La desobediente | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
Andrea Russell recuerda bien esa noche. Cuenta que fue al poco tiempo de entrar a la universidad, por el 2010. Estaba de pie frente a un club nocturno de la Ciudad de México. Había llegado con unos amigos nuevos.
[Andrea Russell]: Así que yo estaba así, todos entraban y yo estaba en la puerta. Entro, no entro, entro, no entro.
[Daniel]: Estaba inmóvil, prácticamente paralizada. Era la primera vez en su vida que iba a un club.
[Andrea]: Me acuerdo que en ese momento entró una chica y me preguntó: “¿hay cover o no hay cover?”
[Daniel]: Es decir, lo que cuesta entrar al lugar.
[Andrea]: Yo decía ¿queeé? Yo me acuerdo que me quedé así. Y le digo: sí… Pero yo no sabía ni lo que era cover.
[Daniel]: Pasó media hora y nada que Andrea se atrevía a entrar. Tenía mucho miedo.
[Andrea]: Yo me imaginaba que era como un Sodoma y Gomorra, todos besándose, todos ahí haciendo de todo.
[Daniel]: Sodoma y Gomorra, dos ciudades que, según la Biblia, fueron destruidas sin misericordia por Dios porque sus habitantes vivían en la lujuria y el desenfreno. Y es que ella creció con creencias muy conservadoras y religiosas, parte de los Testigos de Jehová. Y eso significaba temer de todo aquello que escapara de las reglas de Dios. Andrea solo podía pensar que, ahí adentro, pasaban muchas de las cosas que desde pequeña le habían dicho que eran del diablo.
[Andrea]: Yo siempre crecí con mucho, con mucho miedo de la gente de afuera. Tenía mucho miedo a todo porque los testigos te enseñan que, que la gente de afuera es mala. Y que Dios va a destruir a toda la gente que no hace su voluntad.
[Daniel]: Así que esa noche, solo podía tener pánico. Sentía que estaba exponiéndose a un riesgo gigante, pero también tenía mucha curiosidad de probar algo nuevo.
[Andrea]: Tardé mucho en poder entrar, o sea, me tardé como media hora en lo que entraba, no entraba…
[Daniel]: Hasta que sus amigos salieron y la metieron al bar.
[Andrea]: Y una vez que entré, sentí como que estaba entrando al inframundo, a lo peor, porque las imágenes con las que yo crecí de los antros eran personas con cortes de pelo muy extravagantes, toda la gente tatuada. Tomando todos con una cerveza en la mano, peleándose unos en la esquina, besándose en otra esquina.
[Daniel]: El bar tenía dos pisos de pasillos estrechos y con cuartos pequeños… cada uno con un ambiente diferente: karaoke, música electrónica, una terraza. Había luces neón, una bola de disco y las paredes retumbaban con el sonido.
Andrea entró con miedo, pero cuando miró bien a su alrededor…
[Andrea]: Fue todo lo contrario a lo que yo imaginaba porque vi gente, sí, gente bailando, gente bebiendo, pero de una forma muy normal, o sea, nada fuera de lo común.
[Daniel]: Se sintió a gusto y eso la sorprendió. Es más, fue una revelación…
[Andrea]: Es como si a ti te dicen: “solamente existen rosas rojas”. Y tú descubres que no es así. Que también hay rosas amarillas, hay rosas blancas. Y entonces te das cuenta que te mintieron. Y eso obviamente te hace cuestionarte y decir: “Bueno, si esto no es verdad. ¿Qué me garantiza que todo lo demás sí lo sea?”
[Daniel]: Y esa pregunta la llevaría a cuestionarse más y más todo aquello que pensaba que era verdad, porque tal vez, ahí afuera, había un lugar para ella en el mundo.
Una pausa y volvemos.
[Daniel]: Estamos de vuelta. Nuestra asistente de producción Selene Mazón nos cuenta.
[Selene Mazón]: La puerta de ese bar, en Ciudad de México, estaba muy lejos del lugar donde Andrea había nacido: Brooklyn, Nueva York.
Allí pasó los primeros ocho años de su vida. Vivía en un departamento con su mamá, mexicana, y su papá, estadounidense, de ascendencia irlandesa. Ambos trabajaban mucho en el hospital. Él como doctor, ella como enfermera.
[Andrea]: Mis padres nunca estaban en casa. Siempre estaban trabajando. Yo solo recuerdo que escuchaba cuando abrían la puerta y era ya muy noche.
[Selene]: Andrea era hija única y casi siempre estaba sola en casa. El único momento que pasaba con sus papás eran los domingos, cuando iban a la congregación. Entre semana, Andrea estudiaba en una escuela pública. Una vez que llegaba a casa, después de hacer la tarea, se ponía a leer la Biblia y a estudiar libros y folletos sobre Dios. Esos materiales eran su principal enlace con el mundo, su mundo. Desde muy pequeña, Andrea supo que pertenecía a una comunidad especial, diferente, una de la que se sentía afortunada de pertenecer.
[Andrea]: Siempre se nos decía que éramos el pueblo feliz. Entonces, siempre debías sentir alegría, porque pues eres parte del pueblo de Dios, no hay razón para estar tristes.
[Selene]: Un pueblo feliz, una forma en la que los Testigos de Jehová se refieren a sí mismos. Los papás de Andrea se volvieron miembros de esta religión en momentos diferentes: mientras su papá ya era Testigo de Jehová desde que nació, su mamá se convirtió cuando se casó con él.
Los Testigos de Jehová es una religión que surgió a finales del siglo XIX en Pensilvania, Estados Unidos. A diferencia del catolicismo, los Testigos se caracterizan por adorar a Jehová como único Dios. Rechazan la existencia de la Trinidad, el concepto que engloba al padre, al hijo y al Espíritu Santo. Tienen su propia versión de la Biblia, denominada “Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras” publicada completa a partir de 1961, a la que reconocen como la única Palabra de Dios y a la que hay que seguir para sobrevivir el fin del mundo.
[Andrea]: En los testigos te enseñan que va a haber una destrucción de toda la gente mala y que toda la tierra va a ser un paraíso, donde vas a vivir eternamente y todo va a ser maravilloso.
[Selene]: Un mundo pacífico, sin muerte ni sufrimiento.
Los Testigos se dividen en congregaciones. Comunidades locales, cerradas, donde todos se conocen. Tienen reuniones semanales ya sea para estudiar algún libro o folleto religioso, aprender oratoria, o enseñar técnicas para acercarse a las personas pues parte del objetivo es sumar más miembros a la congregación.
Todos los domingos, ella y sus papás iban al Salón del Reino, como se conoce a los templos de los Testigos de Jehová. Era un espacio grande, con hileras e hileras de sillas, un escenario, un atril, un micrófono y un texto bíblico en la parte del fondo.
La reunión del domingo era liderada por el pastor de la congregación, conocido como anciano. Los asistentes, como Andrea, cantaban, escuchaban la palabra de Dios y, al terminar, se organizaban en grupos para salir a predicar de casa en casa. Esta parte le encantaba a Andrea…
[Andrea]: Me gustaba porque para mí era un juego, porque predicábamos abarcando las manzanas. Uno empezaba en una esquina, el otro en otra esquina y le dábamos la vuelta a la manzana y nos encontrábamos, y para mí era divertido, porque yo decía: “Ay, vamos a empezar. Ahorita te veo”, y era como a ver quién llegaba primero a la esquina, ¿no? de encuentro.
[Selene]: Se dividían en parejas, por lo general personas del mismo sexo o un adulto y un niño, y tocaban puerta por puerta. Apenas alguien abría, Andrea recitaba de memoria una presentación de la que se sentía muy orgullosa.
[Andrea]: Buenos días, señora. Estamos visitando a las personas, compartiéndoles una información importante. ¿Usted sabe cómo se llama Dios?
[Selene]: Entonces ella, tal como había ensayado, sacaba la Biblia y recitaba el verso Salmos 83:18:
[Andrea]: Salmo: Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra.
[Selene]: Y continuaba:
[Andrea]: Jehová tiene una promesa para usted. Y es que esta tierra va a ser un paraíso. Me gustaría dejarle esta revista para que usted la lea y conozca más de las promesas de Dios.
[Selene]: Las personas por lo general aceptaban el folleto y, a veces, como era una niña de unos seis años, le regalaban dulces. Andrea sentía que era parte de algo especial.
Pero en casa la situación era diferente. Como casi siempre estaba sola, a veces le daban ataques de pánico. La invadía un miedo profundo, que no podía explicar ni mucho menos controlar. En uno de ellos, recuerda, tomó el teléfono y llamó a una de las hermanas de la congregación, una vecina de más de 60 años y amiga de su mamá, quien normalmente estaba pendiente de Andrea mientras sus papás estaban en el hospital. Le dijo que tenía mucho miedo.
[Andrea]: Entonces ella me dijo: “Haz una oración, haz una oración fuerte a Dios utilizando su nombre”, y dile: “Jehová, protégeme y quítame este miedo”.
[Selene]: Andrea obedeció. Apenas pronunció el nombre de Jehová, se tranquilizó.
[Andrea]: Yo dije: “Ah, entonces Jehová sí es el Dios verdadero, porque me quitó esto”. Y a partir de ese momento, yo le hice una oración a Dios, dije: “Yo quiero servirte toda mi vida y voy a dedicar toda mi vida a hacer tu voluntad y tu servicio”.
[Selene]: Desde ese momento, comenzó a creer mucho en las enseñanzas de los Testigos. Se esforzaba por ser una buena hija para sus padres y para Jehová. Obedecía, cumplía con sus deberes, limpiaba su cuarto, salía a predicar, iba con gusto a las reuniones…
Aún así, ser parte de esta comunidad implicaba sacrificio. Una de las reglas más importantes dentro de los Testigos era que no podía tener amigos fuera de la religión.
[Andrea]: Hay una parte en la Biblia donde dice que las malas compañías echan a perder los hábitos útiles. Y también la Biblia dice que la amistad con el mundo es enemistad con Dios.
[Selene]: Su religión rechazaba todo lo que no estuviera en sus escrituras. Por ejemplo, cuando Andrea escuchaba en la escuela temas que contradecían la versión de la Biblia, como la teoría del Big Bang o la evolución, siempre le decían que esas eran cosas diabólicas. Que escuchara, pero que no creyera nada.
También debía renunciar a algunas cosas del mundo exterior, o mundano, como se le decía dentro de la congregación. Por ejemplo, tenía prohibido celebrar festividades como la Navidad, Halloween o incluso los cumpleaños…
Tampoco podía participar en ninguna actividad patriótica, como saludar a la bandera. Para los Testigos eso se consideraba idolatría y era un acto inaceptable. Según la Biblia, solo se debe adorar a Jehová.
Otras reglas eran leyes no escritas, como por ejemplo escuchar la música que sonaba en la radio en esa época, como Christina Aguilera o Britney Spears.
Andrea pasaba sus tardes leyendo la Biblia o libros editados por la misma organización.
Cuando tenía 8 años, la vida, como la conocía, cambió en un momento. Sin explicarle nada, su mamá empacó sus cosas, le dijo que hiciera lo mismo con las suyas y juntas tomaron un taxi hacia el aeropuerto de Nueva York donde se montaron a un avión. Ese día, su papá no estaba en casa.
[Andrea]: Sentía como que me estuvieran secuestrando, no sé, porque yo no veía a mi papá y yo en la vida me había subido a un avión, entonces yo era como de… ¿por qué? No, no, no entendía nada.
[Selene]: Andrea tenía muchas preguntas, pero no se atrevía a hacerlas por temor a la reacción de su mamá. Después de unas horas, el avión aterrizó en la Ciudad de México.
[Andrea]: Ya una vez aquí, yo le preguntaba siempre por mi papá y ya me dijo que ya no íbamos a regresar, que se había separado de mi papá y sí, la pasé muy mal. Lloré mucho.
[Selene]: Su primer año en México no fue fácil. Empezando por el idioma. Aunque entendía y hablaba español por su mamá, le costó trabajo dominarlo. También se tuvo que adaptar a la comida y a ciertos nuevos horarios, como por ejemplo la cena, que se servía más tarde. Terminó de estudiar el ciclo escolar por correspondencia en su antigua escuela de Brooklyn y, al año siguiente, la inscribieron en una primaria bilingüe.
Y aunque Andrea nunca supo la razón por la cuál sus papás se divorciaron, su forma de darle sentido a todo eso era a través de la religión. Pensaba que sus papás se separaron, probablemente, por no seguir a Jehová. Y es que ellos no fueron realmente miembros muy activos dentro de la congregación.
[Andrea]: Por eso yo sentía que yo tenía que hacer la diferencia. Realmente hacer lo que mis papás no no hacían.
[Selene]: Ser ejemplar para Dios.
Algún tiempo después, su mamá se casó con alguien más y tuvo otro hijo. Su padrastro no era testigo de Jehová, y se mantenía ajeno a la religión. Andrea estaba ilusionada con la idea de una nueva familia, pero pronto se dio cuenta de que no sería como imaginaba.
[Andrea]: No sentía cariño de parte de él hacia mí, porque cuando estuvo con mi mamá, tuvieron a mi hermano y pareciera como que ellos eran el núcleo de la familia: Mi padrastro, mi madre y mi hermano. Y yo era como si fuese una arrimada, como algo que estorbaba ahí. Entonces nunca me trató bien.
[Selene]: Y, por otro lado, tampoco sentía que podía contar con su mamá. Su relación con ella siempre fue difícil. Era sumamente autoritaria y exigía cosas que Andrea sentía como absurdas: por ejemplo que, al tender la cama, las colchas no podían quedar con ningún pliegue.
Andrea le tenía miedo; miedo a enojarla, a que le gritara o que le pegara. Por eso prefería pasar inadvertida. Casi no hablaba con ella. Y con su papá biológico, que estaba en Estados Unidos, pasaba lo mismo. Andrea fue a visitarlo un par de veranos, pero la relación siempre fue distante. Y en esos momentos, la religión seguía siendo su principal refugio.
Se mudaron varias veces de casa y de ciudad hasta que se establecieron temporalmente en Los Reyes, La Paz, en la periferia de la Ciudad de México.
Pasó por varias congregaciones hasta que encontró una en la que se sentía más cómoda: la de habla inglesa. Y, aunque le quedaba lejos, no le importaba. Se sentía más identificada con el idioma. A esa congregación iban mexicanos, pero también muchos extranjeros radicados en México que habían ido a evangelizar.
En medio de tantos cambios, la única constante era su devoción a Jehová. Cuando Andrea creciera, quería ser misionera para llevar la palabra de Dios a diferentes partes del mundo y así también, garantizar su vida en el paraíso donde todo el sufrimiento en su vida iba a desaparecer.
Y en esa esperanza, entre esas cosas que iban a cambiar, había una importantísima en su vida. Una que mantenía en secreto, que le daba muchísima vergüenza admitirle a los demás y que solo Jehová conocía…
[Andrea]: Para mí era que Dios permitiera que yo fuera mujer como siempre me sentí, desde que nací.
[Selene]: Y es que, a pesar de que, en ese momento, Andrea tenía un nombre masculino y era para todos vista como un varón, ella, muy en el fondo y desde muy temprana edad, sabía que algo estaba mal.
[Andrea]: Yo siempre me sentí niña, pero siempre me dijeron que no era niña, que yo era un niño, porque había desarrollado genitales masculinos.
[Selene]: Desde muy pequeña, Andrea aprendió a reprimir lo que sentía. Por ejemplo, cuando pedía una Barbie o una muñeca, la respuesta siempre era no.
[Andrea]: Me acuerdo que a veces los domingos se organizaban para ir a jugar fútbol. Y yo como niño pues tenía que ir a jugar fútbol y pues a mí no me gustaba el fútbol, yo quería estar con las niñas haciendo sandwichitos.
[Selene]: Andrea no entendía esas reglas, pero las aceptó. Así vivió casi toda su infancia. Ocultando quién era, hasta que, un día, a los 12, estaba en clase de educación física cuando notó algo…
[Andrea]: Llevábamos playeras,o eran muy pegadas, pero pues sí se veía que yo, que yo tenía ahí algo diferente, ¿no?
[Selene]: Comparándose con sus compañeros era evidente que su cuerpo estaba cambiando de forma distinta a la de ellos…
[Andrea]: Me empezó a crecer el busto a los 12 años. La voz no se me hacía tan gruesa, entonces era como raro para mi mamá eso.
[Selene]: Los pechos, la voz… Desconcertada, su mamá la llevó al endocrinólogo, el especialista que estudia las enfermedades relacionadas con el metabolismo y las hormonas. Andrea recuerda que le hicieron varios estudios y cuando regresaron al consultorio a leer los resultados, hubo un silencio incómodo.
[Andrea]: El doctor simplemente le dijo a mi mamá que yo esperara afuera.
[Selene]: Andrea salió del consultorio, asustada.
[Andrea]: Me sentí mal porque sentí como que yo estaba haciendo algo malo, como que era mi culpa que estuviéramos ahí.
[Selene]: Estaba en el pasillo, sin saber dónde o cómo esconderse. Cada minuto que pasaba era eterno. Su mamá salió del consultorio, furiosa. Andrea solo recuerda que la regañó, pero que no le dio ninguna explicación.
[Andrea]: Me dijo que tenía que tomar unas pastillas, que iba a tener un tratamiento. Y que esperaba que con eso me arreglara.
[Selene]: Según los resultados de los estudios, tenía una dosis baja de testosterona. Para equilibrar, el endocrinólogo le recetó unas cápsulas que tenía que tomar todos los días. Andrea no entendía, pero se sintió culpable.
[Andrea]: Yo pensaba que yo lo provocaba psicológicamente porque yo siempre me sentía una niña. Entonces dije a lo mejor lo deseo tanto que quizás yo lo estoy provocando.
[Selene]: Su mamá la empezó a llevar a una psicóloga para, supuestamente, tratar un posible trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad. Sin embargo, las preguntas que le hacían no tenían nada que ver con eso.
[Andrea]: Me preguntaba: ¿Tú quieres ser niña? ¿Te gustaría? ¿Te gusta vestirte de niña? ¿Te gustan las cosas de niña? ¿Te sientes mujer? Ese tipo de preguntas.
[Selene]: Andrea negaba todo.
[Andrea]: Yo como sabía que la psicóloga tenía que decirle todo lo que yo le dijese a mi mamá, pues yo cuando ella me hacía ese tipo de preguntas pues yo siempre le decía que no.
[Selene]: Por una parte, era por temor a la reacción de su mamá, pero por otra, también era una forma de proteger la imagen de la organización a la que pertenecía. Según lo que le enseñaban los testigos, la psicóloga no era quién para juzgarla o saber de su vida.
Siguió con el tratamiento hormonal y poco a poco surtió efecto. Le empezó a crecer un poco más de vello facial, los pechos dejaron de desarrollarse… Sin embargo, el costo era muy alto. Le causaba náuseas, dolor de cabeza, irritabilidad…
A veces, cuando podía, Andrea ocultaba las pastillas en las macetas de las plantas de la casa o las tiraba a la basura… Así siguió tres años más, cuando dejó de tomarlas por completo con la aceptación a regañadientes de su mamá.
Pero en la congregación ya todos se habían dado cuenta de que algo raro pasaba con ella. Aunque nunca le preguntaron directamente, Andrea notaba las miradas extrañas de los demás miembros. Por más de que tratara de disimular, había algo en la forma en que se desenvolvía que era muy difícil que pasara inadvertida. Todo el tiempo escuchaba comentarios:
[Andrea]: ¿Por qué es así? ¿Por qué tiene esas formas de ser? ¿Por qué, por qué es tan, tan femenina, cuando no es mujer? Eso está en contra de Dios.
[Selene]: Entonces ella trataba de sentarse con las piernas abiertas, hacer más gruesa su voz, pero no era suficiente. La veían extraño, hablaban a sus espaldas… Y así empezó a odiar todo de sí misma: su aspecto físico, su forma de ser.
[Andrea]: Me daba mucha vergüenza, me sentía mal y me daban muchas ganas de llorar. Me sentía como alguien rara.
[Selene]: Porque además de su físico, sus intereses no eran los mismos que los de sus compañeros…
[Andrea]: Porque yo veía que para esa edad los mismos niños con los que yo crecí de mi congregación, ya estaban viendo a las niñas, hablaban: “No, mira, ella está bien bonita”, y yo veía que yo no sentía eso y me empecé a sentir muy diferente, yo no siento eso.
[Selene]: A ella, en cambio, le atraían los niños, pero apenas esa idea llegaba a su mente, de inmediato se censuraba.
Comenzó a ahogarse en una culpa y en una vergüenza que la apartaba de todo y de todos. Sentía que no podía hablar de esto con nadie ni con su mamá. Se volvió más retraída y dejó de asistir a los eventos sociales de la congregación. Podía pasar días encerrada en casa. El único que sabía lo que le pasaba era Jehová. Por eso se aferró aún más a ser su hija perfecta.
[Andrea]: En los testigos te decían que esas cosas si te acercabas a Dios, se te quitaban. Entonces ya decía: “Voy salir a predicar a cada rato y voy a predicar mucho, mucho, mucho para que se me quite…”
[Selene]: Andrea tenía 16 años y estudiaba la prepa abierta, es decir en una modalidad no escolarizada y a distancia. Sin embargo, su prioridad era Dios. Asistía a todas las reuniones, salía a predicar todos los días. Pero por más que lo hiciera, nada cambiaba. Solo se sentía peor. Y la situación con sus compañeros de la congregación tampoco mejoraba. Todo eran burlas. Entonces llegaba a su mente una idea recurrente.
[Andrea]: Lo mejor que puedo hacer es ya desaparecer y quitarme la vida, porque los testigos no se, no se enseña el infierno, te enseñan que cuando tú te mueres, simplemente desapareces, te vas a la tumba y te mueres. Y si fuiste fiel, pues vas a resucitar, pero si no fuiste fiel, pues a nada más, ahí te quedaste.
[Selene]: Era un pensamiento que iba y venía desde que sus papás se separaron, pero Andrea no se atrevía a tomar el paso. Le daba mucho miedo y hacerlo era traer vergüenza a Jehová.
Aún después de terminar el colegio, seguía sintiendo lo mismo. A esa edad, los hombres que eran ejemplares, según la religión, comenzaban a prepararse para ser ancianos, siervos ministeriales o para ir a la escuela de Galaad, la escuela de misioneros.
[Andrea]: Como en mi caso se me notaba mucho que yo era diferente, pues yo no tenía esa posibilidad.
[Selene]: Sentía que no pertenecía, realmente, en ninguna parte…
[Andrea]: Entonces yo me sentía aislada de todo. Aislada de mi familia, aislada de la congregación, de la sociedad humana en general. Entonces dije pues es que yo no tengo formas de desempeñarme.
[Selene]: Pensó entonces en la universidad. Siempre le habían dicho que era muy organizada y buena con los números. Hizo el examen de admisión y se inscribió a la carrera de contaduría en la UNAM, la universidad pública más grande de México.
Entrar ahí fue como entrar a una dimensión paralela. Más de 190 mil estudiantes en un campus enorme. Jóvenes de diferentes partes del país, de distintas carreras, con diferentes historias, gustos, formas de ser…
Al principio Andrea seguía las reglas que siempre le habían enseñado: no hablar con nadie, no hacer amigos. Pero, a medida que pasaban los días, se dio cuenta de que, técnicamente, era imposible. Poco a poco fue conviviendo con sus compañeros. Y en esas interacciones, hubo algo que le llamó mucho la atención, un trato distinto que no sentía ni en su casa, ni dentro de la congregación.
[Andrea]: Nunca había burlas por mi forma de ser.
[Selene]: Era algo insólito para ella. Aunque seguía asistiendo a las reuniones dominicales, entre semana Andrea se empezaba a permitir explorar cosas diferentes. Se metió a talleres de teatro, algo que siempre le había llamado la atención, pero que no se había atrevido a intentar.
Las sesiones eran por la tarde. Allí conoció a varios compañeros, que después se convertirían en amistades. Muchos formaban parte de la comunidad LGBTQI+ y cuando se presentaba, le pasaba algo que no dejaba de sorprenderle…
[Andrea]: Para mí era muy raro que había veces que me decían: “¿Cómo quieres que te hablemos?
[Selene]: Es decir si se debían referir a ella como hombre o como mujer.
[Andrea]: Pero yo decía cómo, si soy hombre, ¿no? vengo de hombre. ¿Por qué me preguntan eso? Yo… me daba mucha vergüenza.
[Selene]: Sus compañeros la llamaban por su nombre masculino de entonces. Pero esa sola pregunta hizo que Andrea se volviera a cuestionar a sí misma.
[Andrea]: Eso fue la primera vez en que yo dije: “La gente se da cuenta de quién soy y yo misma no me estoy aceptando”.
[Selene]: Con el paso del tiempo, se empezaba a sentir más a gusto en ese mundo que, durante años en la organización, le dijeron que era hostil.
[Andrea]: Y yo me daba cuenta que no era gente mala. Era gente normal que se divertía y que además me respetaban.
[Selene]: Sentía que le daban más respeto en la escuela que en la congregación. Y, aunque le costaba, cada vez se sentía más valiente para empezar a probar nuevas cosas antes prohibidas. Por eso terminó parada frente a ese bar con el que comenzamos esta historia.
Su mundo se abría cada vez más, pero ella seguía siendo parte de los Testigos: leía la Biblia, salía a predicar e iba a las reuniones. En la universidad sabían de su religión, pero no daba muchos detalles sobre el tema. Vivía una especie de doble vida. Y, aunque sabía que eso iba en contra de las reglas, sentía que tenía que hacerlo.
[Andrea]: Porque yo era muy discriminada la dentro de la congregación. Me sentía muy sola, me sentía aislada, me sentía deprimida. Entonces me justificaba y decía bueno, o sea, decía yo lo necesito, necesito.
[Selene]: Un día, después del ensayo de una obra de teatro, Andrea platicaba con sus amigos en una glorieta cercana al metro cuando un par de hermanas de la congregación, pasó por allí…
[Andrea]: Y yo en ese momento lo que sentí fue muchísimo, muchísimo miedo y vergüenza también, porque era como estoy haciendo algo que no está bien. Y además dije: “Y ahora ya me van a acusar”.
[Selene]: Andrea trató de esconderse pero, como era en un espacio abierto, fue imposible.
[Andrea]: Y ellas se acercaron y me hablaron, me dijeron: “Hola, ¿cómo estás?” Como para decir, sin decirlo, pero diciéndolo: “Ya te vimos, te vamos a acusar” y pues, pues sí, fue un momento muy, muy incómodo para mí.
[Selene]: En la siguiente reunión, los ancianos le informaron que le harían un comité judicial, una especie de juicio interno que busca mantener y aquí cito: “limpia” a la organización.
La cita era el siguiente domingo a las 9 de la mañana, antes de la reunión dominical. Pese a todo, Andrea se sentía tranquila.
[Andrea]: Los comités siempre son para hacer preguntas sobre la vida de la persona: qué hizo la persona, si cometió un pecado, entonces, como yo no había cometido nada, pues yo pensaba que no iba a pasar más que de una llamada de atención.
[Selene]: Esa reunión definiría su futuro como parte del Pueblo de Dios…
[Daniel]: Una pausa y volvemos…
[MIDROLL]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Selene Mazón nos sigue contando.
[Selene]: Los ancianos citaron a Andrea en un cuartito del Salón del Reino de habla inglesa al que asistía todos los domingos. Cuando llegó vio a los tres hombres sentados y en frente de ellos, una silla para ella. La acusaban de Conducta Relajada, que es cuando un miembro se porta mal o de forma descarada. Comenzaron diciéndole lo que ella ya sabía… que la habían visto en la glorieta.
[Andrea]: Te vimos con personas que tienen otro tipo de moral.
[Selene]: Personas que tienen otro tipo de moral, la forma como los ancianos se refirieron a sus amigos de la comunidad LGBTQI+.
[Andrea]: Pareciera como si el simplemente hecho de mencionarlos les ensuciara su boca.
[Selene]: El interrogatorio comenzó enseguida. Le preguntaban qué estaba haciendo ese día, a esa hora, en esa zona, con esas personas.
[Andrea]: Me decían: eso a tal hora, tal día, tal… y yo pues “no me acuerdo”, “no sé”, “la verdad no sé”. Entonces ellos lo tomaban como que yo me estaba negando a responderles o a contestarles sus preguntas.
[Selene]: Así pasaron varias horas. Andrea estaba cansada, pero seguía pensando que Dios estaba con ella en ese cuarto.
[Andrea]: Yo pensé para mis adentros: si realmente Dios está aquí, porque lo que te dicen ahí es que los comités judiciales está el Espíritu de Dios porque es Dios quien está juzgando. Y si realmente el Espíritu de Dios está aquí, se tiene que juzgar con justicia.
[Selene]: Pero no pasó. Después de más de cinco horas, le pidieron que saliera de la sala y, al volver, el veredicto fue contundente:
[Andrea]: El comité decidió que se te expulse. Tienes siete días para apelar si te parece que la decisión fue injusta. Y de cualquier manera, pues si tú das los pasos adecuados y te arrepientes, pues te puedes restablecer. El anuncio se va a dar en la siguiente reunión.
[Selene]: Andrea salió de ese cuarto humillada y confundida, pero a la vez con un poco de alivio… Sentía que podía empezar a hacer cosas nuevas, hacerlas sin culpa. Pero al llegar a casa, esa sensación se esfumó…
[Andrea]: Cuando entré, abro la puerta de mi casa. Entro a mi habitación. Y de repente veo todos los libros que tenía. Y empiezo a sentir mucha tristeza.
[Selene]: Uno a uno vio en su biblioteca decenas de libros, folletos y revistas de su religión. Esos materiales la habían acompañado durante diferentes etapas de su vida. Le habían explicado y ayudado a entender el mundo que ella conocía. Al día siguiente…
[Andrea]: Me acuerdo que era un día donde llovió todo el día, y yo me la pasé acostada todo el día, deprimida. Me sentía como un zombi, como en el limbo, como si fuese una muerta viviente.
[Selene]: Su mamá, quien iba a otra congregación, lo supo por Andrea y no reaccionó bien. Le echó la culpa de todo, la acusó de abandonar a Dios.
Y aunque se sentía avergonzada, quiso despedirse de algunas personas de la congregación con las que creía tenía un trato más o menos cordial. Les habló por teléfono para contarles lo que había pasado…
[Andrea]: Yo esperaba algún comentario como: “Estamos contigo, lo siento, algo”. Pero no, simplemente me decían: “Ah, bueno, pues ni modo”.
[Selene]: Cuando una persona deja la organización, todos sus amigos y familiares activos tienen estrictamente prohibido relacionarse con ella. A esta práctica se le conoce como ostracismo, que también sucede en otras religiones. Para Andrea significaba su muerte social ante la comunidad que, aunque comenzaba a cuestionarla, seguía dándole sentido a muchos aspectos de su vida.
Dejó de ir a la universidad, no se levantaba de la cama, no se bañaba. Su mamá la llevó al psiquiatra, le dieron un tratamiento de antidepresivos y, poco a poco, volvió a retomar su vida. Por lo menos de cierta manera.
[Andrea]: Seguía sintiendo tristeza, pero no podía como expresarla.
[Selene]: Durante todo ese proceso, no se alejó del todo de la religión. Y aunque no iba a la congregación, de vez en cuando visitaba la página de los Testigos. Rezaba, leía los libros, folletos. Era algo que todavía le costaba soltar.
Al año siguiente regresó a la escuela y, poco a poco, el rechazo y la discriminación que había recibido dentro de la congregación la impulsaba a hacer más cosas. Y de todas esas, había una que quería explorar más: ir a bailar a clubes nocturnos.
[Andrea]: Siempre me gustó la música electrónica, la música rave, la música dance. Entonces iba a divertirme y libremente. No tenía que tratar de aplicar un código de vestimenta o pensar: “Ah, ya bailé así, estuvo mal”. O sea, tener que cuidar cada paso que das.
[Selene]: Se sentía libre. Para ese momento ya no quería pensar, lo único que quería era disfrutar.
[Andrea]: Si Dios me va a destruir en el Armagedón, lo que yo voy a hacer es disfrutar la vida, digo, me va a destruir, pero ya, ya gocé, ya hice todo, ¿no? Entonces no pensaba, simplemente era disfrutar, disfrutar, disfrutar, disfrutar, salir, conocer.
[Selene]: Andrea retomó sus clases de teatro. Esta vez en un centro cultural cerca de Zona Rosa, una parte conocida por su vida nocturna. Después de los ensayos, ella y sus compañeros se reunían para tomar una cerveza o un café. Una de esas tardes, la invitaron a la Alameda Central, un parque público muy popular en la Ciudad de México. Querían visitar a unas amigas que se reunían por allí. Andrea aceptó.
[Andrea]: Muchos de ellos eran homosexuales abiertamente. Algunos de ellos conocían a muchas de estas chicas que se dedicaban a la a la prostitución.
[Selene]: Estas chicas a las que se refiere eran mujeres trans y era el primer contacto que Andrea tenía con ellas.
[Andrea]: Al principio me dio como un poco de miedo, porque tú tienes ese estigma, esa esa idea de cómo son las personas que que se dedican al trabajo sexual. Sin embargo, como veía que se llevaban bien con mis amigos, pues yo también empecé a llevarme bien con ellas.
[Selene]: Con el tiempo, comenzó a visitarlas por su cuenta. Empezó a admirarlas y a tomarles mucho cariño.
[Andrea]: Veía mucho que era difícil porque son personas que viven al día, o sea, viven de lo que saquen de… pues sí, de los clientes con los, que las contraten.
[Selene]: Algunas de ellas no trabajaban, ya sea por su edad o porque tenían alguna enfermedad. Por eso, una de las cosas que más le impresionó a Andrea, fue la solidaridad entre ellas.
[Andrea]: Las que trabajaban, compraban comida para todas, era como de: “Ah, ya trabajé, me fue bien, ¿qué quieren comer?
[Selene]: Andrea estaba sorprendida. Ni cuando participaba activamente de la congregación, había visto algo parecido.
[Andrea]: En los testigos, la ayuda toda es fiscalizada. Es muy burocrático, si tienes alguna necesidad, tienes que ir con el anciano y el anciano tiene que ver si realmente tu necesidad es genuina o simplemente no es cierto. Hay infinidad de protocolos.
[Selene]: Protocolos y condiciones que no existían en la convivencia con sus nuevas amigas.
[Andrea]: Y yo digo: ¿cómo es posible que estas personas que son catalogadas como lo peor, como lo más bajo de la sociedad, sean más solidarias que quienes supuestamente tienen el mensaje de la Palabra de Dios?
[Selene]: Andrea comenzó a frecuentar más seguido a esas mujeres que pronto se fueron convirtiendo en una especie de familia.
Un día, una de ellas, a quien le decían La Cubana, le hizo una propuesta: quería transformarla, es decir, hacerle un cambio de imagen. Fueron juntas a su casa, que estaba cerca de la Alameda. Tenía un clóset enorme, con pelucas, accesorios, vestidos…
[Andrea]: Me prestó su ropa. Me prestó una peluca que tenía, su maquillaje. Y es la primera vez que yo me arreglaba así.
[Selene]: Hasta ese momento, cuando nadie la veía, Andrea solo se había probado la ropa de su mamá.
[Andrea]: Y es muy diferente cómo te ves con la ropa de una señora, y sobre todo de una señora Testigo de Jehová, a la ropa que tenía La Cubana.
[Selene]: Cuando La Cubana la terminó de arreglar y, Andrea por fin se miró al espejo…
[Andrea]: Yo me enamoré de mí. Yo dije: “ay, qué guapa me veo. No lo puedo creer”.
[Selene]: Esa fue la primera vez que se vio vestida completamente como mujer. Tenía una peluca rubia, lacia arriba y ondulada en las puntas. Su vestido era strapless, negro, entallado arriba y con una falda ancha y corta.
[Andrea]: Yo me sentía contenta y me sentía a gusto con lo que estaba viendo en el espejo.
[Selene]: Caminaron juntas de vuelta hacia la Alameda Central, donde estaban las demás mujeres. Y allí pasaron la tarde. Se sintió resguardada, protegida. A partir de entonces…
[Andrea]: Empecé a maquillarme, a ponerme pelucas y fue cuando empecé como a verme como yo era.
[Selene]: Pero seguía siendo a escondidas de su madre, con quien aún vivía. cada vez que salía a bailar en las noches, llevaba una mochila para cambiarse en el baño. Y antes de llegar a casa, se lo quitaba todo.
Para ese momento, Andrea había empezado a tomar varios talleres de diversidad sexual y con toda la información que iba aprendiendo, pronto se reconoció como parte de la comunidad de LGBTIQ+.
[Andrea]: Y fue cuando yo empecé a sentir que yo era una mujer trans. Y cuando pensé eso, pues como que me empezó a dar alegría y a la vez miedo.
[Selene]: Miedo de Jehová, de su mamá, del qué dirán. De aceptar la posibilidad de una realidad muy diferente a la que por siempre creyó del mundo y de sí misma.
Andrea iba cada semana a los antros. En una salida, un amigo halagó su maquillaje y le recomendó que fuera a un casting para ser maquillista. Le fue muy bien y la contrataron. Para ella, era el trabajo ideal.
[Andrea]: Porque trabajaba poco. Ganaba bien. Podía seguir estudiando y me gustaba lo que hacía.
[Selene]: El trabajo consistía en ir los fines de semana a algunas plazas comerciales y promocionar productos de maquillaje. Le empezó a ir tan bien que Andrea comenzó a tomar cursos profesionales y ahorrar para irse de su casa.
Esto porque, a medida de que Andrea iba descubriendo más información sobre ella, la relación con su mamá se volvía insostenible. No dejaba de regañarla o reclamarle y, por eso, en diciembre de 2019…
[Andrea]: Le dije que tenía que irme y pues obviamente me dijo que estaba bien, pero que no me iba a llevar absolutamente nada.
[Selene]: Andrea ya intuía que esa iba a ser la reacción de su mamá. Pero no le importaba.
[Andrea]: Lo importante es que tenga tranquilidad, que tenga paz, que tenga mi espacio.
[Selene]: Salió de su casa sin prácticamente nada, pero con una nueva vida esperándola adelante.
A los meses retomó terapia psicológica. Esta vez sin ocultar ni guardarse nada. Contó todo desde el principio. Lo que había vivido, las dudas, el dolor, la incertidumbre. Estaba decidida a empezar su transición como mujer trans. Y para eso, le pidieron que se realizara unos estudios de conteo hormonal.
[Andrea]: Empecé a hacerme otros exámenes y fue cuando se vio que yo había nacido intersexual, con cromosomas XXY.
[Selene]: Intersexual, es decir, que nace con características sexuales –incluyendo genitales y patrones cromosómicos– que no se ajustan a las nociones binarias de los cuerpos masculinos o femeninos.
Sentía que había encontrado la llave que abría la caja con las respuestas a todas sus dudas.
[Andrea]: Y fue cuando empecé a llorar y me di cuenta de cuál había sido mi verdad de toda la vida y cómo había vivido engañada desde siempre.
[Selene]: Engañada por sus padres, por los doctores, por la congregación… por las creencias que, durante años, la sumieron en la vergüenza y la culpa de pensar que, para personas como ella, no había lugar.
[Andrea]: Cuando estaba dentro de la organización no era nadie. Era como meramente un un bulto. Y una vez que puedo salir, puedo decir que terminé mi carrera. Soy independiente. Trabajo. Me siento realizada y me siento feliz.
[Selene]: El paraíso que siempre soñó para ella.
[Daniel]: En 2020, Andrea escribió una publicación en un grupo de Facebook llamado Verdaderas Experiencias de Ex-Testigos de Jehová. En ese post, compartía un poco sobre su historia. Sin imaginarlo, recibió mucho apoyo por parte de los integrantes de ese grupo; personas desconocidas y sobrevivientes de la religión como ella.
A ocho años de su expulsión de la congregación, hoy Andrea es una mujer profesional independiente y es activista en redes sociales en contra de los discursos de odio dentro de la religión y las prácticas de muerte social dentro de ellas, como el ostracismo.
Selene Mazón es asistente de producción de Radio Ambulante y vive en Ciudad de México. Esta historia fue editada por Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y Luis Fernando Vargas. Bruno Scelza hizo el fact checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano con música original de Rémy.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Nancy Martínez-Calhoun, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, Bruno Scelza, David Trujillo, Ana Tuirán y Elsa Liliana Ulloa.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.