Refugio fantasma | Transcripción

Refugio fantasma | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. 

Eran los años 70 y a cinco mil trescientos metros sobre el nivel del mar, en la montaña Chacaltaya, en Bolivia, hacía muchísimo frío. Su triple cumbre estaba cubierta de nieve y el viento helado era constante y soplaba fuerte. Ahí arriba, en el imponente glaciar que miraba hacia la ciudad de El Alto, estaba la estación de esquí más alta del mundo. 

[Samuel Mendoza]: Entonces era la panorama era muy blanco, nomás toda la montaña, blanquito, era muy bonito y les gustaba a los visitantes.

[Daniel]: Él es Samuel Mendoza, de 63 años. Trabajó con su padre, Alfonso, en la estación de esquí desde que tenía unos 15. Los dos pasaban semanas enteras ahí arriba, en la montaña. Y solo bajaba una o dos veces al mes a su casa en la ciudad de El Alto, a más o menos una hora de distancia. Así, Samuel se acostumbró a vivir en ese mundo, en ese ambiente helado. 



[Samuel]: La clima era bastante frío. Ponías un balde de agua, rápido se había de congelar. Casi todo el año se podía esquiar. todo el año. Había bastante nieve. 

[Daniel]: Trabajo no le faltaba. Se encargaba, principalmente, de operar el ski lift, el medio de transporte en el que los esquiadores subían desde la cabaña donde estaba el motor hasta la cumbre para, desde ahí, hacer el descenso por las laderas del glaciar. Este estaba compuesto por solo tres elementos: un cable de acero larguísimo, postes instalados en la pista de esquí y poleas.

Durante el año llegaban esquiadores de todo tipo: novatos y profesionales. Venían de diferentes ciudades de Bolivia y de todas partes del mundo: Brasil, Italia, Alemania, Estados Unidos, Francia… La pista llegó a ser el lugar de práctica del equipo olímpico de esquí boliviano. Y ahí mismo se realizaron campeonatos sudamericanos.  

Samuel casi siempre estaba en la cabaña del motor. Otras veces solía atender a los visitantes en el refugio que había ahí arriba: una cabaña cómoda y caliente con chimenea, mesitas y sillas para descansar. Además había una pequeña cafetería donde vendían bebidas y comida. Era un ambiente ameno que no solo atraía a los esquiadores. Samuel recuerda que la gente que visitaba el lugar hacía todo tipo de actividades. 

[Samuel]: Hacían muñecos de nieve, alzaban un poco de nieve, entonces hacían como… comían como helado. Se llevaban refresco y con ese mezclaban para que tenga el color. Una Coca-Cola, así…

[Daniel]: Jugaban a guerra de bolas de nieve, se acostaban en el suelo y hacían figuras con sus cuerpos. 

[Samuel]: Y algunos subían en la primer pico y ahí bajaban deslizándose con plásticos. Y algunos, como trineo también se iban toda la carretera, bajaban con trineos. 

[Daniel]: Algunos llevaban llantas de goma grandes, se subían en ellas y se deslizaban desde una de las cumbres del glaciar. Otros llevaban su comida para hacer picnics o caminaban por las rutas que había cerca del refugio. A Samuel le encantaba estar ahí. Era un lugar lleno de vida. Parecía que el sonido de la gente conversando, de las risas, de los esquís sobre la nieve nunca se iba a acabar. 

[Samuel]: Las visitas decían estas nieves son eternas, nunca se nos van a perder. La pista de esquí siempre va a ser hasta el último. Estos son nuestras montañas, son eternos.

[Daniel]: Pero todo lo que le daba vida a la montaña Chacaltaya estaba en riesgo de desaparecer. 

Una breve pausa y volvemos. 

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora senior, Lisette Arévalo, nos sigue contando. 

[Lisette Arévalo]: Desde que Samuel tenía unos 8 años, soñaba con estar rodeado de nieve. Descubrió el esquí un día que estaba visitando a su abuela, que vivía al lado de su casa, en la ciudad de El Alto. 

[Samuel]: Entonces ella me mostraba: “Tengo una revista esquiando y aquí voy a mostrarte una persona esquiar”. Yo a mi abuela decía: «¿Dónde es esta montaña?» Y ella me decía: «Chacaltaya». 

[Lisette]: En aymara, Chacaltaya quiere decir “puente frío” o “puente de vientos”, por sus fuertes corrientes de aire y por el glaciar que cubría su cumbre. Comparado con otros glaciares, la masa de hielo era considerada pequeña, pero no por eso era menos cautivadora para los deportistas de alta montaña. Como para Raúl Posnansky, el ingeniero que construyó la estación de esquí en los años 30. 

Nacido en Reino Unido en 1913, Posnansky  llegó a Bolivia en brazos de sus padres, cuando se instalaron ahí por el trabajo de su papá, un ingeniero naval y comerciante de caucho austriaco. Raúl era el mayor de los cuatro hijos y se convirtió en ingeniero hidráulico y militar. 

No es muy claro cuándo o cómo comenzó a apasionarse por las montañas y el esquí, pero era un entusiasta del deporte desde que era joven. Y, en los años 30, fue él quien vio el potencial que tenía Chacaltaya para convertirse en un destino para los esquiadores. Contrató gente para transportar los materiales del albergue y del ski lift, incluido un motor. Construyó las primeras cabañas e, incluso, para facilitar la llegada hasta el glaciar, construyó una carretera que iba desde los 4,500 hasta los 5,300 metros de altura. 

En esa época no se practicaba mucho este deporte en Bolivia, pero con la estación y el ski lift funcionando, rápidamente ganó popularidad entre la clase media y alta de La Paz. Además que, a diferencia de otros nevados en el país, el Chacaltaya estaba cerca de la ciudad, a más o menos una hora y media. Y así fue como en 1939 Raúl y un grupo de deportistas inauguraron el Club Andino Boliviano. Era un espacio de encuentro para todos los aficionados a las actividades de montaña.

Un par de años más tarde, Raúl logró que el congreso boliviano aprobara una ley fiscal que daba a la Federación de Esquí y Alpinismo —fundada por él mismo— un uno por ciento de las facturas hoteleras de Bolivia. Con ese dinero, él y sus compañeros de esquí construyeron una cabaña más alta, cerca de la cumbre. También compraron dos buses y un nuevo motor para el ski lift. 

La idea de Raúl se convirtió en todo un éxito. Tanto, que por esos mismos años, el Club Andino Boliviano organizó el primer campeonato de esquí sudamericano con participantes de Argentina y Chile. Y a finales de los 40 hasta se creó el primer equipo nacional de esquí boliviano, que participaría en campeonatos internacionales, regionales y, años después, en olimpiadas. 

Con el pasar de los años el deporte siguió ganando popularidad y cada vez más gente de La Paz lo practicaba. Ya para finales de los años 60, cuando de niño Samuel vio la foto del esquiador en la revista de su abuela, el esquí dejó de ser algo desconocido para el resto de los bolivianos. Y Samuel comenzó a imaginarse en medio de la nieve. 

[Samuel]: Entonces en la revista yo vi una persona haciendo un descenso, cargando su mochila, todo. Y yo decía: “Algún día voy a conocer y voy a ser así como él también haciendo un descenso”, decía. 

[Lisette]: No parecía un sueño descabellado. Toda su vida había crecido viendo al Chacaltaya. Sentía que la montaña estaba cerca, al alcance de sus manos, y que ir no sería tan difícil. En especial porque su padre ya trabajaba en la estación de esquí con el Club Andino Boliviano. Y a esa edad ni se puso a pensar en que para esquiar necesitaría el equipo: las botas, los esquís, los bastones, la ropa, las gafas… Algo que era muy caro para sus padres. Tenían cinco hijos, Samuel era el del medio, y no es que su papá ganara mucho en su trabajo en el refugio. 

En esa época los visitantes pagaban muy poquito por entrar, solo 10 centavos de dólar. Y quienes quisieran podían pagar una cuota mensual para ser socios del Club Andino Boliviano y usar las instalaciones indefinidamente. Lo recolectado alcanzaba para pagarle al padre de Samuel, pero también para costear los gastos del mantenimiento de las instalaciones y de la carretera. Trabajaba solo. Era el único único guardián permanente del establecimiento en las alturas. 

 

Y como tenía que cuidar la estación, se podría decir que el papá de Samuel vivía allá arriba porque, como se mencionó, solo bajaban dos veces al mes a El Alto a ver a su familia. Y cuando bajaba, se quedaba solo un día, porque no podía dejar el refugio abandonado. 

Una de esas veces, Samuel le contó lo que había visto en la revista y que quería ser esquiador. 

[Samuel]: Mi papá también me apoyaba: «Sí, tienes que aprender, hijo», me decía.

[Lisette]: Pero a sus 8 años todavía no era momento para eso. Su papá le explicó que el Chacaltaya no estaba tan cerca como parecía desde la ventana de su casa y que no podía llevarlo con él a la montaña durante semanas. Samuel era muy pequeño y tenía que seguir sus estudios en la escuela. Así que se quedaba en casa con su madre y sus cuatro hermanos… Y con la promesa de que, algún día, iría con su padre a la montaña.

A Samuel no le molestó tener que quedarse y esperar a que llegara el día de ir a la nieve. Era un niño curioso, activo y le gustaba estudiar. Pero nada superaba a su más grande fijación: las montañas. Y no solo Chacaltaya. También se había interesado por el montañismo como deporte y soñaba con conocer otra de las montañas nevadas que se veían desde su casa en El Alto: el Huayna Potosí. Pocas cosas ocupaban tanto su cabeza como la Cordillera Real boliviana. 

[Samuel]: Yo quería llegar pronto, ¿no? A esos lugares… quería hacer muñecos de nieve. Esquiar. Más que todo esquiar en la montaña. Todas esas cosas pensaba en mi mente, ¿no?

[Lisette]: La espera terminó cuando cumplió 15 años, en 1975. Sus papás ya no tenían suficiente dinero para que Samuel continuara estudiando. No les alcanzaba para comprar todos los materiales que les pedían. Así que a tan solo dos años de terminar el colegio, tuvo que salirse. Samuel no discutió. Entendía la situación familiar. 

Pero ni él ni su papá querían que se quedara sentado en la casa. Así que su papá lo invitó a trabajar con él y Samuel aceptó contento.

La primera vez que Samuel subió al Chacaltaya, su padre y él salieron de la casa a las 6 de la mañana. Como solía hacer su papá algunas veces, se subieron al minibus que transportaba a los mineros. En Chacaltaya había —y sigue habiendo— varias minas de explotación de distintos minerales.

Después de un poco más de una hora de trayecto, llegaron a una estación y ahí comenzaron a caminar cuesta arriba por la carretera. 

[Samuel]: Caminamos varios kilómetros. Poco a poco, poco a poco, me cansé yo y llegamos ahí y me ha hecho frío ese día.

[Lisette]: Igual iba abrigado. Ya su papá conocía bien ese frío y lo había preparado con una buena chaqueta, botas de goma, guantes y gafas para proteger sus ojos de la nevada o del reflejo del sol sobre la nieve. 

Cuando se fueron aproximando a la estación de esquí, Samuel vio de lejos una cabaña de estilo alpino: paredes de madera y techo en forma triangular. Estaba en uno de los bordes de la montaña. Ahí funcionaba el refugio donde los visitantes solían resguardarse para tomar un mate de coca y comer. Miró a su alrededor y se impresionó. Todo era blanco. 

[Samuel]: Cuando he conocido por primera vez la nieve para mí ha sido un lugar muy bonito la montaña con bastante nieve. Yo ese día me sentí muy alegre y muy feliz.

[Lisette]: Llegaron alrededor de las 10 de la mañana. Entraron a una cabaña de madera donde estaba el motor del ski lift y el dormitorio donde su papá pasaba las noches. Era pequeño y no había más que la cama donde dormirían los dos. Como Samuel no estaba aclimatado a estar a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, comenzó a sentir mal de altura enseguida. Le dolía la cabeza, tenía ganas de vomitar, así que se quedó descansando.   

Al día siguiente se despertó sintiéndose mejor. Salió de la cabaña y miró a su alrededor.  

[Samuel]: Muy bonito, casi cerca al cielo ya. Puedes ver otras cordilleras de más allá, ¿no? Huayna Potosí, Condoriri, Ancohuma, Lago Titicaca al otro lado se ve. 

[Lisette]: También se ve el Sajama, el nevado más alto del país, una parte de la ciudad del Alto y otra parte de la ciudad de La Paz. 

Samuel se sentía en las nubes. 

Enseguida su papá le pidió que lo ayudara a manejar el ski lift. Le dio indicaciones como que debía poner agua y gasolina en el motor y mantenerlo prendido desde las 9 hasta las 5, para que los esquiadores pudieran subirse cuando quisieran. 

Era un trabajo que requería mucha concentración y responsabilidad, porque si no manejaban bien el motor, los esquiadores podrían accidentarse. Así que, a veces, ni siquiera podían parar para comer. Especialmente los fines de semana, que era cuando había más gente. 

Entre semana, en cambio, quienes más visitaban la montaña eran los andinistas que iban con guías turísticos a practicar escalada, a hacer trekking por algunas rutas o para subir a alguna de las cumbres para tomar fotos del paisaje. En esos días que no había esquiadores, Samuel se encargaba de hacerle mantenimiento al cable del ski lift, engrasar las poleas, y a veces desenterrar el cable que solía quedarse debajo de las nevadas fuertes. 

Según Samuel, él y su papá eran los únicos que trabajaban todo el año y directamente para el Club Andino Boliviano. Así que además de operar el ski lift, se encargaban también de limpiar todas las instalaciones, los baños,  la cafetería y el refugio donde había camas para que los deportistas pudieran pasar la noche o descansar. Recibían un sueldo por todo este trabajo. No era mucho, no les alcanzaba ni para cubrir sus gastos y los de su familia en El Alto. 

En la cafetería del refugio, había otros empleados que, a veces, eran contratados por el Club para vender sus productos allá arriba. 

[Samuel]: Como había mucha gente, era rentable. Vendían chocolate caliente, sándwich, mates… 

[Lisette]: Eran comidas sencillas, fáciles de preparar, y que podían hacerse hirviendo el mismo hielo del glaciar. No podían ofrecer mucho más porque llevar la comida o leña a esa altura desde La Paz o El Alto no era fácil. En especial por las fuertes nevadas que solían tapar la carretera o hacerla resbaladiza.

Era un trabajo duro y vivir en la montaña no era sencillo. Pero, desde la primera temporada que Samuel pasó en el Chacaltaya, se enamoró… 

[Samuel]: Me sentía feliz. Estar en esas alturas. Ver buena panorama así…  

[Lisette]: Sobre todo porque ya ahí, en esas primeras semanas, pudo intentar lo que siempre había querido: esquiar. Un día con pocos visitantes, Samuel le pidió prestados a su papá los equipos que el Club Andino Boliviano tenía para alquiler en la estación. Su papá le buscó unas botas, esquís, palos y un casco… Samuel estaba muy emocionado, aunque no tenía claro cómo debía ponerse todo ese equipo. 

[Samuel]: Cuando la primera vez me he puesto los esquís tampoco no, no sabía cómo apretar las, las botas, regular los esquís…

[Lisette]: Practicó cómo ajustar las fijaciones que, básicamente, son  las piezas que mantienen a la persona conectada a los esquís. Era un poco complicado, pero estaba emocionado. 

[Samuel]: Feliz me sentía. Solamente en la primera vez cuando me he puesto las botas eran más o menos pesados. Me sentía más o menos incómodo, ¿no? la primera vez porque no estaba acostumbrado. 

[Lisette]: Cuando se paró para comenzar a ir a la pista de esquí, sentía que se resbalaba. Se apoyaba con los bastones, pero se sentía inseguro. Sabía que tenía que tener cuidado para no caerse y golpearse la cabeza. Hasta que finalmente llegó a la parte más plana de la pista y comenzó, de a poquito, a impulsarse con los bastones para esquiar. 

[Samuel]: Entonces he empezado a querer dar la curva al otro lado, a la izquierda, a la derecha… Y más o menos ya he dominado. Después ya me ha entrado hay un lugarcito que se llama pista de tontos. Llamaban pista de los tontos.

[Lisette]: La llamaban así porque era más plana que el resto. Perfecta para principiantes como él. Pero aunque fuera la más fácil, igual se lastimó la rodilla cuando intentó hacer un giro a la izquierda en una pequeña curva. Pero eso no le importó. Esquió una media hora más o menos y se resguardó en el refugio cuando empezó a nevar. Estaba contento. Quería dedicarse a ello.

[Samuel]: Yo pensaba ser también así, ser mejor, ¿no? Ser campeón de esquí, eso pensaba.

[Lisette]: Durante los siguientes tres años, Samuel continuó trabajando con su papá. En su tiempo libre, seguía practicando el esquí, perfeccionando su técnica y, de hecho, empezó a participar en campeonatos. El resto del tiempo subía a las cumbres, trabajaba en la limpieza y manejaba el ski lift para los esquiadores. Disfrutaba esta nueva rutina, pero cuando cumplió 18, tuvo que dejar la montaña. Debía presentarse en el servicio militar de forma obligatoria. 

Dos años después, cuando terminó, volvió a su casa en El Alto y también a su casa en la montaña. Siguió practicando el esquí y participando en competencias. Solía bajar a El Alto con frecuencia. Ahí conoció a la que se convertiría en su esposa. Era inicios de los 80s y Samuel tenía más o menos 23 años cuando se casó. Pronto tuvieron su primer hijo. 

Ya con un bebé en la casa, Samuel se dedicó por completo a trabajar en Chacaltaya con su padre. La historia de ausencia de su papá cuando él era niño se repitió en su familia recién formada. Samuel no bajaba a su casa en El Alto por semanas y solo los veía una vez al mes por pocos días. 

Él y su padre vivían por el Chacaltaya. Eran el Chacaltaya. Hasta enero del 85. 

Uno de esos días, la batería del ski lift se descargó. Pasaba cuando hacía muchísimo frío. Así que Samuel tuvo que bajar a la ciudad de El Alto para dejarla en un taller, recogerla al día siguiente, y volver a la montaña. Esa noche la pasó en su casa con su familia.

Al día siguiente, muy temprano, fue a retirar la batería y tomó un transporte desde El Alto hacia el Chacaltaya. Esta vez le acompañó su hermano menor, de 7 años, que llevaba comida para ellos.  

[Samuel]: Poco a poco, poco a poco, estoy subiendo a la Pampa, cuando me acerco ya más nieve, había… Entonces el chofer dijo hasta aquí no más, más, ya no puedo porque las llantas resbalaban bastante. 

[Lisette]: Samuel se bajó del auto con su hermano y cargó la batería en su espalda lo que quedaba de camino. Iba equilibrando el peso de la batería cargando un rato con un hombro y luego con el otro. Cuando llegaron… 

[Samuel]: Entro al refugio, busco a mi padre, no aparecía. Entonces entro a la cocina.

[Lisette]: Y tampoco estaba ahí. Salió al parqueadero y vio que un grupo de hombres estaban reunidos cerca de un borde de la montaña… Cuando se acercó, vio que estaban alzando un cuerpo. No podía creerlo cuando vio que era su padre, que se había caído por la ladera debido a la fuerte neblina. 

Uno de los hombres que habían ayudado a sacar el cuerpo de su padre se acercó a Samuel y a su hermano y les dijo: 

[Samuel]: “Tranquilo nomás. Su padre ha fallecido. Pero ustedes no van a llorar. Tranquilo, tranquilo, está durmiendo”, así nos decía. Para que mi hermano menor no se asuste todo, ¿no? 

[Lisette]: Pero su hermano sí se dio cuenta de lo que había pasado e inmediatamente se puso a llorar. Samuel estaba impactado, asustado. Como estaba nevando, decidieron  meter el cuerpo de su papá al refugio. 

[Samuel]: Yo le he tocado su cuerpo. Y seguramente ese momento, ha debido pasar el accidente porque estaba caliente. 

[Lisette]: Ese mismo día, cuando pasó la nevada, se pusieron a hacer rápidamente los trámites para bajar el cuerpo de su padre. Contrataron un transporte desde El Alto para llevarlo a la casa para velarlo. Al día siguiente lo enterraron en el Cementerio General, en la ciudad de La Paz. 

Los del Club Andino Boliviano cancelaron una competencia de esquí que había al día siguiente. Samuel recuerda que sacaron anuncios de la muerte de su padre en el periódico y en las radios. Para muchos, su padre, Alfonso Mendoza, era parte fundamental de esa comunidad de esquiadores. Y también de la montaña. 

Después de su pérdida, Samuel, con casi 25 años, decidió que no dejaría su puesto desatendido. Como se quedó solo trabajando como guardián, cada vez podía bajar menos a El Alto a ver a su esposa, a su primer hijo, y los otros cuatro que vendrían después. 

Los veía una vez al mes y se quedaba uno o dos días con ellos. A veces los llevaba con él a la montaña. Lamentaba estar lejos, pero sentía que tenía que volver. Y ahí, en soledad y en las alturas, Samuel recordaba a su padre constantemente. 

[Samuel]: Yo veía de arriba hacia abajo la carretera y no, nunca aparecía mi padre. En ese momento yo era triste, tenía ganas de llorar sin ver a mi padre. 

[Lisette]: Así pasaron los años, hasta que a finales de los 90s, por ahí, empezó a notar cambios en la montaña. El más obvio era el calor. Ya no necesitaba tanta ropa abrigada en su día a día. Pero la amenaza se hizo más evidente una mañana, cuando Samuel vio algo inusual.

[Samuel]: Las grietas que se han abierto bastante grande en la pista de esquís.

[Lisette]: Y de esas grietas…

[Samuel]: Estaba corriendo agua nomás. Mucha agua. Como un río muy fuerte, con mucho ruido. 

[Lisette]: Un ruido aterrador: el del glaciar, que estaba comenzando a derretirse. Y no iba a parar ahí. 

Una pausa y volvemos.

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. 

Antes de la pausa, conocimos a Samuel Mendoza y los mejores años de la estación de esquí más alta del mundo en el glaciar de Chacaltaya. Pero para los años 90s, Samuel comenzó a notar un cambio en la montaña: el glaciar se estaba derritiendo. 

Nuestra productora senior Lisette Arévalo nos sigue contando. 

[Lisette]: Esos cambios que Samuel comenzó a notar con más frecuencia se debían a El Niño. Un fenómeno natural atmosférico causado por el calentamiento gradual del océano Pacífico y que influye en el clima de varias partes del mundo. 

El Niño había afectado fuertemente a Bolivia cuando llegó por primera vez a mediados de los 70s y fue aún peor cuando llegó a inicios de los 80s y cuando volvió a golpear a Bolivia a finales de los 90s. En esa época, la misma en que Samuel observaba cambios, el Niño alteró el ciclo del agua en el país. En algunas zonas hubo inundaciones, mientras que en otras, como la del altiplano donde está Chacaltaya, hubo fuertes sequías. 

Eso, claro, causó que nevara menos en la cumbre durante el invierno boliviano. Y, por lo tanto, no había suficiente nieve para que se acumulara sobre el glaciar y lo protegiera de los rayos del sol. Así que cuando el hielo del glaciar quedó expuesto a la radiación, se comenzó a derretir de a poco. Y eso provocó otro efecto de calentamiento más. 

Cuando un glaciar se derrite, su lengua —que es la marca en la roca que delimita lo que es el hielo y el valle— retrocede y la roca que está debajo queda expuesta. Y cuando esa roca negra recibe los rayos del sol, también calienta todo lo que está a su alrededor. Es algo que se conoce como efecto de borde. 

Todo esto causó que, para finales de los 90s y comienzos de los 2000, el glaciar perdiera irreversiblemente la mitad de su espesor, dos terceras partes de su volumen total y el área de su superficie se redujo en más de un 40%. Y Samuel claro que notó cómo los efectos empeoraban. 

[Samuel]: Ya empezaba a hacer mucho calor cada octubre, entre noviembre hacía más calor, más calor y corría ya mucha agua. Pucha el agua como río bajaba ya hasta abajo… 

[Lisette]: Esos ríos y ríos de agua no tardaron en afectar la pista de esquí. En lugar de ser una superficie plana y lisa para los esquiadores, el terreno ahora tenía una serie de lomas y rocas. Cada vez era más peligroso esquiar en esas condiciones. Así que las laderas del Chacaltaya comenzaron a quedar vacías. Atrás quedó la época en que se veían repletas de esquiadores que iban a los campeonatos de esquí nacionales e internacionales. Y para el 2005, eran muy pocos los que seguían deslizándose sobre sus esquís. Uno de ellos era Samuel. 

[Samuel]: Todavía seguía esquiando, pero ya no se podía hacer campeonatos porque corto ya era la pista. En el 2005 ya había la mitad del glaciar no más. La mitad de la montaña.

[Lisette]: Con el derretimiento se abrieron grietas cada vez más profundas en la pista. Samuel y los esquiadores que todavía trataban de esquiar, ponían maderas para crear una especie de puente para cruzar las grietas. Lo veían como una solución temporal porque lo que más querían era que regresara el glaciar. Era un escenario devastador que hasta perseguía a Samuel en sus sueños. 

[Samuel]:  En mi sueño estaba en la pista, siempre en la pista de esquí, caminando y corría mucha agua, corría mucha agua, se estaba desgastando todo. 

[Lisette]: En agosto de 2006… 

[Samuel]: Nosotros hemos hecho un ritual andino para que siga nevando con los del Club Andino. Una quema así para que los achachilas que haiga nevar, que, que, haiga nieve así. 

[Lisette]: Los achachilas, los antepasados que habitan las montañas y que, junto con la Pachamama, son los grandes protectores del pueblo aymara. Compraron una mezcla de dulces, lanas de color, yerbas y hojas de coca y pusieron todo sobre leña. Lo rociaron con alcohol y encendieron el fuego para quemarlo. 

Pero cada año el glaciar disminuía, el calor aumentaba y la pista seguía deteriorándose. La nieve era gris y los deportistas que iban dejaban basura tirada: tubos de plástico, papeles, latas, hierros y ganchos de escalar corroídos. Y esa basura, a su vez, atrapaba la radiación solar, producía calor y empeoraba aún más el deshielo. Para Samuel, la situación se estaba volviendo insostenible.

[Samuel]: Ya me estaba desesperando. Y sí, no va a haber agua de dónde voy a tener para, para tomar para los baños. 

[Lisette]: Antes Samuel usaba el hielo del glaciar para recolectar agua, pero con el derretimiento y la contaminación de la nieve que quedaba, ya era imposible. Por esa misma época, comenzó a llevar agua potable desde su casa en El Alto. Tenía que sacar de su bolsillo para pagar el transporte porque, como cada vez iba menos gente, el Club Andino Boliviano no tenía presupuesto para costear esos gastos extras. 

Samuel no dejaba de lamentarse por todo lo que estaba pasando y algunos visitantes compartían su tristeza. Le decían… 

[Samuel]: «Qué pena, sí, nuestra montaña se está quedando sin nieve. Creo que se va a empeorar», decían otros. Otros decían: «no va a volver a nevar». 

[Lisette]: Pero también se encontraba con visitantes que no parecían darle  importancia a lo que estaba pasando. 

[Samuel]: Casi no, no tomaban mucho en cuenta porque como ellos viven en la ciudad y tienen todo, agua, todo tienen. Casi no sentían.

[Lisette]: Había otros que decían que seguro iba a nevar y todo iba a volver a ser como antes. Y Samuel, que en el fondo quería agarrarse de cualquier   esperanza, pensaba… 

[Samuel]: Ojalá también puede mejorar, decía. Pero teníamos esa fe de que, que va a nevar, pero después ha empeorado nomás, ha empeorado. 

[Lisette]: Porque lo que estaba pasando con el glaciar formaba parte de un proceso climático de décadas y que no ha parado hasta ahora. 

Las primeras señales de que el glaciar de Chacaltaya estaba disminuyendo fueron notadas en los años 40s por un grupo de científicos. 

Diez años antes, los mismos esquiadores que crearon la estación y la visitaban con frecuencia, tenían intereses científicos e instalaron una estación meteorológica y un observatorio del clima en la cumbre de la montaña.  Ahí, de manera constante, se estudiaba la caída de la nieve y el deslizamiento del glaciar. Además, investigaban cambios en el clima de La Paz, a 28 kilómetros de distancia del Chacaltaya. 

Ya en 1945, con pocos años de estudios, desde el observatorio se pudo notar una disminución de casi un metro del glaciar y un gran número de avalanchas. Luego pasó lo que ya dijimos cuando llegó El Niño en los 70s, en los 80s y a finales de los 90s, derritiendo aún más el glaciar.   

Para los años 90, en la época en que El Niño estaba afectando más a Bolivia, expertos en glaciología comenzaron a analizar y medir los cambios del glaciar. Utilizaron años de información recopilada en el observatorio del clima y por científicos que visitaban la montaña como registros del balance de la masa, mediciones topográficas, y reconstrucciones fotogramétricas… Es decir, usaron fotos aéreas tomadas en 1940, 1963 y 1983 por el Servicio Nacional de Aerofotogrametría y el Instituto Geográfico Militar de Bolivia para ver los cambios durante esos años. 

Comparando la foto de 1940 con la de 1963, por ejemplo, se veía que el glaciar se había reducido. No era un cambio que alertó a los científicos, pues les parecía una recesión moderada. Pero al comparar esas mismas imágenes con las de los años 80, cuando el fenómeno del Niño ya se estaba intensificando, vieron que había disminuído un 58%, y de forma acelerada. 

La rapidez del derretimiento que estaba ante los ojos de Samuel en los 90 había sido una continuación de ese proceso. Y cuando, en el 2000, el grosor del hielo se redujo a menos de 15 metros, fue que los científicos del Instituto de Hidráulica e Hidrología de la Universidad Mayor de San Andrés pronosticaron una fatalidad: que el glaciar iba a desaparecer por completo en 15 años. Es decir, en el 2015. 

El cálculo llegó a los oídos del Club Andino Boliviano y de Samuel. 

[Samuel]: Y yo pensaba igual que ellos también, como decía el científico que va a desaparecer, seguramente desaparecerá. Yo me sentía ese momento triste.

[Lisette]: En 2007, cuando los mismos miembros del Club se dieron cuenta de que no iba a haber marcha atrás, intentaron encontrar soluciones. Querían hacer una pista con nieve artificial en la parte de abajo de la montaña llevando máquinas para fabricar nieve. Para lograrlo, se necesitaban dos cañones —uno de aire comprimido y otro de agua a presión— que debían proyectarse a una cierta altura y a una determinada temperatura… Y solo podían prenderse de noche para que el calor del sol no interfiriera con la cantidad de nieve que se producía. Antes de instalar toda la infraestructura, Samuel recuerda que se hizo un pequeño ensayo. Agarraron un poco de agua y con unas pequeñas máquinas que habían conseguido en el Club, lograron hacer nieve. 

Pero había varios problemas. Crear nieve artificial era un proyecto no solo ambicioso, sino muy costoso y, además, necesitaba muchísima agua. Aquí Samuel.    

[Samuel]: Es muy difícil traer agua de abajo. Como no está lloviendo, no está nevando. ¿Con qué hago, hacerlo funcionar? Por eso ese proyecto se quedó así nomás. 

[Lisette]: Además, los científicos que fueron consultados sobre el tema, advirtieron que no era factible hacer algo así en un glaciar tropical como Chacaltaya. 

Ese tipo de glaciares responden a variables climáticas como la humedad, la nubosidad, el tipo de precipitación. Crear nieve artificial solo resolvía una de esas variables: la cantidad de lluvia. Las otras que producían el deshielo seguirían ahí. Además, traer agua de otros lados implicaba trasladar bacterias que eran de una zona diferente, afectando a la naturaleza del lugar.

Cuando se desechó esta idea, también se pensó en crear una pista de esquí con una lona artificial. Pero instalar una de 300 metros cuadrados, habría costado unos 500 mil dólares en ese momento… Así que esa propuesta también se quedó estancada. 

Ante el inminente deshielo y la falta de visitantes, los que manejaban el restaurante que estaba en el refugio también empezaron a irse. Se llevaron los muebles que tenían y todos los implementos de cocina. En 2009, el Club Andino Boliviano también se fue y cambió su sede a otro lugar. Se dejó de hacer mantenimiento a las instalaciones, simplemente ya no había ingresos para mantener el refugio con vida. El glaciar estaba muriendo y con él lo que alguna vez fue la pista de esquí más alta del mundo. 

Aún así Samuel seguía ahí. No perdía la esperanza. Estaba decidido a no dejar la montaña. 

[Samuel]: Siempre pedía yo cada que esté así nublándose para que caiga nieve.

[Lisette]: Y sí, la nieve volvía, pero solo por periodos cortos. Caía y rápidamente se derretía. No había condiciones para que se volviera a cubrir la cumbre con hielo. 

Y así, en 2009, el glaciar de Chacaltaya desapareció. Seis años antes de lo que habían pronosticado los científicos en el 2001. Y aunque se sabía cuáles eran las condiciones climáticas que habían contribuido al deshielo, en ese momento no se sabía a ciencia cierta por qué había desaparecido tan rápidamente. 

[Isabel Moreno]: Bueno, lo que ya podemos decir con certeza es que la contaminación urbana llega hasta Chacaltaya.

[Lisette]: Ella es Isabel Moreno, científica boliviana que ha estudiado la geología de los glaciares. Desde hace 10 años, desde el observatorio de la Universidad Mayor de San Andrés en Chacaltaya, investiga el cambio climático, los aerosoles y los gases en Bolivia. 

Con el trabajo que ella y un extenso grupo de científicos de la Universidad ha realizado, han podido determinar que hay efectos directos e indirectos en los glaciares que son producidos por la contaminación del aire. 

Y antes de entrar en la explicación que me dio Isabel, quiero primero explicar qué compone el aire que llega a la montaña. 

[Isabel]: Entonces estas partículas se llaman aerosoles y son pequeñitas, menos de 1/5 del diámetro de un cabello. Chiquitísimas. Así que estas partículas existen en la naturaleza por emisiones del polvo, volcánicas, emisiones de los hongos… 

[Lisette]: Estas partículas existen para que alrededor de ellas se condense el vapor del agua que está en el aire y se formen nubes. 

[Isabel]: Y de ahí, pues, pasan muchas cosas. Estas gotitas se pueden encontrar o se pueden ir a una zona de aire frío y congelarse y caer en forma de nieve. Así que se necesita esto para generar precipitación. 

[Lisette]: Pero en el aire también están las partículas que generan el humo industrial o los vehículos de las ciudades. 

Y esto nos lleva al primer efecto indirecto que tiene la calidad del aire en el deshielo. Porque la mezcla de estos dos tipos de partículas —las de la naturaleza y las industriales— hace que se multipliquen los núcleos de condensación en el aire. 

[Isabel]: Entonces el vapor de agua que está disponible en la atmósfera, que es el mismo, se reparte en todos estos, pero haciendo gotitas todavía más chiquitas. Y puede ser que estas gotitas, de ser tan chiquitas, ya no se encuentren y coagulen y crezcan, ¿no?, y formen una gota grande, gorda, negra, que cae, ¿no? Como la parte baja de las nubes oscuras, ¿no? Necesitas gotas grandes. Como son muchas chiquitas, ya son como, digamos, ligeritas. Entonces el viento se las lleva, se lleva la nube, se lleva la humedad, pero ya no llega a precipitar.  

[Lisette]: No llueve y tampoco neva. Y, como ya dijimos antes, la nieve es necesaria para cubrir el glaciar y protegerlo de la radiación solar. 

El segundo efecto indirecto tiene que ver con cómo estas partículas sucias calientan lo que está a su alrededor y crean un efecto de isla de calor… Un fenómeno causado por la actividad humana que incrementa la temperatura de las ciudades. 

[Isabel]: En los glaciares que están más cerca de las ciudades en todos los Andes puedes tener este efecto, ¿no? Al tener todas estas partículas sucias, se calienta el aire que está alrededor del glaciar y esto genera un calentamiento local, ¿no? Como cuando uno está vestido con una chaqueta negra y se pone al sol, pues calienta, uno se calienta y lo propio las partículas se calientan y alrededor todo lo que está en ellas, el aire que está alrededor de ellas se calienta y eso puede, pues, derretir la nieve que esté alrededor. 

[Lisette]: Y luego está el tercer efecto que es más directo y, de la misma manera, tiene que ver con estas partículas de la contaminación urbana. Además de calentar el aire alrededor del glaciar, también se posan sobre la nieve y la ensucian. 

[Isabel]: Van sedimentando y quedan encima de la nieve. Si son partículas que absorben la luz, que absorben la radiación, el glaciar se va a calentar y pues se va a derretir. 

[Lisette]: Es un efecto que han podido observar también con los archivos de otros glaciares de montañas cercanas al Chacaltaya como, por ejemplo, el icónico Illimani. 

[Isabel]: Y se observa también esto, ¿no? Como que el hielo está cada vez más sucio. En los últimos decenios, con el aumento del tráfico vehicular, el crecimiento urbano se ve eso muchísimo.

[Lisette]: A estos tres efectos que tiene el aire en el deshielo del glaciar se le suman lo que ya explicamos antes. Toda la parte glaciológica: el efecto de borde, la necesidad de la nieve fresca en ciertas épocas del año, el efecto del fenómeno de El Niño y, especialmente, el aumento general de la temperatura del planeta.

Y hay un último factor que Isabel me dijo que se debe tomar en cuenta al hablar de los glaciares: la Amazonía porque su conexión los hace existir a ambos.

[Isabel]: Los Andes existen porque existe la Amazonía también la nieve que le llega a, a Los Andes centrales, a Bolivia, Perú viene de la Amazonía. Es aire del Océano Atlántico que se ha transportado a través del bosque amazónico hasta los Andes y esa es la nieve que tenemos. Entonces si es que no hay un cambio tampoco en las prácticas amazónicas, en la deforestación o las quemas terribles que, que existen todos los años, ahí también están amenazados los glaciares. 

[Lisette]: Y, por lo tanto, también se pierde mucho a nivel ecosistema. 

[Isabel]: Por ejemplo, se pierde una fuente de agua en época seca para alimentar los bofedales, las turberas de la montaña. 

[Lisette]: Que son un tipo de humedal que acumula superficialmente agua.

[Isabel]: Y estas turberas tienen muchas funciones. Son como una esponja gigante que permite que el agua que llueve entre hasta la napa freática que se recarga en las aguas subterráneas que utilizan muchas personas.

[Lisette]: Las napas o capas freáticas se encuentra a una leve profundidad del nivel del suelo. Y, como dice Isabel, estas napas que acumulan agua subterránea son las que alimentan a las personas de agua dulce a través de pozos, por ejemplo. Y las turberas que alimentan la napa freática… 

[Isabel]: También sostienen el pastoreo, por ejemplo de llamas, de alpacas, de ovejas. Y cuando ya no puedes mantener vivo este ecosistema, ya no puedes mantener pastoreo, ya no puedes tener sustento para las comunidades que viven allá.

[Lisette]: Entonces la gente que vive en esas comunidades comienza a migrar a la ciudad. Y a su vez, las ciudades también se ven afectadas porque sin las aguas del deshielo glacial, se pone en riesgo el abastecimiento de agua potable y la energía hidroeléctrica en ciudades grandes como El Alto y La Paz. 

Aunque en teoría los glaciares se podrían reemplazar de forma indirecta con represas de agua para abastecer a las ciudades, los glaciares son una reserva de agua importantísima en todo el mundo. Su retroceso significa que hay menos agua para abastecer los ríos y lagos, poniéndolos en riesgo de secarse. Y si bien no hay un río que corre directamente desde el Chacaltaya hacia las ciudades, sí hay ríos emblemáticos de la ciudad de La Paz que nacen cerca del Chacaltaya y se van alimentando en el camino. 

Y, finalmente, cuando un glaciar se derrite puede causar daños a comunidades cercanas. 

[Isabel]: Pueden generarse estos lagos. Y si hay alguna comunidad aguas abajo, puede estar en riesgo de que estos lagos que se forman por el derretimiento glaciar en la en la punta, en el borde del glaciar, desborden y generen daños a la población que está allá abajo. 

[Lisette]: No pasó con el Chacaltaya, pero sí en otra parte de Bolivia, en 2009, cuando una laguna glaciar en la región de Apolobamba se desbordó y destruyó caminos, mató ganados, arrasó cultivos y dejó aislada a la población de Keara durante meses. 

[Isabel]: Entonces es como una cadena de desastres que pueden ocurrir. Entonces está muy seco todo. Cuando llueve no penetra el agua, sólo se escurre y hay escasez de agua. Entonces es como un ciclo perverso que se puede generar. 

[Lisette]: Esto crea todo un proceso de adaptación a una realidad sin glaciares. Y mientras algunas personas ven oportunidades en ello, como la explotación de la piedra que está debajo de los glaciares, bien sea para minería o para utilizarla para construcción, otras sufren otro tipo de consecuencias. Isabel me dijo que hay algo más que pasa cuando desaparece un glaciar. Algo intangible. 

[Isabel]: Es un dolor colectivo. Es un luto. Que cuesta mucho porque cambia todo tu contexto. Las personas que están más cerca o que tienen vista, digamos, desde su ventana a un glaciar, cuando lo ven desaparecer o cuando ya lo ven morir no, no, no te puedes sentir bien. No, no puedes ignorarlo. Entonces te genera algo por dentro que puede ser muy fuerte o angustiante.

[Lisette]: Así mismo, angustiante, es como lo siente Samuel. 

[Samuel]:  Sin nieve ya es una pena. Es como para llorar. Es como un lugar abandonado. Así se ve hasta de lejos.

[Lisette]: Cuando el glaciar desapareció por completo en 2009, la estación de esquí cerró oficialmente. La casa del motor y la casa donde se reunían todos los esquiadores se quedaron en la cumbre, rodeadas de tierra y piedras. El Club Andino Boliviano sigue siendo el propietario del terreno, pero ya no es la sede oficial. 

Samuel me dijo que consideró irse de la montaña y dedicarse a otra cosa. Pero en ese entonces estaba llegando a sus 50 años y no creía que sería fácil conseguir otro trabajo. Le faltaban solo unos 8 años para jubilarse, y ya no se quedaba tanto tiempo ahí arriba sino que bajaba con más frecuencia a su casa en El Alto. Así que llegó a un acuerdo con el Club Andino Boliviano para no perder sus aportes a la seguridad social. Gracias a eso, ahora Samuel forma parte del directorio del club como secretario de obras y transportes. Un título honorario de cierta manera porque no recibe ningún tipo de remuneración por ello. 

En 2018, por la falta de agua dejó de vivir en la montaña por completo. 

Ya han pasado 14 años desde que el glaciar y lo que le daba vida a la montaña desapareció. Y, aún así, Samuel no ha dejado de subir y cuidar el refugio fantasma.

[Samuel]: Yo estoy subiendo por amor al Chacaltaya. Como he vivido también ahí entonces por eso también estoy subiendo para ver la cabaña.

[Lisette]: Sube unas tres veces a la semana. A veces lo hace caminando por la carretera desde la base del Chacaltaya. Otras veces pide aventones a los autos que pasan por ahí o a los mismos mineros. Lo suele acompañar su hermano mayor, Adolfo, que en los últimos años de funcionamiento de la estación de esquí también trabajó ahí con Samuel. 

Ahora los dos se dedican a recibir a los pocos turistas que suben al Chacaltaya y les cobran una entrada de 15 bolivianos, unos dos dólares americanos. Pero claro, las visitas no son nada de lo que eran antes. 

[Samuel]: La gente va ahora para ver la vista, para ver cómo se sienten físicamente en la altura. Se quedan por lo menos, dos horitas nomás. 

[Lisette]: Lo que antes era un viaje especial solo para visitar Chacaltaya, ahora se ha convertido en nada más que un lugar para ver de paso. Pero ahí está Samuel, listo para ofrecerles un té de coca o sándwiches y contarles anécdotas de cómo era el glaciar antes. A veces les muestra fotos de los esquiadores que tienen enmarcadas y colgadas en las paredes. 

El dinero que él y su hermano recolectan cobrando la entrada no es mucho. Pero les sirve para reunir suficiente dinero para reparar las constantes goteras, comprar materiales como calaminas para el techo, y arreglar las ventanas que a veces son destrozadas por los fuertes vientos. Samuel también ha llevado algunos muebles como mesas y sillas para que el refugio se vea en mejores condiciones. 

Es un trabajo duro que con el tiempo le ha pasado factura. De tanta caminata montaña arriba ahora, a sus 63 años, se lesionó la rodilla. Es algo que le preocupa, sobre todo, a su esposa. 

[Samuel]: Ya no me quería mandar porque ha visto el sacrificio que yo hago. Caminando, subiendo, bajando. “Entonces ya no tienes que ir», me decía. Pero yo por lo que amo a la montaña, yo decía “no, tengo que seguir yendo porque ¿si no voy, quién va a ir a ver ahí arriba?”, el decía. 

[Lisette]: Siente que no puede abandonar esa montaña que, de cierta manera, lo vio crecer. Donde aprendió a esquiar. Donde pasó tantos años con su padre trabajando y el lugar donde lo vio vivo por última vez. 

[Samuel]: Significa para mí un lugar donde tú puedes sentirte mucho mejor, ¿no? Con mucha fuerza, con mucha energía. Como mi hogar y una fuente de energía, eso me significa.  

[Lisette]: Samuel se alimenta de la montaña, y la montaña se alimenta de él. Porque si no fuera porque la sigue cuidando, estaría aún más abandonada. 

A veces tiene pequeños momentos de dicha cuando ve que cae un poco de nieve alguna que otra mañana. Pero cuando horas más tarde se derrite, otra vez se siente triste. Y a pesar de todo, Samuel sigue guardando cierta esperanza de que la montaña pueda volver a ser lo que alguna vez fue. 

[Samuel]:  Si hay una esperanza es que puede volver a nevar. Pero no será muy pronto, pero algún día volverá a nevar. Y tal vez yo ya no la voy a ver. Pero ojalá tengamos nieve. 

[Lisette]: Pero que para que regrese la nieve al Chacaltaya y a tantos otros glaciares que han desaparecido en el mundo, no solo queda esperar. Toca actuar. Y cada vez tenemos menos tiempo. 

[Daniel]: Lisette Arévalo es productora senior de Radio Ambulante y vive en Quito, Ecuador. Esta historia fue editada por Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y por mí. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Ana Tuirán, con música de Ana.

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN

Lisette Arévalo


EDICIÓN
Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y Daniel Alarcón


VERIFICACIÓN DE DATOS
Bruno Scelza


DISEÑO DE SONIDO 
Andrés Azpiri y Ana Tuirán


MÚSICA
Ana Tuirán


ILUSTRACIÓN
Alejandra Arboleda Tilano


PAÍS
Bolivia


TEMPORADA 13
Episodio 6


PUBLICADO EL
10/24/2023

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