años, llegó a España por primera vez. Un día de diciembre, junto con tres de sus hijos, se montó en un barco en Valparaíso y duró viajando un mes hasta que llegó a Barcelona.  

[Marisa]: ¿Recuerdas aún qué sentiste ese día que os embarcasteis tus tres hijos y tú camino a España? 

[Yolanda]: ¡Imagínate! ¿Qué se puede sentir? Mucho. Dejar tu país, primero, dejar todo atrás, toda una vida, que es mucho, para no saber cuál era el futuro y qué nos esperaba. 

[Marisa]: Pero el futuro se portó bien con mi familia. En España, mi abuelita y sus tres hijos menores se reencontraron con mi tía Vivianne, la mayor de las hijas, que fue la primera en llegar a Barcelona. Un año después llegaron también mi padre y mi abuelo, y con toda la familia por fin reunida, empezó su nueva vida. Todos conservan un bonito recuerdo de esos primeros años de exilio. En España acababa de morir el dictador Francisco Franco, después de casi 40 años como jefe de estado, y había una solidaridad generalizada hacia aquellos que llegaban a Barcelona huyendo de otra dictadura. 

Desde entonces, aunque no hay celebración familiar en la que no acabemos cantando el himno de Chile, las visitas de mi familia a ese país han sido pocas. Yo, por ejemplo, lo conocí hasta el 2013, cuando les di la sorpresa a mis abuelos. Mi abuela sólo había ido una vez antes. El viaje sirvió para que mi abuelito se reencontrara con su único hermano, al que hacía veinte años que no veía. 

[Guillermo]: Un abrazo grande, querido hermano. ¡Después de tantos años!

[Francisco]: ¡Tantos años!

[Guillermo]: Me alegro de verte y bien todavía. 

[Marisa]: Pero ese reencuentro fue también una despedida. En aquel momento no lo sabíamos, pero ese sería el último viaje de mi abuelo. Al final cumplió su promesa de vivir hasta marzo… Murió el 10 de ese mes, justo un año después de volver de Chile. Tenía 89 años. Fue en la habitación de un hospital de cuidados paliativos. Habían pasado más de sesenta años desde que él y mi abuelita se conocieron jugando baloncesto.

El día que mi abuelito falleció la encontré llorando en el pasillo. “Yo seré la próxima”, dijo. 

[Yolanda]: Yo siempre pensé que yo iba a morir primero porque yo siempre estaba con los resfriados, que enferma, que aquí, que allá. En cambio yo, a Guillermo, nunca lo vi enfermo. Nunca, jamás. Ya ves, aquí estoy y él ya va a hacer diez años que falleció.

[Marisa]: A partir de ese día algo en mi abuelita cambió: empezó a desarrollar un miedo atroz a morir. Era un pánico nocturno. Cuando el día terminaba y las visitas se despedían, su cabeza se centraba en la muerte. Entonces, sola en la cama, sentía que se aceleraban sus pulsaciones y la tensión sanguínea se le disparaba. 

[Marisa]: Cuando te daban esos ataques de pánico que te daban por la noche, ¿recuerdas qué era lo que pensabas?

[Yolanda]: ¡No, nada! ¡Que me iba a morir, nada más! El ataque de pánico significaba que me iba a morir y no quería morirme. Pero bueno, ya, ya amanecía al otro día y me encontraba perfecta. Decía: “bueno, ya pasé… ya pasé el susto…”

[Marisa]: Y es que para mi abuela, la muerte es el final. Como muchos de mi familia, ella no es creyente. Y, claro, ¿cómo no temerle al vacío? Pero ese miedo a la muerte, aunque se acentuó después de la de mi abuelo, siempre ha estado presente en mi abuelita. Cualquier resfriado, cualquier dolor de cabeza, es, en su imaginación, síntoma de una enfermedad grave.

Todos en la familia nos hemos tenido que acostumbrar a lidiar con su hipocondría. Pero si hay una persona que la ha vivido de cerca, esa es mi tía Vivianne. Por su trabajo en un hospital como técnica de laboratorio, es a ella a quien acude cada vez que sufre lo que piensa que es un síntoma letal. Además, de todos, es la que vive más cerca, en el mismo edificio. Esta es Vivianne:

[Vivianne]: Nos separa sólo el ascensor. A mi madre la veo todos los días. Cuando llego del laboratorio y por la noche cuando se va a dormir. 

[Marisa]: Esas visitas nocturnas, que antes eran rápidas y casi como de trámite, se empezaron a alargar desde la muerte de mi abuelito Guillermo.

[Vivianne]: Siempre te preguntaba: “¿Y se va? ¿Se queda?” O sea, su preocupación era no estar sola. Le decía: “Mamá, pero estoy al lado. Si me necesita me llama”. Porque le puse, le pusimos un timbre por si lo necesitaba de emergencia que lo tocara. Yo lo tengo aquí conectado en casa que apretara el timbre y yo iba. 

[Marisa]: A pesar de que le daba algo de seguridad tener el timbre, empezaron a haber muchas noches en las que necesitaba compañía.

[Vivianne]: Mi hermana Carmen la venía a acompañar a dormir. Se quedaba con ella durante bastante tiempo porque tenía pánico a dormir sola. Sentía mucho miedo porque se pensaba que porque mi padre se había muerto ella también tenía que morirse.

[Marisa]: El miedo de mi abuelita aumentó, claro, cuando la fragilidad de su cuerpo la traicionó. En agosto de 2022 estuvo en el hospital por una infección en la sangre. Volvió a su casa después de veinte días. Físicamente se recuperó pero su ánimo no estaba igual. 

[Vivianne]: Ella decía que no, que ya le había llegado la hora y que la dejásemos porque ya… Y yo le decía: “No, mamá, venga, a ver…” Claro, luego, luego nos reíamos porque me decía: “¡Es que no me dejáis ser ni vieja! ¡Que tengo 98 años!”.

[Marisa]: Y tiene razón. No sabría decir si lo hacemos por ella o por nuestro propio egoísmo pero a todos en la familia nos cuesta admitir que mi abuelita tiene casi 100 años. 

[Vivianne]: Tiene 98 años pero para mí no es una vieja. Todo el día te habla de proyectos, “y podíamos hacer esto y podíamos hacer lo otro…” Hasta te habla de instalar negocios…

[Marisa]: Continuamente.

[Vivianne]: Continuamente. Entonces, tú dices: “Bueno, con 98 años, si ella está llena de vida, ¿qué hacemos nosotros? Imitarla”. 

[Marisa]: Imitarla. Aún así, por si acaso, mi abuelita siempre con la muerte en mente, ha desarrollado un ritual con mi tía Vivianne.

[Vivianne]: Nos despedimos cada noche y me dice: “bueno, si mañana estoy viva…” Yo le digo: “bueno, si se va a morir esta noche, nos despedimos entonces.” “Vale”, dice “nos despedimos.” “Vale, mamá. Encantada por todo. “Vale, vale, vale.” “Buenas noches.” “Buenas noches”. Al día siguiente yo la llamo porque claro, también te queda el pensamiento, decir, a ver si se ha muerto de verdad y cuando me coge el teléfono le digo: “Ah, ¿pero todavía está viva? ¿No se ha muerto?”. “No, no”, dice: “Voy a seguir dando la lata”. Digo: “Vale”.

[Marisa]: Quería acompañar a mi abuela en esa angustia y la realidad es que ni mi tía, ni yo, ni nadie de mi familia, tenemos la formación adecuada para ofrecer el apoyo que mi abuelita necesita en esta fase final de su vida. Por eso decidí acudir a una experta. 

[Marian García]: Morir no es fácil, dejémonos de cosas. Yo… yo tiendo a quitarle hierro a la muerte, yo tiendo a, incluso a reírme.  

[Marisa]: Ella es Marian Garo, una enfermera jubilada que durante una década acompañó a diferentes personas en el tránsito a la muerte. Dice que el tiempo que pasó trabajando en cuidados paliativos fue el mejor de su vida profesional.

[Marian]: Trabajar con la muerte y con la gente que está cercana a la muerte te da una calidad y una calidez diferente. La gente que está a punto de morir, lo sepa o no lo sepa, porque en el fondo todos lo saben, ya no están por tonterías, están por lo auténtico. Esa autenticidad no tiene precio porque eso te ayuda a entender que hay cosas que son esenciales y cosas que no lo son, te ayuda a ir cerrando cosas que quedan pendientes, a tener tu cuenta corriente al día, sin número rojos. 

[Marisa]: Ahora Marian intenta vivir así, aplicando esas enseñanzas en su vida diaria. Afirma que cada persona que ha ayudado a morir le ha enseñado a ella a vivir. Pero yo quería preguntarle directamente: ¿Cómo se habla de la muerte con una persona que sabe que le queda poco de vida?

[Marian]: Hay una máxima en paliativos y es que el paciente tiene que saber todo lo que quiere saber, sólo lo que quiere saber. Nunca mientas a un paciente. Cállate, es mejor el silencio que una mentira. Tú no puedes decirle: no te vas a morir o te vas a morir mañana. Ninguna de las dos cosas es cierta, tú no lo sabes. ¡Pregunta! ¿Tú cómo crees que estás? ¿Tú qué piensas? ¿Tú qué sientes? ¿Qué te dice tu cuerpo? ¿Qué crees? ¿Qué fantaseas? Porque esa persona te lo va a decir, simplemente déjale el espacio para hablar. Acompáñale en ese comunicar. 

[Marisa]: Y es, precisamente, ese acompañamiento el más difícil de lograr. Nos cuesta escuchar las dudas, los miedos, la incertidumbre que expresa alguien que ha llegado a su fase final. Según Marian, es un miedo natural que compartimos todos.

[Marian]: Ese miedo a estoy aquí para lo que me digas. Si me dices: “Me estoy muriendo”, lo acepto. Si me dices: “No quiero morirme”, también lo acepto, y si me preguntas te diré: “Yo no sé cuándo te vas a morir, yo estaré aquí contigo”.

[Marisa]: Y lo más importante: la muerte es lo más natural de la vida. Y como con mucho de lo cotidiano, hay espacio para la diversión. 

[Marian]: Y con ellos te ríes, porque la atención paliativa no tiene nada de… al menos yo no lo he vivido así, de tétrico, de morboso, ¡no! Hay mucho sentido del humor, de los propios pacientes y yo me he permitido, claro, cuando era el momento y cuando era adecuado, reírme con ellos a carcajadas, también he llorado, pero me he reído con ellos.

[Marisa]: Quise seguir el consejo de Marian y estar ahí para mi abuelita. Así que un día caluroso de verano de 2023, me armé de valor y me dirigí a su casa. 

[Marisa]: Hola.

[Yolanda]: Hola.

[Marisa]: Hola, abuelita.

[Yolanda]: Hola, mijita, ¿qué tal?

[Marisa]: Muy bien.

[Yolanda]: Pase.

[Marisa]: ¿Se puede?

[Yolanda]: Sí, se puede. Pase.

Empecé por preguntarle sobre su primera experiencia con la muerte. La de su madre, cuando ella tenía 9 años. 

[Yolanda]: Para mí fue… fue un choque muy grande cuando murió mi madre porque mi madre murió de parto, murió joven y nosotros éramos cuatro hermanos y yo tenía 9 años cuando ella falleció. Y fue tan, tan de repente porque la veo salir, la sentimos salir a las 6 de la mañana a tener su hijo y a las 10 de la mañana ella había fallecido. Y fue un choque muy grande porque yo pensaba que al morir mi madre el mundo ya no iba a ser más mundo, no iba a marchar.

[Marisa]: El mundo siguió pero la posibilidad real de dejar esta vida sin aviso y de manera tan repentina como le ocurrió a su madre, creó un miedo fuertísimo en mi abuela. Por eso, esa tarde de junio, estaba dispuesta a ayudarla a afrontar ese temor aunque eso significara mantener una conversación que ni ella ni yo queríamos tener. 

 ¿Por qué crees que nos cuesta tanto hablar sobre la muerte?

[Yolanda]: Porque no la queremos y esto lo digo por experiencia, porque a medida que pasan los años, menos se quiere morir. 

[Marisa]: ¿Y qué es lo que te da miedo de la muerte, abuelita?

[Yolanda]: La verdad es que no lo podría definir realmente.

[Marisa]: Dice que no lo puede definir, pero creo que es claro. Mi abuelita es siempre la primera que se apunta a cualquier salida, viaje o plan de la familia. El hecho de dejar de disfrutar de la vida de un momento para otro es inconcebible para ella. Por eso no me sorprendió cuando no dudó un instante en contestar a mi siguiente pregunta…

[Marisa]: Dime, yo qué sé, algo que se te ocurra que te gustaría hacer sí o sí antes de irte. 

[Yolanda]: ¡Uy! ¡Me gustaría hacer tantas cosas! Me gustaría volver a moverme como antes, cuando tenía negocio, cuando trabajaba… volver a hacer cosas, porque ahora estar sin hacer nada también es algo que te estresa mucho.

[Marisa]: La conversación avanzaba bien pero por dentro no podía evitar sentir cierta aprehensión. Era muy consciente de que estaba forzando una charla que mi abuelita no me había pedido. Pero sentí que ya no había marcha atrás. Estaba dispuesta a seguir insistiendo, segura de que mi abuelita algún día me lo agradecería. Pero entonces, la conversación que había sido dura y difícil hasta ese momento, dio un giro inesperado…

[Marisa]: ¿Y qué hay entonces, después de la muerte? ¿Hay algo?

[Yolanda]: Yo creo que no. Uno se muere y se muere y no vuelve. 

[Marisa]: Entonces, cuando te mueras ¿no me vas a venir a ver en mis sueños ni a hablar conmigo?

[Yolanda]: No. ¡Vas a soñar conmigo! Eso sí, pero yo no me voy a meter, yo no voy a no voy a estar yo metida diciéndote: “Mira, lo estoy pasando bien aquí en este mundo”

[Marisa]: (Risas)

[Yolanda]: O “lo estoy pasando mal”, no. 

[Marisa]: Y ahí, después de un arranque complicado, estábamos las dos, riéndonos abiertamente, mientras imaginábamos cómo sería la vida sin ella. Entonces entendí lo que me explicó Marian sobre el sentido del humor en los cuidados paliativos. Y aproveché que se había relajado un poco el ambiente y que ella se estaba abriendo para preguntarle: 

¿Tú estás lista para morirte?

[Yolanda]: Lista, bueno, yo creo que con 98 años yo creo que sí, que todo el mundo está listo para morirse con 98 años, ¿eh? Ahora, que quiera que venga esa es otra cosa.

[Marisa]: No podía creer lo que estaba escuchando. La misma persona que no hacía tanto tiempo había sufrido ataques de pánico por su miedo a la muerte, ahora me estaba diciendo que estaba lista para morir. 

[Marisa]: Ojalá no pase pero si te murieras mañana, por ejemplo, o hoy mismo, ¿te irías tranquila con la vida que has tenido y satisfecha?

[Yolanda]: Mira, me iría tranquila y feliz porque he recibido todo el cariño y todas las atenciones de toda mi familia, de todos mis hijos, mis hijos, mis nietos y mis nietas. 

[Marisa]: Y ahí me di cuenta de algo. Mi abuelita, de la misma forma en que me cuidaba de niña, me estaba cuidando ahora. Porque la que en realidad necesitaba consuelo era yo. 

Hay una cosa que nunca te he dicho, que es que tú tienes miedo a la muerte y yo, yo no le tengo miedo a mi muerte, pero sí tengo miedo a tu muerte. Porque yo el día que tú te mueras, buff… va a ser muy duro.

[Yolanda]: ¡Qué dices! ¡Qué dices, cariño! La tienes que aceptar.

[Marisa]: Sí, pero, pero… claro, tú te morirás y no te darás cuenta pero los que estaremos allí llorándote…

[Yolanda]: Bueno, pero claro, cariño, existe lo que se llama el tiempo. El tiempo nivela y equilibra todas las cosas.

[Marisa]: ¿Tú crees que será cuestión de tiempo, entonces? 

[Yolanda]: ¡Imagínate! Superamos la muerte, yo superé la muerte de mi madre, después la de mi padre, después la de mi, mi hijo. Yo tenía 25 años y mi hijo murió de ocho meses. Y para mí fue algo terrible, fue algo espantoso. Pero mira, con el tiempo se ha ido disipando ese dolor aunque siempre está en mi corazón. 

[Marisa]: Poco a poco me estaba dando cuenta de que mis preguntas no eran más que un intento desesperado de encontrar algún lugar común, una respuesta que me aliviara cuando ella ya no esté. Y entonces sucedió esto:

[Yolanda]: Bueno, cariñito. ¿Por qué estamos hablando de la muerte? 

[Marisa]: Porque creo que es algo importante, abuelita. A mí me preocupa.

[Yolanda]: Es que, cariño, ¿quién está más obsesionada con la muerte? ¿Yo o usted? 

[Marisa]: Ahí se hizo claro para ambas. Era yo la que, en realidad, necesitaba ayuda para afrontar mi miedo a perderla. Y mi abuelita por supuesto me ayudaría.

[Daniel]: Una pausa y volvemos.

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Marisa Candia Cadavid nos sigue contando. 

[Marisa]: Como infinidad de veces antes, mi abuela estaba dispuesta a cuidarme. Aún cuando estábamos hablando de uno de nuestros miedos más grandes, ella me puso primero. Ahora era cuestión de encontrar maneras para que me ayudara. Se me vino a la mente algo en lo que venía pensando desde nuestra primera conversación sobre la muerte, aunque en ese tiempo tenía un propósito muy distinto. Era ir a una actividad muy particular y, pues se podría decir que poco popular… 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Marisa]: Esto que oyen es un Death Café, o dicho en español: un Café Muerte. Como su nombre indica, es una reunión, normalmente en una cafetería, para hablar sobre el final de la vida. 

[Rocío Saiz García-Delgado]: Vamos a empezar cerrando los ojos, haciendo unas cuantas respiraciones para dejar la vida de antes fuera y estar centrados donde estamos ahora, en el Death Café.

[Marisa]: Cualquier persona puede participar, desde enfermos terminales, gente pasando por el duelo de la pérdida de un ser querido, hasta profesionales que trabajan en temas relacionados. No tienen que pagar nada, sólo el café que se quieran tomar. Los únicos requisitos son: mantener una mente abierta, escuchar a los demás y no juzgar. Esto lo explica Rocío Saiz García-Delgado, la que va a conducir esta reunión. 

[Rocío]: La gente puede hablar, puede no hablar, puede haber silencios, los silencios es también porque de ahí surge, pueden surgir muchas más reflexiones y se trata en fin de compartir, de escuchar y de disfrutar de la vida. 

[Marisa]: El primero se celebró en Londres, en 2011, de la mano de un británico llamado John Underwood y su madre, Sue Barsky Reid. John trabajaba como jefe de desarrollo de estrategia y negocio para el ayuntamiento de un distrito de Londres, cuando conoció el trabajo de Bernard Crettaz, un sociólogo suizo que había fundado algo llamado Cafe Mortel. Inspirado por esa idea, John renunció a su trabajo para intentar establecer algo parecido en Londres. El objetivo era crear un lugar cómodo y seguro donde poder hablar sobre la muerte. La madre de John, que es psicoterapeuta, desarrolló la metodología y juntos crearon una guía para seguir en cada Death Café. Establecieron que cualquier persona podía organizar el suyo comprometiéndose a seguir la guía que habían desarrollado y respetar sus principios. 

Actualmente hay Death Cafés en 85 países diferentes, desde Afganistán hasta Zimbabwe, pasando por Israel, Estados Unidos, Chile, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Brasil y Uruguay. El que van a escuchar tiene lugar en una cafetería del centro de Palma de Mallorca. 

[Rocío]: Primero va a haber una ronda en la que nos presentamos y los que venimos de nuevo comentamos qué es lo que nos atrae y lo que nos lleva a venir al Death Café y los que vienen por primera vez también pues si nos pueden, nada, en pocas palabras, decir qué les ha traído hasta aquí.

[Marisa]: Rocío forma parte de Palma Compasiva, la organización promotora de este Death Café. Llegué hasta ellos por un artículo que encontré en un diario local. Es la segunda vez que vengo. Y mi abuelita Yolanda me acompañó. En un principio había pensado este evento como un espacio para que ella sacara sus miedos y encontrara consuelo. Ahora, más bien era yo quién iba con ese fin. 

[Yolanda]: ¿Solamente las mujeres nos atrevemos a hablar de la muerte? ¿Dónde están los varones?

[Marisa]: Somos once mujeres y dos varones, casi todos desconocidos. Nos sentamos formando un círculo. Empezamos presentándonos: 

[Carmiña]: Bueno, yo soy Carmiña.

[Ruth]: Soy Ruth.

[Celia]: Yo soy Celia.

[Marisa]: También estaba Marian, la enfermera de cuidados paliativos que entrevisté, yo, por supuesto…. 

Yo soy Marisa.

Y hasta mi tío Pancho, que había venido desde Holanda para pasar unos días con su madre y aprovechó para acompañarnos a las dos. 

Trece personas con trece motivos diferentes para estar allí. Como Carmen… 

[Carmen]: Buenas tardes a todas. Estoy en pleno duelo, de mi padre y de mi madre. Se han muerto los dos en seis meses. Seguro que voy a llorar, ya os aviso. 

[Marisa]: Lapo. 

[Lapo]: La muerte se ha entrometido varias veces, me ha pasado cerca y es interesante tenerla presente, conocerla y hablar abiertamente. 

[Marisa]: O Ana…

[Ana]: Me llamo Ana, no es la primera vez que vengo. Vine por la necesidad de hablar y desde que he empezado a hablarlo aquí, con gente afín, que está abierta y que tiene experiencias, a veces muy tristes, a veces maravillosas, a veces las dos… me he aficionado. 

[Marisa]: Mi abuelita pensaba que reunirse para hablar sobre la muerte era una pérdida de tiempo, entonces me acompañó con la misión de convencernos a todos de que más nos valdría hablar sobre la vida. De alguna manera, esta reunión iba a ser una continuación de la conversación que habíamos tenido en su casa hacía sólo un par de semanas.  

[Yolanda]: Me llamo Yolanda, tengo 98 años, creo que es la que estoy más cerca de la muerte, pero soy muy optimista. Creo que todos tenemos que celebrar la vida porque la vida es un regalo. 

[Marisa]: Rocío terminó la ronda de presentaciones… 

[Rocío]: Y nada, a partir de ahora quien quiera pues puede hablar y comentar y adelante.

[Marisa]: Y eso hicimos. Fue una conversación larga y extrañamente íntima entre un grupo de personas, algunas que ya se habían visto un par de veces y otras que literalmente acababan de conocerse. Mi abuelita fue de las primeras en tomar la palabra. 

[Yolanda]: ¿Ustedes creen en el destino? Yo sí. Tú estás destinada a morir en tal fecha y en tal fecha te vas a morir. Ni antes ni después.

[Marisa]: Una de las que estaba ahí, Carmen, le respondió.

[Carmen]: Yo no sé si creo en el destino o no creo, pero a mí este concepto me está ayudando, pensar que mi madre se tenía que ir ese día, que era su fecha. Por qué nacemos en una fecha, pues hemos cumplido un ciclo y acabamos porque si no, no entiendo por qué se fue.

[Marisa]: Hacía sólo un mes que Carmen había perdido a su madre y seis que se había despedido de su padre, cuando participó en este Death Café. De todos los que coincidimos en esa reunión, era la única que estaba en proceso de duelo. Por eso, sus palabras, nos emocionaron a todos.  

[Carmen]: Cogió Covid y en 24 horas se fue. Mi madre estaba bien, no tenía nada… Mi padre sí fue durante un año estuvo enfermo, nos fuimos despidiendo, tuvimos esas conversaciones que decir, fue súper bonita su muerte. 

[Marisa]: Reconozco que yo también fantaseo con una muerte bonita para mi abuela. Me encantaría que se fuera tranquila, en su casa, y rodeada de su familia. ¿Pero cómo prepararme para ese momento? Esperaba que mis compañeros de Death Café pudieran ayudarme. 

[Marisa]: A mí me ha pasado una cosa muy curiosa que quería compartir aquí. Hace… En diciembre, noviembre-diciembre de 2021 vine buscando herramientas para ayudar a mi abuelita, que en aquella época era cuando le daban ataques de pánico porque no se quería morir, y sin embargo, me he dado cuenta en todo este viaje de que yo no estoy preparada para que… Bueno, para decirle adiós. Yo sé que esto lo tenemos que pasar y es un duelo y hay que pasarlo, pero no sé si tenéis alguna herramienta, algún consejo…  

Entonces se hizo un silencio que sólo rompió mi abuelita con la misma actitud con la que me había sorprendido sólo un par de semanas antes…

[Yolanda]: ¡No nos pongamos tristes! 

[Marisa]: Pero fue Celia, otra de las participantes, la que me ofreció el consejo que yo había llegado buscando.

[Celia]: No es una tristeza, yo lo que pensaba, al oírte, es que la experiencia que he tenido, viviendo muy cerca de seres muy queridos es como si mientras están presentes en esta vida todo el ser está concentrado en un punto, digamos, en el cuerpo, digamos, y cuando nacen de nuevo, para mí la muerte es un nacimiento, ese espacio cerrado se abre y la presencia se dilata. Claro, eso no quita la ausencia y a veces un poco la nostalgia. No poder abrazar, no poder reírte con esa persona, pero cultivando o gozándote de esa presencia tan regalada, tan envolvente, digamos, y tan amorosa pues no es triste.

[Marisa]: Si algo me quedó muy claro en esta reunión es que la experiencia de la muerte de un ser querido puede ser muy diferente dependiendo de la manera en que se afronte. 

[Rocío]: Lo que tú has dicho de normalizar y de hablar, es que me ha venido a la mente aquello que he contado tantas veces… 

[Marisa]: La que habla es Rocío. Está a punto de explicar la experiencia traumática que vivió a raíz de la manera en que su familia gestionó la muerte de su madre. 

[Rocío]: Ahí había lo que se llama un pacto de silencio a mi madre, que murió además en 40 días, ni le dijeron ni trataron de decirle lo que tenía, a los seis hijos tampoco. Y eso es lo que yo he vivido, ese pacto de silencio y ese dolor de no poder hablar, de no poder despedirme como toca, de no tener esas conversaciones que podríamos haber tenido. Mi madre tuvo que preguntar a amigas: “¿Me estoy muriendo?” Y trataban de engañarla cuando uno sabe que se está muriendo, o sea se sabe. 

[Marisa]: La sola idea de negar una información tan importante a alguien que está a punto de morir me pareció tan sorprendente que quise saber más. Después investigaría y me daría cuenta que Rocío tenía razón. Según la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, el pacto de silencio es una práctica bastante habitual. La intención de los familiares suele ser buena, claro. Quieren ahorrar más sufrimiento al paciente y evitar que pierda la esperanza para que siga luchando, pero todos los testimonios de expertos que encontré coinciden en que al final lo único que consigue es negar al paciente y a sus familias la posibilidad de despedirse y hacerse a la idea de lo que está punto de llegar. Por eso, Rocío cree que hay que hablarlo de frente, cuando surja. 

[Rocío]: Con naturalidad, sin más, para desmitificar y para hablar de esos miedos y esas dudas y para decir: “Ay, es que yo te quiero mucho” o “qué me has enseñado” o “es que si un día me voy quiero que sepas que…”, o… No sé, es algo tan, tan importante y a mí me hubiera ayudado el poder haber tenido esas conversaciones con mi madre.

[Marisa]: La conversación del Death Café dio para mucho. Hablamos sobre el destino, el duelo, la eutanasia, lo caro que es enterrar a alguien y sobre la soledad no deseada. Una cuestión sobre la que mi abuelita tenía algo que decir. 

[Yolanda]: Lo pasa muy mal la gente mayor porque la soledad… Una llamada por teléfono te deja bien. Ahora si estás todo el día sola, sin pensar en nada… Yo no lo puedo decir porque siempre he estado rodeada de mis hijos o de mis nietas. 

[Marisa]: Bueno, el mes que viene se va de crucero, que no lo ha dicho pero…

[Yolanda]: Bueno, mis hijas me llevan a un crucero. Yo creo que como despedida de la vida.

[Marisa]: Estaba ahí sentada, escuchándola y viendo a los demás disfrutar y reírse con ella, y sentí un orgullo inmenso de ser su nieta. Podría haber seguido así, mirándola de cerca, mucho más tiempo, pero después de conversar durante dos horas, Rocío nos anunció que el Death Café estaba llegando a su final. 

[Rocío]: Ahora ya pues llega el momento de cerrar. También hacer otra ronda, esta vez en el sentido inverso, para decir, en pocas palabras, qué nos llevamos, qué nos quedamos o cómo nos quedamos, aunque sea en una o dos palabras. 

[Marisa]: Y así, uno a uno, nos fuimos despidiendo. Mi abuelita fue una de las primeras:

[Yolanda]: Yo, muy contenta, primero que nada de haberlas conocido a todas. Y, bueno, ¡qué quieren que les diga! Estoy con un pie aquí y el otro acá, pero ahí estoy y quiero agradecer que me hayan invitado a esta sesión tan bonita, de haberlas conocido y de haber escuchado cada opinión que me parece muy valiosa.

[Marisa]: En su despedida, Carmen le habló a mi abuelita: 

[Carmen]: Y encantada de conocerla, de momento tiene los dos pies aquí así que disfrute de todo lo que le queda, y ha sido un placer, me ha encantado y me ha servido muchísimo.

[Marisa]: Ana también: 

[Ana]: Yolanda, todavía tienes los dos pies aquí. Por lo tanto, creo haber entendido que no es precisamente miedo a la muerte es querer seguir estando aquí, lo que tiene. Y me encanta y ojalá, si llego a esa edad, que esté así de bien.

[Marisa]: Y Carmiña…

[Carmiña]: Pues yo, como siempre, me voy llena. He reído, he cantado, casi he llorado, me temblaban las manos. Abuelita, eres un sol. Espero verte otra vez aquí. 

[Marisa]: Bueno, también hablé yo.

Me voy en paz porque lo que he vivido aquí me da fuerzas para seguir y para seguir adelante con mi abuelita. Me voy feliz y llena de amor. 

Al final, Rocío cerró la reunión… 

[Rocío]: Gracias por venir. Gracias abuela que yo también te adopto, por favor. Adopto abuelas y madres. 

[Marisa]: Describir lo que se siente después de pasar por una reunión del Death Café es difícil. El nivel de intimidad que se alcanza es inexplicable. Para mí es como si un montón de desconocidos que al principio navegábamos a la deriva, hubiéramos acabado remando juntos. 

Siento que el viaje que emprendí para, en un inicio, ayudar a mi abuelita a superar su miedo a morir y luego el mío, se acerca a su final. Pero no puedo acabar de prepararme para afrontar su muerte sin pensar antes en cómo será su despedida. Aún tengo demasiado reciente la experiencia con mi abuelito Guillermo. El trámite con la funeraria es siempre difícil, pero en nuestro caso lo fue más porque no había absolutamente nada planeado. En poco más de media hora tuvimos que decidir cómo y cuándo despedir a alguien que llevaba toda una vida acompañándonos. 

Mi abuelito era ateo, así que sólo teníamos claras dos cosas: no queríamos simbología religiosa en su ataúd ni rito católico en su despedida. Algo que en un país de firme tradición católica como es España, es muy difícil de encontrar. Al final tuvimos que aceptar el féretro con el crucifijo porque no había ninguna otra opción. Pero renunciamos al funeral católico, el único que nos ofrecían, y en su lugar, despedimos a mi abuelito una cálida tarde de final de invierno, en una ceremonia muy poco convencional. Escuchamos música, comimos, bebimos y conversamos.

Me encantaría que la despedida de mi abuelita fuera igual. Y si algo he aprendido haciendo esta historia es que no hay que dejar nada pendiente.  

(SOUNDBITE DE ARCHIVO) 

Así que regresé una última vez a su casa. Y como en todas nuestras reuniones importantes, sentadas en torno a dos tazas de té y unos pasteles, grabamos la última entrevista de esta historia. 

[Marisa]: ¿Cómo te gustaría que te recordáramos cuando te vayas? 

[Yolanda]: ¡Ay, Marisita! Eso es pedir… ¿Cómo voy a saber yo lo que piensen los que queden vivos de mí? A lo mejor dicen: “Esta vieja, menos mal que se murió”.

[Marisa]: Ya, pero si pudieras elegir, ¿cómo te gustaría que te recordáramos?

[Yolanda]: Bueno, que me recordaran como lo que fui, realmente, ni más ni menos.

[Marisa]: Si mi abuelita quiere que la recordemos tal como es, imagino que también querrá una despedida acorde con ella. Pero quería estar segura, así que le pregunté directamente

¿Has pensado alguna vez en cómo te gustaría que te despidiéramos el día que tú ya no estés?

[Yolanda]: Bueno, sí, estas son preguntas incómodas, ¿no? Porque, claro, uno no puede decir quiero esto, quiero lo otro respecto a la muerte.

[Marisa]: Pero igual yo intuía que lo que no iba a querer ella eran fórmulas establecidas ni la tradicional ceremonia religiosa. 

[Yolanda]: Nada de misas sino que… Seguramente irán a ir al tanatorio, no sé, tanatorio y incinerar y ya está.

[Marisa]: Y ya está. Mi abuelita, que nunca renunció a una buena fiesta, ahora se mostraba reticente a organizar la suya. Así que tuve que insistir…

¿Te imaginas, entonces, una despedida más alegre a lo mejor?

[Yolanda]: Sí. Eso. Una despedida alegre, una despedida con… qué sé yo, nada de tanto llanto ni drama, ¿no? porque al final todos tenemos que irnos algún día de este mundo y a mí me llegó la hora… ya está. 

[Marisa]: Ya está. Otra vez. Notaba que mi abuelita empezaba a cansarse de mi insistencia, pero tal como me había enseñado Marian, quería cerrar nuestros temas pendientes. Asegurarme de que el día que ya no esté, le habré dicho todo lo que sentía. Es imposible adivinar cuáles serán nuestras últimas palabras, nuestro último beso, nuestra última caricia con un ser querido. Pero si la vida, el destino o una presencia divina, llámenlo como quieran, me impide una última conversación con ella, al menos siempre me quedará esta:

Me gustaría que hiciéramos un ejercicio. Imagínate, que esta es la última conversación que vamos a tener nunca. ¿Qué te gustaría decirme?

[Yolanda]: ¿Qué quieres que te diga? Fuiste la primera nieta. Tener el primer nieto es como volver a la juventud, es como volver a tener el primer hijo. Creo que desearle la mayor felicidad del mundo y que vivas muchos años. 

[Marisa]: Uff, me voy a poner a llorar. Yo… si esta fuera la última vez que hablara contigo, te daría las gracias por todo lo que has hecho por mí.

[Yolanda]: ¿Qué he hecho, cariño? ¡No he hecho nada!

[Marisa]: Me has cuidado desde que era niña, siempre y no sólo eso. Y todas las veces que me has aguantado, que te he puesto un micrófono delante, que te he obligado a actuar, que te he obligado a mirar a la cámara…

[Yolanda]: ¡Pero a mí me encantaba! Imagínate sentirme otra vez como que estoy trabajando en la radio.

[Marisa]: Bueno, déjame acabar. Quiero que sepas que te quiero muchísimo, que eres la abuelita más buena que me podía pasar en el mundo, la mejor abuela del mundo. Y que nunca, nunca, nunca, nunca te voy a olvidar. 

[Yolanda]: Eso espero, cariño. 

[Marisa]: Seguiré haciendo tu ensalada de papa, todas las recetas que me has enseñado a hacer. Cada vez que baile una cueca, un reggaetón, un tango, un swing…

[Yolanda]: Eso es lo que quiero, que cuando yo me haya ido todos bailen y todos rían como siempre lo hemos hecho. 

[Marisa]: Y lo haremos. Te quiero mucho, abuelita.

[Yolanda]: Ya. Gracias cariño. 

[Daniel]: Yolanda se fue a su crucero por el Mediterráneo entre el 21 y el 28 de julio de 2023. Sigue viviendo en Palma de Mallorca, disfrutando de la vida y empezando a planear ya la fiesta de sus 100 años. Su nieta Marisa la está ayudando. Las dos continúan fieles a sus citas periódicas con té y pasteles. 

Los Death Café se siguen celebrando de manera regular en multitud de países. En su página oficial deathcafe.com pueden ver dónde y cuándo se reunirá el siguiente. 

Marisa Candia Cadavid es periodista y vive en Palma de Mallorca. Coprodujo esta historia con David Trujillo, nuestro productor senior. La edición fue de Camila Segura y Luis Fernando Vargas. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido y la música son de Andrés Azpiri. 

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, Ana Tuirán y Elsa Liliana Ulloa.

Carolina Guerrero es la CEO. 

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Marisa Candia Cadavid y David Trujillo


EDICIÓN
Camila Segura y Luis Fernando Vargas


VERIFICACIÓN DE DATOS
Bruno Scelza


DISEÑO DE SONIDO / MÚSICA
Andrés Azpiri


ILUSTRACIÓN
Laura Jean


PAÍS
Chile y España


TEMPORADA 13
Episodio 7


PUBLICADO EL
10/31/2023

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