La búsqueda – Transcripción
COMPARTIR
► Lupa es nuestra nueva app para estudiantes de nivel intermedio de español que quieren aprender con las historias de Radio Ambulante. Pruébala y encuentra más información en lupa.app.
[Daniel Alarcón]: Antes de comenzar, una advertencia. En este episodio hay escenas de violencia que pueden no ser aptas para todos nuestros oyentes. Se recomienda discreción.
Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
Hoy nos vamos a Argentina
[Mario Navarro]: Bueno mi nombre hasta los 38 años era Mario Daniel Bravo. Hoy mi identidad es Mario Daniel Navarro.
[Daniel]: Luego entenderán por qué dos apellidos diferentes.
Mario tiene 43 años. Vive en Las Rosas, una ciudad en la provincia de Santa Fe, ahí se crió. Era hijo único y vivía con sus padres: Alcides, que arreglaba bicicletas…
[Mario]: Mi papá era una persona. Muy humilde. Muy, muy trabajadora, era el alma de la fiesta, de reírse, de siempre tener muchos amigos. Extremadamente un corazón gigante.
[Daniel]: Y su mamá, Cecilia…
[Mario]: Era la fiel compañera, ama de casa. De origen de familia italiana. Una mujer muy católica, muy buena, muy buena.
Tengo solamente recuerdos… recuerdos muy lindos. Fui muy feliz en mi infancia, muy linda. De muchos… muchos amigos de barrio, de barrio de pueblo, de calles de tierra, de… de campito de fútbol. De… o sea, lo que se vive en un pueblito.
[Daniel]: Mario tiene muy buena memoria, algo que será importante para la historia de hoy. A veces hasta sorprenden los detalles que logra rescatar. Entonces, una de esas memorias es de un personaje de su infancia, un amigo de sus papás.
[Mario]: Un hombre de una… de una estatura media, era un hombre de unos bigotes muy pronunciados, cabello blanco, canoso. Bastante gordo.
[Daniel]: Iba de visita con su esposa, desde la provincia de Tucumán, a más de once horas de Las Rosas.
[Mario]: Su mujer era también de… de estatura mediana, chica. Ultra fanática religiosa, al punto de vivir todo el tiempo que yo la conocí con el rosario entrelazado en sus manos.
[Daniel]: El señor se llamaba José. Sus papás le decían Pepe, Pepe Espinosa. Para Mario era un enigma.
[Mario]: El hombre que vos nunca sabías de que trabajaba, de qué era, de cómo apareció en la familia, cómo era amigo de la familia. Y no se sabía, pero él venía.
[Daniel]: Pero lo que más se le hacía curioso a Mario era que Espinosa se interesara tanto por él.
[Mario]: Me trataba muy bien. Siempre me preguntaba cómo estaba, si estaba contento. Que me iba a llevar a Tucumán, que me iba a llevar para darme regalos de juguetes y que me iba… O sea, todas esas cosas que se le habla a un chico.
[Daniel]: Lo vio pocas veces en su vida, pero Espinosa y la esposa enviaban cartas preguntando cómo le iba. Era una relación extraña, porque no es que Mario sintiera mucha cercanía con ellos. Eran amigos de sus papás muy queridos, pero total los visitaron dos o tres veces hasta que Mario cumplió nueve o diez años, y ahí no visitaron más.
Aquí vale la pena resaltar algo. Que las visitas de los Espinosa y su extraña fijación por Mario no era lo único de la familia que le causaba curiosidad.
[Mario]: Había secretos a voces, por supuesto, ¿no? Secretos de Estado, como yo les digo.
[Daniel]: Se refiere a que desde muy niño intuyó que era adoptado, pero también intuyó que hacerles preguntas a sus papás sobre su origen no era bien recibido por ellos. Por eso prefirió buscar respuestas por su cuenta.
Pablo Amadei, periodista argentino, nos sigue contando.
[Pablo Amadei]: La partida de nacimiento de Mario dice que nació en 1977 y, como ya lo dijimos, siempre intuyó que era adoptado. No era muy difícil llegar a esa conclusión. Por un lado estaba la edad que tenían sus padres cuando llegó él.
[Mario]: Mi mamá tenía 54, 55 años y mi padre tenía 52, por ahí. Eran muy adultos ya.
[Pablo]: Pero además había una diferencia física muy evidente, sobre todo con su mamá.
[Mario]: Bueno, mi madre de ojos muy celestes, cutis muy blanco, pelo muy suave. Bueno, ahí estaba mucho la diferencia conmigo.
[Pablo]: Él en cambio es moreno, de ojos negros. No se parecía en nada a ella.
Siendo niño no vio la necesidad de averiguar sobre su pasado. Había llegado con apenas unos meses de nacido y esa era su familia, la única que había conocido. Amaba a sus papás y ellos a él.
Y a pesar de que nunca tuvo una conversación con ellos donde le dijeran explícitamente que era adoptado ni le explicaran nada de su origen, desde que era muy chico su papá le sugería cosas.
[Mario]: Era, por ejemplo que estábamos almorzando, él me iba diciendo: “Mirá, ¿algún día qué pasaría si apareciera alguien que te diga que es tu mamá?”.
[Pablo]: Cuando su papá ponía el tema Mario no sabía muy bien cómo responderle. Entonces decía simplemente que su mamá era Cecilia, y así terminaban cambiando de tema.
Quizás su papá lo hacía para tantear el terreno, saber cómo reaccionaría Mario y ver la posibilidad de contarle todo algún día. No es que le diera información ni completa ni precisa, pero para Mario ya significaba mucho. Era como un entendimiento implícito.
[Mario]: Esas fueron las cosas que me iban a mí aferrando y… y dándome la razón de que no era hijo de ellos, ¿no? Pero me decía que el día de mañana iba a charlar conmigo.
[Pablo]: Pero ese día de mañana no llegaba nunca.
[Mario]: Se dio todo una circunstancia en la vida en la cual se fue dilatando. Jamás, pero jamás tuve ningún tipo de rechazo. Inclusive nunca hubo un primo que diga: “Vos, total sos adop…”. No, jamás, porque me hubiese quedado muy grabado si alguna vez alguien me hubiera hecho algún tipo de… o desprecio o algún tipo de dejo de decir: “Bueno no, vos no sos hijo de…”. No, no, todo lo contrario.
[Pablo]: Fue un niño que siempre se sintió seguro y querido por su familia. Pero no es que se olvidara del tema tampoco. Cuando Mario entró en la adolescencia, comenzó a preguntarse más seriamente por su origen. Pero sin rencor, ni angustia. Era más bien curiosidad.
[Mario]: Ya con un raciocinio mucho más importante a cuando sos chico, por una adolescencia y porque vas investigando y vas viendo. Entonces vos ya te vas… comienza la inquietud a decir: “Ché, ¿de quién seré hijo?”, ¿no?
[Pablo]: Tenía muchas dudas. Y uno diría, pues que le pregunte a sus papás, pero nunca se atrevía. Es que sabía que ellos habían sufrido un trauma muy grande antes de que llegara él, y no quería causarles más dolor.
[Mario]: La pérdida de su hija… de su hija natural, de con seis años, de una meningitis unos cuatro meses antes de que yo llegue.
[Pablo]: Fue una muerte de la que nunca se recuperaron. A veces cuando salía el tema, la reacción de sus papás era chocante. Se acuerda de una escena con su papá en particular…
[Mario]: Y yo recuerdo hasta tener catorce años y él estar sentado a lo mejor en una sobremesa de mediodía, los tres solos, y él romper en llanto… romper en llanto, pero como nunca lo había visto nunca jamás.
[Pablo]: Muy poco se había hablado sobre esa hija, pero ese día, con esa reacción, Mario entendió de manera definitiva que era mejor no tocar ese tema y menos el de su origen.
[Mario]: Yo trasladaba que yo al preguntar eso los iba a poner en una encrucijada a ellos. Iban… iban a tener la obligación de decirme algo que a lo mejor no querían. Y… o pensar ellos de que yo iba a dejar de… de quererlos o amarlos como yo los amé y los voy a amar toda mi vida. Pero todo una… una cuestión, un juego de deducciones. Ni ellos ni yo: nunca dimos ese paso.
[Pablo]: En 1995 Mario entró a estudiar medicina en la Universidad Nacional de Rosario y su mundo se abrió. Tenía 17 años cuando ingresó, y se encontró con estudiantes de otras ciudades, con conversaciones que nunca tuvo en Las Rosas. Sobre política, más que nada. Con todo un vocabulario que nunca había escuchado.
[Mario]: Entonces empezás a escuchar gorilas, dictaduras, milicos, todas esas palabras, ¿no? Secuestros, extorsión, tortura… Y digo pará, pará, pará. Y vos decís a los 17 años me estoy preguntando esto. “‘¿Y cómo nadie…?”. No, nadie me habló. No sé, no se hablaba.
[Pablo]: Ni en su casa, ni en el colegio en Las Rosas. Pero ahora en la universidad empezó a enterarse de los detalles del golpe de Estado que hicieron los militares el 24 de marzo de 1976 y que llevó a una dictadura de siete años. Los mismos golpistas la llamaron Proceso de Reorganización Nacional y tuvieron el apoyo de grandes empresarios, medios de comunicación, una parte muy conservadora de la iglesia católica y otros países para arreglar lo que ellos consideraban que estaba mal en la Argentina. Para eso, insistieron sobre todo en que se debía combatir a los movimientos revolucionarios. Y también movimientos de izquierda, no necesariamente armados.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Jorge Videla]: Utilizaremos esa fuerza cuantas veces haga falta para asegurar la plena vigencia de la paz social.
[Pablo]: Este es Jorge Rafael Videla, el comandante del ejército que fue nombrado como presidente de facto, dando su primer discurso en televisión después del golpe…
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Jorge Videla]: Con ese objetivo combatiremos, sin tregua, a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones hasta su total aniquilamiento.
[Pablo]: Aunque ya habían existido otros gobiernos militares en el país, ninguno fue tan cruel y represor como este. Detrás de esa excusa de combatir la subversión y reorganizar el país, hubo un plan sistemático de secuestro, tortura, aniquilamiento y desaparición de quien se considerara enemigo del régimen: opositores políticos, estudiantes, activistas, sindicalistas, profesores, líderes sociales.
Con el paso de los años llegaron otros presidentes de facto, más abusos de poder, violaciones a derechos humanos y hasta una guerra perdida contra el Reino Unido. Finalmente la dictadura militar se terminó siete años después, el 10 de diciembre de 1983. A los dos años, los cabecillas del genocidio argentino fueron juzgados y condenados por varios delitos en el Juicio a la Junta Militar de 1985.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[León Arslanián]: Condenando al teniente general Jorge Rafael Videla. A la pena de reclusión perpetua, inhabilitación absoluta perpetua.
[Pablo]: Mario era un niño durante la dictadura y por lo mismo no estaba enterado de lo que estaba pasando. Pero además, en esa época los medios de comunicación eran manejados por el régimen y entre menos se metiera la gente en política, más segura podía estar. Fue después, con la llegada de la democracia y los juicios a los implicados, que se empezó a conocer lo que pasó durante esos años.
Aún no hay una cifra oficial de desapariciones. El informe Nunca Más, publicado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas en 1984, registró 8961 denuncias de desapariciones forzadas, pero estimaciones posteriores elevaron esa cifra a treinta mil personas desaparecidas en 361 centros clandestinos de detención. Aunque los jefes militares fueron condenados en un primer momento, el presidente Carlos Menem decidió indultarlos en 1990. Pero ese indulto fue declarado inconstitucional en 1998 y Videla estuvo en prisión domiciliaria desde entonces. Diez años después lo mandaron a la cárcel y ahí permaneció hasta su muerte en 2013.
De todos esos crímenes que se cometieron y de los que apenas se empezaba a enterar, hubo uno en especial que le llamó la atención a Mario.
[Mario]: ¿Pero a quiénes se llevaban? Se llevaban a todo el mundo y qué pasaba: bueno, las que estaban embarazadas, claro, se robaban los bebés.
[Pablo]: Entre los miles de desaparecidos hubo muchas mujeres embarazadas al momento de ser secuestradas. Varios de esos bebés nacieron en cautiverio, pero nunca fueron entregados a sus familiares. Por el contrario, un aparato criminal respaldado por el régimen se encargó de dárselos a familias de militares, a funcionarios y a personas particulares que querían adoptarlos. Todo de forma ilegal y con intereses económicos de por medio.
Para Mario, esa información no se trató solamente de conocer la historia de su país o de tener más conciencia política, sino que le tocó algo más personal.
[Mario]: Entonces ahí a mí se me abre una persiana y ahí comienzan las primeras dudas, a decir ¿por qué no?
[Pablo]: ¿Por qué no podía él ser uno de esos bebés? Según la información que tenía, sus papás lo adoptaron un año después del golpe de Estado. Así que empezó a atar cabos, a tratar de entender su curiosa y misteriosa niñez en Las Rosas. Se acordó sobre todo del tal Espinosa que venía de vez en cuando a visitarlos desde Tucumán. Y es que según lo que Mario sabía, Tucumán fue uno de los lugares donde más hubo represión durante la dictadura.
[Mario]: Y bueno mis papás siempre decían que conocían Tucumán, que habían ido una vez a Tucumán, y que pum, y que esto de aquí… O sea, empezás a formar una… un rompecabezas que no está bien claro, pero ya sabés dónde apuntar. Entonces empezás a decirte ¿por qué no? ¿Por qué no puedo venir de acá?
[Pablo]: Le daban ganas de averiguar más, de escarbar en el pasado, pero muy rápido dejaba de darle vueltas al asunto.
[Marino]: Te parece muy loco, te parece que no. Te parece que es algo que… que le pasa a otro. O que pasa solamente en Buenos Aires, porque es donde pasaron, que únicamente le pasaba a los hijos de guerrilleros.
[Pablo]: Y él intentaba negarse a sí mismo la posibilidad de que sus padres hubieran sido subversivos… Así desechaba la idea de investigar más.
En 1998, cuando hacía tercer año de medicina, Mario tuvo que dejar la universidad porque el dinero no le alcanzaba para vivir en Rosario. Volvió a Las Rosas con su mamá para trabajar en una empresa de maquinaria agrícola.
Por esa misma época su papá murió de una enfermedad grave que padecía desde hacía un tiempo. Eso terminó la posibilidad de tener esa conversación que habían dilatado por tantos años. Solo quedaba su mamá, pero Mario sentía que si le preguntaba directamente o incluso si apenas sugería el tema, podía llegar a enfermarla. Así que decidió no hacerlo.
[Mario]: Porque ella no era de hablar y cuando yo ya entré en duda yo me había prometido, tratar de preservar a esa mujer que te dio todo. Y yo me había prometido que ella se iba a ir de este mundo siendo mi mamá.
[Pablo]: Un tiempo después la conoció a ella.
[María Soledad Romero]: Yo me llamo María Soledad Romero y tengo 38 años. Soy comerciante. Vendo telas.
[Pablo]: Maru, como la conoce la gente, compartía amigos con Mario. Una noche, en un boliche, se vieron por primera vez.
[María]: Estuvimos bailando, nos hicimos amigos y, bueno, después con el tiempo, con los meses nos pusimos de novios.
[Pablo]: A los tres meses de la relación, Maru quedó embarazada. En el 2000, dos meses después de que naciera su hijo, se fueron a vivir juntos a la casa de la mamá de Mario. Ya Mario le había contado que él sabía que era adoptado. Y aunque Maru también sabía lo difícil que había sido para él buscar información al respecto, estaba segura de que lo que necesitaba para estar tranquilo era saber quién era su mamá biológica.
[María]: Yo creo que Mario tenía eso en la mente, ¿no? De decir: “¿Realmente me diste?”. ¿Viste? Esa pregunta de poder hacerle a la mamá de decir: “¿Me diste porque necesitabas dinero, me diste porque era un hijo extramatrimonial? ¿Por qué me diste?”. Yo creo que… que eso era lo que más a él le… le hacía ruido adentro.
[Pablo]: Pero Maru sabía también que su esposo no se atrevía a hablar con Cecilia, su mamá adoptiva, de ese tema. Ya era 2001, y Maru, que llevaba un año viviendo ahí, tenía una muy buena relación con su suegra y conversaban todo el tiempo de muchas cosas. Sentía que ya había la confianza suficiente, que sabía cuál era la mejor forma para sacarle información sin que se molestara. Esa, justamente, fue la solución.
[María]: Por eso fui yo la que intervine en preguntarle ciertas cosas porque él no… él no quería herirla de ninguna manera.
[Pablo]: Maru aprovechaba los momentos en que Mario no estaba para hablar con ella.
[María]: Las charlas eran con el mate, con el mate de la mañana, con el mate de la tarde.
[Pablo]: Con la paciencia y la perseverancia de un detective, Maru fue sacándole información poco a poco.
[María]: Y yo después iba y le contaba a Mario: “Mirá, me dijo esta otra cosa a lo mejor otro detalle por ahí”. A veces cuando a él en el tiempo le surgía algo: “¿Por qué no le preguntas tal cosa?”, me decía, “o tal otra”, ¿viste? Porque eran las preguntas que él… así que yo de a poco le iba… la iba sondeando.
[Pablo]: El relato que le contó Cecilia fue fragmentado, confuso y hasta hoy tiene muchos vacíos. No pudimos confirmarlo con ella porque murió en 2015.
Pero básicamente la historia empieza con lo que ya sabemos: ella y su esposo, Alcides, perdieron a una hija biológica que esperaron durante mucho tiempo. Eso los destrozó, y como ya no podían tener más hijos tomaron la decisión de adoptar. Pero no era tan fácil.
[María]: Habían ido a muchos lugares acá a los… a los… a los hogares de… de Rosario, de la zona, ¿viste?, como para decir… adoptar legalmente.
[Pablo]: Pero los trámites eran complejos, engorrosos. Había muchas trabas y el proceso podía tardar mucho tiempo.
No está muy clara esta parte de la historia, pero lo que se sabe es que en ese momento Cecilia y Alcides tenían una muy buena amiga, Celia Amado, que supo que querían adoptar y que se ofreció a contactar a alguien que podría ayudarlos para que el proceso fuera más fácil. Ese alguien era Espinosa.
No se sabe quién se puso en contacto directo con él, pero como fuera, Espinosa sabía de un bebé que estaba cercano a nacer y que necesitaba una familia. Según le contó Cecilia a Maru, la mamá de este bebé era muy joven, ya tenía dos hijas y trabajaba como empleada doméstica en una casa de familia. Este hijo era de un joven de esa familia.
[María]: Entonces, nada: un chico recién recibido de médico era como que no podía truncar, digamos, su… ni su carrera ni su… ni su vida con un chico extramatrimonial. Entonces por eso lo tenían que dar.
[Pablo]: Si estaban interesados, Cecilia y Alcides debían pagar un dinero y recibirían al bebé. Aceptaron.
Y acá hay un dato confuso: el acta de nacimiento de Mario dice que nació el seis de mayo de 1977, y él siempre creyó que esa fecha coincidía con el día en que lo adoptaron. Pero lo cierto es que sus padres viajaron a mediados de 1976 a San Miguel de Tucumán, donde se suponía que sería el parto.
[María]: Hasta que llegó allá no sabía si era varón o nena. Así que nada, me dijo hasta que llevó la ropita y… y pagó un parto, dijo ella. Ella me decía eso, que había pagado un parto. Y nada después lo bautizaron enseguida y lo trajeron.
[Pablo]: Celia —la amiga— y su esposo se convirtieron en los padrinos de Mario. Un año después, un médico hizo el acta de nacimiento.
[María]: Y nada, eran amigos, amigos muy, muy entrañables que imaginate que le debían la vida porque eran los que les habían conseguido un hijo. Lo tomaba así Cecilia.
[Pablo]: Con Espinosa siguieron en contacto esporádicamente. Como ya lo contamos, los visitó un par de veces en Las Rosas con su esposa, y siempre se interesaron por el bienestar de Mario hasta su adolescencia.
El siguiente paso era hablar con Celia, la madrina de Mario, para tratar de conseguir más información y seguir algún rastro.
[María]: Para el día de mañana poder ver, a ver cómo hacíamos para ir hasta Tucumán y… y buscar algo con todas las pistas, digamos, que… que teníamos.
[Pablo]: Maru la conocía. Un día, cuando estaba trabajando en su negocio, la madrina llegó a hacer alguna compra. Maru aprovechó para preguntarle directamente. Le pidió algún número de teléfono de Espinosa o alguna otra información.
[María]: Y la sorprendí obviamente porque no esperaba eso, pero actuó bien.
[Pablo]: La madrina le dijo que trataría de averiguar y unos diez días después apareció con un par de números de teléfono. Le contó que Espinosa había muerto, que hacía muchos años había perdido la comunicación con la esposa y que lo único que sabía era que tenían dos hijos.
[María]: Pero uno supuestamente estaba en otro lado, otro estaba en otro. Y me la fue dibujando de alguna manera como para que yo me quedara sin nada. Entonces era como que… de ahí tampoco sacamos algo.
[Pablo]: Les pareció que no valía la pena llamar porque los números ni siquiera existían en la guía telefónica de Tucumán. Así que la idea de viajar hasta allá se fue desvaneciendo. Era casi imposible hacer una búsqueda sin saber por dónde empezar, sin tener un dato más preciso como una dirección o un nombre. Espinosas había muchos y personas que daban a sus bebés en adopción también. De todas formas, la historia de Espinosa y el acuerdo de adopción no los convencía del todo. Faltaban piezas en ese rompecabezas.
Un día del 2011, Mario estaba viendo televisión y salió este anuncio institucional.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Juan Pablo]: Somos nietos que recuperamos nuestra identidad gracias a la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo.
[Mariana]: La dictadura nos robó de nuestras familias.
[Francisco]: Aún quedan cuatrocientos nietos que no conocen su verdadera identidad.
[Carlos]: Ni el amor con que sus familias los siguen buscando.
[Víctor]: Vos podés ser uno de ellos.
[Manuel]: A nosotros, conocer la verdad nos dio la libertad de poder elegir.
[Sabino]: Conocé tu verdad, acercate a Abuelas.
[Marcos]: Todos, te estamos esperando.
[Pablo]: Abuelas. Abuelas de Plaza de Mayo, una ONG que se fundó en 1977, en plena dictadura.
En la universidad Mario había escuchado de ellas y sabía que su creación fue paralela a la de Madres de Plaza de Mayo, un grupo de mujeres que lleva más de cuarenta años manifestándose todos los jueves frente a la casa presidencial. Sus luchas han evolucionado a lo largo de los años y hasta se dividieron en dos organizaciones, pero en un primer momento —que fue la razón por la que se crearon— todas exigían que los militares les dieran respuestas del paradero de sus hijos desaparecidos y usaban siempre un pañuelo blanco en la cabeza.
Pero recordemos que muchas mujeres desaparecidas fueron capturadas cuando estaban embarazadas o incluso con sus bebés recién nacidos. Por eso, algunas de las madres que protestaban también exigían que les dijeran dónde estaban sus nietos y empezaron a ser conocidas como Abuelas de Plaza de Mayo.
Los medios nacionales, que eran controlados por la dictadura, no cubrían lo que pasaba. Pero en 1978, mientras se jugaba el Mundial de Fútbol en Argentina, la televisión holandesa pudo grabar una de estas protestas y las denuncias que hacían estas mujeres.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Mujer]: Mi hija estaba embarazada de cinco meses cuando se la llevaron, mi nieto tiene que haber nacido en agosto del año pasado. Hasta ahora no he podido saber nada de él. Lo único que sabemos es que los chicos nacen, pero se los eh… pero se los dejan en establecimientos así, este, casas cuna con NN y no podemos encontrarnos nunca con nuestros nietos.
[Pablo]: Desde entonces, las Abuelas de Plaza de Mayo se han dedicado a buscar esos bebés que fueron dados en adopción de forma ilegal, reencontrarlos con sus familias biológicas y restituir su identidad. Es muy difícil saber cuántos son porque no hubo un registro oficial y no todas las familias los han buscado, pero según los cálculos de las Abuelas la cifra llega hasta quinientos bebés.
Al final del anuncio que Mario vio hacían un llamado: decían que si tenías dudas sobre tu identidad, te contactaras con las Abuelas. No lo pensó dos veces y entró a su página web.
Entre lo que encontró en esa página, estaba la información de mujeres desaparecidas que probablemente tuvieron a sus bebés en cautiverio. En cada perfil había una foto de la persona.
[Mario]: Y ponés en… en la computadora la imagen de un posible padre y madre, porque te buscás con la fecha en la que vos naciste, más o menos. Y te mirás al espejo si sos igual. Te vas mirando en el espejo si… si las facciones, si tenés las cejas, si tiene tu… tus ojos.
[Pablo]: Mario hacía esa búsqueda en secreto para que su mamá Cecilia no se diera cuenta. Pasaba horas frente a la pantalla de su computadora intentando encontrarse en alguno de esos rostros de tantos desaparecidos.
Su esposa, Maru, lo acompañaba.
[María]: Noches por ahí que nos quedamos en la computadora viendo a ver las posibles fechas y de… de los desaparecidos y de… de los naci… los supuestos nacimientos, ¿viste?, que podía haber sido porque si la mamá fue secuestrada en cierta etapa del embarazo la… la fecha posible de parto.
[Pablo]: Mario y Maru se imaginaban que esa supuesta mamá muy seguramente había muerto de manera horrible después de pasar por torturas, pero eso no le quitaba las ganas de que en una de esas fotos estuviera ella. Quizás lo buscaba una abuela, o un tío, o una hermana.
En abril de 2012 sufrió un accidente de tránsito muy fuerte que casi lo mata y lo obligó a pasar un buen tiempo en recuperación. Ahí tuvo que empezar un tratamiento para el trastorno de ansiedad que le quedó del trauma y los psicólogos le recomendaron seguir la búsqueda de su origen.
Mario sintió que a través de Abuelas podría, de pronto, saber quién era. Así que les envió un correo electrónico contándoles que tenía dudas de sus orígenes. Al día siguiente, Mario recibió una respuesta de Abuelas diciéndole que les enviara un resumen de todo lo que sabía. Pero para él no era fácil hacer esto tan rápido. Tenía que tomarse un tiempo para primero recuperarse del todo y luego continuar el proceso.
Un día, Mario vio otro anuncio de Abuelas en televisión. En este una mujer acompaña a su hija y a su nieta recién nacida a un chequeo médico. La doctora les empieza a hacer preguntas rutinarias: peso de la bebé al nacer, estatura, casos de enfermedades congénitas en la familia.
[Mario]: Y la abuela le dice enojada: por qué preguntas eso, qué tiene que ver.
(SOUNDBITE)
[Abuela]: Pero, ¿tiene importancia eso?
[Médica]: Sí, para el bebé es fundamental.
[Mario]: Entonces eso me llegó mucho y digo, bueno, uno siempre por lo que ama y adora a sus hijos necesitaba saber la verdad. Necesitaba saberla yo pero después tener la facultad para darle una verdad a mis hijos.
[Pablo]: Así que en 2014, cuando retomó sus actividades, Mario volvió a contactar a Abuelas y les envió la información que le habían pedido, incluyendo su acta de nacimiento. Luego llamó directamente a la sede en Rosario. Lo invitaron a tener una charla presencial para que les contara lo que sabía y lo que sospechaba.
Pero Mario no quería charlas.
[Mario]: Uy, yo estaba muy ansioso porque, ya te digo, yo quería ya un ADN. Yo me acerqué a Abuelas le digo yo quiero que vos me hagás un ADN porque entonces yo si no vengo de la dictadura yo lo descarto y busco a mi mamá por otro lado, busco mi origen por otro lado.
[Pablo]: En 1984 Abuelas de Plaza de Mayo empezó a utilizar los análisis genéticos. De esa forma se puede garantizar casi en un ciento por ciento el parentesco entre un bebé desaparecido y su familia cuando se reencuentran. En 1987, el Estado creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, que almacena las muestras de ADN de las familias que buscan a sus bebés y las de las personas que creen ser hijas de desaparecidos. Es allí donde se realizan los análisis de ADN.
Pero no era tan sencillo como Mario pensaba. No se trata simplemente de llamar y solicitar una prueba. Antes de tomar una muestra de ADN, la organización de las Abuelas debe asegurarse de que la persona corresponde al perfil de un bebé nacido en cautiverio o al de un familiar de un desaparecido.
Por eso son tan importantes estas charlas a las que invitaron a Mario. Ahí recogen toda la información necesaria para lograr reencuentros. Mario aceptó ir, pero al principio no se le hizo fácil hablar de todo esto: iba con todo un bagaje emocional.
[Mario]: Con tus dudas, con tus miedos, con tus tabúes, con las vergüenzas, con todo lo que puede incluir sentirse un ser adoptado, ¿no? Una autoexclusión me refiero, eh.
[Pablo]: Pero Abuelas no te obliga a nada.
[Mario]: Es tu identidad. Si vos querés conocerla la conocés, si no querés no la conocés pero es tu identidad.
[Pablo]: Y por eso garantizan la confidencialidad de todo el proceso a menos que la persona acceda a hacerlo público.
En total fueron unos cuatro o cinco encuentros. Al principio fue solo, luego Maru lo acompañó.
[María]: Fue una charla donde él se pudo explayar tranquilo y bien, pero la ansiedad lo mataba, la ansiedad lo comía y ellos se toman su tiempo.
[Pablo]: Para hacer las investigaciones y cruzar las historias, las fechas. Y ese tiempo no siempre es el mismo. Pueden ser meses o más.
[María]: Vos tenías que esperar a que ellos te den el ok para el análisis y todo eso. Y nada, era cuentagotas. Yo era el, digamos, el cable a tierra que lo bajaba, lo bajaba y decirle: “No, esperá”, porque es ansioso.
[Pablo]: En julio de 2015, un año después de retomar el contacto con Abuelas, murió Cecilia, su mamá. Tenía 85 años y nunca supo de la búsqueda que estaba haciendo su hijo.
Casi dos semanas después…
[Mario]: Recibo un llamado del Ministerio de… de Derechos Humanos de la Nación porque las investigaciones estaban muy avanzadas y necesitaba hacerme una prueba de sangre para compararlo con el Banco Nacional de Datos Genéticos.
[Pablo]: Tres meses después, noviembre de 2015, Mario recibió una nueva llamada de Abuelas. No le dieron muchos detalles, simplemente querían que fuera a la sede de Rosario el lunes siguiente. No entendía muy bien por qué no le podían dar la información por teléfono, pero así eran las reglas. Ese día llegó con su esposa.
[Mario]: Me hacen esperar un ratito y me dicen en la filial: “Bueno, Mario, pasá”. Paso con mi esposa y me presentan, dicen: “Ella es la psicóloga de Abuelas”, me presentan un montón de gente donde digo guau, acá pasa algo.
[Pablo]: Y finalmente le dijeron:
[Mario]: “Bueno, Mario, mirá, hoy te citamos acá porque vos hace tres meses te hiciste un ADN. Hoy te queremos decir todos nosotros que ese ADN dio positivo y encontramos a tu mamá”.
Y yo digo: “¿Cómo mi mamá? Vos especulás con que si encontrás a alguien es una abuela, un hermano, un tío, pero nunca a tu mamá”.
[Pablo]: Su mente iba muy rápido. Pensaba en su mamá adoptiva, en cómo hubiera recibido ella esa noticia. También pensaba en su mamá biológica
[Mario]: Pensé, ¿cómo será, seremos parecidos? ¿Por qué me habrá… por qué me habrá dado o dejado?
[Pablo]: Maru inmediatamente empezó a llorar.
[María]: Y fue una sorpresa. Fue una sorpresa muy grande porque no esperábamos nunca encontrar a la mamá viva. Él enseguida lo que le nació de preguntar era cómo estaba ella.
[Pablo]: Mario se llenó de ansiedad. Quería conocerla, quería verla, quería hablarle. Y luego le contaron un detalle más…
[Mario]: Lo que estaba pasando era que simultáneamente, en San Miguel de Tucumán. Le estaban diciendo que 38 años después habían encontrado a su hijo.
[Daniel]: Una pausa y volvemos.
[Marguerite Casey]: Este podcast y el siguiente mensaje son patrocinados por la Fundación Marguerite Casey, construyendo una mayor libertad para que los agentes de cambio puedan construir una economía verdaderamente representativa. La Fundación Marguerite Casey tiene la convicción de que los trabajadores y sus familias deben poder moldear nuestras instituciones, nuestra democracia y nuestra economía. Conoce más sobre la Fundación en www punto caseygrants punto o-r-g, y conéctate con la Fundación en Facebook y Twitter en arroba caseygrants. Cambiando el poder, empoderando la libertad.
[Politics Podcast]: El Politics Podcast de NPR te mete en la conversación con los mejores reporteros políticos de NPR mientras hablan de las noticias más importantes que salen de Washington y de la campaña electoral. Escucha nuevos episodios todas las tardes de lunes a viernes para mantenerte informado.
[Spanish Aquí Presents]: Este mensaje viene de Spanish Aquí Presents, un podcast de Earwolf presentado por los comediantes Carlos Santos, Raiza Licea, Oscar Montoya y Tony Rodríguez. Cada semana este podcast destaca la comedia y experiencias latinas con invitados fascinantes, discusiones sobre cultura latina e incluso algo de improvisación. Y si te estás preguntando: “¿Necesito saber español para disfrutar este podcast?” La respuesta es NO, pero quizá aprendas un poco sobre la marcha. Escucha Spanish Aquí Presents en tu aplicación de podcasts y suscríbete.
[Up First]: Mientras dormías, un montón de noticias estaban pasando alrededor del mundo. Up First es el podcast de NPR que te mantiene informado sobre los grandes acontecimientos en un corto tiempo. Comparte diez minutos de tu día con Up First, desde NPR, de lunes a viernes.
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón.
Antes de la pausa, después de 38 años, Mario por fin había encontrado una respuesta clara sobre su origen: su mamá biológica estaba viva. Era una de las sorpresas más grandes de su vida. Desde que intuyó que probablemente había sido un bebé robado por la dictadura, había descartado la posibilidad de encontrarla. Juraba que lo más seguro era que ella hubiera muerto.
Pero ahora Mario tendría a quién hacerle todas las preguntas que lo habían perseguido por años y las nuevas que le acababan de surgir.
Pablo Amadei nos sigue contando.
[Pablo]: La mamá biológica de Mario se llama Sara Navarro. Es la primera vez que cuenta su historia públicamente.
[Sara Navarro]: Tengo 63 años y vivo en San Miguel de Tucumán.
[Pablo]: Sara ha pasado toda su vida ahí. También fue criada por una familia adoptiva, sin hermanos, y trabajó desde los diez años. Tuvo una infancia y una adolescencia muy difíciles, con unos padres que eran muy duros con ella.
[Sara]: No me trataban bien y, digamos, mi mamá siempre cuando yo preguntaba algo: “Y no sé pregúntale a tu papá. Y no sé a mí me no me digas nada”. A donde él trabajaba me llevaba él porque ella no me quería tener. Él a veces se iba a tomar y yo tenía que andar con él. O si él andaba trabajando tenía que estar con él. Así era.
[Pablo]: A los quince años se casó, pero a los dieciocho su marido la abandonó. Se quedó viviendo con sus dos hijas pequeñas, una de dos años y otra recién nacida. Su madre y su padre que ya estaba enfermo y no podía caminar, también vivían con ella. Se dedicó a sostener económicamente a la familia. Por eso comenzó a trabajar de mucama en un hotel y, para ganar unos pesos más, también atendía a los clientes en el bar de ese lugar. Unas jornadas larguísimas, hasta la madrugada.
En ese momento, 1975, Argentina era gobernada por María Estela Martínez de Perón. Había una profunda crisis económica y un clima de violencia creciente. En febrero de ese mismo año, la presidenta firmó un decreto que ordenaba al ejército iniciar el llamado Operativo Independencia en Tucumán. Iban a combatir a la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo y otras agrupaciones subversivas.
Fue allí donde los militares pusieron en marcha una maquinaria de detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones de personas. Una especie de antesala a lo que luego se extendería por todo el país con el golpe militar de 1976 que derrocó al gobierno de Martínez de Perón.
Una noche de julio de 1975, cuando Sara tenía diecinueve años, después de terminar su trabajo en el bar volvía a su casa. No recuerda muy bien la hora, pero era en la madrugada, cuando aún estaba oscuro. Justo cuando iba a entrar fue interceptada por unos diez policías que iban en auto.
[Sara]: Y ahí me pidieron decir de dónde venía, documentos. Y le digo yo de que… yo venía de trabajar. Le digo dónde estaba trabajando, el nombre de mi patrón.
[Pablo]: Revisaron sus documentos y le dijeron que tenía que acompañarlos para averiguar sus antecedentes.
[Sara]: Y le decía yo si es que podía llevarme a mi bebé conmigo porque yo le daba el pecho a mi bebé, a la chiquita. Y me dice que… que no, que no era necesario porque ya después iba a venir… ellos mismos me iban a traer a la casa, pero nada más que me querían a mí.
[Pablo]: La subieron al auto a los empujones y Sara no pudo ni siquiera avisarle a su familia. Tenía un poco de miedo, sí, pero como no tenía antecedentes de nada estaba medianamente tranquila porque seguramente iba a ser algo rápido. En poco tiempo estaría en su casa.
La llevaron a una comisaría. La bajaron del auto, la entraron, pero no la interrogaron.
[Sara]: Únicamente me encerraron, me pusieron contra… mirando la pared y las manos hacia atrás y yo le dije: “¿Por qué?, si yo no.. no… no hice nada malo”. Entonces me… me dijo que me callara la boca.
[Pablo]: Como una hora después le pusieron una cobija en la cabeza que solo le dejaba ver el piso, y junto a otras personas la volvieron a subir a un auto.
[Sara]: De ahí, al rato, sentí que entró el vehículo a una parte. Yo conté tres escalones, subimos y me entraron de vuelta en otra habitación muy grande. Era como una casa antigua y cuando sonó el teléfono dijo: “Jefatura de Policía”.
[Pablo]: Ahí sí empezó el interrogatorio: ¿Qué hacía? ¿Dónde andaba? ¿A quién conocía? Sara seguía con la cobija en la cabeza y por lo que alcanzaba a escuchar calcula que eran tres personas las que le preguntaban. Les insistía que la dejaran ir como le habían prometido, que tenía dos hijas pequeñas.
[Sara]: Y ahí me empezaron a pegar… a pegarme trompadas en el estómago, a pegarme cachetadas y que diga la verdad. Y bueno, ahí yo ya empecé a llorar y ya empecé a sentir miedo. Y les dije que no sé qué… de qué es lo que me hablaban. No sabía nada, no entendía nada.
[Pablo]: Después de un rato le cambiaron la cobija de la cabeza por una venda en los ojos por la que ya ni siquiera entraba la luz. Le quitaron sus pertenencias, incluidos el cinturón y los cordones de los zapatos. La dejaron con el pantalón, una polera y un suéter.
Luego la llevaron a otro lugar que Sara ya no pudo identificar porque no veía nada y la metieron en una celda. Sola.
[Sara]: En un lugarcito que era tan pequeñito, tan chiquito que podía sentarme y pararme. Era lo único que era.
[Pablo]: Pasaban las horas y Sara intentaba descifrar el lugar en donde estaba.
[Sara]: Empecé a sentir ruidos como si fueran máquinas. Sentía gritos, sentía ladridos de perros, sentía llantos de niño.
[Pablo]: Parecía que su celda daba a la calle porque también escuchaba autos y sirenas de ambulancias.
[Sara]: Pensaba que era en un hospital, pensaba que era una escuela. Una estación de ferrocarril. Después sentía como olor a pan, un olor a pan que invadía el lugar y digo ¿panadería? Pensaba que eran casas de familia, decía yo, una casa de familia. ¿Qué es esto?
[Pablo]: Sara empezó a perder la noción del tiempo porque nunca le quitaron la venda de los ojos. No sabía si era de noche o de día ni cuánto tiempo llevaba encerrada. Sospechaba que había otras personas detenidas porque oía gritos y llantos, pero nunca habló con nadie. La comida que le daban era un mazacote que parecía ser polenta hervida.
En una ocasión la sacaron de su celda y la llevaron a otro espacio.
[Sara]: Parecía oficina porque yo palpaba todo, tocaba. Lo que hacía era estar en un sillón, parecía que era forrado de cuero. Ahí me acostaban y el primero que… que me usaba a mí parecía que era el jefe. Después pasaba otro y otro y así. Y si yo me resistía me pegaban, me hacían morder con los perros.
[Pablo]: Y después la devolvían a la celda. Ya no había interrogatorios, solo torturas y violaciones múltiples que pasaban con mucha frecuencia. Sara lo único que quería era morirse.
[Sara]: Yo después al poco tiempo ya empecé a notar de que estaba embarazada. Y yo ya decía ahora qué hago.
[Pablo]: Cuando los captores se dieron cuenta, fue como un pequeño alivio en medio de tanto horror.
[Sara]: Porque cuando ya… ya estuve embarazada ya no me pegaban mucho, ya no fui muy maltratada. Fueron menos las violaciones, menos que me maltraten los perros.
[Pablo]: Los meses pasaron. No sabe si algún médico la revisó en todo ese tiempo, solo recuerda que un día empezó a escuchar los gritos de un hombre que estaba siendo torturado muy cerca de donde estaba ella.
[Sara]: Yo escuché todo y ahí es cuando a mí se me produce el parto. Sentí que ya había roto bolsa todo eso del susto, del miedo que sentía. Y de ahí me… grité, empecé a gritar que pedí auxilio y, bueno, de ahí vinieron.
[Pablo]: La llevaron a un salón y la acostaron en un colchón donde tuvo un parto natural sin complicaciones. Todo esto con los ojos vendados.
[Sara]: Cuando nació, este, se lo llevaron. Lo único que escuché el llantito de él que se lo llevaban nada más.
[Pablo]: No supo si el bebé nació sano o enfermo, ni siquiera supo el sexo. No le dijeron absolutamente nada. Luego la limpiaron un poco y la volvieron a meter a la celda.
Sara recuerda que una vez, no sabe al cuánto tiempo exactamente, fueron hasta su celda y una voz le habló:
[Sara]: “Vas a salir”, dice, “porque vas a ir a dar un paseo”. Bueno, yo lo primero que pensé, dije bueno, estos ya me van a matar.
[Pablo]: La subieron a un auto, la acostaron boca abajo y le pisaron la espalda. Después de un rato, le volvieron a hablar.
[Sara]: Uno me dice: “Nosotros te vamos a soltar acá. Pero”, dice, “cuando vos no sientas ningún ruido de vehículo recién te vas a quitar la venda de los ojos. Y vos esto a nadie, a nadie vas a decir. ¿Sabés por qué? Porque nosotros sabemos dónde vive tu familia, te vamos a llevar a vos, ya va ser… vamos a matar a tus hijas, a tu madre y a tu padre”.
[Pablo]: Pararon el auto y la empujaron. Sara cayó y se quedó quieta, paralizada.
[Sara]: Porque pensaba que ya ahí me iban a dar un tiro, algo. Y no sé qué tiempo estuve así hasta que pude animarme, y me solté la venda y ahí vi que la venda era una gasa… como la gasas que usan en los hospitales.
[Pablo]: Sara no veía muy bien. Llevaba mucho tiempo con los ojos vendados. Pero con lo que alcanzaba a ver supo que la habían arrojado en un matorral, a la orilla de una carretera y que estaba amaneciendo.
Empezó a caminar y en ese momento vio que un auto que venía prendió las luces.
[Sara]: Y dije bueno ya me vuelven a venir a buscar. Y de ahí fue que era una ambulancia. Y esa ambulancia paró, y me preguntaban de dónde era, qué me había pasado.
[Pablo]: Era una ambulancia del Hospital Nuestra Señora del Carmen de San Miguel de Tucumán, que atiende a mujeres con enfermedades mentales.
[Sara]: Pero yo no dije nada, yo no hablaba nada, no decía nada. Estaba infectada, estaba mordida por los perros, estaba llena de granos la cabeza. Creían que yo era una enferma de ahí y me llevaron.
[Pablo]: La llevaron al hospital…
[Sara]: Me tuvieron ahí, me bañaron, me cambiaron, me curaron y ahí pude dormir en una camita que me pusieron.
[Pablo]: Era noviembre de 1976. Sara había estado secuestrada durante casi un año y medio. Nunca supo la razón por la que la liberaron, pero lo considera un milagro. No era común en esa época que soltaran a los detenidos: se calcula que durante la dictadura, los militares desaparecieron más de 650 personas solo en Tucumán.
Sara no sabe cuánto tiempo durmió. Cuando se despertó empezaron a hacerle preguntas.
[Sara]: Venía la enfermera y me decía: “Vos no sos una enferma de acá, de dónde… qué te ha pasado”. Y yo no quería hablar nada porque siempre recordaba de lo que me habían dicho, que me iban a volver y me iban a matar ya. Y que iban a matar a mis hijas.
[Pablo]: Con el paso de los días, las heridas físicas de Sara fueron sanando y se sentía un poco más segura en el hospital. Pero aun así seguía sin decir una sola palabra. Un día, el director del hospital, el doctor Corrales, la llamó a su despacho.
[Sara]: “Yo sé lo que a vos te ha pasado”, me dice. “Vos has estado detenida, ¿verdad? Has estado torturada, has estado maltratada”. Y bueno, me acuerdo bien que me largué a llorar como no lloré nunca.
[Pablo]: El doctor le recomendó que no dijera nada y le preguntó de dónde era, si tenía familia.
[Sara]: Y me pregunta si yo vivía lejos. “No”, le digo, porque yo vivía casi al frente del… del Hospicio del Carmen.
[Pablo]: Pero para ella no era fácil salir inmediatamente a buscar a su familia. Todo le daba miedo. Pensaba que era probable que apenas pusiera un pie fuera del hospital los militares la volvieran a capturar, o que incluso la estuvieran esperando en su casa.
El doctor Corrales se ofreció a ayudarla. Unos tres meses después le consiguió un trabajo con una persona conocida para que le diera comida y vivienda a cambio de limpiar su casa.
Solo el doctor sabía lo que había pasado. Para no exponerla mucho él mismo empezó a hacer averiguaciones y fue hasta donde Sara vivía antes de que la detuvieran. Preguntó por la familia, pero los vecinos le contaron que los dueños de la casa los habían desalojado por falta de pago. Su padre había muerto y como su madre tenía una artritis muy avanzada, no podía criar a sus dos hijas pequeñas, ni mucho menos trabajar. Así que decidió entregárselas a otras familias para que se hicieran cargo de ellas.
[Sara]: El doctor empieza a indagar quién me las tenía a mis hijas. Una me las tenía unas vecinas de diez cuadras de mi casa.
[Pablo]: Y la menor estaba en otra zona de San Miguel.
[Sara]: Entonces ya cuando empiezo a buscarlas tenía que tener un lugar donde tenerlas, para poder decir bueno mis hijas van a estar conmigo, pero no las voy a tener en la calle.
[Pablo]: Un conocido le regaló una casa pequeña prefabricada y la armó en un terreno que le consiguió la señora donde trabajaba. También le dieron una cama y otras cosas para la casa. Casi un año después de salir del hospital, cuando ya estaba más organizada, se llevó a sus hijas a vivir a ese lugar. Para ese momento las niñas iban a cumplir cuatro y dos años. La mayor la reconoció desde el primer momento. Con la otra tuvo que empezar un proceso para recuperar la confianza. Las familias que las tenían no vieron problema en devolvérselas.
También se reencontró con su mamá y se la llevó a vivir a esa casa. Sara le contó que se la habían llevado los militares pero sin muchos detalles, y la mamá le dijo que creyeron que los había abandonado.
[Sara]: Mi mamá no, nunca me buscó, si ella no podía. Porque ella prácticamente era una mujer que no sabía leer ni escribir y estando con dos niñas y con mi papá postrado en cama. Decía que ella tenía la esperanza que yo aparezca.
[Pablo]: Sara intentó seguir con su vida como si nada. No hablaba con nadie de lo que había pasado y mucho menos que había tenido un hijo en cautiverio. Aún seguía la dictadura y lo último que quería era volverse a cruzar con un militar.
Pero los recuerdos y el trauma no desaparecieron. Dormir era casi imposible.
[Sara]: Sentía como que… que ya van a golpear la puerta, que ya me van a volver a llevar. Vivía, honestamente le digo, empastillada. Ya me iba yo sola y pedía en el Hospicio del Carmen pastillas para vivir.
[Pablo]: Después de un tiempo de estar viviendo en la nueva casa, conoció a un hombre llamado Miguel que tenía familia cerca de ahí. Comenzaron a hablar y él se ofreció a ayudarla con el cuidado de las niñas y de su mamá. Sara necesitaba esa ayuda, pero al mismo tiempo desconfiaba de todo, era precavida y defensiva.
[Sara]: Gracias a Dios me entendió, comprendió. Pero él no… no sabía. Me decía: “Pero, ¿por qué?”. Yo le decía que si él quería estar conmigo no me haga preguntas, no me empiece a interrogar porque le decía: “Yo… yo odio que me estén interrogando”.
[Pablo]: Con el tiempo Sara empezó a confiar más en él. Terminaron saliendo y se hicieron pareja. Luego quedó embarazada y en 1982, seis años después de que la liberaran, nació su hijo. Pero el embarazo la afectó mucho por el trauma que tenía.
[Sara]: Y era muy feo, muy feo porque no podía dormir. Sentía pasos, sentía cosas que venían a mi mente. Dos veces intenté quitarme la vida.
[Pablo]: Para intentar ayudarla, Miguel la invitó a una iglesia evangélica porque tal vez ahí iba encontrar algo de tranquilidad. Sara aceptó y empezaron a ir juntos.
En esa iglesia conoció a una mujer que le contó que a la hermana del pastor, que tenía seis meses de embarazo, y al esposo los habían desaparecido los militares. Sara no dijo nada, pero oír esto lo sintió como una posibilidad de sacar su dolor. Si a esa familia le había pasado lo mismo, si había vivido el horror de la desaparición forzada, a lo mejor la entendería y guardaría su secreto. Decidió acercarse con mucha discreción a la esposa del pastor.
[Sara]: “Yo no puedo vivir así”, le digo, “yo me estoy drogando mucho”. Y me dice: “te queremos ayudar”. Y, bueno, yo le conté… yo le conté lo que me pasó.
[Pablo]:También le contó al pastor y a Miguel. Fue la primera vez en más de quince años que Sara hablaba con todos los detalles de lo que vivió. Les contó de las violaciones colectivas, del embarazo y del bebé nacido en cautiverio.
[Sara]: Entonces ellos me preguntaron: “pero qué, ¿nació o murió?”. “No”, les digo, “nació. Y yo hasta la actualidad le siento el llanto del bebé”, les digo. Yo siempre lo tenía en mi mente el llantito que se iba, se iba.
[Pablo]: La motivaron a que hablara con una psicóloga. No tenía que contarle todo de una sola vez, pero era importante que empezara un proceso terapéutico que la ayudara a tratar el trauma.
En los 90, cuando Sara ya llevaba un tiempo en terapia y la psicóloga conocía un poco mejor la historia, le presentó a una mujer y le dijo que seguramente ella podría ayudarla en su proceso: era de las Abuelas de Plaza de Mayo.
[Sara]: Muy buenita, muy buenita conmigo. No sé, tienen un… no sé cómo le puedo explicar, un carisma para hablar. Y después yo le empecé a hablarle y decirle qué es lo que tenía, qué es lo que me pasaba.
[Pablo]: Gracias a las conversaciones con esta mujer, Sara empezó a aclarar sus confusiones. Le dijo que probablemente estuvo detenida en la cárcel de Villa Urquiza, que durante la dictadura funcionó como centro clandestino de detención y torturas.
[Sara]: “¿Sabés lo que era sentir el olor a pan? Porque ahí hacían pan los presos. ¿Sabés el ruido de máquinas que vos sentías? Había una imprenta. ¿Sabés por qué sentías vos este llanto de niños? Porque ahí también los tenían detenidos a las madres con los chicos en ese tiempo”.
[Pablo]: Le sirvió mucho hablar y saber más detalles de lo que vivió.
[Sara]: Yo ya me sentía segura de que no estaba sola, ¿ves? No soy yo sola, fueron muchísimos.
[Pablo]: En esas conversaciones Sara también se enteró de las adopciones ilegales y de la labor de las Abuelas para lograr reencuentros. Pero en ese momento, a principios de los 90, no se sentía lista para buscar al bebé y como Abuelas no impone nada, respetó su decisión.
Tiempo después Sara, Miguel y los tres hijos se fueron a vivir a otra casa. Para esa época su mamá ya había muerto. Luego tuvieron otros tres hijos hombres y con el pasar de los años Sara pudo contarles a ellos el horror que vivió cuando estuvo secuestrada y lo del bebé.
En 2006 tomó la decisión de permitirle a su hijo conocer su pasado y devolverle su identidad. Se contactó con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), una entidad del Estado que se encarga de buscar a los bebés desaparecidos durante la dictadura. A partir de ahí abrieron una investigación del caso de Sara. Un año después, en 2007, el Banco Nacional de Datos Genéticos le tomó una muestra de ADN y recogieron sus datos. Aunque desde CONADI y Abuelas le insistían en la posibilidad de que esa persona quisiera conocerla, Sara no quería un reencuentro. No estaba preparada en ese momento para revivir todo el sufrimiento.
[Sara]: Verlo a él va a ser para que recuerde de nuevo y sentir el… la amargura, el dolor, el… Yo le decía no. Me decía: “Sara, ¿pero si él quiere verte a vos?”. “No, ustedes díganle que no, que no saben a dónde vivo. Por favor no le avisen”.
[Pablo]: En 2010, varios militares implicados en delitos de lesa humanidad en Tucumán fueron llevados a la justicia. Algunas de sus víctimas dieron sus declaraciones. Entre ellas estuvo Sara, que encontró a dos testigos que vieron el momento de su captura. Mientras estuvo detenida, Sara nunca supo quiénes fueron sus captores, solo recuerda algunos apellidos y apodos que escuchaba: el cabo Carrizo, el rengo Montenegro, Cogote quemado, Quetupí, Pericena, Aubert e Hidalgo.
Durante el juicio tampoco pudo ver sus rostros porque en ese momento ya algunos habían muerto. Además, Sara dio sus declaraciones de forma anónima y contó cada detalle de lo que le hicieron en cautiverio. Al de ella se sumaron otros relatos igual de aterradores. Finalmente en 2014, después de cuatro años de juicio, diez militares en Tucumán fueron condenados. Sus penas van desde los ocho años de prisión hasta cadena perpetua en la misma cárcel donde Sara estuvo detenida.
En noviembre del 2015, la llamó una conocida que trabajaba con derechos humanos en Buenos Aires y que tenía relación con Abuelas y CONADI. Le dijo que tenía que darle una información personalmente. Sara la recibió en su casa.
[Sara]: Y ella me miraba, y medio con lágrimas en los ojos, así. Yo pensaba, digo ¿qué le estará pasando? Y saca de un portafolio así, saca unos papeles. “Sarita”, me dice, “le quiero comunicar que apareció su hijo”.
[Pablo]: Sara sabía que eso podía pasar en cualquier momento, pero no estaba preparada para enfrentarlo.
[Sara]: Tenía tanto miedo. Como que yo volvía, volvía en el momento ese. En ese instante como que me pasaba como una película, todo de nuevo.
[Pablo]: El encierro, las torturas, las violaciones, las voces de sus captores, los gritos, el llanto del bebé. La mujer agarró su celular, ahí tenía una foto del hijo, que en ese momento ya tenía 38 años, o bueno, 39 teniendo en cuenta que realmente nació en 1976. Pero Sara le dijo que no quería verlo. Tenía mucho miedo de que ese rostro se pareciera al de uno de sus captores, porque aunque nunca los vio, no quería ni imaginarse cómo era físicamente. Miguel tomó el teléfono y vio la foto.
[Sara]: Y me dice él: “Míralo, míralo, Sari”. Mi marido lloraba. Le digo: “Yo no lo quiero ver, Miguel”. Yo cerraba los ojos con tanta fuerza. Y le digo: “Yo no lo quiero ver, Miguel”.
[Pablo]: Pero con tanta insistencia de su esposo, no se aguantó.
[Sara]: Entonces él se me acerca así, abro los ojos así y lo miro, y lo veo a mi hijo más chico.
[Pablo]: Mario se le pareció a su hijo menor, o sea, se le pareció a ella.
[Sara]: Cuando lo miré así es una cosa que me dio un impacto en mi corazón y me largué a llorar.
[Pablo]: La mujer le dijo que en ese mismo momento a su hijo le estaban contando que ella estaba viva. Le preguntó si aceptaba tener una llamada con él por celular. Sara accedió. Al otro lado de la línea, en Rosario, estaba Mario.
[Mario]: Por primera vez, escucho su voz. Ella me dice… lloraba, ¿no? Estaba en un estado casi de shock. Entonces me dice: “Hijo, yo lo que sé hoy es que hace 38 años a mí me sacaron un bebé, nunca supe si era varón o nena, y hoy escucho tu voz 38 años después siendo un hombre mayor”.
[Pablo]: No pararon de hablar toda esa noche.
[Sara]: Nos amanecimos conversando. Que mi marido decía: “Decile que se vaya a dormir, que mañana continúe la conversación” (risa).
[Pablo]: Los funcionarios de Abuelas les propusieron un encuentro en persona en la sede principal en Buenos Aires. Ambos aceptaron.
Mientras esperaban al reencuentro, Sara y Mario empezaron a conocerse por teléfono. Aun así, para él era difícil lograr conectarse con ella. Hacía apenas tres meses había muerto su mamá adoptiva, y le costaba crear una relación de madre e hijo con una persona que nunca había visto.
[Mario]: Entonces decirle mamá, ni siquiera podía mandarle el mensaje diciéndole mamá. Yo soy de demostrar… muy demostrativo con mis sentimientos. Pero cuando no puedo, no puedo.
[Pablo]: Pero al menos intentaba crear ese lazo y la llamaba todos los días. No hablaban de nada muy trascendental, sino de cosas cotidianas. Mario les contó la noticia a sus amigos, a sus hijos y al resto de su familia. Ahora Mario pensaba todo el tiempo en el encuentro.
[Mario]: Yo iba pensando cómo iba a ser ese encuentro con ella. Que iba a ver literalmente a una desconocida a la que no vi nunca en mi vida.
[Pablo]: El 1 de diciembre de 2015, una semana después de la primera llamada, fue el evento oficial. Los dos llegaron por su lado y se hizo una rueda de prensa en la que Sara no quiso estar. Mario sí.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Estela de Carloto]: Las Abuelas de Plaza de Mayo informamos la restitución de otro nieto, el caso número 119 que logramos resolver. Hoy, nuestro nieto se encontró por primera vez con su madre, y este es un hecho extraordinario que queremos celebrar.
[Pablo]: Cuando terminó lo llevaron a solas a una habitación para encontrarse con ella.
[Mario]: Se abre la puerta y yo la veo sentada ahí con un pañuelo en la mano, con lágrimas en los ojos. Entonces ahí comienza ese shock, ese click interno. Y yo tuve mucho amor de mi mamá de crianza, mucho, mucho cariño. Pero esto era distinto, esto era distinto yo venía de ahí. Vos hacés así, la mirás y decís esa es mi mamá. Y vos te vas acercando, y ella te estira los brazos, y ella te abraza y te dice: “Hijo, yo sé que ahora nunca más nadie nos va a separar”.
[Pablo]: En 2016 Mario decidió cambiar legalmente su apellido de Bravo a Navarro.
[Daniel]: Cuando Mario estuvo visitando a Sara en San Miguel de Tucumán intentaron averiguar más sobre Espinosa, el hombre que lo había entregado a su familia adoptiva. Pero cuando dieron con la dirección de la casa desde donde enviaba las cartas, no se animaron a golpear la puerta.
Espinosa y su esposa ya habían muerto hacía un tiempo y no sabían quién podía abrirles, ni qué explicación darle. Actualmente siguen sin saber quién era realmente este hombre ni cómo operaba.
Hasta el momento, de los 130 bebés hoy adultos, que Abuelas ha podido reencontrar con sus familias, solo seis, incluido Mario, lo han hecho con sus madres biológicas.
Pablo Amadei es periodista de radio en Las Rosas, provincia de Santa Fe, Argentina.
Esta historia fue editada por Camila Segura, David Trujillo y por mí. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música de Rémy. Desirée Yépez hizo el fact-checking.
Queremos agradecer a Ariel Pietrani, y a Javier y Jose D’abarno.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Miranda Mazariegos, Barbara Sawhill y Elsa Liliana Ulloa.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, y se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.
[Lupa]: ¿Estás aprendiendo español? Sometimes that’s easier said than done! If improving your fluency or staying connected to Latin America are part of your new year’s resolutions, Lupa can help. With Lupa, our app for intermediate Spanish language learners, you can listen to Radio Ambulante stories and learn Spanish as it’s really spoken. Lupa has cool features too, like real-time access to vocabulary as you listen, speed controls, hints to help you follow along, and much more. Find out more at lupa.app