El lazareto | Transcripción
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[Daniel Alarcón]: Esto es Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón…
[Claudia Platarrueda]: Mi tío era un hombre delgado, alto, yo siempre lo vi alto.
[Daniel]: Ella es Claudia Platarrueda. Es colombiana y está hablando de su tío Peter… Pedro Pablo Vanegas, el hermano mayor de su mamá.
Peter era carpintero. Le faltaba una mano por un accidente en su trabajo y tenía una prótesis en la pierna, pero esa es la última imagen que se le viene a la memoria a Claudia cuando piensa en él.
[Claudia]: Como yo lo recuerdo era un hombre atractivo, tenía una disposición corporal que lo hacía ver muy elegante.
[Daniel]: Claudia creció en los años 70 en una ciudad al nororiente del país que se llama Bucaramanga, y uno de los recuerdos más claros que tiene de su infancia son las visitas de su tío Peter. Él murió en 2013, pero toda su vida estuvo en un pueblo lejos de ahí. Claudia nunca fue cuando era niña porque no era fácil llegar hasta allá. Era él quien viajaba de vez en cuando a donde su familia y siempre lo recibían con mucho cariño.
[Claudia]: Yo lo veo a él llegando a la casa, abrazándonos. Un abrazador compulsivo, era muy, muy, muy afectivo mi tío, muy afectivo, era como un personaje con su propio carisma… inteligente y hábil, digamos, con… en la conversación.
[Daniel]: En 1988, Claudia empezó a estudiar antropología en Bogotá. Cinco años después, cuando ya estaba cerca de terminar la carrera, viajó con su familia de paseo a Suaita, el pueblo de donde son sus papás. Peter también fue con ellos.
Una tarde, después de almorzar, se reunieron todos al lado de un río para bañarse y pasar el rato. Los hermanos mayores de Claudia empezaron a preguntarle a Peter por su vida. Para ese momento, él tenía 66 años.
Claudia, que tenía una cámara fotográfica que llevaba a todas partes, empezó a tomar fotos y a enfocar a Peter con el lente. Lo que estaba escuchando la sorprendió.
[Claudia]: Y lo recuerdo con una imagen muy linda, yo tomé una fotografía cuando él está hablando; y le preguntaron sobre cómo era Contratación.
[Daniel]: Contratación, el lugar donde vivía Peter desde 1947. Ahí Claudia se enteró de que él no se había ido allá porque sí, porque le gustara el clima, porque tuviera oportunidades de trabajo o por invitación de algún amigo. No. A Peter, la ley lo obligó a mudarse a ese pueblo…
Y es que Peter tuvo algo que técnicamente se conoce como enfermedad de Hansen. Tal vez a la mayoría de ustedes no les suene mucho ese nombre, pero seguro la conocen. También se le dice lepra. La falta de su mano y su pierna eran consecuencias de la enfermedad.
Desde 1835 el gobierno había decidido que Contratación sería uno de los lugares donde las personas con lepra tenían que vivir. A esos lugares, no solo en Colombia, se les llama lazaretos. La razón es religiosa: en la Biblia, Jesús cuenta la historia de un mendigo leproso que se llama Lázaro. No San Lázaro el que resucitó, sino otro, que cuando murió se fue directo al cielo.
Y la lepra sonará como algo muy antiguo, algo extinto. Pero no es así. Todavía existe. Sin embargo, para contagiarse se necesita estar en contacto directo y prolongado con las gotas que salen de la boca o la nariz de una persona infectada. Hoy en día es muy difícil gracias a los avances de la medicina y la salud pública. De hecho, cuando Claudia nació, Peter tenía secuelas de la enfermedad pero ya no la contagiaba.
Tal vez por eso, ella nunca vio a su tío como alguien enfermo… también porque en su casa no era frecuente que hablaran del tema.
[Claudia]: No estoy consciente de tener un temor por el contagio. Seguramente escuché de la lepra, pero no… no tenía como una asociación muy clara entre, entre la vida de mi tío y la presencia de la lepra. Yo en realidad nunca vi a mi tío con temor, creo yo.
[Daniel]: Claudia tampoco sabe muy bien por qué, pero hasta ese momento, cuando estaban en el paseo familiar en el río, ella nunca había escuchado la historia de su tío con tantos detalles. Tal vez nunca había preguntado o prestado la suficiente atención.
[Claudia Platarrueda]: Entonces en medio, digamos, de esa conversación, mi tío habló abiertamente de… de la historia del lazareto y a mí eso me pareció cautivador.
[Daniel]: Contratación fue diseñado casi como un campo de concentración para aislar y contener personas. Pero Peter hablaba con tanto cariño y nostalgia de este lugar, que Claudia tenía que ver con sus propios ojos lo que pasaba allí.
Una breve pausa y volvemos.
[Mid-rolls]
[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante.
Juan Andrés Rodríguez, antropólogo colombiano, nos sigue contando.
[Juan Andrés Rodríguez]: Claudia se interesó tanto en el tema de la vida de su tío en Contratación que decidió hacer un estudio académico al respecto. Pero, como suele pasar con ese tipo de investigaciones formales, antes de viajar a Contratación debía entender la enfermedad y su historia. En 1997 empezó a recoger documentos.
[Claudia]: Y, digamos, me enfrenté a la Biblioteca Nacional donde había tanta riqueza bibliográfica que yo me volví… casi que me daba angustia porque había demasiados materiales y no podía entender qué era eso.
[Juan Andrés]: Estaba abrumada. Eran cientos de años de historia en leyes, reportes, investigaciones, crónicas, novelas, poemas, obras de teatro, películas e incluso canciones. También fotos de personas enfermas, anónimas, sin una mínima expresión en el rostro que diera algún indicio de sus emociones. Únicamente tenían la intención de mostrar los daños físicos de la enfermedad y acompañar alguna reseña médica.
A Claudia le llegó de golpe una escena de una película que había visto cuando era niña.
(SOUNDBITE ARCHIVO)
[Judá]: Me dijiste que habían muerto.
[Esther]: Así me lo pidieron. No debes buscarlas más, Judá. Hazlo por ellas.
[Claudia]: Yo sí recuerdo el leproso de la cueva que salía en la película de la Biblia en la Semana Santa, o sea, ese es como el referente más claro que yo, que yo recuerdo.
(SOUNDBITE ARCHIVO)
[Esther]: Ya vienen. Judá, ámalas de la manera que necesitan ser amadas. No las mires, que sea como si nunca las hubieras visto. Por favor, Judá.
[Juan Andrés]: Lo que Claudia recuerda, lo que la marcó, es la imagen de estos personajes a la entrada de una cueva, con la poca piel que se les ve, roja, irritada.
[Claudia]: Los hombres en harapos, tapándose la cara, con los muñones tapados, y ni siquiera viéndose las llagas, pero uno lo que asume es que hay llagas, cierto, pululantes abajo.
[Juan Andrés]: Y las fotos que estaba viendo se acercaban bastante a ese recuerdo. En ese momento Claudia empezó a ver una gravedad en la enfermedad que nunca mostró su tío. Era como otra historia de la lepra, una paralela, una historia terrible, de discriminación y segregación. Y eso le aumentó la curiosidad de entender a su tío y lo que sucedía en Contratación.
Así que decidió empezar por tratar de comprender lo básico: qué es la lepra, cómo se contagia y cuáles son sus efectos. Para comenzar, se transmite por un bacilo, o sea, un tipo de bacteria. Ya dijimos que el contagio se da por contacto directo y prolongado con gotas de la nariz o la boca de alguien infectado.
[Claudia]: El bacilo tiene gusto por las terminales nerviosas, especialmente en los lugares fríos del cuerpo: los pies, la nariz, las orejas, las manos…
[Juan Andrés]: La bacteria deteriora esas terminales nerviosas hasta que se pierde la sensibilidad.
[Claudia]: Entonces la persona, al contacto, no siente que está tocando y con mucha frecuencia, digamos, toma cosas calientes o se puya, se punza, se corta.
[Juan Andrés]: Y eso termina provocando heridas difíciles de sanar. La persona enferma tarda mucho en tratarlas a tiempo porque simplemente no las siente y se infectan. Además, la piel afectada pierde la humedad necesaria para cicatrizar.
Ya existe un tratamiento y una cura que, si se aplican a tiempo, evitan las complicaciones. Pero lo del bacilo no se supo sino hasta 1871, cuando pudieron verlo en un microscopio y luego publicaron el primer estudio al respecto. Antes, por muchos años, se pensó que la lepra era provocada por todo tipo de cosas: desde castigos divinos, brujería y hasta una cuestión hereditaria.
[Claudia]: Pero realmente no había una causa clara… Habían teorías, digamos, que entraban en contradicción de manera permanente.
[Juan Andrés]: Tampoco había un tratamiento seguro y estandarizado. Mucho menos una cura. Y como los daños físicos en algunos casos eran bastante evidentes y el miedo al contagio era grande, varias sociedades empezaron a aislar a las personas enfermas de lepra. Con el tiempo terminaron confinándolas en lo que se conocería como leprocomios, colonias de lepra o lazaretos.
Estos lugares fueron especialmente comunes en varias partes del mundo en los siglos XIX y XX. Porque no es que el descubrimiento del bacilo haya frenado esa práctica. De hecho fortaleció el miedo de que cualquier contacto con una persona infectada, por mínimo que fuera, era muy riesgoso. Aún faltaban varios años para entender mejor la enfermedad.
Claudia también investigó cómo se había manejado la lepra en Colombia. Así entendió, por ejemplo, que la enfermedad y la figura de los lazaretos llegaron de Europa. Encontró registros de principios del siglo XVII, en plena época colonial, que cuentan que los vecinos de un hospital en Cartagena, en la costa Caribe, pidieron expulsar a los enfermos de lepra que estaban confinados ahí. La decisión del gobierno local fue llevarlos a todos a una isla lejos de la ciudad. Ese fue el primer lazareto registrado en el país y se llamó Caño de Loro.
Con el paso de los años, se formaron lugares parecidos en diferentes regiones. A partir de 1835 los lazaretos fueron oficializados por el Estado como una estrategia para controlar la lepra. Cualquier persona diagnosticada con la enfermedad debía irse a vivir a uno de los lazaretos que se establecieron: Caño de Loro, en Cartagena; Agua de Dios, más cerca a Bogotá; y Contratación, en el departamento de Santander, que era donde vivía Peter, el tío de Claudia.
Lo más importante era asegurar el aislamiento. Y para eso se tomaron medidas extremas: cercas con alambres de púas en los alrededores, controles policiales en las entradas y hasta una moneda exclusiva, que se llamaba coscoja y que solo circulaba en estos lugares. Pero los enfermos contaban con atención médica permanente, podían trabajar, ganar un sueldo y hacer cualquier actividad siempre y cuando no salieran del lazareto. Ahí estaba todo lo necesario.
[Claudia]: Se define que debe haber un mercado, que debe haber cura, que debe haber un lugar en donde se separen los enfermos de gravedad, que debe haber un procedimiento para asegurar las provisiones y el mantenimiento de los enfermos.
[Juan Andrés]: Todo con dinero público o donaciones de caridad. Las únicas personas sanas que podían entrar eran los médicos, los religiosos y a veces algún familiar que ayudara en el cuidado de la persona enferma…
[Claudia]: Todos los cargos públicos, incluido las enfermeras, las cocineras de los hospitales, de los asilos, del mercado, de la notaría, de los correos, del telégrafo, todas esas personas debían ser personas enfermas por ley, porque se supone que adentro no debería haber personas sanas.
[Juan Andrés]: Hasta los policías dentro de los lazaretos tenían la enfermedad. Y sí, el número de personas con lepra era suficiente para cumplir con esa cantidad de labores. Aunque no existían estadísticas oficiales y rigurosas, para comienzos del siglo veinte se estima que había entre treinta y cincuenta mil enfermos en el país. Eso llevó incluso a que corriera el rumor de que Colombia era el país con más casos en el mundo.
Mientras pasaban los años, los gobiernos fueron adaptando leyes y creando otras, para intentar mejorar la estrategia pública de control de la lepra. Para ese momento, el confinamiento parecía ser lo único que funcionaba, así que se enfocaron en no dejar por fuera a ninguna persona enferma y endurecer el aislamiento.
Claudia estaba maravillada. Le parecía alucinante lo que estaba descubriendo: metieron a mucha gente en un mismo espacio, y además trataron de ofrecerles una vida más o menos parecida a lo que había afuera.
[Claudia]: La historia del lazareto me parecía una cosa impresionante, en términos de lo que significa una sociedad en chiquito, una sociedad aislada, y así la imaginaba yo, digamos, una… una, una sociedad micro ahí.
[Juan Andrés]: Cuando empezó a investigar, a finales de los 90, ya habían pasado más de 30 años desde que los lazaretos habían dejado de existir. Los avances científicos en el tratamiento de la lepra los volvieron prácticamente inútiles, y desde 1961 se convirtieron en pueblos como el resto. Eso sí, con una historia muy particular que a Claudia le intrigaba. ¿Cómo había sido vivir en un lazareto? ¿Cómo vivían ahora? Lo que seguía era visitar a su tío Peter, que aún vivía en Contratación. Ahí había una fuente de información muy valiosa.
[Claudia]: Ya habiendo leído sobre qué era la lepra, digamos, con una idea del contagio y de todas estas cosas, en diciembre de 1997, viajo a Contratación, sin que ni siquiera mi tío supiera que yo tenía interés de trabajar en ese tema.
[Juan Andrés]: Para llegar a Contratación hoy en día el trayecto es de más de cinco horas desde Bucaramanga, donde creció Claudia. Pero en 1997, cuando ella fue por primera vez, casi que ni existía una vía, y la gente se podía tardar mucho más en el viaje… eso, claro, si las condiciones del tiempo eran óptimas.
[Claudia]: Ir a Contratación implicaba coger varios carros hasta la carretera principal, después desviarse, ir a su suerte porque, digamos, esta es una… una región húmeda, lluviosa y es muy frecuente que la carretera no le diera a uno permiso de entrar tan fácilmente.
[Juan Andrés]: La primera vez que Claudia fue se tardó 18 horas, porque el bus se varó a mitad de camino. Pero al final, ningún estrés, malestar o incomodidad que le hubiera producido el viaje le dañó esa primera impresión que tuvo.
[Claudia]: Era un pueblo muy bello, las calles eran empedradas y eso lo hacía pintoresco. Eran casas de alar, de tejados de barro. Había murales pintados en las casas.
[Juan Andrés]: Habían pasado casi cuatro años desde la última vez que vio a Peter, pero la recibió con la misma calidez y familiaridad que le mostraba cuando él iba de visita. Aunque sí hubo algo que la sorprendió.
[Claudia]: Me recibió, me mostró su casa. Eso me llamó la atención. ¿Él no vivía entonces en un hospital?
[Daniel]: No, no vivía en un hospital. Era solo una de las muchas sorpresas que le esperaban a Claudia en Contratación.
Ya volvemos.
[Denise Márquez]: Hola, soy Denise Márquez, editora digital de El hilo. Sabemos que los titulares no son suficientes para comprender América Latina y queremos ampliar la conversación contigo. Mi colega, Desirée Yepez, periodista y verificadora de datos de este podcast, escribe para ti un boletín semanal. Todos los viernes recibirás una cuidadosa curaduría de artículos, cifras, videos y una selección de las noticias más importantes para profundizar en el tema del episodio. También resaltamos la buena noticia de la semana, te recomendamos algo y más. ¿Te interesa? Suscríbete en elhilo.audio/boletín
Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón.
Antes de la pausa, Claudia Platarrueda imaginaba a Contratación, el lugar donde vivía su tío Peter, como un hospital lleno de enfermedad, muerte y desolación… pero en realidad, aunque la lepra estaba, y era la razón por la que existía este lugar, la gente trabajaba, se movía por todas partes, había bares, cafeterías, colegios… En otras palabras, había vida.
[Claudia]: Para mí desde el primer día esa ambigüedad fue demasiado develadora, es decir, cómo es posible que la lepra, de la que tenemos un temor tan abigarrado, digamos, unas ideas claras como de putrefacción, de contaminación… y yo llego a Contratación y me doy cuenta que allá la vida circula y está contaminada de lepra por todas partes.
[Daniel]: Ahora tenía muchas más preguntas para hacerle a su tío Peter.
Juan Andrés nos sigue contando.
[Juan Andrés]: Si bien lo que más le interesaba a Claudia era la historia de Contratación, Peter, como todas las personas con lepra, tuvo una vida antes de su enfermedad. Y estaba ansioso por contarla.
Nació a finales de los años veinte y llegó muy chiquito a una finca de Suaita, en el departamento de Santander. Su mamá, o sea, la abuela de Claudia, se llamaba Dolores Vanegas, y trabajaba ahí como cocinera de los empleados. Dolores tuvo una relación a escondidas con el dueño de esa finca y tuvieron cuatro hijos. Peter era el segundo.
También le contó a Claudia de su infancia y de las condiciones tan difíciles en las que vivía su familia. Dolores se dedicaba la mayor parte del tiempo al trabajo, y Peter y sus hermanos sentían que el bienestar de ellos era la última prioridad de su mamá.
Y respecto al papá… bueno, ni siquiera les dio el apellido. A principios de la década de los 30, sacó a Dolores y a sus hijos de la finca porque se había casado con otra mujer.
Sin saber muy bien a dónde ir, la única opción que le quedó a Dolores fue mudarse con su hermana, a quien le habían diagnosticado lepra hacía un tiempo y vivía en Contratación.
Aunque en el papel el lazareto era exclusivo para las personas con lepra, era difícil controlarlo en la práctica. Sí, había cercas alrededor, pero no es que fuera una muralla impenetrable, y aunque la vigilancia era estricta, a veces se podía burlar. Se podría suponer que lo que hacía que poca gente se acercara, además de las dificultades para llegar allá, era el miedo al contagio.
Algunos de los enfermos se mudaban con sus familiares, así estuvieran sanos, porque eran los que ayudaban económicamente. Además, como tenían que abastecerse de comida, llegaba gente de otros lugares a vender sus productos. En el caso de Dolores, llegó ahí por supervivencia.
[Claudia]: Era un viaje muy doloroso para mi abuela, porque llegó a Contratación sin muchos recursos, ya sin plata para devolverse y se dio cuenta que mi tía abuela estaba viviendo más lejos, en un lugar apartado que se llama San Pablo.
[Juan Andrés]: San Pablo, una colonia agrícola que hace parte de Contratación, pero que no estaba precisamente dentro del pueblo. Bueno o malo, lo importante era que Dolores y sus cuatro hijos ya tenían un lugar donde quedarse, y al menos allá era más fácil pasar desapercibidos.
Y es que los síntomas de la lepra tardan aproximadamente cinco años en aparecer, pero a veces pueden pasar hasta 20 años, y la enfermedad solo es visible cuando hay heridas. Además, para confirmar el diagnóstico hay que realizar varios exámenes de los tejidos afectados y confirmar la presencia de la bacteria.
Dolores empezó a trabajar en un restaurante para sostener a sus hijos. Con el tiempo conoció a otro hombre con el que tuvo tres hijos más. Pero según las políticas del lazareto, todos los niños que vivían ahí debían ser separados de sus familias.
Si los niños estaban enfermos los llevaban a un asilo manejado por religiosos católicos destinado únicamente para ellos, dentro del lazareto. Ahí los cuidaban, los alimentaban y los educaban hasta que cumplieran la mayoría de edad. Con los niños sanos era diferente.
[Claudia]: La idea es salvaguardar a los hijos de la lepra, es cuidar a la infancia, entonces se hace todo lo posible para que los niños sean enviados a sus familiares afuera, para que sean adoptados por… por personas afuera y se les garantiza que se les da una pensión.
[Juan Andrés]: O sea, un dinero para sostenerlos. Si los niños sanos no tenían a nadie que los recibiera, los llevaban a un asilo también destinado para ellos pero que quedaba fuera del lazareto.
Por culpa de esa política, muchas familias no se reencontraron hasta muchos años después. Algunas ni siquiera pudieron volver a verse.
Después de cinco años viviendo ahí, las autoridades de Contratación terminaron enterándose de que ni Dolores ni sus hijos estaban enfermos. Debían irse del lazareto. Pero la situación económica no le permitía a Dolores encargarse de todos. Por eso decidieron que Peter, el mayor, que en ese momento tenía ocho años, se quedara con la tía. Existía el riesgo de que lo descubrieran y lo mandaran al asilo, pero era eso o no tener ni siquiera para comer.
[Claudia]: Se quedó Peter trabajando con la tía, entiendo que era súper malhumorada y, bueno, no era una estancia gratificante para mi tío ahí, era más bien como terrible esa memoria de Contratación.
[Juan Andrés]: Tres años después, en 1938, Peter pudo viajar a Suaita, el pueblo donde vivían su mamá y sus hermanos. Ahí terminó la primaria y empezó a dedicarse a la carpintería. Hacia 1945, cuando tenía 18 años, decidió viajar a Bogotá para poder trabajar en una fábrica de tejidos e hilados.
Claudia grabó algunas de esas charlas con Peter. El resultado son horas y horas de audio en los que hablan sobre muchos temas de su vida. La calidad no es muy buena, pero el que va a hablar aquí es Peter.
[Peter]: Y yo, mi mayor deseo tan pronto entré a esa fábrica fue poder manejar una máquina yo solo. Pero con tan mala suerte que a los dos meses yo principié a perder la elasticidad de los dedos y no podía sostener la hebra para poder enhebrar.
[Juan Andrés]: Estaba perdiendo la sensibilidad. Después de esperarlo por varios años, pasó lo que sabía que podía suceder en cualquier momento: desarrollar la lepra. Ese era el síntoma más claro. Él lo conocía perfectamente. Y fue eso lo que precisamente, años después, provocó el accidente en el que perdió su mano derecha.
Cuando empezó a dejar de sentir, lo único que pudo hacer fue acercarse al médico de la fábrica. De inmediato lo envió a un hospital en Bogotá que trataba enfermedades de la piel.
Ahí confirmaron el diagnóstico. Pero a Peter en realidad no le daba miedo la lepra. La había visto de frente desde que era niño, y aunque ni su mamá ni sus hermanos la tuvieron, era una posibilidad que siempre los persiguió. Lo que sí le preocupaba era no poder trabajar y dejar de ayudar a su familia.
[Peter]: Me había ido a buscar trabajo y resultar que yo no podía trabajar allá porque la salud no me respondía. Entonces eso es muy triste para uno.
[Juan Andrés]: El paso siguiente, como lo decía la ley, era esperar en Bogotá mientras se hacía todo el papeleo para llevarlo al lazareto más cercano que, en este caso, era Agua de Dios. Eso sí lo impactó.
[Claudia]: Lo que me repitió hasta el cansancio era que él tenía mucho miedo de que lo enviaran a Agua de Dios cuando supo que era enfermo de lepra.
[Juan Andrés]: Porque, claro, ya conocía Contratación. Se sabía mover por ahí. Mientras que Agua de Dios era un lugar desconocido, y con cierta reputación… Era el lazareto más grande y más poblado del país. Además, hacía un calor infernal.
Afortunadamente, había un hombre que trabajaba en la parte administrativa del hospital y que venía de su misma región. Peter sintió la confianza para contarle lo que le preocupaba y le preguntó si lo dejaban irse para Contratación.
Este es Peter contando lo que le respondió el hombre:
[Peter]: Mire, pues, yo estaba con ganas de proponerle la misma cosa, usted es de Suaita y yo soy de Suaita y los suaitanos somos de palabra, cuando comprometemos la palabra la cumplimos. Y yo quiero ayudarlo, pero entonces tendríamos que hacer un pacto de caballeros.
[Juan Andrés]: El pacto de caballeros consistía en que lo ayudaría a escapar, pero con la condición de que inmediatamente debería irse para Contratación.
El problema era que ese hospital estaba vigilado todo el tiempo, incluso por policías, para que los enfermos no se escaparan. Si lo atrapaban, lo mandarían directo a Agua de Dios y al hombre del hospital lo despedirían o se metería en un problema con la ley.
Peter aceptó inmediatamente. Quería irse en ese instante. Pero el hombre le pidió paciencia. Le dijo que él volvería el siguiente domingo muy temprano y, una vez ahí, mandaría a uno de los policías que cuidaba esa habitación por unos cigarrillos. Peter se encargaría de hacer lo mismo con el otro policía.
[Peter]: Y en ese momento que no haiga el uno ni el otro, usted coge la cajita de la ropa y se va y no se deja encontrar en Bogotá.
[Juan Andrés]: Y así lo hicieron. Ese día todo resultó como lo planearon. Peter salió corriendo lo más rápido que pudo y se montó en el primer tren que salía a su región. Pero en vez de irse a Contratación, fue donde su mamá, en Suaita. Como no tenía heridas visibles, tal vez podía pasar desapercibido y llevar su vida como si nada.
Su mamá lo recibió sabiendo de la lepra, pero lo apoyó en su idea de quedarse ahí. Peter decidió retomar la carpintería y, para controlar la enfermedad, el hombre del hospital le había regalado unas inyecciones de chaulmoogra, que era lo que se usaba en ese momento como tratamiento.
[Claudia]: Es un aceite sacado de una planta originaria de la India que se inyectaba y que era muy doloroso, digamos, en su aplicación.
[Juan Andrés]: Pero esas dosis de chaulmoogra no le iban a durar para siempre. Por eso, Peter tenía que asegurarse de no desperdiciar ni una gota. El problema era que se las había dado de forma clandestina. Era un medicamento que solo se usaba en hospitales que trataban la lepra. Así que, para aplicarlas, Peter buscó al farmaceuta del pueblo y acordaron un pago sin que nadie se diera cuenta.
Aunque en esa época el chaulmoogra era lo único que parecía controlar la lepra, no era un tratamiento definitivo y tenía efectos secundarios serios. Sí, atacaba directamente a la bacteria, que era la prioridad para los médicos, pero las heridas en la piel se hacían más graves. Era una contradicción porque podía curar la enfermedad, pero a un costo muy alto.
[Claudia]: En todo ese proceso de aprendizaje de los agentes médicos sobre cómo curar la lepra es que las personas se deformaron en una gran medida. La cura era más interpretada como un deterioro.
[Juan Andrés]: Aun así, era lo que había en ese momento, y Peter creía en el tratamiento médico.
[Peter]: A mí me aplicaron mucha chaulmoogra y yo deseaba enormemente quitarme la enfermedad de encima. Y la tomé con todo el gusto y con toda la gana. Y no me puede decir nadie que yo hice mal en eso.
[Juan Andrés]: Luego de un tiempo empezaron a aparecer las consecuencias del chaulmoogra.
[Peter]: Empecé a sentir que… que la vista se me… se mermaba, que me sentía mal del cuerpo. Ya tanto tomar eso diariamente, yo la tomaba con insistencia, y eso, pero la lepra no se me quitó.
[Juan Andrés]: La lepra no se le quitó sino que se hizo más visible, y las heridas trabajando como carpintero eran frecuentes.
Así pasó casi dos años racionando las dosis de chaulmoogra que le dieron en Bogotá. Cuando se acabaron, buscó al farmaceuta y le pidió ayuda para conseguir más, pero el hombre no reaccionó como Peter esperaba.
[Peter]: Y él enseguida se fue donde el alcalde, me denunció que yo era enfermo de lepra. El alcalde me llamó, me dijo “Usted cómo se llama” Dije: “Pedro Pablo Vanegas”. “Usted es enfermo de lepra”. “¿Usted cómo lo sabe?” Dijo: “No, me lo dijeron. El martes próximo lo mando para Contratación con dos policías”.
[Juan Andrés]: Seguir huyendo no tenía mucho sentido. Y así quisiera, ya no tenía lugar a donde ir. Entonces Peter llegó a la casa de su mamá y le contó la situación. Ella empezó a llorar.
[Peter]: Yo le dije mire: eso no lloremos ni nos pongamos a entristecernos porque lo que hay que hacer hay que hacerlo.
[Juan Andrés]: Lo mejor era irse antes de que fueran los policías a sacarlo esposado de la casa. Así evitaban un escándalo y una investigación que muy seguramente iba a afectar al señor del hospital que lo ayudó a escapar.
[Claudia]: Mi abuela tomó la determinación de que se fuera solo, le empaquetó un fiambre y él salió corriendo para Contratación.
[Juan Andrés]: Peter llegó a Contratación por segunda vez en su vida, pero no a las afueras como cuando era niño. No quiso volver a ver a su tía, porque, por un lado, vivía lejos de ahí, y por el otro, la experiencia cuando se quedó con ella no había sido la mejor. Ahora, con 20 años, le aplicaron el procedimiento que se hacía con todas las personas enfermas que llegaban al lazareto.
[Peter]: A mí me quitaron la cédula aquí, la tarjeta de identidad. Me la quitaron acá en el sanatorio y me dieron la cédula de enfermo.
[Juan Andrés]: La cédula de enfermo, que era como un desplegable. En ese documento aparecían los datos principales de la persona: nombre, lugar y año de nacimiento, y foto. También dejaba bien claro que la persona tenía lepra y el tiempo que llevaba de tratamiento. Con eso se podía, según la legislación de la época, hacer un seguimiento del desarrollo de la enfermedad de cada persona. Pero más allá de eso, con ese documento no podían votar. Tampoco podían hacer trámites legales fuera del lazareto. Básicamente, dejaba a estas personas sin derechos civiles.
A Peter lo llevaron al albergue de hombres del hospital. Lo examinaron y le hicieron todo tipo de pruebas clínicas. Después le tomaron fotos… fotos muy parecidas a las tantas que vio Claudia en los archivos cuando empezó su investigación. Estas imágenes iban a la historia clínica de cada paciente y ayudaban en los estudios que se hacían para encontrar una cura.
Bueno, esa era la justificación de los médicos. Pero en realidad nunca les preguntaban a estas personas si estaban de acuerdo. Tampoco era una obligación legal tener ese tipo de consideraciones éticas.
Apenas ponían un pie en el lazareto, los enfermos dejaban de ser ciudadanos comunes y corrientes, y se convertían en objetos de cuidado permanente, de riesgo y de estudio. Años después, Claudia le preguntaría a su tío Peter lo que tal vez a esos funcionarios del lazareto no se les pasó por la cabeza.
[Claudia]: ¿Cómo se sentía usted como persona, pues, cuando le estaban tomando esas fotos? ¿Sentía algo particular?
[Peter]: Uno se siente como… Como un animal raro. Uno se siente raro es por eso, porque le están tomando anomalías de su propio cuerpo, algo que no está bien en su propio cuerpo.
[Juan Andrés]: No se escucha muy bien, así que repito lo que dice Peter: “Uno se siente como un animal raro. Uno se siente raro porque le están tomando anomalías de su propio cuerpo, algo que no está bien en su propio cuerpo”.
A Peter lo dejaron en el albergue. Ahí tenía que vivir. Recordemos que, según la ley, todos los enfermos de lepra tenían derecho a vivienda, alimentación y cuidados médicos. Incluso les daban un subsidio mensual.
[Claudia]: Lo que se llama allá la guayaba, que es un sueldo por incapacidad, una ayuda mínima para la alimentación, para el lavado de la ropa y para el arriendo.
[Juan Andrés]: No era un sueldo completo, pero ayudaba a cubrir las necesidades básicas. Aun así, Peter, que tenía 20 años y se sentía lleno de vida, no quería quedarse quieto, y mucho menos ahí…
[Claudia]: El albergue tiene la particularidad de ser un sitio para las personas que están disminuidas en términos de su posibilidad de movilizarse, y de trabajo y demás, y él es un hombre acostumbrado a trabajar.
[Juan Andrés]: Peter pensó en opciones de trabajo. Sabía, por ejemplo, que en el asilo de niños enfermos les enseñaban carpintería. Entonces habló con las autoridades del lazareto. Como todo lo controlaban, tenían que autorizarlo para trabajar con las máquinas. En 1950 logró que lo dejaran mudarse del todo.
[Claudia]: Ese asilo, digamos, está al interior del lazareto, entonces él está adentro del lazareto pero viviendo con los niños y paulatinamente ejerce como profesor no oficial de carpintería.
[Juan Andrés]: Ya tenía trabajo y un lugar más cómodo para vivir… Aunque eso no evitaba que sintiera el aislamiento. Él ya había vivido en Contratación, y a pesar de que en ese entonces tenía que hacerlo un poco a escondidas, se sentía más libre que como se sentía ahora. Habían pasado tres años, pero aún no lograba acostumbrarse completamente a lo que significaba estar en un lazareto como enfermo. Cada vez se le parecía más a estar condenado a una cadena perpetua.
[Peter]: Yo era muy desesperado por la soledad de la falta de la familia
[Juan Andrés]: De su mamá y sus hermanos… Lo único que lo ayudaba a despejar un poco su mente era caminar y caminar por el pueblo.
[Peter]: Yo me la pasaba recorriendo todos… todo el… todos los perímetros, por eso me los recuerdo perfectamente.
[Juan Andrés]: Y durante esos recorridos se le pasó por la mente la opción de escaparse. Hablando con más confianza con otros enfermos del lazareto, se dio cuenta que no era tan difícil y que, de hecho, muchos lo hacían.
Lo importante era saber con precisión dónde estaban los controles policiales. Luego esperar a los cambios de turno o que estuviera lloviendo. Así era más difícil que los vieran.
Claro, no es que fueran escapes definitivos porque, después de todo, no tenían documentos y era casi imposible encontrar trabajo así. Si los atrapaban por fuera, les tocaba pagar una fianza y hasta podrían perder por un tiempo el subsidio. Pero valía la pena el riesgo: sin duda era un respiro para poder cambiar el ambiente. Peter lo hizo algunas veces… pero igual era cauteloso.
[Peter]: Y ya uno sabía, de antemano uno se preparaba, por cuál lado iba a salir y las dificultades que tenía para sortear durante la noche y despistar la policía. Eso se programaba según por el retén por donde uno fuera a salir.
[Juan Andrés]: Y así, por las circunstancias y a la fuerza, se fue acostumbrando a esa vida. En 1955, el asilo de niños se convirtió en un colegio público. Eso hizo que pudiera asumir el puesto oficial de profesor, cobrar un mejor sueldo y tener beneficios laborales. La prisión fue convirtiéndose poco a poco en un hogar.
[Claudia]: Él construyó una vida allá, como muy activa, era una persona reconocida, tenía muchas actividades. Era muy religioso, entonces él acompañaba toda la, digamos, las actividades religiosas a diario.
[Juan Andrés]: Entre finales de la década de los 40 y principios de la de los 50, la ciencia logró dar con una cura para la lepra: unos antibióticos conocidos como sulfonas. La historia de cómo se llegó a eso es curiosa…
[Claudia]: En Venezuela las sulfonas se usaron en el tratamiento de la tuberculosis al interior de un lazareto y demostró tener efectos curativos en la lepra.
[Juan Andrés]: O sea, se encontró la cura por accidente. El tratamiento con sulfonas empezó a replicarse en todo el mundo con muy buenos resultados. Poco a poco se fue haciendo más común en la legislación colombiana la figura de “curados sociales”.
[Claudia]: Podían tener todas las afectaciones sobre sus cuerpos por las deformaciones causadas por la lepra, pero ya no eran contaminantes, entonces se les llamó curados sociales, se les daba un carnet de curados sociales y se les permitía salir del lazareto.
[Juan Andrés]: El Estado empezó un plan para desmontar poco a poco los lazaretos en el país. Ya no había tantos enfermos para contener y podían ahorrarse gastos. Empezaron por el más viejo, Caño de Loro, que quedaba en Cartagena.
En 1950 sacaron a la gente y bombardearon el lugar. Algunos dicen que para evitar que se propagara la enfermedad, pero el contagio se da de persona a persona, no por contacto con superficies. Pero era tal el temor que preferían evitar cualquier tipo de riesgo. Por eso mismo no dejaron que las personas de Caño de Loro se fueran libres. Querían asegurarse completamente de que las sulfonas funcionaran a largo plazo, así que mientras tanto las enviaron a Agua de Dios, el lazareto cercano a Bogotá.
El plan era hacer lo mismo con Contratación.
[Claudia]: Lo que paradójicamente sucede es que los contrateños no quieren que el lazareto se elimine, que desaparezca.
[Juan Andrés]: Y es que a través de los años los habitantes del pueblo lograron apropiarse del lugar. Afuera eran estigmatizados, rechazados, temidos… les habían negado la posibilidad de vivir. En Contratación, en cierta forma, estaban en condiciones parecidas a las de afuera.
[Claudia]: Hay un sentido de… de pertenencia y de arraigo que se fortalece en Contratación y además porque se ha creado toda esa sociedad muy, muy vital, muy dinámica en torno religioso y social… de mucho arraigo.
[Juan Andrés]: La resistencia de los habitantes permitió que Contratación se mantuviera como venía hasta 1961, cuando ya definitivamente el gobierno decretó el fin de los lazaretos en Colombia. Un año después, Contratación se convirtió oficialmente en un pueblo, y con Agua de Dios pasó lo mismo en 1963.
Como muchos de los enfermos no tenían las herramientas para buscar su propio sustento, el gobierno decidió mantenerles el subsidio mensual. También les devolvió los derechos civiles y políticos. Eso incluía la posibilidad de moverse libremente por todo el país.
Aunque muchas personas decidieron irse de Contratación, algunas nunca se fueron y otras terminaron regresando y quedándose definitivamente.
[Claudia]: Estos curados sociales volvieron al lazareto porque habían tenido recaídas en la enfermedad o no habían sido aceptados en sus lugares de orígenes y tenían que volver al lazareto donde tenían unas mejores condiciones de vida.
[Juan Andrés]: Peter, por ejemplo, nunca se fue. Ya tenía su vida más que hecha en Contratación. Con el tiempo se fue a una casa que alquiló y ahora, sin restricciones, la familia lo empezó a visitar. Incluso su mamá se fue a vivir con él.
[Claudia]: Mi tío siempre tuvo la intención de responder por mi abuela, y llevó a vivir allá a su hermano menor, porque también, digamos, era su responsabilidad.
[Juan Andrés]: Claudia nació unos años después, en 1969. Para ese momento, Peter ya visitaba su casa con frecuencia y en su mente empezó a formarse esa imagen que tanto recuerda: su tío abrazándola a ella y a sus hermanos, y sentándose a conversar de todo tipo de cosas.
No solía hablarles mal de Contratación. De hecho, cuando Peter sacó su nueva cédula, la funcional, la real, la que lo validaba como ciudadano, insistió hacerlo allá mismo.
[Peter]: Yo quise que fuera de Contratación, porque es que Contratación me abrió muchas puertas, entonces necesito conservar eso.
[Juan Andrés]: En 1977 se jubiló de su cargo como profesor, pero no dejó del todo la carpintería, ni sus actividades en el pueblo. Siguió con su proyecto personal de ayudar en la rehabilitación social de los enfermos de lepra y conseguirles oportunidades laborales.
Para Claudia, conocer la historia de su tío y estar en Contratación le hizo cambiar las imágenes equivocadas que tenía sobre la lepra. Pero más allá de eso, le dio un vuelco a lo que durante años había entendido por salud y enfermedad, anomalía y normalidad…
[Claudia]: Eso fue lo que la lepra me regaló, la idea de que la enfermedad es parte de la vida. Todas las formas de cosas que se conciben como anómalas, en realidad son parte de la vida.
[Juan Andrés]: En 2013, a los 86 años, Peter murió de cáncer de estómago. Claudia sospecha que el chaulmoogra y tantas sulfonas que tomó hicieron que se le desarrollara el cáncer.
Al entierro fue mucha gente del pueblo y ahí recordaron, con mucho cariño, diferentes momentos de la vida de Peter.
[Claudia]: Yo siento que no sentimos un dolor, sino todo lo contrario, como la experiencia de haber vivido con él, acompañado una vida plena…y ese es mi recuerdo de él, de una vida muy, muy, muy plena.
[Juan Andrés]: Plena, sí, porque lo cierto es que Contratación se había convertido en su lugar seguro. El único lugar donde tanto a él como a los otros enfermos no los iban a rechazar. Para Peter habían sido más de 60 años de una vida aislada, confinada, pero no por eso perdida.
[Daniel Alarcón]: En 1997, unos activistas lograron que el Estado colombiano reconociera la vulneración de los derechos humanos de las personas con lepra. No había sido algo reciente, sino un maltrato de siglos. Como reparación, igualó el subsidio que ya recibían al salario mínimo, y se les garantizó a todas las personas que habían sido diagnosticadas con la enfermedad.
En 2019, Claudia publicó un libro que recopila su investigación de la lepra de más de 20 años. Se llama La voz del proscrito: Experiencia de la lepra y el devenir de los lazaretos en Colombia.
Un agradecimiento especial a Claudia por permitirnos utilizar audios de sus entrevistas con Peter.
Este episodio fue producido por Juan Andrés Rodríguez y David Trujillo. Juan es antropólogo y David es productor de Radio Ambulante. Ambos viven en Bogotá.
Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Lisette Arévalo, Aneris Casassus, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill y Elsa Liliana Ulloa.
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Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.
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