Un ateo milagroso – Transcripción
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[Daniel Alarcón, host]: Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón.
La historia de hoy es… mística. De coincidencias increíbles o tal vez de algo menos terrenal. De lo inexplicable. Y comienza con María Isabel Acuña Arias, mejor conocida como la niña Marisa. Costarricense. Murió en 1954, con tan solo 13 años.
[Inti Pacheco]: Tuvo un tumor justo en la parte de atrás de la cabeza y era una chiquita que la conocían por ser muy católica, muy devota, muy religiosa.
[Daniel]: Él es Inti Pacheco. Es periodista, también costarricense.
Inti ha estado investigando a la niña Marisa por unos meses. Más adelante sabrán por qué. Por ahora, continuemos con ella. Vivía en la provincia de Heredia. Y antes de enfermarse era conocida por ser muy bondadosa.
[Inti]: Hay cuentos de que ella rezaba y ayudaba a la gente. Que cuando caminaba y veía a alguien, un indigente, le daba la plata que le daban a ella, no sé, para comer o para comprarse algo. Y que siempre ayudaba a la gente que… que no tenía recursos.
[Daniel]: Pero tenía un problema en su casa.
[Inti]: Su papá no era católico, era evangélico. Entonces ella lo que le pedía a la Virgen y a Dios era que convirtiera a su papá.
[Daniel]: Y es que los evangélicos no adoran a los santos, ni a la Virgen María, símbolos fundamentales en el catolicismo. Tampoco creen en una sola iglesia universal, guiada por el Papa. Los protestantes no tienen una iglesia unificada, sino varias denominaciones, todas igualmente válidas.
Pensemos en el contexto por un momento: años cincuenta, Heredia, en ese entonces una provincia prácticamente rural de Costa Rica. Un país pequeñito, conservador, muy católico. Pues, tiene sentido que Marisa sintiera angustia. Ser evangélico iba en contra de las creencias católicas. Y Dios era una figura temida en esos tiempos. Abandonar el catolicismo era, a su entender, desobedecer su palabra, condenarse a un castigo eterno. Marisa no quería eso para su papá, para su familia.
En todo esto, Marisa se enfermó. Un tumor cerebral. Cáncer. Pero, según cuentan, una monja de su colegio le dice que su mal puede tener un propósito.
[Inti]: Le dice: “¿Por qué no le ofrece su dolor a Dios para que convierta a su papá?”.
[Daniel]: Mejor dejar esto claro desde el comienzo, sin ganas de ofender. A Inti se le sale una risita aquí, pues, porque no es creyente.
Entonces para él todo esto es ajeno.
[Inti]: Para mí eso es raro. O sea, yo no me imaginaba que era algo así. Entonces es básicamente ella: “OK, voy a sufrir para que mi papá sea católico”. Pero en todo caso, eso se supone que es muy bondadoso, muy bueno. Y por eso la consideran que era como demasiado buena. Y una niña de Dios.
[Daniel]: Marisa se negó a tener tratamiento para el tumor y dicen que hasta quedó ciega. Dedicó su sufrimiento a Dios y, a su manera, funcionó.
[Inti]: Su papá se convirtió en católico, antes de que ella se muriera. Y entonces yo creo que desde ahí, diay, todo el mundo decía que… que era una niña que podía hacer milagros, en teoría.
[Daniel]: Aunque ella lo conversaba con su papá, le pedía que se convirtiera. Pero bueno, cuando lo hizo todo el mundo lo tomó como un milagro. Y en Heredia, Marisa es una especie de celebridad católica. La gente va a su tumba y le deja cartas para pedirle favores. Milagritos o milagrotes.
Ya sé qué se están preguntando. ¿Qué tiene que ver todo esto de milagros y la niña Marisa con Inti, un ateo? ¿Por qué le terminó interesando la vida de Marisa? Bueno, la respuesta está en una historia familiar que descubrió hace poco.
Aquí Inti.
[Inti]: A mediados del 2019 mi papá envió un mensaje al grupo de WhatsApp de la familia. Decía, como en broma: “Soy producto del milagro de Maritza, la niña de Heredia. Me han llamado del tribunal que aprueba santos. Mañana voy como prueba. Espero que me lleven a Roma”.
Lo primero que pensé fue: “¿Cuál Maritza? ¿Cuál milagro?”.
Y lo segundo: “Pero si mi papá es ateo”.
Este es él: se llama Juan Diego.
[Juan Diego Pacheco]: No me acerco a nadie con los conceptos de la fe. Ni lo incluyo, ni lo manejo de ninguna forma.
[Inti]: Y esto se veía en nuestra casa. Nunca nos enseñaron nada de Dios, ni siquiera estamos bautizados. Todo lo que se refiere a los rituales católicos es un poco extraño para nosotros. Y de Marisa y el milagro, menos. No recuerdo escuchar nada. Ni como anécdota. La primera vez que supe de Marisa fue con ese mensaje de Whatsapp. Me dio mucha curiosidad todo y seguí preguntando. Resulta que iba a ir a la Conferencia Episcopal a testificar por un milagro. Un milagro que le ocurrió a él.
Es que en el 2018, la iglesia Católica costarricense pidió al Vaticano iniciar el proceso de beatificación y canonización de la niña Marisa, pasos previos para convertirla en santa. Sería la primera santa tica. El proceso involucra una investigación sobre la vida de Marisa, sus acciones bondadosas en vida y los milagros que ha hecho después de muerta. Por ahora es “sierva de Dios”, que es el primer grado para llegar a ser santa. Se obtiene cuando la iglesia presenta un informe sobre la vida de la persona y sus virtudes.
Entonces, el milagro de mi papá.
Era 1959, cinco años después de la muerte de Marisa. Mi papá tenía dos años solamente. No recuerda nada, solo sabe lo que le han contado. Mi abuela ya se murió, y mi familia ya no le habla a mi abuelo por problemas irreconciliables. Y yo apenas lo he visto una o dos veces en mi vida. Pero conozco a dos personas que sí recuerdan lo que pasó. Mi tía Rita…
[Rita Pacheco]: Soy una mujer muy contenta de ser mujer.
[Inti]: Tiene 70 años, para ese entonces tenía nueve. Es la hermana mayor de mi papá. La mayor de 11 hijos. Y este es mi tío Arturo, tiene 69…
[Arturo Pacheco]: Muy bien vividos.
[Inti]: Él tenía ocho en ese entonces. Vivían en Alajuela, una provincia vecina de Heredia, de donde era Marisa.
[Rita]: Alajuela en esa época podemos decir que se vivía un ambiente rural. Y el vecindario era un territorio fabuloso para explorar. No conocíamos de ningún problema, de gente que nos quisiera hacer daño, ni de ladrones, ni de asaltantes, ni de nada.
[Inti]: Para ella y para todos los niños del barrio, los días eran estudiar y luego jugar en la calle. Siempre cerca de la iglesia de la Agonía.
[Rita]: Nuestras diversiones eran muy simples: con dos tablas y una silla hacíamos un cohete lunar y llegábamos a las estrellas. Venirnos en unos cartones desde la… las las gradas de la agonía hasta el zacate. Era muy simple, muy rural, muy amena. Una vida muy agradable.
[Inti]: Una vida agradable, pero también muy simple.
Mi tío Arturo, el segundo después de Rita, siempre es irónico cuando describe cómo vivían.
[Arturo]: Yo vengo de una de las familias más acomodadas de Alajuela, porque en realidad nosotros éramos once hermanos y solo habían dos cuartos, si no nos acomodamos bien, no cabíamos (risas).
[Inti]: No tenían plata. Y como muchas familias en ese tiempo, eran muy religiosos.
[Arturo]: Los abuelos, eh, paternos, con los que teníamos mucha relación, nos cuidaban mucho, nos visitaban mucho. Y siempre estaban metiéndonos religión.
[Rita]: En casa de mami siempre se rezaba el rosario por las noches e íbamos a la iglesia. Los hermanos fueron monaguillos. Siempre, siempre en la familia, Dios fue el proveedor, el sanador, el ayudador, el cuidador.
[Inti]: Para ese entonces, como ya dijimos, mi papá tenía tan solo dos años. Pero ya era conocido en el barrio.
[Rita]: Lo conocían especialmente porque Juan Diego tenía colochitos medio rubios y los ojos azules, los ojos celestes.
[Inti]: El único de los hermanos con ojos azules. Por una razón probablemente racista, todo el mundo vivía fascinado con eso. Le decían…
[Rita]: Querubín, el angelito, el niño lindo.
[Inti]: Un día estaba jugando en la cama y se cayó. Se golpeó la cabeza. A los pocos días se enfermó, parecía grave. Vómitos, fiebre, dolores de cabeza. Mandaron a llamar a un médico para que llegara a la casa a examinarlo. Mi tío Arturo se acuerda bien de ese día.
[Arturo]: Cuando dijo: “Hay que pasarlo de emergencia al hospital”, ahí tomé conciencia de que algo no andaba bien.
[Inti]: Y sí, de inmediato se lo llevaron al hospital.
[Rita]: Él iba a estar en el… como en un salón general con los niños y se decidió que él estaba tan grave que había que ponerlo mínimo en pensión media, donde la ge…. hubiese alguien siempre cuidándolo a él.
[Inti]: Una pensión media era una habitación amplia dentro del hospital donde había pocos enfermos.
[Rita]: Y la familia del enfermo tenía todos los permisos habidos y por haber: llevarles comida, llevarles cobija, llevarles juguetes, estar presentes todo el día.
[Inti]: Pero para tener ese espacio había que pagar. Rita y Arturo no tienen idea de cómo hicieron mis abuelos para conseguir el dinero. De alguna manera se las arreglaron. Internaron a mi papá en la pensión y se armó todo un plan familiar para atenderlo.
[Rita]: A mí, que era la mayor, y a Arturo, nos dijeron: “Juan Diego está grave, hay que ayudar”. Ayudar significaba mucho. Ayudar era: cuidar a los hermanillos en la tarde, ayudarle a la abuela, eh, ayudarle a la tía que venía a cocinar y atender a los chiquillos, ayudar con los mismos chiquillos que no dieran más lata de lo que dan siempre.
[Inti]: Rita también empezó a ir todas las tardes a cuidar a mi papá, después de la escuela. Iba dos o tres horas.
[Rita]: Ya sea para darle el chupón o para hablarle, contarle cuentos.
Cualquier cosa.
[Inti]: Por las noches lo cuidaban o mi abuela, o alguna tía o alguna vecina. Mi papá nunca estuvo solo en el hospital. Arturo fue unas veces a visitarlo también.
[Arturo]: Para mí fue impactante verlo en la cuna como estaba. Y yo presentía que algo grave iba a pasar porque era… se veía muy, muy mal.
[Inti]: Y las enfermeras comentaban que estaba muy delicado, que tal vez no iba a sobrevivir. Y más o menos una semana después de que fue internado…
[Rita]: Se define que él tiene un tumor.
[Inti]: Más exactamente una meningitis tumoral. Parecía grave.
[Rita]: Entonces, por ser un pequeño, un niño, son muchos los doctores que llegan y que asisten a Juan Diego. Muchos los doctores que se involucran.
[Inti]: El pronóstico era que mi papá se iba a morir si no se hacía algo. Pero mis abuelos fueron tajantes con los doctores: a ese niño no lo operan.
[Rita]: Creo que era esta sensación de que si lo operan se muere y si no lo operan se muere. Que no tenga que sufrir tanto de una operación. Me imagino yo que ellos sabían que la ciencia, pues sí, pero no.
[Inti]: O sea, que en ese tiempo, en 1959, la ciencia tenía limitaciones grandes.
[Rita]: Porque ahí se hablaba de abrirle el cráneo, de hacerle… de taladrarle. Se hablaban con estas palabras que para… para un lego esas palabras son muy duras.
[Inti]: Un lego, un niño. Pero mi bisabuela tenía un plan. Por unas amistades en Heredia, ella se había enterado de la niña Marisa y de sus “milagros” después de la muerte. Milagros pequeños, que se oían en las calles: que había arreglado una situación familiar, que había sacado a una familia de un apuro económico. También se hablaba de que ayudaba curando enfermedades nerviosas, cerebrales, óseas, de la piel. Tosferina, varices, tumores, reumatismo.
También en ese tiempo se hablaba de un joven de 17 años que sufrió un accidente en moto. Tuvo hemorragias y fracturas múltiples, pero estas desaparecieron de repente gracias a Marisa, según sus seguidores.
Y bueno, estos seguidores eran católicos de Heredia, gente que conocía a la niña Marisa e iban regando el rumor de sus milagros.
Entonces mi bisabuela decidió rezarle a la niña Marisa, no sola, sino con todo el vecindario.
[Rita]: Se rezó mucho. En la tarde chiquillos y en la noche adultos, pero llegaban los vecinos. Todos los vecinos estaban dispuestos a poner su Ave María para que Juan Diego se curara.
[Inti]: Y es que eran tiempos en los que todos los vecinos del barrio se conocían y compartían entre ellos. Entonces, todos estaban dispuestos a rezar por mi papá. Todos los días, durante semanas.
[Rita]: Durante tres semanas hubo reunioncitas de rezos y de rezos y de rezos. Todos creíamos en milagros, todos esperábamos un milagro.
[Inti]: Un milagro de Dios a través de Marisa. Pero mi papá no mejoraba. Y para empeorar todo, enfermó de una gripe que se volvió neumonía. A la cuarta semana de estar internado en el hospital, el doctor le dijo a mis abuelos que mi papá no iba a pasar de la siguiente noche. Que se prepararan.
[Rita]: Yo cierro mis ojos y yo veo a mi mamá cosiendo un vestidito azul con orilla roja y recuerdo el ataúd debajo de mi cama, porque se compró un ataudcito.
[Inti]: Hasta ahí llegaron. No le puedo preguntar a mis abuelos si perdieron la fe de que Marisa haría el milagro, porque, pues una está muerta y el otro salió de nuestras vidas hace tiempo. Pero me imagino que lo que les decían los doctores les pesaba porque mi papá se veía en muy malas condiciones.
Mis abuelos les contaron a mis tíos que probablemente mi papá se iba a morir, para prepararlos. Aunque la mayoría no entendía bien qué estaba pasando. Los mayores eran Rita y Arturo y, recordemos, solo tenían nueve y ocho años.
[Arturo]: Incluso, el concepto de muerte no lo tenía uno como muy… como muy claro, tampoco. Lo que era el dolor y la ausencia y estas cosas.
[Inti]: Al día siguiente mi tía Rita fue a la escuela, como siempre. Después llegó a la casa y ayudó con el almuerzo. Y de ahí salió para el hospital.
[Rita]: Yo entré al salón, llegué a donde estaba Juan Diego, y le vi la cara a Juan Diego y la almohada manchada.
[Init]: La almohada manchada de sangre y pus. Rita empezó a pegar gritos.
[Rita]: Hasta ahí. Hasta ahí. Ya después de ahí ya no hay cordura.
[Inti]: Salió corriendo para su casa. Ahí estaba mi abuela.
[Rita]: Yo nada más llegué a mi casa y le dije a mi mamá: “Lo operaron y hay sangre en la almohada”.
[Inti]: Rita entró en pánico porque mis abuelos habían dicho muy claramente que no operaran a mi papá. Mi abuelo no estaba en ese momento en la casa, andaba en un viaje de trabajo. Entonces mi abuela se fue sola para el hospital y regresó hasta la noche.
[Rita]: Al día siguiente fue cuando se habló y se dijo que a Juan Diego se le había hecho un agujero y que por ahí se estaba vaciando el tumor. Esas fueron las palabras.
Los doctores dijeron: “Es un milagro”. Ninguno puso mano en la cabeza de Juan Diego.
[Inti]: Nadie tenía una explicación clara de cómo se había hecho ese hueco en la parte de atrás de la cabeza de mi papá.
[Rita]: Ahí estaba un huequito muy redondo, muy redondo. Como si le hubieran puesto un… un troquel y le hubieran dado con un martillo.
[Inti]: Por ahí, según mi tía Rita, salieron gotas de sangre y pus todos los días, durante un montón de meses, no recuerdan cuántos. Mi papá, por supuesto, tampoco lo recuerda.
Para ella el milagro de la niña Marisa está claro:
[Rita]: Ese es el milagro. Que a Juan Diego se le hiciera ese orificio para que se le saliera la infección.
[Inti]: Sin que un doctor o cualquier persona en este planeta le pusiera un dedo encima.
[Inti]: Mi papá escuchó toda su niñez sobre este milagro.
[Juan Diego]: Yo tenía sobre todo la versión de mi abuela, que me la contaba todo el tiempo, cómo fue que sucedió y cómo ella, mi mamá y Marisa hicieron como un frente común para rescatarme de las garras de la muerte, porque ya estaba dado por muerto. Y como que todo mundo había aceptado que era normal que me muriera, menos ellas ¿ya? Ellas dijeron: “No, no tiene por qué morirse. No se va a morir y no se murió”.
[Inti]: Pero para él las cosas son menos místicas, menos grandiosas.
[Juan Diego]: Pero no fue que salió el tumor. Fue que se manchó la pus y sangre y no sé qué. Y entonces dijeron que era el tumor.
Pero entonces dijeron: “No se murió ahora ¿ya? Pero todavía queda ahí. Nadie sabe si le salió, o si no le salió”, ¿ya?
[Inti]: Si le salió o no le salió el tumor. Y es que no le hicieron más estudios para saber si todavía estaba ahí o no. Y los doctores que lo atendieron ya se murieron. Mi tío Arturo trabajó en la central telefónica del Hospital de Alajuela y dice que buscó el expediente de mi papá, pero no lo encontró. Yo también pregunté en el hospital si tenían algún registro para ver si hay alguna explicación, pero no, nada.
Digamos que no hay forma de demostrar que fue un milagro o que no lo haya sido. Solo tenemos la palabra de mi familia. La fe de mi familia. Yo, por como fui criado, necesitaba algo más, algo más racional. Entonces hablé con un neurólogo para ver si tenía alguna teoría de lo que pudo haber pasado.
[Alexander Parajeles]: Yo me llamo Alexander Parajeles Vindas. Soy un médico nacido aquí en Costa Rica. Médico neurólogo.
[Inti]: El doctor Parajeles lleva 25 años ejerciendo su especialidad. Le conté sobre el diagnóstico de mi papá: meningitis tumoral. Hablamos siempre tomando en cuenta que no hay un expediente médico y que todo lo que diga el doctor no es más que una aproximación, una opinión dada con poca información. No es una verdad.
Me dijo que ya no se usa el término meningitis tumoral.
[Alexander]: Nosotros le llamamos una meningitis por células de cáncer o meningitis carcinomatosa.
[Inti]: Meningitis carcinomatosa es cuando células cancerígenas llegan a inflamar las meninges, que son esas membranas que cubren el sistema nervioso central.
Pero una meningitis carcinomatosa no se drena. Por la caída que sufrió mi papá antes de que empezara lo del tumor y por la salida de líquidos, a Parajeles le suena más a un hematoma o a un absceso.
Un hematoma es un coágulo de sangre que se forma por un trauma, en este caso sería la caída. Y un absceso cerebral es una acumulación de bacterias que se inflama y forma una hinchazón. Los hematomas y los abscesos sí pueden drenarse, esto explicaría lo de las gotas de sangre y el pus en el caso de mi papá.
Entonces, para el doctor Parajeles estamos frente a un caso de diagnóstico equivocado. Y es que en esa época era difícil examinar el cerebro.
[Alexander]: Los dos métodos diagnósticos actuales, que es el TAC y la resonancia, sabemos que en los años sesentas no existía eso, por un lado. Eso hace que la posibilidad de los diagnósticos que se confundan con un tumor maligno son muchos.
[Inti]: Probablemente fue un hematoma. Nada de cáncer. Pero, bueno, en el Hospital de Alajuela todos estaban convencidos de que era un tumor maligno, un tumor que iba a matar a mi papá. Además, la parte del milagro que no se explica es el hueco que se le hizo a mi papá en la cabeza sin que supuestamente nadie interviniera. Eso es lo que el médico no me pudo contestar.
En fin, como dos semanas después del supuesto milagro le dieron de alta a mi papá y listo, se acabó la historia del tumor. Y todos simplemente asumieron que iba a estar bien después de que salieron las gotas de sangre. Ese es el milagro.
[Juan Diego]: Fue un milagro, digamos, de Alajuela. No tembló. No se apagó. No… no… no hubo rayos. No cayó fuego del cielo. No pasó nada, solo que no me morí, ¿ya?
[Inti]: O sea, no fue un milagro de proporciones bíblicas, de esos espectaculares como separar el mar, o caminar sobre el agua, o convertir agua en vino. Simplemente mi papá no se murió cuando los médicos dijeron que se iba a morir.
[Daniel]: Después de la pausa, la vida de Juan Diego como un niño milagro.
Ya volvemos.
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[Daniel]: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa contábamos la historia del supuesto milagro que le sucedió a Juan Diego, el papá de Inti. Un tumor maligno en la cabeza que una noche se drenó. Aunque Inti habló con un neurólogo y le dijo muy certeramente que los tumores malignos no se drenan, que debió ser otra cosa, un hematoma, un absceso. En fin, lo que nadie puede explicar es el huequito que se le hizo en la cabeza a Juan Diego, porque los doctores que lo atendieron en ese momento juraron que no lo habían tocado.
Ahora seguía la vida como un niño que se había salvado de la muerte gracias a un milagro. Pero no sería una vida tan fácil.
Inti nos sigue contando.
[Inti]: El milagro tal vez salvó a mi papá de la muerte, pero no de la enfermedad.
[Juan Diego]: Después de que salí del tumor, vino toda la consecuencia de la polio, de la meningitis y una cosa de bronconeumonía.
[Inti]: A mi papá lo que más lo marcó fue la polio.
[Juan Diego]: Tengo monoparexia, que es una pérdida de fuerza en este brazo. Bueno, tengo la pierna más corta, tengo la cadera cambiada.
[Inti]: Además perdió la audición en un oído. Y progresivamente irá perdiendo fuerza en los músculos que lo sostienen y que le permiten funcionar.
Y por los cuidados especiales que necesitaba, decidieron que lo mejor era que se quedara con mis bisabuelos, donde había más espacio y podían darle una atención más personalizada. Además, por tener los ojos azules, era el preferido de mi bisabuela. No había discusión en eso. Vivió ahí desde los dos años hasta los diez, cuando mi bisabuela se murió.
En el hospital las terapias eran brutales. Escuchen bien, que esto que describe quizá sea un poco difícil de visualizar.
[Juan Diego]: Me hicieron unas cosas de tela que me ponían en el cuello. Me subían, me sostenían como con un mecate, como que estuviera ahorcado. Y en esa posición me hacían… me untaban yeso, toda la vara, y hacían un molde. Y entonces yo después tenía que andar con ese molde todo el tiempo y dormir en este molde.
[Inti]: O sea con ayuda de un pañuelo que sostenía su cabeza y lo mantenía recto, lo iban envolviendo en yeso para ayudar a enderezar su columna. Imagínense como si estuvieran envolviendo una momia.
Rita recuerda otra de las terapias.
[Rita]: Era como una camiseta sin mangas de la cual salía una varilla y en la varilla había un sombrero que se le amarraba a Juan Diego… una gorra que se le amarraba a Juan Diego debajo de la barbilla con unos broches especiales para que él anduviera con la columna erecta y la cabeza sostenida.
[Inti]: Esto ya suena un poco menos como a terapia y más como a tortura de la inquisición, la verdad. Mi papá lo cuenta mejor que nadie:
[Juan Diego]: A mí me armaban. Me ponían a dormir en una cama de yeso. Todo era una… una trifulca.
[Inti]: Una trifulca. Un desmadre. Un enredo.
Pero no todo era negativo, también había diversión. Y atención, porque mi papá era un niño milagro dentro del círculo de mi bisabuela. La gente llegaba a la casa a ver al niño que se había curado. Se convirtió en una especie de celebridad.
[Juan Diego]: Todo eso vino a favorecer mi vida. Realmente toda esa cosa, todo ese mito, ¿ya? Fue hasta comercialmente muy bueno, porque yo a los seis años iba con el cartero a cantar… a cantar rezos de… de diciembre, del primero al 24, ¿ya?
[Inti]: Imagínense, un niño milagro cantando rezos al lado del cartero. Pero además con el detalle de que, por la polio, le ponían unos aparatos.
[Juan Diego]: Claro es que yo me imagino… es que yo creo que el milagro mío fue no darme cuenta lo que me pasaba, porque yo no me imagino cómo me veía yo con aparatos de pies a cabeza, ahí con corsé.
[Inti]: El cartero le pagaba unos centavos. Pero no solo eran los rezos de diciembre.
[Juan Diego]: Teníamos en enero la fiesta del Santo Cristo de Esquipulas, después teníamos Semana Santa. Todas esas agendas llenas, ¿ya? Entonces… Y yo no sabía, pero yo era una atracción, ¿ya?, en ese momento.
[Inti]: Una atracción. Mi tío Arturo, por otro lado, se encargaba de vender un librito que escribió un sacerdote que conoció el caso de Marisa. Es una especie de biografía. La familia de mi papá quería que todo el mundo conociera a la niña Marisa y su don.
[Arturo]: Yo decía: “Mire, es que que yo tuve un hermano que casi se muere y esta santa lo salvó”. Y entonces yo sabía algo de la santa: que era de Heredia y que ella había tenido una enfermedad también, y que ella quería que el papá se convirtiera. Y yo hablaba, pero hablaba sobre todo de lo de Juan Diego. Entonces la gente me compraba las postalitas y me compraba el librito.
[Inti]: Las postalitas eran de Marisa y también las vendían. Todos mis tíos las cargaban en las mochilas para venderlas en la escuela y usaban el dinero que recogían para comprar más postalitas. No era negocio: la misión era dar a conocer a Marisa.
Mi papá tenía una postal especial para él, con la que según mi bisabuela, se podía curar de las migrañas que le dieron por años después de que se enfermó, hasta que fue un adolescente. Cuando le dolía la cabeza él mismo iba a buscarla para ponérsela en la frente.
Y se le curaban. O por lo menos eso dice él.
Mis abuelos hasta hicieron una peregrinación desde Alajuela hasta la tumba de Marisa. Una caminata como de tres horas.
[Rita]: Papi y mami traen a Juan Diego de Alajuela alzado a pie hasta el cementerio. Y contratan un bus que nos traen a todos los chiquillos que habíamos rezado, a las abuelas, a los tíos, a los primos. Como 25 personas, 30 personas veníamos en el bus y nos traen al cementerio de Heredia.
[Inti]: Rita recuerda una foto de mi papá lleno de aparatos al lado de la tumba. Entonces, sí, decir que Marisa era parte importante de la vida de toda la familia es quedarse corto. Se volvieron devotos a ella. Como si fuese una santa. Y es que eran tiempos difíciles, la salud de mi papá estaba muy frágil.
[Juan Diego]: Yo siempre fui educado que me iba a morir en cualquier momento, que era lo normal.
[Inti]: ¿Y… y te acuerdas de qué significaba eso?
[Juan Diego]: No, nada más que me iba a morir. Nada más.
[Inti]: Pero un niño que le digan: “Se va a morir”.
[Juan Diego]: No, no, no, sonaba, digamos, no lo tenía asociado con nada de que fuera malo, ni nada. Como que me iban a desconectar o algo así, ¿ya?
[Inti]: Como ya dijo mi tío Arturo, la muerte es un concepto difícil de entender cuando uno es pequeño. Pero imagínense lo que significa para la familia: vivir con esa incertidumbre de que un hijo, en cualquier momento, se puede morir. Hay que aferrarse a algo. En este caso fue a Dios, y a la niña Marisa, que ya lo había salvado una vez.
Para mis abuelos y bisabuelos el camino lógico para mi papá era convertirse en sacerdote. Como una forma de agradecimiento a Marisa. Mi papá recuerda que mi bisabuelo quitó su taller de carpintería y le construyó una iglesia para que jugara.
[Juan Diego]: Con altar y toda la cosa, ¿ya? Con unos angelotes que habían conseguido, habían pegado un papel celeste, y entonces jugábamos de misa.
[Inti]: Mi papá, obviamente, era el cura. Luego, cuando se hizo más grande, fue monaguillo de la iglesia de la Agonía. Y todo iba encaminado: la religión sería su vida. Pero un fantasma empezó a recorrer Alajuela: el comunismo.
Como ya dijimos, mi bisabuela se murió cuando mi papá tenía diez. Entonces él volvió a casa de mis abuelos. Llegaron los años setenta y mi papá, que ya era todo un adolescente, empezó a interesarse cada vez más por la lectura. Específicamente por la literatura de izquierda. Y sin contar con la teología de la liberación, en las corrientes comunistas Dios no existe, es un invento para mantener a las masas sometidas, para que no se involucren en la lucha de clases.
Y fue ahí que mi papá rompió con la idea de Dios. Y no solo fue la ideología, fue también que mi papá encontró, en la comunidad de izquierda del país, un lugar al cual pertenecía. Encontró un grupo muy distinto al de su familia, de quienes cada día se distanciaba más.
[Juan Diego]: Yo en la casa, comía, participaba, pero no… no interactuaba socialmente. No me integraba, no… nada, no. Vivía afuera.
[Inti]: Y me imagino el por qué de ese distanciamiento. Mi papá absorbía todas esas ideas de izquierda y le chocaba la devoción a Dios tan grande de su familia. Además, había otra razón por la que mi papá nunca estaba en su casa: las constantes agresiones de mi abuelo, un hombre machista y violento.
[Juan Diego]: Logré rescatar un armario con llave donde guardaban mis libros, sobre todo. Y entonces, cuando mi papá se ponía en las agresiones y todo eso, me volaban el candado del armario, sacaban los libros y ahí era la condena de “comunista”» de lo que andaba leyendo, y no sé qué, me botaban los libros.
[Inti]: Esto a pesar de que mi papá no hablaba nada sobre el comunismo en la casa de mis abuelos.
[Juan Diego]: No entraba en discusiones, ni trataba de evangelizar en la casa, nada.
[Inti]: A diferencia de mis abuelos. Pero sí pasaba que cuando criticaba algo de la iglesia o la religión católica, siempre salía el argumento de Marisa.
[Juan Diego]: “Pero cómo usted Juan Diego, que tiene que agradecerle a Marisa”.
[Inti]: Pero para mi papá Marisa pasó a ser un invento, como un mito. Y el milagro, fe. El problema es que nadie puede decir nada con certeza. No hay hechos, todo está demasiado borroso y parece que la historia que todos cuentan ahora es la más conveniente: no estaba claro cómo fue que mi papá sobrevivió, entonces obviamente tuvo que ser un milagro. Mi papá no tiene ni idea de cómo sigue vivo, entonces todo fue gracias a la fe inquebrantable de su mamá y de su abuela.
Pero algo es cierto: desde la adolescencia, la niña Marisa desapareció de la vida de mi papá.
Todos nos acordamos de… de saber que tenías un tumor, de la polio, de todo esto, pero nunca habíamos escuchado de Marisa.
[Juan Diego]: Cierto. Nunca, nunca, nunca.
[Inti]: ¿Por qué?
[Juan Diego]: Di no sé. No sé. No sé… Diay, no lo tengo como un recurso en mi historia. No lo tengo como un recurso narrativo.
[Inti]: Porque, claro, ¿cómo va uno a proclamarse ateo con un milagro a cuestas?
Todos lo hacemos: ocultar partes, etapas de nuestra vida que van en contra de la imagen que queremos proyectar.
Entonces en mi familia corren narrativas paralelas. Una, la de mi papá, es la desaparición inexplicable de su tumor. La otra, la que sostiene principalmente mi tía Rita, es la del milagro de la niña Marisa.
Rita sabe que mi papá no cree que fue un milagro pero no le afecta.
Tía, yo, una de las cosas que para mí es como importante de esto es como que… di, en mi casa nunca fuimos como muy religiosos, ¿verdad?, mi papá no… no nos llevaba a nosotros a la iglesia ni nada. Entonces yo quería saber como ¿cómo percibió usted que mi papá… lo… lo que mi papá piensa sobre esto, digamos, sobre el milagro?
[Rita]: Eso no me vale a mí nada, ni le vale a Dios, porque Dios tiene una manera que no es la nuestra. “Ni mis pensamientos son tus pensamientos, ni mis caminos son tus caminos”, lo que dice Dios. Entonces, basado en eso, yo me levanto de hombros con lo que digan y con lo que hagan.
[Inti]: A mi tío Arturo sinceramente le da un poco igual. Y es que el ateísmo de mi papá nunca ha sido causa de problemas o discusiones en la casa. Él simplemente ha aprendido a evitar todo lo que tiene que ver con la religión.
[Juan Diego]: Con mi familia tengo una relación afectiva. No trato ni en la política, ni en lo religioso.
[Inti]: Pero entonces llegó el año pasado. Y a mi papá de repente lo convoca la conferencia episcopal.
Todo empezó un día que mi tía Rita fue a comprar un periódico que se llama el Eco Católico.
[Rita]: Me fui a comprar el Eco y lo leí y me di cuenta que en la Curia Metropolitana estaban haciendo indagaciones de personas que tuvieran conocimiento de algún milagro hecho por Marisa.
[Inti]: Y por supuesto mi tía Rita vio el milagro de mi papá como un perfecto ejemplo de los poderes de Marisa. El anuncio tenía un correo electrónico y unos números de contacto. Rita llamó y fue varias veces a dejar sus datos hasta que un día la llamaron de vuelta y le dieron una cita en la Conferencia Episcopal. Le pidieron los nombres y los teléfonos de las personas que pudieran dar testimonio. La primera persona en la que pensó Rita fue Arturo. Y la segunda, pues, ¿por qué no el del milagro que cree que no fue milagro? Mi papá.
Los de la Conferencia trataron de contactar a mi papá, pero no pudieron porque estaba en Panamá en un viaje de trabajo.
[Juan Diego]: Entonces Rita me dijo: “Necesitan hablar con usted, en el… es que no me dijo “en la Conferencia”, me dijo: “el Tribunal Eclesiástico”, ¿verdad? ¿Tribunal? A mí toda esa vara de la ley me da pavor. ¿Qué habré hecho, ya? Entonces, ya después le pregunté: “¿Y qué será? ¿Vos sabés qué es?”. Me dice: “Sí, tiene que ver con lo de Marisa, con lo del milagro de Marisa”.
[Inti]: Dijo que bueno, que lo llamaran.
[Juan Diego]: Y yo fui como un compromiso con mi hermana, porque ella sí estaba muy… se sentía muy comprometida porque a ella fue a la que le dijeron que me llevara, ¿no? Entonces yo…yo con eso… la parte afectiva con mis hermanos, la tengo muy clarita. Yo a ellos les ayudo en todo lo que pueda y… y no los cuestiono nada de Dios, ni nada de eso. Yo voy a todo.
[Inti]: Pero ni entendía qué era lo que tenía que hacer. Aunque quería ir, también, casi por pura curiosidad, por puro juego.
[Juan Diego]: Cuando me llamaron del Tribunal Eclesiástico, yo que vacilaba. Decía: “Bueno, ¿pero incluye el viaje a Roma?”. Entonces, pero la verdad que no tenía idea de lo que eso puede significar.
[Inti]: Aquí tengo que aclarar que lo que van a escuchar es una recreación del día de la audiencia. El 28 de agosto del 2019, en San José.
Entonces mi papá llegó a la Conferencia Episcopal con mi tía Rita, mi tío Arturo y mi hermano Nico.
Los recibieron un padre y una mujer que iba a ayudar a tomar la declaración. El inicio fue un poco informal. Mi tía Rita, junto a Arturo y mi papá, contaron la historia del milagro, la que ustedes acaban de escuchar. Eligieron a Rita para dar la declaración y de inmediato las cosas tomaron un tono más formal.
[Padre]: Doña Rita, le voy a pedir muy amablemente que ponga la mano derecha sobre la sagrada Virgen y que diga su nombre, porque es una declaración bajo juramento. Todo esto después tenemos que mandarlo a Roma.
[Inti]: Todo toma un aire de solemnidad.
[Rita]: Yo, Rita María Pacheco Murillo juro por Dios y estos Santos Evangelios decir la verdad y solo la verdad. Sobre los artículos y cualquier otra cosa que me fuere preguntada referente al asunto…
[Inti]: Luego empiezan las preguntas.
[Padre]: Primera pregunta: ¿conoció usted a la joven María Isabel Acuña Arias?
[Rita]: No la conocí.
[Padre]: ¿Qué sabe de su historia familiar?
[Rita]: Lo que dice el pequeño libro.
[Inti]: Se refiere al librito que mi tío Arturo salía a vender.
[Padre]: ¿Sabe usted cómo y cuándo se entera María Isabel de la enfermedad que le empezó a aquejar?
[Rita]: Lo que dice el librito.
[Inti]: Según mi papá, el padre descuartizó a Rita y a Arturo.
[Juan Diego]: Porque eran 22 preguntas, todas eran relacionadas con la vida de Marisa, que nadie había visto a Marisa viva.
[Inti]: Y, claro, la respuesta era una y otra vez: “No sé, lo que dice el librito”.
[Juan Diego]: El padre que estaba oyéndonos no… no lo estaba tomando en serio, ¿ya?
[Padre]: ¿Sabe usted cómo vivió María Isabel la convalecencia de dicha enfermedad?
[Rita]: No, solo lo que dice el libro.
[Padre]: Un librito.
[Rita]: Personalmente no estoy segura de que ellos prestaran atención, ni el sacerdote ni la secretaria, porque ellos hacían las preguntas y las contestaban ellos mismos.
[Juan Diego]: Solo la última era: “¿Y qué hizo Marisa para que te…” y ya contaron la historia del milagro. Pero entonces yo veía al padre siguiendo todo ese… ese protocolo romano y… y la insensibilidad con la gente. Con Rita, por ejemplo, y con Arturo.
[Inti]: Mi papá se refiere al tono general del padre durante la declaración: solemne, frío, lleno de escepticismo ante el milagro que Rita y Arturo presentaban. Supongo que tenía algo de sentido. Total, es una investigación y para la iglesia hay una diferencia entre un santo popular y un santo católico. Tiene que haber evidencia.
[Juan Diego]: Él quería unas evidencias de verdad, hollywoodenses del milagro. “¿Qué pasó? ¿Cómo supo la gente que era un milagro?” La…la gente está ahí, caso que se dan cuenta que es un milagro. La gente ve que hubo sangre, que no me morí y están contentos. Alguien dijo: “Esto fue un milagro”. Pero nadie dijo: “Vamos a documentar esto, que no sé qué”.
[Inti]: Al final leyeron el acta que quedó escrita. Eran puros “no sé”, “lo que decía el librito” y una versión muy resumida del milagro.
[Rita]: Entonces yo dije: “Yo sigo creyendo”, se lo dije a ellos, “yo sigo creyendo en la intervención milagrosa de Marisa en el asunto de Juan Diego. Lo que ustedes hayan escrito ahí, queda escrito. Pero no es la… lo que yo llevo en mi corazón de la certeza, de la fe, de la seguridad, de que Marisa intervino para que Juan Diego saliera adelante en forma milagrosa”.
[Inti]: Y es que esto de la beatificación significa mucho para mi tía.
[Rita]: A mí me gustaría que el Espíritu Santo se moviera y viera que en realidad Marisa actúa en favor de la gente, estando cerca de Dios. Para mí. Entonces, si está desocupada, pongámosla a trabajar, que siga actuando a favor de los enfermos.
[Inti]: Pero para que la gente pueda acudir a ella tiene que ser conocida. Ahí entra en juego la beatificación.
[Rita]: Entonces a mí lo que me gustaría es eso: que en Roma se pusieran vivos y se dieran cuenta en realidad que esta chiquita sirve, que esta chiquita funciona y que nosotros necesitamos a esta chiquita.
[Inti]: Esa acta, en teoría, ya se fue a Roma. Y quién sabe qué pasará con el proceso de canonización de Marisa. No sé cuántas personas más han ido a presentar sus milagros a la Conferencia Episcopal. Pero si Marisa llega a ser la primera santa de Costa Rica, es posible que mi papá, ateo, contribuyó a esto. Me pregunto cómo se sentirá el papa con esa información. Le escribí por Twitter, pero ni me respondió. Y especialmente, ¿cómo se sentirá Dios?
Lo del testimonio no salió muy bien, pero esta reintroducción de Marisa en la vida de mi papá después de casi 50 años lo puso a pensar no tanto en qué significa Marisa para él, sino en qué significa él para la memoria de Marisa y para aquellos que creen en su santidad.
[Juan Diego]: Ahora pienso que si yo puedo hacer algo, voy tratar de hacer algo. Si eso le puedo dar fe a alguna gente o esperanza de algo, ¿ya? Pudiera ser, ¿ya?
[Inti]: O sea, si es necesario convertirse en una especie de símbolo de los poderes de Marisa, él está dispuesto hacerlo.
¿Cree él que lo que le pasó fue un milagro? Si significa que puede dar esperanza a las personas que la necesitan, sí, sí es un milagro. ¿Y qué creo yo? Bueno, esa ya es otra historia.
[Daniel]: Inti Pacheco es periodista y vive en Nueva York. Esta historia fue producida por Luis Fernando Vargas. Luis Fernando vive en San José, Costa Rica.
Muchas gracias a Jorge Vargas y a Ana Vega por prestarnos sus voces para este episodio.
Este episodio fue editado por Camila Segura y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Andrea López Cruzado hizo el fact-checking.
El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Rémy Lozano, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Desirée Yépez.
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