El muerto que no muere | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. 

El sábado 11 de septiembre del 2021, la médica Daniela Ramos llegó temprano a su trabajo en la morgue del Callao, en Perú. 

Se suponía que iba a ser un día normal para ella: tenía que resolver unos temas administrativos y otras cosas. Se sentó a desayunar con sus compañeros de laboratorio. Tomaban café, con tranquilidad, conversando. 

[Daniela Ramos]: Y una de las compañeras dice: Oye, se murió Abimael.

[Daniel]: Abimael. Tal vez ese nombre no signifique mucho para aquellos que no son peruanos. Pero para los que somos, es un nombre que ni siquiera necesita apellido. Abimael: ese único nombre nos regresa a los 80 y los 90, una de las épocas más oscuras de la historia del país.

(SOUNDBITE DE ARCHIVO)

[Periodista]: Se cometieron dos atentados con explosivos al hotel de turistas y al histórico local de la prefectura… 

[Periodista]: Hay tres heridos, se ha producido la explosión de un coche bomba. Ha afectado a por lo menos cinco automóviles a la redonda, las casas están también destruidas… 

[Periodista]: Son las 12… 12 del día y 42 minutos, hay terroristas que están tirando balas desde diferentes lugares…   

 [Daniel]: Abimael Guzmán. Fundador y líder máximo del grupo terrorista Sendero Luminoso.

[Daniel]: Perú no es un país que se caracterice por el consenso. Más bien, es lo opuesto: un lugar cuyas divisiones son históricas, estructurales… divisiones que previenen e interrumpen la institucionalidad una y otra vez, desde hace décadas.

Pero con Abimael Guzmán es diferente. La mayoría de peruanos lo considera un genocida. Muchos quisieran olvidar la guerra homicida que inició en los 80, como quien se olvida de una pesadilla. Para millones que sufrieron, de una u otra manera las consecuencias de esa violencia, y para decenas de miles cuyos seres queridos fueron asesinados o desaparecidos, Guzmán es tal vez la figura más repudiable de la historia de mi país. Aquellos que lo veían como un dios, que seguían su causa y aplicaban sus métodos, los que aún intentan justificarlo, siempre han sido una minoría. 

Daniela Ramos, que tiene 43 años, es de las personas que recuerda bien la época del conflicto. Como cuando cortaban la luz y el agua por atentados de Sendero Luminoso en su distrito, Chaclacayo, en la sierra de Lima.

Daniela también recuerda cómo, a los 10 años, fue testigo del asesinato de un parlamentario, Eriberto Arroyo, mientras dejaba a sus hijos en el colegio. O tampoco se olvida de su mamá, enterrando en el jardín libros relacionados al socialismo, por miedo a que los militares la identificaran con Sendero, que reclutaba gente en la universidad a la que asistía.

 Y se acuerda del sentimiento generalizado que produjo la captura de Guzmán el 12 de septiembre de 1992: 

[Daniela Ramos]: Como todas las personas, alivio, Posiblemente un deseo oculto de que lo finiquitaran, ¿no?, que creo que era normal en esa época.

[Daniel]: Desde 1993 hasta su muerte, Abimael Guzmán estuvo encerrado en la Base Naval del Callao, en una celda, aislado de los otros cabecillas terroristas que se encontraban ahí cumpliendo su condena. Aislado de todo. 

Entonces, cuando le dijeron que Guzmán había muerto, Daniela sintió que por fin se había hecho algún tipo de justicia, aunque no le dio mucha importancia. 

[Daniela]:  Dije ¿ah, sí? Ah, ¡qué bien!  

[Daniel]: Daniela siguió tomando su café hasta que al rato llegó un compañero. Le dijo que habían llamado para hacer un levantamiento de un cuerpo, pero que él estaba ocupado. Sin pensarlo mucho, ella le contestó que bueno. Como ya estaba allí y no tenía mucho más que hacer, podía atender el cuerpo sin problema. Daniela siguió el procedimiento de rutina. Llamó a la Fiscalía para confirmar que había que levantar un cadáver. 

[Daniela]: Y me dicen “si, doctorita, va a ser en la Base Naval”. Pero en ese momento no terminaba de entender que si de verdad Abimael se había muerto, se había muerto en la Base Naval y eso era mi territorio. Entonces ahí recién mi cerebro piensa: “No, ¿Base Naval?, aguanta… ¿qué? 

[Daniel]: Sería la encargada de hacer el levantamiento del cuerpo de la persona más odiada de todo el Perú. Lo que no sospechaba era que no solo tendría que lidiar con la reacción de una familia, sino con la de todo un país. 

Una pausa y volvemos.

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. El periodista Ricardo León nos cuenta la historia. 

Aquí, Ricardo. 

[Ricardo León]: Daniela se fue al levantamiento del cuerpo en la base naval del Callao.  Intrigada, inquieta. 

[Daniela]: Tal vez no consciente de lo que se venía.

[Ricardo]: Daniela tiene que atender bastantes casos judiciales todas las semanas. Muchos involucran homicidios, pero nunca había atendido ningún levantamiento en la Base Naval del Callao. Lo primero fuera de lo normal fue llegar al cuerpo mismo. Entrar a la base no fue fácil. 

[Daniela]: Creo que me demoré entre lo que me avisaron que había levantamiento y lograr entrar a la habitación unas tres horas… mínimo.

[Ricardo]: Había muchos puntos de control con estricta seguridad. Además, tenían que entrar a la celda por grupos debido a las medidas sanitarias por la pandemia. Primero entraron los peritos de la escena, después los peritos biólogos… Ella, la médica legista, fue la última en entrar. 

[Daniela]: Cuando llego es una habitación pequeña, sin ventanas. Una habitación que sería, pues, de unos 4 metros cuadrados, tal vez, posiblemente un poquito más pequeña. Que no tenía nada en el interior, solamente la cama clínica, porque el señor está en una cama clínica, de esas de hospitales. Tenía un par de sillas de plástico, de esas de jardín, y encima de las sillas de plástico habían bolsas de plástico con sus cosas. 

[Ricardo]: No había nada más en la celda. 

[Daniela]: Ni repisas ni libros, absolutamente nada. 

[Ricardo]: Y en la cama estaba el cuerpo de Guzmán. 

[Daniela]: Un cadáver de alguien decrépito, muy envejecido, al que era bastante difícil reconocer.

[Ricardo]: Para muchos peruanos, la última imagen que tenían de Guzmán era del día en que las autoridades lo exhibieron en 1992. En ese momento, un hombre de 57 años, encerrado en una jaula, vestido con un traje a rayas, casi como la caricatura de un preso. Y gritando con el puño en alto. Contestatario, furioso.  

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Abimael Guzmán]: Unos piensan que es una gran derrota. Lo sueñan. Les decimos: Sigan soñando. Es simplemente un recodo, nada más. 

[Ricardo]: En cierta forma, todavía era intimidante. El monstruo de una nación. 

Abimael Guzmán nació en Arequipa, al sur deL Perú. Se graduó en Filosofía con una tesis sobre Kant, muy alejada de toda la ideología que desarrolló en Sendero Luminoso. Enseñó en universidades de diferentes partes del país hasta que llegó a la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho, un departamento pobre, en su mayoría de origen indígena, donde el rencor contra la clase dominante rica, mestiza y limeña era latente. 

Sendero Luminoso era una organización radical, entre muchas de la época. Todas se creían los herederos auténticos del Partido Comunista del Perú, pero el grupo de Guzmán se distinguió por ser el más violento. El llamado a la guerra popular fue, de hecho, uno de sus objetivos centrales. 

En 1980, después de 12 años de gobierno militar, mientras el resto del país celebraba el retorno de la democracia, Sendero quemó urnas de votación en un pueblo ayacuchano, iniciando una guerra homicida que terminaría con la vida de casi 70 mil personas. Más de 30 mil de esas muertes se atribuyen a Sendero Luminoso, el resto a las entidades del Estado. 

Abimael movilizaba a sus seguidores con una visión de un Perú maoísta. Sus ideas y su retórica llevaron a personas a cometer atentados, a asesinar y torturar. Había poemas y canciones sobre Guzmán. Había murales con su rostro, como si fuera alguna especie de líder supremo, no muy diferente a la iconografía de Mao, en China. En algunos se veía su retrato sobre los Andes, brillante e iluminando a la tierra debajo de él.  

Pero, a pesar de estas representaciones, era una figura oscura. A excepción de un círculo de confianza, durante mucho tiempo ni sus seguidores sabían cómo se veía en carne y hueso. Vivía en la clandestinidad, yendo de un lugar secreto a otro. Era prácticamente una figura mística, inaccesible, y esto reforzaba la idea de que era invencible. 

Una vez frente al cuerpo, lo primero que Daniela tenía que hacer era confirmar que se trataba de Abimael Guzmán, y que estaba muerto. Ella solo había visto imágenes de su captura, pero ahora lo tenía enfrente, silencioso e inmóvil. Sin vida. 

[Daniela]: Después de observarlo un rato sí coincidían sus rasgos faciales, ¿no? Y me sorprendió la soledad en la que estaba, ¿no? Es un lugar en el que yo tranquilamente me hubiera enloquecido. 

[Ricardo]: Daniela observaba a los militares curiosos que entraban y salían del lugar, esperando a ver qué se hacía con el enemigo público número uno del Perú.   

[Daniela]:  La verdad es que todos están un poco entusiasmados. Poder ver a Abimael muerto era como una cuestión de justicia social, creo yo.

[Ricardo]: Por orden de la fiscalía, el cuerpo fue llevado a la morgue del Callao. Daniela también se fue para allá para recibirlo. 

Como era una persona que había muerto en una prisión, no se le podía hacer una necropsia común y corriente. Con el cadáver de Guzmán aplicaron el Protocolo de Minnesota, un manual muy detallado que debe cumplirse ante potenciales asesinatos. 

[Daniela]: Se hace exhaustivos cortes, casi milimétricos, para verificar que no hayan hematomas escondidos entre los músculos. Confirmar y comprobar que nadie lo agredió.

[Ricardo]: Ya en la morgue, Daniela se encontró con otros especialistas. 

[Daniela]:  Una parafernalia de personal: especialistas, radiólogos, peritos de… de criminalística, los dactiloscópicos, ADN, biología forense, X. Todo lo que te puedas imaginar. Y también médicos legistas especialistas. 

[Ricardo]: Empezó la necropsia. Iban analizando cada parte del cuerpo con un cuidado minucioso. No estaba en buenas condiciones. Estamos hablando de un tipo de 86 años que había estado encerrado un tercio de ellos.

[Daniela]: Tenía cierta insuficiencia renal, insuficiencia hepática, un estómago totalmente desgastado, posiblemente por las medicinas, y por el estrés, que bien merecido se lo tenía, además. 

[Ricardo]: No mucho después de que empezó la necropsia, con la noticia ya circulando por todas partes, las afueras de la morgue se llenaron de personas. 

[Daniela]:  Ya había gente afuera gritando, haciendo barras. 

(SOUNDBITE DE ARCHIVO)

[Protestante]: ¡Queremos ver el cuerpo, queremos ver el cuerpo…! 

[Daniela]: Todos querían que saquen el cadáver a la pista y verlo para ver que era él. Había gente que le quería orinar encima. Había gente que quería colgarnos a nosotros por no dejar el cadáver de su ídolo en paz. 

[Ricardo]: Daniela y sus compañeros ya estaban acostumbrados a lidiar con los familiares de los muertos que fallecían en guerras de pandillas y ajustes de cuentas entre narcos. Pero no a esto… Estaba tensa, molesta. Especialmente por la exigencia del examen que había que hacerle. Pasaba el tiempo y el trabajo no se terminaba.   

[Daniela]: Eran como las cuatro de la mañana y yo estaba con ese señor y la historia del señor desde las nueve de la mañana. Además de que había estado parada casi todo el tiempo subiendo y bajando escaleras. Ya como que dejé en algún momento de reflexionar en la trascendencia del asunto. Ya estaba bien cansada.

[Ricardo]: Aún así, ella seguía trabajando, pensaba que terminaría e iría a su casa a descansar y eso sería el final del asunto… 

Pero Daniela quedaría atrapada en medio de la conmoción de un país que no sabía muy bien cómo sentirse al respecto de la muerte de su enemigo público número uno. 

[Daniel]: Para los héroes existen los monumentos… Pero, ¿qué hay para los villanos? ¿Qué hacemos con personas que no debemos olvidar, pero cuyos actos repudiamos? ¿Cómo lidiamos con lo peor de nuestro pasado? 

Una pausa y volvemos.

[El Hilo]: ¡Hola, Ambulantes! Soy Silvia Viñas. Si no nos hemos escuchado antes, les cuento: soy la productora ejecutiva y presentadora de El hilo, un podcast de esta misma casa, Radio Ambulante Estudios, y de VICE News. Cada semana tomamos una noticia clave en Latinoamérica y la contamos y analizamos mucho más profundamente que en esas decenas de titulares que nos abruman. 
Queremos entender nuestra región junto a ustedes con rigor, objetividad e independencia. Estrenamos cada viernes. Nos encuentran en elhilo.audio o en su app de podcast favorita.


[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. El 11 de septiembre del 2021, Abimael Guzmán, el fundador y líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, murió a los 86 años en una cárcel en la Base Naval del Callao, Perú. 

La médica legista Daniela Ramos fue la encargada de realizar la necropsia de Guzmán, de confirmar oficialmente que el cuerpo que se encontraba en la base naval del Callao era el del cabecilla terrorista. 

Al poco tiempo se hizo evidente que nadie sabía qué hacer con aquel cadáver incómodo. La ley peruana dice que solo los familiares directos de una persona que muere en prisión pueden recibir los restos. Pero desde 1992 la esposa de Guzmán, Elena Iparraguirre, está en prisión acusada de los mismos delitos que su marido. 

A pesar de haberlo tenido preso casi 30 años, nadie había determinado los pasos a seguir con el cuerpo de Guzmán cuando finalmente muriera. Es como si a las autoridades no se les hubiera ocurrido que un hombre de más de 86 años podría morir.

Esto es algo propio del periodo de la posguerra peruana. En los 90, líderes y miembros de grupos como Sendero Luminoso fueron encarcelados con  condenas de 20, 30 años. Condenas en ese entonces celebradas por casi todos los peruanos. Pero se hizo poco para procesar lo sucedido o planear la reinserción de los senderistas cuando cumplieran su condena. Y mucho menos cómo lidiar con sus muertes. Además, Abimael Guzmán no era cualquier preso, y su muerte, una muerte más.

Ricardo León nos sigue contando. 

[Ricardo]: En las noticias se empezó a discutir qué hacer con el cuerpo… Las familias de las víctimas, comentaristas y exmiembros del gobierno pedían una cosa.

(SOUNDBITE DE ARCHIVO)

[Mujer]: Estamos pidiendo a las autoridades que su cuerpo sea cremado y sus cenizas sean arrojadas al mar o sean arrojadas al tacho de basura. 

[Mujer]: No se le puede dar un entierro público ni a Abimael Guzmán ni a ninguna persona de la cúpula terrorista. Porque no se puede crear un mito, una leyenda. 

[Hombre]: Y ya está en manos del ministerio público simplemente incinerar el cuerpo y tirar las cenizas en cualquier parte menos en el mar de Grau, por favor, yo creo que no hay que contaminar el mar de Grau.

[Ricardo]: El miedo era que sepultar los restos en un cementerio pudiera convertir su tumba en un lugar de culto.

Puede sonar una exageración para algunos, pero recuerden que el país vio cómo sus seguidores lo idolatraban en el pasado. No sólo habían estado dispuestos a morir por su revolución, sino por él mismo, por su figura. 

Ya había habido otro momento en el que el Perú tuvo que confrontar precisamente este miedo: 

(SOUNDBITE DE ARCHIVO)

[Presentadora]: Un revelador video grabado por la policía muestra la manera en que Sendero Luminoso rinde culto a sus muertos en un Mausoleo levantado en el distrito de Comas. 

[Ricardo]: En el 2016, los medios sacaron un par de videos que mostraban a decenas de personas reunidas en un cementerio en medio de los cerros áridos del norte de Lima. Estaban ahí para la inauguración de un mausoleo, en el que iban a enterrar a ocho personas acusadas de ser miembros de Sendero Luminoso y que fueron asesinadas en 1986, durante los motines de diferentes cárceles de la capital peruana. Habían entregado los cuerpos hacía muy poco a sus familiares, quienes decidieron construir aquel mausoleo y reubicar los restos en lo más alto del cementerio. 

Ahora bien, no todos los que fueron asesinados a manos del Estado en la matanza de los penales del 86 eran senderistas comprobados. 

Los grupos frente al mausoleo eran diversos. Y mientras unos gritaban ¡amnistía para Guzmán! y hablaban del proletariado, otros solamente estaban rindiendo homenaje a sus seres queridos, no siendo necesariamente apologistas del terrorismo. 

Cuando le preguntaron por el mausoleo, el entonces presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, de ideología de derecha, dijo: 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[Pedro Pablo Kuczynski]: Evidentemente ha habido un error administrativo en algún lado al… al darle el permiso para construir esto. Yo creo que hay que retirar los cadáveres que estén ahí con respeto y luego el mausoleo debe desaparecer. 

[Ricardo]: Y así fue. La construcción del mausoleo fue tema de debates hasta que en el 2018, las autoridades declararon que el mausoleo era una apología al terrorismo, un delito bajo la ley peruana. Además, se había construido sin los permisos requeridos. Entonces, lo derrumbaron. Los cuerpos se exhumaron una vez más y se enterraron en otro cementerio, en nichos separados.

Volvamos a Daniela. El sábado y el domingo fueron de trabajo con el cuerpo, papeleo, asuntos burocráticos. Fueron días extenuantes y todavía no se decidía qué hacer con el cadáver. Llegó el lunes y con él, más problemas. Un político se acercó a la morgue. 

[Daniela]: Llegó muy temprano, llegó más temprano que yo. Y quería entrar y que lo deje ir a ver el cadáver. Entonces yo entré y no… no lo invité a seguir.

[Ricardo]: Era José Cueto, un oficial retirado de la Marina, que ahora es congresista de Renovación Popular, un partido de derecha cristiana. 

[Daniela]: Y él me amenazó, me dijo: “Usted sabe que soy congresista, ¿no? Que yo puedo entrar a donde yo quiera”. 

[Ricardo]: Pero Daniela conocía la ley, y le dijo…

[Daniela]: Le dije: “No, usted lo que puede hacer es pedir informes a donde quiera. Pero usted no puede entrar adonde quiera”.

[Ricardo]: Justo después del incidente, Cueto habló con los periodistas afuera de la morgue. 

(SOUNDBITE ARCHIVO)

[José Cueto]: La encargada, que es una doctora, dice que no tiene orden, que no puede dejar pasar, a pesar de que existe una ley que un congresista puede ingresar a cualquier entidad pública para verificar cualquier cosa, cualquier actividad. No quieren dejar entrar, se han cerrado, dice que no tiene orden de la fiscal… Esto solo crea suspicacias.
[Ricardo]: Esto era solo una alerta de que venía una semana difícil. Daniela estaba en una posición bastante incómoda. 

[Daniela]: Mi unidad médico legal y mis colegas y yo fuimos los últimos rehenes de ese señor. Nosotros llegamos al trabajo y no podíamos salir, nos quedábamos encerrados. Fui una guardiana involuntaria.

[Ricardo]: Y aquí me pregunto: ¿Era viable una salida humanitaria? ¿Un país puede ofrecer dignidad al mayor de sus enemigos? Y si no, ¿en qué nos convierte?

Creo que una de las personas más indicadas para responder esta pregunta es él.

[José Carlos Agüero]: José Carlos Agüero Solórzano, historiador y escritor.

[Ricardo]: José Carlos es hijo de senderistas. Su madre fue asesinada extra judicialmente y su padre murió en la matanza de los penales del 86, la misma en que fueron asesinados los que fueron enterrados en el mausoleo. Sin embargo, en el caso del papá de José Carlos, su cuerpo sigue desaparecido.

En 2015 escribió el libro Los rendidos, un ensayo que invita a repensar el modo de recordar la violencia y el conflicto armado en el Perú, tomando en cuenta el punto de vista de las familias de miembros de Sendero Luminoso. De este libro, también salió un episodio de Radio Ambulante, titulado El hijo.

Y bueno, como se podrán imaginar, el libro no fue muy bien recibido por una gran parte del público general peruano. 

[José Carlos]: El libro fue recibido como apología del terrorismo, básicamente violencia verbal.

[Ricardo]: Me pareció importante hablar con José Carlos porque es de los pocos peruanos que ha escrito desde ese lugar, desde quien hereda una historia familiar senderista. Desde ahí, José Carlos cuestiona si solo nos basta con saber lo que pasó para que no se repita y se pregunta si, más bien, el perdón es un mejor camino. Él resalta el solo acto de pedir perdón sin necesariamente esperar recibirlo a cambio. 

Mientras más pasaban los días, una de las posibilidades iba ganando terreno. Ya hemos escuchado versiones de esta idea: cremar el cuerpo y desecharlo, algunos decían al mar, otros en un lugar secreto. Esto, para José Carlos, era problemático. 

[José Carlos]: Desechar los cuerpos no es una función del Estado. Administrar los cuerpos de acuerdo a protocolos preestablecidos, esa es la función del Estado. Organizarlos de acuerdo a alguna política, además ya inventada, del tratamiento de las cosas fúnebres.

[Ricardo]: Para él, una sociedad democrática que realmente sabe lidiar con sus demonios no consideraría incinerar y esconder las cenizas de un cuerpo, no importa de quién…

[José Carlos]: Eso es, creo, muy violento. Y no es algo que deberíamos permitir que los estados asuman como atribución. Porque entonces siempre será posible que puedan asumir alguna justificación para estados excepcionales en el futuro.

[Ricardo]: O sea, si se permite que con Guzmán se haga una excepción de cómo se deben tratar los cuerpos, ¿cómo asegurarnos de que no se haga arbitrariamente en el futuro? José Carlos dice que no es función de un Estado con procedimientos y protocolos decidir cuáles cadáveres son aceptables para enterrar y cuáles no. 

Aparte de un tuit del presidente Castillo, durante los primeros días no hubo ningún pronunciamiento oficial. Pero el ministro de salud Hernando Cevallos dio unas declaraciones que enojaron a gran parte del país… 

[Hernando Cevallos]: Nadie desea el fallecimiento de nadie. Por más delitos que haya cometido, ¿no?

[Ricardo]: Muchos se indignaron con el intento de humanizar a Guzmán. Y la pregunta, ¿qué hacer con el cadáver del terrorista más odiado del Perú?, seguía sin respuesta. En la calle el debate estaba encendido, y mientras tanto, el cuerpo seguía en la morgue. 

Fue hasta el quinto día que el Congreso del Perú aprobó una ley que permite al sistema judicial cremar los cuerpos de condenados por terrorismo que mueren en prisión cumpliendo su sentencia. Esto en caso de que afecten la seguridad y el orden público. 

Ahora la pregunta era cuándo iban a incinerar el cadáver de Guzmán… 

El 23 de septiembre, o sea casi dos semanas después de la muerte de Abimael Guzmán, recibí una llamada a las cuatro de la tarde. Era una persona que trabaja en prensa del Ministerio del Interior, a quien yo no conocía. Me dijo que se iba a dar fin al asunto de los restos de Abimael Guzmán, pero no entró en detalles. Sinceramente me sentí intrigado, dudoso. Este gobierno no es precisamente transparente, como lo demuestran las más de 20 alertas de acciones contra la prensa emitidas por los dos gremios de periodistas más importantes del Perú.

 ¿Para qué querían que los periodistas viéramos lo que iba a suceder? ¿Qué mensaje intentaban dar? ¿Para qué me querían utilizar? Sin más explicaciones, me citaron en el Ministerio del Interior a las nueve de la noche, con una sola condición: que no publicáramos nada hasta que todo terminara. 

Esa noche esperé en la recepción, hasta que apareció el mismo funcionario que me había llamado en la tarde, y subimos a una camioneta. Delante de nosotros había una ambulancia y, detrás, otros vehículos oficiales con sirena. No nos dijeron a dónde íbamos. 

Primero nos trasladaron a la Dirección contra el Terrorismo, en el Centro de Lima. Otra vez esperamos en la zona de ingreso, y allí nos pidieron entregar los celulares y grabadoras. Solo me quedé con una libreta y un lápiz. 

Subimos al mismo vehículo, esta vez hacia la morgue del Callao. Una de las personas que estaba ahí conmigo era Jimena de la Quintana, corresponsal de CNN en Perú. 

[Jimena de la Quintana]: Recuerdo que el ambiente era muy desordenado, muy desorganizado y que había más gente de la que yo esperaba que hubiera en ese momento. 

[Ricardo]: Estaban dos ministros de Estado, cada uno con sus guardaespaldas, además de policías, una fiscal, los forenses y los periodistas. Fue ahí que vi por primera vez a Daniela, la médica legista. Estaba fastidiada, inquieta, quizá ella no esperaba tener tantas personas alrededor. Yo me seguía preguntando qué querían de nosotros. 

Al rato, entramos por un pasadizo largo y oscuro. 

[Jimena]: Y que tenía un olor muy fuerte. Y recuerdo que mientras caminaba sentía que el pasadizo no terminaba. Se te vienen tantas ideas por la cabeza que es que en ese momento pues como, me imagino, que pierdes un poco como la percepción del tiempo, ¿no?

[Ricardo]: Después de ese tramo interminable, nos detuvimos a la entrada de una sala amplia.

[Jimena]: Era fría. Tenía luces blancas. No parecía una sala de necropsia, parecía un garaje.

[Ricardo]: Daniela se sentía ahogada en la multitud. 

[Daniela]: La morgue no está diseñada para que hubiera tanta gente. Parece que hubiera sido una corrida de toros y todos estaban adentro.

[Ricardo]: Sacaron el cuerpo de una cámara frigorífica y fue colocado en una mesa de metal. Allí se le hicieron algunos últimos exámenes de sangre para pruebas de ADN, y se tomaron muestras de tejidos, por orden de la Fiscalía. En todo caso, no podíamos grabar videos ni audios. Solo podíamos tomar notas. Estábamos a la entrada de la sala, a unos diez metros del cuerpo. Dibujé el espacio, señalé dónde estaban ubicados los forenses, dónde estaba yo, anotaba lo que sucedía. En una de las páginas escribí: no se le ve el rostro. Jimena tampoco lo veía. 

[Jimena]: Y yo decía: ¿y cómo sé si es Abimael Guzmán? Entonces recuerdo también que le pedí a alguien que le dijeran a los médicos que estaban ahí, que levantaran el cuerpo.

Daniela dice que jamás se sintió tan observada en su vida. 

[Daniela]: El objetivo era demostrar que lo que estábamos entregando a cremar era lo que habíamos necropsiado. Y efectivamente era… era el cadáver que estaba ahí lacrado, ¿no?, y lo exhibimos para que todos pudieran constatar que era él. Fue un momento incómodo… incómodo, porque fue un espectáculo, que creo que era innecesario. Pienso que no era necesario que hubieran tantas personas. 

[Ricardo]: Aquellos funcionarios no eran jefes de Daniela, pero tenía que explicarles paso a paso cada procedimiento. Ahora no solo sentía que era rehén de ese cadáver, sino también de los ministros, y de nosotros, los periodistas.

Finalmente, levantaron el cadáver. Anoté en mi libreta: 1:10 de la mañana. Fue una escena surreal. Los forenses sentaron el cuerpo y, durante unos pocos segundos, pudimos ver la cara de Guzmán. Todos enmudecimos, había una conmoción allí. Nos quedamos inmóviles frente a nuestro mayor trauma, como si este todavía pudiera hacernos daño. Esta vez, a diferencia de aquella escena en la jaula, donde, aunque humillado, vociferaba y advertía que la guerra no se había terminado, Guzmán era solo un cuerpo. Inmóvil. Ahora sí, por fin, inofensivo. 

En la madrugada de ese día, una ambulancia trasladó los restos de Guzmán al Hospital Naval. Nosotros íbamos detrás en carros de la policía; todos los que habíamos estado en la morgue, excepto Daniela. Ella se había quedado allá ordenando papeles, firmando documentos, limpiando sus instrumentos y volviendo a la rutina, tratando de dejar todo atrás.

Una vez ahí, vimos cómo metían a Guzmán en un horno que alcanzaba los 1200 grados de temperatura, y el cuerpo se convirtió en cenizas. Eran las 3:20 de la mañana. 

Como Daniela, el Perú se ha esforzado por pasar la página. Ha tratado de olvidar o de callar, como se ha hecho en todos estos años posconflicto. Pero a medida que ha pasado el tiempo, se ha hecho claro que con el cuerpo de Abimael Guzmán no existen respuestas fáciles. 

[José Carlos]: El cuerpo de Abimael Guzmán era un cuerpo difícil de tratar. Creo que habría que empezar por asumir que la tarea no era sencilla para quien estuviera a cargo de la administración de ese problema.

[Ricardo]: Le pregunté a José Carlos si cree que se tomó la decisión correcta al  esconder los restos de Guzmán. 

[José Carlos]: El muerto nos secuestró por un rato. No estábamos maduros para resolver lo que para algunos debería haber sido realmente un asunto procedimental. Para otros, un asunto político. Para otros, un asunto cultural. Para otros, un asunto simbólico. Nadie estuvo a la altura. Algunos cayeron en la histeria. Otros cayeron en la evasión. Y el Estado cayó en la auto-atribución de su capacidad de desechar cuerpos como cosas.

[Ricardo]: Pero en cierto sentido se tomó la decisión más fácil, más popular, menos controversial. Y para un gobierno como el de Castillo, esconder el cuerpo era quizá la única opción que podían contemplar.  

Aún así, desaparecer a Abimael Guzmán del Perú requiere un esfuerzo mucho más grande que desaparecer sus cenizas.  

[Daniel]: Ricardo León es periodista y editor de El Comercio. Vive en Lima. Esta historia fue producida por Ricardo y por nuestro editor Luis Fernando Vargas. Luis Fernando vive en San José, Costa Rica.

Este episodio fue editado por Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y por mí. Bruno Scelza hizo el factchecking.  El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música original de Rémy Lozano. 

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, José Díaz, Emilia Erbetta, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Juan David Naranjo, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Ana Tuirán y Elsa Liliana Ulloa. 

Selene Mazón es nuestra pasante de producción.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante se edita en Hindenburg Pro. Si eres creador de podcast y te interesa Hindenburg Pro. Entra a hindenburg.com/radioambulante y haz una prueba gratuita de 90 días.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Ricardo León y Luis Fernando Vargas


EDICIÓN
Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y Daniel Alarcón


VERIFICACIÓN DE DATOS
Bruno Scelza


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri 


MÚSICA
Rémy Lozano


ILUSTRACIÓN
Laura Pérez


PAÍS
Perú


TEMPORADA 12
Episodio 6


PUBLICADO EL
10/25/2022

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