Yo nena – Transcripción
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Ok, aquí el episodio.
Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
[Gabriela Mansilla]: Bueno, mi nombre es Gabriela Mansilla. Tengo 45 años.
[Daniel]: Gabriela es de Merlo, una ciudad a unos 50 minutos de Buenos Aires. y la historia de hoy empieza hace unos diez años, en el barrio donde vivía con su pareja y sus dos hijos mellizos, Manuel y Elías.
[Gabriela]: Sí, me acuerdo tal cual porque enfrente… ¿ves como mi casa con rejas?… Enfrente había una nena.
[Daniel]: En esa época sus hijos —que tenían un poco menos de dos años— estaban aprendiendo a caminar y Gabriela se acuerda que uno de ellos —Manuel— hacía algo curioso, algo que Elías no. Le cogía la mano y…
[Gabriela]: Me llevaba hasta la reja y me señalaba la nena de enfrente.
[Daniel]: Lo hacía muchas veces.
[Gabriela]: Todo el tiempo. Y yo le decía: “La nena, sí, qué linda nena”.
[Daniel]: A Gabriela le llamaba la atención que Manuel insistiera tanto con esa nena, pero igual en ese momento lo único que se le ocurría era…
[Gabriela]: “Tiene novia. Le gusta”. ¡Mirá vos! “Le gusta la nena que está enfrente. Mirá, le encanta la nena. Está pendiente de esa nena”. Guau.
[Daniel]: Unos meses después, cuando Manuel ya empezaba a decir algunas palabras, estaban otra vez delante de la reja, viendo a la niña, cuando Manuel dijo algo, casi balbuceando.
[Gabriela]: “A… a… a… Yo, nena. Yo, princesa”.
[Daniel]: En ese momento Gabriela no le dio importancia.
[Gabriela]: No le presté atención. Qué sé yo, pasó por… como un juego. Y quedó… quedó como si me hubiera dicho cualquier otra cosa.
[Daniel]: Pasaría un buen tiempo antes de que Gabriela entendiera esa frase de su hijo. El significado cambiaría la dinámica familiar y cambiaría a Gabriela misma, forzándola a enfrentar sus prejuicios más profundos.
Las periodistas argentinas Aneris Casassus y Patricia Serrano investigaron esta historia.
Aquí Aneris.
[Aneris Casassus]: Vamos a volver a la escena que describió Daniel en un rato, pero primero queremos contar cómo es Gabriela, su vida. Era un martes feriado en Argentina cuando llegamos a la casa de Gabriela en Merlo. Gabriela vive en un barrio de calles de tierra y casas bajas, un barrio silencioso donde se escucha el ladrido de los perros y el canto de los pájaros. Un barrio donde todos los vecinos se conocen.
A mediados de los 2000, Gabriela tenía 32 años. Era dueña de un local en el que vendía artículos de limpieza. Todos los días caminaba las 20 cuadras desde su casa y no tenía mayores planes en mente.
[Gabriela]: Eh y no. No tenía una proyección a futuro. Viste que hay gente que dice: “Bueno, voy a hacer tal cosa”. No, lo mío era sobrevivir.
[Aneris]: No había terminado la secundaria. No tenía un título ni una profesión.
[Gabriela]: Ni nada de qué agarrarme para decir: “Bueno, mirá, me proyecto”.
[Aneris]: Nunca había deseado ser mamá.
[Gabriela]: No lo había sentido. No tenía la necesidad. No quería. Consideraba que el ser mamá llevaba mucha responsabilidad, mucho tiempo de mi vida, ¿no? Y tenía que estar totalmente dispuesta a hacerlo. Y no.
[Aneris]: No, no estaba dispuesta en absoluto. De hecho, Gabriela estaba tan segura de que ser madre sería un trabajo a tiempo completo que había terminado una relación por eso. Su pareja de entonces quería hijos, pero ella no se sentía lista. Así que tomaron caminos distintos.
Pero todo cambió en 2006 cuando conoció a Guillermo.
[Gabriela]: Fue muy mágico, ¿no? Fue muy loco porque apenas lo conocí, a las semanas, empecé a tener la necesidad de ser mamá. Fue una sensación, un sentimiento que me empezó a nacer y, eh, y sentí también que iba a ser con esa persona.
[Aneris]: Poco después quedó embarazada.
[Gabriela]: Fue una felicidad inmensa. El tema fue cuando me hice la primera ecografía y me dijeron que eran dos. Me… me agarró como un pánico, ¿no? Enterarme que eran dos. Me peleé con el ecógrafo. No le creí. Me levanté y me fui. Me agarró así como un ataque de llanto. No sabía cómo iba a enfrentar un embarazo gemelar. No. No podía. No. Fue mucha angustia la que me generó saber que iban a ser dos bebés.
[Aneris]: Era demasiado para ella: hacía poco tiempo pensaba que no iba a ser madre nunca y ahora estaba embarazada de mellizos. Para colmo, no iba a ser un embarazo fácil.
[Gabriela]: Primero me dijeron que estaban en sacos diferentes, que no eran gemelos.
[Aneris]: Eso tiene un nombre bastante técnico: se le dice embarazo gemelar monocorial biamniótico, que significa…
[Gabriela]: Que están en distintos sacos como cualquier par de mellizos, pero tenían una sola placenta como los gemelos, ¿no? Era como un embarazo… ya era un embarazo atípico.
[Aneris]: Pero cuando, al cuarto mes, en una nueva ecografía se enteró el sexo de los bebés…
[Gabriela]: Y ahí, sí, la ecógrafa me dijo: “Vas a tener dos varones”. Primero que me puse recontra feliz porque yo no quería mujeres, porque yo lo había pasado muy mal como niña, ¿no? Con estas desigualdades de género que hay, imagináte 30 años atrás.
[Aneris]: Apenas salieron de la ecografía, mientras caminaban a su casa, decidieron los nombres: Manuel y Elías Federico. Y enseguida Gabriela empezó a imaginarse cómo sería todo.
[Gabriela]: Tenía un mundo para un varón: pelota de fútbol, celeste, pantalón, novias, muchas.
[Aneris]: Uno sería electricista, el otro mecánico. Irían juntos a una escuela técnica y serían amigos inseparables.
Esos sueños ayudaron a Gabriela a transitar su embarazo, que no fue para nada fácil. Le tenían que poner inyecciones constantemente, tomar medicina y estar acostada prácticamente todo el tiempo pues tenía una constante amenaza de aborto. La mayor parte del tiempo la pasó sola, en la cama, imaginando a sus bebés. Su pareja trabajaba todo el día, su madre y sus hermanos también.
A su hermana Silvia se le habían muerto dos bebés por una enfermedad de coagulación que no le habían detectado y Gabriela tenía miedo de que fuera genético, por eso no quiso preparar nada.
[Gabriela]: No compré ropita. No tenía un bolso armado. La verdad es que hasta que no los viera vivos acá en mi casa conmigo, no preparé absolutamente nada, viste. Tenía ese miedo de que les pasara algo.
[Aneris]: Pero que tuviera miedo no significaba que no siguiera imaginándolos.
[Gabriela]: Me los imaginé y no solo me los imaginé sino que les fui preparando —porque al tener tantos meses de reposo absoluto— les preparé dos cuadernos, uno a cada uno, proyectando… sí puse mucho amor en proyectar, no mi vida, sino la de ellos. Y desde ese momento ya empecé a darles fuerza para… para que puedan vivir.
[Aneris]: Aunque el parto fue antes de tiempo y de urgencia, todo salió bien. Los mellizos nacieron por cesárea a las 35 semanas de gestación, el 3 de julio de 2007. Los llevaron a incubadoras a neonatología pero se recuperaron pronto y a los nueves días ya estaban en casa.
Pero la vuelta a casa no fue nada fácil. Su pareja estaba muy ausente.
[Gabriela]: Supongo que desbordó. No asumió esa paternidad. A los, qué sé yo, al menos de un mes de vida empezó a abandonarnos. A decir que no podía. Se iba. Tardaba tres, cuatro días en volver.
[Aneris]: Tratamos de hablar con Guillermo para saber su versión de los eventos, pero no fue posible localizarlo.
Las cosas entre Gabriela y Guillermo empeoraban cada vez más. Él trabajaba todo el día y cuando estaba en casa se la pasaban peleando. Y después de una pelea, él se iba por días de la casa.
Por su embarazo complicado Gabriela había cerrado el local así que no tenía más ingresos y dependía de lo que su pareja le daba.
[Gabriela]: Si él se iba, se iban los pañales, se iba la leche. No me quedaba otra que ir a buscarlo.
[Aneris]: O aguantarse o disculpar el maltrato que muchas veces le daba. Su familia entera trabajaba y solo podían ir un rato de visita. Se sentía sola y abrumada. Solo podía pensar un día a la vez.
[Gabriela]: ¿Viste esa frase de “me desviví”? Es verdad. Porque dejé mi vida de lado. Dejé de ser Gabriela. Fui mamá. “Mamá de”. Mamá de Manuel y mamá de Elías. Y no fui otra cosa que no sea eso. Fue mucho más difícil de lo que…. de lo…de cualquier cosa que pudiera imaginar.
[Aneris]: Además de tener que hacer sola los malabares normales entre los dos bebés, había uno —Manuel— que lloraba todo el tiempo. Y ella no podía hacer que parara de llorar, de ninguna manera.
[Gabriela]: Era incansable. No terminaba nunca de llorar. Me… me consumía la atención, ¿no? La demanda era increíble. Pero, bueno, pensé que tenía un bebé de una manera y otro bebé de otra. Es lo más común, para mí. Pero ya para… para el año se acentuó muchísimo.
[Aneris]: Había algo en particular que llamaba la atención de Manuel.
[Gabriela]: Tenía ojos tristes. Todas las personas se daban cuenta que tenía ojos tristes. Y al año y medio se le empezó a caer el pelo, ¿no? Tenía agujeros en la cabeza, cuatro —me acuerdo— cuatro agujeros del tamaño de una moneda de 50 centavos. Y a eso se le sumó las pesadillas, digo pesadillas porque eran gritos desgarradores.
[Aneris]: El miedo de Gabriela era que estuviera enfermo, porque era evidente que algo estaba mal. Sobre todo comparado con Elías que era muy tranquilo.
[Gabriela]: Se notaba mucho la diferencia. Mi mamá venía y me decía, “algo le pasa algo”. Era… viste, cuando no podés descifrar pero está tan evidente que algo le estaba pasando.
[Aneris]: Consultó con el pediatra y lo mandaron a un neurólogo infantil. Le hicieron exámenes, pero nada. Por un lado, fue un alivio saber que no tenía nada, pero al mismo tiempo seguía con la angustia de no tener explicación de lo que le estaba pasando a su hijo. Por lo de la caída del pelo, Gabriela lo llevó a lo de una dermatóloga.
[Gabriela]: Que me preguntó si había muerto alguien en la familia, me acuerdo. Me hizo un montón de preguntas: si yo me había mudado, si me había separado o si me peleaba con el padre, si…
[Aneris]: Y es que al parecer no había ninguna otra explicación de lo que le estaba pasando, más que la emocional. Porque es que además de lo del pelo, del constante llanto, de las pesadillas, Manuel…
[Gabriela]: Empezó a pegarse… los enojos, ¿no? Porque se agarraba de los barrotes de la cuna para pegarse la cabeza contra los barrotes de la cuna.
[Aneris]: Cuando la dermatóloga le dijo que era emocional Gabriela no entendía.
[Gabriela]: ¿Cómo emocional al año y medio? Ahí me agarró un… Dije: “Se le va a caer el pelo, no sé. Va a quedar pelado si repite de año, ¿no?”. Qué sé yo. Cualquier situación que le pase se le va a caer el pelo de esta manera. Dije: “No, no puede ser”.
[Aneris]: La situación con Manuel empezó a afectar a todos, pero a Elías especialmente.
[Gabriela]: Tenía mucho miedo. Yo me acuerdo que Elías ante los gritos se quedaba quietito. Cuando fue creciendo se tapaba la cabeza con la sábana. Era muy incómodo para Elías. Empezó a entristecerse Elías también, porque acá había una criatura que estaba pidiendo auxilio a gritos y… y nos afectó a todos, a todos como familia.
[Aneris]: Y nadie sabía cómo ayudarlo. Todo fue llanto y crisis hasta que Manuel pudo empezar a hablar, cuando tenía 20 meses. Fue ahí cuando agarró a su mamá de la mano, la llevó hasta la reja, señaló a la vecinita de enfrente y le dijo esa frase que ya escuchamos.
[Gabriela]: “A… a… a… Yo, nena. Yo, princesa”.
[Aneris]: Y es que a pesar de que en ese momento Gabriela no le dio importancia, el tema se volvió recurrente. Se lo decía varias veces.
Antes de los tres años, Manuel empezó a vestirse solo. Cuando nacieron los mellizos, Gabriela y Guillermo habían pintado la pieza de celeste y casi toda su ropa también era azul o celeste. Así que Manuel se las arregló para encontrar otros colores en el closet de su mamá. Allí buscaba desesperadamente camisetas y faldas.
[Gabriela]: Se estaba poniendo mis remeras para simular que tenía vestido. Se ponía a bailar frente al televisor —viendo la Bella y la Bestia— y bailaba como Bella en la película y a veces le pedía a su hermano Elías que bailara con ella como el príncipe.
[Aneris]: Parecía obsesionado con la ropa. Una vez le pidió una falda a Gabriela —o pollera, como decimos en Argentina— y ella se la prestó.
[Gabriela]: Recuerdo que se la até con una colita del pelo y no se la quiso sacar más. Quería dormir con esa pollera y cada vez que se la ponía venía se asomaba y me decía que era una nena, que era una princesa.
[Aneris]: También estaba obsesionado con el pelo. Se ponía el trapo de piso que Gabriela acababa de usar para limpiar la casa en la cabeza para simular que tenía pelo largo. Los juguetes también eran un tema.
[Gabriela]: Teníamos meses de haberle regalado juguetes que nunca usó. Que, al contrario, que le regalabas un camión y se ponía a llorar. Tenía crisis. Jugaba con unos peluches que tenía nada más.
[Aneris]: Entonces, Gabriela —una mamá preocupada por el bienestar de su hijo— comenzó a sacar sus conclusiones.
[Gabriela]: Tenía un varón sumamente afeminado que me manifestaba querer tener ropa del género opuesto. Solamente creí que podía llegar a ser gay.
[Aneris]: A Gabriela le parecía desconcertante pero accedía a lo que le pidiera Manuel. Lo hacía por su hijo. Para Guillermo, la idea de que uno de sus hijos fuera gay era inaceptable.
[Gabriela]: Su papá no quería un hijo puto tampoco, ¿no? La violencia que ejercía ya con la presencia, ¿viste? el machismo puro y la sensibilidad extrema que tenía Manuel en ese momento, que buscaba la aceptación de su papá todo el tiempo. Todo el tiempo.
[Aneris]: Gabriela decidió consultar con una psicóloga para entender por qué su hijo quería ser una nena. Esta psicóloga tenía un punto de vista muy claro al respecto: intentó corregir y reafirmar la masculinidad de Manuel.
[Gabriela]: Que me prohibió que viera películas de Disney. Que me dijo que todo lo que estuviera a su alcance que fuera de niña, ¿no?, de lo que esta cultura se presenta para el género femenino, se lo quitará.
[Aneris]: Incluso le pidió a Gabriela que le pusiera llave a su habitación, para que Manuel ya no tuviera acceso a su ropa.
Hoy Gabriela siente que haber acatado el tratamiento que le propusieron fue lo más difícil que tuvo que hacer como mamá. Ella intentaba cumplir pensando que hacían lo mejor para su hijo, pero a Gabriela se le partía el alma. Cuando veía que Manuel se había escabullido para ponerse una remera de su mamá —siguiendo el consejo de la psicóloga— tenía que quitársela.
[Gabriela]: Yo sentía que en lugar de sacarle la remera, le arrancaba la piel. Era muy doloroso ver cómo esta criatura sufría por una remera.
[Aneris]: Un domingo por la noche sonó el teléfono en la casa de Gabriela. Era el 2010 y los mellizos tenían tres años. La que llamaba era su hermana Silvia. Le dijo que prendiera la tele y pusiera el canal del National Geographic. Que lo pusiera ya mismo. Que estaban dando un documental. Que lo mirara. Que más tarde hablaban. Gabriela y Guillermo encendieron el televisor.
[Gabriela]: Manuel y Elías dormían. Nos pusimos a mirar el documental y ahí había una niña que tenía 8 años, que decía…
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Josie Romero]: Hi, my name is Josie. My birthday is April sixteen. I’m a girl and I have a penis.
[Gabriela]: Me llamo Josie Romero. Tengo ocho años. Soy una niña y tengo pene. Y hablaba la mamá. Hablaba el papá. Mostraban a la niña. Contaban todo esto que le estaba sucediendo. Y era como si estuvieran contando lo que nos pasaba a nosotros acá en mi casa. La disconformidad constante, el llanto, la angustia, el vestirse con… con ropas del género opuesto y todo lo que venía haciendo Manuel. Era una niña transgénero.
[Aneris]: Era la primera vez que Gabriela escuchaba esa palabra.
[Gabriela]: La sensación era como de caer en un precipicio, ¿viste? El vacío, en el estómago. El darte cuenta de que la palabra transgénero era lo que nos había hecho falta en toda esta historia. Entonces poder entender o vislumbrar o decir, bueno, quizás es esto lo que le está pasando.
[Aneris]: Guillermo se echó a llorar y salió a fumar. Gabriela, por su parte, sintió alivio: lo que le pasaba a su hijo tal vez tenía un nombre. Pero también sintió culpa. Recordaba el tratamiento que le había recomendado la psicóloga —lo de prohibirle películas de Disney, colores femeninos, la ropa— y si su hijo era transgénero —esta palabra y concepto tan nuevo para ella— lo que le había hecho le parecía cruel.
[Gabriela]: Y yo necesité ir a pedirle perdón, porque no la había entendido. Le acaricié su pelito. Cuando la vi dormir, estaba dormidita, me senté en su cama y le pedí perdón porque realmente yo la había escuchado pero no había entendido que era lo que me había querido decir cuando me dijo: “Yo nena, yo princesa». Y le prometí que ahí iba a hacer todo lo posible, si ella quería ser una princesa, yo la iba a ayudar a ser la princesa más hermosa de todo el mundo.
[Aneris]: Lo que más quería Gabriela en el mundo era ayudar a Manuel pero no sabía cómo. Estaba realmente perdida. Ahora tenía algunas cosas claras, eso sí, que su hijo Manuel…
[Gabriela]: No era un varón, que no era gay, que no estaba enfermo. Nada de eso. O sea, era una niña trans. Por lo menos ya sabía de qué agarrarme.
[Aneris]: Lo primero que hizo fue entrar a Google y buscar información en internet, pero solo encontraba casos de Estados Unidos. No había nada sobre “niños trans” en Argentina. Imprimió lo que consiguió y fue subrayando aquellas cosas que se enumeraban en los artículos y que también le pasaban a Manuel. Fue a la psicóloga con toda esta información y, para su sorpresa, la psicóloga negó todo. Le dijo que eso era mentira, que las niñas transgénero no existían. Además…
[Gabriela]: Hizo hincapié en qué me pasaba a mí como mamá. Qué pasaba en mi casa que… que mi hijo varón decía que era una nena. Me responsabilizó de absolutamente todo. No entendió. No sabía.
[Aneris]: Empezó a buscar otros psicólogos y médicos para llevar a Manuel y todos sostenían lo mismo. Gabriela otra vez sentía la frustración de no encontrar una respuesta o a alguien que la ayudara a manejar la situación.
Mientras buscaba ayuda las cosas en su familia seguían complicándose. Especialmente con su pareja.
Se acuerda muy bien de un día específico. Era el 31 de julio de 2011, los mellizos acababan de cumplir 4 años y fue con ellos y con Guillermo a la casa de una amiga que acababa de tener una niña. La bebé tenía una muñeca con pelito de lana color rosa y sin saber cómo, Manuel se metió en la cuna de la bebé.
[Gabriela]: Y apareció delante de todos nosotros con la muñeca en la mano, diciendo que quería una muñeca. Y eso llevó a que el progenitor estallara en violencia, le arrancara la muñeca delante de toda la gente. Se sintió avergonzado por lo que su hijo estaba haciendo.
[Aneris]: Guillermo, furioso, los dejó en la casa y se fue a trabajar. Y Gabriela se acuerda perfecto que esa noche estaba cocinando cuando Manuel aparece en la cocina con una camiseta roja que le había sacado del closet a Gabriela y muy decidido le volvió a decir:
[Gabriela]: “Yo soy una nena”. Y me acuerdo que le dije: “No, eh, vos sos un varón. Pará. Dame un momentito”, porque había sido un día de mucha violencia para mí.
[Aneris]: Gabriela solo tenía la idea de la transgeneridad por un documental. Estaba buscando especialistas que la ayudaran a navegar esto. No había encontrado a nadie y todavía no estaba segura de qué pasaba con Manuel. Pero esa noche hubo algo que la sorprendió.
[Gabriela]: Me dijo: “Soy una nena y me llamo Luana”. Y ahí dejé de hacer todo, viste, porque se me congeló hasta el pensamiento. Y dije: “¿Qué?”. “Soy una nena. Me llamo Luana y si vos no me decís Luana, mamá, no te voy a responder”. Y ni siquiera sabía ni de dónde había sacado el nombre, pero evidentemente hasta ya tenía pensado un nombre y ya no quería que le dijera Manuel. Y se plantó con cuatro años para decirme que se había elegido su propio nombre.
[Aneris]: Gabriela no supo qué decir.
[Gabriela]: Lo primero que atiné, viste, lo que atina cualquier adulto cuando no tiene respuesta: “Andá a tu cuarto. Después hablamos”.
[Aneris]: Al día siguiente a Gabriela, cuando lo llamó, le salió decirle Manuel.
[Gabriela]: Y no me respondía. Entonces al primer: “Manuel, Manuel, Manuel”, intenté con: “Luana” y se dio vuelta y me dijo: «Sí, mamá».
[Aneris]: Desde que Manuel dijo que se llamaba Luana, su mamá, su tía Silvia y su abuela María Esther, empezaron a acostumbrarse de a poco y a intentar nombrarla por el nombre que había elegido. Le decían Lulú, Lu y Luana. Y con esto —con solo esto, lo del nombre— la situación en casa comenzó a cambiar.
[Gabriela]: Y ahí es donde Luana comenzó a dormir. Ahí es donde dejó de tener pesadillas. Ahí es donde empezó a bajarle la tristeza.
[Daniel]: Pero era recién el comienzo de un largo camino. Después de la pausa, Luana entra al jardín infantil con el nombre que ella misma había escogido.
Ya volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, con solo cuatro años, Luana había logrado que en su casa la aceptaran y la empezaran a llamar por este nuevo nombre, pero el proceso con el jardín y con el resto de la sociedad sería otra cosa.
Patricia Serrano sigue con la historia.
[Patricia Serrano]: Luana y Elías habían empezado el jardín a los tres años. Era privado y quedaba cerca de la casa. El jardín siempre había sido un lugar difícil para Luana porque quería vestirse como las demás nenas. Se usaba uniforme: las nenas con falda y los nenes con pantalón. Y desde que entró obviamente todos allá la reconocían como Manuel. Pero, desde un principio, Manuel quería hacer cosas de niñas. Por ejemplo…
[Gabriela]: Empezó a peinar a las nenas. Era el varoncito que peinaba a las niñas del jardín, ¿no? Ella quería también una pollerita como usaban todas las niñas y a ella le correspondía el pantalón de uniforme y el pelo bien corto. Y salía del jardín sufriendo.
[Patricia]: Gabriela no podía complacer a Luana. Y tampoco podía ponerle una falda para ir al colegio.
De a poquito y dentro de casa, Luana empezaba a ser cada vez más ella. Para que no se pusiera más trapos sucios en la cabeza, le compraron una peluca de cotillón. De fantasía. Su tía Silvia le compró su primer disfraz de princesa. La princesa Aurora. Y para el día del niño accedieron comprarle la muñeca que tanto pedía. Empezó a dormir con la muñeca y con la peluca. Dormía profundo y ya casi no había pesadillas. Empezó a comer mejor y se le dejó de caer el pelo. Pero Luana era Luana solo en la casa.
[Gabriela]: Para todo el jardín, Luana era un varón.
[Patricia]: Y ante el resto del mundo también, y llamándose Manuel.
[Gabriela]: Esta disociación, no la podía sostener. Venía corriendo del jardín, entraba corriendo y se iba sacando la ropa desde la puerta hasta entrar nada más que para ponerse el vestido de cotillón que tenía, la peluca de cotillón. Parecía como que le quemaba la otra ropa. Se agarraba a los pantalones y me decía: “Esto me molesta”.
[Patricia]: Gabriela seguía buscando ayuda profesional y estaba muy frustrada…
[Gabriela]: Ya habíamos pasado por muchos psicólogos, por pediatras, neurólogos —dentro de lo que podíamos— y nadie nos quería acompañar. O sea, nadie quería acompañar a la mamá loca que decía que tenía una niña trans, cuando en este país no se hablaba de la transgeneridad en la infancia. No existía.
[Patricia]: Hasta que, buscando en internet, su hermana Silvia encontró el mail de una psicóloga: Valeria Paván. Era la coordinadora del área de Salud de la Comunidad Homosexual Argentina, la CHA.
Le escribieron y Valeria aceptó recibir a Gabriela en su consultorio, a unas pocas cuadras de Plaza de Mayo, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, a tres horas de la casa de Gabriela en transporte público. Gabriela le pidió a Guillermo que la acompañara y fueron a verla una noche. Esta es Valeria.
[Valeria Paván]: Me contaron toda la historia y todo el recorrido que habían hecho durante esos… esos dos años. No me llamó tanto la atención.
[Patricia]: O sea, tenía mucha experiencia con personas trans. Para ese momento Valeria ya había acompañado como a 200 personas trans. Lo que sí le sorprendía era lo joven que era Luana y el hecho de que los padres habían reconocido a su hija. Eso sí era extraño.
[Valeria]: Por primera vez en un montón de años de recorrido habíamos encontrado a un papá y una mamá que habían podido escuchar lo que esta nena estaba intentando explicarles.
[Patricia]: Le sorprendió que no se hubieran quedado con esas terapias correctivas que les ordenaron los psicólogos a los que habían visto. Que siguieran investigando. Eso nunca lo había visto.
Gabriela recuerda muy bien las palabras de Valeria aquel día. La pregunta que les hizo: que qué iban a hacer si la evaluación confirmaba que Luana era una niña trans.
[Gabriela]: E inmediatamente yo ya sabía qué hacer. Lo que no sabía era lo que iba a hacer su… su progenitor.
[Patricia]: Para su sorpresa, Guillermo —el progenitor, como le dice Gabriela— le dijo a la doctora que sí aceptaría a Luana, tal como era.
Terminaron la cita y quedaron en que iban a llevar a Luana para que la conociera. Gabriela salió sintiendo que por fin había conocido a un profesional que coincidía con su intuición, que estaba dispuesta a apoyarla. Pero estaba muy asustada, muy abrumada. Una de las cosas que más la angustiaba era saber que en Argentina nunca había habido un caso de una niña trans tan pequeña. No había un modelo a seguir, nada.
[Gabriela]: Teníamos que hacerlo nosotras y ser punta de lanza en algo sin tener absolutamente conocimiento ni nada. No era fácil, ¿no?¿Y si estaba bien lo que estábamos haciendo? ¿Y si estaba mal lo que estábamos haciendo? ¿Y quién me garantizaba a mí que mi hija no iba a sufrir o que no le iba a pasar nada? ¿Cómo iba a ser en el jardín?
[Patricia]: Tocaba paso por paso.
Valeria necesitaba primero conocer a Luana. Le dijo a Gabriela que cuando llevara a Luana le dijera que llevara todo con lo que quisiera jugar.
[Gabriela]: Y Luanita sola agarró una bolsita y en la bolsita puso su vestidito de cotillón, estos de jugar, y la peluca. Entonces cuando Valeria la conoció, le abrió la puerta y ella entró corriendo casi como para que ni la vea. Se puso la peluca y se puso la pollera y recién ahí se presentó como Luana.
[Patricia]: Para Valeria fue claro desde el primer momento.
[Valeria]: Apenas la conocí, no dudé inmediatamente en consensuar con… con la familia y empezar a… a darle lo que Lulú nos pedía.
[Patricia]: Se empezaron a ver una vez por semana.
[Gabriela]: Y de ahí, bueno, Luana encontró en Valeria el escape, la libertad. Todo lo que ella necesitaba se lo pedía a Valeria y sabía que Valeria iba a interferir para… para ayudarla.
[Patricia]: Un día del 2011, poco antes del día de la madre —en Argentina se celebra en octubre—, Gabriela estaba con Luana y Elías buscando algo de ropa para la abuela. Ambos estaban vestidos iguales, con pantalones azules de cuadros. Estaban en la tienda y, cuando Gabriela se dio vuelta, Luana se había puesto una de las blusas del local.
[Gabriela]: Que alarmó mucho a la chica que estaba vendiéndome, ¿no? Entonces le dije al oído que le quedaba grande. Y ahí tomé la decisión de que ya no estuviera disfrazada.
[Patricia]: O sea, que Luana necesitaba su propia ropa, de niña. Ropa que le quedara. Que le gustara. Lo que cualquier mamá le quisiera dar a su hija. Pero para Gabriela, esta decisión fue casi una revelación.
[Gabriela]: No, me parece que la dignidad era lo último que yo le podía negar.
[Patricia]: Después de comprar el regalo para la abuela, fueron a un local de ropa infantil.
[Gabriela]: Entonces entré con ellos dos, con esa vestimenta, y le pedí al señor una pollera de color lila que había en la vidriera. Entonces me dice: “¿Como para quién?”. Y le dije: “Como para…”. Y la miraba a Luana y no sabía cómo explicarle, decía: “Como para ella”. Y el señor no entendía nada.
[Patricia]: Luana se puso la falda y empezó a dar vueltas dentro del local. Estaba feliz. Cuando llegaron a su casa, Luana estaba ansiosa por ponerse la falda y mostrársela a su abuela. La mamá de Gabriela, María Esther, vive justo enfrente. Solo tenían que cruzar la calle de tierra. Sería la primera vez que Luana saldría a la calle vestida como una nena.
[Gabriela]: Y apenas abrí la puerta se fue para atrás y me dijo: “No, no, no, no. Si viene gente, me escondo». Yo la agarré de la mano y le dije: “¿Vos sos una nena o sos un varón?”. “Soy una nena, mamá”. “Bueno, vamos a la casa de la abuela y vamos a cruzar con la pollera porque vos sos una nena. Estás conmigo, no… no tenés que tener vergüenza”. “¿Y si viene gente?”. “Y si viene gente, si no le gusta que no te miren”. Se terminó.
[Patricia]: Así de simple era, al final de cuentas. Tomar la decisión de asumir quién era.
[Gabriela]: Así que le agarré la mano a Elías, le agarré la mano de Luana con su pollerita. La remera era azul con unos cuadros y tenía su pollerita, con su pelito super cortito. Y de la mano agarraditas, cruzamos la calle. Fue inmensa la calle, porque no se terminaba más (risa). Creo que eran seis pasos y nos costó mucho atravesar. Pero eso le dio la seguridad a Luana. No la paramos más.
[Patricia]: El mensaje de Gabriela era claro:
[Gabriela]: La aceptación, la seguridad. El que pase lo que pase yo estoy acá. No importa lo que digan los demás.
[Patricia]: “Si vos querés salir a la calle vestida así, yo te apoyo.»
[Gabriela]: El tema era el padre. No tenía permiso mi hija para salir a la calle así vestida. Así que las batallas que fuimos ganando nos duraron muy poquito porque después nos abandonó.
[Patricia]: Guillermo se fue definitivamente de la casa en enero del 2012, cuando Elías y Luana tenían cuatro años y medio. Con el tiempo dejaron de verlo por completo. Fueron épocas muy difíciles para Gabriela y sus hijos. Pero Elías vivía la transición de Luana con naturalidad.
[Gabriela]: Primero porque él ya sabía… sabía que su hermano quería una muñeca. Sabía que su hermano era la princesa. Lo sabía. Para él fue mucho más fácil. Fue solamente cambiar un nombre, nada más. Elías empezó a notar que Luana estaba mejor, y si Luana dormía Elías también. O sea, si Luana estaba en paz, estaba en paz toda la casa.
[Patricia]: Luana buscaba la aprobación de su hermano.
[Gabriela]: Y si se ponía un vestido o una pollera, lo que fuere, le decía a Elías: “¿Cómo estoy, Elías?”. Y Elías le decía: “Estás hermosa, Luana”. O sea, todo el amor de su hermano tuvo siempre.
[Patricia]: Poco a poco, Luana podía ser ella misma, no solo en su casa, sino también puertas afuera. Pero el tema era el jardín infantil, donde todavía era Manuel. Ahí estaba obligada a vestirse de niño, las profesoras la trataban como niño. Odiaba ir al colegio.
[Gabriela]: Lloraba en la puerta que no quería entrar porque la trataban como un varón.
[Patricia]: Lo cual era muy difícil para Luana. Entendió poco a poco que lo que la diferenciaba de las niñas era sus genitales. Y un día Luana…
[Gabriela]: Se apareció desnuda, había hundido su pene con sus manitos, con sus deditos chiquititos. Lo había hecho desaparecer y me dijo: “Mira, mamá. Así quiero. Yo no quiero pene porque las niñas no tenemos pene”. La abracé. La vestí e hice desaparecer todo lo cortante que tuviera a su alcance. Yo sentí que ella iba a cortarse ese pene y me desesperé.
[Patricia]: Entre Gabriela y Valeria trataron de que lo entendiera de la mejor manera posible.
[Gabriela]: Que notará que estas diferencias que a ella le iban a pesar, como ser la única niña con pene dentro de la escuela, en lugar de padecerlo y decir: “Ay, yo soy la única nena con pene”, es decirle: “Qué maravilloso que vos seas la única nena con pene”.
[Valeria]: Lo que tratamos de trabajar es que la nena entendiera que lo que le estaba pasando no estaba mal. Que ella pudiera aceptar su cuerpo, que era posible ser una niña con pito y no había… no había ningún problema.
[Patricia]: Era un acompañamiento que iba más allá del consultorio. Valeria había ido a hablar con la directora y las maestras del jardín y habían acordado que lo mejor para la nena era que al año siguiente —cuando volviera al jardín, casi a los cinco— entrara como Luana, aunque todos sus documentos de registro la siguieran identificando como varón.
El uniforme ahora sería una falda como ella tanto quería. Se había empezado a dejar crecer el pelo —que ya no se le caía— y alcanzaba para atar algunos mechoncitos con las hebillas que a ella le gustaban. Gabriela se acuerda perfecto de ese primer día del jardín, cuando la llevó como Luana.
[Gabriela]: Fuimos caminando. Nueve cuadras teníamos casi para llegar al jardín. Todo lo que me pasó por la cabeza. No quería llegar porque tenía tanto miedo de que alguien me dijera algo. Pensé que ella se iba a arrepentir, que iba a tener vergüenza. No sé.
Si vos la hubieras visto entrar con la felicidad que entró. Hasta cantó el himno entero. Todo. No se percató o no quiso ver o ignoró todo lo que a su alrededor pasaba, porque fue muy violento todo. Ningún adulto se privó del asombro, del comentario, de decir lo que quisiera. Se preguntaban: ¿Dónde estaba Manuel? ¿Por qué Manuel iba vestido de mujer? ¿Qué le pasaba? ¿Por qué le estábamos haciendo esto? Pero Luana entró al jardín con una fuerza inigualable. Luana es… es increíble.
[Patricia]: Esa fuerza de Luana —la que menciona su mamá— no significó que todo fuera fácil. Había una violencia cotidiana, como los comentarios de los padres del jardín o de gente en la calle. Preguntas, a veces mal intencionadas, que la juzgaban a Luana o a Gabriela. Y a veces, las cosas más simples, como ir a urgencias de una guardia médica, se hacían difíciles.
[Gabriela]: Y llegar y decirle… darle el documento con el carnet o solamente el documento y que te diga: “Bueno, ¿y Manuel?”. “Es ella”. “No, Manuel. Ah, es para la nena, no es para Manuel. Dame el documento de la nena”. “No, Manuel es esta nena. Es una nena transgénero”. No la querían atender
[Patricia]: Y podía durar media hora discutiendo con la recepcionista y explicándole toda la situación. Se acuerda de una vez que a Luana le dio una fiebre alta, la llevó y…
[Gabriela]: El médico empezó a llamar delante de toda la gente en la sala: “Manuel, Manuel”. Y recuerdo que Luana entró, le golpeó el escritorio con la mano y le dijo: “Yo me llamo Luana. No me llamo Manuel”.
[Patricia]: La dificultad de que los atendieran se repitió varias veces. Era tal el desgaste de tener que explicar que una vez Gabriela pensó en una solución para que le pusieran una vacuna a su hija.
[Gabriela]: Lo único que le dije —y que me arrepiento y no lo volví a hacer nunca más— es decirle a Luana: “Te podés poner la ropa de Elías? Así vamos te das la vacuna y nos volvemos”. Y no lo quiso hacer. Me dijo: “No, yo no voy”… La criatura era la coherente en esta historia, no los adultos. E inmediatamente entendí le dije: “Tenés razón, tenés razón. Cómo te voy a pedir que te vistas con la ropa de tu hermano para que un médico te atienda con respeto y como corresponde y te den las vacunas que tenés que tener”.
[Patricia]: En el jardín, a pesar de que habían aceptado formalmente la transición de Luana, no ayudaron mucho más allá.
[Gabriela]: No nos permitieron hablar con las familias. O sea que cada cual armó la historia que quiso en su cabeza y eso era muy violento para Luana. Había niños que le pegaban.
[Patricia]: Todo esto coincidió con que el papá de los niños dejó de pagar la manutención, la cobertura médica y el jardín. Gabriela, además, no tenía trabajo. Su mamá empezó a ayudarle a pagar la luz, el gas, a comprar la comida. Se pusieron a trabajar en el patio de la casa.
[Gabriela]: A subirme a una bicicleta y repartir pizzas y empanadas.
Y para Luana fue bastante fuerte porque ella al principio entendía que su papá se había ido porque ella era transgénero. Y eso nos encargamos con Valeria de… de que lo tuviera bien en claro, ¿no? De que no, de que el papá no se había ido porque ella era trans, sino que papá se iba y no solo abandonaba a Luana sino que abandonaba a Elías también. Eran sus hijos.
[Patricia]: Por la falta de dinero, tuvo que cambiarlos a una escuela del Estado, donde a Luana ya la conocieron como a una nena trans. Pero en su documento seguía llamándose Manuel.
La esperanza para que fuera llamada por su nombre en todos lados llegó en el 2012.
[Periodista 1]: En Argentina fue recibida con júbilo la aprobación por parte del Senado de la Ley de Identidad de Género.
[Periodista 2]: La nueva legislación permite que las personas cambien de género y nombre sin la aprobación del juez o médico.
[Patricia]: La ley de identidad de género, permite que las personas trans sean inscritas en sus documentos personales con el nombre y el género autopercibido, sin necesidad de un proceso judicial ni de patologizar su condición. O sea les permite rectificar la partida de nacimiento y tener un nuevo DNI.
Ahora Luana tenía la oportunidad de ser quien era también en el aspecto legal. La ley cuenta con un artículo para el caso de menores de 18 años, como ella. Ambos progenitores o representantes legales del menor tienen que dar su consentimiento. Y el menor, con su abogado, también.
Gabriela siguió cada paso para lograrlo. El fiscalizador de la Comunidad Homosexual Argentina se encargó de encontrar a Guillermo y lograron que fuera el día en que iban a llenar el formulario para el DNI de Luana.
[Gabriela]: El asesor de menores nos dijo que… que nadie iba a firmar un DNI así para Luana, que era muy chiquitita. Luanita tenía cinco años nada más.
[Patricia]: Porque muy seguramente este funcionario nunca se imaginó que un menor tan pequeño iba a querer el cambio de identidad. Era el primer caso en todo el país. Así que lo negaron.
Gabriela estaba enojada, pero…
[Gabriela]: No me quedé con esa negativa. No podía seguir llevándola a una guardia con el riesgo de que no le atiendan. Necesitábamos el DNI. Y me paré frente a la Casa Rosada.
[Patricia]: La casa presidencial.
[Gabriela]: Y decidí escribirle una carta a la Presidencia de la Nación.
[Patricia]: Cristina Fernández de Kirchner
[Gabriela]: ¿Qué sé yo, viste? Con una esperanza. No sé. Yo necesitaba que alguien me escuchara.
[Patricia]: Junto a Valeria Paván decidieron que el pedido sería más contundente si el caso llegaba también a los medios de comunicación. Aunque aquello, claro, implicaba riesgos. Diseñaron una estrategia para proteger la identidad de Luana.
El caso salió por primera vez el 28 de junio de 2013 en el diario Página 12. El artículo lo firmaba Mariana Carbajal, una periodista que sigue de cerca los temas de género, y se tituló «Lo que devuelve el espejo». La foto que ilustraba la nota mostraba a Luana jugando en su habitación pero no se veía su cara. Tampoco la de Gabriela ni Elías.
La historia fue replicada enseguida por otros medios. Se convirtió en una noticia nacional, tema de debate en las casas y en los programas de televisión.
[Comentadora]: A mí parece realmente terrorífico, terrorífico. ¿Desde cuándo un nene de dos años le va a dar órdenes a la madre? Porque así como le podría haber dicho que quería ser princesa, le podría haber dicho que quería irse a vivir a la luna. ¿Y qué? ¿La madre iba a ir a la NASA para llevarlo a la luna? Es evidente que hay un deseo de la madre desde que nació para que Lulú fuera mujer.
[Comentador]: La mamá tiene mellizos y a lo mejor tiene dos varones y quería tener un varón y una nena y psicológicamente uno puede ir formando a sus hijos a medida de los mensajes que les transmite.
[Comentadora]: ¿Vos decís que puede haber habido una manipulación?
[Comentador]: Sí
[Comentador]: La mamá quería una nena. Y consiguió la nena del nene. Está claro como uno más uno.
[Gabriela]: No faltaron los profesionales que se sentaron en los medios de comunicación y en los noticieros para decir que yo estaba esquizofrénica. Me diagnosticaron como psicótica.
[Patricia]: Decían que tenía el síndrome de Munchausen y que podía llegar hasta matar a sus hijos.
[Gabriela]: Personas que ni siquiera me habían visto ni me habían oído. Ni me conocían, ni conocían a Luana.
[Patricia]: Lo que se cuestionaba, principalmente, era la temprana edad en el cambio de género de Luana. Pero para Valeria eso nunca fue un problema.
[Valeria]: La verdad es que la toma de conciencia puede ser en cualquier momento de la vida. A mí me parece bien que se respete una construcción identitaria temprana. La identidad tiene que ver con el yo. El yo se forma muy temprano en la infancia y sabemos que todos los intentos de cambiar o de corregir la autopercepción de las personas trans lo que ha conseguido es la destrucción de la persona.
[Patricia]: Fueron días difíciles para Gabriela. Pero también felices porque por primera vez se estaba hablando de infancias trans en Argentina y con tanta presencia mediática comenzaron a pasar cosas buenas. El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo convocó a Gabriela para apoyarla en el pedido del DNI. También la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia.
Pero no era suficiente. Escribió una carta al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, donde debía rectificarse el DNI de Luana. En los medios no se hablaba de otra cosa. Gabriela estaba abrumada y tenía miedo de que Elías o Luana escucharan lo que decían de su familia, así que un día apagó el televisor y el teléfono y se los llevó a patinar a una plaza. Necesitaba desconectarse. Y al volver…
[Gabriela]: Tenía como cuatro o cinco mensajes del ministro.
[Patricia]: Del ministro de jefatura de gabinete de la provincia de Buenos Aires, Alberto Pérez. Gabriela llamó de vuelta y le dijeron que querían comunicarle…
[Gabriela]: Que iban a rectificarle la partida de nacimiento de Luana y que Luana iba a tener su DNI. Y que me esperaban al día siguiente en la Casa de Gobierno de La Plata.
Yo recuerdo que colgué el teléfono y empecé a los gritos. Y lo único que le gritaba a Luana era: “¡Lo lograste, Luana! ¡Lo lograste! ¡Lo logramos! ¡Lo logramos, Luana, vas a tener tu DNI!”. O sea que valió la pena todo el dolor, la violencia, lo que aguanté, el esfuerzo. Todo había valido la pena.
[Patricia]: El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires había decidido rectificar la partida de Luana y también había decidido que quería hacer un acto público para anunciarlo. Querían que Gabriela recibiera el documento de Luana enfrente de las cámaras. Habría medios nacionales e internacionales. Era un hecho sin precedentes. Luana se convertiría en la persona más pequeña en el mundo en conseguir un nuevo documento acorde a su identidad de género.
Gabriela dudó mucho antes de decidir enfrentarse a las cámaras. Desde que se había hecho pública la historia escuchaba cosas horribles. Y hasta ahora no se conocía su rostro, seguía siendo anónima.
[Gabriela]: Las redes sociales explotaban con “Maten al puto”, “Al putito y a la madre», “La madre merece un tiro en la cabeza”, “Hay que darle una buena paliza para que sea macho”. Era… era tremendo.
[Patricia]: Gabriela discutió con su mamá y sus hermanos cuál era la mejor alternativa. Pensaron en escribir una carta en nombre de la familia para que la leyera otra persona en el acto…
[Gabriela]: Pero, por otro lado, ¿qué le enseñaba yo a mi hija, no? Tanta lucha, tanto que atravesamos, tantos años. Tanto dolor. Y este era el único gran logro que estábamos teniendo y qué le iba a enseñar. Que… ¿quién iba a recibir ese documento? Que es la dignidad de Luana, de mi hija.
[Patricia]: A pesar de todo el miedo que sentía tomó la decisión.
[Gabriela]: Voy a ir y voy a demostrarle que de cara al mundo estoy orgullosa de ella y que no hay nada de malo. Porque también entendí que quizá no yendo seguimos ocultando, ¿no?
[Patricia]: El 9 de octubre de 2013, cuando Luana tenía 6 años, el ministro hizo entrega oficial del documento a Gabriela.
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Alberto Pérez]: Para nosotros es… primero en lo personal, una emoción, porque sé lo que significa para vos, para la nena y para tu familia. Y como funcionarios seguir poniendo en vigencia nuevos derechos, que por suerte día a día tenemos en nuestro país.
[Patricia]: Gabriela casi no podía hablar de la emoción. Como pudo, dijo ante las cámaras:
(SOUNDBITE DE ARCHIVO)
[Gabriela]: Este DNI es de Luana. Está firmado por Luana y tiene la foto de Luana. Esta lucha es de ella. Yo solamente la acompañé y la escuché en el momento en que ella quería que la escuchara.
[Patricia]: La noticia se escuchó en toda la Argentina y en todo el mundo. Ese día, Luana se convirtió en la primer menor trans en el mundo en ser reconocida por el Estado. Todos los medios buscaban a Gabriela, pero decidió no hablar. Ya había dicho lo importante.
Uno de esos días salió con sus hijos a tomar el colectivo y se le perdió el celular. Ahí tenía las fotos de la entrega del DNI de Luana. Gabriela se desesperó. No solo por la pérdida sino porque pensó que si alguien encontraba el teléfono, veía las fotos y la reconocía, las imágenes no tardarían en aparecer en internet. Y la identidad de Luana quedaría develada.
Entonces fue a la comisaría del barrio a hacer la denuncia. Y no se imaginó la violencia a la que iba a tener que enfrentarse. Cuando le contó toda la historia al que la atendió, todo lo de Luana, el DNI y las fotos, el oficial…
[Gabriela]: Se recuesta sobre su silla, y ya como que el clima empezó empezó a cambiar, ¿no? Yo sentí la agresión en ese momento, la violencia de ese señor en ese momento, porque me dijo: “Qué barbaridad”. Que él jamás permitiría que su hija fuera a la misma escuela que la mía porque en el baño su hija corría peligro junto con Luana. Me pregunto si se le iba a parar, si yo pensaba en el futuro a mi hija se le iba a parar el pene.
[Patricia]: Gabriela se acostumbraría a escuchar este tipo de preguntas y aprendería a responderlas con sarcasmo. Al final no pasó nada con el celular perdido. Luego, cuando Gabriela se hizo activista y figura pública, tendría que lidiar con personas como ese agente de la policía.
[Gabriela]: Porque cuando la conocen a Luana están pensando qué hace Luana con su pene.
[Patricia]: Eso no debería importarle a nadie. Solo a Luana.
Mientras entrevistamos a Gabriela en el comedor de su casa se escuchan de vez en cuando las voces de Luana y Elías jugando en su pieza al Fortnite, el videojuego del momento. Gabriela los llama, para que saluden.
Son flaquitos, de la misma estatura y los mismos ojos negros inmensos. Luana tiene el pelo largo hasta la cintura, negro y brillante. Elías el pelo cortito. Luana saluda con sonrisa grande de oreja a oreja. Sabe que somos periodistas y que vamos a contar su historia. Elías parece tímido. Los dos se van corriendo a la casa de su abuela, enfrente.
Y ahora la calle ya no les parece tan grande.
[Daniel]: A pesar de que en Argentina no existen cifras oficiales ni informes estadísticos sobre la situación de las personas trans, algunas organizaciones de derechos humanos han hecho sus propias encuestas para conocer la realidad de la violencia contra esta población. Según el informe del 2015 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Latinoamérica, la expectativa de vida de una persona trans no es mayor a 35 años y una de las mayores causas de muerte es el asesinato.
En estos años, Gabriela se ha transformado por completo. Se volvió militante y referente de las infancias trans.
Desde que se hizo pública su historia, empezó a recibir cientos de consultas de familias que estaban atravesando una situación similar a la de Luana. Fundó «Infancias Libres» una Asociación Civil para apoyar a esta comunidad.
También ha publicado un libro sobre su experiencia. Se titula Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre. Tiene 10 reimpresiones.
El final de ese libro dice así.
[Gabriela]: “Deseo que seas feliz, que lo sigas intentando, que nunca te rindas, que jamás des un paso atrás, que logres ser fuerte, que te sientas libre, que te quieras mucho y que sigas siendo un ser tan lleno de luz, porque el camino es oscuro y sos vos quien lo va a iluminar. Te amo, mamá”.
[Daniel]: Aneris Casassus y Patricia Serrano son periodistas y viven en Buenos Aires.
Esta historia fue editada por Camila Segura, Victoria Estrada y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Andrea López Cruzado hizo el fact-checking.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Miranda Mazariegos, Rémy Lozano, Patrick Moseley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Joseph Zárate. Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Ambulantes, el viernes publicaremos un episodio extra para complementar la historia que acaban de escuchar. Hablamos con oyentes de Radio Ambulante que no se identifican con las categorías tradicionales de género. Sus testimonios revelan lo que significa ser una persona trans en Latinoamérica. Estén pendientes.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.
En el siguiente episodio de Radio Ambulante. Alberto Fujimori tenía una idea ambiciosa…
[Carlos Meléndez]: Como era un avión privado, este avión privado entra a un hangar privado. Y en ese momento el personal de Migraciones envía a un funcionario al hangar a registrar a las personas.
Cuando vuelve a su sitio, ingresa los nombres al sistema es que sale la alerta de Interpol.
[Daniel]: Dejar el exilio en Japón y regresar al Perú. Pero su estadía en Chile comenzaría una aventura inesperada. Su historia, la próxima semana.
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