El ropero de mis abuelos | Transcripción

El ropero de mis abuelos | Transcripción

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[Daniel Alarcón]: Una advertencia: este episodio contiene escenas de violencia y se recomienda discreción. No es apto para niños.

Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. 

A Olinda Ruiz nunca le gustó su nombre. 

[Olinda Ruiz]: No me sentía cómoda con mi nombre desde niña. Y a veces inventaba y decía que me llamaba Olivia. Estaba escondida detrás de Oli y decía que cuando cumpla 18 me iba a cambiar el nombre.



[Daniel]: Olinda se llama así en homenaje a su abuela paterna. Fue su papá quien lo propuso. A su mamá no le gustaba mucho, pero le pareció un lindo gesto así que aceptó. Después de todo, veía a su suegra como una persona trabajadora y honrada. 

Pero las dos Olindas no eran cercanas. No solo por la distancia física. La abuela vivía en Yatytay, un pueblo a un poco más de seis horas en auto de Asunción, la capital de Paraguay, donde vivía Olinda con sus padres y sus dos hermanos. Pero esa distancia también existía porque Olinda nunca se sintió del todo cómoda con su abuela.

[Olinda]: No hablaba, solamente me miraba y me miraba sin pestañear, hasta el punto que yo tenía que bajar la mirada. Como la mirada de un interrogatorio. 

[Daniel]: La abuela de Olinda tenía la piel blanca y los ojos celestes, era imponente y reservada.

[Olinda]: Mi abuela era alemana, o sea, de padres alemanes, entonces tenía como una impronta así bastante fría y distante. 

[Daniel]: Creció dentro de una comunidad alemana que no tenía mucho contacto con el resto de los paraguayos. Eso la llevó a ser una persona cerrada.

A Olinda una de las cosas que más le incomodaban de su abuela era que miraba mal al que era diferente y que solía hacer comentarios que a Olinda le molestaban.

[Olinda]: Muy racista. Me acuerdo que me decía que me ponga mangas largas para que mi piel no se broncee y no sea morocha. Cosas así. Rara.

[Daniel]: Cuando fue creciendo, a Olinda le empezaron a decir que era parecida a su abuela porque no era muy sociable. Prefería aislarse, encerrarse a jugar sola con sus muñecas, en vez de estar con otros niños. 

[Olinda]: Entonces todo el tiempo me decían a mí como peyorativamente, cuando yo no era cariñosa, que yo me parecía a mi abuela. 

[Daniel]: Se veían solo unas dos veces al año y el trato era casi protocolar. Cuando la abuela viajaba a Asunción por algún trámite o asunto médico, se quedaba en una casa que tenía ahí y solo pasaba unos minutos por la casa de Olinda, que estaba en un barrio en las afueras de la ciudad. Llegaba en su camioneta, manejada por un chofer, y la saludaba a ella y a sus hermanos en la puerta. 

[Olinda]: Ella nunca quería entrar a la casa. Tampoco podíamos saludarle muy afectivamente porque no le gustaban los besos, entonces eran como… viste esos besos donde apenas apoyas la mejilla así como… Así nada de contacto físico ni nada. 

[Daniel]: La abuela les llevaba comida casera y chipas, unos panes pequeños de queso y harina de mandioca, típicos de la cocina paraguaya, que Olinda adoraba comer. Ese es el gesto más cariñoso que recuerda de su abuela.

Una sola vez Olinda la visitó en su casa de Yatytay. Fue hasta allá con su mamá, su papá y su hermano. Se quedaron a dormir tres noches. Aunque la abuela tenía mucho dinero y propiedades, la casa donde vivía era más bien humilde y no llamaba la atención. Quedaba enfrente de una de las cuatro estaciones de gasolina de las que era dueña.

Ahí Olinda conoció algunas de las rarezas de su abuela… como su manera de trabajar y sus particulares horarios.

[Olinda]: Ella trabajaba todas las madrugadas. Era sentarse en su escritorio y hacer sus cuentas, las cuentas de las estaciones de servicio. 

[Daniel]: O como las mascotas que vivían con ella.

[Olinda]: Tenía animales raros, tenía un sapo, tenía una gallina tuerta, blanquita.

[Daniel]: Años después Olinda descubriría que las peculiaridades de su abuela, esa incomodidad que sentía cuando estaba con ella, la misma que sentía de llevar su mismo nombre, tenían un trasfondo muy oscuro.

Una pausa y volvemos.

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. La periodista Cecilia Diwan, junto con nuestra productora Aneris Casassus, reportearon esta historia. Aquí Cecilia. 

[Cecilia Diwan]: En ese tiempo en que Olinda veía a su abuela unas pocas veces al año, tampoco veía mucho a su papá. Él pasaba unas dos semanas al mes lejos de Asunción, en el pueblo al que se habían ido a vivir los abuelos de Olinda apenas se jubilaron. 

Y es que cuando su abuelo, Julián Ruiz Paredes, murió en 1985 –unos tres años antes de que Olinda naciera– fue su papá el que se quedó como encargado de administrar el negocio familiar. Le pagaban un sueldo más bien bajo. La mamá de Olinda trabajaba de costurera por encargo y hacía cortinas y edredones. Y a pesar de que había dos ingresos, la plata no siempre alcanzaba. 

[Olinda]: Era un papá muy amoroso, pero muy ausente y el alcoholismo era un tema con el que nosotros teníamos que convivir. Entonces que él trabaje en otra ciudad era como algo bueno porque mi mamá podía mantenernos alejados de eso. Mi papá era como alguien que no sumaba. Es muy fuerte, pero pareciera como que estorbaba.

[Cecilia]: Para Olinda eran pesados los pocos días al mes que su papá estaba en Asunción con ellos y cuando la madre tomó la decisión de separarse, para Olinda fue más bien un alivio. Por esa época a ella le faltaba poco para terminar el secundario y quería ser odontóloga. Pero era una facultad cara y no se podía dar el lujo de pagarla. Si bien en ese momento en Paraguay había universidades públicas, estaban aranceladas. Es decir que había que pagar por la inscripción, por cada materia que se cursaba, y por los materiales, que en el caso de odontología, eran carísimos. Entonces, decidió ir por su segunda opción: psicología.

Arrancó a estudiar en la Universidad Nacional de Asunción. Y, en agosto de 2008, mientras Olinda cursaba el segundo año de su carrera, pasó algo extraordinario para Paraguay. 

[Soundbite de archivo]

[Hombre]: Ciudadano Fernando Lugo Méndez jura usted desempeñar con fidelidad y patriotismo el cargo de Presidente de la República.

[Fernando Lugo]: Sí, juro.

[Cecilia]: Por primera vez en 61 años asumió el poder un gobierno que no pertenecía al tradicional Partido Colorado. Fernando Lugo, un exobispo católico que lideraba una coalición de fuerzas de centroizquierda, ganó la presidencia con la promesa de llevar adelante un verdadero cambio. 

Muchos vieron el ascenso de Lugo como una oportunidad para esclarecer lo que había ocurrido durante los casi 35 años que duró la dictadura comandada por el general Alfredo Stroessner, la más larga que ha habido en Suramérica. Porque si bien la democracia había vuelto hacía casi dos décadas, se sabía muy poco sobre el accionar del régimen. La llegada del nuevo gobierno coincidió, además, con la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad, que investigó las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron en Paraguay durante el stronismo.

Fue justo en ese momento cuando un profesor de la facultad le pidió a Olinda y a sus compañeros que hicieran un trabajo práctico sobre ética y dictadura. A ella le sorprendió porque casi no había escuchado hablar del tema en su casa y tampoco en la escuela.

[Olinda]: El currículum del Ministerio de Educación tiene muy pocas modificaciones todavía de lo que era en la época de la dictadura. Entonces, la educación está diseñada para que el pueblo no cuestione.

[Cecilia]: En el colegio solo tuvo una clase de unos 40 minutos donde apenas vieron algunos nombres y fechas. Sabía que el militar Alfredo Stroessner había sido presidente de un gobierno dictatorial entre 1954 y 1989, pero no mucho más que eso. Aunque sí le llamaba la atención que, todavía, tantos años después, todos los 3 de noviembre, muchos paraguayos celebraran en las calles el aniversario del nacimiento de Stroessner lanzando fuegos artificiales. 

[Olinda]: Entonces ahí de repente yo leía en las redes, que la gente seguía festejando y que eso estaba mal. Hasta ahí, nada más. En mi casa no se habla, no se hablaba.

[Cecilia]: Para hacer el trabajo, su profesor le sugirió ir al Museo de las Memorias. Olinda no sabía donde quedaba así que buscó la dirección en internet. 

[Olinda]: Y cuando llego me doy cuenta que está en diagonal a uno de los shoppings más importantes de Asunción y que ese museo estuvo ahí siempre y que todos pasamos una y otra vez y nadie ve. 

[Cecilia]: En ese lugar, durante el stronismo, funcionó un centro de torturas conocido como La Técnica. Ella jamás lo había escuchado nombrar. En el museo se enteró de que Stroessner lideró un gobierno represivo y genocida, que contó con la participación y complicidad del Partido Colorado, el ejército y la policía. La dictadura terminó por la traición de una facción interna del gobierno y ya en democracia, y después de un largo proceso de reconstrucción, siguieron gobernando ininterrumpidamente los colorados hasta 2008.

[Olinda]: Y la persona que te hace la visita guiada me va mostrando pieza por pieza. Me acuerdo que habían todos los elementos de tortura, herrumbrados, desgastados por su uso, era así como asqueroso.

[Cecilia]: Estaba la llamada “pileta”, una bañera donde los opositores al régimen eran sumergidos maniatados, una y otra vez, en sus aguas llenas de orina y excremento para provocarles asfixia. En el salón también había una “picana”, un artefacto para electrocutar a los presos políticos. Además estaba expuesto un tejuruguai, un látigo con bolitas de plomo en los extremos que usaban los torturadores para dar azotes.  

Olinda fue siguiendo el recorrido muy atenta y conmovida. Observaba, preguntaba y tomaba apuntes en su cuaderno: 18.772 víctimas de torturas, 337 desaparecidos, 59 ejecutados.

[Olinda]: Y en cada habitación había algo, hasta que llegó a una que tenía listados de nombres pegados por la pared y el que hacía la visita guiada me explica que ese es el listado de represores torturadores que habían sido identificados por los sobrevivientes. Era un listado inmenso.

[Cecilia]: Eran unas cincos hojas que contenían la información que recopiló la Comisión de la Verdad paraguaya después de escuchar y corroborar el testimonio de las víctimas de la dictadura.

[Olinda]: Entonces yo por intuición o por no sé, como un ejercicio de buscar mi apellido, busco la R y ahí veo Julián Ruiz Paredes.  

[Cecilia]: Julián Ruiz Paredes, el abuelo de Olinda. 

[Olinda]: Me agarra un escalofrío y creo que casi una crisis de pánico, porque antes de llegar a ese listado había visto toda la estructura de cómo funcionaba, o sea fue demasiado. 

[Cecilia]: Entró en shock y sin decirle nada al guía del museo, salió corriendo.

[Olinda]: Me empezó a agarrar como una vergüenza. O sea, no quise ni preguntar porque ese era mi abuelo.

[Cecilia]: Ya afuera empezó a llorar, tomó su celular y decidió llamar a su madre, no a su padre. 

[Olinda]: Porque mi papá era muy frágil. O sea, mi papá con el alcoholismo que tenía, no era una persona a la que yo podía llamar y consultar. Con él siempre tenía que tener cuidado, entonces me parecía una persona más, cómo puedo decir, confiable mi mamá.

[Cecilia]: Cuando la madre contestó. Olinda fue directo al asunto, sin rodeos.

[Olinda]: Y le digo: “Mamá, estoy en el Museo de las Memorias y acabo de ver el nombre de mi abuelo Julián Ruiz Paredes en el listado de torturadores. ¿Es verdad?”

[Cecilia]: Ella quería que su mamá se lo negara, que le dijera que la información estaba mal.

[Olinda]: O que me diga: “Sí, pero él solamente abría y cerraba las puertas”. No sé, algo que sea más chiquitito porque era demasiado saber que era torturador.

[Cecilia]: Pero le confirmó lo que acababa de descubrir. 

[Olinda]: Y me dice: “Sí, es verdad”. Y yo le digo: “¿Cómo?” 

[Belinda Franco]: Ella me decía: “¿Por qué no me contaste?” “¿Y contarte qué? Yo no sabía los detalles”. 

[Cecilia]: Esta es Belinda Franco, la mamá. Belinda sabía muy poco. Ella no había compartido mucho con su suegro. Cuando lo conoció él ya estaba jubilado, como vivía lejos no se veían mucho, y poco tiempo después murió.

[Belinda]: La verdad que yo me casé cuando tenía 18 años y venía de una familia que nunca se hablaba de política, nunca se hablaba de nada. No sé, parece que yo vivía en un termo.

[Cecilia]: Belinda solo sabía que su suegro había sido policía, pero nunca le contaron cuál había sido su rol durante la dictadura. Y ella tampoco lo preguntó.

[Belinda]: Nunca me di cuenta de lo que él era ni la importancia que tenía ni lo que hacía.

[Cecilia]: Recién después de que su suegro murió y volvió la democracia, empezó a escuchar rumores en el barrio. Algunos vecinos le dijeron que Julián había torturado gente. Pero Belinda no les dio importancia, pensó que solo eran chismes. Es que en los 25 años que duró el matrimonio nunca había hablado del tema con su esposo. Él le había contado muy poco sobre su historia familiar y sobre su infancia. Belinda intuía que era una etapa de su vida que prefería olvidar y lo respetaba.

[Belinda]: Yo también soy de que las cosas feas hay que dejar pasar. Claro que esto no es solamente feo, ¿verdad?

[Cecilia]: Olinda, al otro lado del teléfono, le seguía insistiendo a su mamá.

[Olinda]: Y me dijo: “Es que son cosas tan feas. ¿Para qué te voy a contar? Yo tampoco sé mucho”, me dijo. “Pero, ¿para qué te voy a envenenar con cosas así? Son cosas del pasado. Eso ya quedó atrás”. 

[Cecilia]: Fue ahí donde la mamá le pidió a Olinda que no se lo contara a nadie y menos a sus hermanos. Específicamente nombró al varón.  

[Belinda]: Cuando Oli empieza a descubrir todas las cosas, yo empiezo a sentir miedo por mi otro hijo, el que se llama Julián.

[Cecilia]: Al hermano menor de Olinda también le pusieron el nombre en homenaje al abuelo. Por eso, la madre temía que su hijo le reprochara al llevar el nombre y el apellido de un torturador. 

[Belinda]: Entonces yo decía Dios mío, ¿cómo será que él va a tomar? Y tenía miedo de que también me culpen de por qué no les conté…

[Cecilia]: Olinda aceptó el pedido de su mamá, mantendría el secreto, no le diría nada a nadie sobre el pasado de su abuelo.

[Olinda]: Ahí empiezo a ver cómo funciona el silencio familiar. 

[Cecilia]: Hasta ese momento sus papás le habían contado una versión endulzada de sus abuelos. 

Sabía que su abuela había sido archivista de la policía y que su abuelo había ocupado un cargo importante en la fuerza policial. Y que, como ya dijimos, al retirarse, se instalaron en Yatytay, un pueblo rodeado de selva y tierras fértiles donde vivían apenas un puñado de habitantes. De niña había escuchado historias casi heroicas sobre ellos. Que sus abuelos habían ayudado al progreso y al desarrollo de Yatytay, que habían hecho gestiones para que hubiera luz eléctrica y agua potable, que construyeron un centro de salud y una capilla. Y también que, como expolicía, su abuelo era el encargado de poner orden. 

[Olinda]: Él era como prácticamente el que comandaba la comisaría todavía. Y no había ladrones porque si habían ladrones, él se encargaba de llevarlos a la comisaría y les hacía pagar.

[Cecilia]: No le habían mentido, pero habían escogido qué contarle. Y en el momento en que conoció otra parte de la historia, Olinda empezó a cuestionar su propia identidad.  

[Olinda]: Fue un quiebre porque ahí dejé de ser una nieta común y corriente a ser la nieta de un asesino.

[Cecilia]: Después de aquella visita al Museo, Olinda quiso investigar sobre su abuelo. Necesitaba saber más. Puso en Google…

[Olinda]: Julián Ruiz, Julián Ruiz Paredes. Julián, Julián Dictadura. Toda la combinación de palabras que podía. 

[Cecilia]: Lo primero que le apareció fue el testimonio de un médico paraguayo. Había descrito en su muro de Facebook, con mucho detalle, cómo el abuelo de Olinda lo había torturado a él y a otros. 

[Olinda]: Y le decía a mi abuelo que era un torturador bastante salvaje y empezó a narrar una historia en donde mi abuelo le dispara a alguien en el medio de los ojos y que este doctor había presenciado eso y era así como muy fuerte. Una historia tras otra, de esas.

[Cecilia]: Eso fue lo que más le impactó, claro. Pero también la sorprendió lo fácil que fue encontrar algo sobre él. 

[Olinda]: Cómo la información está ahí a la vuelta, testimonios que siempre estuvieron a un clic de Google y vos podés pasar toda tu vida sin darte cuenta. O sea, no era un secreto, era un silencio. 

[Cecilia]: Hasta encontró a su abuelo mencionado como torturador en una causa de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. 

También puso el nombre de su abuela Olinda en Google. No había visto que estuviera mencionada en el Museo, pero como había trabajado en la policía le dio curiosidad.

[Olinda]: Y de ella no hay nada. De ella no hay nada en Internet. Y lo único que tenía era el relato de mi mamá de que ella hacía trabajo de escritorio y que trabajaba en identificaciones, que era como toda la parte de pasaportes y cédulas. 

[Cecilia]: Al parecer, un trabajo exclusivamente administrativo. Así que se concentró en el abuelo. Lo siguió investigando en internet: revisó causas judiciales, perfiles en redes sociales, podcasts donde se mencionaba a su abuelo. Descubrió cosas horribles, pero sin poder compartirlas con nadie

Pero un día no aguantó más, y decidió romper la promesa de silencio que le había hecho a su mamá. Primero le contó todo a su hermana mayor, Carina. Ella la escuchó, pero le dijo a Olinda que le daba miedo que siguiera investigando, temía represalias, que les hicieran daño. No quería que se metieran en problemas.

[Olinda]: No es solo mi historia, son también de mis hermanos. Entonces, esto que me decía mi hermana me atajaba, me atajó mucho tiempo.

[Cecilia]: Se contuvo durante años. Tanto que por más de que quería, decidió no hablar con su papá y tampoco con su abuela Olinda.

[Olinda]: Yo tenía miedo, angustia y me sentía muy sola.

[Cecilia]: Sola porque su hermana no quería saber detalles y, salvo su mamá, no tenía con quien compartir lo que iba descubriendo de su abuelo. Tampoco quiso contarle a sus amigos. 

Le tomó una década atreverse a contárselo a su hermano menor, el que se llama igual que su abuelo. Quizás él la comprendería y con su apoyo se sentiría más acompañada. Este es Julián Ruiz.

[Julián Ruiz]: Me enteré de lo de mi abuelo porque me había comentado mi hermana Olinda. Fue bastante shockeante.

[Cecilia]: Él la escuchó, pero –al igual que su hermana– no le hizo muchas preguntas.  

[Julián]: La verdad que acá nosotros tenemos una política de, vamos a decir, que entre los hombres no hablamos mucho de lo que es sentimiento, ¿verdad?

[Cecilia]: Pero un tiempo después de haber hablado con Olinda, Julián la llamó y le contó que su papá le quería regalar un arma que había sido de su abuelo. 

[Julián]: Era una Winchester calibre 32 con un nivel de conservación, de exhibición, ¿verdad?, súper bien conservada. Me acuerdo perfectamente que tenía una descripción en el mango en la parte de abajo que decía “Semper in scopum” . Es una frase en latín que dice “siempre en el blanco”.

[Cecilia]: El hermano de Olinda había usado el arma muchas veces, porque cuando visitaba a su papá en Yatytay solían ir a practicar tiro en el campo, disparándole a latas. Es un rifle de largo alcance y mucha precisión, muy buscado por los coleccionistas. Pero cuando Julián supo el pasado de su abuelo, lo rechazó inventando excusas.

[Julián]: Yo, cuando él me quiso dar como adelanto de herencia, simplemente le dije que eso en su momento una vez que él ya no esté, que podía quedarse para mí sin ningún inconveniente. Me pareció a mí la forma más prudente de decirle a él que no sin tener que explicarle el porqué, verdad. 

[Cecilia]: Pero a Olinda le contó el motivo. 

[Olinda]: Y él me dijo yo rechacé porque yo no quiero heredar algo que mató a personas. 

[Cecilia]: Olinda, por primera vez en su búsqueda, se sintió acompañada.

[Olinda]: Y para mí fue un gesto hermoso que él haya rechazado, porque es también como yo, o sea nosotros somos una generación ya que no estamos a favor. Entonces para mí fue muy simbólico que él no haya aceptado eso.

[Cecilia]: Así fueron pasando los años, unos nueve desde aquella tarde donde descubrió quién había sido su abuelo. Hasta que, en 2017, Olinda aprovechó un viaje de su abuela a Asunción para visitarla en su casa. Haciéndose la distraída, se animó a preguntarle por primera vez por qué se había ido con el abuelo a vivir a un pueblo tan alejado como Yatytay, pegado a la frontera con Argentina. 

[Olinda]: Me dice: “Porque si caía el dictador nosotros íbamos a cruzar el río y teníamos un departamento en Buenos Aires”. 

[Cecilia]: Por más que quería, Olinda no se atrevió a preguntarle a su abuela de qué tenían que escapar. No tuvo el coraje para cuestionarla y enfrentarla. 

[Olinda]: Ahora me pongo a pensar y me doy cuenta de que yo era parte del silencio también. O sea esto te envuelve, te envuelve, te envuelve y yo no…  Era una conversación de algo tácito. 

[Cecilia]: Pero en esa conversación, Olinda sintió que su abuela, de alguna forma, se abrió. La escuchó decir cosas que jamás había oído de ella ni de nadie de su familia.   

[Olinda]: Me dice que mi abuelo era una persona malvada y que ella hacía años que ella quería separarse de él. Entonces justo muere. Entonces que ella ya quería separarse, pero que su muerte la alivianó.  

[Cecilia]: Olinda sintió compasión. Pensó que, tal vez, su abuela había sufrido mucho al lado de ese hombre. 

Al año siguiente su abuela enfermó y en 2019 murió. Tenía 86 años. 

[Cecilia]: Apenas terminó el funeral, el papá y dos de sus tías fueron a la casa de la abuela en Asunción. Iban a desmantelarla. 

[Olinda]: Ese mismo día porque ellos son así. Todo, todo rápido, rápido, rápido. Ya se murió. Ya vamos a limpiar todo hoy. Chau. Así son.

[Cecilia]: Olinda les dijo que necesitaba buscar unos documentos para tramitar la nacionalidad alemana y les pidió que la dejaran unirse al grupo. En realidad no era más que una excusa, lo que quería era encontrar más información sobre su abuelo. 

Una vez en la casa comenzaron a abrir cajones y alacenas, mientras contaban anécdotas y reían. Cuando llegaron al dormitorio principal, Olinda de inmediato puso su mirada en el ropero de su abuela. Era de madera maciza con dos puertas de vidrio.

[Olinda]: Era un ropero que siempre estaba llaveado, donde ella guardaba como su máxima intimidad. Y yo siempre quería saber qué había en ese ropero y ahora era abrir y ver qué había.

[Cecilia]: Lo abrieron y Olinda comenzó a revisarlo. Además de sábanas, toallas, estudios médicos, joyas y rosarios, encontró las credenciales de la policía de su abuelo y de su abuela. También estaba el uniforme de él, intacto, su sable y sus botas. Entre unas carpetas con documentos de la policía nacional descubrió el currículum de su abuelo, que estaba escrito a máquina. Enseguida lo empezó a leer. 

[Olinda]: Veo punto por punto dónde estuvo, en qué año, en qué puesto.

[Cecilia]: Era una especie de confesión de algunos de sus delitos, porque detalla matanzas en las que estuvo implicado.

[Olinda]: Y el currículum dice así: “Participé del operativo de Ligas Agrarias, en tal y tal año, y fui felicitado por mi actuar”.

[Cecilia]: Acá vale la pena hacer un paréntesis para explicar en qué consistió este operativo. Cuando Stroessner tomó el poder en 1954, un 65 por ciento de los paraguayos vivían en áreas rurales. Por eso gran parte de la oposición a la dictadura se dio en el campo, y fueron las Ligas Agrarias Cristianas las protagonistas de la resistencia. Surgieron como un intento de organización campesina, bajo el liderazgo de curas católicos. Con el tiempo se convirtieron en movimientos sociales con una propuesta económica basada en lo colectivo. Vivían en comunidades, sembraban juntos, tenían su propio plan educativo. Y buscaban hacer una reforma agraria en las ocho millones de hectáreas públicas que había en ese momento. Para que se den una idea, es casi como el tamaño de Panamá. Pero los militares tenían otros planes y las tierras terminaron irregularmente en manos de los cómplices de la dictadura. 

Como reacción a esto, muchos de los miembros de las Ligas Agrarias decidieron tomar las armas y sumarse a las guerrillas que ya existían en Paraguay como la Organización Política Militar, conocida como OPM. Era 1976 y los militares reprimieron esas zonas rurales para deshacerse de ellos. Ahí los torturaron, violaron a las mujeres y niñas, se repartieron todos sus animales y sus tierras, y los asesinaron en matanzas colectivas. 

El curriculum que encontró Olinda decía que su abuelo había participado de esas matanzas como líder de una de las brigadas. Ahí, su abuelo explicaba cómo después de cada operativo fue ascendiendo hasta llegar a ser el jefe del Departamento de Vigilancia y Delitos de la policía. Y detalla cada vez que fue felicitado por su actuación en un operativo. 

[Olinda]: Estaba así como orgulloso de las hazañas que había hecho.

[Cecilia]: Olinda tomó conciencia de lo que acababa de descubrir: datos, fechas y detalles minuciosos que ella no había encontrado en ningún documento o causa judicial. Estaban todos ahí, frente a ella. Era su propio archivo del terror familiar. 

Mientras leía intentaba disimular su asombro, para que no le quitaran los documentos. Pero su papá y sus tías estaban ocupados en desmantelar la casa y no le pusieron atención a lo que estaba mirando Olinda. 

[Olinda]: Nadie quería lo que yo estaba juntando, nadie. Y tampoco me preguntaban para qué yo juntaba. Y me parecía como que tan solo el hecho de preguntarme le iba a poner en evidencia de algo.

[Cecilia]: Cada cosa que encontraban en cajones, alacenas y roperos se la iban pasando de mano en mano hasta colocarla sobre la cama del cuarto principal. 

[Olinda]: Y era el momento donde cada uno tenía que agarrar las cosas que le iban a permitir recordarla bien.

[Cecilia]: Olinda tomó dos bolsas de plástico y empezó a guardar todo lo que tuviera que ver con la carrera policial de sus abuelos. Sintió miedo de que no la dejaran llevarse todo, por eso escondió algunas cosas debajo de su ropa. 

Cuando a Olinda ya no le quedaba espacio, comenzó a sacar fotos de todo lo que no se podía llevar.

Antes de irse de la casa, encontró en uno de los basureros unas fotos tomadas en una oficina de la policía. Se veía a un ladrón, con todo lo que había robado, y a su abuelo detrás. Parecía que él lo hubiera capturado. 

[Olinda]: Y le pregunto a mi papá: ¿Por qué tiró? Y me dijo: “Porque esas son cosas que ya no hay que recordar”. 

[Cecilia]: Su papá le explicó que las imágenes formaban parte de una sesión de fotos para el diario Fortuna, en el año 1978. Y ella le preguntó…

[Olinda]: “¿Puedo sacar?” “Sí, si querés guardar”. Pero había una intención por lo menos de mi papá, ese día, de que yo no vea.

[Cecilia]: Y es que su papá no sabía que Olinda llevaba mucho tiempo investigando a su abuelo. Cuando los cuatro terminaron de ordenar y clasificar las cosas, Olinda se despidió y se fue a su casa.

Meses después comenzó a investigar cada uno de los documentos que encontró en el ropero. Inició así una segunda etapa de su búsqueda y con ello vendrían más revelaciones.

[Daniel]: Una pausa y volvemos.

[MIDROLL]

[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Cecilia Diwan nos sigue contando. 

[Cecilia]: Olinda había puesto los documentos que había encontrado en la casa de su abuela en una valija. La guardó en su propio ropero y por unos cuantos meses no la abrió…

[Olinda]: Tenían una energía rara. Estaban muy cargados. Tuve toda una etapa de insomnio, de pesadillas. Y estaba todo sobre mis hombros. Y fue denso.

[Cecilia]: Llegó un momento en que sintió que debía entender qué era cada papelito y cada credencial. Pensó que, quizás, eso la podría ayudar a sacarse el peso que sentía encima. Entonces decidió sacar todo de la valija y pegó en una de las paredes de su casa las fotos, los documentos, los recortes, el currículum y las credenciales. Hasta colgó una radiografía del tórax de su abuelo en el riel de lámparas que iluminaban la sala. Comenzó a unir y vincular. Fue armando una especie de mapa de evidencias, como el de las películas de detectives.  

Pero le faltaba información que intuía que solo su papá sabía y fue ahí que por fin Olinda tomó coraje y decidió encararlo. Habían pasado doce años desde que había empezado a investigar a su abuelo, y siete meses desde la muerte de su abuela, y nunca se había atrevido a hablar con él sobre este tema. 

Era marzo de 2020 y Paraguay acababa de entrar en una estricta cuarentena por la pandemia. Entonces comenzó a charlar con él por WhatsApp. Arrancó enviándole una foto del carnet de policía de su abuelo que encontró en el ropero y le pidió contexto. Su papá le iba respondiendo, poco a poco. Olinda cada vez quería más detalles. También le preguntó a su padre por los testimonios que había encontrado en internet y en las causas judiciales que decían que su abuelo había sido un torturador. Pero, al principio, él lo negó.  

[Olinda]: Con mucho esfuerzo quería seguir cubriéndolo, a mi abuelo. Decía: “Sí pero eran otros tiempos” y yo le decía “Sí, pero abuelo mató personas”. “No, él no hizo eso. Esa era otra época. En la otra época había que ser rígido, había que ser duro. Y tu abuelo era implacable”. 

[Cecilia]: Durante los primeros meses de intercambio, Olinda le reprochaba a su papá el haberle ocultado una parte de la historia de su abuelo. Pero después de un tiempo comenzó a trabajar el tema con su psicólogo, un especialista en derechos humanos chileno, con el que se veía de manera virtual. Entre sesión y sesión, se dio cuenta de que su papá no había querido más que protegerla. Y entendió que se sentía agradecida con él por haberla mantenido al margen de los crímenes de su abuelo durante su infancia. Y así se lo dijo. 

[Olinda]: Porque parece que, toda su vida, hizo un esfuerzo para que yo no me entere. O sea, como su proyecto de vida, que yo y mis hermanos no nos enteremos. Entonces que yo le diga gracias fue para él impresionante, le liberó. 

[Cecilia]: A partir de ahí el papá cambió, se abrió y reconoció que el abuelo de Olinda había sido un represor. Entonces empezó a contarle a ella cosas que nunca le había dicho a nadie. Y ya no fue necesario que Olinda le siguiera haciendo preguntas o le mandara fotos. Se acordaba de algo y él solo le enviaba un mensaje. Le dijo, por ejemplo, que de niño su padre lo solía llevar al Departamento de Investigaciones, y que para llegar al escritorio debía pasar antes por los calabozos y la sala de torturas.  

[Olinda]: Él me dijo: Yo vi, yo vi la bañera que se usaba para la tortura. Yo olí el olor a excremento. Yo escuchaba los gritos y yo me iba lo más rápido que podía y salía de ahí corriendo. 

[Cecilia]: Olinda se enteró de que su abuelo solía golpear a su papá salvajemente y que una vez casi perdió un ojo. 

[Olinda]: Cuando se portaba mal, o hacía algo malo, los castigos eran llevarle al calabozo unos cuantos días. 

[Cecilia]: Cuando era adolescente, lo dejaba encerrado en una celda junto a los presos políticos. Y a sus tías, su abuelo las encerraba en los calabozos junto a presas para que hicieran de espías y consiguieran información.  

[Olinda]: Ni Edgar Allan Poe se habrá imaginado una historia tan de terror como la familia de mis abuelos. Eran espeluznantes. 

[Cecilia]: Conocer ese pasado, hizo que Olinda viera a su padre de otra forma. 

[Olinda]: Cambió totalmente, ahí tuvo sentido todo, o sea, ahí me di cuenta de que mi papá no haya repetido, ya era todo lo que yo le podía pedir. 

[Cecilia]: Pudo entender por qué tenía esa personalidad y darse cuenta qué fue lo que lo llevó al alcoholismo.

[Olinda]: Fue muy difícil entender por qué él era así. No tenía sentido. Recién cuando yo empiezo a armar las piezas de esto, ahí tiene sentido él. Es como también reparador para adentro, para nosotros.

[Cecilia]: Olinda le contaba lo que se iba enterando a su mamá, que la contenía y la escuchaba sin entrometerse demasiado, aunque también estaba impactada. Esta es Belinda de nuevo.

[Belinda]: Y realmente fue muy fuerte enterarnos de que… de que nosotros estábamos con ese tipo de personas y que somos parte también de esa familia, ¿verdad? 

[Cecilia]: La mamá por momentos sentía culpa por no haberse dado cuenta del pasado de su familia política. Por, tal vez, no haber indagado más, pero, por otro lado, creía que su ingenuidad fue lo que la mantuvo a salvo.

[Belinda]: Y que yo estuve tan cerca, ¿verdad? Estuve tan cerca de ellos. Y no… No me di cuenta. Y por otro lado, digo: “Qué bueno que no me di cuenta” porque por eso pude sobrevivir, ¿verdad?

[Cecilia]: Para Belinda, además, fue importante conocer el pasado de su exmarido. 

[Belinda]: Y ahora entendemos muchas cosas de por qué nuestro matrimonio no funcionó, ¿verdad? Él tenía muchas heridas que yo no entendí.  

[Cecilia]: Después de meses y meses de charlas por whatsapp con su papá, Olinda sintió que ya no había más cuentas pendientes entre ellos. Recuerda un día puntual en el que le dijo a su psicólogo…

[Olinda]: Le hice todas las preguntas que quería a mi papá. Todas. Me respondió todo. Ya no tengo más preguntas que hacerle.  

[Cecilia]: A las pocas semanas recibió una llamada de su hermano Julián.

[Olinda]: Me dijo: “A papá le dio un infarto y falleció”. Parece que soltó, liberó, habló y se murió. 

[Cecilia]: A Olinda la afectó mucho la muerte de su papá, y a pesar de que le había contado muchas cosas, igual sintió que debía terminar de armar el rompecabezas de su familia. Así, llegó hasta un lugar al que todavía no se había atrevido a ir en todos estos años: el Archivo Nacional del Terror. 

Ahí hay unos 300 metros lineales de documentación oficial que incluye la dictadura paraguaya. Son documentos muy valiosos porque demuestran, entre otras cosas, la existencia del Plan Cóndor. Fue un operativo de cooperación de las dictaduras que gobernaron Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay durante los setenta y ochenta y que contó con el apoyo de Estados Unidos. Fue ese sistema el que le permitió a los militares de esos países cruzar sin problemas las fronteras para perseguir, secuestrar y asesinar a sus opositores.

En 1992 el abogado paraguayo Martín Almada -con la ayuda de un juez- descubrió en una comisaría los documentos que los militares habían acumulado sobre el Plan Cóndor, incluso descubrió el acta fundacional del operativo represivo regional.

Almada aceptó participar de este episodio pero problemas de salud prolongados se lo impidieron. Este es él en una entrevista que le hice en 2013 en Radio Nacional de Argentina.

[Soundbite de archivo]

[Martín Almada]: El Plan Cóndor era, primero, de intercambio de información, segundo intercambio de prisioneros. En cualquier lugar ellos se arrogaban el derecho de ir a detener, torturar y matar.

[Cecilia]: Martín Almada fue una de las tantas víctimas del Plan Cóndor, torturado en su país no solo por policías paraguayos sino también por militares chilenos y argentinos…

[Martin]: Y quiénes fueron las víctimas fueron, en primer lugar más de 50% dirigentes sindicales, estudiantes, periodistas, profesores. La clase pensante de América Latina más de 100 mil víctimas en la región.

[Cecilia]: Y fue ahí, entre todos los documentos del Archivo del Terror que encontró Almada, donde Olinda vio algo que no había visto antes: el nombre de su abuela.

[Olinda]: Hasta ese momento yo le consideraba mi abuela como “pobrecita, esposa de un torturador”, pero no.

[Cecilia]: Olinda sabía que su abuela había trabajado dentro del departamento de identificaciones de la policía, y que su función era hacer pasaportes y cédulas. Eso fue lo que le contó su familia. Pero encontró más…

[Olinda]: Llegué hasta el que en el 76 cambia del Departamento de Identificaciones al Departamento de Investigaciones.

[Cecilia]: El Departamento de Investigaciones de la policía nacional funcionaba en un edificio antiguo amarillo de dos pisos, ubicado en Asunción. Era uno de los destinos a donde llevaban a los presos políticos y fue el principal centro de tortura de la dictadura. Olinda sabía que su abuelo había trabajado ahí. Pero en los Archivos del Terror encontró que su abuela también ocupó un puesto en ese edificio. 

[Rogelio Goiburú]: Su oficina estaba pegada a la oficina de Pastor Coronel. 

[Cecilia]: Él es Rogelio Goiburú, director de Memoria Histórica y Reparación del Ministerio de Justicia de Paraguay. 

[Rogelio Goiburú]: Y Pastor Coronel. Era el máximo responsable de todas las vejaciones a los Derechos Humanos. Era el máximo torturador y asesino del régimen stronista.

Y su mano derecha, su secretaria, era la abuela de Oli. 

[Cecilia]: Rogelio formó parte de la Comisión de la Verdad y es hijo de Agustín Goiburú, un médico que fue secuestrado y desaparecido en 1977. 

Según lo que pudo reconstruir Rogelio, a través de testimonios que obtuvo de expolicías y militares, la abuela de Olinda era una de las personas de mayor confianza de Pastor Coronel que, además de asistirlo como secretaria, era la responsable de su seguridad dentro del edificio de investigaciones. 

[Rogelio]: Hasta probaba la comida antes que Pastor Coronel, para que por las dudas alguien no le meta algún veneno para que se muera. 

[Cecilia]: Como parte de su rutina, la abuela recorría la cocina para ver que estuviera todo en orden y que nadie alterara los alimentos. Esta información le dio sentido a las costumbres y rutinas que Olinda había observado de su abuela. Como la obsesión que tenía por cocinar ella misma casi todos los alimentos que consumía. 

[Olinda]: Tenía recetas extrañas. Ella hacía su propio queso, su propia manteca. Y estaba en su cocina por horas, dormía la siesta siempre. Después se despertaba, estaba un rato más y a la noche trabajaba y eso era rarísimo.

Ahora entiendo que ese era el horario donde ellos trabajaban. Ellos trabajaban de madrugada, de madrugada se hacían las torturas, yo pienso que esa es otra pista… se quedó con el hábito.

[Cecilia]: A medida que fue avanzando en su investigación, Olinda descubrió más detalles que la llevaron a cambiar lo que pensaba de su abuela.

[Olinda]: O sea, que esté en un escritorio, no es torturadora, pero también es re cómplice de toda la estructura.

[Cecilia]: Pudo conocer, además, cómo ingresaron sus abuelos a la policía. Primero fue su abuela la que entró a trabajar en las fuerzas de seguridad a través de un pariente lejano de ella.

[Olinda]: Mi abuelo era guarda del colectivo que mi abuela tomaba todos los días para ir a trabajar, era el que cobraba la plata.

[Cecilia]: Viaje a viaje se enamoraron y después de un tiempo se casaron.  

[Olinda]: Mi abuela es la que le incorpora a mi abuelo a la policía. Es ella.

[Cecilia]: Y ahí, ya los dos dentro de la fuerza, fueron parte del terror.

Entre los archivos del ropero, Olinda encontró el carnet de pyrague de su abuelo, fue su primer puesto dentro de la policía. En guaraní, pyrague significa pie con pelos. Así le decían en Paraguay a los espías y delatores que, sigilosos, se infiltraban y mimetizaban entre la gente. Podía ser el peluquero, el taxista, el basurero, el que vendía café. O el guarda de un colectivo.

[Olinda]: Mi abuelo era experto en descubrir cosas. Esa era su habilidad.

[Cecilia]: En esa época, muchos eran pyragues porque querían quedar bien con el régimen para obtener algún beneficio o trabajo. Acá Rogelio otra vez:

[Rogelio]: En esa época, durante esos 35 años, todo el Paraguay estaba sembrado de pyragues.

[Cecilia]: Toda la sociedad estaba controlada. El que no era del Partido Colorado era visto como sospechoso, como enemigo.  

[Rogelio]: Desde el mismo momento de que vos le criticabas el régimen, ya eras comunista. Y como la ley 209 y 294 decía que a los comunistas había que arrestarlos, había que eliminarlos, la policía era la dueña y los militares eran los dueños de la calle y de tu vida. Ellos podían hacer lo que querían.

[Cecilia]: Con los años, el abuelo de Olinda fue ascendiendo hasta que llegó a tener un rol central en el Departamento de Investigaciones de la policía que, como ya dijimos, comandaba la represión en todo el país.

Desde ahí construyó su propia red de pyragues, que trabajaban para él y, según Olinda, lo llevaron a descubrir varias guerrillas.

[Rogelio]: Y era un feroz torturador también era el personaje a quien Pastor Coronel le mandaba a reprimir a diferentes lugares del país. Le enviaba para que además aprese a mucha gente y les traiga y se les torturara ahí en investigaciones. 

[Cecilia]: Rogelio también comprobó que los abuelos de Olinda pusieron su casa y sus terrenos en Yatytay al servicio del aparato represivo de la dictadura. 

[Rogelio]: Ahí llevaban a gente viva en camiones. Los encerraban en un cuarto en una casa que era de esta señora, que después de ahí los llevaron a un destino desconocido probablemente y los mataron y los enterraron en esos lugares.

[Cecilia]: Según Rogelio, en Yatytay hay fosas comunes, donde los represores que trabajaron bajo el mando del abuelo de Olinda enterraron a sus víctimas. 

[Rogelio]: No sé exactamente en qué coordenadas quedan, pero sé que están en las inmediaciones de Yatytay. 

[Cecilia]: Rogelio se dedica a rastrear fosas comunes como parte de su investigación para la búsqueda de los restos de personas desaparecidas. Y me dijo que en este momento tiene identificadas unas 30. Y quiere arrancar pronto con las excavaciones en Yatytay, si es que consigue financiamiento y apoyo. Porque si bien en Paraguay hay organismos públicos que buscan esclarecer qué pasó durante la dictadura siempre aparecen presiones políticas para impedir el avance hacia la verdad.

Es que el Partido Colorado, después de una interrupción de cuatro años, regresó al poder en 2013 y sigue gobernando hasta hoy. Y con esto la esperanza de esclarecer los crímenes de la dictadura volvió a postergarse. Para que se den una idea, los últimos tres mandatarios que tuvo Paraguay intentaron justificar al régimen. Incluso uno de ellos, el expresidente Mario Abdo Benítez, es hijo del ex secretario privado de Alfredo Stroessner y siempre se muestra orgulloso de su padre.

Pese a las trabas y al poco interés de los últimos gobiernos en dar a conocer qué pasó durante la dictadura, Olinda estaba lista para romper el silencio familiar y hacer visible los crímenes de su abuelo. Fue así que decidió dar un paso más: buscar a las víctimas de Julián Ruiz Paredes.

[Olinda]: Necesitaba tener esa conversación con ellos. Me parecía que mi lugar de nieta podía reparar, pero no sabía cómo. Entonces empecé a trabajar el tema del perdón porque yo quería pedirles perdón. Mucho perdón. 

[Cecilia]: Pero no sabía bien cómo hacerlo ni por dónde comenzar. 

Hacía un tiempo Olinda había descubierto por recomendación de su psicólogo a Analía Kalinek, hija de un comisario retirado de la Policía Federal Argentina condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad. En 2017, Analía cofundó Historias Desobedientes, un colectivo que agrupa a familiares de genocidas y que en poco tiempo pasó las fronteras de Argentina y empezó a tener integrantes de Brasil, Uruguay y Chile.

Olinda había visto videos en YouTube en los que Analía contaba su propia historia y relataba el costo emocional que tuvo que pagar por romper la lealtad familiar. 

Cada entrevista, cada video de Analía, a Olinda la ayudaban a construir su propio discurso. Y si bien tenía muchas ganas de conocerla y hablar con ella, estuvo casi un año sin poder escribirle. 

[Olinda]: Si le escribía, ya tenía que asumir que era nieta de genocida. Entonces era muy difícil. 

[Cecilia]: Pero un día de 2021, después de darle muchas vueltas al tema, le mandó un mensaje por Facebook . Le dijo que era paraguaya, nieta de policías durante la dictadura y que quería reunirse con ella.  

A los pocos minutos le llegó una notificación. Era Analía invitándola a unirse a una llamada por zoom ese mismo día. En la hora que duró la charla, las dos tuvieron una conexión muy especial. Esta es Analía recordando lo que sintió en esa primera conversación.

[Analía Kalinek]: Mucha ternura, mucha ternura y también mucho entendimiento acerca de lo que ella estaba atravesando, porque yo también lo pasé, ¿no?

[Cecilia]: Porque muchas de las personas que buscan romper con el silencio sienten culpa.

[Analía]: Familias aparte como las nuestras, que son fuertemente conservadoras, ultra católicas, en donde lo primero es la familia, donde tenés que honrar al padre, entonces cualquier cuestionamiento que se haga es como muy castigado y muy reprochado familiarmente y uno también se lo pregunta, se lo reprocha, se lo cuestiona. Que hace que bueno que uno tenga que hacer un esfuerzo psíquico muy alto para poder, este, desprenderse ¿no?, de todo ese legado.

[Cecilia]: Cuando habló con Analía, Olinda dimensionó lo importante que era el paso que estaba dando. Porque no solo se trataba de su historia.

[Olinda]: Me di cuenta que era tan importante para Paraguay. Era la primera familiar de todo un país que estaba posicionándose así. Entonces ahí me puse feliz, pero por otro lado me agarró un pánico.

[Cecilia]: Es que tenía miedo de tener que exponerse más de la cuenta. Pero Analía enseguida le dijo que se quedara tranquila, que el colectivo estaba para contenerla, que ella debía hacer su camino a su ritmo y que tenía tiempo para decidir si quería ser o no una figura pública.

A Analía le llamó la atención que la primera persona que se sumara a Historias Desobedientes en Paraguay fuera una nieta y no un hijo o una hija. Porque no era un descendiente directo del genocida el que se rebelaba sino que tuvo que pasar toda una generación más para que eso sucediera.

[Analía]: El nivel de opresión, como de cosa cerrada ¿no? en Paraguay, digo. Y claro, son años de dictadura que tuvieron. Digo, eso no, no fue gratis para la sociedad. 

[Cecilia]: Unos días después, Analía organizó otra charla por Zoom para que le dieran la bienvenida el resto de los familiares de represores de América latina que forman el colectivo, que son unos 150. 

Y unos meses después se sumó una segunda paraguaya. Se llama Alegría González, y es nieta y bisnieta de genocidas.

Pero querían ser más y juntas comenzaron a planificar el lanzamiento de la agrupación en su país. Se contactaron con distintos organismos y el 17 de diciembre de 2021, se inauguró oficialmente “Historias Desobedientes Paraguay”.

Analía viajó para acompañarlas y participaron en distintos eventos. Entre ellos, un recorrido por el Museo de las Memorias, donde 13 años atrás Olinda había descubierto el pasado de su abuelo en aquel listado de represores pegado en la pared. 

En el lugar las esperaban varios defensores de los derechos humanos. Entre ellos estaba Martín Almada, quien como ya dijimos descubrió el Archivo del Terror y fue torturado cuando, en 1974, fue detenido por la policía de Stroessner, acusado de ser comunista. Durante su cautiverio, lo trasladaron a distintos centros de tortura. Entre ellos, el Departamento de Investigaciones.

[Olinda]: Martín Almada, que es un sobreviviente también de la dictadura, fue torturado, estuvo preso años. Él también había sido víctima de mi abuelo. 

[Cecilia]: Por eso Olinda estaba muy nerviosa. Era la primera vez que iba a pararse frente a una víctima de su abuelo. Había fantaseado con la escena cientos de veces. Había pensado qué palabras decir, cómo moverse, hasta había imaginado una y mil reacciones posibles de las víctimas. Ahora había llegado el momento.

[Olinda]: Tenía mucho miedo, pero estaba lista. 

[Cecilia]: Martín saludó a cada uno con un apretón de manos y después los invitó a pasar a una sala donde se sentaron en círculo. Ahí les propuso hacer una especie de ritual donde todos hablaron. 

[Soundbite de archivo]

[Martín Almada]: No es el pasado el que nos divide a nosotros sino la falta de justicia. Entonces prendemos esta vela para que haya justicia… 

[Cecilia]: Cuando le tocó su turno, Olinda se identificó como la nieta de Julián Ruiz Paredes… Habló de la forma en que funcionan los silencios en Paraguay, y lo importante que es que las familias de los genocidas también ayuden a romperlos. 

Mientras hablaba, estaba atenta a cada gesto de Martín. 

[Olinda]: Y él me mira sin ninguna expresión. Y pensé que reconoció. Pensé que no sé, que no escuchó el nombre.

[Cecilia]: Estaba muy nerviosa pero igual siguió hablando. Analía estaba a su lado y le agarraba la mano para contenerla. 

Cuando terminó la ceremonia todos empezaron a recorrer las salas del museo. Casi al final del recorrido, Martín se acercó a Olinda.

[Olinda]: Y él se me acerca, con lágrimas en los ojos, y me dice: “Gracias. Hermoso fue, fue increíble”. Y nos dimos un abrazo. Y es como que no hacían falta palabras. Se sintió bien ser como una lucecita de esperanza para él. Porque tanto luchó ese señor… 

[Cecilia]: Rogelio Goiburú también estaba ahí, muy conmovido.

[Rogelio]: Va a quedar para la historia de nuestro país, porque era la primera vez recuerdo que estábamos juntos bajo un mismo techo descendientes de víctimas, de desaparecidos y descendientes de represores feroces torturadores. Toda una historia de dolor, de angustia y de terror y de sueños compartidos. 

[Cecilia]: En Paraguay no ha habido un proceso de memoria y justicia como los que sí se han dado en otros países de la región. De los 450 genocidas identificados por el informe final de la Comisión de la Verdad, solo ocho recibieron condenas firmes. La mayoría, como los abuelos de Olinda, murieron sin ser juzgados.

Por eso, que una nieta de un represor esté a disposición de las víctimas y que reconozca lo que a ellos les sucedió es una manera de reparación. 

[Olinda]: Si bien nosotros no somos los que cometimos los asesinatos, pero sí somos los responsables de mantener el silencio familiar, que no es menor para que ellos vivan y mueran impunes.  

[Cecilia]: A Olinda le llevó años desatarse de su legado. Asumir su posición tuvo un costo alto, se alejó de amigos, y hasta de un novio, porque cuestionaban su búsqueda de la verdad. Sin embargo nunca pensó en desistir. En el camino se desmoronó, pero pudo reconstruirse.

Por décadas había rechazado el nombre que heredó de su abuela. Pero después de todo este tiempo, algo en ella cambió. 

[Olinda]: Mi nombre ya es mío. Es más, ahora me gusta tener su nombre para poder darle otro sentido. 

[Cecilia]: Un nombre de alguien que no oculta la historia, sino que la hace visible. 

[Daniel]: Olinda Ruiz vive entre Asunción y Buenos Aires. Está trabajando en un documental sobre su historia. Quiere que sirva de material para difundir en las escuelas. A partir de visibilizar su caso, se han contactado con ella más víctimas de su abuelo. Todavía sigue guardando los documentos que encontró en el ropero de su abuela, pero piensa entregarlos, en un tiempo, al Archivo del Terror.

Cecilia Diwan es periodista especializada en política latinoamericana. Coprodujo esta historia con Aneris Casassus. Aneris es productora de Radio Ambulante y ambas viven en Buenos Aires.

Muchas gracias a María Stella Cáceres, directora del Museo de las Memorias de Asunción, y a Gerardo Halpern, Doctor en Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. 

Esta historia fue editada por Camila Segura y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido y la música son de Andrés Azpiri. 

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Adriana Bernal, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, Bruno Scelza, David Trujillo, Ana Tuirán, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero es la CEO. 

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

 

 

Créditos

PRODUCCIÓN
Cecilia Diwan y Aneris Casassus


EDICIÓN
Camila Segura y Daniel Alarcón


VERIFICACIÓN DE DATOS 
Desirée Yépez


DISEÑO DE SONIDO 
Andrés Azpiri


MÚSICA
Andrés Azpiri


ILUSTRACIÓN
Julia Tovar


PAÍS
Paraguay


TEMPORADA 13
Episodio 24


PUBLICADO EL
03/26/2024

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