Transcripción – Saltar el muro

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[Carlos Framb]: Un día yo abrí la puerta y la oí llorando, sola en su cama.

[Daniel Alarcón, host]: Este es Carlos Framb, un escritor colombiano. Y aquí está hablando de su mamá, Luzmila, con quien era extremadamente cercano. En el 2007 Luzmila estaba sufriendo de varias enfermedades. Tenía dolores constantes. Y se estaba quedando ciega.

[Carlos]: Entonces ya yo me acerqué. Y ella me dijo, llorando: “No, yo así tan ciega no quiero vivir. Negrito, no quiero y no quiero». Entonces yo le dije: «Dígame, mi negra que yo hago lo que usted me diga”.

[Daniel]: Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy volvemos a nuestros archivos para compartir con ustedes una de nuestras historias favoritas, publicada originalmente en el 2015.

Y empezamos con una pregunta, una pregunta bastante complicada:

¿Hay algún caso en el que esté bien ayudar a alguien a morir? Y si sí, ¿bajo qué circunstancias?

Nuestra directora adjunta, Camila Segura, viajó a Medellín para conversar con Carlos.

[Camila Segura]: Carlos nació en Sonsón, un pueblito a unas dos horas y media de Medellín. Un lugar, en esa época, bastante tradicional y católico.

El gran trauma de su adolescencia, lo que lo marcaría de alguna manera, fue la muerte de su abuela materna. Carlos tenía como 14 años y a Carmelita —así se llamaba— le dio un cáncer de piel.

Ella tenía 85 años y vivía también en Sonsón. Durante meses, sufrió horriblemente. No toleraba el contacto con la ropa, entonces la tenían que envolver en plásticos que, cuando se los quitaban, le arrancaban la piel.

[Carlos]: Entonces, todo ese suplicio, ese sufrimiento y ver cómo esta anciana tan querida, se iba deshaciendo… la piel, cierto. Se iba quedando en carne viva toda.

[Camila]: Carlos sentía que no era justo que una persona sufriera tanto y que tuviera que esperar a que le llegara la muerte para descansar.

[Carlos]: Y muchas veces a lo largo de la vida, con mi madre, recordamos esa agonía de Carmelita. Y ambos coincidíamos. Pues, no vimos nunca sentido a ese sufrimiento de esta mujer.

[Camila]: A pesar de que creció en una familia muy católica, a raíz de esta experiencia Carlos comenzó a separarse de la religión. No entendía por qué el catolicismo podía estar en contra de la eutanasia.

Cuando se graduó de bachiller, Carlos se mudó a Medellín a vivir con su papá. Poco después le siguieron su mamá y su hermano. Se dedicó a escribir y llegó a publicar un par de libros de poemas. Vivió feliz durante casi veinte años en una casa grande con sus papás y dos tías.

A sus 27 años empezó a trabajar y dejó de escribir. Todo empezó a cambiar en el 2000, cuando su mamá se fracturó una pierna. En un lapso de dos años su papá y sus dos tías se murieron y la salud de Luzmila empezó a deteriorarse.

[Carlos]: Ya estaba setentona. Y descubrieron una artrosis y osteoporosis. Y, además empezó a perder la visión, rápidamente, tres enfermedades.

Entonces mi madre pasó muy rápido de ser una mujer, pues, no diría yo alegre, pero, pues, una mujer activa y socialmente, pues, en movimiento, a ser una mujer triste.

[Camila]: Carlos quedó solo con su mamá y un perrito. Había empezado a dictar clases de lectura en un colegio y pasó de vivir en esa casa grande llena de gente, a vivir con su mamá, en un apartamento chiquito. No desagradable, pero sí chiquito. Muy diferente a la vida que tenía antes. Ese espacio tan reducido hizo que algo pasara entre Carlos y Luzmila.

[Carlos]: Ahí yo descubrí que mi madre y yo éramos más como un par de amigos. Entonces, lo que se dio entre mi madre y yo al final, pues, fue una relación, digamos que muy dependiente, muy cariñosa. A mi me daba como mucho pesar de ella ¿no? De su indefensión, de su impotencia.

[Camila]: Su hermano Iván había vuelto a Medellín después de 20 años en Estados Unidos. A pesar de que vivía cerca, el que realmente cuidaba a Luzmila era Carlos.

[Carlos]: Yo era profesor, ¿no? Entonces la vida mía, básicamente era las clases en el colegio y cuidarla a ella, estar acompañándola. Pasaba mucho tiempo sola, muy adolorida. Empezó, pues, a complicarse. Todos los días era la quejadera, era la… como un mantra, ¿cierto? “¿Cuándo te vas a acordar de mí, diosito? Acuérdate de mí… qué cosa tan horrible. No quiero vivir”.

[Camila]: Él salía todos los días temprano para el colegio y desde allá la llamaba un par de veces. Normalmente, Luzmila se quedaba en la cama hasta las 9 o 9:30. Oía radio y rezaba el rosario. Se levantaba, se bañaba, desayunaba y a veces o se volvía a acostar —dependiendo de cómo se sintiera— o se sentaba al lado de la ventana a recibir sol, sin poder ver casi nada. Carlos llegaba a almorzar.

[Carlos]: Entonces básicamente las tardes eran, o yo quedarme con ella, y le leía mucho, le gustaba que yo le leyera. O salir, salir al médico, o dar una caminada con el perrito, pues, y ella.

[Camila]: Pero hasta estas caminatas que tanto le gustaban se le volvieron muy difíciles por el dolor que sentía en todo el cuerpo. Para enero del 2007, ya no veía más que manchas, no distinguía detalles. Y una de las cosas que más le daba tristeza era no poder verle la cara a Carlos.

[Carlos]: Ella le encantaba ver televisión por las noches y leer, por ejemplo. Perdió esa posibilidad muy rápido. Ya no podía hacer nada en la cocina. Se empezó a sentir muy inútil.

[Camila]: En abril del 2007 Luzmila cumplía 82 años y Carlos quería invitarla a un restaurante a comer pero ella no quiso. Así que pidieron algo e improvisaron una celebración, pero Carlos se sintió mal por la simpleza del asunto.

[Carlos]: Y yo le dije que no se preocupara, que el próximo cumpleaños, yo le iba a traer una serenata, entonces me dijo: “Ay, no, mijito, no lo quiera Dios. Yo sé que no paso de este año. No quiero”.

[Camila]: Luzmila se pasaba diciendo cosas parecidas, pero las ideas de Carlos sobre el derecho a morir dignamente estaban relativamente claras desde que vio cómo se murió su abuela materna. Después —ya de grande— leyó filósofos y otros que ayudaron a reforzar sus ideas. Un libro en particular lo impactó mucho. Se llama Final Exit.

[Carlos]: El libro es una investigación de las maneras de suicidarse buscando aquella que sea la más efectiva, rápida y dulce. Y ahí lo tenía. Entonces él recomienda ahí una mezcla de somníferos potentes, barbitúricos, con morfina ¿no? Como letal.

[Camila]: El libro lo consiguió en los noventas, a raíz de que un amigo muy cercano trató de suicidarse con pastillas pero falló. Lo leyó cuando su mamá aún no estaba enferma. Y este detalle es importante. Pues lo que queda claro es que Carlos, desde hacía mucho tiempo, estaba pensando en maneras dignas y dulces —como dice él— de morir.

[Carlos]: Yo tuve incluso, durante años en un gabinete de mi escritorio, la dosis. Ahí la tenía: las pastillas, las cajas y la morfina. Hasta que las boté pensando que ya estaban vencidas.

[Camila]: Para Carlos, tener la dosis letal en su escritorio era cuestión sencillamente de ser precavido. Como quien tiene una aspirina para el dolor de cabeza o una curita por si uno se corta.

[Carlos]: Era un seguro, digamos, que yo tenía ahí. La sensatez aconseja estar preparado, no esperar a que uno quede cuadrapléjico para ver qué se hace ¿no? Y yo creo que debería en este momento —así yo no piense en suicidarme hoy o mañana—, yo debería tener esos medicamentos al alcance porque puede suceder cualquier cosa.

[Camila]: Entonces Carlos —enfrentado todos los días al sufrimiento de su mamá, a su deseo explícito de morir— como en mayo del 2007, empezó a hablar con ella sobre el tema de una manera más directa.

[Carlos]: Mi madre insistía en que a ella le parecía que Dios era el que daba y quitaba la vida.

[Camila]: Pero él le dejaba saber muy claramente

[Carlos]: Que yo, viéndome en una situación de invalidez, yo me suicidaría, de una manera —eso sí— dulce y tranquila. Las píldoras, las pastillas, la inyección, lo que fuera.

[Camila]: Carlos conversaba con ella de este y muchos otros temas: el aborto, la homosexualidad, la eutanasia. Me dijo que su mamá era una persona que, a pesar de su ser muy religiosa, tenía tendencias liberales: muchas veces coincidía con las visiones de Carlos. Lo que no es poca cosa, si se considera de dónde venía, su edad, su generación.

Carlos me contó que le tradujo a su mamá partes del libro Final Exit y que le llevó un par de películas en las que un ser querido ayuda a otro a morir.

[Carlos]: Ella me acompañó, pues, recostadita a mí, porque no la podía ver, pero yo le iba contando. Y curioso, mi madre, ¿el desenlace?: “Perfecto, y claro, muy bien”.

[Camila]: Pero el libro, las películas… este proceso que Carlos describe de manera tan inocente, algunos podrían llamarlo “manipulación”. Cuando le mencioné esta interpretación, me respondió de la siguiente forma:

[Carlos]: Pues, yo no creo que sea la palabra. Pero más fácil, diría yo que es la religión la que te manipula, pero no, uno nace y le abrochan de una vez tal o cual creencia.

[Camila]: Pero Carlos siempre respetó las creencias religiosas de Luzmila.

[Carlos]: La religiosidad o la religión era para mi madre una compañía, un consuelo. Entonces no se trataba de eso, sino como llevarla a una noción de un Dios compasivo, el Dios misericordioso, ¿no?

[Camila]: Unos meses después de cumplir sus 82 años, en septiembre del 2007, el oftalmólogo de Luzmila le sugirió que se operara de las cataratas. No le aseguró que fuera a funcionar pero era la última esperanza que tenía de volver a ver algo. Ella no quería pero Carlos la convenció.

La operación fue un fracaso.

[Carlos]: Yo creo que ese fue el punto, porque, a pesar de que ella estaba muy adolorida, lo que más le mortificaba era la ceguera.

[Camila]: Un día, poco después de la operación, Carlos pidió permiso del colegio para salir más temprano.

[Carlos]: Ella no supo. Y yo abrí la puerta y la oí llorando, sola en su cama. Entonces ya yo me acerqué y ella me dijo llorando: “No, yo así tan ciega no quiero vivir, negrito. No quiero y no quiero». Entonces yo le dije: “Dígame, mi negra que yo hago lo que usted me diga».

[Camila]: Y unos días después, Luzmila le dijo a Carlos explícitamente que ya, que estaba lista.

[Carlos]: Entonces, ella me dijo: “Bueno, consiga lo que necesite”. Entonces yo sentí que eso era ya… yo supe ya que los días nuestros estaban contados.

[Camila]: Dijo “nuestros”. Y es que Carlos no le había contado algo a su mamá.

[Carlos]: Yo ya había tomado la determinación también de… sin que ella lo supiera, de que si ella aceptaba, yo también tomaría el coctel… coctel letal.

Ahora, eso sí, mi madre no tenía la menor idea de que yo planeaba acompañarla. No lo habría permitido, de ningún modo. Pero yo sí… yo sí deseaba ese fin con ella, ese desenlace con ella.

[Camila]: Y es que Carlos, en esa época, estaba también pasando por una etapa muy difícil. Tenía 42 años y llevaba seis trabajando en un colegio y no lo disfrutaba. Había dejado de escribir a los 20s y se sentía perdido, desmotivado.

[Carlos]: El trabajo, mi madre tan enfermita. Yo no tenía una pareja, por decir algo, ni hijos, ni nexos, ni lazos. Pero también la ausencia de ella, que se había vuelto pues como mi razón de ser… Entonces como que esa burbuja se iba a reventar, ¿cierto? Y yo no estaba como dispuesto a sobrellevar esa soledad.

[Camila]: Carlos empezó a dejar todo en orden. Renunció al colegio con el pretexto de que tenía que cuidar a su mamá. Y un sábado…

[Carlos]: 20 de octubre, me dijo: “Mijito, no olvide conseguir aquello”. Entonces era como otro eufemismo para… ya yo supe que probablemente era ese mismo día.

[Camila]: Iván, el hermano de Carlos, vino de visita ese sábado. Vio a Carlos escribiendo en el escritorio y a su mamá en la cocina. Este es Iván.

[Iván]: Se veía muy deprimida ¿cierto? Eso sí noté yo… como siempre, ¿no? Pero ese día pues sí la ví muy triste y entonces me quedé por ahí unos 15 minutos, creo, aproximadamente ahí. Entonces yo le dije que mañana… yo mañana regreso, ¿cierto? Ya después yo la abracé y me despedí de ella.

[Camila]: Cuando Iván se fue, Carlos le dijo a su mamá que ya tenía los medicamentos.

[Carlos]: Que era su decisión. Y ella me dijo: “¿Y yo qué más espero?”.

En fin… vino un momento en el que ella se fue a rezar. La vi arrodillada al pie de la cama y… y yo supe que ya, que hasta ahí llegó.

Ella regresó de sus oraciones. Traía unas cajas de los somníferos que ella, pues, se tomaba también para ajustar. Ahí nos abrazamos y ahí fue la única escena, digamos, de llanto o patética ¿cierto? Yo me contuve mucho para que no… no hubiera un toque dramático en algo que me parecía que era una transición hasta muy bella.

[Camila]: Eran las nueve de la noche, o algo así. Se tomaron un café con tostadas y se fueron a la cocina.

[Carlos]: Yo preparé el cóctel en la licuadora con un yogurt de melocotón en un mug que todavía lo conservo. Ella me acompañó. Fuimos a la cama, yo puse el mug en el nochero y ella se fumó un cigarrillo. Me dió como recomendaciones de mi hermano, que lo acompañara mucho… de la ropa, que quería con la que fuera velada… que quería mucha gente en el funeral. Estaba tranquila. Y terminó el cigarrillo y se bebió el… el bebedizo, la pócima, ¿no?

Y lo que vino ahí fue, pues, un lapso en el cual fue entrando en el sueño rápidamente, digamos. A los 10 minutos ya estaba dormida profundamente. Obviamente los somníferos y la morfina, pues, eran potentes. Entonces ya lo que vino fue por ahí otros cinco, siete minutos de una respiración muy… muy agit… como… como ronquido, casi, como pesada. Y cesó en un momento, ya terminó. Y ya.

Ya supe que… que ella había ya saltado el muro. Y seguía yo.

[Daniel]: Una pausa y volvemos.

 

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[Latino USA]: Hola, soy María Hinojosa, del programa Latino USA en NPR. ¿Qué les parece? Hay casi 60 millones de latinos y latinas en los Estados Unidos. Nosotros documentamos esas historias y esas experiencias cada semana. Encuéntranos en NPR One o en donde escuchas tus podcasts.

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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Dejamos la historia justo cuando la mamá de Carlos se había tomado el coctel letal. Unos minutos después estaba profundamente dormida, y poco a poco dejó de respirar. Lo que ella nunca supo es que Carlos planeaba hacer lo mismo.

Camila nos sigue contando.

[Camila]: Carlos se quedó en la cama, acostado al lado de ella, como una hora.

[Carlos]: Como diciéndole palabras al oído, mientras se iba enfriando, ¿no? Es rápido el proceso de enfriamiento del cuerpo.

[Camila]: Eran más o menos la una y media de la mañana. Se sentó a escribirle una carta a su hermano Iván, donde le explicaba todo. Después de que terminó la carta salió a caminar.

[Carlos]: Por el barrio, por el estadio, como a despedirme, ¿no? Y ya regresé. Oí música, algunas canciones.

[Camila]: Preparó el cóctel y antes de tomárselo…

[Carlos]: Me paré ante el espejo un rato, a mirar y a pensar que todavía yo podía devolverme, ¿no? Yo podía arrepentirme. Pero no, ya tomé la decisión y me fui, bebí el vaso, del mug.

[Camila]: Y se ajustó una bolsa plástica a la cabeza. Había leído que era la manera más certera de morir. Uno se duerme y luego se asfixia. Entendía que tenía dos minutos de vigilia, antes de tener que bajarse la bolsa de plástico.

[Carlos]: Entonces yo me puse el gorrito y me dirigí directamente a la cama, y abracé a mi madre, pensando, darle un abrazo, volver a la posición boca arriba y bajarme el gorro. Pero no. La abracé y ya. Colapso.

[Camila]: No alcanzó a bajarse la bolsa. Al otro día, el domingo, a eso de las 12 del día Iván empezó a sentir muchas ganas de irse a la casa de su mamá.

Aquí Iván.

[Iván]: Entonces llegué a la casa y abrí la puerta. Noté que había unos sobres en la mesa, los sobres decían “para Iván”, entonces… pero bueno no los toqué.

Entonces entré al baño. Cuando miré a la cama y la vi acostada y miré al lado de ella y estaba mi hermano también acostado con ella. Luego dije: “Ah, los voy a dejar dormir”. Luego ya volví y lo miré otra vez porque me pareció que tenía algo aquí en la cara. Me pareció raro. Lo miré más detenidamente y me pareció que tenía una bolsa o un plástico en la cara y ahí fue cuando me sorprendí y me asusté un poco.

Entonces ya me acerqué a mi mamá y la toqué, la llamé… y no, no respondió. Entonces la toque y noté que estaba muy fría. Y ya cuando vi que no respondía y estaba tan fría inmediatamente me di cuenta que estaba muerta. Pues yo… yo reaccioné… yo era: “Mamá, mamá, mamá”. Entonces ya, yo llamé a mi hermano y mi hermano también estaba… se ve que estaba inconsciente.

[Camila]: Iván vió algo de sudor en la cara de Carlos y sospechó que estaba vivo. Trató de llamar por teléfono a una ambulancia pero Carlos lo había desconectado. Bajó donde una vecina y cuando regresó al cuarto vio que Carlos se había bajado la bolsa.

[Iván]: Y yo se la subí otra vez, ¿cierto? Se la quité. Pero cuando él hizo eso, ahí él sí entró en estado de coma.

[Camila]: Los paramédicos se lo llevaron inconsciente al hospital. Iván no entendía nada de lo que había pasado. Primero pensó que su mamá había muerto de forma natural.

[Iván]: Por sus problemas de salud, en fin… y probablemente sufrió un infarto esa noche. Quizás mi hermano lo que hizo fue que después de ver eso, entró en pánico y simplemente no quiso y se suicidó.

[Camila]: Pero en un momento dado, cuando ya se habían ido los paramédicos, se sentó a leer la carta que le había dejado Carlos. Así comenzaba:

[Iván]: Querido Iván,

Tiene que ser fuerte. Aquí no hay nada trágico ni dramático. Así que nada de lágrimas, gritos o lamentos. Este acto eutanásico ha sido un acto de amor. Que no se culpe, pues, a nadie. Ha sido una muerte libre, racional y soberanamente elegida”.

[Carlos]: A los tres días desperté en el hospital… todo el panorama, pues, que te puedes imaginar. Pues, ya mi madre estaba enterrada y todo. Y cargos, pues, cargos por homicidio.

[Camila]: El día que se despertó era casualmente, su cumpleaños. Estaba en el pabellón psiquiátrico, rodeado de abogados y fiscales. Poco después, llegó Iván.

No hablaron de qué había pasado exactamente, a pesar de que Iván se moría de ganas de que Carlos le contara bien cómo había sido todo, por qué no le había contado. Todo el tema legal estaba empezando y a Iván le pareció mejor no hacer muchas preguntas.

[Iván]: Porque yo dije: “Ya está aquí él en una situación bien tremenda… esperando un carcelazo bien largo y yo le voy a sacar esto aquí. Yo creo que debe haber quizá otra oportunidad para yo hacer eso, ¿no?”.

[Carlos]: Y esa noche me trasladaron a la cárcel.

[Camila]: Carlos celebró su cumpleaños número 43 en el piso de un búnker de la fiscalía, un sótano, donde había quince o veinte hombres más. Fueron diez días horribles.

[Carlos]: Sin embargo, a mi me alegraba saber que mi madre estaba ya muerta, que había descansado ya. “Eso, eso”, decía: “Listo. Y si esto se pone muy difícil, yo también, pues, lo puedo intentar de nuevo.” Yo no estaba dispuesto pues de irme a una cárcel veinte años, ni riesgos.

[Camila]: Los amigos de Carlos lograron que lo trasladaran a una cárcel de mínima seguridad. Mientras estaba ahí empezó a recibir muchas cartas de solidaridad. El primero en apoyarlo fue su hermano Iván.

[Carlos]: Él me mandó una notica el primer día, cuando yo estaba ya en el bunker, diciéndome que él no me dejaría solo, que contara con él.

[Camila]: El proceso legal de Carlos duró casi nueve meses. Cuando se le imputaron los cargos oficialmente —en octubre del 2007— estaba en el pabellón psiquiátrico del hospital. Un defensor público le recomendó que se declarara culpable, pero Carlos no aceptó.

Casi dos meses después de estar en la cárcel, salió por primera vez para ir a la audiencia y oír su acusación. La pena podría llegar a ser entre 33 y 50 años de cárcel. La fiscal afirmó que Carlos había aprovechado el estado de indefensión de Luzmila y le había dado una sobredosis de morfina mientras dormía. Lo que no aclararon fue cómo, si Luzmila estaba dormida, Carlos logró que se tomara la sustancia. La única prueba que estaba usando la fiscalía era la carta que le había dejado Carlos a Iván.

[Santiago Sierra]: La fiscalía le había dado esa interpretación caprichosa ¿cierto? De que realmente de ahí se podía deducir por algunas palabras específicas que él había usado, de que él la había matado y después se había suicidado.

[Camila]: Este es Santiago Sierra, uno de los abogados de Carlos. La defensa pidió que se excluyera la carta como prueba ya que había sido obtenida sin una orden judicial. El juez aceptó la exclusión. Entonces la fiscalía solo pudo contar con las declaraciones de algunos funcionarios, pero ninguno pudo probar que había sido un homicidio. El testimonio de Iván fue clave.

[Santiago]: Demostró que la madre pues ya no quería seguir viviendo, ya insistentemente se quejaba de que Dios no se acordaba de ella.

[Camila]: Aquí Iván.

[Iván]: Lo que pasó con mi mamá no fue un homicidio ¿cierto? O sea si uno quiere tanto a una persona como él la quería y todo… obviamente no iba a hacerle eso a mi mamá. Simplemente él siempre quería lo mejor para ella, ¿no?

[Camila]: En el juicio también testificaron otras personas y todos reiteraron que Luzmila constantemente decía que se quería morir.

[Santiago]: Entonces hubo muchos medios de prueba que corroboraron que ella sí quería morirse, a pesar de ser una mujer católica, ¿cierto? Y que Carlos Framb empezó a hacer un trabajo pedagógico con ella con miras a demostrarle que no era inmoral suicidarse en esas circunstancias, ¿cierto?

[Camila]: Según Carlos, los argumentos de la fiscalía eran religiosos.

[Carlos]: Eran que: «Esa señora no se le puede quitar la vida porque era pecado». Hasta el final esa fue la postura.

[Camila]: El alegato final de la fiscalía se concentró en que no había pruebas de la voluntad de Luzmila de morir —no había notas o grabaciones donde manifestara su deseo de suicidarse. Y declaró que la hipótesis de la defensa, de que se trató de una ayuda al suicidio, era una coartada para encubrir el homicidio. La defensa, en cambio, subrayó que Carlos solo facilitó la muerte de su mamá, ayudándola a morir.

Pero si uno no es un médico, ayudar a otra persona a suicidarse en Colombia es ilegal. Sin embargo, en este caso…

[Santiago]: El problema es que la legislación colombiana establece que la inducción al suicidio es un delito querellable. ¿Qué quiere decir eso? Que el estado no puede investigarlo oficiosamente, solo si hay una denuncia.

[Carlos]: Y como no hubo, caía el caso. Porque mi hermano siempre se declaró, o más bien, nunca se declaró una víctima. A pesar de las presiones de la fiscalía, en fin. Y ya, cayó el caso.

[Camila]: El 27 de Marzo del 2008, Carlos quedó en libertad. Con el tiempo, Carlos aprendió a vivir sin su mamá. Está bien, tranquilo, y volvió a escribir. Empezó por un libro sobre esta historia.

La relación con su hermano está bien. A pesar de que para Iván fue todo muy duro.

[Iván]: Eso fue para mi algo muy traumático en realidad, ¿no? Una situación de depresión y de nervios y todo en los meses siguientes. Eso fue una cosa terrible. Fuera de lidiar con la muerte de mi mamá seguir con el problema de mi hermano, entonces eso eran dos cosas al mismo tiempo. Eso fue una pesadilla.

[Camila]: A veces sintió rabia pues pensaba que Carlos le debía haber contado lo que planeaba. Pero mientras Carlos estaba en la cárcel, Iván empezó a pensar qué hubiera hecho él.

[Iván]: Realmente si mi mamá me lo hubiera pedido yo realmente no hubiera sido capaz de hacerlo ¿si? Porque no sé qué es lo que se necesita… si es valor o qué… pero en fin. Pero sí sentí que por lo menos dije: “Ya por lo menos mi mamá no está sufriendo como estaba sufriendo”.

[Camila]: Le pregunté a Carlos si creía que su hermano y sus amigos estaban preocupados por él, porque volviera a tratar de suicidarse. Así me contestó:

[Carlos]: No, no, no.

[Camila]: Según Carlos, sus amigos saben que él siempre ha disfrutado la vida.

[Carlos]: Lo que pasa es que, como parte precisamente de ese disfrute, no veo porque hay que pagarlo con una cuota de dolor, al final. Ahí yo estaría, pues más que dispuesto a salir como yo siempre he querido salir de la vida con un buen sabor. Porque ese cóctel puede saber muy dulce. Si uno le pone azúcar… Y si ya no hay preocupaciones por la línea, uno le pone mucha azúcar.

[Daniel]: Camila Segura es la directora adjunta de Radio Ambulante y vive en Bogotá.

Carlos Framb contó esta historia sobre su mamá en un libro titulado “Del otro lado del jardín”, publicado en el 2009. Su más reciente libro, la novela “En la ribera del olvido”, se publicó en el 2018.

Gracias a Ana Cristina Restrepo, Angie Lopera y Camilo Martinez.

Este episodio fue editado por Martina Castro, Silvia Viñas, Luis Trelles y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Rémy Lozano.

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Andrea López Cruzado, Miranda Mazariegos, Diana Morales, Patrick Mosley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Joseph Zárate. Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

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Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Créditos

PRODUCCIÓN
Camila Segura


EDICIÓN
Silvia Viñas, Martina Castro, Luis Trelles y Daniel Alarcón


DISEÑO DE SONIDO
Andrés Azpiri y Rémy Lozano


ILUSTRACIÓN
Miguel Monkc


PAÍS
Colombia


PUBLICADO EN
03/05/2019

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