Donde nadie más llega | Transcripción
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Hoy comenzamos en el suroccidente de Guatemala, en el departamento de Totonicapán. Por siglos, ha sido el hogar del pueblo Quiché, una de las principales etnias de lo que en tiempos precolombinos fue el imperio maya.
Actualmente, los mayas quiché son los indígenas más numerosos de Guatemala, algo más de un millón y medio de personas. Y la mayoría vive en Totonicapán, una tierra que no olvida su historia: en ella, generaciones de mujeres y hombres han mantenido sus prácticas ancestrales vivas.
A casi 2500 metros de altura, entre cerros cubiertos de árboles frondosos, existe un pueblo llamado Chotacaj. Desde el aire, sus casas parecen estar ubicadas en un tablero de cuadros cafés y verdes, según se cultiva maíz, frijol, avena, trigo… Es un lugar frío, de vientos y neblina, sobre el cual cae una llovizna que los locales llaman “la salud del pueblo”.
En una de esas casas, de adobe y teja, nació Graciela Velásquez en 1971. Y desde ese momento su futuro, de cierta forma, ya estaba trazado.
[Graciela Velásquez]: Cuando yo nací mi abuela me recibió y dijo que yo era, eh, la que iba a heredar el talento de ella. Y dijo: «Ya nació la que vino a cambiarme. Ya nació la que va a llevar mi trabajo, mi talento, la que va a seguir”.
[Daniel]: María Soledad Rosales, la abuela paterna de Graciela, era una Iyom, que en quiché quiere decir “la que recibe la nueva vida”. Es considerada una labor sagrada en su cultura, de la que por lo general se encargan las mujeres.
[Graciela]: Es el acompañamiento, la sabiduría, el don de recibir a los bebés.
[Daniel]: Las mujeres han acompañado los nacimientos en todas las civilizaciones y culturas desde hace miles de años. Abuelas, madres, tías, han enseñado a sus hijas, nietas y sobrinas cómo recibir bebés. Pero, según la cosmovisión maya, no cualquiera puede ser una Iyom. No es algo que se escoge. Graciela lo resume así:
[Graciela]: Nosotros nacemos, no nos hacemos.
[Daniel]: Muchas mujeres mayas creen eso: que nacen con el don de ser Iyom, o en español, comadronas… y que cumplir este rol es su destino. Son herederas de saberes que se han transmitido por muchos siglos y se dedican a cuidar la salud de sus comunidades.
[Graciela]: Curamos a los bebés, trabajamos mucho con las plantas, las plantas curativas. Somos terapeutas y curanderas, psicólogas, somos traumatólogas, ginecólogas también, ¿verdad?
[Daniel]: No es una exageración decir que sin ellas, el pueblo maya podría haber desaparecido. En un país donde el Estado no provee salud pública a más de la mitad de la población —lo que genera altas cifras de muerte materna—, las comadronas han llegado a atender hasta el 70% del total de partos.
La abuela de Graciela se encargó de guiarla en esa labor desde que tenía 6 años.
[Graciela]: Estuve andando con mi abuela. Le llevaba sus… sus cositas.
[Daniel]: Su canasta, tijeras, toallas, inciensos, plantas… Todo lo necesario para atender los partos en las casas de las mujeres. En esas idas y venidas, Graciela observaba todo lo que hacía su abuela. Y así iba aprendiendo, poco a poco.
[Graciela]: Era muy feliz porque yo decía: «voy a ser médica». Y a todo el mundo le decía yo que soy médica.
[Daniel]: Pero, con los años, se daría cuenta que no todos en su país la veían de esa manera. Ese don que parecía tan importante en su comunidad, no era aceptado por el sistema de salud del Estado guatemalteco. Y entonces, Graciela, junto con las demás Iyom, tendría una lucha doble: no solo por la salud de las mujeres de su comunidad, sino por ganarse el respeto de un sistema que no valora sus conocimientos ni sus tradiciones.
Lisette Arévalo y Victoria Estrada investigaron esta historia. Después de una breve pausa, nos cuentan.
Ya volvemos.
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[Daniel Alarcón]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Aquí Lisette nos sigue contando.
[Lisette Arévalo]: Graciela vivía en Chotacaj con sus padres y sus tres hermanos. Su papá era carpintero y su mamá fabricaba cajas de madera y se dedicaba al trabajo del hogar. Pero Graciela también pasaba muchas tardes junto a sus abuelos, que vivían en otra comunidad a una hora de distancia a pie. El camino estaba rodeado de bosques.
[Graciela]: Todas las tardes me iba para allá. No me importaba lo lejo’… Llegaba y mi abuelo haciendo las ceremonias. Yo me metía con él, le… le buscaba los elementos.
[Lisette]: Incienso, velas, plantas… Su abuelo paterno era curandero, otro de los dones que los quichés consideran que una persona trae desde su nacimiento.
Dentro de la medicina maya también existen otras especialidades: por ejemplo, están los llamadores, que ayudan espiritualmente a los pacientes cuyo espíritu se ha perdido, luego de pasar un gran susto. O los contadores del tiempo, que meditan sobre el significado de la vida de las personas.
Desde que Graciela tiene memoria, acompañaba a su abuelo a atender a los pacientes que llegaban a su casa.
[Graciela]: Me decía: «Esto, con esto vas a sanar. Con el ocote, con el incienso, con los elementos que tengamos. Con eso vas a sanar. No te estoy enseñando otras prácticas que no son tuyas», me decía.
[Lisette]: Con las plantas se hacían aceites, pomadas y tés. Y cada una tenía una utilidad diferente. En el caso de los pacientes con artritis, por ejemplo, les daban té de ortiga, baños de vapor y masajes con aceites.
También trataban dolencias como el mal de ojo o el espanto, que los curanderos mayas lo atribuían a las malas energías. Para la medicina maya, muchas enfermedades tienen relación directa con lo espiritual o lo emocional.
El resto del tiempo, Graciela lo dividía entre ayudar a su mamá en su casa e ir a la escuela. Pero cuando cumplió 9 años su rutina cambió de golpe.
[Graciela]: Yo le dije a mi papá que me diera estudio y mi papá no me lo dio. Él solo me dejó hasta cuarto grado, porque me dijo que «las mujeres eran para que se casaran».
[Lisette]: Era su palabra y punto. Además, era algo común dentro de su comunidad: las niñas no estudiaban o lo hacían hasta los primeros años de escuela.
Así que a Graciela no le quedó más que quedarse en su casa, ayudando a su mamá con las tareas del hogar. Pero también comenzó a pasar cada vez más tiempo con su abuela, que era Iyom, acompañándola en la atención de partos.
[Graciela]: Entonces, eh, ella me decía (habla en quiché)
[Lisette]: Su abuela le hablaba en quiché, su lengua materna.
[Graciela]: O sea: “Te vas conmigo, vamos a ir a ver a la paciente, a la muchacha, ya se va a aliviar”.
[Lisette]: A Graciela le gustaba ir. Pero tenía que hacerlo a escondidas de su mamá, que no estaba de acuerdo con el don que le habían asignado al nacer.
[Graciela]: Mi mamá no quería porque ella decía, «vas a sufrir, vas a ir a aguantar hambre, vas a aguantar frío con las personas. Tu sueño…», me decía.
[Lisette]: Ser una comadrona es un trabajo de mucho sacrificio. Tienen que estar disponibles a cualquier hora, y hacer largos viajes hasta lugares remotos. Casi no reciben compensación económica por sus servicios, más allá de algún regalo simbólico: maíz, frijoles, azúcar… Y si reciben dinero, no suele ser más de 100 quetzales —unos 13 dólares— por meses de atención, desde el inicio del embarazo hasta después del parto.
[Graciela]: Y mi mami me dijo: «Se te puede morir un bebé, ¿qué vas a hacer?”. Y era una gran responsabilidad.
[Lisette]: Pero ser Iyom tampoco es algo que se pueda negar tan fácilmente. Según la cosmovisión maya, quienes niegan el camino que ha sido marcado desde su nacimiento, enfrentan grandes sufrimientos. Desde enfermedades hasta la muerte de sus seres queridos. Y la única cura posible es aceptar su misión.
Pese a la oposición de su mamá, a Graciela sí le gustaba la idea de haber nacido Iyom. Disfrutaba acompañar a su abuela y aprender de ella.
[Graciela]: Cuando regresaba me regañaban, pero no me importaba. Pero lo que yo quería era acompañar a ella y yo me sentía feliz.
[Lisette]: La atención que daba su abuela, y que Graciela tendría que dar algún día, no se limitaba a asistir en el parto. Las mujeres mayas buscan a las Iyom para que las acompañen durante todo el proceso del embarazo, porque confían en ellas, comparten su cultura y hablan el mismo idioma. El acompañamiento comienza con el cuidado prenatal.
[Graciela]: Que no tenga dolores en la espalda, que no tenga vómitos, que no tenga dolor de cabeza.
[Lisette]: Su abuela las visitaba una vez al mes y les hacía masajes. También les daba consejos sobre cómo cuidar su embarazo y cómo debían alimentarse.
Al llegar a los siete u ocho meses, comenzaba a visitarlas cada quince días o todas las semanas. Y todavía más cuando llegaban los dolores de parto, revisando que el bebé estuviera en la posición correcta.
[Graciela]: Y nosotros, pues les damos sus tés calientes, sus… sus plantas…
[Lisette]: Como la azucena, para facilitar el parto, o la hoja de higo, que preparada como un té caliente, ayuda a reducir el dolor. O también la manzanilla y la canela, que combinadas en una infusión ayudan a evitar hemorragias.
[Graciela]: Lo otro también hacer los baños… está el temascal y están los baños en plantas. Entonces también esa es una herencia, es una sabiduría maya.
[Lisette]: Los mayas han utilizado el baño de temascal como recurso médico durante siglos. En una choza de barro con una fogata en el medio, calientan piedras que luego son mojadas con infusiones de plantas, creando baños de vapor. Las comadronas lo utilizan para limpiezas corporales o rituales de relajación y curación en el embarazo, antes y después del parto. Y suelen comparar la cálida oscuridad de la choza con el vientre de una madre.
Cuando se acercaba el parto, la abuela de Graciela podía pasar varias noches completas junto a sus pacientes, esperando el nacimiento. Y aprovechaba para preparar a su nieta para ejercer el don.
[Graciela]: Que ella me dice: “Que no forzás… no mandás a pujar antes de tiempo. Antes de averiguar», dice mi abuela.
[Lisette]: También solían hacer un ritual.
[Graciela]: (Habla en quiché), me decía. «Dejás todos tus candelas y pedís esa sabiduría. Y los abuelos te dicen, te avisan si ese parto sí se puede atender en casa y si ese parto va a tener riesgos”.
[Lisette]: Graciela dice “los abuelos” o “las abuelas” para referirse a sus antepasados que también fueron curanderos o comadronas. Según las creencias mayas, son ellos quienes acompañan y guían su labor, a través de los sueños.
Si en ellos percibía que un parto podía ser riesgoso, su abuela llevaba a su paciente a un centro de salud o un hospital. Aunque no siempre podían, porque muchas de las mujeres vivían en comunidades remotas.
Si no lo creían riesgoso, el parto se hacía en casa. Su abuela se ponía su sut, un pañuelo que las Iyom se amarran en la cabeza como símbolo de respeto al nacimiento. Además, prendía inciensos para purificar el aire y para llevar sus oraciones al Ajaw, el dios creador. Luego invitaba a la familia cercana a acompañarlas y ayudaba a la mujer a ponerse en una posición cómoda.
[Graciela]: Siempre hincadas, de cuclillas o también sentadas. Y lo otro también, ¿verdad? Como que amarrándose de una sábana en el techo y nosotros ahí esperando al bebé.
[Lisette]: O sea, la mujer se sujetaba de una sábana que amarraban al techo de la casa para parir en posición vertical. Era decisión de cada paciente en qué posición querían hacerlo, algo que no les permitían hacer en los hospitales. Cuando nacía el bebé, su abuela cortaba el cordón, le daba baños de vapor o lo limpiaba con paños de agua calientes, y se lo entregaba a su mamá.
[Graciela]: Cuando un bebé nace se le dice al papá, ¿verdad?, a la mamá… Se les pasa velas, incienso, candela y agradecer. Y digo: «Aquí está el bebé. Ofrezco al corazón del cielo, corazón de la Madre Tierra».
[Lisette]: Por último, su abuela se encargaba de la placenta, algo que para los mayas es sagrado porque genera vida. Graciela la ayudaba a hacer un ritual para quemarla o enterrarla debajo de un árbol. Y luego del parto, visitaban a sus pacientes para los controles posnatales.
Graciela observaba todo lo que hacía su abuela y se imaginaba siguiendo su camino. Recorriendo entre cerros y bosques, ayudando a traer la vida a la tierra. Era algo que la llenaba de alegría.
[Graciela]: Porque también es una vida que viene a ver la luz, ¿verdad? A ver a la madre tierra, a llorar, a reír, a cantar, a dialogar, a sentir también lo que nosotros pues estamos sintiendo.
[Lisette]: Durante sus años de aprendizaje, Graciela se limitó a observar y ayudar. Pero a los 13 tuvo un sueño en el que aparecían sus ancestros.
[Graciela]: Era la abuela Ixquic, Ixmucané, Ixchel estuvieron conmigo porque eran cuatro y estaban ahí, estaba el incienso… Me enseñaron la pimpinela, me enseñaron también el fuego, ¿verdad?
[Lisette]: Le enseñaron, dice Graciela, cómo atender su primer parto.
[Graciela]: Y me… me dijeron, «así vas hacer, así, así», pero en quiché, “[quiché]” me decían, ¿va? Ese sueño, no me asusté, pero sí como que lo fui a vivir real.
[Lisette]: Muchas comadronas aseguran que las primeras instrucciones sobre cómo atender partos les llegaron a través de sueños. Graciela está convencida de que no fue una casualidad que lo haya tenido justo en ese momento. No lo supo cuando despertó. Pero unas horas más tarde lo entendería.
Era de madrugada y Graciela estaba en su cama, cuando una mujer con la que vivía fue a buscarla a su cuarto. Estaba en las últimas semanas de embarazo.
[Graciela]: Me dijo: «Fíjate que tengo un dolor y no aguanto».
[Lisette]: Una tía de Graciela que estaba en su casa mandó a llamar a la comadrona que la había estado acompañando durante meses. Pero mientras esperaban a que llegara, a la mujer se le rompió la fuente. Graciela se puso nerviosa: debía hacerse cargo.
[Graciela]: Yo decía: “¿Voy a poder o no voy a poder?”. Pero como era rebelde, ¿verdad?, guerrera y ahí guardiana. Entonces dije, tengo que poder. Si las abuelas me lo han dado, si ellas pudieron, ¿por qué yo no voy a poder?
[Lisette]: Trajo agua caliente y agarró unas toallas que tenía a mano. La subió a la cama, la ayudó a hincarse y la mujer comenzó a pujar.
[Graciela]: Y ella me dice: «Ya no. Ya me hago, ya me hago del dos». Yo le digo: «No, no es del dos. Es la cabeza del bebé».
[Lisette]: Como Graciela no tenía bisturí, ni herramientas de parto, tomó unas tijeras que tenía para la costura, las pasó por agua caliente y cortó el cordón. Limpió al bebé, lo envolvió y, con mucho cuidado, se lo entregó a la mamá.
[Graciela]: Yo ya no me acuerdo si temblaba o no temblaba… Pero atendí ese parto sin ni una complicación.
[Lisette]: Cuando su abuela llegó a la casa, vio que Graciela no solo había atendido su primer parto, sino que le había dado a la madre un baño con infusiones de plantas y le había puesto una faja para que el útero quedara en su lugar. Entonces se acercó a donde estaba ella y le dijo:
[Graciela]: “Ya podés. Ahora me voy tranquila, voy a descansar porque ya te vas a quedar tú para seguir mi camino».
[Lisette]: Pero su madre seguía sin estar de acuerdo. Por eso, cuando más tarde llegó a la casa, se puso furiosa cuando se enteró de lo que había pasado.
[Graciela]: «Cómo va a ser, que tú eres una mocosa que no sé qué», y mi mamita me pegó. Me dolió bastante. En vez de decirme “felicidades, hija…” No, me pegó.
[Lisette]: Creía que no tenía edad para esas cosas, y tardaría varios años en comenzar a apoyarla. Pero Graciela no esperó a que le diera su autorización: comenzó a atender partos en la comunidad donde vivían.
Cuatro años después, cuando su abuela murió, ya era reconocida como Iyom. Tenía solo 17 años.
Graciela tuvo que empezar a atender partos en comunidades cada vez más lejanas, caminando entre las montañas a donde no llega ningún doctor. Los pacientes de su abuela ahora eran los suyos.
[Grciela]: Ella me encomendó era que miraba a sus pacientes y que miraba a los hijos de sus pacientes. Los nietos de sus pacientes, los tataranietos de sus pacientes.
[Lisette]: Recordemos que en Guatemala las comadronas han llegado a atender hasta el 70% de los partos en todo el país. Y en muchas áreas rurales, no existe ninguna alternativa. En 2015, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional realizó un profundo estudio del sistema de salud de Guatemala. En él señalaron que en las áreas rurales del país hay apenas tres trabajadores médicos por cada 10 mil habitantes. Y que casi tres millones de guatemaltecos viven a por lo menos cinco kilómetros del centro de salud más cercano. Muchos de ellos, además, en zonas montañosas. Son el tipo de territorios al que solo llegan las comadronas como Graciela.
[Lucrecia Hernández Mack]: Esa red de atención primaria alcanza para atender… para cubrir alrededor de 6.5 millones de personas, que es la población que Guatemala tenía a mediados de los 70’s.
[Lisette]: Ella es Lucrecia Hernández Mack, médica y diputada guatemalteca, que antes de ser política trabajó en salud pública por 20 años. Hablamos con ella para entender mejor qué pasa con la cobertura de salud y las comunidades indígenas en su país. Y nos dijo algo muy claro: que cuando fue Ministra de Salud, entre 2016 y 2017, se encontró con un atraso de casi medio siglo.
[Lucrecia]: Con un rezago histórico, ¿verdad? Con muchas carencias que no logra, por ejemplo, atender más allá de algunas diarreas o neumonías. Pero no logra atender todos los problemas de diabetes, hipertensión, cáncer, infartos, accidentes cerebrovasculares, violencia, accidentes, digamos, lesiones, adicciones ni problemas de salud mental.
[Lisette]: Y los temas maternos no son la excepción. Históricamente, Guatemala ha tenido una de las tasas de mortalidad materna más altas de América Latina. En el 2017, según las Naciones Unidas, hubo 95 muertes de mujeres por cada 100 mil nacidos vivos. El promedio de la región fue de 74. Son muertes de mujeres en labor de parto o posparto, que ocurren por hemorragias, infecciones o presión alta, entre otras cauas. De esas muertes, en el primer trimestre de 2019, 6 de cada 10 correspondieron a mujeres indígenas guatemaltecas. Y en los hospitales se suele apuntar a las comadronas.
[Lucrecia]: La mortalidad materna es un problema estructural, ¿verdad?, que tiene que ver más con los problemas económicos de, digamos, ausencia de Estado, de infraestructura o de cobertura de servicios de salud, que, que la culpa de las abuelas comadronas que al… al final de cuentas son las que han logrado resolver ahí donde no hay Estado, ¿verdad? Donde no hay servicios de salud.
[Lisette]: Se calcula que hay 60 mil comadronas o más en Guatemala, y Lucrecia cree, de hecho, que la única posibilidad real de reducir la muerte materna es coordinando y apoyando su trabajo. Pero no es tan fácil. La tensión entre el sistema de salud estatal y las prácticas de la medicina maya lleva muchos años, y tiene su raíz en otros problemas profundos de la sociedad guatemalteca.
[Lucrecia]: En general aquí en Guatemala pues hay un racismo, ¿verdad? Entonces, digamos, a los terapeutas, a las abuelas comadronas, al… cualquier otro sistema, digamos médico o de salud alternativa, se les ha visto, pues, siempre con malos ojos. Entonces, simplemente vienen y plantean que es pues una cuestión de atraso o de brujería, de supersticiones.
[Lisette]: Eso, sumado a la idea, en algunos círculos médicos, de que no atienden en condiciones limpias, las ha puesto en el centro del conflicto.
[Lucrecia]: Hay toda una cuestión de discriminación, pero también de culpabilización, ¿no? De echarles a ellas la culpa de las muertes maternas.
[Lisette]: Con los años, Graciela comenzó a entender esto, mientras recorría kilómetros para atender a las hijas y nietas de las pacientes de su abuela. Le seguía gustando lo que hacía, aunque implicaba mucho sacrificio. A los 22 años, se casó con un joven de su comunidad que eligieron sus padres para ella, sin consultarle. Ella solo le preguntó si iba a respetar su trabajo, y él le dijo que sí. Para 1996 ya tenían al primero de sus tres hijos, y Graciela tenía que arreglárselas para ser madre mientras ayudaba a otras a ser madres también.
Fue por esos años cuando la situación entre el Estado y las comadronas comenzó a volverse cada vez más conflictiva. En las décadas previas, el Ministerio de Salud había lanzado varios programas con la idea de capacitar a las comadronas, pero solían chocar con las mismas barreras culturales. Eran cursos en los que no había espacio para la medicina maya.
En la práctica, tenían que asistir a capacitaciones y aprobar un examen para recibir un carnet oficial. Pero muchas comadronas se sentían mal por cómo las trataban en esas capacitaciones, y optaban por seguir haciendo su labor sin carnet. Graciela entre ellas.
[Graciela]: No nos hacían caso y a mí no me gustaba que me mandaran, ¿verdad?
[Lisette]: La propuesta del gobierno formaba parte de algo más grande: en 2001, el Ministerio de Salud creó políticas para cumplir con los Objetivos del Milenio de la ONU para disminuir la mortalidad materna en el mundo. Una de las más importantes fue que un mayor número de partos se hiciera dentro de los hospitales, con personal médico. Esto causó que, en la práctica, se prohibiera a las comadronas atender partos primerizos o de gemelos, por considerarlos riesgosos.
[Graciela]: Porque allá pues le prohíben un montón de cosas. Y en el centro de salud estamos penalizadas si hacemos tacto, si atendemos el parto, que si tiene riesgos, si está hinchada sus manos, si tiene dolor de cabeza, si tiene dolor de pies. Entonces, en el centro salud fue ya lo más difícil para mí.
[Lisette]: Al mismo tiempo, el personal de salud de algunos centros amenazaba a las comadronas de que si atendían sin carnet, podían ser multadas. Aunque para muchas era casi imposible llegar a los centros de salud donde daban las capacitaciones. Vivían en zonas muy alejadas, a horas o días de traslado y muchas no tenían los recursos para movilizarse ni para pagar los cerca de 13 a 20 dólares que costaba todo el trámite. Graciela también supo de algunas comadronas que fueron detenidas por atender partos sin un control previo en un centro de salud, y otras que se quejaban de recibir amenazas de llevarlas a la cárcel por sus prácticas.
En 2001, mientras la situación se iba volviendo cada vez más compleja para las comadronas, Graciela decidió volver a acercarse al centro de salud de Totonicapán. Quería conseguir el carnet que le permitiera registrar los partos que atendía, y acompañar a sus pacientes en el caso de que necesitaran ir al hospital. Pero pronto comenzaron los problemas.
[Graciela]: Me tenían que probar para ver si realmente yo era comadrona. Entonces tuve que atender 9 partos… O sea, tenía que tomar fotos para llevarle ahí al centro de salud que soy yo la que atendí el parto.
[Lisette]: Al principio, Graciela se resistía, porque significaba vulnerar la privacidad de sus pacientes. Pero sin eso, no había carnet. Así que cumplió.
Sin embargo, en las capacitaciones también se sentía incómoda. Muchas de ellas eran dadas por estudiantes de medicina o de enfermería, que no parecían tener experiencia atendiendo partos. La información que les entregaban le parecía básica, y no había entrega de materiales pedagógicos ni prácticas clínicas. Solo les insistían en que los partos debían ser en condiciones sanitarias y que, ante cualquier riesgo, enviaran a las pacientes a un hospital.
Graciela sentía que les hablaban como si no supieran nada sobre lo que ellas habían hecho por años.
[Graciela]: Nos preguntaban a nosotros: ¿cómo hacen tal cosa? ¿Cómo ponen a la paciente? ¿Qué le dan a la paciente?
[Lisette]: Preguntas, además, en español, un idioma que la mayoría de las comadronas casi no entendía. En Totonicapán, más del 90% de la población es quiché y, salvo alguna que otra excepción, las enfermeras del centro no hablaban su idioma.
[Graciela]: Había mucho racismo porque como solo en quiché hablaba. Entonces, ellas, las enfermeras decían: «Ay, no les entendemos».
[Lisette]: Graciela dice que algunos capacitadores hasta se burlaban de ellas.
[Graciela]: «Ellas son comadrejas, ellas no saben nada».
[Lisette]: Aunque varios convenios internacionales y resoluciones del gobierno decían que debían respetar las prácticas culturales de las comadronas y de las pacientes mayas, esto no siempre sucedía. Graciela lo entendió a través de algo muy concreto: no le permitían entrar al centro de salud con su ropa tradicional.
[Graciela]: Me sentí muy discriminada porque me quitaron mi indumentaria y cuando la indumentaria no es un pecado, no tiene bacteria, no nada.
[Lisette]: Era la ropa maya que llevaba años usando para atender partos, iguales a las que sus antepasadas habían usado: el sut o pañuelo en la cabeza, una faja, una falda y una blusa de colores.
Varias comadronas denunciaron que cuando presentaban quejas por esos tratos con el jefe del centro de salud, les quitaban el carnet. Además, Graciela dice que eso también pasaba cuando no podían asistir a reuniones.
[Graciela]: Porque ya si faltamos una, dos o tres a las reuniones, a las capacitaciones del centro de salud viene la enfermera, nos retira el carnet. Nos quitan.
[Lisette]: Y, sin carnet, era como si no existieran para el Ministerio de Salud. Quitándoles el derecho de acompañar a sus pacientes durante su parto en los centros, o de inscribir a los niños que recibían.
Con las nuevas medidas impulsadas para aumentar los partos en hospitales, las comadronas con carnet empezaron a acompañar mucho más seguido a sus pacientes a los centros de salud. Pero esto generaba más conflictos.
[Graciela]: Porque no solo es la discriminación contra nosotros las Iyom, sino que con nuestras pacientes. Es una violencia porque usted entra con su paciente y nomás ahí en el pasillo y le dice: «Ah, no, aquí no queremos comadrona, que salgan para afuera».
[Lisette]: La experiencia de Graciela no era un caso aislado. La Asociación de Servicios Comunitarios de Salud de Guatemala ha recogido el testimonio de más de 70 comadronas, que relatan cosas parecidas: enfermeras o doctores negándoles la entrada al hospital; frases despectivas, como que “estorban” o que “ensucian”. Muchas denunciaron que no les permitían explicar en qué estado llegaban sus pacientes, incluso cuando no había personal bilingüe en el centro de salud, y solo ellas podrían haber servido de intérpretes.
Graciela llegó a escuchar a una enfermera gritar:
[Graciela]: “Usted ya fue manipulada por comadrona. Quédese ahí”. Y la dejaban gritando a la paciente.
[Lisette]: Estas escenas impactaban a Graciela.
[Graciela]: O sea una atención de parto en el hospital, pues hay mucha violencia. Es una violencia obstetra, le llamo yo. No les dan la atención, las discriminan, las golpean, las agredes…
[Lisette]: La violencia obstétrica se da cuando los profesionales de la salud provocan daño físico o psicológico a sus pacientes antes, durante o después del parto. Graciela dice que, por esos años, a varias de sus pacientes las desnudaban y las dejaban sin atención durante horas. Y que, otras veces, les adelantaban los partos o hacían procedimientos invasivos —como cortes en el periné para evitar desgarros— sin explicarles los riesgos que implicaban. También asegura que algunas mujeres se quejaban de haber tenido cesáreas innecesarias o de recibir tactos vaginales bruscos.
[Graciela]: Desde la enfermera hasta un practicante, están haciendo… pues viendo las dilataciones. Pero hay quienes no tienen esa paciencia de hacer el tacto a la hermana. Entonces, ese momento sale súper lacerada la mujer del hospital.
[Lisette]: El tacto vaginal se usa para revisar la dilatación durante la labor de parto, pero si se hace sin suficiente cuidado puede causar laceraciones o hemorragias. Según una investigación de 2016 del medio guatemalteco Plaza Pública, en muchos hospitales del país todavía existen esas prácticas, como también la de presionar el abdomen para inducir el parto, lo que puede causar desde lesiones uterinas hasta una ruptura completa del útero. De hecho, la investigación encontró que 15 mujeres murieron por esta causa en el país solo en el 2015, según datos del Ministerio de Salud.
Graciela escuchaba cómo esas historias de abuso se repetían entre las pacientes que había ido conociendo en sus caminatas por entre las montañas, de comunidad en comunidad.
[Graciela]: Me sentía muy… muy triste, ¿verdad?, y yo solo les decía a las pacientes que ellas también tenían que alzar su voz. No dejarse maltratar, no dejarse, pues, de aquella humillación que hacen dentro del hospital.
[Lisette]: Pero nada cambiaba. Los casos de violencia seguían llegando a sus oídos.
[Graciela]: Porque pues no había algo que tenía que ampararnos a nosotros para valorar el trabajo que estábamos haciendo. Pero sí me puse bastante enojada, ¿verdad? Bien Enojada. Con coraje. Pero también al mismo tiempo vi esa debilidad… de cómo superarla.
[Daniel Alarcón]: Es decir, que las cosas tenían que cambiar para ellas y para las mujeres que atendían. Y serían las mismas comadronas quienes empujarían ese cambio.
Una pausa y volvemos.
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[Daniel Alarcón]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa escuchamos cómo las comadronas mayas, que durante décadas se han hecho cargo de la mayor parte de los partos en Guatemala, empezaron a ser maltratadas, como también sus pacientes indígenas.
Pero no se iban a quedar sin hacer nada. En 2008, la Iyom Graciela Velásquez comenzó a organizar a decenas de comadronas de Totonicapán, el departamento donde vivía, para denunciar lo que estaba ocurriendo.
Victoria Estrada nos sigue contando.
[Victoria Estrada]: Ese año, Graciela empezó a tener conversaciones, cada vez más frecuentes, con las otras comadronas que recibían capacitaciones en el centro de salud de Totonicapán. Como no tenían dónde reunirse, se veían siempre debajo de un árbol que estaba afuera del centro. Se pasaban horas hablando sobre el trato en el hospital, sus condiciones de trabajo y qué podían hacer para mejorarlas.
Al poco tiempo, entendieron que tenían que empezar por estar organizadas. Así crearon la Asociación Kawoq de Abuelas Comadronas. El “Kawoq” es el símbolo espiritual de las comadronas, que representa la capacidad de curar, la fertilidad y el cuidado de la familia.
[Graciela]: La asociación Kawoq fue el que aglomeró, ¿verdad?, a todas… Es específicamente de comadronas. En donde estamos aglomeradas mil trescientas cuarenta y seis, creo yo.
[Victoria]: Eso es hoy, pero en un inicio no eran más de 50. Aunque ya para ese entonces, ver a tantas mujeres juntas por primera vez era algo que emocionaba a Graciela.
[Graciela]: Me sentí muy feliz porque entonces me di cuenta de que, pues, quizás llegó los tiempos de… de reclamar, de denunciar.
[Victoria]: Primero hicieron varios reclamos sobre los malos tratos que recibían a los directivos del centro, y a las propias enfermeras y doctores. Graciela dice que fueron a hablar unas 25 veces con ellos. Sobre todo, reclamaban que les negaban el carnet, aun cuando cumplían con las capacitaciones. Pero esos intentos de diálogo no llegaban a nada.
[Graciela]: Ellos ya no querían que hubieran más comadronas. Eso era, ellos ya no quieren. “¿Para qué más comadronas? Muchas comadronas hay y no saben su trabajo”. Porque eso es lo que decía.
[Victoria]: Pero ya organizadas, era más difícil que ignoraran sus reclamos.
[Graciela]: Yo le dije: “Denme mi carnet y yo les voy a demostrar cuál es realmente el trabajo de la Iyom”.
[Victoria]: Graciela cuenta que, en ese momento, sintió que las enfermeras y médicos empezaron a escucharlas más. Y en el 2011, después de mucha insistencia, les comenzaron a entregar sus carnets a todas las comadronas que cumplían con la capacitación. Incluida Graciela. Era algo clave, sobre todo después de que una nueva ley de maternidad, aprobada el año anterior, había formalizado la exigencia de que tuvieran su carnet para poder atender partos.
A pesar de esto, Graciela cuenta que cuando se los dieron, una vez más, una de las enfermeras les dijo:
[Graciela]: “Fueron la última promoción de comadronas. Ya no va a haber más”.
[Victoria]: La ley también indicaba que el ministerio debía formular, en conjunto con las comadronas, una nueva política para incluirlas en los servicios de salud. Parecía un paso hacia adelante, pero pasarían cuatro años antes de que se empezara a crear.
Recién a mediados de 2014, el ministerio convocó 33 mesas de diálogo a nivel nacional, para que las comadronas opinaran sobre qué debería incluirse en una nueva política. Graciela y Kawoq formaron parte de esas discusiones.
[Graciela]: Ya nos sumamos a las luchas de diálogos de la política de la comadrona ¿verdad?
[Victoria]: Se hicieron talleres, encuestas… y los diálogos se extendieron hasta finales de ese año, cuando se publicó un extenso informe que resumía las peticiones de las comadronas. Entre ellas, que en los centros de salud hubiera personal capaz de entender el quiché u otros dialectos mayas y que respetaran sus prácticas médicas, como poder dar a las pacientes infusiones de plantas medicinales en los centros de salud. También que las dejaran acompañarlas durante sus partos y que mostraran respeto por su labor, para poder, y cito, “trabajar en unidad sin discriminación”.
Otras peticiones eran que se adecuaran espacios para que pudieran atender a las embarazadas, y que se les diera un incentivo económico que las apoyara en los gastos que incurren en la atención de parto.
Finalmente la Política Nacional de Comadronas se publicó en el 2015.
[Graciela]: Me alegró esa política, pero ya cuando salió… ya no era nuestra palabra. En algunas cosas sí y en algunos no.
[Victoria]: Entre las cosas que sí, estaban la divulgación de los saberes de las comadronas a través de talleres o charlas en los centros de salud. También decía que se debía fortalecer la relación entre ellas y el personal médico, y que las comadronas debían ser consultadas en la toma de decisiones.
Sin embargo, ellas sintieron que la nueva política no recogía muchas de sus peticiones, como impedir que el carnet siguiera siendo utilizado para controlarlas, que era uno de sus principales reclamos. Tampoco incluía el incentivo económico que muchas habían pedido ni modificaba las capacitaciones, que, según ellas, eran repetitivas y básicas.
Cuando la leyó, a Graciela le pareció que habían desechado gran parte de las conversaciones que tuvieron durante las mesas de diálogo.
[Graciela]: Pues ya lo publicado me decepcionó. O sea, ahí ya es el Ministerio de Salud que hizo la política a su sabor y su antojo.
[Victoria]: Aunque el problema más grande era que la política se reducía a un manual. No tenía presupuesto, ni tampoco un cronograma con plazos de ejecución. Solo decía que en poco más de un año se tenía que crear un plan de acción que llevara a la realidad esos cambios.
A Graciela le pareció que, después de tanto esfuerzo, no habían avanzado casi nada.
Pero no era del todo cierto. Es decir, sí habían avanzado en algo: estaban organizadas. Y pronto se enteraron de que podían llevar su lucha más lejos. En 2009 la ONU había creado un Programa Maya para fortalecer de forma técnica y financiera a organizaciones indígenas en Guatemala. Incluidas a las comadronas, claro. Y por eso estaban al tanto de todo lo que estaba pasando con ellas.
Graciela se enteró de este programa a finales del 2015, cuando la contactó una antropóloga que había estado trabajando en la elaboración de un recurso legal para las comadronas.
[Graciela]: “Graciela”, me dijo, “que estamos viendo por toda la discriminación que viven ustedes, se está armando un litigio estratégico”.
[Victoria]: Les contó que, en ese momento, el Programa Maya estaba asesorando a varios grupos de comadronas para presentar directamente un amparo contra el Ministerio de Salud. Un amparo, es decir, un recurso legal para reclamar derechos que ya existen en la ley, pero que no están siendo respetados. Y es que, en rigor, la Constitución prohibía la discriminación y establecía que se debía respetar la identidad cultural de los pueblos indígenas.
Cuando terminaron de conversar, la antropóloga preguntó si querían ser parte del litigio, y las comadronas aceptaron. Decidieron que Graciela las representaría a nivel nacional. Debían recolectar todas las denuncias y exigencias que presentarían en el amparo. Fue un trabajo de casi un año.
[Graciela]: Íbamos a reuniones, íbamos a derechos humanos, fuimos a la DEMI.
[Victoria]: A la Defensoría de la Mujer Indígena.
[Graciela]: A todo, a todos los entes del Estado fuimos a que nos ayudaran con lo del litigio estratégico. Teníamos que ver los lineamientos, teníamos que ver qué decía tal ley. Era un trabajo incansable.
[Victoria]: Y necesitaba dinero para pagar esos gastos.
[Graciela]: Y pues a aguantar hambre porque nosotros no… No, no estábamos gan… yo no estaba ganando ni un sueldo y no había quien me daba para mi pasaje.
[Victoria]: Tenía que pedirle plata a su esposo, que trabajaba en obtener cuero para la confección de zapatos y bolsos. Y aunque no era lo ideal, Graciela estaba segura de que lo que estaban haciendo valdría la pena.
[Graciela]: La lucha fuerte que nos ha llevado y nos ha ayudado, pues también por defender los territorios y uno de esos la sabiduría ancestral.
[Victoria]: El 1 de septiembre de 2016, más de doce mil comadronas de todo el país, representadas jurídicamente por Graciela, presentaron el amparo en la Corte Suprema de Justicia de Guatemala. En el documento volvían a repetir las denuncias que habían hecho tantas veces: las agresiones, la discriminación, las amenazas. Además, exigían que el Ministerio cumpliera lo que habían pedido en las mesas de diálogo, pero se había desechado.
Lo que querían, en el fondo, era que se le diera valor a la medicina maya.
(SOUNDBITE TELEVISIÓN)
[Periodista]: Estas comadronas llegaron de distintas regiones de Guatemala hasta la Corte Suprema de Justicia.
[Periodista]: Comadronas mayas en Guatemala Demandan sea reconocida la labor que realizan dentro del sistema de salud pública al asistir a los partos de millones de mujeres en el área rural de esa nación centroamericana.
[Victoria]: Lucrecia Hernández Mack, a quien ya escuchamos antes, tenía un par de meses como Ministra de Salud de Guatemala cuando se presentó el recurso de amparo. Y aunque no llevaba mucho tiempo en el cargo, fue ella quien tuvo que responder.
[Lucrecia Hernández Mack]: Uno tiene que racionalizarlo y entender que el amparo va contra la ministra pero obviamente se refiere a toda la institución y al comportamiento histórico de la institución. Pues hay que racionalizarlo y entender que todas las demandas que se estaban haciendo ahí, pues, tenían razón, ¿verdad? Y que la institución le ha fallado.
[Victoria]: Con los testimonios y pruebas que presentaron las comadronas, la Corte Suprema de Justicia decidió poner un amparo provisional a su favor. En él, le daban diez días al Ministerio de Salud para informar sobre las medidas que estaba tomando para responder a las demandas de las comadronas.
[Lucrecia]: Todo lo que tenía que ver con maltrato o discriminación nosotros quisimos atajarlo rápidamente.
[Victoria]: Por eso, la ministra y su equipo publicaron un documento oficial que ordenaba al personal de salud que permitiera a las comadronas acompañar a sus pacientes, en todos los servicios de salud. Además, con la asesoría de las comadronas, comenzaron a trabajar en capacitaciones para el personal de salud del país sobre la medicina maya y sus prácticas.
Pero el proceso del amparo seguía. Y como Graciela era representante legal de la demanda, tenía que declarar ante la Corte Suprema de Justicia en nombre de todas.
[Graciela]: Fue algo que también me costó tomar decisión cuando me dijeron que los representara ante la Corte, porque ¿saben qué fue lo primero que pensé? “Híjole, ¿entonces yo me tengo que estar parada ante un montón de zopilotes?”, dije yo, bah…
[Victoria]: Llama zopilotes a los jueces de la Corte porque usan capas negras y largas, que se parecen a las alas de esos pájaros. Y aunque le daba un poco de miedo pararse frente a ellos, sabía lo importante que era. Así que aceptó.
La audiencia sería el 6 de febrero de 2017. Graciela se preparó por meses con las abogadas para recordar todo lo que debía decir.
[Graciela]: Y ellas me dieron un documento que tenía que leer y leer y leer.
[Victoria]: Pero el día de la audiencia, en la prisa por llegar a tiempo a la corte olvidó el documento en casa.
[Graciela]: Entonces yo les dije: “Saben qué? Déjenme”, les dije, “Déjenme. Y yo voy a decir lo que tengo que decir”.
[Victoria]: Lo había estudiado tanto que sentía que lo sabía de memoria.
[Graciela]: Yo solo le pedí fuerza y sabiduría a las abuelas.
[Victoria]: La misma determinación y sentido de responsabilidad que la había acompañado, a los 13 años, cuando tuvo que atender su primer parto.
Cuando Graciela entró a la corte, llevaba puesta una falda negra con blanco y una blusa roja tejida, con líneas blancas y negras. En su cabeza tenía un pañuelo rojo brillante, con toques morados y verdes. De su hombro izquierdo colgaba una manta y en sus manos llevaba una vara negra, que es un símbolo de autoridad en su comunidad.
[Graciela]: Ahí mis ovarios se tuvieron que poner más tiesos que otra cosa, porque pues yo no había estado parada ante una corte, ¿verdad?
[Victoria]: Estaba nerviosa, pero empezó a hablar.
[Graciela]: Yo le dije: “Yo estoy aquí parada ante ustedes, honorables magistrados, en voz de todas las más de 23.000 comadronas registradas ante el sistema de salud. Pero a nivel nacional somos más de 90 mil comadronas no registradas que tiene el sistema de salud, en voz de ellas estoy aquí”.
[Victoria]: Les contó sobre las condiciones en las que atienden las comadronas.
[Graciela]: Les dije de que la abuela comadrona íbamos a atender los partos sin ver si… si hay frío, si hay calor, si está lloviendo, y sin ver el largo de camino… que pasábamos barrancos, piedras, que pasábamos también por áreas muy peligrosas.
[Victoria]: Quería que entendieran el compromiso que tienen con su comunidad, en lugares donde el Estado nunca ha llegado.
[Graciela]: Que un médico no va hasta allá, donde ellas van. Que nosotros, quizás donde llega un caballo que la comadrona si llegaba a atender el parto, pero el médico no.
[Victoria]: Graciela estaba ahí para exigir que se les reconociera su labor, su esfuerzo y lo que sufrían por dar esa atención. Para decir que era un aporte que le daban al Estado gratuitamente, y que en términos presupuestarios le ahorraban entre 900 y 1,200 dólares por parto. Eso sumaba millones.
Hablaba en voz de sus compañeras…
[Graciela]: En voz de la que ahorita está atendiendo partos, en voz de la que ahorita está enferma. Que no somos reconocidas, vengo ahorita a que nos reconozcan, que llegó el momento, llegaron los tiempos de las abuelas, que seamos reconocidas como Iyom.
[Victoria]: Antes de terminar, dijo que esperaba que la corte las entendiera, y que el veredicto fuera a favor de las comadronas. Se sentía contenta.
[Graciela]: Pues bien desahogada, fíjese. Bien desahogada, tranquila.
[Victoria]: Porque el solo hecho de haber estado ahí, parada frente a los jueces de la Corte Suprema de Justicia, se sentía como un logro.
[Graciela]: Se escuchó la voz que en años o añales, en siglos, jamás había alzado la voz acá en Guatemala.
[Victoria]: Su voz se escuchó, pero la Corte Suprema de Justicia, en abril de 2017, les negó la mayor parte de sus reclamos. Argumentó que el Ministerio sí estaba cumpliendo con lo que pedían las comadronas y que ya había una política nacional de comadronas en proceso. Lo único que se consideró pendiente era lo de entregarles insumos, así que mandó al Ministerio a hacer un presupuesto para comprar y entregar lo que pedían en un plazo de 60 días. Sin embargo, el ministerio apeló, diciendo que era imposible hacerlo sin saber cuántas comadronas existían realmente en el país.
[Lucrecia]: No teníamos un presupuesto para comprar kits para 90 mil comadronas. Y por otro lado, estaba esta preocupación de que a la hora de entregar kits estuviéramos de alguna manera institucionalizando aquellas comadronas que tal vez no quieren ser institucionalizadas, ¿verdad? O sea, que no quieren como intromisión de las instituciones y de la medicina occidental en sus prácticas y saberes.
[Graciela]: Fue muy triste ¿verdad? Pero entonces en ese momento nosotros dijimos que bueno nuestra lucha iba a seguir. Ha de ser un reto a seguir más adelante. Entonces es cuando fuimos a la CC.
[Victoria]: A la Corte de Constitucionalidad. Inmediatamente presentaron una apelación para que el Estado respondiera a todas sus demandas. Pero sabían que no sería fácil: aparte de la reciente decepción por el resultado del amparo, ese mismo 2017 el presidente Jimmy Morales había vetado una ley que buscaba reconocer y otorgarles un incentivo económico a todas las comadronas.
En ese punto, Graciela sentía que les estaban cerrando todas las puertas. Ir a la Corte de Constitucionalidad era una de las últimas opciones.
Esta es ella, en julio de ese año, en una entrevista con TeleSur.
(SOUNDBITE DE ENTREVISTA)
[Graciela]: Como no se nos ha escuchado de… de la demanda que pusimos el 1 de septiembre, entonces hoy venimos a rectificar y a pedir que se nos escuche y que se nos ratifique la protección que estamos pidiendo.
[Victoria]: Pero el proceso no se resolvería rápido. Serían meses y meses de llevar más documentos, ir a citas con la justicia, presentar pruebas. Recién en marzo de 2019, casi dos años después, la Corte falló a favor de las comadronas y ordenó que el Estado empezara a trabajar de inmediato en sus demandas.
Pero los cambios, en la práctica, suelen suceder más lento que en las salas de las cortes. Años de discriminación contra las comadronas y la población indígena no es algo que se puede eliminar de un día para otro. La exministra Hernández Mack nos dijo que no se trata de publicar un oficio y esperar a que el personal cambie de actitud. No. Este es un trabajo que requiere presupuesto para capacitaciones, sensibilización ante la labor que ellas hacen, y que haya sanciones reales si se presentan agresiones.
Graciela dice que, desde que se presentaron ante la Corte Suprema de Justicia y salieron en medios de comunicación, sí ha visto algunos cambios, aunque mínimos, en los centros de salud y hospitales de Totonicapán.
[Graciela]: Cuando oyen que.. «quién vino, quién está buscando», «Graciela Velásquez». Entonces ya, ellos se… se codean entre ellos o como quien dice que ya vino ella y hay que ponerle atención.
[Victoria]: A veces, por ejemplo, sí la dejaban entrar y acompañar a sus pacientes. Y también ha sentido más respeto de parte del personal de salud. Aunque, según ella, no es algo que pasa todo el tiempo, porque cuando entran nuevas enfermeras, practicantes o doctores que no la conocen, los malos tratos se repiten.
Y no solo ha sido así para Graciela sino para muchas otras comadronas. El Defensor de los Pueblos Indígenas, de la Procuraduría de Derechos Humanos, Bayron Paredes, nos explicó que a pesar de la sentencia de la Corte de Constitucionalidad, el Ministerio no ha cumplido con lo ordenado. Por ejemplo, dice que no han contratado a más personal médico que hable el mismo idioma ni les ha dado insumos médicos para atender los partos. Para él, ha habido un incumplimiento total.
En el camino, el movimiento nacional de comadronas que se había creado para la demanda, también ha empezado a dividirse, porque no todas buscan lo mismo. Algunas quieren el incentivo económico e insumos médicos, por ejemplo, pero otras no, porque temen que eso le dé más poder al ministerio sobre ellas. Son diferencias difíciles de reconciliar.
A pesar de todo, Graciela siente que la victoria, aunque no completa, sí existió: por primera vez, sus voces fueron, de alguna manera, escuchadas.
[Graciela]: La felicidad más grande es que a nivel nacional, otras hermanas estaban aplaudiendo que yo había hablado en favor de ellas. Que… yo sólo les digo “ustedes empodérense de sus derechos, aprendan y también exijan”.
[Victoria]: Ahora ya había una sentencia de la Corte de Constitucionalidad que permitía exigir al personal de salud, en cualquier centro, que respetara sus prácticas mayas. Por su lado, Graciela decidió enfocarse en Totonicapán.
[Graciela]: Quizás me cierren varias puertas, pero yo sé que hay ventanas, hay techos, en cómo treparnos y eso va a ser para seguir adelante el camino.
[Victoria]: Porque ser una Iyom es algo a lo que Graciela no puede ni quiere renunciar.
[Daniel Alarcón]: A finales del 2020, el Ministerio de Salud emitió un plan para poner en acción la política nacional de comadronas que se había publicado seis años antes. Hasta hoy, decenas de miles de comadronas siguen presionando para acabar con la discriminación y la violencia hacia ellas y sus pacientes, y para que el Ministerio cumpla con la sentencia de la Corte de Constitucionalidad.
Aún así, han seguido sosteniendo a sus comunidades, atendiendo partos inclusive durante la peor época de la pandemia.
Victoria y Lisette intentaron contactarse de varias formas con el centro de salud y el hospital de Totonicapán, pero no recibieron respuesta.
Lisette Arévalo es productora de Radio Ambulante. Vive en Quito, Ecuador. Victoria Estrada es productora en Latino USA y vive en Xalapa, México.
Gracias a Aura Cumes, Bayron Paredes, Magdalena Cholotio y Telma Suchi.
Este episodio fue editado por Camila Segura, Nicolás Alonso y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Aneris Casassus, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.
Emilia Erbetta es nuestra pasante editorial.
Carolina Guerrero es la CEO.
Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.